Familia

Familia


Familia » 7

Página 11 de 50

7

Los domingos por la tarde Juexin acostumbraba a ir a las oficinas de la empresa, abiertas aquel día de la semana.

Acababa de tomarse un té cuando entraron Juemin y Juehui, que solían ir a verle muchos domingos después de pasar por la Librería Nacional e Internacional para comprar las últimas novedades. De entre los negocios que tenía la empresa en aquel recinto comercial, había una pequeña central eléctrica que suministraba la corriente al centro y a las tiendas de las calles cercanas. El recinto era muy grande, con establecimientos de todo tipo. Las oficinas administrativas estaban allí mismo. La Librería Nacional e Internacional estaba ubicada a la izquierda de la entrada posterior del recinto. Los hermanos Gao tenían muy buena relación con la librería.

—Esta vez han llegado pocos ejemplares de Nueva Juventud, cuando hemos ido solo quedaba uno. Si hubiéramos pasado más tarde no habríamos encontrado ninguno —dijo Juemin, sentado en una silla delante de la ventana y mirando la revista como si fuera un tesoro.

—Le dije al señor Chen que me reservara un ejemplar de todas las publicaciones que llegan —contestó distraídamente Juexin mientras revisaba unas facturas.

—No sirve de nada reservarlas, hay mucha gente que lo hace, y la mayoría son clientes antiguos. Ha recibido tres paquetes y los ha vendido en un par de días —dijo Juehui, impaciente por empezar a leer la revista.

—Pronto llegarán más. El señor Chen ha dicho que estos tres paquetes eran un avance —explicó Juemin. Se levantó, tomó un ejemplar de La Joven China de encima del escritorio y volvió a su sitio para hojearlo. Estaba sentado en una silla de la derecha. Había tres, una al lado de la otra, separadas por dos mesillas de té. La suya era la que estaba más cerca de la ventana. Entre esta y la ventana solo había la silla giratoria en la que a menudo se sentaba Juexin. Los tres hermanos estaban en un silencio que solo rompía el sonido seco e ininterrumpido de las bolas del ábaco. Los cálidos rayos del sol invernal entraban oblicuamente por la ventana, velados por el estor. Fuera se oían los pasos de los transeúntes en su ir y venir; los de unos zapatos sobre el hormigón se distinguieron cada vez más cercanos. Se oyó cómo subían los escalones y atravesaban la entrada principal de las oficinas. Al final, la cortina azul de la estancia se movió y entró un joven alto y delgaducho. Los tres jóvenes levantaron la cabeza para mirar al recién llegado y Juexin dijo sonriendo:

—Jianyun…

Este, después de saludar a los hermanos, tomó el Diario de los Ciudadanos y se sentó al lado de Juemin. Echó un vistazo a las noticias locales y al terminar dejó el periódico sobre la mesilla de té y, mirando a Juemin, preguntó:

—¿Ya estáis en las vacaciones de invierno?

—Las clases han terminado, los exámenes serán el próximo trimestre —contestó secamente Juemin, mirándolo un instante antes de sumergirse otra vez en la lectura de La Joven China.

—He oído que hoy la Asociación de Estudiantes hace una representación teatral en el parque Wanchun para reunir fondos para las escuelas populares. ¿Es cierto? —volvió a preguntar con amabilidad Jianyun.

Juemin lo miró y, de nuevo, le respondió con desgana:

—No sé si se hace o no, pero seguro que no se trata de la Asociación de Estudiantes. Probablemente solo esté organizada por dos o tres escuelas.

En los últimos tiempos, Juemin no estaba al corriente de aquellas cosas. Iba a clase y volvía a casa para preparar su papel de doctor Livesey en La isla del tesoro.

—Así, pues, ¿no pensáis ir? Creo que van a representar El matrimonio[13] y Casa de muñecas[14]. No pinta nada mal el programa.

—Está demasiado lejos y estos días andamos tan atareados con los exámenes que no estamos para teatro —contestó Juemin sin levantar siquiera la cabeza.

—Pues a mí me gustaría ir. Las dos obras son buenas —dijo Juexin mientras hacía cuentas con el ábaco—, pero no tengo tiempo.

—Aunque quisieras ir, ya es demasiado tarde —dijo Juehui, que acababa de leer el artículo de la revista y la había dejado caer sobre el regazo.

Jianyun agachó la cabeza, abatido, tomó un periódico de la mesilla y se dispuso a hojearlo.

—Jianyun, ¿sigues dando clase en casa de los Wang? Has estado unos días sin ir. ¿No te encontrabas bien? —le preguntó preocupado Juexin al observar que no tenía buen aspecto.

—He estado resfriado. Sí, aún doy clase en casa de los Wang, a menudo coincido con la señorita Qin. —Siempre la llamaba señorita Qin, aunque ella no estuviera presente.

Jianyun era un pariente lejano de la familia Gao. Era un poco más joven que Juexin y por eso lo llamaba hermano mayor, al igual que Juemin y Juehui. Se quedó huérfano siendo muy pequeño y se había criado en casa de un tío paterno. Después de la escuela secundaria no había podido acceder a los estudios superiores y se ganaba la vida enseñando inglés y matemáticas a dos hijos de la familia Wang, parientes de la tía Zhang. Por eso coincidía muchas veces con Qin en casa de estos.

—No tienes buen color y estás muy flaco. Tienes que cuidarte —le dijo Juexin, paternal.

—Tienes razón, hermano mayor, ya lo sé —respondió agradecido.

—¿Por qué siempre estás tan decaído? —le preguntó Juexin.

—Todos me dicen lo mismo, pero a mí no me lo parece. Quizás es porque he crecido sin padres.

Le temblaban los labios, parecía que estuviera a punto de llorar.

—Deberías hacer deporte. Estar triste no te hace ningún bien —dijo Juemin, esbozando un gesto de desaprobación con la cabeza.

No había terminado de hablar cuando se oyeron unos pasos y la voz de una mujer joven que decía:

—Primo mayor…

—¡Ha venido la señorita Qin! —exclamó Jianyun, y se le iluminó la cara al instante.

—¡Adelante! —le dijo Juexin levantándose de la silla.

La cortina se abrió y entró Qin, acompañada de su madre y el criado Zhangsheng detrás, que se marchó enseguida.

Qin vestía una chaqueta de seda de color verde pálido y una falda azul marino. Debajo del flequillo perfectamente cortado se dibujaban unas cejas bien perfiladas y unos ojos engarzados a ambos lados de una nariz recta. Su mirada brillante iluminaba su rostro y toda la habitación. Las miradas de los cuatro jóvenes se dirigieron hacia ella. Qin y su madre los saludaron sonriendo. Juemin y Jianyun se levantaron para ofrecerles asiento. Juexin tocó el timbre para que les sirvieran té.

—Mingxuan, me han dicho que en La Nueva Prosperidad han llegado telas nuevas y querría comprar un par, pero no sé si merece la pena —dijo la tía Zhang dirigiéndose a Juexin.

—Sí, hay de diferentes tipos, también de popelín —afirmó Juexin.

—¿Puedes acompañarme a echarles un vistazo?

—Si la tía quiere, estaré encantado. ¿Quieren ir ahora? —preguntó Juexin, levantándose, mientras esperaba la respuesta de la tía Zhang.

Esta, alborozada, dijo:

—¿No tienes trabajo ahora mismo? Pues vamos.

Se levantó y miró a Qin interrogativamente.

—Madre, yo no voy. Te espero aquí.

—De acuerdo.

Juexin cedió el paso a la tía y salieron los dos.

—Primo tercero, ¿qué estás leyendo? —preguntó Qin mirando la revista que tenía Juehui entre las manos.

Nueva Juventud, recién llegada —dijo sonriendo, complacido.

Qin se rio al ver que agarraba la revista.

—No temas. ¡No voy a quitártela!

Juemin se levantó y le señaló otra:

—Mira, aquí tienes La Joven China, luego no me digas que la guardo como un tesoro.

—Primero leedlas vosotros y cuando hayáis terminado me las llevaré a casa para leerlas con calma.

Juehui siguió leyendo. Al cabo de un momento preguntó a Qin:

—Prima Qin, ¿por qué estás tan contenta hoy? ¿Ya te ha dado una respuesta tu madre?

Qin, negando con la cabeza, contestó:

—Ni yo misma sé por qué estoy tan contenta. En el fondo lo que pueda decir mi madre no es tan importante, mis asuntos tengo que resolverlos yo. Soy una persona, como vosotros —declaraba mientras se levantaba y se acercaba a Juemin.

—Sí, señora —dijo este con aprobación—. ¡Estás hecha toda una mujer moderna!

—No te burles de mí —dijo Qin riendo, pero enseguida adoptó una expresión solemne y, cambiando el tono de voz, dijo—: Tengo que daros una noticia: vuestra tía Qian ha vuelto a la ciudad.

Desde luego, era una noticia inesperada.

—¿Y la prima Mei? —preguntó Juehui angustiado.

—También. No hace ni un año que se casó y ya se ha quedado viuda. Como la familia del marido no la trataba demasiado bien, volvió a vivir con su madre, y ahora han regresado otra vez.

—¿Cómo lo sabes? ¿De dónde has sacado la noticia? —preguntó Juemin, intrigado, con los ojos abiertos de par en par detrás de sus gafas de montura dorada.

—Ayer vinieron a visitarnos a casa —dijo Qin en voz baja.

—¿La prima Mei fue a veros? ¿Cómo está? —Quiso saber Juemin.

—Un poco más delgada, pero más guapa que antes. Su mirada esconde muchas cosas, aunque no le hice demasiadas preguntas porque no quise remover el pasado. Estuvimos hablando de la vida y de las costumbres en Yibin y de su situación, pero no mencionamos al primo mayor. —El tono de voz de Qin se volvió más grave al preguntarle a Juemin—: ¿Y el primo mayor qué?

—Parece que la olvidó pronto, nunca habla de ella. Además, es muy feliz con su mujer —respondió Juemin.

Qin movió la cabeza con delicadeza y, un poco triste, dijo:

—La prima Mei no debe de haberlo olvidado tan fácilmente. Solo mirándola a los ojos sé que aún se acuerda de él… Mi madre me ha dicho que no le diga nada a Juexin.

—Por nosotros no te preocupes. La prima Mei y la tía no irán a nuestra casa, así que ellos dos no tendrán ocasión de verse. El hermano mayor ya lo ha olvidado todo; las cosas han cambiado mucho en nueve años. Su mujer y él están muy bien. ¿Qué hemos de temer? —dijo Juehui.

—Es mejor no decirle nada. Si la ha olvidado, no vale la pena que se la recordemos. Pero ¿estamos seguros de que la ha olvidado? —insistió Juemin.

—Me parece bien no contarle nada de esto —dijo Qin.

Jianyun estaba sentado en un rincón de la estancia con una expresión compungida; quería intervenir en la conversación, pero no se atrevía. Miraba a Qin todo el rato, escuchando con interés lo que decía, pero ella no le prestaba atención. Comprendió perfectamente lo que la chica acababa de decir y, sin poder contenerse, espetó:

—Si el hermano mayor y la prima Mei se hubieran casado, habría sido un matrimonio muy feliz.

Qin se lo quedó mirando con ternura, pero él rehuyó enseguida la mirada, aunque para él esa mirada era como una bendición. Además, ¿acaso Quin no acababa de decir lo mismo que pensaba él?

—No sé quién se interpuso entre la madrastra y la tía, qué las hizo reñir y destruyó la felicidad de Mei y de nuestro hermano —comentó Juehui indignado.

—Yo sí que lo sé, me lo explicó mi madre. Ni siquiera el primo mayor lo sabe —dijo Qin con tristeza—. De hecho, vuestro padre ya había enviado un casamentero y estaba todo arreglado. Pero parece que vuestra tía, que ya había dado su consentimiento, hizo examinar los horóscopos de Juexin y Mei. Le dijeron que sus destinos no eran compatibles y que Mei moriría joven, y entonces se opuso a la boda. Pero en realidad había otro motivo. Una vez, ella y vuestra madrastra tuvieron un problema en el juego, y como la tía se sintió agraviada, se vengó oponiéndose al matrimonio. Vuestra madrastra apreciaba mucho a Mei. En realidad, ¿quién en la familia no la apreciaba?… Más tarde, cuando se anunció la boda del primo mayor con Li, vuestra tía se enfadó aún más y desde entonces no se hablan.

—¿Así que fue por eso? Nosotros ni siquiera sabíamos que se había llegado a convenir el matrimonio. Echábamos la culpa a nuestro padre y a la madrastra por no tener en cuenta los sentimientos de Juexin. Los juzgamos de manera equivocada —dijo Juemin.

—Sí, en aquella época todos dábamos por sentado el matrimonio. Cuando nos dijeron que Juexin se iba a casar con Li, lo sentimos por Mei y no comprendimos que el hermano mayor accediera a ello. Después, ella ya no apareció más por casa y al cabo de poco tiempo dejó la ciudad. Cuando Juexin se casó con nuestra cuñada no entendimos su actitud tan sumisa. ¡Qué ridículo! ¡Estábamos más enojados que nuestro hermano! —dijo Juehui rompiendo a reír a carcajadas.

—No sé si se puede decir que se querían, aunque tuviesen la misma edad y caracteres parecidos —añadió Juemin—. La prueba es que el hermano mayor no sufrió demasiado después de la separación.

—¡Cómo eres…! ¿Cómo puedes decir esto?

Jianyun suspiró desde su rincón.

—¿Qué te pasa, Jianyun? ¿Por qué suspiras? —le preguntó Juemin sorprendido.

—Siempre está igual —dijo Juehui, mofándose.

Jianyun no contestó. Los demás lo miraban. El joven levantó la cabeza y su mirada oscura fue a parar al rostro de Qin, pero apartó la mirada en el acto al ver que la chica lo estaba mirando. Después, negando con la cabeza, exclamó:

—¡Vosotros no entendéis al hermano mayor! No lo entendéis, él no la ha olvidado. Ya hace tiempo que me di cuenta: Juexin piensa en ella a menudo.

—¿Y por qué nosotros no lo hemos notado? Jamás habla de ella. Si la quiere, ¿cómo puede parecer tan indiferente? —replicó Juemin.

—No se trata de notarlo. Yo creo que ni él mismo es consciente de ello —contestó Jianyun.

—Yo tampoco lo creo —dijo Juehui con obstinación.

—¡Ni yo! —insistió Qin—. Los sentimientos no se pueden esconder. Si la quiere, ¿cómo puede mostrarse tan impasible?

A Jianyun le cambió la cara ante la reacción de su prima. Le temblaban los labios. Agachó la cabeza y enmudeció. Qin, perpleja, le preguntó:

—¿Qué te ocurre, Chen?

En el rostro de Jianyun había aparecido una sonrisa melancólica. Los demás no entendían qué le ocurría. Qin insistió:

—¿No te encuentras bien, Chen? ¿Te pasa algo?

Jianyun miró a Qin angustiado. No podía hablar, tenía un nudo en la garganta. Por fin, con una gran esfuerzo, dijo:

—No es nada, no es nada. Cosas que pienso… difíciles de explicar.

—¿Por qué te muestras siempre tan reservado? Nos vemos a menudo y, en cambio, pareces un extraño —le dijo Qin amablemente.

—No es reserva, es mi realidad. Me siento muy lejos de vosotros, no merezco vuestra compañía —dijo ruborizándose.

—No hables así. ¡Nosotros no queremos ni oírlo! Hablemos de otra cosa —replicó Qin con un tono imperativo pero afectuoso.

Juemin, que permanecía en silencio escuchando atentamente la conversación entre los dos, sonrió complaciente. Juehui leía Nueva Juventud y no prestaba atención. La expresión de Jianyun era indefinible, era difícil saber qué se le pasaba por la cabeza. Aquel «nosotros» parecía herirle.

—Señorita Qin, ya hablaremos otro día, ahora tengo que irme, tengo cosas que hacer —dijo levantándose de golpe.

Qin lo miró perpleja sin saber qué hacer. Juemin le imploró:

—Quédate un poco más. Hablemos un poco, el hermano mayor está a punto de regresar.

—Gracias, pero debo irme… —contestó dubitativo. Se despidió haciendo un gesto con la mano y se marchó.

—¿Tiene problemas sentimentales? —preguntó Qin, preocupada, a Juemin.

—¡Vete tú a saber! —contestó este con brusquedad.

—Seguro que le pasa algo. Si no, ¿por qué está tan raro? Antes no estaba así.

—Sí, últimamente está muy extraño, parece irritado. Las cosas no le van demasiado bien.

—Me da lástima. Cada vez que nos encontramos e intento hablar con él, me rehúye. —Los dos hermanos no decían nada. Qin continuó—: Es como si tuviera miedo de que descubramos algún secreto. ¿Cómo puedes acercarte a él así? A veces tengo la sensación de que me evita.

—Probablemente se trata de un amor no correspondido, Jianyun ha nacido en una época equivocada —dijo Juemin entre carcajadas—, aunque a veces lea libros modernos —añadió.

—¿Y qué nos importa lo que haga o deje de hacer? —dijo Juehui dejando la revista—. Hoy en día hay muchas personas como él. ¿Tenemos que perder el tiempo preocupándonos por ellas?

Los tres se quedaron en silencio un buen rato. Un rostro desconocido apareció de detrás de la cortina, miró en todas direcciones y se dijo: «El señor Gao ha salido».

De repente Qin dijo a Juemin:

—Está decidido. Lo que tengo que hacer ahora es prepararme a fondo. He pensado que podrías ayudarme a repasar el inglés. ¿Quieres?

—¡Claro! —exclamó Juemin con alegría—. Pero el tiempo…

—Cuando te vaya bien, aunque tiene que ser por la noche, de día tengo clase. Creo que no es necesario esperar a que pase Año Nuevo, cuanto antes empecemos mejor.

—De acuerdo, luego me paso por tu casa y lo hablamos. Ya vuelven —dijo Juemin al oír las voces de Juexin y la tía Zhang.

Juexin apartó las cortinas para dejar pasar a la tía y luego entró él. Zhangsheng iba detrás, cargando un paquete.

—Qin, vámonos, es tarde —dijo la tía Zhang mientras se sentaba un momento para tomar un poco de té. Al ver que Zhangsheng estaba allí esperando le ordenó—: Puedes irte a casa, llévate las compras.

Zhangsheng asintió y se marchó. Al cabo de poco tiempo, Qin y su madre también se marcharon. Juexin se despidió de ellas en la puerta de las oficinas y sus hermanos las acompañaron a la salida trasera del recinto de las galerías. Cuando estuvieron instaladas en el palanquín, regresaron a las oficinas.

Ir a la siguiente página

Report Page