Esmeralda

Esmeralda


Capítulo 10

Página 15 de 27

10

—Esta muchacha me resulta extrañamente conocida —oí que decía alguien. No cabía duda: era el inconfundible tono hastiado de James.

—Claro que te resulta conocida, cabeza de chorlito —respondió una voz que solo podía pertenecer a Xemerius—. Es Gwendolyn, pero sin el uniforme de la escuela y con peluca.

—¡No te he dado permiso para hablar conmigo, gato maleducado! Como si alguien estuviera aumentando poco a poco el volumen de una radio, ahora también empezaron a llegar hasta mí otros ruidos y un rumor de voces excitadas. Yo seguía tendida —o volvía a estar tendida— boca arriba. La terrible opresión que sentía en el pecho había desaparecido y también el dolor sordo en el bajo vientre. ¿Me habría convertido en un fantasma como James?

Oí un desagradable ruido de tela rasgada. Alguien me había cortado el corsé y ahora lo apartaba hacia los lados.

—Ha alcanzado la aorta —oí que decía Gideon desesperado—. He tratado de oprimir la herida, pero… ha pasado demasiado tiempo.

Unas manos frías me palparon el tronco y tocaron un punto doloroso bajo las costillas. Entonces el doctor White exclamó aliviado:

—¡Es solo un corte superficial! ¡Dios mío, vaya susto me has dado!

—¿Qué? No puede ser, ella…

—La espada solo ha rasgado la piel. ¿Ves? Parece que el corsé de madame Rossini le ha hecho un buen servicio. Aorta abdominal. Por todos los santos, Gideon, ¿qué estudiáis en vuestras clases? Por un momento he pensado que realmente estabas en lo cierto. —Los dedos del doctor White me oprimieron el cuello—. Su pulso también es correcto.

—¿De verdad está bien?

—Pero ¿qué ha pasado exactamente? ¿Cómo ha podido hacerle esto lord Alastair?

Las voces de mister George, Falk De Villiers y mister Whitman zumbaban en torno a mí superponiéndose unas a otras. Ya no podía oír a Gideon. Traté de abrir los ojos, y esta vez lo conseguí muy fácilmente. Incluso pude incorporarme sin problemas. A mi alrededor brillaban las familiares paredes pintadas de colores vivos de nuestro taller artístico y sobre mí se inclinaban las cabezas de los Vigilantes. Todos —incluso mister Marley— me sonrieron.

Solo Gideon me miró con expresión muy seria, como si no pudiera dar crédito a lo que veía. Estaba pálido como una sábana y en sus mejillas aún podía apreciarse que había llorado.

Bastante más atrás distinguí a James, que se tapaba los ojos con su pañuelo de puntillas.

—Avísame cuando pueda volver a mirar.

—Ni se te ocurra hacerlo ahora; podrías quedarte ciego de la impresión —dijo Xemerius, que estaba sentado con las patas cruzadas a mis pies—. ¡Le sale medio pecho fuera del corsé!

Uy. Tenía razón. Abochornada, traté de cubrir mi desnudez con los restos rasgados y cortados del maravilloso vestido de madame Rossini. El doctor White me empujó de nuevo suavemente contra la mesa en que me habían tumbado.

—Tengo que limpiar y vender el rasguño aquí enseguida —dijo—. Luego ya te examinaré a fondo. ¿Sientes algún dolor?

Sacudí la cabeza, e inmediatamente solté un grito de dolor. En realidad me dolía terriblemente la cabeza.

Mister George me puso la mano en el hombro desde atrás.

—Oh, Dios mío, Gwendolyn, nos has dado un buen susto. —Rio bajito—. ¡Eso sí que es desmayarse de verdad! Cuando Gideon ha llegado aquí contigo en brazos, he llegado a pensar que podías…

—… estar muerta —dijo Xemerius, acabando la frase que mister George había dejado púdicamente en el aire—. Para serte sincero, la verdad es que parecías bastante muerta. ¡Y el muchacho estaba como loco! Se ha puesto a chillar para que trajeran unas pinzas arteriales y luego a balbucear frases sin sentido. Y a llorar a gritos. ¿Y tú qué miras con esa cara de bobo?

Lo último iba dirigido al pequeño Robert, que contemplaba a Xemerius fascinado.

—Es tan mono. ¿Puedo acariciarle un poco? —me preguntó Robert.

—No si quieres conservar la mano, niño —dijo Xemerius—. Ya es suficiente con que ese gallito perfumado de ahí no pare de confundirme con un gato.

—¡Por favor, sé perfectamente que ningún gato tiene alas! —gritó James, que seguía con los ojos cerrados—. Tú eres un gato de mis fantasías febriles. Un gato degenerado.

—Una palabra más y te devoro —dijo Xemerius.

Gideon, que se había apartado unos pasos y se había dejado caer en una silla, se quitó la peluca, se pasó los dedos por la cabellera rizada y hundió la cara entre las manos.

—No lo entiendo —me pareció oír que decía, aunque la voz no era muy clara.

Bueno, en eso ya éramos dos. Porque ¿cómo se entendía que hubiera muerto hacía un momento y ahora estuviera fresca como una rosa? ¿Era posible imaginarse algo así? Miré la herida que el doctor White estaba curando. Tenía razón, de hecho solo era un rasguño. El corte que me había hecho con el cuchillo para verduras había sido bastante más profundo y doloroso.

La cara de Gideon volvió a emerger de entre sus manos. ¡Cómo brillaba el verde de sus ojos en su cara pálida! En ese momento recordé lo último que me había dicho y traté de incorporarme otra vez, pero el doctor White me lo impidió.

—¿No podría quitarle alguien esa absurda peluca? —dijo en tono desabrido.

Inmediatamente varias manos empezaron a quitarme las horquillas del peinado. Fue una sensación fabulosa verme libre por fin del postizo.

—Con cuidado, Marley —advirtió Falk de Villiers—. ¡Piense en madame Rossini!

—Sí, sir —balbució Marley, y casi dejó caer la peluca del susto—. Madame Rossini, sir.

Mister George retiró los alfileres del moño y deshizo la trenza con mucho cuidado.

—¿Mejor así? —preguntó.

Sí, mucho mejor.

—Tengo una muñeca vestida de azul, con su corpiñito y su canesú, la saqué a paseo y se me pinchó, la tengo en la cama con poco dolor —tarareó Xemerius tontamente—. ¡Nunca lo hubiera dicho, pero la verdad es que ahora no te sentaría nada mal un sombrero! Ese pelo te aseguraría un buen puesto en la lista de las peor peinadas. ¡Uf, estoy tan contento de que aún vivas y de no tener que buscarme a otra persona para decirle gansadas!

El pequeño Robert rio entre dientes.

—¿Puedo volver a mirar? —preguntó James, y abrió los ojos sin esperar la respuesta. Después de lanzarme una ojeada, volvió a cerrarlos enseguida—. ¡Repámpanos! Es realmente miss Gwendolyn. Perdonad que no os reconociera antes, cuando el joven dandi pasó con vos ante mi nicho. —Suspiró—. Lo cual era en sí mismo un acontecimiento bastante extraordinario. Ya he perdido la costumbre de ver a gente vestida de una forma decente entre estas paredes.

Mister Whitman le pasó el brazo por los hombros a Gideon.

—¿Qué ha ocurrido exactamente, muchacho? ¿Pudiste transmitir al conde nuestro mensaje? ¿Y te dio instrucciones para el siguiente encuentro?

—Tráele un whisky y déjale en paz unos minutos —gruñó el doctor White mientras me pegaba dos tiritas sobre la herida—. Aún se encuentra en estado de shock.

—No, no, ya estoy bien —murmuró Gideon, y después de lanzarme una rápida mirada, cogió la carta sellada del bolsillo de su levita y se la tendió a Falk.

—¡Ven conmigo! —Mister Whitman ayudó a Gideon a levantarse y le condujo hacia la puerta—. Arriba, en el despecho del director Gilles, hay whisky. Y también un diván, por si quieres descansar un momento. —Miró alrededor—. Falk, ¿nos acompañas?

—Desde luego —dijo Flak—. Espero que el viejo Gilles tenga bastante whisky para todos. Y… —añadió volviéndose hacia los otros—: Y no se os ocurra llevar a casa a Gwendolyn con esta pinta, ¿está claro?

—Está claro, sir —le aseguró mister Marley—. Claro como el agua, sir, si puedo formularlo así.

Falk puso los ojos en blanco.

—Puede —dijo, antes de desaparecer por la puerta con mister Whitman y Gideon.

Mister Bernhard tenía la noche libre, y por eso me abrió la puerta Caroline, que empezó a encadenar una frase con otra sin pararse a respirar:

—Charlotte se ha probado el vestido de hada para la fiesta, es precioso y primero me ha dado permiso para colocarle las alas, pero entonces la tía Glenda ha dicho que hiciera el favor de lavarme las manos, que seguro que había vuelto a acariciar algún sucio bi…

No llegó a decir nada más, porque me acerqué y la abracé tan fuerte que se quedó sin aire.

—¡Sí, eso, tú aplástala! —dijo Xemerius, que había entrado aleteando en la casa detrás de mí—. Tu mamá no tiene más que tener otro hijo si se le estropea este.

—Mi dulce, encantadora y preciosísima hermanita —murmuré con la cara pegada a sus cabellos, riendo y llorando al mismo tiempo—. ¡Te quiero tanto!

—Yo también te quiero, pero me estás escupiendo en la oreja —dijo Carloline, y se soltó con cuidado—. ¡Ven! Ya estamos comiendo. ¡De postre hay tarta de chocolate de la Hummingbird Bakery!

—¡Oh, sí, me encanta el Chocolate Devil’s Food Cake, me encanta, me encanta! —grité—. ¡Y amo la vida que nos regala todas estas cosas fantásticas!

—¿No estás exagerando un poco la nota? Parece que acabes de salir de una sesión de electroshock —me soltó Xemerius enfurruñado.

Quise lanzarle una mirada reprobadora, pero, en lugar de eso, me quedé mirándolo emocionada, rebosante de cariño por mi dulce, pequeñito y cascarrabias daimon gárgola.

—¡También te quiero a ti! —le dije.

—Oh, por Dios —gimió—. Si fueras un programa de la televisión, cambiaría ahora mismo de canal.

Caroline me miró un poco preocupada, y de camino al piso de arriba me cogió de la mano.

—¿Te pasa algo, Gwenny?

Me sequé las lágrimas de las mejillas y me eché a reír.

—Me encuentro de fábula —le aseguré—. Solo que me siento feliz de estar viva y de tener una familia tan fantástica y de que estas barandillas sean tan fabulosamente finas y tengan un tacto tan familiar y de que la vida sea tan maravillosa.

Cuando vi que, al decir estas palabras, se me empañaban los ojos de lágrimas otra vez, pensé si solo había sido una aspirina lo que el doctor White me había disuelto en el agua. Pero la euforia también podía explicarse sencillamente por el increíble hecho de que hubiera sobrevivido y no tuviera que pasar el resto de mis días convertida en una minúscula partícula de polvo.

Por eso, ante la puerta del comedor, cogí a Caroline de las manos y la hice girar en el aire. Era la persona más feliz del mundo, porque estaba viva y Gideon había dicho «Te quiero». Naturalmente, esto último también podía haber sido una alucinación premórtem, no quería descartarlo del todo.

Mi hermana chilló encantada mientras Xemerius hacía como si tuviera un mando a distancia en la mano y tratara de cambiar de programa sin conseguirlo.

Cuando la volví a dejar en el suelo, Caroline me preguntó:

—¿Es verdad lo que ha dicho Charlotte? ¿Qué irás disfrazada de bolsa de basura verde a la fiesta de Cynthia?

Aquello me sacó por un momento de mi euforia.

—Qué divertido —soltó Xemerius maliciosamente—. Ya lo estoy viendo: una alegre y feliz bolsa de basura verde que quiere abrazar y besar a todo el mundo porque la vida es maravillosa.

—Hummm… no, si puedo evitarlo de alguna manera.

Maldita sea, confiaba en que aún podría convencer a Leslie de que se guardara su idea de los marcianos de arte moderno para otra fiesta. Pero si ya se lo estaba explicando a todo el mundo, es que debía de estar entusiasmada, y cuando Leslie se entusiasmaba con algo, era muy difícil hacerla cambiar de opinión, como lamentablemente ya sabía por propia experiencia.

Toda mi familia estaba sentada en torno a la mesa del comedor, y faltó muy poco para que me pusiera a repartir abrazos emocionados a diestro y siniestro —creo que incluso hubiera podido besuquear a la tía Glenda y a Charlotte (lo que supongo que demuestra que mi estado de ánimo se apartaba bastante de lo normal)—: pero Xemerius me lanzó una mirada de advertencia, de modo que me contenté con dirigirles una gran sonrisa a modo de saludo y solo le revolví el pelo a Nick al pasar. Sin embargo, en cuanto me senté en la silla y vi el primer plato, que mi madre ya me había servido, olvidé mis buenos propósitos y exclamé:

—¡Quiche de espárragos! ¿No es maravillosa la vida? Hay tantas cosas con las que se puede disfrutar, ¿verdad?

—Si vuelves a decir otra vez «maravilloso», vomito ahora mismo sobre tu maldita quiche de espárragos —gruñó Xemerius.

Le sonreí, me metí un trozo de quiche en la boca, miré a mi alrededor radiante de felicidad y pregunté:

—¿Qué tal os ha ido el día?

La tía Maddy me devolvió la sonrisa.

—Bueno, en todo caso el tuyo parece que ha ido bastante bien.

El tenedor de Charlotte soltó un chirrido espeluznante al rascar el plato.

Pues sí: si se tenía en cuenta el resultado final, supongo que podía decirse que el día me había ido bastante bien. Aunque Gideon, Falk y mister Whitman no habían vuelto a aparecer y yo no había tenido ocasión de comprobar antes de irme si el «Te quiero, Gwendolyn; por favor, no me dejes» había sido solo producto de mi imaginación o Gideon de verdad lo había dicho; los restantes Vigilantes se habían esforzado al máximo para recomponer mi «pinta», como la había llamado Falk de Villiers —mister Marley incluso había querido cepillarme el pelo personalmente, aunque al final yo había preferido hacerlo sola—, y ahora llevaba mi uniforme de la escuela y los cabellos me caían en perfecto orden sobre la espalda.

Mamá me dio unas palmaditas en la mano mientras decía:

—Me alegro de que vuelvas a encontrarte bien, cariño.

Y la tía Glenda murmuró algo para sí en lo que estaban incluidas las palabras «la constitución de una campesina» y a continuación me preguntó con una sonrisa falsa:

—Por cierto, Gwendolyn, ¿qué es eso que he oído de unas bolsas de basura verdes? ¡No puedo creer que tú y tu amiga Leslie queráis aparecer así en la fiesta que organizan los Dale para su hija! Seguro que Tobias Dale se lo tomará como una afrenta política, siendo como es un personaje tan importante entre los tories.

—¿Quééé? —exclamé yo.

—Se dice «Perdón, ¿puedes repetírmelo?» —me regañó Xemerius.

—¡Glenda, me sorprende que hables así! —Lasy Arista chasqueó la lengua—. Ninguna de mis nietas pensaría ni por asomo en hacer algo semejante. ¡Bolsas de basura! ¡Qué disparate!

—Bueno, si no se tiene ninguna otra cosa verde a mano para ponerse, siempre es mejor que nada —dijo Charlotte mordazmente—. Al menos para Gwen.

—Vaya. —La tía Maddy me dirigió una mirada compasiva—. Déjame pensar. Yo tenía un albornoz frisado verde que te podría prestar si quisieras.

Charlotte, Nick, Caroline y Xemerius rieron entre dientes y yo la miré sonriendo.

—Eres muy amable, pero creo que Leslie no estaría de acuerdo: un marciano en bata no funcionaría de ninguna manera.

—Pero ¿estáis oyendo eso? Quieren hacerlo de verdad —se lanzó al ataque la tía Glenda—. Lo que yo decía, esta Less es una influencia negativa para Gwendolyn. —Arrugó la nariz—. No es que pueda esperarse otra cosa de la educación de unos padres proletarios. De hecho, ya es bastante malo que admitan a ese tipo de gente en el Saint Lennox, pero desde luego yo no permitiría que mi hija frecuentara a…

—¡Ya basta, Glenda! —Los ojos de mamá echaban chispas—. ¡Leslie es una chica inteligente y bien educada y sus padres no son ningunos proletarios! El padre es… es…

—Ingeniero civil —le soplé yo.

—… ingeniero civil, y la madre trabaja de…

—Dietista —completé de nuevo.

—Y el perro ha estudiado en el Goldsmith Collage —dijo Xemerius—. Una familia muy respetable.

—Nuestro disfraz no contiene ningún mensaje político —aseguré a la tía Glenda y a lady Arista, que me observaban fijamente con las cejas enarcadas—. Solo pretende ser arte. —Aunque por otro lado hubiera sido típico de Leslie que además le atribuyera a todo aquello, podríamos decir que para rematar la jugada, un significado político. Como si no bastara sencillamente con que tuviéramos una pinta horrorosa—. Y es la fiesta de Cynthia, no la de sus padres; si lo fuera, tal vez el lema no habría sido tan verde.

—No tiene gracia —dijo la tía Glenda—. Y me parece más que descortés por vuestra parte que no os toméis ningún trabajo con el disfraz cuando los demás invitados y los anfitriones no repararán en gastos. El disfraz de Charlotte, por ejemplo, ha…

—… costado una fortuna y le sienta como un guante, hoy ya lo has dicho treinta y cuatro veces —la interrumpió mamá.

—Lo que pasa es que estás celosa. Siempre lo has estado. ¡Pero yo al menos me preocupo por el bienestar de mi hija, no como tú! —chilló la tía Glenda—. El hecho de que te intereses tan poco por las relaciones sociales de tu hija y ni siquiera tenga un disfraz decente que…

—¿Relaciones sociales? —Mamá puso los ojos en blanco—. ¿Por qué no bajas un momento a la tierra, Glen? ¡Es la fiesta de cumpleaños de una compañera de clase! Bastante tienen los pobres chicos con tener que disfrazarse.

Lady Arista dejó caer ruidosamente los cubiertos sobre el plato.

—Queridas, tenéis más de cuarenta años y os comportáis como adolescentes. Por supuesto que Gwendolyn no irá a esa fiesta embutida en una bolsa de basura. Y ahora cambiemos de tema, si no os importa.

—Sí, ¿por qué no hablamos de viejas brujas despóticas? —propuso Xemerius—. Y de mujeres que aún viven con sus madres pasados los cuarenta.

—Supongo que no vas a decirle a Gwendolyn cómo… —empezó a decir mi madre, pero yo le di un toque en la pierna por debajo de la mesa y la miré sonriendo.

Mamá lanzó un suspiro, pero luego me devolvió la sonrisa.

—Es que sencillamente no puedo quedarme mirando sin hacer nada cuando el buen nombre de nuestra familia queda en entredicho por… —dijo la tía Glenda, pero lady Arista no la dejó acabar.

—Glenda, o cierras la boca ahora mismo, o te vas a la cama sin cenar —resopló, provocando que, con excepción de ella y la tía Glenda, a todo el mundo, incluida Charlotte, se le escapara la risa.

En ese momento sonó el timbre de la puerta.

Durante unos segundos nadie reaccionó y seguimos comiendo tranquilamente, hasta que recordamos que era el día libre de mister Bernhard.

—¿Serías tan amable, Caroline? —suspiró lady Arista—. Si es mister Turner por lo de los adornos florales para la fiesta de los farolillos de este año, dile que no estoy en casa. —Esperó a que Caroline hubiera desaparecido y luego sacudió la cabeza—. ¡Ese hombre es la peste! ¡Begonias naranja nada menos! ¡Tendría que haber un infierno especial para esa clase de gente!

—Desde luego —la apoyó la tía Maddy.

Un minuto más tarde volvió a aparecer Caroline.

—¡Es el Golum! —exclamó—. Y quiere hablar con Gwendolyn.

—¿El Golum? —repetimos a coro mamá, Nick y yo. Resulta que nuestra película favorita era justamente El Señor de los Anillos, y Caroline era la única que no había podido verla porque era demasiado pequeña.

Caroline asintió excitada.

—Sí, está esperando abajo.

Nick sonrió.

—¡Fantástico, mi tesssoro! Esto tengo que verlo.

—Y yo —dijo Xemerius, pero siguió balaceándose perezosamente de la araña y se limitó a rascarse el vientre.

—Seguro que te refieres a Gordon —dijo Charlotte levantándose de la mesa—. Y quiere hablar conmigo. Solo que ha llegado demasiado pronto. Le dije que a las ocho y media.

—¡Oh!, ¿un admirador, liebrecilla? —preguntó la tía Maddy encantada—. ¡Qué bonito! Te irá bien distraerte un poco.

Charlotte puso cara de ofendida.

—No, tía Maddy, Gordon solo es un chico de mi clase y yo le ayudo en su trabajo de castigo sobre los anillos de sello.

—Él ha dicho Gwendolyn —insistió Caroline, pero Charlotte ya la había apartado a un lado y había salido apresuradamente de la habitación sin hacerle caso. Caroline corrió tras ella.

—¡Podemos ponerle un plato a la mesa si quieres! —gritó la tía Glenda, y luego dijo volviéndose hacia nosotros—: Le gusta tanto ayudar. Gordon Gelderman es hijo de Kyle Arthur Gelderman, ¿sabéis?

—Ah, ¿sí? ¿Qué me dices? —dijo Xemerius.

—Quien quiera que sea —dijo mamá.

—Kyle Arthur Gelderman —repitió la tía Glenda, esta vez marcando bien las sílabas—. ¡Los grandes almacenes Tycoon! ¿No te dice nada eso? Eso también es muy propio de ti: no tener ni idea de en qué ambiente se mueve tu hija. Tu compromiso como madre es realmente pobre. Aunque de todos modos el muchacho no está interesado en Gwendolyn.

Mamá lanzó un gemido.

—Glen, de verdad, deberías volver a tomar esas pastillas contra los trastornos de la menopausia.

Las cejas de Lady Arista casi se tocaron, y estaba inspirando hondo, cuando Caroline volvió y dijo en tono triunfal:

—¡Golum sí que quería hablar con Gwendolyn!

Acababa de meterme un gran pedazo de quiche en la boca que a punto estuve de escupir cuando vi entrar a Gideon, seguido de Charlotte, a la que de repente se le había petrificado la cara.

—Buenas noches —dijo Gideon cortésmente. Llevaba unos vaqueros y una camisa verde desteñida. Era evidente que se había duchado, porque sus cabellos aún estaban húmedos y se enroscaban en rizos que le caían desordenadamente sobre la frente—. Lo siento, no quería molestarles durante la cena, solo venía a hablar con Gwendolyn.

Durante unos instantes reinó el silencio —si prescindimos de Xemerius, que se desternillaba de risa sobre la araña—.

Yo no podía hablar porque estaba terriblemente ocupada tratando de tragarme la comida, Nick reía entre dientes, mamá paseaba la mirada de Gideon a mí, y viceversa, a la tía Glenda le habían vuelto a salir manchas rojas en el cuello y Lady Arista observaba a Gideon como si tuviera delante una begonia naranja.

Solo la tía Maddy mantuvo hasta cierto punto la compostura y le dijo amablemente:

—Pero si no molesta en absoluto. Venga, siéntese junto a mí. Charlotte, pon otro cubierto, por favor.

—Sí, un plato para Golum —me susurró Nick, sonriendo maliciosamente.

Charlotte, que seguía con la cara petrificada, ignoró a la tía Maddy y volvió a su asiento.

—Es muy amable, gracias, pero ya he cenado —repuso Gideon.

Por fin conseguí tragar mi pedazo de quiche y me levanté a toda prisa.

—Y yo en realidad ya no tengo hambre —dije—. ¿Os importa que me levante de la mesa?

Primero miré a mi madre y luego a la abuela. Las dos intercambiaron una extraña mirada de conformidad y luego suspiraron al unísono profundamente.

—Claro que no —dijo entonces mamá.

—Pero ¿y el pastel de chocolate? —me recordó Caroline.

—Le guardamos un pedazo a Gwendolyn. —Lady Arista hizo un gesto de asentimiento y yo me acerqué a Gideon, un poco cohibida.

—En el comedor se hizo un silencio sepulcral —susurró Xemerius desde la araña—. Todas las miradas apuntaban a la muchacha de la blusa amarillo pipí…

Aj, tenía razón. Me enfadé conmigo misma por no haberme duchado y cambiado antes: ese estúpido uniforme de la escuela era lo menos favorecedor que podía haber encontrado. Pero ¿cómo iba a imaginar que tendría visita esa noche? Y, además, ¿una visita en la que me importaría tener buen aspecto?

—Eh —dijo Gideon, y sonrió por primera vez desde que había entrado en el comedor.

Le devolví la sonrisa, un poco cortada.

—Eh, Golum.

La sonrisa de Gideon se hizo más amplia.

—Incluso las sombras en las paredes enmudecieron mientras los dos se contemplaban como si acabaran de estornudar en la sopa del vecino —dijo Xemerius, y se despegó de la araña para seguirnos aleteando—. Una romántica música de violines empezó a sonar, y a continuación la muchacha de la blusa de color pipí y el joven que debía ir urgentemente al peluquero abandonaron la sala el uno junto al otro temblando de emoción. —Aún nos siguió un momento, pero cuando llegamos a la escalera, giró a la izquierda—. ¡Tras asistir a esta generosa exhibición de sentimientos, el inteligente y bello daimon Xemerius les hubiera acompañado para ejercer las funciones de carabina si no hubiera debido saciar antes su incontenible apetito! Tal vez hoy podría devorar por fin ese gordo clarinetista que se aparecía en el número 23 y que se pasaba el día destrozando a Glen Miller —dijo para acabar. Y después de saludar con la mano, desapareció a través de la ventana del pasillo.

Cuando llegamos a mi habitación, vi aliviada que, por suerte, no había tenido tiempo de destruir el maravilloso orden que había conseguido crear la tía Maddy el miércoles. Es verdad que la cama estaba deshecha, pero con dos o tres movimientos rápidos pude recoger las pocas prendas sucias que había dejado tiradas por ahí y las lancé sobre la silla con las otras. Luego me volví hacia Gideon, que no había dicho nada durante todo el camino. Supongo que tampoco le había dejado, porque yo —en pleno ataque de timidez después de la partida de Xemerius— no había dejado de hablar ni un segundo. Charlaba y charlaba sin parar sobre los cuadros junto a los que íbamos pasando. Sobre cada uno de los once mil retratos más o menos que adornaban nuestra casa.

—Estos son mis bisabuelos, no tengo ni idea de por qué se hacían pintar, porque en esa época ya había fotógrafos. El gordo del taburete es el tatarabuelo Hugh de niño, con su hermana Petronella y tres conejos. Esta es una archiduquesa cuyo nombre no recuerdo ahora; no es pariente, pero el cuadro lleva un collar propiedad familiar de los Montrose y por eso puede estar colgada aquí. Y ahora estamos en el segundo piso, en el que podrás admirar en todos los cuadros a Charlotte. Cada trimestre la tía Glenda va con ella a un fotógrafo que supuestamente también fotografía a la familia real. Esta de aquí es mi foto preferida: Charlotte con diez años con un perrito al que le olía la boca, lo que de algún modo se le puede notar en la cara, ¿no te parece?

Y así a todo trapo sin descansar ni un segundo. Era espantoso. Hasta que no llegué a mi habitación no pude parar. Y solo porque en ella no había ningún cuadro colgado.

Alisé la colcha y aproveché para hacer desaparecer discretamente el camisón de Hello-Kitty debajo de la almohada. Luego me volví y miré a Gideon expectante. En ese momento él tenía la oportunidad de decir algo.

Pero no lo hizo. En lugar de eso siguió sonriéndome, como si no acabara de creer lo que veía. Mi corazón se desbocó y luego dejó de palpitar un instante. ¡Fantástico! Mi corazón podía aguantar tranquilamente una estocada, pero Gideon era demasiado para él, sobre todo cuando me miraba como en ese instante.

—Quería llamarte antes, pero no cogías el móvil —dijo al cabo de un rato.

—Se me ha agotado la batería —en medio de la conversación con Leslie, en la limusina, exhaló el último suspiro.

Como Gideon seguía sin hablar, cogí el móvil del bolsillo de la falda y empecé a buscar el cargador. La tía Maddy lo había metido, bien enrollado, en un cajón del escritorio.

Gideon se apoyó con la espalda contra la puerta.

—Ha sido un día bastante caluroso, ¿verdad?

Asentí con la cabeza. El móvil estaba enchufado y la batería se estaba cargando. Como no sabía qué más podía hacer, me apoyé en el borde de la mesa.

—Creo que ha sido el día más espantoso de toda mi vida —dijo Gideon—. Cuando te vi allí tendida en el suelo… —Se le quebró la voz y no pudo seguir.

Se apartó de la puerta y vino hacia mí, y de pronto sentí una imperiosa necesidad de consolarle.

—Siento haberte… asustado de ese modo. Pero pensaba realmente que iba a morirme.

—Yo también lo pensaba.

Tragó saliva y dio un paso más hacia mí.

Aunque Xemerius hacía rato que había desaparecido en busca de su clarinetista, una parte de mi cerebro escupió sin esfuerzo su comentario: «La ardiente mirada de sus ojos verdes inflamó el corazón de la muchacha de la blusa amarillo pipí, que, reclinando la cabeza contra su pecho varonil, dio rienda suelta al llanto tanto tiempo contenido».

¡Por Dios, Gwendolyn! ¿No exageras un poco la nota?

Me aferré con más fuerza al borde del escritorio.

—Pero tú deberías haber sabido mejor que yo lo que me pasaba, ¿no? —dije—. Al fin y al cabo estudias medicina.

—Sí, y precisamente por eso comprendí que… —Se detuvo ante mí, y para variar, esta vez fue él el que se mordió el labio, lo que tuvo la virtud de conmoverme de nuevo. Levantó la mano despacio—. La punta de la espada penetraba tan hondo en tu cuerpo… —Separó el pulgar y el índice para señalar la anchura del corte—. Un pequeño rasguño no te hubiera desplomado así. Y enseguida perdiste el color y la piel se te cubrió de sudor frío. Por eso comprendí que Alastair había alcanzado una arteria; estaba seguro de que tenías una hemorragia interna y te desangrabas.

Miré fijamente su mano, suspendida ante mí.

—Tú mismo has visto la herida, está claro que es inofensiva —dije, y me aclaré la garganta. Por lo visto, su proximidad afectaba de algún modo a mis cuerdas vocales—. Debió ser… bueno… tal vez solo fuera el shock. Ya sabes, imaginé que me habían herido de gravedad y por eso también dio la sensación de que yo…

—No, Gwenny, no te lo imaginaste.

—Pero ¿cómo puede ser que solo me haya quedado esta pequeña herida? —susurré.

Apartó la mano y empezó a caminar de un lado a otro de la habitación.

—Al principio yo tampoco lo entendí —dijo excitado—. Me sentía tan… aliviado de que estuvieras viva que me convencí a mí mismo de que tenía que haber una explicación lógica para lo de la herida. Pero hace un rato, bajo la ducha, de repente lo he visto claro.

—Ah, debe ser eso —dije—. Yo aún no me he duchado.

Despegué mis dedos crispados del borde del escritorio y me dejé caer sobre la alfombra. Bueno, así estaba mucho mejor. Al menos ahora ya no me temblaban las rodillas.

Con la espalda apoyada contra el borde de la cama, levanté la cabeza y le miré.

—¿Es necesario que te muevas de un lado a otro de ese modo? Me pone muy nerviosa, ¿sabes? Quiero decir, aún más nerviosa de lo que ya estoy.

Gideon se arrodilló ante mí sobre la alfombra y me colocó la mano en el hombro sin tener en cuenta que a partir de ese momento yo ya no estaría en condiciones de escucharle con atención, sino que me concentraría en un montón de pensamientos inútiles como «Supongo que al menos no oleré mal» o «Sobre todo ahora no te olvides de respirar».

—¿Conoces esa sensación cuando estás resolviendo un sudoku y encuentras justo el número que necesitas para que todas las casillas de pronto sean sencillísimas de rellenar? —preguntó.

Asentí vacilando.

Gideon me acarició, absorto en sus pensamientos.

—Hace unos días que le estoy dando vueltas a este asunto, pero hasta esta noche no había… encontrado ese número mágico, ¿comprendes? He leído los papeles una y otra vez, tantas que al final casi me los sé de memoria…

—¿De qué papeles hablas?

Apartó la mano.

—Los papeles que Paul obtuvo de lord Alastair a cambio de los árboles genealógicos. Paul me los dio justo el día que tú mantenías una conversación con el conde. —Sonrió de soslayo al ver mi cara de perplejidad—. Te hubiera hablado de ellos, pero estabas demasiado ocupada haciéndome preguntas extrañas, y luego saliste disparada, terriblemente ofendida. No pude seguirte porque el doctor White me estaba curando la herida, ¿te acuerdas?

—Eso fue el lunes, Gideon.

—Sí, eso es. Parece que haya pasado una eternidad desde entonces, ¿verdad? Cuando por fin pude ir a casa, te estuve llamando cada diez minutos para decirte que te… —Carraspeó y luego me cogió la mano—… para contártelo todo, pero comunicaba todo el rato.

—Sí, le estaba explicando a Leslie hasta qué punto podías ser cruel —dije—. Pero también tenemos un número fijo, ¿sabes?

Gideon pasó por alto la objeción.

—En los intervalos de las llamadas empecé a leer los papeles. Se trata de profecías y notas de propiedad privada del conde. Documentos que los Vigilantes no conocen y que ocultó a su propia gente con toda premeditación.

Gemí.

—Deja que adivine. Más poesías tontas. Y no entendiste ni una palabra.

Gideon se inclinó hacia delante.

—No —repuso lentamente—. Todo lo contrario. Estaba bastante claro. En ellos se dice que alguien debe morir para que la piedra filosofal pueda desarrollar su poder. —Me miró directamente a los ojos—. Y ese alguien eres tú.

—Vaya. —No estaba tan impresionada como habría podido preverse—. Así que soy el precio que se debe de pagar.

—Me quedé de piedra cuando lo leí. —Le cayó un mechón de pelo sobre la cara, pero no se dio cuenta—. Al principio no podía creerlo, pero el sentido de las profecías no admitía lugar a dudas. La vida rojo rubí se extingue, la muerte del cuervo revela el final, la duodécima estrella palidece, y así sucesivamente.

Ahora sí que trague saliva.

—¿Y cómo debo morir? —Automáticamente me vino a la cabeza la imagen de la hoja ensangrentada de lord Alastair—. ¿También está escrito ahí?

Gideon esbozó una sonrisa.

—Bueno, en ese aspecto las profecías son vagas como siempre; pero se recalca una y otra vez una cosa: que yo, es decir, el diamante, el león, el número once, tendré algo que ver con ello. —La sonrisa desapareció de su rostro, y entonces dijo con un tono que nunca le había oído antes—: Que tú morirás por mí de amor.

—Oh. Hum… Pero… —dije no muy inspirada—. Al fin y al cabo no son más que unos versos.

Gideon sacudió la cabeza.

—¿No comprendes que no podía permitir que ocurriera algo así, Gwendolyn? Solo por eso entré en tu tonto juego e hice como si te hubiera mentido y hubiera jugado con tus sentimientos.

Por fin empezaba a entenderlo.

—¿Para que no se me ocurriera la idea de morir de amor por ti, te encargaste al día siguiente de que te odiara? Pero eso fue realmente… ¿Cómo lo diría?… caballeroso por tu parte. —Me incliné hacia delante y le aparté el mechón rebelde de la cara—. Realmente muy caballeroso.

Gideon sonrió débilmente.

—Créeme, ha sido lo más duro que he hecho nunca.

Ahora que había empezado, ya no podía apartar los dedos de él. Mi mano se paseó despacio por su cara. Por lo visto no había tenido tiempo de afeitarse, pero su tacto rasposo me resultaba sexy.

—«¿No podríamos seguir siendo amigos?» realmente fue una táctica genial —murmuré—. Porque inmediatamente te odié hasta lo más hondo.

Gideon gimió.

—Pero yo no quería eso en absoluto, yo quería de verdad que siguiéramos siendo amigos —dijo. Me cogió la mano y la retuvo un momento—. Que esa frase te pusiera tan furiosa fue… —Dejó el resto de la frase en el aire.

Incliné la cabeza hacia él y cogí su rostro entre mis manos.

—Bueno, tal vez así lo recuerdes para el futuro —susurré—. Esta frase no debe decirse nunca a alguien a quien se ha besado.

—Espera, Gwen, eso no es todo, aún hay algo que… —empezó a decir, pero yo no tenía ninguna intención de seguir atrasando aquello ni un minuto más. Con delicadeza posé mis labios sobre los suyos y empecé a besarle.

Gideon respondió a mi beso, primero de forma suave y cautelosa, y luego, cuando le pasé los brazos por el cuello y me apreté contra él, apasionadamente. Su mano se hundió en mis cabellos y la otra empezó a acariciarme el cuello y descendió lentamente. Justo en el momento en que llegaba al botón superior de mi blusa, sonó el móvil, o, para ser precisos, sonó la melodía inicial de la película La muerte tenía un precio.

A regañadientes me separé de él.

—Leslie —dije después de echar un vistazo a la pantalla—. Tengo que hablar con ella al menos un momento; si no, se preocupará.

Gideon sonrió irónicamente.

—No tengas miedo. No tengo intención de disolverme en el aire.

—¿Leslie? ¿Puedo llamarte luego? Y gracias por el nuevo tono. Muy gracioso.

Pero Leslie no me hizo ningún caso.

—Gwen, escucha, he hojeado Anna Karenina —me soltó a toda prisa—. Y creo que ahora sé que propone hacer realmente el conde con la piedra filosofal.

La piedra filosofal podía irse al infierno de momento.

—Ah, fantástico —dije, y miré a Gideon—. Es urgente que hablemos de esto más tarde…

—No te preocupes —dijo Leslie—. Ya estoy viniendo hacia aquí.

—¿De verdad? Yo…

—Sí, sí, para ser exactos, ya estoy aquí.

—¿Dónde estás?

—Pues aquí. En el descansillo. Tu madre y tus hermanos están subiendo por la escalera. Y tu tía abuela les sigue tan deprisa como puede. Justo ahora acaban de adelantarme, llamarán a la puerta de tu cuarto en cualquier momento…

Pero Caroline no se tomó siquiera la molestia de llamar ya que, sin pensárselo dos veces, abrió la puerta de golpe y gritó radiante de alegría:

—¡Pastel de chocolate para todos! —Y luego se volvió hacia los demás y dijo—: ¡Veis como no se están besuqueando!

Ir a la siguiente página

Report Page