El protector

El protector


Capítulo 8

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Capítulo 8

CAMI

Fuera aún está oscuro, pero el canto de los pájaros anuncia la llegada de la mañana. No he pegado ojo. Me ha sido imposible relajarme y dormirme sabiendo que él estaba en la habitación de al lado. Con una pistola. Nunca había visto una de verdad. Le sienta bien, demasiado, pero es que a ese hombre le sienta bien todo.

Me noto los ojos hinchados; seguro que los tengo como tomates. No es la mejor manera de presentarme ante mi agente, con quien tengo una reunión esta mañana, pero es que me he pasado buena parte de la noche buscando información sobre Jake Sharp en el iPhone. Sentía la necesidad de indagar todo lo posible para compensar, ya que él sabía tantas cosas de mí. No he encontrado nada, aunque en Imágenes de Google me salieron fotos suyas acompañando a varios famosos. Estaba en segundo plano, con aspecto impasible, pero, aparte de eso, nada más, lo que me frustra más de lo que me apetece reconocer.

¿Qué historia esconde ese hombre?

Me resultaría más fácil odiarlo si no me sintiera tan locamente atraída por él. Debe de tener unos treinta y cinco años, aunque lo único que me da una pista respecto a su edad son las canas que tiene en las sienes y su obvia experiencia en el trabajo.

Me pongo de lado y miro por el hueco de la puerta entreabierta. Sé que me vio anoche cuando me desnudé descaradamente antes de meterme en la cama. La verdad es que aún no sé qué mosca me picó para hacer lo que hice. Ni idea, supongo que necesitaba asegurarme de que él también sentía por mí esta incómoda atracción que yo siento por él.

Alargo el cuello hasta que distingo algo en el salón: una pierna; en concreto, su pierna desnuda y estirada sobre el sofá. Inspiro hondo sin poder apartar la mirada. Veo su vello oscuro, que va desde el tobillo hasta debajo de la rodilla. Necesito verle también el muslo, por lo que me apoyo en la cama y me inclino hacia fuera, pero me siento decepcionada cuando él cambia de postura y ya no le veo la larga y esbelta pierna. Haciendo una mueca, me inclino un poco más, despacio y con cuidado, hasta que diviso de nuevo el pie.

—¡Mierda! —La mano me resbala en el borde del colchón y me caigo al suelo—. ¡Ay! —me quejo con la cara aplastada contra la moqueta, las piernas sobre la cama y el cuerpo colgando.

Hago una mueca y contengo el aliento, esperando a que él entre en cualquier instante dispuesto a neutralizar la amenaza, pero la única amenaza que hay aquí es la de mis ojos ansiosos.

—Idiota —murmuro empujando contra el suelo para volver a la cama.

Se supone que ese hombre es el mejor agente en seguridad privada… ¡Pues vaya! Ni siquiera ha venido a ver qué me pasaba. Ahora podría estar en la cama con una pistola apuntándome a la cabeza.

—Idiota —repito, aunque esta vez el insulto va dirigido al pecaminoso y delicioso hombre tumbado en mi sofá, probablemente desnudo.

«Tumbado en mi sofá…

»Probablemente desnudo…»

—Oh, Dios…

Me levanto y me acerco a la puerta como si una fuerza invisible me atrajera de manera inevitable. Me pongo la camiseta y me aproximo aún más hasta que puedo verlo por completo. ¡Que Dios se apiade de mí! Está tumbado de espaldas, con los brazos por encima de la cabeza y la cara oculta en uno de sus bíceps. Está dormido.

Duro es el adjetivo que me viene a la mente al verlo, seguido de cerca por peligroso, y luego por las palabras obra de arte. Estoy temblando y noto el pulso latiéndome en los oídos. Es tan ruidoso que no me deja oír la voz que grita dentro de mi cabeza, ordenándome que cierre la puerta en vez de abrirla más para poder salir de la habitación sin hacer ruido.

Una vez en el salón, me acerco con pasos cortos a la sombra durmiente, deseando poder contemplar su perfección con más detalle, desde más cerca. Llego a su lado sin que él dé la menor señal de vida. Parece sereno, y es mucho más guapo al no tener esa dureza que le confiere la mirada cuando está despierto. Podría pasarme toda la eternidad tan sólo observando su rostro. Tiene el pelo alborotado y la barba de un día le cubre la mandíbula afilada. Es guapísimo, masculino, primitivo, rudo.

Aparto la vista de ese precioso rostro y voy bajando por su torso. Aunque sus músculos están relajados, siguen siendo prominentes y definidos bajo el vello oscuro. Cuando llego a la entrepierna doy las gracias —a medias— por que no se haya quitado el bóxer. La tela negra le rodea las caderas y se ajusta a los gruesos muslos. Este hombre no tiene ni un gramo de grasa. Es tan perfecto que podrían exhibirlo en el circo. Ha elevado eso de «menos es más» a la categoría de arte.

Estoy lo bastante cerca como para apreciarlo todo con detalle, pero aun así me inclino un poco más, conteniendo la respiración. Sé que, si respiro, mi aliento le rozará la piel y se despertará. Tengo que hacer un gran esfuerzo para no alargar la mano y tocarlo. Me fijo en la cicatriz que tiene en el hombro. No es muy escandalosa, es una marca plateada en su piel casi perfecta. Me inclino un poco más, llevada por la curiosidad.

Y entonces él se mueve.

Todo pasa tan deprisa que ni siquiera me da tiempo a gritar sobresaltada. Sólo cuando ya estoy tumbada en el suelo y he parpadeado varias veces para aclararme la vista soy consciente de dónde estoy.

Debajo de él.

Con su piel desnuda pegada a mi delgada camiseta.

La poca sensatez que me queda me está diciendo que proteste, que me libere y salga de ahí, pero es que se está tan bien así, con su cuerpo sobre el mío, firme, fuerte, cálido y seguro…

Me está mirando sin expresión y sus ojos oscuros me queman la piel, hasta que noto un calor que me sube desde el cuello hasta las mejillas. A pesar de mi incapacidad para moverme, la respiración alterada consigue que mi pecho suba y baje y que mi piel roce la suya. Oh, Dios mío, noto su erección presionándome contra el muslo. Mis pezones zumban, y probablemente le están enviando descargas eléctricas directas al pecho. Me sujeta por las muñecas, que tengo clavadas al suelo por encima de la cabeza. Soy su prisionera y estoy esperando a ver qué decide hacer conmigo. ¿Qué será?

«¡Bésame!»

Joder, ¿de verdad he pensado eso? Eso parece, porque las palabras no dejan de saltarme en la mente una y otra vez. Quiero que me bese, que me fuerce, que se clave en mí con su cuerpo poderoso. Hasta hoy nunca había experimentado una atracción instantánea como ésta. No a este nivel. Esto es nuevo, es algo salvaje y peligroso que trato de contener, pero me resulta casi imposible. Estoy desesperada y, a juzgar por la larga y dura erección que se me clava en el muslo, diría que a él le pasa lo mismo.

Busco sus ojos para saber qué piensa, pero me frustro aún más al encontrar sólo dos pozos oscuros y vacíos devolviéndome la mirada. Sin embargo, entonces algo cambia y la frustración le hace fruncir el ceño. Se queda inmóvil y me doy cuenta de que está conteniendo la respiración.

Se traga el aire que estaba aguantando, cambia de postura y hace una mueca cuando su polla vuelve a rozarme el muslo. Se aparta de mí con rapidez, demostrando una fuerza de voluntad que a mí me ha abandonado. Me suelta las muñecas y usa las manos para levantarse, dejándome con una absurda sensación de abandono.

—¿Me ha mirado a gusto? —me pregunta mientras se aparta.

Siento como si acabara de abofetearme. El deseo desaparece de golpe ante su brusquedad y me pongo a la defensiva.

—¿Siempre duerme medio desnudo en el sofá de sus clientes? —replico secamente mientras me levanto y me cubro el pecho con los brazos.

Vuelvo a mi habitación sintiéndome idiota perdida. ¿En qué demonios estaba pensando?

—Y ¿usted siempre se cae de la cama? —me pregunta él por encima del hombro.

Hago una mueca de rabia y maldigo en silencio al percatarme de que estaba despierto todo el rato. Por supuesto que lo estaba. Si hubiera pensado que era un intruso, en vez de clavarme al suelo, me habría clavado la pistola en la sien. Y ni siquiera ha cogido la pistola. Me ha cogido a mí. Primero estaba aturdido y luego… se ha enfadado… conmigo. Se me forma un nudo en el estómago que no logro entender. Cierro la puerta del dormitorio, me apoyo en ella y miro al techo, sintiéndome como una auténtica imbécil.

«¡Idiota!», me grito. Me obligo a sentarme en la cama y paso un buen rato intentando recuperar la sensatez. Que Jake Sharp vaya a ser mi sombra va a resultar más complicado de lo que me imaginaba.

Después de ducharme y de arreglarme, salgo de la habitación. Llevo unos shorts vaqueros, un top que deja los hombros al aire y unas chanclas. Mientras me recojo el pelo a medio secar, busco con la mirada a Sharp por el salón y luego en la cocina.

Lo encuentro apoyado en la encimera. Se ha duchado y está obscenamente fresco y atractivo. Se ha puesto unos vaqueros gastados y una camiseta negra de cuello redondo. Ajá, veo que ha encontrado el otro dormitorio. Cuando entro, me mira, pero no se separa el móvil de la oreja. Aparto la vista con rapidez y me dirijo a la nevera, de donde saco el zumo de uva y vacío la botella de un trago.

—Lo agradezco —dice, aunque no suena agradecido en absoluto—, adiós.

Sigo dándole la espalda, porque continúo muerta de vergüenza por haberme ofrecido a él en bandeja y porque él me ha rechazado. Si por casualidad no pensaba que era una niña idiota antes, seguro que ahora ya lo piensa.

Oigo un movimiento a mi espalda, seguido de una discreta tos. Tapo la botella mientras mentalmente empiezo a localizar todas las cosas que necesito.

—No mencionó que había una habitación libre… con baño —señala en tono neutro. Aunque su voz no deja entrever una crítica, sé que la hay—. De hecho, esa habitación está ordenada.

Ahí está la crítica. Pero si el apartamento está desordenado es porque Heather y yo hemos estado muy ocupadas perfeccionando nuestros diseños, buscando telas e ideas para la campaña de marketing. No obstante, no le debo ninguna explicación, así que guardo silencio y voy a buscar el bolso. Cuando lo encuentro, me dirijo a la puerta, colgándomelo del hombro por el camino.

Pongo la mano en el pomo y trato de abrirla, pero él me lo impide apoyando la suya en la madera. Pego un brinco y me maldigo por perder la compostura de este modo.

—Ya que yo he aceptado sus reglas de convivencia, al menos tenga la decencia de seguir alguna de las mías —dice a mi espalda, manteniendo la puerta cerrada por encima de mi hombro. Frunzo el ceño con la mirada fija en la madera y permanezco en silencio—. No vuelva a acercarse a mí sigilosamente nunca más —añade.

En cuanto aparta la mano de la puerta, la abro y salgo rápidamente al pasillo, tratando de librarme de las cosquillas que me ha provocado su cercanía.

—¿Se olvida de quién trabaja para quién? —le suelto pasando de largo el ascensor y dirigiéndome a la escalera.

No pienso estar quieta y encerrada con él; necesito distancia, necesito movimiento.

Él no me responde; no da muestras de haberme oído. Me sigue en silencio. Bien, eso es que respeta mis límites. Nada de hablar.

Entro en el aparcamiento subterráneo y apunto con el llavero hacia el Mercedes.

—¿Puede apartar el coche? —le pregunto por encima del hombro.

—Iremos con el mío —me responde con calma.

—Sé conducir sola.

Abro la puerta y lanzo el bolso antes de sentarme. Arranco el motor y me pongo el cinturón de seguridad mientras miro por el retrovisor. Sharp entra en el Range Rover y profiero un sonido aprobatorio con los labios apretados, satisfecha de mí misma. Tal vez ha decidido que no puede soportar estar tan cerca de mí y se ha echado atrás en su regla de viajar juntos. Genial.

Espero, con las manos en el volante, a que mueva su enorme vehículo, pero dos minutos más tarde sigue parado y mi paciencia está empezando a agotarse. Aprieto los dientes y, poco después, toco el claxon con rabia. No sirve de nada. Sharp sigue sentado en su asiento mirando su teléfono, como si la cosa no fuera con él.

—Gilipollas —murmuro abriendo la puerta, saliendo del coche y acercándome a su ventanilla.

Golpeo con los nudillos y él baja el cristal sin dejar de observar la pantalla del móvil.

—Muévase —le ordeno con sequedad.

—No —contesta, y vuelve a subir la ventanilla.

Me lo quedo mirando boquiabierta, pero él no parece darse cuenta de mi indignación.

Golpeo el cristal con el puño y vuelve a bajarlo sin soltar el teléfono.

—Tengo una reunión con mi agente a las once —le digo con toda la calma que logro reunir—, no tengo tiempo para esto.

—Pues le sugiero que deje de poner dificultades y suba al coche.

La ventanilla vuelve a elevarse, por lo que no puedo meter las manos por el hueco y estrangular a este cabronazo.

Con un grito de frustración, vuelvo al Mercedes a grandes zancadas, pesco el bolso y cierro dando un portazo. ¡Es el hombre más irritante que he conocido nunca!

Me subo a su coche y prácticamente me sale humo de las orejas. Me echo hacia atrás con rabia y busco mi móvil en el bolso. Sharp se pone en marcha sin decir una palabra mientras yo llamo a mi padre. No puedo más; esto no es justo.

—Camille. —La voz severa de papá no me calma. Sólo me recuerda quién es y que mis protestas no van a servir.

De todos modos, lo intento.

—Papá —en vez de dirigirle el discurso descarado que seguro que está esperando, opto por la dulzura—, agradezco mucho tu preocupación, pero no puedo tener a este tipo siguiéndome todo el rato. Tengo trabajo, reuniones, cosas…, y me molesta.

—Camille, ya te dije que no era negociable.

—¿Es por Sebastian? —le planteo—. Porque te aseguro que no tengo intención de volver a verlo nunca más.

—No, no es por Sebastian; es por una amenaza que no me gusta. Sharp estará contigo hasta que descubramos quién la envió.

—Pero…

—Camille, ahora no tengo tiempo —me interrumpe, lo que hace que se me active mi sonrisa irónica, esa que es igual que la de Elvis—. Sharp no va a ir a ninguna parte, y no se hable más. —Corta la llamada y yo lanzo el móvil al interior del bolso muy enfadada.

Siempre he desafiado a mi padre. Siempre he hecho lo que yo quería y no lo que quería ese maniático del control. Ésta es la primera vez que no puedo salirme con la mía. A menos que me cargue a Sharp, no puedo librarme de él, y no soporto esta sensación de impotencia.

Lo miro discretamente con el rabillo del ojo y veo su perfil. Tiene los ojos clavados en la calzada. Mientras hablaba como si él no estuviera delante, no se ha inmutado. Eso es lo que tengo que hacer yo: actuar como si él no existiera. No puedo quedarme embobada admirándolo cada dos por tres: es muy molesto y poco práctico.

No puedo volver a mirarle el pecho ni esos poderosos músculos, ni puedo seguir haciéndome preguntas sobre él. De ninguna de las maneras. Él me mira y me quiero morir porque estoy haciendo justo todo lo que no quiero hacer y él me ha pillado haciéndolo. Lo oigo aguantarse la risa y lo fulmino con la mirada, pero, al hacerlo, las canas de sus sienes me llaman la atención.

—¿Cuántos años tiene, por cierto? —le pregunto sin pensar, y luego vuelvo a morirme de la vergüenza.

—Treinta y cinco. —Me mira divertido—. ¿Y usted?

Frunzo todavía más el ceño. Odio que me tome el pelo. Lo sabe todo sobre mí; no necesita preguntarme la edad. Me vuelvo y no le respondo.

—¿Dónde está la oficina de su agente? —me consulta mientras gira en la dirección correcta, lo que me dice que sabe exactamente adónde vamos y que lo único que pretende es hacerme hablar.

Precisamente por eso aprieto los labios, ignorándolo otra vez. Me está haciendo la vida imposible y pienso pagarle con la misma moneda. Cuando acabe el día será él quien pida dejar el trabajo.

Nos detenemos frente a la entrada de la oficina de Kerry, mi agente, en Hatton Garden, y salto del coche al tiempo que cierro la puerta sin decir una palabra. Distingo a Heather, que me está esperando en la puerta, y me acerco a ella con rapidez, sin hacer caso de la sonrisilla que me dirige cuando ve a Sharp. Me abraza y empieza a decir:

—¿Qué tal con…?

—No preguntes —le advierto apartándome de ella y abriendo la puerta.

Sé que nos sigue a escasa distancia mientras subimos al primer piso y entramos a la oficina de mi agente. Cuando ella lo ve y se le abren unos ojos como platos, sé que voy a tener que dar explicaciones. Como ya he dicho, ese hombre es imposible de ignorar.

—Es temporal —asevero acercándome a su mesa y sentándome.

Heather se sienta a mi lado.

—Papi ha estado tocándole las narices a alguien otra vez —comenta.

Mi agente se ríe; no le extraña nada.

—El bueno de papi…

—¿Qué hay de nuevo? —le pregunto tratando de centrarme en el trabajo, que me encanta. No se me ocurre mejor manera de olvidarme de Sharp, que está en alguna parte, a mi espalda.

Kerry se sienta también y me pasa un portafolios por encima de la mesa.

—No te importa que toque unos temas con Camille, ¿verdad? —le comenta a Heather.

—No os preocupéis por mí —responde mi amiga, moviendo una mano en el aire y mirando por encima del hombro—. Seguro que encuentro algo con lo que entretenerme.

Le doy una palmada en la rodilla y ella se encoge de hombros y vuelve a mirar hacia Kerry a regañadientes. Mi agente se ha vuelto a quedar con la mirada fija a mi espalda. Toso para sacarla del trance.

—¡Bien! —Kerry se pone en modo profesional—. Levi’s lanza una nueva línea y quieren tus piernas para sus vaqueros.

—Oooh… —Abro el portafolios y lo hojeo, sin hacer caso de Heather, que se está volviendo otra vez para comerse a mi guardaespaldas con los ojos.

—Y Dior lanza una nueva crema milagrosa. Eres la primera en su lista de rubias para anunciarla. —Kerry guiña un ojo, señalándome la cara—. Tienes el cutis más perfecto de la profesión.

Heather se echa a reír y nos mira.

—¿Qué más da? Igualmente la maquillarán como a una puerta.

Kerry se pasa las manos por el pelo, que lleva suelto con un corte muy formal.

—¿Estás interesada?

—¡Por supuesto! —exclamo—. ¿Cuáles son los temas?

Dejo el portafolios en la mesa y veo que los ojos de mi agente no paran de desviarse hacia un punto a mi espalda. Me pregunto qué estará haciendo Jake. ¿Será posible que Kerry se esté ruborizando? ¿Mi agente, esa tipa dura que nunca demuestra sus emociones? Con el ceño fruncido, giro el cuello con discreción. Jake está junto a la puerta, con las manos cruzadas por delante y con un aspecto jodidamente espectacular. Ese hombre es un pecado andante. Me vuelvo de nuevo hacia Kerry antes de que mis ojos se queden enganchados ante tanta belleza.

—¿Los temas? —insisto.

Ella me mira.

—¡Oh, sí, claro, los temas! —Está sofocada, buscando papeles en su mesa mientras Heather no puede aguantarse la risa. Es la primera vez que veo a Kerry ruborizada. Supongo que eso debería consolarme; no soy yo sola la que piensa que el capullo arrogante está como un queso—. ¡Aquí está! —Coge una hoja de papel y empieza a cantarme los temas—. Levi’s vuelve a las raíces. La campaña está basada en los ranchos. Habrá vaqueros, botas, sombreros, esas cosas. Lo de Dior es mucho más minimalista. Un poco de maquillaje, casi sin tener que actuar, ya sabes de qué va.

—¡Suena bien! —Justo lo que necesitaba: nuevos proyectos para animarme un poco.

—Genial, pues empezaré las negociaciones. ¿Alguna condición?

—Sí —contesta Heather—. Quiere un bol lleno de Smarties de naranja y que la temperatura ambiental sea de diecinueve grados, ni uno menos. —Lo dice tan seria que me echo a reír.

Kerry, que estaba anotando algo —y que no era lo que Heather estaba diciendo, por supuesto—, levanta la cabeza.

—Sabes que, si me lo pidieras, te lo conseguiría.

—Lo sé —replico sonriendo—, pero no me gustan los Smarties de naranja y siempre puedo ponerme un albornoz si tengo frío.

—Dios, es tan fácil tratar contigo… —Kerry vuelve a anotar—. Te llamaré cuando tenga los detalles.

—Perfecto, y ahora háblanos de esos nuevos inversores potenciales —le digo, y no me gusta el brillo de advertencia que veo en su mirada—. ¿Qué pasa?

—Eso —Heather se echa hacia delante—, ¿qué pasa?

—Bueno… —Mi agente carraspea para ganar tiempo.

—Kerry, suéltalo de una vez.

—Quieren trabajar contigo, Camille, de verdad que sí. Les parece genial que tú estés al frente de la campaña; incluso han aceptado que la colección se elabore para todas las tallas…

—¿Pero? —preguntamos Heather y yo al unísono.

—Pero no tendríais poder de decisión sobre los diseños —se muerde el labio—, las telas ni los accesorios.

Me desinflo en la silla.

—Vamos, que básicamente lo que quieren es que ponga la cara y el cuerpo para vender una colección de ropa en la que lo único nuestro será el nombre porque no podremos opinar sobre nada.

—Y ¿qué pinto yo entonces? —suelta Heather indignada.

—Nada —responde Kerry, dejando a mi amiga clavada en la silla. Veo que el dolor altera su preciosa cara—. Lo siento, pero a pesar de todo sigue siendo una gran oportunidad, Camille. Ofrecen mucho dinero. —Empuja otro portafolios en mi dirección.

Le acaricio el brazo a mi amiga mientras le dirijo a mi agente una mirada cansada. ¿De verdad cree que voy a aceptar algo así?

—Kerry, esto sería como hacer de modelo pero cambiándole el nombre. ¿Pretenden que deje en la cuneta a mi amiga y socia? Tenemos cientos de bocetos; algunos son geniales.

Mi agente aprieta los labios, mostrando una mínima compasión.

—Echa un vistazo a lo que te ofrecen —insiste dando golpecitos en el portafolios. Lo acepto poniendo los ojos en blanco—. Tienen mucho interés.

Me levanto, cojo el bolso, echo el portafolios dentro de cualquier manera y le doy un empujón a mi amiga para sacarla del trance en que la ha sumido el dolor. Se levanta lentamente.

—Llámame cuando tengas los detalles de las campañas de Levi’s y Dior.

Giro sobre mis talones y mi abatimiento crece cuando me encuentro a Sharp. Nuestras miradas se cruzan un instante, pero esta vez él es el primero en apartarla, ya que se mueve y me abre la puerta. Se lo agradezco y le doy un empujón a Heather para que pase delante de mí.

—No me quieren —murmura mi amiga, bajando la escalera como si le pesaran mucho los pies—. Te quieren a ti, pero a mí no.

—Somos un equipo —le recuerdo—. Si no estamos las dos involucradas, no se firma nada. No pienso embarcarme en esto sola.

Me mira con los ojos llenos de lágrimas.

—¿De verdad lo piensas?

—¡Claro! Heather, eres una modista increíble. Tienes una gran visión para los detalles, las texturas, los contrastes… No quiero trabajar con nadie que no seas tú.

Y eso por no hablar de todo lo que esta chica ha hecho por mí. Ha estado a mi lado en lo bueno y en lo malo, dándome la mano en los momentos más oscuros. Nunca ha tirado la toalla conmigo; se lo debo todo. Si hoy estoy donde estoy es porque ella no se rindió, y nunca lo voy a olvidar por mucho dinero que me ofrezcan.

Veo que las dudas se evaporan de su expresión y se abalanza sobre mí.

—Gracias.

Dejo que me apretuje, sonriendo.

—¿Qué vas a hacer ahora?

—Comeré con mi madre. ¿Te apuntas? —me suelta y se estira la ropa.

Me lo planteo durante unos instantes, preguntándome si hacerle eso a Sharp será lo bastante horrible como para que quiera dejar el empleo.

—No, pero gracias. —Necesito algo mucho más insoportable, no para mí, sino para Jake. Sonrío disimuladamente—. ¿Haces algo esta noche?

—¿Te apetece salir?

—¿Qué te parece una noche de chicas? ¿Vino, manicura y comer porquerías mientras vemos algo muy femenino en la tele? —Sharp lo odiará, ya me aseguraré de ello—. Y podríamos hacer algún diseño nuevo.

—¡Me encanta la idea!

—¿En mi casa a las seis?

—¡Genial! —De un salto, se planta en medio de la calzada y para un taxi—. ¡Nos vemos allí!

Me despido de ella con la mano y al volverme me encuentro con que Sharp tiene el ceño fruncido. Sin embargo, no me está mirando a mí; está observando algo en la acera de enfrente. Me pregunto qué será lo que le habrá llamado la atención, pero al seguir la dirección de su mirada sólo veo una hilera de coches aparcados.

—Espere aquí —me ordena con brusquedad, dirigiéndose hacia allí. Está totalmente concentrado, alerta, en tensión.

—Jake, ¿qué…? —dejo la frase a medias al comprobar que echa a correr.

Frunzo el ceño perpleja, pero luego veo que una furgoneta blanca se pone en marcha y acelera calle abajo.

Jake afloja la carrera hasta detenerse por completo. Mientras la furgoneta desaparece al doblar la esquina, se lleva la mano al bolsillo y empieza a hablar por teléfono al tiempo que se dirige de vuelta hacia mí.

—Una furgoneta blanca. No he visto la matrícula ni ninguna cara. Tal vez no sea nada. —Cuelga y me lo quedo mirando divertida—. ¿Qué pasa? —me pregunta mientras vuelve a guardarse el móvil en el bolsillo.

—Sólo era alguien aparcado en la calle…

—Ha salido disparado a toda velocidad.

—Yo también lo haría si viera a alguien como usted acercándose. —Sacudo la cabeza y lo rodeo. Menudo paranoico.

Noto que me sigue mientras cruzo la calle en dirección a su Range Rover, pero antes de poder acelerar para poner más distancia entre ambos, la aparición de una cara familiar hace que me detenga en seco. Sharp choca contra mi espalda y suelta una maldición mientras yo estoy a punto de caerme de boca.

—¡Cuidado! —le grito fulminándolo con la mirada por encima del hombro para ignorar las chispas que han saltado con nuestro contacto.

Él se aparta de inmediato. La barbilla le tiembla de tanto apretar los dientes, pero no aparta la mirada.

—Lo siento.

Soy yo la que acaba apartándola, y busco al causante de que me haya detenido de esa manera.

—¡TJ! —chillo corriendo hacia mi hermano.

—¡Eh, estrellita!

Se echa a reír cuando me abalanzo sobre él y me rodea con los brazos. Es curioso, pero ese mote no me molesta de igual manera cuando es TJ quien lo usa. ¡Me alegro tanto de verlo! Es difícil encontrar un momento para hablar de nuestras cosas, sobre todo porque papá lo explota. No es que a TJ le importe mucho. Disfruta sabiendo que mi padre confía plenamente en él. Le gusta tener responsabilidades. Nuestro padre lo ha educado para que sea su sucesor en todos sus negocios, pero TJ no tiene su vena implacable.

—¿Qué estás haciendo aquí?

Me aparta y me da un descarado pellizco en la mejilla.

—Vengo de la tintorería, de recoger el traje. —Me enseña la bolsa—. Ahora voy al despacho del abogado; he quedado con papá.

No me sorprende. Cada semana van al abogado.

—¿Quién lo ha demandado esta vez?

—¡El mundo entero! —TJ ríe—. ¿Cómo te va, peque?

—Bien —respondo enseguida. TJ sabrá de qué va la cosa. Papá lo comparte todo con él—. ¿A ti también te persigue una máquina de matar a todas partes?

Él me da un golpecito en el hombro, me agarra por el cuello y me revuelve el pelo.

—¿Te has puesto las bragas de graciosilla esta mañana?

—¡Eh! —exclamo, e intento liberarme, pero cuando me aparto el pelo de la cara ya no veo a mi hermano.

Porque Sharp ha interpuesto su enorme cuerpo entre los dos.

Está tan pegado a mí que tengo que elevar mucho la cara para verle la nuca, y noto los músculos que se le marcan bajo la camiseta negra.

—¿Usted es…? —pregunta en un tono cargado de desconfianza y hostilidad.

¿En serio? ¿Es que este hombre no puede ser cordial y educado con nadie? Además, ahora que lo pienso, seguro que sabe quién es TJ. Debe de haber visto fotografías suyas en la investigación de mi entorno que seguro que ha hecho. Por no mencionar que mi hermano es una fotocopia de mi padre. Sharp está haciendo el numerito. ¿Qué le pasa? ¿Sigue tenso por lo de la furgoneta?

Me apoyo en su brazo y, con esfuerzo, lo echo a un lado. O, mejor dicho, lo intento, porque, aunque lo empujo con todas mis fuerzas, no se mueve ni un milímetro.

—Es mi hermano —le informo. Suspirando, me pongo yo a un lado para poder volver a ver a TJ, ya que Sharp no parece tener intención de hacerlo.

Como es normal, la expresión de TJ es de alarma.

—Vaya, ésta es la máquina de matar, supongo. —Le ofrece la mano—. Encantado de conocerlo, señor Sharp.

Me parece oír un gruñido que brota de la garganta de mi guardaespaldas mientras le da la mano a mi hermano. Le dirige una mirada asesina, y TJ, que es más bajo que yo, tiene que dar un paso atrás para no desnucarse si quiere mirarlo a los ojos.

—Lo mismo digo —replica Jake con brusquedad y sin rastro de sinceridad en su tono.

TJ libera la mano con esfuerzo de su garra y me mira con curiosidad. Doy un paso adelante y lo cojo del brazo. A él no me cuesta desplazarlo. TJ suelta una risa nerviosa.

—Papá no mentía cuando me dijo que no lo había contratado porque le gustara. ¡Menudo capullo!

Nos detenemos y yo profiero un sonido de aprobación con los labios apretados. Miro por encima del hombro y veo que Jake no para de observar a su alrededor. Me está poniendo nerviosa.

—En todo caso —sigue hablando TJ, haciéndome apartar la mirada de Sharp. Mi hermano está muy serio, así que ya sé de qué me va a hablar—, he oído que alguien ha salido de rehabilitación.

—Qué curioso, yo también lo he oído.

—Camille —me advierte, y noto por su tono de voz que está cansado—, estamos preocupados por…

Levanto la mano para interrumpirlo.

—Rompí con él —digo enfatizando las sílabas. No es que me cueste pronunciarlas, es que estoy harta de repetir lo mismo una y otra vez.

Cuando Heather me dijo que Seb había vuelto a la ciudad, me preocupé, pero ya no. He cambiado la preocupación por determinación. No será fácil que me lo encuentre por casualidad y, además, por lo que he oído, no creo que tarden en volver a encerrarlo.

—Es curioso que papá contrate a un guardaespaldas para que me proteja el mismo día que Seb sale de rehabilitación —comento enarcando una ceja acusatoria.

TJ me imita, pero su gesto es de advertencia.

—Vi la nota de amenaza, peque. No podemos permitir que nuestra estrellita corra peligro.

—¿Qué decía, por cierto? Y ¿quién la envió?

—No importa lo que decía. Y, si supiéramos quién ha sido, ¿no crees que ya habríamos hecho algo al respecto?

Suspiro derrotada. Sé que los negocios no son lo mío, incluso cuando me afectan de manera tan directa.

—¿Quieres un café? —Señalo una cafetería en la acera de enfrente.

—Otro día. Llego tarde a la reunión. —En ese momento, su teléfono empieza a sonar. Sonriendo, me lo muestra y veo la palabra Papá en la pantalla—. Llevo treinta segundos de retraso. —Me besa en la frente antes de dirigirse hacia su coche, manteniéndose a una distancia prudente de mi descomunal guardaespaldas—. Cuide de nuestra chica —le dice a Sharp, como un buen hermano.

Eso me hace sentir bien, hasta que veo que él sigue tenso como las cuerdas de un violín. ¡Ese hombre tiene que aprender a relajarse, por el amor de Dios!

TJ sube a su Maserati y sale derrapando calle abajo. Yo me dirijo al coche de Sharp, segura de que él no andará muy lejos por detrás de mí. Es como si estuviéramos unidos por un cordel elástico invisible y, cuando nos separamos demasiado, el cordel se enrollara solo.

A las seis en punto, Heather llama a la puerta con tanto entusiasmo que parece que quiera echarla abajo. Corro para dejarla entrar, pero Jake llega antes que yo. Atisba por la mirilla con una mano apoyada en los riñones, cerca de su pistola. ¡Menudo paranoico!

—Es Heather —murmuro, pero él se aleja de la puerta sin molestarse en abrirla ni en responderme.

Abro y sonrío cuando veo que mi amiga trae una botella de vino en cada mano.

—Ya estoy aquí —canturrea pasando por mi lado con decisión. Sé en qué momento ve a Sharp porque se detiene en seco y se calla.

Cierro la puerta y la empujo hacia la cocina.

—Es divino —susurra ella dejando las botellas en la encimera mientras yo saco las copas.

Hago un ruido burlón.

—Si te gustan temperamentales…

—Oh, sí, me gustan.

Heather sirve el vino mientras yo busco en los armarios algo para acompañar. Cuando la bandeja está llena, vuelvo a la sala de estar, seguida por ella. Sharp está en el sofá con el portátil sobre sus gruesos muslos. Me detengo ante él y espero a que aparte los ojos de la pantalla y me mire.

—Disculpe —digo educadamente, con mi mejor sonrisa.

Él mira hacia la única silla del salón y luego observa a Heather. Su rostro no muestra ninguna emoción. Cuando ya pienso que se va a negar a levantarse, lo hace, y sus músculos se tensan de manera deliciosa, obligándome a apartar la vista antes de que empiece a babear. Veo a Heather con el rabillo del ojo. No se corta en absoluto y disfruta contemplando cómo Sharp se dirige a la silla y vuelve a sentarse sin apartar la mirada del portátil en ningún momento.

Me siento en el sofá y toso para llamar la atención de mi amiga, que se ha quedado traspuesta. Ella sacude la cabeza maravillada y se sienta a mi lado. Noto que se muere de ganas de comentarme un millón de cosas, pero la presencia de Jake la cohíbe. Bueno, eso no tiene por qué ser malo. Coloco el bol con las patatas fritas entre ambas y brindo con ella.

—¿Por qué brindamos? —me pregunta.

Sus palabras me hacen pensar. Incapaz de encontrar una buena respuesta, contraataco con otra pregunta:

—¿De qué color? —Cojo la caja de las lacas de uñas y se la planto debajo de la nariz. Empecemos ya con la mierda esta de la noche de chicas.

—¡Rojo! —Se lanza de cabeza hacia una botellita de esmalte—. Píntame las uñas de los pies.

Se quita los zapatos, se acomoda en el sofá y apoya los talones en mi regazo.

Me pongo manos a la obra, separándole los dedos con algodón.

—Te he hecho el boceto…, el del vestido —le informo.

—Ya sé cómo es —contesta, y yo sonrío. Comienzo a pintarle las uñas mientras ella sigue hablando—: He concertado una cita con el proveedor de telas. Y he tenido una idea para una línea de lencería. ¡Oh, Dios mío, te quedaría genial!

Una tos brusca me sobresalta un poco. Levanto la cabeza y veo que Sharp me está observando, aunque enseguida vuelve a clavar la vista en el portátil para no tener que responder a mi mirada interrogativa. Frunzo el ceño y, sacudiendo la cabeza, me vuelvo hacia Heather, que está examinando a mi guardaespaldas y poniendo morritos. Le doy un golpe en el pie para llamarle la atención.

Ella me sonríe, pero yo no le hago caso.

Después de pintarle la última uña, pasamos unas cuantas horas charlando, riendo, compartiendo ideas y achispándonos un poco. Cuando acaba Dirty Dancing, me levanto de un brinco y obligo a Heather a hacer de Patrick Swayze mientras yo bailo a su alrededor. Ella canta, muy mal, por cierto, y me parto de risa cuando veo que se pone en posición para que me lance a sus brazos.

—¿En serio?

—Soy más fuerte de lo que aparento —me indica moviendo las manos con impaciencia.

Cuando me vuelvo y veo que Sharp no se pierde detalle de nuestras payasadas, me entran aún más ganas de reír. No sé si nos mira a las dos, pero a mí no me quita ojo. ¿Está sonriendo? Entorno los ojos curiosa, pero cuando él se da cuenta fija la atención de nuevo en la pantalla del ordenador.

—¡Vamos, Baby! —grita Heather.

Sonriendo, corro hacia ella, que separa las piernas para anclarse al suelo. Chocamos y, entre gritos agudos, caemos sobre el sofá, riendo como un par de idiotas.

—No eres tan fuerte —me burlo de mi mejor amiga, relajada. En la intimidad de mi hogar no tengo que estar en tensión, con miedo de que una cámara me pille en un mal día, ni he de preocuparme de mi controlador padre. Estamos solas, mi amiga y yo.

—Seguro que él podría levantarte como si fueras una pluma. —Heather señala a Sharp, recordándome que, en realidad, no estamos solas.

Sin embargo, recordar que Jake está ahí no me provoca el mismo grado de ansiedad que horas antes.

Me apoyo la mano en la tripa, que se ondula por el esfuerzo, y al mirarlo veo que él se revuelve en el asiento. Paso más rato del aceptable contemplando su hermoso cuerpo sentado de cualquier manera en la silla. Observo su mandíbula, cubierta de barba de pocas horas, y sus ojos, de color marrón oscuro, que me están estudiando a su vez. Unos ojos sonrientes.

Ladeo la cabeza al mismo tiempo que él. No parece en absoluto exasperado por tener que soportarnos a Heather y a mí entregadas a una noche de chicas. No lo entiendo. Frunzo los labios, buscando una respuesta.

En ese momento, Sharp aparta la mirada bruscamente, como si acabara de percatarse de que me estaba observando. Me muerdo el labio y miro la caja de esmaltes de uñas que tengo a mi lado. Sonriendo, elijo el color rosa más chillón que encuentro, me levanto y camino hacia él tratando de no tambalearme, lo que no es fácil, después de todo el vino que hemos bebido. Pasan varios segundos hasta que él se decide a mirarme. Alzo la laca de uñas y se la enseño.

—¿Quiere que le pinte las uñas de los pies?

Aunque trata de controlarse, los ojos se le abren un poco.

—No —responde sin expresión antes de volver a concentrarse en el portátil.

Mi sonrisa se hace más amplia cuando me arrodillo a sus pies. Va descalzo; tiene los pies bonitos. Le cojo uno y trato de ponerlo sobre mi regazo.

—Creo que este color le favorecerá.

Él se resiste y aparta el pie.

—Camille —me advierte, pero no le hago caso y lucho contra su pie—. Camille…, ¿qué demonios está haciendo?

—Vamos, déjeme —insisto, y mi diversión va en aumento cuando Heather se arrodilla a mi lado para ayudarme a llevar el pie de Jake a mi regazo.

Incluso uniendo fuerzas, no le cuesta nada librarse de nosotras. Se nos quita de encima y se levanta, dejándonos sentadas en el suelo.

Levanto la cara y, al verlo tan amenazador frente a mí, me entra un nuevo ataque de risa. Él inspira hondo, como si se estuviera cargando de paciencia. Al fin he logrado hacerle perder la paciencia, y me alegro mucho. Espero que en cualquier momento se marche huyendo de mí y de mi exasperante amiga. Sin embargo, me sorprende cuando, tras poner los ojos en blanco, se inclina, me sujeta por los hombros y me levanta del suelo. La risa se me hiela en la garganta cuando me doy cuenta de la facilidad con la que me ha levantado. Una vez que estoy de pie, no me suelta de inmediato, lo que es una suerte, ya que no me siento los pies… ni los músculos. Lo único que noto es el corazón, que se me ha vuelto loco en el pecho. Cuando se inclina hacia mí y me roza la oreja con los labios, se me acelera aún más.

—Ya le he advertido —susurra— que lo aguanto todo, Camille. —A continuación, me suelta, dejándome temblorosa, y se aleja—. Estaré en la ducha.

—Oh, Dios mío. —Heather se levanta a toda prisa y me apoya la mano en el brazo—. ¿Te has fijado en el detalle? A mí no me ha ayudado a levantarme. Y ¿a qué ha venido eso de que estará en la ducha? ¿Ha sido una invitación en toda regla o me lo ha parecido a mí?

Me obligo a centrarme y a dejar de pensar en tonterías.

—Qué ridiculez —murmuro yendo a la cocina a por más vino.

—Tal vez, pero ¿te lo imaginas desnudo? ¿Y mojado?

Suplico en silencio que mi amiga cierre el pico y no me anime a tener pensamientos de ese tipo. Ya me basto sola para eso. Me ha salido el tiro por la culata al pretender cabrear a Sharp. Ahora soy yo la que estoy cabreada. Conmigo misma.

Cuando Heather se va, me quedo apoyada en la puerta con los dientes clavados en el labio inferior. Tras la ducha, Jake no volvió. Nos dejó solas, probablemente harto de tantas niñerías. Eso debería hacerme feliz, pero no es así. Sólo puedo pensar en todas las veces que lo he sorprendido observándome. No se lo veía incómodo, parecía contento; todo lo contrario de lo que esperaba.

No puedo reprimir un bostezo. Necesito dormir y, sobre todo, desconectar la mente. Cojo algunos de los bocetos que hay sobre la mesa y me los llevo a la habitación con la idea de tomar algunas notas en la cama. Pero justo cuando estoy a punto de cerrar la puerta, lo oigo y no soy capaz de resistir la tentación de asomarme. Me sobresalto cuando me lo encuentro justo enfrente, recién duchado pero vestido. Mis ojos se quedan cimentados a su pecho, imaginando la carne que oculta la camiseta de color gris, mientras jugueteo con los bocetos.

—¿Camille?

Mis ojos levantan el vuelo hasta encontrarse con los suyos.

—¿Sí?

Guarda silencio unos momentos, pensando antes de hablar. Luego se echa hacia delante y coge uno de los bocetos. Yo permanezco muy quieta, en silencio. Contengo la risa al pensar que ni siquiera debe de saber qué está viendo.

—Es bueno —murmura ladeando la cabeza—. ¿Qué es?

—Un cinturón. Forma parte de la línea de accesorios que he diseñado. —Le arrebato el boceto, aguantándome la risa. ¿Por qué está tan amable de repente?—. ¿Quiere hacerme de modelo?

Me dirige una mirada severa.

—No uso cinturones —replica.

Acto seguido, se agarra la camiseta y se la levanta. Pienso que quiere enseñarme las trabillas vacías de sus vaqueros, pero lo único que veo es un vientre sólido como una piedra. Se me seca la boca y tengo que apoyarme en el marco de la puerta. ¡Madre de Dios…! Podría hacerme un corte en el dedo tocando esas líneas tan definidas.

—El único accesorio que llevo es la pistola —añade, da media vuelta y se aleja sobre sus pies descalzos—. No puedo disparar con un jodido cinturón.

Y, con esas palabras, me desaparece el calentón. La cara se me contrae en una mueca de rabia y, como no se me ocurre nada que decirle, doy un portazo.

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