Esmeralda

Esmeralda


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14 de enero de 1919

—Precioso, querida. Estos tonos discretos resultan elegantes y cálidos al mismo tiempo. Ha valido la pena traer la tela de cortina de Italia, ¿no te parece?

Lady Tilney, que se había paseado por el salón examinándolo todo, se acercó a la ancha chimenea y rectificó la posición de las fotografías colocadas en marcos de plata. Lucy rezó para que no se le ocurriera pasar su enguantado índice por la repisa y luego le reprochara que no vigilaba con bastante atención a la criada. Lo que definitivamente era el caso.

—Bien, debo decir que la decoración realmente tiene estilo —continuó lady Tilney—. El salón es la tarjeta de visita de un hogar, y aquí se ve enseguida que la señora de la casa es una mujer de gusto.

Paul intercambió una mirada divertida con Lucy y obsequió a lady Tilney con uno de sus abrazos de oso.

—Vamos, Margret —dijo sonriendo—, ahora no hagas como si todo esto fuera obra de Lucy. En realidad fuiste tú la que eligió personalmente cada lámpara y cada cojín. Por no hablar de las broncas que le dedicaste al tapicero. Y nosotros ni siquiera podemos tomarnos la revancha ayudándote a montar una estantería de Ikea.

Lady Tilney arrugó la frente.

—Mis disculpas, jefa.

Paul se inclinó y colocó otro tronco en el fuego crepitante.

—¡Lo malo es que esa horrible pintura distorsionada estropea todo el efecto de mi composición! —Lady Tilney señaló el cuadro que adornaba la pared de enfrente—. ¿No podríais al menos colocarlo en otra habitación…?

—Margret, eso es un auténtico Modigliani —dijo Paul pacientemente—. Dentro de cien años valdrá una fortuna. Lucy estuvo lanzando chillidos media hora seguida cuando lo descubrió en París.

—Eso no es verdad. Como máximo un minuto —le contradijo Lucy—. En todo caso, con él quedará asegurado el futuro de nuestros hijos y de los hijos de nuestros hijos. Con él y con el Chagall que cuelga en la escalera.

—Como si tuvierais necesidad de esas cosas —dijo lady Tilney—. Seguro que tu libro se convertirá en un best-seller, Paul, y sé que los servicios secretos os pagan un sueldo impresionante por vuestros servicios. Algo que, por otra parte, está más que justificado si se piensa en todo lo que llegáis a hacer. —Sacudió la cabeza—. Aunque no puedo aprobar que Lucy ejerza este oficio tan peligroso. Sueño con el día en que por fin lleve una vida un poco más casera. Lo que, gracias a Dios, de hecho no tardará en ocurrir.

—Yo, por mi parte, apenas puedo esperar a que por fin se invente la calefacción central. —Lucy se dejó caer, temblando de frío, en uno de los sillones junto a la chimenea—. Por no hablar de otras cosas. —Miró hacia el reloj de la repisa—. Estarán aquí dentro de diez minutos —dijo nerviosa—. Luisa podría ir empezando a poner la mesa. —Miró a Paul—. ¿Tú qué piensas, Paul? ¿Cómo crees que recibirá Gwendolyn la noticia de que va a tener un hermanito? Quiero decir que debe de ser una sensación extraña, ¿no? —Se pasó la mano por el vientre, ligeramente abombado—. Cuando nuestro hijo tenga hijos, estos se habrán hecho mayores antes de que Gwenny haya nacido siquiera. Y también es posible que esté celosa. Al fin y al cabo, la abandonamos siendo un bebé, y si ahora ve…

—Seguro que se alegrará —dijo Paul interrumpiendo el torrente de palabras. Le puso una mano en el hombro y la besó con ternura en la mejilla—. Gwendolyn es una persona tan generosa y encantadora como tú. Y como Grace. —Se aclaró la garganta para disimular su repentino enternecimiento—. Me da mucho más miedo el momento en que Gwendolyn y el pequeño granuja me comuniquen que voy a ser abuelo —dijo a continuación—. Espero que aún se tomen unos años de tiempo.

—¡Perdón! —Era la doncella—. ¡Me había olvidado! ¿Debo poner la mesa en el comedor o aquí, mistress Bernhard?

Antes de que Lucy pudiera responder, lady Tilney cogió aire indignada y le dijo en tono severo:

—En primer lugar, debe usted llamar a la puerta. En segundo lugar, debe esperar a que le digan «Adelante». En tercer lugar, no debería presentarse ante sus señores con el cabello revuelto. Y en cuarto lugar, no se dice mister y mistress Bernhard, sino «Ma’am y sir». ¿Lo ha comprendido?

—Sí, Ma’am —respondió la doncella amedrentada—. Si le parece, voy a traer el pastel.

Lucy la miró mientras se alejaba.

—Creo que nunca conseguiré acostumbrarme a este nombre —dijo suspirando.

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