Faith

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Capítulo 6

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Ese día regresé a casa y actué como si nada hubiera sucedido.

Papa solo mantuvo su actitud de silencio hacia mí por dos días más. Luego y a regañadientes, habló. No fue nada importante, pero rompió el silencio.

“Faith,” dijo, “¿me podrías pasar el pan?”

Por supuesto que él jamás diría ‘lo siento’. No se disculparía ni me preguntaría cómo me siento, pero esas sencillas palabras fueron un comienzo. Después de unos días, todo había vuelto a la normalidad. Papá me hablaba como siempre lo había hecho, pero yo sabía que el problema seguía presente.

El problema del Señor Brsyon.

No habíamos mencionado su nombre en semanas, pero el asunto volvió a salir una noche después de la cena. Papá recién regresaba de fumar afuera, y el aroma seguía impregnado en su ropa.  Mamá odiaba eso, pero yo lo asociaba con un estado de buen humor de Papá desde que era niña..

Entró en la cocina, lo cual era inusual,  mientras yo limpiaba los platos. Papá observó mientras yo quitaba restos de comida de los platos y los echaba a un balde. Luego reuní otros dos baldes, uno para lavar y otro para enjuagar. Los llené de agua caliente y jabón y me puse a trabajar. Mis manos ardían por la mezcla sosa cáustica, pero era la única manera que teníamos para limpiar los platos. Cuando lavé el último plato y lo puse a secar, Papá habló.

“¿Has pensado en lo que te dije acerca del Señor Bryson?” preguntó.

“Sí,” le contesté.

“¿Y?”

Bajé la mirada al agua sucia, evitando la mirada de Papá. Aún salía vapor de la superficie, haciendo que mi frente se perlara con sudor.

“No me molestaría volver a verlo,” le dije.

Entonces levanté la mirada. La cara de Papá se iluminó con una sonrisa. No podía esconder la felicidad en su expresión. Luego, se compuso y se obligó a apretar nuevamente los labios hasta que éstos dibujaron una línea recta.

“Muy bien, muy bien,” dijo. “Y eres una chica muy afortunada, porque él sigue interesado en ti. Parece estar enamorado. Probablemente venga a visitarte nuevamente muy pronto.”

Con eso, Papá se alejó. Metió sus dedos en sus tirantes y tarareó una canción mientras caminaba. Yo lo observé hasta que lo perdí de vista detrás de la puerta.

Lo que había dicho no era completamente falso. No me molestaba tener que ver nuevamente al Señor Bryson, pero no tenía la más mínima intención de casarme con él. Sólo estaba comprando un poco de tiempo en lo que llegaba mi respuesta de Oklahoma.

Con eso, Papá se alejó. Metió sus dedos en sus tirantes y tarareó una canción mientras caminaba. Yo lo observé hasta que lo perdí de vista detrás de la puerta.

Lo que había dicho no era completamente falso. No me molestaba tener que ver nuevamente al Señor Bryson, pero no tenía la más mínima intención de casarme con él. Sólo estaba comprando un poco de tiempo en lo que llegaba mi respuesta de Oklahoma.

Hacia la mitad de la cita, inclusive logró hacerme reír. Yo cubrí mi boca con la mano.

“¡Oh, Señor Bryson!” dije.

“Por favor,” dijo y me sonrió, “mi nombre el Clarence.”

Eso fue suficiente para matar el encanto. La risa se ahogó en mi garganta y volteé a verlo con ojos como platos.

“Está bien, entonces, Señor Clarence...”

Y fue cuando sacó un pequeño paquete del bolsillo de su saco.

“Espero que tenga la amabilidad de aceptarme este obsequio, como prenda de mi afecto.”

Estiró la mano y traté de evitar el temblor de la mía cuando la estiré para alcanzar el paquete. Cuando lo tomé, nuestros dedos se apretaron así que encogí mi brazo.

“No debió molestarse,” le dije.

“No, no, ande. Por favor, ábralo.”

Con dedos vacilantes, retiré la envoltura del regalo. Dentro estaba un pañuelo de seda. Tenía una paloma bordada con hilo azul en una esquina. A lo largo estaba mi nombre, ‘Faith’ con letras alargadas.

Yo me quedé literalmente sin habla.

“Espero que le guste, y que no sea una imposición de mi parte,” dijo el Señor Bryson.

“Es, ah...” luché por encontrar las palabras. Intercambiaba la vista entre el pañuelo y su cara.

“Es hermoso,” dije finalmente, “gracias.”

“Bueno,” dijo el Señor Bryson, “debo retirarme.”

Yo simplemente asentí, y mi incorporé para buscar a mi padre. Seguía en shock aún después de que el Señor Bryson había hecho una reverencia para retirarse de la casa.

“¿Qué es eso?” preguntó Papá.

“Es un pañuelo. Un regalo de Señor Bry- el Señor Clarence.”

Papá arqueó las cejas, como si no pudiera creerme.

“¿Es que ya te está haciendo regalos? ¡Vaya que lo haz hechizado!” dijo Papá. “¿Lo ves? No es tan mal tipo, ¿verdad?”

“No, Papá, supongo que no.”

Papá tomó mi silencio como emoción, pero no era lo que estaba sintiendo. Para mí, el pañuelo sólo significaba que las cosas avanzaban más rápido de lo esperado. Quería que mi carta llegara para poder detener farsa antes de que las cosas llegaran demasiado lejos.

Fue entonces que empecé con mis paseos semanales. Papá estaba feliz con la manera en que estaba progresando el asunto, y fui capaz de persuadirlo para que me permitiera salir sola a mi caminata semanal. Por mi salud, desde luego.

Caminaba hasta la tienda ya familiar para mí, y entraba hasta encontrarme con el rostro de la Señora Shelby.

“Ahora te veo con más frecuencia que antes, Faith,” dijo ella.

La Señora Shelby estaba muy ocupada cortando tela para levantar su vista hacia mí. Estaba encorvada sobre el patrón, el par de enormes tijeras en su mano cortando figuras que se convertirían en una prenda para sus clientes.

“¿Qué puedo hacer por ti?” me preguntó.

“¿No ha recibido una carta para mí, verdad?” pregunté. “De Oklahoma.”

Eso fue suficiente para picar su curiosidad. La Señora Shelby dejó de cortar y volteó a verme.

“Ah,” dijo, “se trata de eso. Tú y tu amigo ‘especial’ Lo siento pero no he recibido nada.”

El corazón se me hundió en el pecho. Suspiré y dejé que mis hombros cayeran, sólo por un momento. Luego me obligué a sonreír.

“No importa,” le dije, “seguramente llegará pronto. Gracias, Señora Shelby.”

Di la media vuelta para abandonar la tienda, y me llamó justo cuando estaba junto a la puerta.

“¡Ánimo! Seguramente tu carta llegará pronto,” dijo.

Desafortunadamente para ambas, no fue así. Pasaron las semanas y señales de la carta. Sabía que el correo era muy lento, sobre todo desde los territorios hasta el este, pero a mí se me estaba acabando el tiempo.

Cada vez que el Señor Bryson me visitaba, la situación se volvía más seria. Papá esperaba una propuesta formal cualquier día, estaba seguro de eso. Cuando el Señor Bryson vino al té con un ramo de flores roja, temí que Papá tuviera razón.

Y aún así, continué yendo cada semana a la tienda de la Señora Shelby. Cada semana volvía con las manos vacías. ¿Acaso sería que la carta no iba a llegar nunca? Quizás yo era demasiado optimista e ingenua. ¿Por qué un hombre al que jamás había visto querría llevarme al Oeste para hacerme su esposa?

Quizás todo mi plan estaba condenado al fracaso desde el principio. ¿Y si la carta nunca llegaba? ¿Qué entonces? ¿De verdad tendría que despertar con la cara del Señor Bryson junto a mi cada mañana por el resto de mi vida?

El solo pensarlo me hizo un nudo en el estómago. Él era un buen hombre, pero si podía tener amor, al menos quería tener aventuras.

Finalmente, al parecer mi plan me alcanzó. Esa mañana, Papá había estado de buen humor otra vez. Fumaba su pipa en la mañana y constantemente sonreía a sí mismo como gato inglés. Lo conocía lo suficiente como para preocuparme.

“Papá,” pregunté, “¿por qué estás tan contento esta mañana?”

Cuando escuchó mi pregunta, trató de borrase la sonrisa de la cara, pero no lo logró.

“¿Acaso no puedo ser un hombre feliz? Después de todo,” dijo, “tengo una esposa adorable y dos hermosas hijas. ¿Qué más puedo pedir?”

“Esto no tiene nada que ver con la visita del Señor Clarence el día de hoy, verdad?” le pregunté.

“Bueno, no niego que me complace que siga teniendo atenciones con mi hija mayor,” dijo Papá.

Ese fue el final de la conversación. Tuve mis sospechas respecto a mi padre todo el día, pero no sabía exactamente qué fue lo que puso a mi Papá en ese estado. Nunca imaginé que me enteraría muy pronto.

Cuando el Señor Bryson vio a tomar el té, las cosas empezaron como de costumbre. Ya nos habíamos visto tantas veces, que parecía algo natural. Él era como el hermano que nunca tuve.

Tomamos té e hice el trámite de usar el pañuelo que me regaló para secar mis labios. Cuando el Señor Bryson vio la pequeña paloma bordada, sonrió.

“¿Señorita Walker?”

“¿Sí, Señor Clarence?”

“Tengo que preguntarle algo muy importante,” dijo con una enorme sonrisa. “Algo que he tenido la intención de pedirle desde hace buen tiempo.”

Para entonces, mi corazón se había detenido. Sabía que ésta no sería una pregunta cualquiera. Contuve la respiración, pero fue cuando el Señor Bryson se puso en una rodilla que estuve segura de que iba a desfallecer.

“Señorita Walker entiendo que usted ha tenido sus reservas conmigo al principio, pero desde el principio, cuando la conocí, estaba seguro de querer hacer esta pregunta. Creo que nos hemos encariñado durante nuestras citas para tomar el té y me atrevo a decir que usted disfruta de mi compañía.

“Lo diré llanamente para que no malinterprete el significado. Lo que le quiero preguntar, Señorita Walker es, ¿que si me haría el honor de casarse conmigo y convertirse en la Señora Bryson?”

Me sentí enferma. Mi cuerpo entero se llenó de sudor frío, como si me hubiera dado una fiebre repentina. El Señor Bryson tomó mi mano en la suya, pero yo la retiré.

“Yo –”

En cuanto abrí la boca, pude ver los ojos del Señor Bryson agrandándose. Él esperaba que yo dijera que sí. Por supuesto que  lo esperaba. ¿Acaso le había yo dado señales de que no iba a ser así? Lo intenté nuevamente.

“Esto es demasiado para mí,” le dije. “¿Podría usted darme un poco de tiempo?”

El rostro del Señor Bryson se apagó. No era lo que él estaba esperando. Había algo que él sostenía en la mano, en su bolsillo. ¿Un anillo? Volvió a dejarlo caer al bolsillo y se puso de pie.

“Desde luego, desde luego,” dijo. “No podría forzarla a una decisión como esta. Espero no haberla abrumado. Sé que ustedes del sexo débil tienen emociones más delicadas.”

Apreté mis puños. Palabras como esas me hicieron recordar por qué no iba a ser feliz con él.

Pronto, Papá guió al Señor Bryson a la salida. Tan pronto se cerró la puerta, empezó la carga. Y no sólo Papá, sino que también Mamá entró en la habitación con lágrimas en el rostro.

“¡Yo sabía que ustedes harían buena pareja!” dijo Papá. “Por supuesto, no dudé en darle me consentimiento. Cuando dijo que me pedía tu mano en matrimonio, yo estaba absolutamente feliz.”

“Papá–”

“Estarías mejor aún que tu hermana. La esposa de un doctor, ¿te imaginas, Margaret?”

Mamá no fue capaz de contestar, sólo gimoteó a modo de respuesta.

“Papá–”

“Necesitamos planear el anuncio de tu compromiso. No querrás dejar pasar mucho tiempo. Y entonces será oficial. ¿No estás emocionada, Faith?”

Para ahora me había dado por vencida para hablar. Sólo espera que él dejara de hacerlo.

“Anda, Faith, muéstrale a tu madre tu anillo de compromiso. Veamos si ella lo aprueba.”

Esperé unos instantes para ver si iba a seguir hablando, pero al parecer fue todo lo que Papá tenía que decir.

“Papá,” le dije, “no estamos comprometidos.”

“¿Qué quieres decir? Sé que vino hoy aquí para pedir tu mano en matrimonio. ¿No lo hizo?”

“Lo hizo, pero no le he dado una respuesta.”

Tanto Mamá como Papá me vieron como si estuviera loca. Todo el optimismo previo de Papá se derrumbó y su sonrisa se convirtió en una profunda mueca.

“Pero, ¿qué has hecho? ¿No es por algún vago, verdad? ¿Acaso haz permitido que algún tipo manche tu pureza? ¿De eso se trata todo esto?”

Papá se estremeció. El volumen de su voz fue aumentando mientras su cara se enrojecía. Inclusive Mamá se apartó de él. Ni siquiera se preocupó por pedirle que se calmara.

“¡No, Papá!” le dije. “Es sólo que siento que aún no estoy lista.”

“¿Que no estás lista? Pues que pena contigo, porque mañana mismo le darás una respuesta al Señor Bryson. Y esa respuesta será ‘Sí’. ¿Entendiste?”

“Pero, Papá–”

“¿Entendido?”

Se me hizo un doloroso nudo en la garganta. Bajé mi barbilla hasta que tocó mi pecho, y mis manos se me aflojaron.

“Sí, Papá,” le dije.

Papá dejó la habitación, pero continuó con haciéndome ver lo enojado que estaba. A donde quiera que fuera por la casa, hacía temblar el suelo. No era difícil saber por dónde andaba por los portazos, los golpes y la manera en que se tropezaba con cosas.

Levanté la vista para ver a Mamá. Ella no dijo nada. Los ojos de Mamá seguían rojos del llanto de gusto anterior. Pero ahora sólo había lágrimas nuevas corriendo por sus mejillas. Unas que no eran tan jubilosas como las anteriores.

Se acercó a mí y tomó mis manos en las suyas. Su piel era tibia, húmeda y suave. Mamá apretó mis manos gentilmente.

Finalmente, dejó caer mis manos y salió sin pronunciar palabra.

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