Dubai

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Tercera parte » Capítulo XXXI

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Empezaba a anochecer cuando Fitz entró en la ciudad de Radnor (Pensilvania), situada en la llamada Línea Principal de Filadelfia. La madre de Laylah le había dado indicaciones específicas acerca de cómo llegar a la casa, que estaba algo apartada de la carretera. Dicha casa era exactamente lo que Fitz había imaginado siempre como el hogar de la familia de Laylah. Aparcó el coche alquilado en el amplio paseo circular de grava, y se apeó. Del asiento trasero sacó la maleta, cerró la portezuela y se echó a andar, por la crujiente grava, hacia le puerta principal. Antes de que tocara el timbre, abrió la puerta una mujer entrada en años, de aspecto muy atildado, vestida de negro y con un delantal blanco. «La criada personificada de la Línea Principal», se dijo Fitz.

—Puede dejar la maleta en el vestíbulo.

Mrs. Smith lo espera en el cuarto de estar —anunció la criada.

Fitz dejó la maleta y siguió a la criada a través de un amplio corredor y luego hacia el interior de una vasta estancia, con amplios ventanales, que daba a un espacioso jardín posterior que, en ligera pendiente, descendía hacia un estanque en el que nadaba toda una familia de hermosos gansos blancos. La madre de Laylah estrechó la mano a Fitz. Tenía el cabello largo y negro, sin un solo toque de gris. Era una mujer muy guapa, con las distinguidas facciones persas que caracterizan a la aristocracia del Irán. Indudablemente, se trataba de la madre de Laylah, no había posibilidad de error.

Mr. Lodd, ¡qué placer conocerlo, después de haber oído hablar tanto de usted!

—Es un placer estar aquí,

Mrs. Smith. Laylah me ha hablado mucho de usted y de

Mr. Smith.

—Por favor, llámeme Maluk y a mi marido, Hoving. He arreglado todo para cenar esta noche los tres solos; así podremos conocernos más íntimamente. Hoving está al llegar, y él mismo se encargará de decirle quién vendrá mañana a verle a usted. Laylah nos ha hablado de sus muy encomiables ambiciones. Hoving cree que puede ayudarle en el asunto del petróleo y también en sus deseos de obtener esa embajada. Como usted sabe, Hoving perteneció al Departamento de Estado durante muchos años.

—Sí, Laylah me lo dijo. Así fue como él y usted se conocieron, ¿verdad? Su marido había sido destinado a Teherán.

—Sí, nos conocimos en una recepción diplomática, en Teherán, durante la guerra. Por aquel entonces, Hoving era un joven oficial de Marina.

A Fitz le encantaba el armonioso acento de Maluk.

—Ahora, Fitz, lo acompañaré a su habitación, para que pueda refrescarse y ponerse cómodo. Cuando esté usted listo, Hoving seguramente habrá llegado y podremos tomar un aperitivo.

Maluk Smith condujo a Fitz a la planta alta, hasta una confortable habitación para huéspedes cuyas ventanas daban también al jardín. Fitz abrió la maleta, fue al cuarto de baño y se lavó. Veinte minutos más tarde bajaba la escalera hacia el cuarto de estar, donde ya lo esperaban Maluk y Hoving Smith. Hoving era casi lo que él se había imaginado. Un hombre alto y calvo, con una cadena de oro colgándole del chaleco. Por supuesto que Fitz había visto fotos de él en el apartamento de Laylah en Teherán. Se preguntaba si debería decir que había estado en el apartamento de Laylah, y qué les podría haber dicho Laylah de las relaciones que mantenían. ¿Acaso lo observaban como a un yerno en perspectiva? Fitz decidió proceder con la mayor cautela posible. Hoving Smith era un distinguido funcionario, jubilado, del Departamento de Estado. Luego de las presentaciones y los saludos, dijo:

—Fue una buena idea que nos llamara desde Washington para decirnos que estaría ocupado mañana a la hora del almuerzo. ¿Ha tenido algún problema para trasladarse hasta aquí desde Washington?

—No, las indicaciones de Maluk fueron perfectas. He encontrado la casa sin mayores dificultades.

En efecto, Fitz había llamado por teléfono a la madre de Laylah para decirle que se había comprometido para el almuerzo del sábado, aunque, por supuesto, no le había dicho que tal compromiso era con su hijo, de catorce años de edad. Quería tratar el tema de los muchos años que lo separaban de Laylah, de forma cautelosa y con mucho tacto, y sólo cuando se le presentara la oportunidad adecuada. Hoving anunció que tomaría un martini, según era su costumbre, y Fitz le indicó que lo acompañaría. Maluk, por su parte, pidió un jerez.

—Mañana vendrá a entrevistarse con usted un sujeto muy interesante, al que conozco bastante —dijo Hoving, al tiempo que cortaba cuidadosamente dos rodajas de limón—. Se trata del presidente del comité estatal republicano. Es un hombre muy próximo a la administración Nixon. Creo que Pensilvania recaudó más fondos para la campaña presidencial de Nixon que cualquier otro Estado de la Unión, con la posible excepción de California, que es la patria chica del presidente.

Hoving entregó a Fitz su martini y a Maluk su jerez, y luego los tres tomaron asiento. Maluk se sentó en el sofá; Hoving Smith, en un sillón junto al sofá, y Fitz, en una silla junto a la mesita para el café.

—Bien, háblenos de nuestra pequeña, Fitz —dijo Hoving, inesperadamente—. Es muy puntual y cumplidora en sus cartas, pero a veces tenemos la impresión de que no nos cuenta lo que realmente piensa y hace.

Maluk y Hoving miraban a Fitz con expectación.

—Su hija es, sin duda la estrella de la Embajada norteamericana en Teherán. Creo que todos allí están enamorados de ella, además de la mayoría de los ministros del

Sha. Si quiere hacer uno algo en Teherán, lo mejor es que hable con Laylah Smith. Por cierto que me fue de gran ayuda mientras trabajábamos juntos en la Embajada e incluso después, cuando tuve que retirarme.

Hoving contempló a Fitz detenidamente, como si quisiera sopesarlo.

—Sí, ya leímos las cosas que decían de usted los periódicos. Una historia muy romántica y espectacular. Todo aquello fue muy excitante para nosotros, porque a ambos nos parecía como si ya lo conociéramos a usted, a través de las cartas de Laylah.

—¿Y qué les dijo Laylah sobre ese asunto? —preguntó Fitz.

—Pues que el periodista lo había estado persiguiendo a usted durante cierto tiempo —respondió Maluk—. Que usted hizo todo lo posible por mostrarse educado y por colaborar con él y que de pronto, molesto porque no pudo ponerse en contacto con usted durante una semana, puesto que estaba negociando usted cierta concesión petrolífera, se le ocurrió salir con esa descabellada historia.

Fitz no estaba muy seguro de que Laylah hubiera hablado a sus padres del viaje que hizo a Dubai para visitarlo. Pero Maluk no tardaría en disipar el misterio.

—Laylah nos dijo que la costa árabe del Golfo es fascinante y que de veras disfrutó enormemente en su visita a Dubai. Nos habló sobre el viaje que hicieron a través del desierto. ¡Dios mío, me pareció algo escalofriante! No me gustaría que mi hija se arriesgase de esa forma constantemente.

—Temo que fuera una equivocación mía. Creía que de esa forma cortaríamos camino —explicó Fitz—. Aquel día aprendí más sobre el desierto que en toda mi vida anterior. La verdad es que nunca corrimos verdadero peligro.

Permanecieron en silencio unos instantes, mientras bebían. Luego, como si no pudiera resistir por más tiempo la tentación, Maluk le preguntó a bocajarro:

—¿Qué opina usted de Harcourt Thornwell? Al parecer, Laylah lo ve con bastante frecuencia. Por supuesto que Hoving hizo de inmediato todas las averiguaciones pertinentes. Los Thornwell son una vieja familia de banqueros de Boston. Al parecer, Courty prefirió apartarse de los negocios bancarios, y durante mucho tiempo, estuvo interesado en dirigir periódicos y una cadena de Televisión.

La mención de Thornwell y el hecho de que Laylah les hubiera hablado de él a sus padres por carta, apesadumbraron a Fitz.

—Thornwell es una persona bastante interesante —replicó Fitz, en tono mesurado—. Al parecer, sigue aún muy interesado por la industria de las comunicaciones. Me pidió que lo ayudara a ponerse en contacto con algunos líderes árabes, a fin de conseguir que éstos financien una especie de vasta red de comunicaciones en este país. La verdad es que no pude ser de tanta ayuda como esperaba Courty, por lo cual tuvimos que separamos. Pero tengo entendido que Courty sigue buscando activamente el apoyo financiero de los árabes para su proyecto.

—Muy interesante —murmuró Hoving.

—Ahora dígame, Fitz —terció Maluk—, ¿cree usted que puede haber algo serio entre mi hija y Thornwell? Quiero decir que, como lo menciona con tanta frecuencia en sus cartas… Por cierto que Laylah ya está en edad de pensar en casarse.

Fitz sentía algo parecido a una puñalada en el estómago. ¡Con que aquélla era la impresión que tenían los padres de Laylah! Fitz, el amigo de confianza, el sabio consejero. Por supuesto, no había ni remotas posibilidades de que existiera un romance. Sintió deseos de gritar: «¡Estoy enamorado de su hija, y creía que ella lo estaba de mí, que íbamos a casarnos! Thornwell ésta manipulando a Laylah, trata de aprovecharla para sus propios fines».

Fitz cogió su copa y bebió largamente. Luego se volvió hacia Maluk, para decirle:

—No sé si hay algo serio entre ellos. La última vez que la vi, Laylah me dijo, simplemente, que ella y Thornwell se encontraban muy a gusto juntos. Creo que Laylah le ha sido de gran ayuda a Thornwell en su empeño por obtener fondos árabes e iraníes.

Eso era todo lo que Fitz podía decir sin traicionarse.

—Creo que Laylah debe pensar bien las cosas antes de dar un paso como el matrimonio —declaró Hoving Smith—. Estoy convencido de que Courty Thornwell es un joven excelente, pero no quiero que mi hija se apresure.

Hoving asintió y cogió su martini. Maluk lo había estado observando detenidamente y Fitz pensó que, tal vez intuitivamente, la madre de Laylah había captado lo que él sentía verdaderamente, aunque no dijo nada al respecto. Se volvió hacia su marido:

—Sigue diciéndole a Fitz lo que has hecho —sugirió.

—Sí, Fitz, ese hombre con el que se encontrará el sábado por la noche se llama Cameron Davidson. Tal como le dije, es presidente del comité estatal republicano. Naturalmente, está especializado en la recaudación de fondos. Y es un hombre muy relacionado con la Casa Blanca. Cuando llega el momento de repartir cargos y puestos, Cameron Davidson tiene mucha Influencia. Como usted sabe, el embajador norteamericano en Gran Bretaña es natural de Pensilvania. Mañana por la noche, usted y Cameron tendrán ocasión de discutir ampliamente este asunto. Sería un cambio sin duda muy provechoso el hecho de que, al menos por una vez, la Casa Blanca designara embajador a alguien realmente calificado para el cargo. Porque no ocurre con demasiada frecuencia.

En la voz de Hoving Smith se notaba un evidente tono de amargura. Fitz recordó que Laylah le había dicho que en el Departamento de Estado nunca se habían reconocido por completo sus grandes dotes.

—Es una gran ayuda poder contar con un embajador que sepa hablar en la lengua nativa del país al que ha sido destinado —siguió diciendo Smith—. No nos habrían sorprendido tan trágicamente en Pearl Harbor, si no hubiéramos tenido a semejante petimetre incompetente como representante de nuestro país en Tokio. Como sin duda sabrá usted, el embajador se negó terminantemente, una y otra vez, a aprender japonés y, por tanto, dependía por completo de los miembros de su Embajada que hablaban japonés y que eran los únicos que podían informarlo de lo que ocurría. Enviar a un país árabe a un hombre que no sepa hablar esa lengua y que no conozca íntimamente las costumbres de ese pueblo, sería la peor de las locuras.

Hoving Smith vio que la copa de Fitz estaba vacía.

—¿Qué le parece si tomamos otra? Luego podemos pasar a cenar.

Hoving cogió la copa vacía de Fitz y se dirigió al aparador.

—Llamé a Lorenz Cannon a Nueva York. Cannon es presidente y, según creo, el fundador de la «Hemisphere Petroleum Company». Se trata de una de las más grandes compañías petrolíferas de las llamadas independientes. Lorenz tiene mucha experiencia en lo tocante a Arabia. Se mostró muy interesado en ponerse en contacto con usted tan pronto como pueda usted trasladarse a Nueva York. Le dije que, según tenía entendido, lo primero que haría usted sería trasladarse a Nueva York para verlo.

—Exactamente, Hoving. Tengo el propósito de volar a Nueva York el domingo por la tarde o por la noche.

—Muy bien. En ese caso, lo mejor es que le telefoneé a Lorenz el lunes por la mañana. Le daré todos los datos necesarios. La verdad es que está muy interesado en conocerlo.

Fitz se encontraba aún como obnubilado. Por supuesto —se decía a sí mismo— cabía la posibilidad de que Laylah estuviese utilizando a Thornwell como señuelo para hacer que sus padres empezaran a acostumbrarse a la idea de que ella quería casarse. Aquél era un pensamiento reconfortante, aunque Fitz no podía acabar de convencerse de su viabilidad. En un esfuerzo por decir algo y apartar la atención de su propia persona, se volvió hacia Hoving Smith y le dijo:

—A propósito, ayer estuve almorzando con un sujeto del Departamento de Estado que dijo conocerle a usted. Se llama Matt McConnell.

El nombre provocó una inmediata reacción. Los ojos de Hoving Smith parecieron saltar en sus órbitas.

—¡Matt McConnell! ¡Ya, ya! El fisgón. Es uno de los de la vieja guardia que aún quedaban en el Departamento de Estado. Aunque, como supongo sabrá, básicamente trabaja para la CIA.

—Sí, eso fue lo que me dijeron. Tengo entendido que es un hombre cuya opinión pesa mucho en el momento de decidir a quién se designa y con destino a qué país, especialmente a nivel de embajadores.

—Exactamente. Matt ha conseguido vetar muchos nombramientos a dedo destinados para lugares difíciles. Hace mucho tiempo que trabaja para el Departamento de Estado y para la CIA. Conservó su cargo durante los ocho años de Eisenhower, los ocho que sumaron entre Jack Kennedy y Johnson, y ahora sigue firme con Nixon. En esto, Matt ha sido muy afortunado, ya que fue muy amigo de Nixon cuando este último era vicepresidente. Recuerdo que Matt decía que Nixon llegaría muy lejos, que incluso podría ser el próximo presidente. Además, se preocupó de pasar mucha y valiosa información al vicepresidente, informarlo de cosas de las que Ike (Eisenhower) no le decía ni una palabra. Así, una vez más, Matt McConnell se encuentra firme en su puesto. Nadie se le opone abiertamente, ni en el Departamento de Estado ni en la CIA. Para los planes de usted, no podría haber encontrado a un hombre más adecuado.

—Me alegra oír eso, Hoving. Matt dijo exactamente lo mismo de usted.

—Bien, esperemos que todo salga adelante. Eso es lo importante.

Hoving Smith tomó un largo sorbo de su martini, y Fitz lo imitó. Antes de terminar la cena, Fitz habló a sus nuevos amigos del almuerzo que compartiría al día siguiente con su hijo Bill en Valley Forge. Mientras los padres de Laylah creyeran que Fitz era sólo un amigo de su hija y que Courty Thornwell era el verdadero candidato, no había motivos para ocultarles lo referente a su hijo.

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