Familia

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Juemin llamaba hermano mayor a Gao Juexin. Él y sus dos hermanos eran hijos de los mismos padres y los tres vivían en la misma casa, pero la situación familiar de Juexin era muy distinta: como descendiente primogénito de la rama principal, su futuro estaba trazado desde el día de su nacimiento. Apuesto y de carácter afable, desde la niñez había dado muestras de su inteligencia y había crecido con el cuidado amoroso de sus padres y la estima de su preceptor. Todos le auguraban un brillante porvenir y el padre y la madre, en privado, se felicitaban por haber tenido un hijo como él. En la escuela secundaria fue un alumno aventajado que gozó de la admiración y el respeto de sus compañeros. Fue el primero de su promoción al terminar los cuatro años de estudios y, como le gustaba mucho la química, había planeado ir a la universidad, a Pekín o a Shanghai, y después a Alemania a fin de perfeccionar sus conocimientos.

Su buena estrella empezó a darle la espalda cuando, justo al terminar el cuarto curso, su madre murió y su padre volvió a casarse con una mujer más joven, prima de la difunta. Aunque la pérdida de la madre le dejó una profunda cicatriz, le quedaba la ilusión de una carrera prometedora y el cariño de una persona que lo entendía y lo consolaba: su prima.

Con una crueldad implacable, la suerte lo abandonó del todo la noche que, al volver a casa después de celebrar su graduación con unos amigos, su padre lo llamó a su habitación y le dijo:

—Ahora que has terminado los estudios creo que deberías casarte. Tu abuelo desea un bisnieto y a mí me gustaría poder abrazar a un nieto pronto. Ya tienes edad de formar una familia; encontrarte una esposa me quitaría un peso de encima. Durante los años que fui funcionario ahorré lo suficiente para no tener que preocuparnos por nada, pero ahora no me encuentro demasiado bien y necesito reposo. Tendrías que ayudarme a gobernar la casa y para ello no puedes prescindir de una esposa. Ya he hablado con la familia Li. La ceremonia de los esponsales será el día 13 del mes que viene, una fecha de buen augurio; está decidido. Te casarás este año.

Juexin no se esperaba aquella noticia, le parecía increíble, pero no dijo nada. Sin mostrar signo alguno de disconformidad, mantenía la cabeza inclinada para manifestar la aceptación de los designios del progenitor mientras este le hablaba afectuosamente. Cuando se fue a su habitación, cerró la puerta y escondió la cabeza entre la ropa de la cama para ahogar los llantos de desesperación.

Había oído decir algo de su matrimonio con Li, pero no había hecho demasiado caso. Su buena presencia y sus dotes para el estudio lo convertían en un buen partido, de modo que eran muchos los padres con hijas casaderas que se interesaban por él. Los casamenteros —tan honorables como los señores que los enviaban— frecuentaban últimamente la casa de los Gao, y el padre y la madrastra estuvieron considerando todas las propuestas hasta que, al final, se quedaron con dos candidatas. Tanto la una como la otra eran ideales para desposarse con Juexin, y como el padre y la madrastra no acababan de decidirse, decidieron echarlo a suertes. El padre escribió el nombre de las candidatas en dos papelillos de color rojo e hizo una bola con cada uno de ellos. Con las bolitas de papel entre las manos se puso delante del altar de los antepasados, rezó una plegaria y, acto seguido, desplegó uno de los papeles. Así se decidió que Li fuera la futura esposa.

Juexin soñaba con compartir el mañana con una prima materna de la familia Qian, y el matrimonio entre los dos había sido un tema frecuente en las conversaciones familiares. No obstante, su padre había escogido una chica desconocida y había decidido que se casaría ese mismo año. Su futuro profesional se había desvanecido y, además, tenía que casarse. Era un golpe muy duro: su futuro se había frustrado; su sueño se había hecho trizas. Lloró amargamente con la cabeza hundida en la cama, pero no se rebeló contra la voluntad del padre, ni siquiera le reprochó lo que le había hecho.

El día de los esponsales actuó como una marioneta y se dejó felicitar y lisonjear por todo el mundo como si fuera un objeto precioso. Era el protagonista. Cumplió con su deber sin experimentar emoción alguna y, por la noche, fatigado de tanta celebración, se olvidó de todo y se quedó profundamente dormido.

A partir de entonces dejó de lado la química y todo lo que había aprendido en la escuela secundaria. Guardó los libros y no volvió a tocarlos. Su único objetivo era distraerse: jugaba al mahjong, iba al teatro, bebía o atendía, sin tomar ninguna iniciativa, a los preparativos para la boda que su padre disponía.

La boda se celebró al cabo de medio año. Con la intención de dar más solemnidad al acto, el padre y el abuelo mandaron construir un escenario en la casa para la ceremonia. Las cosas no fueron tan sencillas como Juexin imaginaba. Durante los tres días previos a la boda tuvo que volver a representar su papel, recibiendo los agasajos y los cumplidos de todo el mundo. La fiesta lo dejó exhausto, pero esta vez, cuando los invitados se marcharon, no pudo olvidarse de todo ni abandonarse al sueño. A su lado tenía una esposa que no conocía y tuvo que seguir representando su papel.

Se había casado. Su abuelo ya tenía una mujer para su nieto, y su padre, la nuera que deseaba. Los demás en la familia estaban contentos y él tampoco se sentía mal del todo. Su esposa era solícita y afectuosa, y su aspecto no era muy distinto del que él hubiera deseado. Relativamente conforme con su situación, parecía haber olvidado su amor frustrado y su carrera profesional truncada. Satisfecho con el amor que le profesaba su esposa, se le veía contento en su compañía.

Así transcurrió un mes, hasta que un día, al atardecer, su padre lo llamó de nuevo a su habitación y le dijo:

—Ahora que ya tienes una familia, debes ganarte la vida para evitar los chismorreos de la gente. Te he mantenido y te he procurado una esposa, ya he cumplido con mi deber de padre. Es necesario que los dos dependáis económicamente de tu trabajo. En casa, claro, hay suficiente dinero para que continúes los estudios, pero ya tienes esposa y no puedes dejar la casa. No estaría bien que tuvieras ventajas sobre los demás. Además, el abuelo no aprobaría que te marcharas a estudiar fuera, ni estaría bien visto que te quedaras en casa sin hacer nada. Te he encontrado un empleo en la Compañía Xi Chu. El sueldo no es demasiado alto, pero es suficiente para vuestros gastos y, si trabajas bien, irás ascendiendo de categoría. Mañana te acompañaré allí. Nuestra familia es accionista de la compañía y yo, además, soy miembro del Consejo de Administración. Todos son amigos míos y te ayudarán.

Mientras su padre le hablaba, Juexin escuchaba y asentía. Lo atormentaba un único pensamiento: «Todo ha terminado». Su corazón encerraba muchas palabras que no decía.

Al día siguiente, a primera hora de la tarde, su padre le dio algunos consejos sobre la manera de tratar a la gente y de comportarse en el trabajo. A continuación, dos palanquines los llevaron hasta la empresa. En las oficinas estaban el administrador Huang, un cuarentón jorobado y con bigote; el contable Chen, que tenía cara de vieja; el larguirucho cajero Wang y dos o tres empleados más. El administrador le hizo algunas preguntas, que Juexin respondió como si recitara una lección. Aunque lo trataron con mucha amabilidad, se sentía extraño, se daba cuenta de que no era como ellos. Hasta entonces nunca había tratado con gente de aquel nivel.

Su padre se marchó y lo dejó allí, solo y abandonado, como en un isla desierta. Además, no tenía nada que hacer. Estuvo sentado en un despacho durante más de dos horas, mano sobre mano, observando al administrador, que hablaba con las visitas, hasta que de repente este se acordó de él y le dijo afectuosamente:

—Hoy no hay trabajo, si el hijo del amigo lo desea, puede marcharse.

Juexin llamó a un palanquín y volvió a casa como un reo recién indultado. Por el camino no dejaba de atosigar al porteador para que se diera prisa, en aquel momento se sentía la persona más feliz del mundo. Una vez en casa, fue primero a ver al abuelo y a escuchar sus recomendaciones y luego las del padre. Después se retiró a su habitación, donde su esposa le preguntó por el trabajo y le dio ánimos. Al día siguiente, a las diez de la mañana, después de desayunar, volvió a la oficina hasta las cuatro de la tarde. Aquel día ya tuvo un despacho propio y empezó a trabajar siguiendo las indicaciones que le dieron el administrador y sus compañeros.

Así, con diecinueve años, había empezado su vida laboral. Poco a poco fue habituándose a la empresa. La primera vez que cobró los treinta y dos yuanes de salario se sintió alegre y triste al mismo tiempo; alegre porque los había ganado con su esfuerzo, y triste porque aquel dinero era el precio que había pagado por olvidar su carrera.

Su existencia era soportable. En el trabajo, cada mes recibía la paga sin experimentar emoción alguna. En casa, los días transcurrían sin sobresaltos; soportaba caras largas, escuchaba conversaciones aburridas y se ocupaba de tediosos asuntos, pero la familia no le importunaba demasiado y les dejaban en paz a su esposa y a él.

No había transcurrido ni medio año cuando un hecho desafortunado volvió a trastocarle la vida: una epidemia se llevó a su padre y tuvo que asumir todas las responsabilidades familiares: velar por la madrastra, las dos hermanas y los dos hermanos, que todavía iban a la escuela. Solo tenía veinte años. Nunca hubiera podido imaginarse que su situación podría ser aún más dura.

Con el paso del tiempo el dolor fue mitigándose. Junto al padre enterró sus recuerdos y su juventud, y asumió las nuevas obligaciones con resignación. Al principio soportó la carga familiar sin demasiados problemas, pero poco a poco sintió que le lanzaban dardos invisibles por todos lados. Podía esquivar algunos, pero otros lo alcanzaban de lleno. Descubrió la cara oculta de aquella familia honorable que, tras una máscara de respetabilidad y educación, escondía odios y mezquindades. A pesar de que había dejado atrás sus ilusiones juveniles, todavía conservaba los ideales de justicia e intentaba actuar con ecuanimidad. Con todo, sus esfuerzos eran vanos y solo le traían problemas y enemigos. La familia estaba formada por cuatro ramas. En realidad, su abuelo había tenido cinco hijos, pero el segundo había muerto muy joven. Con los familiares de la tercera rama era con quien Juexin tenía más proximidad. Con los tíos cuarto y quinto la relación no era tan buena, y la cuarta tía, que siempre desconfiaba de la madrastra, le creaba muchos problemas porque indisponía a la quinta contra la madrastra. Ellas dos eran las artífices de la mayoría de chismes que circulaban sobre Juexin y su familia.

Los esfuerzos de Juexin por mantener apaciguado a todo el mundo le fatigaban y además resultaban estériles. Se preguntaba qué sentido tenían aquellos conflictos constantes. A las tías cuarta y quinta se añadía la vieja concubina del abuelo. ¿Merecían la pena los esfuerzos que hacía si no lograba apaciguarlas? Al final encontró la forma de vivir en paz o, mejor dicho, la forma de vivir en paz con la familia, y consistía en hacer todo lo posible por evitarse problemas: se desembarazaba de ellas con buenas palabras, se mostraba exageradamente respetuoso, se dejaba ganar en el juego, les hacía pequeños recados… En definitiva, sacrificaba una parte de su tiempo a cambio de tranquilidad.

Poco después de la muerte del padre, Shurong, la hermana mayor, murió de tuberculosis. Aunque su muerte le entristeció todavía más, Juexin se vio aliviado de una de sus cargas familiares.

Al cabo de poco tiempo nació su primer hijo. Juexin se sintió profundamente agradecido a su esposa: el hijo le trajo una inmensa felicidad, no podía desear nada más. Hasta aquel momento su vida se reducía a cargar con las obligaciones que le había legado su padre, pero de pronto tenía un hijo, un ser de su carne y su sangre. Podía criarlo, educarlo, y hacer realidad en él sus ambiciones. La felicidad de aquella criatura sería la suya. Sus sacrificios no habían sido en vano.

Dos años después del nacimiento de su hijo tuvo lugar el movimiento del 4 de mayo[10]. Los periódicos difundieron los hechos, que se propagaron como un reguero de pólvora y despertaron en Juexin su aletargado entusiasmo juvenil. Tanto él como sus dos hermanos leían con avidez las noticias que llegaban de Pekín y las de las huelgas de los comerciantes de Shanghai y de Nanquín que tuvieron lugar a principios de junio. Los periódicos locales reproducían artículos de Nueva Juventud y de Crítica Semanal. En la Librería Nacional e Internacional compraron el último número de la primera y dos o tres ejemplares de la segunda, cuyos artículos vehementes y apasionados les atraían con una fuerza irresistible y les reafirmaban en sus convicciones sin dejarles suficiente tiempo para la reflexión. Llegaban a sus manos todas las publicaciones del momento: Nueva Juventud, Nueva Ola, Crítica Semanal, La Joven China… Cada noche, los hermanos las leían devotamente sin dejarse ni una columna. Discutían a menudo sobre lo que habían leído. Las ideas de Juemin y Juehui eran más progresistas que las del hermano mayor, a quien tildaban de seguidor de la filosofía de la reverencia de Liu Bannong[11]. Juexin decía que le gustaba la doctrina de la no resistencia de Tolstói, aunque no había leído el texto original y solo conocía del autor ruso el relato «Iván el tonto»[12].

Las teorías de la reverencia y de la no resistencia permitían a Juexin conciliar el espíritu de Nueva Juventud con su realidad familiar. Le servían de justificación ante sí mismo y a la vez hacían que se sintiera partícipe de las corrientes de pensamiento modernas. De hecho, se había convertido en un hombre de doble personalidad: en el trabajo y en casa se comportaba según las costumbres tradicionales, y cuando estaba con sus hermanos era un hombre de ideas avanzadas. Sus hermanos le echaban en cara ese desdoblamiento, pero a él no parecía importarle demasiado y seguía alternando la lectura de las nuevas ideas con la vida cotidiana tradicional.

Entretanto, su hijo iba creciendo. Empezó a andar y a decir sus primeras palabras. Era una criatura encantadora e inteligente. Juexin depositó en él todo su afecto. «Hará todo lo que yo no he podido hacer», pensaba. No quiso contratar a un ama de cría pues prefirió que se encargara su mujer. Aquello fue un verdadero escándalo en la familia, pues jamás nadie había hecho algo así. Hubo muchos comentarios maliciosos de parientes y conocidos, pero Juexin, convencido de que aquello era lo mejor para su hijo, contaba con el apoyo de su esposa, quien confiaba plenamente en sus métodos.

Por la noche, la mujer y el hijo eran los primeros en acostarse. Al cabo de un rato, Juexin iba a contemplar aquella carita candorosa que dormía en brazos de su madre. Se olvidaba de sí mismo y, con un amor infinito, se inclinaba para besarla y le decía al oído las palabras más dulces que se le ocurrían.

No sabía que él, años atrás, de niño, había oído las mismas palabras de boca de sus padres.

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