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Faltaban pocos días para que Ruijue se pusiera de parto. El acontecimiento inquietaba a la concubina Chen y a las tías cuarta y quinta, así como a algunas criadas que lo comentaban a hurtadillas y en voz baja. Por fin la concubina explicó la razón del desasosiego a Keming y sus hermanos.

—Dicen que «las pérdidas de sangre traen desgracias»[41]. El ataúd del abuelo todavía está en casa y si la sangre de la gestante se mezcla con la del muerto podría traer desgracias. El único modo de impedirlo es trasladar a la mujer para que dé a luz fuera de casa, y si eso no es suficiente, porque la sangre pudiera encontrar el camino y volver a casa, es necesario que salga de la ciudad. Y si las puertas de la ciudad están abiertas y no pueden detener la sangre, tendrá que ir a un lugar cruzando un puente. En casa, para mayor seguridad, convendría construir una tumba para proteger provisionalmente el ataúd hasta el día del entierro definitivo. Solo así evitaremos la desgracia.

La quinta tía Shen fue la primera en aprobar la propuesta de la concubina. La cuarta tía Wang y Keding también se pusieron de su parte. Kean, Keming y la madrastra dudaban al principio, pero al final accedieron. Solo la tercera tía Zhang no dijo nada. Convencieron a Juexin de que el interés del abuelo estaba por encima de cualquier otra cosa y lo aceptó mansamente, jamás se negaba a nada. Lo encontraba poco razonable, pero prefirió acceder antes que enfrentarse a la familia. Fue a su habitación y se lo explicó a Ruijue, que no dijo nada; tan solo lloró manifestando su disconformidad, ya sabía que no tenía ninguna fuerza para oponerse, ni Juexin para defenderla.

—Sabes que no creo en estas cosas, pero ¿qué quieres que haga? Dicen que es preferible hacerlo por si acaso —se justificó Juexin.

—No te culpo, lamento que mi madre no viva en la ciudad —dijo Ruijue sollozando—. No quiero que te acusen de falta de piedad filial.

—Jue, perdóname, soy demasiado cobarde, ni siquiera sé proteger a mi esposa como es debido. Hemos vivido tan bien estos años… Has sido tan comprensiva conmigo…

—No digas eso. —Ruijue se secó las lágrimas—. Lo entiendo. Tu pena… Ya has sufrido demasiado. Me has tratado muy bien. Solo tengo palabras de agradecimiento.

—¿Agradecimiento? ¿No me aborreces? ¿No me guardas rencor? Estás a punto de dar a luz y te mando fuera de la ciudad a un lugar solitario. Es imperdonable. ¿Qué esposa toleraría algo así? ¡Y encima estás agradecida!

Juexin se cubrió la cara con las manos y se puso a llorar.

Ruijue, en cambio, ya no lloraba. Serena, se levantó y salió de la habitación sin decir nada. Al cabo de poco regresó con Haichen de la mano, seguida de Heshao. Llevó al niño ante su padre, le hizo pronunciar «papá» y que le diera un abrazo. Juexin miró los ojillos de Haichen y le besó la frente.

—La única esperanza que me queda es que Haichen no sea un hombre como yo.

Se levantó para salir de la habitación y Ruijue le preguntó preocupada:

—¿Adónde vas?

—A buscar una casa fuera de la ciudad.

Juexin volvió muy tarde sin haber conseguido su propósito. Al día siguiente sí que encontró una casa: pequeña, de tres habitaciones, con el suelo sin pavimentar, oscura y húmeda. No había encontrado nada mejor que estuviera fuera de la ciudad y fuera necesario cruzar un puente para llegar a ella. Antes de que Ruijue se trasladara allí, la concubina Chen y las esposas de los tíos fueron a echarle un vistazo y no le encontraron ningún inconveniente. Empezaron, pues, los preparativos de la mudanza. Juexin no dejó que Ruijue hiciera el equipaje y se encargó de prepararlo él mismo. La convenció para que se sentara e hizo la maleta siguiendo sus indicaciones; cuando metía en ella algo por iniciativa propia, Ruijue, aunque sabía que no lo necesitaría, le dejaba que lo hiciera. Una vez listo el equipaje, Juexin, orgulloso, dijo:

—Mira qué bien que lo he hecho. Adivino todo lo que quieres.

—Sí, señor —sonrió ella—, sabes perfectamente lo que necesito. La próxima vez también te pediré que me prepares el equipaje.

—¿La próxima vez? La próxima vez me iré contigo. No pienso dejar que te vayas sola.

—Iremos a casa de mi madre y lo haremos juntos.

Juexin esbozó una sonrisa.

—Sí, iremos juntos.

Se engañaban el uno a la otra, no querían confesarse lo que pensaban de verdad. Sentían deseos de llorar y se esforzaban para esconder la pena que les embargaba. Shuhua y Shuying entraron en la habitación y al cabo de poco también llegaron Juemin y Juehui. Todos se daban cuenta de la situación; Juemin y Juehui no podían permanecer callados ante aquello. Juehui había oído hablar del asunto, pero no le había prestado demasiada atención, pues creía que se trataba de una broma, pero aquel día, cuando llegaba de la calle, Yuancheng, con el rostro más grave que de costumbre y con expresión preocupada, le había dicho:

—Tercer amo joven, ¿ya sabe que se llevan a la señora joven fuera de la ciudad?

—No puede ser, no veo por qué tiene que irse.

—El amo mayor ya lo ha dispuesto todo, quiere que Zhangsao y yo la acompañemos para asistirla. Tercer amo joven, creo que no es bueno que la señora vaya allí. ¿No sería mejor que construyeran una tumba provisional como hacen las familias ricas? No entendemos por qué el amo no lo hace. ¿No podría convencerle, a él y a la señora? —El criado, secándose las lágrimas, continuó—: Todos queremos a la señora y deseamos que esté bien. Si la señora tuviera… —No pudo terminar la frase.

—De acuerdo, voy a ver al hermano mayor. No te preocupes, a la señora joven no le ocurrirá nada —le dijo Juehui emocionado.

—Gracias, pero, por favor, no mencione mi nombre por nada del mundo —le suplicó Yuancheng.

Juehui se dirigió a toda prisa a la habitación de Juexin.

—¿Te has vuelto loco? —le interpeló, indignado—. ¿Te crees esas supercherías?

—¿Cómo quieres que me las crea? —dijo Juexin, desesperado—. ¿Cómo quieres que piense que sirven para algo? ¡Pero todos se las creen!

—¡Pues tendrías que negarte! —replicó Juehui.

—Lo que dice el hermano tercero es cierto —terció Juemin—. No te lleves a la cuñada. Yo creo que si hablas con los mayores lo entenderán. También son personas razonables.

—¿Razonables, dices? Ni el tío tercero que lee tanto y que ha estudiado leyes en Japón lo es. Todos son iguales. ¿De qué servirán mis explicaciones? No quiero que me acusen de no tener piedad filial. El sufrimiento de Ruijue…

—¿Qué sufrimiento? A mí me irá muy bien trasladarme a un sitio tranquilo. Además, estaré acompañada por personas que me cuidarán. Seguro que me encontraré muy a gusto —interrumpió Ruijue con una sonrisa forzada.

—Hermano mayor, ¡has vuelto a claudicar! ¿Cómo es posible que siempre acabes sometiéndote? Ya pagaste un precio muy alto en el pasado. ¡La cuñada es importante! Todos en casa la queremos. —Juehui recordaba las palabras de Yuancheng—. Mira el hermano segundo, no quiso que decidieran por él ni que convirtieran a Qin en otra víctima, y al final lo ha logrado.

Al oírlo, Juemin no pudo evitar sonreír con orgullo.

—Hermano tercero, no tienes derecho a hablar así, no ha sido idea de tu hermano, ha sido idea mía —terció Ruijue tratando de defender a Juexin.

—No, cuñada, no es idea tuya ni del hermano mayor, es idea de ellos —dijo Juehui con el rostro encendido, y dirigiéndose a Juexin le exigió—: Hermano mayor, ¡tienes que luchar!

—Luchar, ganar… Es verdad, vosotros lo habéis conseguido. Vosotros os habéis rebelado contra todo y habéis ganado. Vosotros les ofendéis y ellos se vengan conmigo. Me odian, me critican a mis espaldas y se burlan de mí llamándome «el señor heredero de la rama principal». Vosotros os podéis rebelar, os podéis desentender de la familia, podéis marcharos… ¿Y yo? ¿Os pensáis que puedo huir? ¡Hay tantas cosas que desconocéis! No sabéis lo que he tenido que aguantar por culpa del hermano segundo. Y por el tercero, por el tema de la revista y de sus amistades. Me lo he guardado todo para mí. Solo yo sé lo que he sufrido. ¿De qué rebeldía y de qué lucha me estáis hablando? ¿A quién os pensáis que le decís estas cosas tan bonitas?

Como ya no aguantaba más, se derrumbó en la cama hecho un mar de lágrimas. No quería que lo vieran llorar, no quería dar pena a nadie. Sentía una opresión en el pecho que le impedía respirar. Ruijue, inclinada sobre la mesa, también lloraba. Shuying y Shuhua la consolaban. Juemin se arrepentía de haber sido tan egoísta y de no haber tenido en cuenta los problemas del hermano mayor. Había sido demasiado severo con él, así que intentaba encontrar palabras para animarlo.

Sin embargo, Juehui no sentía lo mismo. Observaba a Juexin. Aunque sentía lo que acababa de decir este, no le compadecía: aún albergaba odio en su interior. Conservaba la imagen del lago, del féretro; pensaba en el presente, en el futuro… No lograba olvidar todas las cosas que habían pasado. Se indignaba cada vez que lo recordaba. Los hermanos habían recibido el mismo legado moral de los padres. Su madre les había enseñado a amar al prójimo, a ayudar, a respetar a los mayores y a ser bondadosos con los subordinados, pero en aquellos momentos, ante aquella oscura fuerza que dominaba a la familia, se le hacía difícil mantener el respeto a los mayores. Había visto cómo convertían en víctimas a personas que él apreciaba, y sabía que aún habría más. Por eso no podía sentir compasión por su hermano. Sin decir nada salió de allí, cruzándose con Hesao, que entraba con Haichen de la mano.

Volvió a su habitación y se sintió más solo que nunca. ¡Tantas lágrimas! ¡Tanto dolor! Había personas que lo único que sabían hacer era destruir su vida y la de los demás. Ese era el futuro de su hermano y el de muchos hombres como él. «¿Por qué hay tanto dolor en el mundo? ¿Cómo es posible que incluso Yuancheng entienda lo que está pasando? Sea lo que sea, yo no soy como ellos, debo hacer mi camino aunque deba pasar por encima de sus cadáveres; yo tengo que salir adelante». Animado por este último pensamiento, salió de casa para ir a encontrarse con sus amigos.

Juexin acompañó a Ruijue a la casa de las afueras. Fueron también la madrastra Zhou, Shuying y Shuhua, y se llevaron a Zhangsao y Yuancheng, que iban a cuidar de Ruijue. Al cabo de un rato llegaron Juemin y Qin.

A Ruijue no le gustó la casa. No se había separado de Juexin desde que se casaron y ahora estarían separados un mes, por lo menos, demasiado tiempo en aquel lugar oscuro y húmedo. No encontraba ningún consuelo al que aferrarse, pero tenía que disimular su pesar y, mientras los demás arreglaban la casa, lloraba a escondidas.

Llegó el momento de despedirse y volver a la ciudad.

—¿Por qué os vais todos? Prima Qin, hermana tercera, ¿no podéis marcharos un poco más tarde? —preguntó Ruijue, angustiada.

—Es tarde, estarán a punto de cerrar las puertas de la ciudad y hasta allí hay un buen trecho. Mañana volveré —le prometió Qin con una sonrisa.

—«Las puertas de la ciudad» —repitió maquinalmente Ruijue. Desde que las cerraran hasta el día siguiente se quedaría aislada. Si muriese, él no podría saberlo ni ir allí—. Esto es muy solitario, me da miedo. —Ruijue no pudo evitar decir lo que sentía.

—Cuñada, no sufras, mañana vendré a vivir contigo —le prometió Shuhua.

—Yo hablaré con mi madre y también vendré a hacerte compañía —añadió Shuying.

—Jue, ten un poco de paciencia. En un par de días te habrás acostumbrado. Además, tienes dos criados que te ayudarán en todo. Seguramente mañana ellas se trasladarán aquí y yo vendré a verte cada día. No te preocupes, un mes pasa volando —le decía Juexin intentado tranquilizarla, aunque estaba muy apesadumbrado.

Ruijue los acompañó a la puerta y se quedó mirando cómo subían a los palanquines. Juexin, que ya había subido al suyo, bajó y volvió para preguntarle si quería que mañana le trajera algo.

—Tráeme a Haichen, quiero verlo. Ocúpate de él. —Y añadió—: Y no escribas a mi madre, sufriría si lo supiera.

—Le escribí anteayer. Lo hice a tus espaldas porque sabía que no querrías.

—No deberías haberlo hecho. Si se entera de que ahora… —y no continuó por temor a herirle con sus palabras.

—En cualquier caso, tenía que decírselo, si ella viniera podría ocuparse de ti. —Se quedaron mirándose sin decir nada, aunque tenían mil cosas que decirse—. Me voy. Ve a descansar un rato.

Desde el palanquín en marcha aún volvió la cabeza un par de veces para mirarla.

—¡Mañana ven temprano! —gritó Ruijue mientras él se alejaba.

Esperó a que el palanquín hubiera pasado el puente y, rodeándose el voluminoso vientre con los brazos, entró despacio en la casa. Quería arreglar algunas cosas del equipaje, pero no tenía fuerzas y se echó en la cama. Notó que la criatura se movía y le pareció oír su vocecita. Se puso la mano en el vientre y dijo en voz baja:

—No sufras.

Zhangsao la oyó y corrió hacia ella.

Al día siguiente, Juexin llegó muy pronto acompañado de Haichen, Shuhua se instaló en la casa y Shuying también fue, pero no para quedarse a dormir, porque sus padres no le habían dado permiso. Al cabo de un momento llegó Qin. Durante un rato el pequeño patio de la casa se llenó de risas y alboroto.

En el momento de marcharse, Haichen se puso a llorar, no quería separarse de su madre. Ruijue tuvo que engañarle para que se marchara con su padre.

—Mañana ven pronto también —le pidió a Juexin.

—Creo que no podré venir, debo atender a los albañiles que tienen que hacer la tumba del abuelo. —Pero al ver el gesto triste de su mujer rectificó—: Bueno, ya encontraré la manera de venir. Pero ¿por qué te pones así? No es bueno en tu estado. Si te encuentras mal, haz que me vengan a buscar.

—No sé por qué me pongo así. Cada vez que te marchas tengo la sensación de que no voy a volver a verte. No entiendo por qué me entra este miedo.

—¿De qué tienes miedo? Estamos cerca. Además, ahora tienes a Shuhua.

—¿En qué templo está? —preguntó de pronto Ruijue, señalando con el dedo unos tejados no muy lejos de allí—. He oído que la prima Mei descansa allí. Me gustaría ir a verla.

Juexin palideció, le tomó una mano y la apretó con fuerza.

—Jue, ¡no vayas! —suplicó. Y sin esperar su respuesta, le soltó la mano y dijo—: Debo irme —y subió al palanquín con Haichen, que no paraba de llamar a su madre.

Cuando llegó a casa, la concubina Chen fue a su encuentro.

—Amo joven mayor, ¿está bien tu esposa? —le preguntó.

—Muy bien, me ha preguntado por ti —contestó con una sonrisa forzada.

—¿Crees que pronto se pondrá de parto?

—Me temo que aún faltan unos días.

—Entendido, amo joven, pero, por favor, recuerda que no puedes entrar en la habitación de la luna[42].

Y se fue con un ademán altivo, dejando en el aire el hedor de su perfume. Era la tercera vez que le decía aquello y Juexin, irritado, ni le contestó. Se quedó mirando cómo se marchaba sin oír a Haichen que, agarrado de su mano, le decía «papá».

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