France

France


Capítulo 6

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Capítulo 6

 

 

France los llevó hasta las cuevas, todos se mostraron felices de tener agua caliente y un lugar donde refugiarse. Y más intimidad, ya que la cueva se componía de varios espacios separados.

—No sabes cuánto te lo agradezco. Ya tenía ganas de lavarme —le dijo Wica para después lanzar una mirada significativa hacia Yrre, una especie de aleteo de pestañas acompañó a la mirada.

Hizo una mueca.

—Que sea fría, lo necesitas —soltó mirándose las uñas.

—¿Qué?

—Que te quites el calentón de una vez.

Iba a terminar vomitando, que humana más insulsa. Debería matarla y terminar con las náuseas.

Se disponía a volver con su hijo cuando Yrre le hizo una señal con la barbilla señalando la salida.

—¿Qué quieres? —preguntó ya a la intemperie—. Tengo prisa.

Aparte de querer ver a su hijo y dejar libre a Susan antes de que Storm decidiera estrangularla, quería alejarse de este macho. Su cuerpo reaccionaba de manera equivocada ante él. Celos, deseo y un sinfín de emociones la estaban alterando. Y ella no necesitaba eso; elegía con quién quería estar y punto.

—Me temo que esta misma madrugada partiré hacia mis tierras con mis hombres. Mi mayor deseo es recuperar la normalidad para mi gente.

—Perfecto.

—Sé que Wica no te cae bien, pero, aunque la ignores por completo, ella es una más de mi familia. Alguien a quien proteger con la misma fiereza.

Por supuesto, es la que calentaba su cama y eso era difícil de encontrar por estos lares. Las humanas no podían estar entre su gente y él no podía bajar a la ciudad para buscar sexo, se expondría demasiado.

—¿De dónde ha salido? No tiene compañero. —La curiosidad pudo con ella.

—Alguien la abandonó en el parking de unas grandes superficies cuando solamente tenía horas de vida. Rowena, la mujer de mi hermano, quiso hacerse cargo de ella.

—Me alegro, ahora si me disculpas…

Se irguió molesto ante su intento de dejarlo con la palabra en la boca.

—Solo quería recordarte que os habéis mostrado capaces de proteger a los míos, y confío en que así sea.

«¡Será capullo!», pensó cabreada.

—¿Acaso crees que no…

No pudo terminar la frase, se esfumó delante de sus narices, y juraría que con una sonrisa petulante en sus labios.

 

***

 

 —Uf, vaya cara —resopló Aisha en cuanto apareció en su propia casa de nuevo.

—¿Aún estáis aquí? —preguntó arrugando la frente.

—Nos hemos quedado a hacer compañía a Susan, tu hijo sigue dormido.

Miró a su alrededor; el fuego estaba encendido en la chimenea, Lidia estaba recogiendo lo que quedaba en la mesa. Habían estado cenando. Y la maldita tenía una sonrisa en el rostro.

—Servíos como si estuvierais en vuestra casa —dijo con sarcasmo.

—Lo hemos hecho, como puedes ver— contestó Ariadna.

—¡Ya podéis largaros!

—No seas grosera y explícanos qué te pasa, desde que has entrado no dejas de gruñir —Susan podía ser muy dulce, pero a veces hablaba en ese tono cortante y le daban ganas de arrancarle la lengua.

—No voy a hablar con vosotras —anunció sacando una cerveza de la nevera.

—Aun no entiendo cómo puedes caminar por la nieve con esos tacones —comentó Ariadna intentando suavizar la situación.

—Con un pie delante del otro.

—¿En serio? —pregunto Aisha riéndose.

Siempre estaba contenta.

—Totalmente.

—Háblanos de esa gente que ha venido a nuestras tierras —preguntó Ylva entrando por la puerta en ese momento —Hola mamá.

Besó a Susan, Ylva era la hermana de Viggo y también hija de Storm, unida a Alistair hijo de Aisha y Tahiél. Se había liado una buena por esa unión, y ella se había divertido de lo lindo.

—Hola, tía France —dijo después de besar a las otras mujeres.

—¿Cuántas veces te he dicho que no me llames así?

—Muchas. —Cogió una manzana de un frutero que había en la cocina y le dio un mordisco—. ¿Y?

—¿Y? ¿Qué? —Miró a Susan—. ¿Quieres dejar de comprar para mí?

—No es para ti, es para Junior.

Ylva hizo rodar los ojos.

—¿Quiénes son? Es un clan, ¿verdad?

—¿Alistair folla tanto que solo te lo ha explicado a grandes rasgos?

—¡France! —Se escandalizaron Susan y Aisha al mismo tiempo.

—¡¿Qué?!

Ylva sonrió.

—Lo has adivinado…

—No quiero saberlo —soltó Susan de nuevo.

—Está bien, mamá

—¿Dónde están vuestros hombres? —preguntó con ganas de librarse de todas ellas.

—Han ido a comprobar las torres —contestó Aisha—. ¿Cómo es ese tal Yrre?

France por poco se atraganta al beber de la botella.

—¿Yrre? —preguntaron las otras, confundidas.

—Por una vez, ¿sé más que tú? —se rio Aisha.

Se levantó y se paseó por el salón, pisando las alfombras blancas que había sobre la madera. Este había sido el hogar de su familia, una que ya no existía desde hacía casi un siglo.

¿Cómo se había atrevido Yrre a dejarla con la palabra en la boca? Ningún macho hacía eso y salía bien parado.

—No sabes nada —gruñó.

—Ups, hemos tocado una fibra sensible. Cuenta, cuenta —animó Nora sentándose en el sofá, al lado de Susan.

France detuvo sus pasos y la miró.

—Que cuente, ¿qué?

—Háblanos sobre ese tío… Yrre —pidió Susan.

Lo que años atrás había habido entre ella y Storm, se había quedado entre ellos. Estaba segura de que Susan no tenía ni idea, y eso era algo por lo que estaría eternamente agradecida; no tenía ganas de aguantar celos infundados, puesto que todo ocurrió antes de que la humana apareciera en la vida del líder. Y siendo humana, se veía venir el drama. Antes podía leer su mente, pero desde que tenía a su compañero ya no lo hacía ni podía. Él había protegido la mente de Susan.

Según Storm, lo de tener un hijo con Viggo no tenía demasiada lógica, pero ella no estaba por la labor de hacérselo entender. Storm era inteligente y sabía por qué lo había hecho sin, por ello, causar un trauma a nadie.

—No. —Se fue a ver a su hijo.

Entró en la habitación con cuidado y se sentó a observarlo. De fondo oía el murmullo sorprendido de las mujeres.

Storm junior estaba boca abajo y la cabecita girada hacia ella, sus regordetes mofletes estaban relajados y sus labios algo fruncidos. Le recordaba a Viggo cuando era un bebé, al que, por cierto, solo vio en una ocasión. Para lo que tenía pensado, trató de mantenerse alejada. Lo quería ver como un hombre, uno que había decidido que sería el padre de su hijo, y no quería sentirse como una asaltacunas, así que durante un tiempo desapareció de las vidas de los otros líderes. Nunca se lo recriminaron ni preguntaron lo que había estado haciendo durante esos años. No dio explicaciones hasta que estuvo embarazada y volvió a su vida normal.

—¿Puedo pasar?

El susurro de Viggo la sacó de sus pensamientos.

—Pasa —concedió. Al fin y al cabo, era el padre de la criatura.

Cuando cerró la puerta, se sentó a su lado en la otra mecedora.

—Tienes a las mujeres preocupadas…

—No voy a hablar de mis problemas con ellas —atajó impidiendo que Viggo fuera más allá.

Hablaban con un hilo de voz.

—¿Tienes problemas? —preguntó poniendo una robusta mano sobre la suya.

France miró hacia el lugar donde sus manos estaban unidas.

—Si no mueves esa manaza de ahí te la rompo.

—Joder. —Viggo se apartó como si se estuviera quemando.

—¿Has venido a ver a tu hijo?

—Claro.

—Pues entonces mantén la boca cerrada.

Viggo miró al pequeño con una media sonrisa.

—He visto cómo lo mirabas —soltó unos minutos después.

—Es el amor de mi vida —contestó con aplastante contundencia.

—¿Es tu compañero?

France levantó una ceja.

—¿Estás loco?

—Podría ser… ya sé que tú puedes elegir, eso hiciste conmigo…

—¿Y crees que voy a hacer lo mismo con nuestro hijo? ¿Por quién me tomas?

Viggo clavó sus ojos en ella.

—France, estaba hablando de Yrre.

—Pues haber empezado por ahí, que ya pareces humano con tu manera de expresarte. Creo que lo de follar con las mujeres de la ciudad te está sentando mal.

—¿Cuántas veces te he dicho que folles conmigo? Soy un semental, hicimos a Junior a la primera…

—Sí, sí, sí. Y además estás muy bien dotado, todo eso ya lo sé. Pero no te elegí como compañero, no te equivoques. Llegaste en el momento oportuno y yo quería un hijo.

—Mierda, te acabas de cargar mi ego.

—Pues no lo infles tanto que no es para echar cohetes.

—Eso díselo a las humanas —dijo guiñando un ojo.

Viggo era tan apuesto como su padre y, aunque se cortaría una pierna antes de admitirlo, era muy bueno en la cama.

—¿Te quedas con Junior un rato más?

—No hay problema.

—Tengo que salir…

—Vas a verlo, bien. Te doy el visto bueno.

—¡No necesito tu permiso, capullo! —gritó en susurros.

Viggo se rio en voz baja.

—Ven aquí.

Se podía haber esfumado desvaneciéndose en el aire, pero dejó que la abrazara. Viggo era especial y sufría todos sus desplantes con un sentido del humor envidiable.

—Cuando vengas…

—No, Viggo. No vamos a retozar.

—Que fina.

—Lo sé…

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