Esmeralda

Esmeralda


Capítulo 4

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Necesité unos segundos para acostumbrarme al cambio de luz. Solo una lámpara de petróleo colocada sobre la mesa iluminaba la sala. A su luz cálida y exigua reconocí una agradable naturaleza muerta consistente en una cesta, algunos ovillos de lana rosa, una jarra de té con una funda de fieltro y una taza con decoración de rosas, además de a lady Tilney, que estaba en una silla haciendo ganchillo y al verme dejó caer las manos sobre el regazo. Aunque había envejecido claramente desde nuestro último encuentro y algunas canas salpicaban sus cabellos rojos, peinados con una permanente bastante convencional, seguía manteniendo ese porte majestuoso e inaccesible que también caracterizaba a mi abuela. Por cierto, no hizo ningún intento de chillar ni de lanzarse hacia mí con la aguja de hacer ganchillo desenvainada.

—Feliz Navidad —dijo.

—Feliz Navidad —repliqué yo un poco desconcertada.

Por un momento me quedé parada sin saber qué decir, pero enseguida me rehíce:

—No tenga miedo, no quiero sangre suya ni nada parecido.

Salí de la sombra.

—Lo de la sangre hace tiempo que está hecho, Gwendolyn —dijo lady Tilney en un tono ligeramente reprobatorio, como si yo ya tuviera que saberlo—. Y, por cierto, ya me estaba preguntando cuándo vendrías. Pero siéntate, por favor. ¿Un poco de té?

—No, gracias. Solo tengo unos minutos. —Me acerqué un paso más y le tendí la hoja—. Esto es para que lo reciba mi abuelo, para que… bueno, para que todo pase como ha pasado. Es muy importante.

—Comprendo.

Lady Tilney cogió la hoja y la dobló con toda calma. No parecía en absoluto desconcertada por mi aparición.

—¿Por qué esperaba que viniera?

—Porque me dijiste que sobre todo no me asustara si me visitabas. Por desgracia, no dijiste cuándo sería eso, y por esa razón ya hace años que estoy esperando a que me asustes. —Rio bajito—. Pero tejer cerditos tiene un efecto extraordinariamente tranquilizador. Para serte sincera, es muy fácil dormirse del aburrimiento.

Tenía en los labios un cortés «Si es para fines benéficos…» pero cuando eché una mirada a la cesta solté:

—¡Oh, pero si son una monada! —Y realmente lo eran. Mucho mayores de lo que me había imaginado, como auténticos animales de peluche, y elaborados con un realismo sorprendente.

—Coge uno —dijo lady Tilney.

—¿De verdad?

Pensé en Caroline y metí la mano en la cesta. Los animales tenían un tacto supersuave.

—Lana angora-cachemir —dijo lady Tilney con orgullo—. Solo yo la uso. Todas las demás usan lana de oveja, pero la suya pica y esta no.

—Ah, vaya. Gracias.

Con el cerdito rosa apretado contra mi pecho, tuve que pararme a reflexionar un momento. ¿Dónde nos habíamos quedado? Me aclaré la garganta.

—¿Cuándo nos encontraremos la próxima vez? En el pasado, ¿no?

—Fue en 1912. Pero desde mi perspectiva no es la próxima vez —suspiró—. Fueron tiempos excitantes…

—¡Oh, no! —Mi estómago se encogió de nuevo como si estuviera en una montaña rusa. ¿Por qué no habíamos elegido una ventana temporal mayor?—. Entonces está claro que usted sabe más que yo —solté—. No tenemos tiempo para entrar en detalles, pero… tal vez podría darme aún un buen consejo antes de que me marche.

Mientras hablaba, ya había retrocedido unos pasos en dirección a la ventana, fuera del círculo de la luz de la lámpara.

—¿Un consejo?

—¡Sí! Algo así como: sobre todo guárdate de…

La miré expectante.

—¿De Qué? —preguntó lady Tilney intrigada.

—¡Eso es lo que no sé! ¿De qué debo protegerme?

—En cualquier caso, de los sándwiches de pastrami y del exceso de luz solar, no es buena para el cutis —dijo lady Tilney enérgicamente, y luego su figura se desvaneció ante mis ojos y me encontré de vuelta en el año 1956.

¡Por dios! ¡Sándwiches de pastrami! Hubiera hecho mejor en preguntar de quién debía protegerme y no de qué. Pero ahora ya era demasiado tarde. Había desperdiciado mi oportunidad.

—Pero ¿qué demonios es esa cosa? —exclamó Lucas cuando el cerdito se hizo visible.

En lugar de aprovechar cada segundo para sonsacarle información a lady Tilney, había dedicado toda mi atención a un animalito de peluche rosa.

—Un cerdo de ganchillo, abuelo, está claro, ¿no? —dije en tono apagado, decepcionada conmigo misma—. Angora y cachemir. Todas las demás usan una lana que pica…

—En cualquier caso parece que nuestra prueba ha funcionado —dijo Lucas sacudiendo la cabeza—. Puedes utilizar el cronógrafo y podemos fijar una cita en mi casa.

—Era muy poco tiempo —gemí—. No he podido enterarme de nada.

—De todos modos… tienes un cerdo, y lady Tilney no ha sufrido un infarto. ¿O sí?

Sacudí la cabeza desmoralizada.

—Naturalmente que no.

Lucas envolvió el cronógrafo en su funda de terciopelo y lo volvió a meter en el arca.

—Si te sirve de consuelo, piensa que así tendremos tiempo de sobra para volver al sótano sin que te vean y trazar nuevos planes mientras esperamos a tu salto de vuelta. Aunque no sé cómo vamos a arreglárnoslas esta vez si ese inútil Cartrell ya se ha despertado.

Cuando volví a aterrizar en la Sala del Cronógrafo en mi época, mi estado de ánimo había mejorado rozando casi la euforia. Es verdad que tal vez lo del cerdito de ganchillo (lo había embutido en mi cartera escolar) no había sido particularmente efectivo, pero por lo demás Lucas y yo habíamos hecho un buen trabajo. Si el cronógrafo se encontraba realmente en el arca, en adelante dejaríamos de depender del factor casualidad.

—¿Algún hecho reseñable? —preguntó mister Marley.

Vamos a ver: me he pasado toda la tarde trazando planes conspirativos con mi abuelo, hemos registrado irregularmente mi sangre en el cronógrafo y luego he saltado al año 1852, donde he mantenido un encuentro conspirativo con lady Tilney. De acuerdo, la verdad es que no había tenido nada de conspirativo, pero igualmente estaba prohibido.

—La bombilla a veces parpadeaba un poco —dije—. Y he estudiado vocabulario de francés.

Mister Marley se inclinó sobre el diario y escribió con su letra pequeña y pulcra lo siguiente: «19.43 Rubí de vuelta de 1956, donde ha hecho sus deberes escolares, bombilla parpadeante». Tuve que esforzarme para no soltar una risita. Sí, claro, todo tenía que estar en orden. Seguro que su signo era Virgo. Lo terrible es que ya era muy tarde. Solo esperaba que mamá no hubiera enviado a casa a Leslie antes de que yo llegara.

Pero mister Marley no parecía tener ninguna prisa, en ese momento estaba enroscando con una lentitud exasperante el capuchón de su estilográfica.

—También puedo encontrar el camino sola —dije.

—No, no puede hacerlo —dijo él asustado—. Por descontado yo la acompañaré hasta la limusina. —Mister Marley cerró el diario de golpe y se levantó—. Y tengo que vendarle los ojos. Ya lo sabe.

Suspirando dejé que me atara el pañuelo negro en torno a la cabeza.

—Sigo sin entender por qué no puedo conocer el camino hasta esta sala.

Cuando en realidad hacía tiempo que lo conocía.

—Pues porque así está escrito en los Anales, claro —dijo mister Marley en tono sorprendido.

—¿Qué? —exclamé—. ¿Mi nombre está en los Anales y ahí dice que yo no puedo conocer el camino? ¿Cuándo?

—Naturalmente no aparece su nombre —dijo mister Marley, evidentemente incómodo por el tono de su voz—; si fuera así, nadie hubiera creído todos estos años que el otro Rubí… me refiero, naturalmente, a miss Charlotte… —Carraspeó y enmudeció, y oí cómo abría la puerta—. ¿Me permite? —preguntó, y después me cogió del brazo y me condujo al pasillo.

Aunque no podía ver, estaba segura de que había vuelto a sonrojarse, porque era como si caminara junto a un radiador.

—¿Qué dicen exactamente los Anales sobre mí? —pregunté.

—Perdone, pero no puedo decirle nada más, ya he dicho demasiado.

Podía oír literalmente cómo se retorcía las manos, o al menos la que no me sujetaba. ¿Y se suponía que ese tipo era descendiente del peligroso Rakoczy? Debía de ser una broma, ¿no?

—Por favor, Leo —dije con tanta amabilidad como pude.

La pesada puerta se cerró tras nosotros y mister Marley me soltó para cerrarla con llave. Me dio la sensación de que había necesitado diez minutos para realizar esa operación, de manera que traté de recuperar un poco de tiempo adoptando un paso enérgico, lo que por cierto no era nada fácil con los ojos vendados. Mister Marley había vuelto a cogerme del brazo, algo que tampoco estaba mal, porque sin un guía no habría tardado en darme de bruces contra una pared en ese laberinto. Decidí que no estaría de más hacerle un poco la pelota. Así tal vez después se mostrara más dispuesto a proporcionarme información.

—¿Sabe que he conocido personalmente a su antepasado?

La verdad es que incluso tenía una foto suya, pero, por desgracia, no podía enseñársela, porque enseguida habría corrido a explicar que traía objetos prohibidos del pasado.

—¿Sí? De verdad que la envidio. El barón debió de ser un personaje realmente impresionante.

—Oh sí, muy impresionante. —¡Ya lo creo que lo era! El siniestro viejo aristócrata—. Me preguntó por Transilvania, pero, por desgracia, no pude decirle gran cosa al respecto.

—Sí, debió de ser difícil para él vivir en el exilio —dijo mister Marley, y acto seguido soltó un «¡¡¡Arg!!!» bastante estridente.

«Una rata» pensé enseguida, y me arranqué la venda de los ojos presa del pánico.

Pero no era una rata lo que había hecho chillar a mister Marley, sino Gideon. Con un poco más de barba que por la tarde, pero con unos ojos terriblemente luminosos y vivos. Y tan increíblemente, desvergonzadamente, inconcebiblemente guapo…

—Solo soy yo —dijo sonriendo.

—Ya lo veo —dijo mister Marley malhumorado—. Me ha dado un susto de muerte.

Y a mí. Mi labio inferior empezó a temblar de nuevo y me lo mordí para que el estúpido labio se estuviera quieto.

—Puede tomarse el resto del día libre, ya llevaré yo a Gwendolyn hasta el coche —dijo Gideon tendiéndome la mano como si fuera lo más natural del mundo.

Puse una cara lo más arrogante posible (en la medida en que eso puede hacerse con los dientes apretados contra el labio inferior; me imagino que parecía un castor, aunque un castor arrogante, eso sí) e ignoré la mano que me tendía.

—Eso no puede ser —dijo mister Marley—. Tengo el encargo de llevar a miss… ¡aaarg! —Me miró horrorizado—. Oh, miss Gwendolyn, ¿por qué se ha quitado la venda? Va contra las normas.

—Pensaba que era una rata —dije, y lancé una mirada lúgubre a Gideon—. Y la verdad es que no andaba muy equivocada.

—Ya ve lo que ha conseguido —dijo mister Marley a Gideon en tono de reproche—. Ahora ya no sé qué debo… el protocolo indica… y si nosotros…

—No se lo tome tan a pecho, mister Marley. Ven, Gwenny, nos vamos.

—Pero no puede de ningún modo… debo insistir en que… —balbuceó mister Marley—. Y usted no tiene ningún derecho a darme órdenes… quiero decir que no está facultado para eso.

—Pues vaya a chivarse.

Gideon me cogió del brazo y tiró de mí. Primero quise resistirme, pero comprendí que de ese modo solo conseguiría perder aún más tiempo. Probablemente si lo hacía, al día siguiente aún estaríamos allí discutiendo. De manera que me dejé llevar y dirigí una mirada de disculpa hacia mister Marley por encima del hombro.

—Hasta la vista, Leo.

—Sí, exacto. Hasta la vista, Leo —dijo Gideon.

—Esto… esto tendrá consecuencias —balbuceó mister Marley detrás de nosotros. Su cabeza brillaba como una hoguera en el pasillo en penumbra.

—Sí, sí mira cómo temblamos de miedo. —A Gideon no parecía importarle en absoluto que mister Marley pudiera oírle—. Estúpido chupatintas.

Esperé que hubiéramos doblado la primera esquina para soltarme y acelerar el paso hasta casi acabar corriendo.

—¿Acaso te entrenas para los juegos Olímpicos? —preguntó Gideon.

Giré sobre mis talones.

—¿Qué quieres de mí? —Leslie hubiera estado orgullosa de mi resoplido—. Tengo mucha prisa, ¿sabes?

—Quería asegurarme otra vez de que mis disculpas de esta tarde te han llegado de verdad.

De su voz había desaparecido cualquier indicio de burla.

Pero no de la mía.

—Sí, me han llegado —resoplé—. Lo cual no significa que las haya aceptado.

—Gwen…

—Ya está bien, no hace falta que vuelvas a decirme que realmente te gusto. Tú también me gustabas, ¿sabes? Incluso me gustabas mucho. Pero eso se ha acabado.

Subí corriendo tan deprisa la escalera de caracol que cuando llegué arriba, estaba sin aliento. En condiciones normales me hubiera quedado reclinada sobre la barandilla jadeando, pero no quería dar ninguna muestra de debilidad, y menos aún viendo que Gideon estaba tan tranquilo. De manera que salí disparada hacia delante. Hasta que él me sujetó por el brazo y me obligó a detenerme. Di un respingo porque sus dedos me apretaban la herida que empezó a sangrar de nuevo.

—No me importa que me odies, de verdad —dijo Gideon, mirándome a los ojos muy serio—, pero me he enterado de cosas que hacen necesario que cooperemos tú y yo para que tú… para que los dos salgamos vivos de esta. —Traté de liberarme, pero Gideon aumentó la presión sobre mi brazo.

—¿Y se puede saber qué cosas son esas? —pregunté, aunque hubiera preferido gritar «¡Uaaa!» bien fuerte.

—En realidad no conozco aún todos los detalles, pero podría ser que estuviera equivocado con respecto a Lucy y Paul. Y por eso es importante que tú… —Se paró en seco, me soltó y se miró la palma de la mano—. ¿Esto es sangre?

¡Vaya, fantástico! Ahora, sobre todo, no poner cara de culpable.

—No es nada. Esta mañana en la escuela me he cortado con una hoja de papel. Bueno, y para continuar con el tema, mientras no puedas especificar (Dios, qué orgullosa estaba de que se me hubiera ocurrido la palabra) qué «cosas» son esas de las que supuestamente te has enterado, puedes estar seguro de que no voy a cooperar contigo.

Gideon trató de cogerme el brazo de nuevo.

—Parece una herida seria. Déjame ver… Será mejor que vayamos a ver al doctor White. Tal vez esté aquí todavía.

—Lo que supongo que significa que no quieres decir nada más sobre lo que supuestamente has descubierto.

Lo mantuve a distancia con el brazo estirado para que no pudiera examinar la herida.

—Porque ni yo mismo estoy seguro de cómo poner orden a todo esto —dijo Gideon. E igual que Lucas antes, añadió en un tono ligeramente exasperado—: ¡Sencillamente necesito más tiempo!

—¿Y quién no? —Me puse en marcha. Ya habíamos llegado ante el taller de madame Rossini, y desde allí no faltaba mucho para la salida.

—Hasta luego, Gideon. Lástima que tenga que verte mañana.

En el fondo esperaba que volviera a sujetarme, pero esta vez no lo hizo, ni tampoco me siguió. Y aunque me hubiera encantado ver la cara que ponía, no me volví. De hecho, hubiera sido una tontería, porque las lágrimas volvían a correr por mis mejillas.

Nick me esperaba en la puerta de casa.

—¡Por fin! —dijo—. Quería empezar sin ti, pero mister Bernhard ha dicho que teníamos que esperarte. Ha estropeado la cisterna del váter del baño azul y ha explicado que tiene que quitar las baldosas para desmontarla. Hemos echado el cerrojo a la puerta secreta desde dentro. Astuto, ¿eh?

—Muy sofisticado.

—Pero dentro de una hora volverán lady Arista y la tía Glenda y seguro que dirán que deje la reparación para mañana.

—Pues entonces tenemos que darnos prisa. —Lo atraje un momento hacia mí y le di un beso en su enmarañada cabellera pelirroja. Suponía que para eso aún había tiempo—. No le habrás explicado a nadie nada de esto, ¿no? —Nick parecía un poco avergonzado.

—Solo a Caroline. Estaba tan…, bueno, ya sabes que siempre se da cuenta cuando hay algo que flota en el aire, y cómo puede machacarte a preguntas. Pero no dirá nada y nos ayudará a mantener distraídas a mamá, a tía Maddy y a Charlotte.

—Sobre todo a Charlotte —dije yo hablando para mí.

—Todavía están todas arriba en el comedor. Mamá ha invitado a cenar a Leslie. En el comedor estaban recogiendo la mesa, lo que significaba, que la tía Maddy había pasado a ocupar su sillón ante la chimenea con las piernas en alto y mister Bernhard y mamá recogían la mesa. Todos se alegraron de verme, quiero decir todos menos Charlotte. A no ser que supiera ocultar muy bien su alegría.

Xemerius, que se balanceaba colgado de la araña, me gritó:

—¡Por fin llegas! Pensaba que iba a morirme de aburrimiento.

A pesar de que en el aire flotaba un delicioso olor a comida y mamá dijo que me había guardado algo caliente, afirmé heroicamente que no tenía hambre porque ya había cenado en Temple, ante lo cual mi estómago se retorció de indignación, pero no podía perder el tiempo en tranquilizarlo. Leslie me dirigió una sonrisa irónica.

—El curry estaba buenísimo, no podía parar de comer, y más teniendo en cuenta que mamá está otra vez en una de sus terribles fases experimentales y los mejunjes macrobióticos que cocina no se los come ni nuestro perro.

—Pues da la sensación de que estás… ejem… digamos que bien alimentada —dijo Charlotte con sarcasmo. Unos rizos se habían soltado de su peinado y le enmarcaban la cara de un modo extraordinariamente favorecedor. Parecía mentira que alguien pudiera ser tan guapo y al mismo tiempo tan desagradable.

—Qué suerte tienes. A mí también me gustaría tener un perro —le dijo Caroline a Leslie— o cualquier otro animal.

—Bueno, ya tenemos a Nick —dijo Charlotte—, que es casi como si tuviéramos un mono.

—Sin contarte a ti, repugnante araña venenosa —dijo Nick.

—Dale fuerte, chaval —graznó Xemerius desde la lámpara palmoteando con las zarpas—. ¡Bien contestado!

Mamá ayudó a mister Bernhard a apilar la vajilla en el montaplatos.

—Sabes muy bien que no puede ser, Caroline, mientras la tía Glenda tenga alergia al pelo de los animales.

—Podríamos tener un topo lampiño —dijo Caroline—. Siempre sería mejor que nada.

Charlotte abrió la boca para enseguida cerrarla de nuevo porque por lo visto, no se le ocurrió nada desagradable sobre el tema de los topos lampiños.

La tía Maddy, repanchigada en su sillón, señaló con aire soñoliento sus redondas y sonrosadas mejillas.

—¡Gwendolyn, dale un beso a tu tía abuela! Es terrible que te veamos tan poco últimamente. Esta noche he vuelto a soñar contigo y ya te puedo adelantar que no ha sido un sueño precisamente agradable…

—¿Puedes explicármelo después, tía Maddy? —La besé y aproveché para susurrarle al oído—: Y, por favor, ¿podrías ayudarnos a mantener a Charlotte alejada del baño azul?

Los hoyuelos de la tía Maddy se marcaron aún más y me dirigió un guiño, repentinamente despierta.

Mamá, que había quedado con una amiga, estaba mucho más animada que los últimos días y ya no ponía cara de preocupación ni suspiraba exageradamente cada vez que me miraba. Para mi sorpresa, permitió que Leslie se quedara un rato más, e incluso nos ahorró sus habituales sermones sobre los peligros de los autobuses nocturnos. Más aún. Nick podía ayudar a mister Bernhard en la reparación de la cisterna supuestamente averiada, sin que importara cuánto tardaran en hacerlo. Solo Caroline tuvo mala suerte y la enviaron a la cama.

—Pero yo quiero estar cuando saquéis el tes… la cisterna —rogó conteniendo las lágrimas al ver que mamá no se dejaba ablandar.

—Yo también me voy a la cama ahora con un buen libro —dijo Charlotte a Caroline.

—A la sombra de la colina de los vampiros —se chivó Xemerius—. Ya está en la página 413, en el punto en que el joven, aunque también no muerto, Christopher St. Ives consigue llevarse por fin a la cama a la bellísima Mary Lou.

Le dirigí una mirada divertida, y me quedé estupefacta al ver que de pronto parecía un poco avergonzado.

—Te juro que solo lo he hojeado por encima —dijo, y saltó de la araña a la repisa de la ventana. La tía Maddy aprovechó el anuncio de Charlotte para decir:

—¡Oh, pero, querida, pensaba que aún me harías compañía un rato en la habitación de música! Me gustaría tanto jugar otra vez al Scrabble. Charlotte puso los ojos en blanco.

—La última vez tuvimos que excluirte del juego porque insistías en que existía la palabra «arbolería».

—Sí, y existe. Es una tienda donde venden árboles. —La tía Maddy se levantó y se colgó del brazo de Charlotte—. Pero lo acepto como no válido por hoy.

—¿Igual que zampahuesos y saltamesas? —dijo Charlotte.

—Pero, liebrecilla, si estoy segurísima de que saltamesas existe —dijo la tía Maddy guiñándome un ojo.

Abracé a mamá antes de subir a la habitación con Leslie.

—Ahora que me acuerdo, Falk de Villiers te envía saludos. Quería saber si tienes pareja fija.

Seguramente habría sido mejor esperar a que Charlotte y la tía Maddy hubieran salido de la habitación antes de decírselo, porque las dos se quedaron petrificadas y se pusieron a mirar a mamá con cara de curiosidad.

—¿Qué? —Mamá se sonrojó un poco—.

¿Y tú que le has contestado?

—Bueno, que hacía una eternidad que no salías con nadie y que con el último que lo hiciste siempre se rascaba la entrepierna cuando creían que no le miraban.

—¿No le habrás dicho eso de verdad?

—No, no se lo he dicho —respondí riendo.

—¿Ah, estáis hablando de ese apuesto banquero con el que Arista quería ligarte? ¿Mister Itchman? —intervino la tía Maddy—. Aunque eran ladillas, garantizado.

Leslie soltó una risita.

—Se llamaba Hitchman, tía Maddy. —Mi madre tuvo un escalofrío y se frotó los brazos—. Y me alegro de no haber comprobado lo de las ladillas. Bueno, ¿qué le has dicho en realidad? A Falk, quiero decir.

—Nada —respondí—. ¿Quieres que la próxima vez le pregunte si tiene una relación fija?

—Ni se te ocurra —dijo mamá, y luego añadió sonriendo—. No la tiene. Lo sé por casualidad por una amiga que tiene una amiga que le conoce bastante… Pero no es que me interese especialmente.

—No, claro —dijo Xemerius saliendo volando de la repisa de la ventana y posándose en medio de la mesa del comedor—. ¿Qué tal si empezamos de una vez?

Media hora más tarde Leslie estaba al corriente de las últimas novedades y Caroline se encontraba en posesión de un auténtico cerdo de ganchillo vintage del año 1929. Cuando le expliqué de dónde lo había sacado, se quedó muy impresionada y quiso llamar Margret al bicho en honor de lady Tilney. Con el cerdo en brazos, se durmió feliz cuando por fin se hizo la calma.

Los martillazos y los golpes de escarpa que daba mister Bernhard resonaron por toda la casa. Estaba clarísimo que nunca habríamos conseguido reventar la pared en secreto. Pegada a ellos, la tía Maddy entró andando de puntillas en la habitación.

—Nos ha descubierto en la escalera —dijo Nick disculpándose.

—Y he recordado el arca —dijo la tía Maddy excitada—. Pertenecía a mi hermano. Estuvo durante años en la biblioteca y luego, poco antes de su muerte, desapareció de repente. De modo que creo que tengo derecho a saber qué pensáis hacer con ella.

Mister Bernhard suspiró.

—Por desgracia, no teníamos elección; en ese momento lady Arista y miss Glenda llegaban a casa.

—Sí, y en esa situación estaba clarísimo que yo era el mal menor, ¿no?

La tía Maddy rio satisfecha.

—Lo importante es que Charlotte no se haya enterado de nada —dijo Leslie.

—No, no hay por qué preocuparse. Se ha ido a su habitación resoplando de rabia solo porque he colocado la palabra.

—Que, como todo el mundo sabe, es el recipiente donde se guardan los tenedores —dijo Xemerius—. Un utensilio que no puede faltar en ningún hogar.

La tía Maddy se arrodilló en el suelo y acarició la polvorienta tapa del arca.

—¿De dónde la habéis sacado?

Mister Bernhard me dirigió una mirada interrogativa y yo me encogí de hombros. Ya que estaba con nosotros, sería mejor que le contáramos de qué iba todo.

—La emparedé en ese lugar por encargo de su hermano la noche anterior a su muerte —explicó mister Bernhard muy digno.

—¿No fue hasta la noche anterior a su muerte? —repetí como un eco. Aquello también era nuevo para mí.

—¿Y qué hay dentro? —preguntó la tía Maddy, que se había incorporado y buscaba un sitio para sentarse. Como no encontró nada más, al final se instaló en el borde de mi cama al lado de Leslie.

—Esa es la gran pregunta —dijo Nick.

—La gran pregunta es más bien cómo conseguimos abrir el arca —dijo mister Bernhard—. Porque la llave desapareció junto con los diarios de lord Montrose el día del robo.

—¿Qué robo? —preguntaron al unísono Leslie y Nick.

—El día del entierro de vuestro abuelo entraron aquí a robar —explicó la tía Maddy— mientras todos estábamos en el cementerio para despedirnos de él. Qué día tan triste, ¿verdad, querido? —La tía Maddy levantó la cabeza para mirar a mister Bernhard, que la escuchaba con rostro impasible.

Aquello me sonaba vagamente. Por lo que recordaba, algo había asustado a los ladrones, que habían huido antes de poder llevarse nada.

Pero cuando se lo expliqué a Nick y a Leslie, mi tía me contradijo.

—No, no, angelito. La policía solo llegó a la conclusión de que no habían robado nada porque todo el dinero en metálico, las obligaciones al portador y las joyas de valor seguían en la caja fuerte.

—Lo que solo tendría sentido si los ladrones hubieran estado interesados exclusivamente en los diarios —dijo mister Bernhard—. En su momento me permití comunicar esta tesis a la policía, pero nadie me creyó. Por otra parte, no había ninguna señal de que hubieran intentado forzar la caja fuerte, lo que significaba que los ladrones conocían la combinación. De modo que se supuso que Montrose había trasladado sus diarios a otro lugar.

—Yo le creí, querido —dijo la tía Maddy—. Pero, por desgracia, en ese momento mi opinión no tenía gran peso. Bueno, la verdad es que nunca lo ha tenido —añadió frunciendo la nariz—. Sea como sea, el caso es que tres días antes de que Lucas muriese tuve una visión, por lo que estaba convencida de que no había muerto de muerte natural. Por desgracia, como de costumbre, todos me tomaron por… loca. Y sin embargo, la visión era bien clara: una poderosa pantera se abalanzaba contra el pecho de Lucas y le destrozó la garganta.

—Sí, muy clara —murmuró Leslie, y yo pregunté:

—¿Y los diarios?

—No se encontraron nunca —explicó mister Bernhard—. Y con ellos desapareció también la llave de esta arca, porque lord Montrose la había pegado detrás al último diario. Puedo atestiguarlo porque lo vi con mis propios ojos.

Xemerius entrechocó las alas impaciente.

—Yo voto por que dejemos de charlar y vayamos a buscar una palanqueta.

—Pero… el abuelito murió de un infarto —dijo Nick.

—Sí, bueno, en todo caso es lo que parecía. —La tía Maddy suspiró hondo—. Ya había pasado de los ochenta, y se desplomó sobre su escritorio del despacho de Temple. Por lo visto, mi visión no era una razón de peso para pedir una autopsia. Arista se enfadó mucho conmigo cuando se lo pedí.

Nick se arrimó a mí y se apoyó contra mi hombro.

—Se me ha puesto la carne de gallina —susurró.

Permanecimos callados durante un rato. Solo Xemerius, que había empezado a volar en círculos en torno a la lámpara del techo, gritó:

—¡Por qué no nos ponemos en marcha de una vez!

Pero nadie podía oírlo aparte de mí.

—Esto son muchas casualidades —dijo Leslie finalmente.

—Sí —le di la razón—. Lucas hace emparedar el arca y al día siguiente muere.

—Sí, y en tres días antes tengo una visión de su muerte —dijo la tía Maddy.

—Y la llave que miss Leslie lleva colgada al cuello parece exactamente la misma de esta arca —dijo mister Bernhard casi disculpándose—. Durante toda la cena no he podido apartar los ojos de ella.

Leslie se llevó la mano al cuello perpleja.

—¿Esta de aquí? ¿La llave de mi corazón?

—Pero eso no puede ser —dije yo—. La cogí del cajón de un escritorio en Temple en algún momento del siglo XVIII. Sería demasiada casualidad, ¿no?

—La casualidad es la única dueña y señora del universo, ya lo dijo Einstein. Y él debía de saberlo bien. —La tía Maddy se inclinó hacia delante con gran interés.

—¡No lo dijo Einstein, sino Napoleón! —gritó Xemerius desde el techo—, y ese estaba como una regadera.

—También puede ser que me equivoque; las llaves antiguas se parecen mucho unas a otras —dijo mister Bernhard.

Leslie abrió el cierre de la cadenita y me tendió la llave.

—De todos modos, vale la pena intentarlo.

Le di la llave a mister Bernhard, y todos contuvimos la respiración mientras se arrodillaba ante la arca y la introducía en la delicada cerradura y la llave giró con facilidad.

—Increíble —susurró Leslie.

La tía Maddy asintió satisfecha.

—¡Ya os he dicho que las casualidades no existen! Todo, todo, está determinado por el destino. Y ahora no nos haga sufrir más y abra la tapa, mister Bernhard.

—¡Un momento! —Inspiré profundamente—. ¡Es importante que todos los aquí presentes mantengamos un pacto de silencio sobre lo que sea que se encuentre en el arca!

Era increíble lo deprisa que podían cambiar las cosas: hacía solo unos días aún me estaba quejando de los secretos de los Vigilantes, y ahora yo misma fundaba una sociedad secreta. Solo faltaba que exigiera que todos se vendaran los ojos cuando salieran de mi habitación.

—Da la impresión de que ya supieras lo que hay dentro —dijo Xemerius, que había hecho varios intentos de meter la cabeza a través de la madera pero en cada ocasión la había vuelto a levantar tosiendo.

—Claro que no diremos nada —dijo Nick un poco ofendido, y también Leslie y la tía Maddy me miraron con cara de indignación. Incluso en el rostro imperturbable de mister Bernhard se movió una ceja.

—Juradlo —exigí, y para que entendieran hasta qué punto hablaba en serio, añadí—: ¡Juradlo por vuestra vida!

Solo la tía Maddy se levantó de un salto y se puso la mano sobre el corazón entusiasmada. Los otros aún dudaban.

—¿No podríamos jurar por otra cosa que no fuera la vida? —refunfuñó Leslie—. Considero que por la mano izquierda sería suficiente.

Sacudí la cabeza.

—¡Juradlo!

—¡Lo juro por mi vida! —exclamó la tía Maddy alegremente.

—Lo juro —murmuraron todos los demás con voz apagada. Y Nick empezó a soltar risitas nerviosas mientras la tía Maddy, para realzar la solemnidad del momento tarareó en voz baja la melodía del himno nacional.

La tapa rechinó cuando mister Bernhard —después de asegurarse una vez más con la mirada de que yo estaba de acuerdo— la levantó. Sus dedos retiraron con mucho cuidado varios paños mohosos de terciopelo, y cuando finalmente quedó a la vista el objeto que envolvían, todos excepto yo dejaron escapar una exclamación de sorpresa. Solo Xemerius gritó: «¡Será cuentista!».

—¿Esto es lo que pienso que es? —preguntó la tía Maddy al cabo de un momento con los ojos abiertos todavía de par en par.

—Sí —dije yo mientras me apartaba los cabellos de la cara con gesto cansado—. Es un cronógrafo.

Nick y la tía Maddy se habían ido a regañadientes, mister Bernhard con suma discreción, y Leslie no sin protestar. Pero su madre ya la había llamado dos veces por teléfono para enterarse de si a) había sido asesinada o b) tal vez yacía descuartizada en algún lugar de Hyde Park, de modo que tampoco le quedaba otra opción.

Antes sin embargo, le había tenido que jurar que atendría estrictamente a nuestro plan maestro. Había exigido, y yo le había dado ese gusto. De todos modos, al contrario que la tía Maddy, había renunciado al himno nacional.

Por fin se había hecho silencio en mi habitación, y dos horas más tarde —después de que mi madre hubiera asomado otra vez la cabeza por la puerta— también en toda la casa. Había estado dudando mucho rato sobre si realmente debía probar el cronógrafo esa misma noche. Para Lucas no supondría ninguna diferencia que yo saltara a nuestra cita en el año 1956 hoy, o esperara a mañana, o lo hiciera incluso dentro de cuatro semanas, y para mí, en cambio, una noche entera durmiendo de un tirón, para variar, probablemente tendría efectos milagrosos. Pero, por otro lado, al día siguiente tenía que ir al baile y presentarme de nuevo con el conde de Saint Germain, y aún seguía sin saber qué propósitos ocultos abrigaba ese hombre.

Con el cronógrafo envuelto en el albornoz, me deslicé escaleras abajo.

—¿Por qué tienes que arrastrar ese trasto por toda la casa? —preguntó Xemerius—. Podrías saltar sencillamente desde tu habitación.

—Sí, pero ¿quién sabe quién dormía ahí en 1956? Y además, luego tendría que cruzar toda la casa y arriesgarme a que alguien me tomara otra vez por una ladrona… No, saltaré directamente del pasadizo secreto, así no habrá peligro de que nadie pueda verme en el momento del aterrizaje. Lucas me ha dicho que me esperaría ante el retrato del tatatatarabuelo Hugh.

—El número de tas es diferente cada vez —constató Xemerius—. Yo que tú lo llamaría simplemente el antepasado gordo.

Le ignoré y preferí concentrarme en los escalones en mal estado.

Luego hice bascular el cuadro, que no hizo ningún ruido porque mister Bernhard había engrasado el mecanismo. Además, había colocado pestillos tanto en la puerta del baño como en la salida de la escalera. Al principio dudé en correrlos los dos, porque si por algún motivo me veía obligada a saltar de vuelta fuera del pasadizo secreto, me quedaría en el exterior con el cronógrafo encerrado dentro.

Después de arrodillarme y deslizar el dedo índice en el registro, lo presioné con fuerza contra la aguja (la verdad es que no había forma de acostumbrarse a aquello: cada vez hacía un daño de mil demonios) y le dije a Xemerius:

—Cruza los dedos para que funcione.

—Va a ser un poco difícil —dijo Xemerius, y un instante después había desaparecido, y consigo también el cronógrafo.

Respiré hondo, pero el aire enrarecido del pasadizo no ayudaba precisamente a disipar la sensación de vértigo. Me incorporé un poco insegura, sujeté con más fuerza la linterna de bolsillo de Nick y abrí la puerta que daba a la escalera. De nuevo se oyeron crujidos y chirridos como en una película de terror antigua cuando el cuadro se movió hacia un lado.

—Ah, estás aquí —murmuró Lucas, que me había esperado fuera, equipado también con una linterna—. Por un segundo me he temido que pudiera ser un fantasma que aparecía a medianoche puntualmente…

—¿Con un pijama de Peter Rabbit?

—He bebido un poco, por lo de antes… Pero me alegro de haber acertado el contenido del arca.

—Sí, y afortunadamente el cronógrafo sigue funcionando. Tengo una hora, tal como hemos quedado.

—Entonces ven conmigo, rápido, antes de que empiece a berrear y despierte a toda la casa.

—¿Quién? —susurré alarmada.

—¡Pues el pequeño Harry! Le están saliendo los dientes o qué se yo, y cuando protesta es como una sirena.

—¿El tío Harry?

—Arista dice que, por razones pedagógicas, debemos dejarle llorar, de lo contrario se convertirá en una gallina. Pero no hay quien lo soporte, de modo que, gallina o no, a veces me deslizo en secreto hasta su cama. Cuando le canto Zorra, quién se ha llevado al ganso deja de llorar.

—Pobre tío Harry. El clásico caso de trauma infantil, diría yo. —No me extraña que actualmente estuviera tan obsesionado con cargarse todo lo que se le ponía a tiro, fueran patos, ciervos o jabalíes, ¡y sobre todo zorros!—. El tío Harry era presidente de una asociación que luchaba por la introducción de la caza legal del zorro en Gloucestershire. —Tal vez deberías cantarle otra cosa y comprarle un zorrito de peluche.

Llegamos a la biblioteca sin que nadie nos viera, y después de cerrar la puerta tras nosotros, Lucas lanzó un suspiro de alivio.

—Bueno, parece que lo hemos conseguido.

En la habitación apenas había cambiado nada en relación con mi época; solo el tapizado de los sillones era distinto: cuadros escoceses verdes y azules en lugar de rosas crema sobre el fondo verde musgo. En la mesita entre los sillones había una tetera con un calentador, dos tazas y —cerré los ojos y volví a abrirlos para asegurarme de que no era una alucinación— ¡un plato con bocadillos! ¡Nada de galletas secas, sino auténticos y nutritivos bocadillos! No me lo podía creer. Lucas se dejó caer en uno de los sillones y me señaló el de enfrente.

—Si tienes hambre, sirv… —dijo, pero para entonces yo ya había agarrado el primer bocadillo y le había clavado el diente.

—¡Me has salvado la vida! —solté con la boca llena. Y entonces recordé una cosa—. No será de pastrami, ¿no?

—Pepino y jamón —dijo Lucas—. ¡Se te ve cansada!

—Y a ti también.

—Aún no me he recuperado de las emociones de la tarde. Como he dicho, antes he tenido que tomarme un whisky. Bueno, dos. Pero mientras tanto también he tenido tiempo de reflexionar y he llegado a dos conclusiones… sí, sí, puedes coger tranquilamente el otro bocadillo. Y esta vez tómate tu tiempo para masticar. Da un poco de miedo verte devorarlo así.

—Sigue hablando —dije. ¡Oh, Dios mío, por fin comida de verdad! Tenía la sensación de que nunca había probado unos bocadillos tan buenos—. ¿A qué dos conclusiones has llegado?

—Bien. En primer lugar, por agradables que sean, nuestros encuentros deberían tener lugar mucho más adelante en el futuro si queremos que nos aporten algo. Tan cerca como sea posible del año de tu nacimiento. Para entonces tal vez yo ya haya comprendido qué se proponen Lucy y Paul y cuáles son sus motivos, o en todo caso seguro que sabré más que hoy. Eso significa que la próxima vez que nos veamos será en el año 1993, fecha en la que también te podré ayudar con el asunto del baile.

Sí, sonaba lógico.

—Y, en segundo lugar, todo esto solo funcionará si me abro paso hasta el centro de poder de los Vigilantes, es decir, hasta el Círculo Interior.

Asentí con energía, porque para hablar tenía la boca demasiado llena.

—Hasta ahora mis ambiciones en este sentido se habían mantenido dentro de unos límites aceptables. —La mirada de Lucas apuntó al escudo familiar de los Montrose que colgaba encima de la chimenea. Una espada, enmarcada de rosas, y debajo por las palabras HIC RHODOS, HIC SALTA, lo que podía traducirse por «¡Aquí está Rodas, salta aquí!»—. Aunque desde el principio he ocupado un buen lugar en el palco (¡al fin y al cabo la familia Montrose se encontraba representada, ya en el año 1745, en el grupo de los miembros fundadores y además estoy casado con una portadora potencial del gen de la línea Jade!), la verdad es que no tenía la menor intención de comprometerme más de lo necesario… Pero ahora esto se ha acabado. En atención a ti, Lucy y Paul, incluso le lameré el… trataré de estar a buenas con Kenneth De Villiers. No sé si funcionará, pero…

—¡Sí que funcionará! Incluso serás gran maestre —dije yo mientras me sacudía las migas del pijama. Tuve que hacer un esfuerzo para no soltar un eructo de satisfacción. ¡Qué fantástico era volver a sentirse llena!—. A ver, reflexionemos de nuevo: en el año 1993 tú tendrías…

—¡Chist! —Lucas se inclinó hacia delante y me puso un dedo sobre los labios—. No quiero oírlo. Tal vez no sea muy inteligente, pero no quiero saber lo que me depara el futuro en tanto no nos sirva en este asunto. Hasta nuestro próximo encuentro me quedan por vivir treinta y siete años y me gustaría pasarlos tan… libre de interferencias como sea posible. ¿Me comprendes?

—Sí. —Le miré con tristeza—. Lo comprendo muy bien, abuelo.

Después de eso no me pareció muy oportuno hablarle de las sospechas que abrigaban la tía Maddy y mister Bernhard con respecto a las circunstancias de su muerte. Siempre podría dejarlo para 1993.

Me incliné hacia atrás en el sillón y traté de sonreír.

—En ese caso, ¿por qué no hablamos de la magia del cuervo, abuelito? Eso es algo que aún no sabes sobre mí.

De los Anales de los Vigilantes

2 de abril de 1916

CONTRASEÑA DEL DIA:

Duo cum faciunt idem, non est idem (Terencio)

 

Londres sigue sometida al fuego enemigo, ayer las escuadrillas alemanas incluso volaron de día, y las bombas causaron grandes daños en toda el área urbana. La administración de la cuidad ha dispuesto que parte de los sótanos accesibles desde la City y el Palacio de Justicia sean utilizados como refugios antiaéreos. Por eso hemos empezado a tapiar los pasos conocidos, hemos triplicado la guardia en la zona de los sótanos y hemos completado, además nuestro arsenal de armas tradicionales con armas modernas.

Hoy hemos elapsado de nuevo, ateniéndonos al protocolo de seguridad, en un grupo de tres desde la sala de Documentos al año 1851. Todos llevábamos algo para leer, y habríamos podido pasar un rato tranquilo si lady Tilney hubiera encajado mis comentarios sobre sus lecturas con algo más que humor y no hubiera vuelto a provocar enseguida una disputa por cuestiones de principios. Yo me reafirmo enseguida en la opinión de que las poesías de ese Rile son un puro disparate y un galimatías, además de ser poco patriótico leer literatura alemana: ¡nos encontramos en medio de una guerra! Personalmente, odio que la gente trate de convertirme a sus ideas, pero, por desgracia, me ha resultado imposible hacer desistir de ello a mi interlocutora. Lady Tilney estaba leyendo un degenerado fragmento sobre unas manos ajadas que saltan húmeda y pesadamente como sapos después de un chaparrón, o algo parecido, cuando han llamado a la puerta.

Naturalmente sobresaltados, y por eso descaro

enigma b aq lady conocer a

aunque luego lo niegue una aclaración nadie!!!

Sangre sin ve un metro ochenta y cin verde

Año.

 

 

Nota del margen: 17.5.1986

Ilegible al parecer por mancha de café. Las páginas 34 a 36 faltan enteras. Solicito la introducción de una norma que exija que la lectura de los Anales por parte de los novicios se efectúe en todos los casos bajo supervisión.

 

D. Clarksen, archivero (¡sumamente enojado!!!)

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