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El objetivo

En el bar Nuba, Carlos Alfonso esperaba a su contacto en la pasma. El hecho de dar una buena recompensa ayuda mucho a cambiar de ética a muchos representantes de la ley. Hasta tenía un fiscal en nómina. Le iba a pasar la matrícula del coche que le había pedido Wilfredo y este le había dicho que nada de teléfono. Nunca lo utilizaba con él, pero los dos tenían un terminal exclusivo. Alguna paranoia tenía aquel poli para arriesgarse a verse juntos en un bar. ¿Era eso más seguro?

El garito tenía unas mesas que parecían cubículos de madera para cuatro personas. Se separaban con las demás por unos tablones, con lo que nadie de otras mesas podría meter la nariz en lo que hablaran. Pero eso no impedía que los vieran. Que él recordara, jamás se habían visto en un local público. Siempre en horas intempestivas, en su casa o en algún local de putas. No estaba estrictamente a sueldo, solo cobraba por los trabajos que le pedía; no hacía mucho que tenían aquel acuerdo, pero siempre cumplía. Y siempre lo avisaba si se enteraba de algo que hacía la secreta. De hecho, ni sabía bien dónde estaba destinado, pero eso era lo de menos. Lo importante era tener un teléfono al que llamar. Y sobre todo que alguien respondiera. Le pidió un cubata a la camarera rusa que lo atendió. Le dio un par de tragos y se entretuvo comprobando el teléfono por si lo llamaban y controlando la puerta principal. Lo peor de aquellas mesas era que solo podía comprobar esa entrada y no la trasera. No podía estar girándose todo el rato. Esperó.

Solo entraban trabajadores para que unas camareras estupendas y bien apretadas les sirvieran. Pero de su contacto, nada, y si tardaba mucho y tenía que pedirse otro cubata, llegaría demasiado alegre a casa. Y allí, ahora mismo, reinaba otro.

Alguien se sentó justo detrás e hizo un ruido como de trastos al hacerlo. Algo como metálico había golpeado el asiento. Carlos Alfonso no tenía dudas de que alguien con un cinturón lleno de objetos se había situado detrás de él. Sin duda, esos cinturones llenos de utensilios solo los lleva la pasma. Esperó.

Un golpe a la altura de su cabeza le confirmó que allí estaba su contacto. Justo detrás de él, solo separados por unos tablones de madera con unos orificios pequeños. No se podían ver el uno al otro, pero de esta manera no estaban sentados en la misma mesa. Había encontrado la solución para que no los vieran juntos.

—Hola —dijo Carlos Alfonso.

—¿Qué necesitas? —susurró el que estaba detrás de él separado por escasos centímetros.

La camarera se acercó sonriendo al nuevo cliente y Carlos Alfonso pudo escuchar cómo le pedía un té verde y esta agrandaba su sonrisa con esmero. «Hay que ver cómo les gustan los uniformes a algunas mujeres», pensó.

En cuanto se fue, Carlos Alfonso le pasó un papel por uno de los orificios de aquella madera que los aislaba y vio cómo el papel se escurría hacia el poli.

—¿Es todo? —volvió a susurrar.

—Sí.

Se lo pensó mejor.

—Espera. Hay más pasta por sus cabezas. Una buena recompensa.

Silencio.

—Mucha pasta, pero mejor vivos —insistió también casi susurrando.

En el otro lado ya no hubo contestación, pero no hacía falta. No hubo más conversación y a los diez minutos el colombiano decidió volver a sus obligaciones.

Cuando se levantó para pagar, en el cubículo de atrás ya no había nadie. Lo de la recompensa ya corría por las calles y no estaría de más que también se apuntaran todos los polis corruptos.

Lo importante era lograr que aquellos desgraciados fueran el objetivo.

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