Dinero fácil

Dinero fácil


CAPÍTULO 4

Página 6 de 19

CAPÍTULO 4

Todo esto lo sabía Joe con certeza. Luego de recoger el paquete fué andando hasta la parada de taxis y entró en uno de estos vehículos con la intención de regresar lo antes posible a la oficina de Braden. Acto seguido producíase un blanco en su memoria.

Después de aquello recordaba haber despertado con el hermoso par de piernas sobre su cara, Luego siguió lo de St. Louis. Ahora estaba muerto Braden, quien tenía los diez mil, por los que no le diera recibo. Quizá no existió tal negocio. ¿Sería posible que Braden, Santori y Charles prepararan todo aquello para sacar dinero a los incautos? ¿Y por qué mataron a Braden?

Si el muerto no podía devolverle el dinero, ¿qué le quedaba por hacer? Buscar al señor Charles y a Nickie Santori, así como a la chica de las piernas. Súbitamente recordó que ésta habíale dicho su nombre y puesto un papel en su bolsillo. Se los revisó, encontrando en seguida un trocito de papel en uno de ellos. “Eve Hudson. Hotel Tarryton, Cuarto 322”. Allí decidió trasladarse de inmediato.

El Tarryton se encuentra en la calle Rush. Al llegar no se detuvo en la administración, sino que siguió directamente hacia el 322. Al abrirle ella la puerta, la reconoció de inmediato, aunque la joven pareció no saber quién era.

— ¿Sí? —dijo la joven.

—Hola, Piernas —repuso, entrando en la habitación.

— ¿Le conozco?

—Creo que sí. —Joe la tomó de un brazo—. Recién vuelvo de St. Louis y he hallado su nombre y dirección en mi bolsillo. —Le mostró el trocito de papel — ¿Dónde están mis diez mil dólares?

—No sé de qué me habla.

—No se haga la tonta; yo soy el tipo al que llevó a St. Louis. ¿No me recuerda? El tonto al qué desmayó con la llave inglesa y en cuyo bolsillo puso este papel. Me teñí el cabello, pero eso no le impedirá reconocerme.

— ¡Ah, sí!, lo recuerdo, pero no sé nada de su dinero. No tenía encima ni un centavo — declaró ella —. Seguro que le habría robado lo que tuviera, pero no encontré nada en sus bolsillos.

Joe la asió por la pechera de la blusa,

— ¿Quién le encargó que me llevara? ¿Fué Braden?

La joven esforzóse por apartarse.

—Un desconocido me dió dinero para que lo llevara lo más lejos posible.

— ¿Fué Braden?

—No sé. Le digo que no sé. No conozco a ningún Braden.

Joe la tomó de un brazo, torciéndoselo, y el movimiento abrió la blusa de la joven, quien logró desasirse y corrió hacia el dormitorio mientras volvía a cerrarse la blusa. Joe corrió tras ella, alcanzándola antes de que hubiera podido cerrar la puerta. Acto seguido la empujó hacia el lecho, a lo que respondió ella aplicándole un puntapié en la ingle.

—Déjeme en paz — sollozó, cuando se dobló él en dos a causa del dolor.

Al ver que iba hacia la puerta, Joe repúsose un poco y logró arrojarla de nuevo sobre la cama. La joven se puso a gritar y, casi sin saber qué hacía, Joe le dió un puñetazo en la barbilla, derribándola de nuevo sobre lecho.

—No... sé... —sollozó ella.

Dolorido, Joe sentóse junto a ella y no pudo menos que compadecerla. Quizá le había dicho la verdad.

—Tiene usted agallas, Piernas. Lamento haber perdido la cabeza. No soy un buen tipo, pero no suelo pegar a las mujeres.

—Usted es un vagabundo —jadeó ella.

Él le tocó el brazo con suavidad.

—No se enoje, Piernas.

Acto seguido comenzó a acariciarla y a poco la besaba con pasión. Al cabo de un momento apartó ella la cara.

— ¿Para eso vino, matón? —inquirió riendo.

Algo más tarde le preguntó él:

—Oye, Piernas, ¿qué pasó aquella noche?

— ¿Cómo te llamas? —inquirió ella a su vez.

—Joe Chicago.

—Bien, Joe, la verdad es que no lo sé —manifestó la joven —. En las afueras de la ciudad me detuvo un camionero. Yo había tomado unos cócteles de más y estaba algo ebria. Como iba a St. Louis, el camionero me ofreció trescientos dólares para que te llevara allá conmigo. Si me negaba, te iba a arrojar en cualquier parte. Pensé que, en el estado en que estabas, te haría un favor al llevarte. Eso es todo. Ahora vete al otro cuarto mientras me cambio.

Joe la tomó de la muñeca.

— ¿Me dices la verdad? ¿No te burlas de mí?

—No, vagabundo; te he dicho la verdad. Sal ahora; en seguida estaré contigo,

La besó él.

—Bueno, pequeña; pero lo lamentarás de veras si alguna vez descubro que me has engañado.

Luego de despedirse de Piernas, Joe decidió buscar a Charles. No lamentaba haber visitado a la joven, pero comprendía que era necesario no perder más tiempo, por lo que se encaminó a toda prisa hacia el edificio de la calle Clark. Empero, la oficina donde estuviera la Empresa Whirlaway alojaba ahora a la Compañía Petrolera Delmar. Había allí dos empleados y una telefonista que nada sabían respecto a la Whirlaway.

— ¿No es éste el piso donde estaba la Empresa Whirlaway? —preguntó Joe.

— ¿Qué Whirlaway?

—Pues la Empresa Whirlaway.

—Esta es una sucursal de la Compañía Petrolera Delmar.

—Ya vi lo que dice en la puerta. Estoy buscando Whirlaway.

El empleado se rascó la cabeza.

— ¿En este edificio?

—Sí, en este edificio.

—Hace dos años que estamos aquí.

— ¡Diablos! —Joe miró a su alrededor. No había duda que no parecía lo mismo que viera antes—. ¿No conoce al señor Charles?

— ¿Qué Charles?

Al llegar a ese punto, Joe decidió renunciar y se fué a la oficina contigua, siguiendo luego a la otra, hasta que se hubo convencido de que allí no había ninguna Empresa Whirlaway. Después visitó al conserje, quien le confirmó lo que acababa de comprobar por sí mismo. Finalmente salió del edificio, ya casi sin esperanzas de recobrar su dinero.

Joe iba a sentirse muy mal si el salón de billares de Torelli no estaba ya en su lugar de siempre. Dió vuelta a la esquina, esperando no ver ya el letrero tan conocido... pero allí estaba, tan preponderante como siempre.

Entró en el local olvidando su cabello rubio muy corto y el cambio que obraba este detalle en su aspecto. También había olvidado que tenía aún la cara hinchada debido a los golpes, por lo que se sorprendió que no le reconociera ninguno de los parroquianos.

No vió a Nickie Santori en el salón del frente y abriéndose paso por entre la concurrencia, asomóse al diminuto despacho. Sentado al escritorio vió a un maleante al que llamaban Shoeshine, un individuo de pelo negro muy bien peinado, cejas espesas y pequeño bigote. El sujeto vestía un traje azul oscuro y una camisa blanca abierta en el cuello.

— ¿Si? —dijo, sin retirar los pies de sobre el escritorio.

— ¿Está Santori?

—No.

— ¿Cuándo vuelve?

—No sé.

— ¿Dónde fué?

—No me lo dijo.

—Oiga, Shoeshine, tengo que verlo.

El otro lo miró con renovado interés.

—Su cara la he visto en alguna parte —gruñó—. ¿Pero dónde?

—Soy el primo de Marty Valo.

— ¿Valo? ¡Ah!

Conocía a Valo; todos lo conocían y respetaban.

—Le diré —agregó, bajando los pies al suelo—. Nick se ha tomado unas vacaciones y no volverá hasta dentro de dos semanas.

—Tengo que verlo por un negocio.

— ¿Qué clase de negocio?

Joe sabía que Shoeshine era uno de los miembros menos importantes del Sindicato.

—El señor Charles quiere que se lo diga sólo a Nickie.

Shoeshine apagó su cigarrillo aplastándolo contra el escritorio.

—Quizá lo encuentre una noche en lo de Chuckie Rellano. Va allí a menudo, a eso de las doce.

—Gracias —le dijo Joe, y se retiró.

El joven regresó a casa de su padre, donde quedóse ocioso, ya que no podía hacer otra cosa. Su único eslabón era Santori y a éste tendría que ver.

Luego de buscar a Charles en la guía telefónica, desistió de esta inútil tarea al convencerse de que el nombre debía ser falso. Acto seguido revisó el portafolio que recogiera en el departamento de Braden, encontrando en él varios papeles de negocios y sólo dos detalles de interés para él. Uno de ellos era un viejo recorte de diario que decía:

“¿Dónde se encuentran los famosos zafiros de

Hamburgo? Los cinco zafiros gigantescos, que fueran

parte de las joyas de la corona de Alemania, han

vuelto a desaparecer. Las valiosas gemas desaparecieron

por primera vez en 1870. Varios años después se las

localizó en el sur de Italia, en la villa del duque de

Albano, en la colección del difunto aristócrata.

Se devolvieron a Alemania y fueron expuestas en el

museo de Hamburgo hasta la primera guerra mundial,

época en que volvieron a perderse de vista.

Se necesitó otra guerra para localizar a las piedras

errantes. El soldado Jasper H. Cárter las encontró en

un castillo próximo a Morlaix, en Francia. Los zafiros

fueron entregados al gobierno militar para ser devueltos

al museo de Hamburgo, pero de nuevo desaparecieron.

Los rumores procedentes de aquella ciudad indican

que las gemas podrían hallarse en Estados Unidos.

En representación del museo, Carl Hiffman entrevistóse

con los periodistas y dió a entender que se habría

mandado aquí un agente para que se ocupara de adquirir

las piedras preciosas. Tanto interés tiene la dirección

del museo en recuperar los zafiros que estaría dispuesta

a pagar una recompensa fabulosa sin hacer pregunta

alguna.”

El joven guardóse el recorte en la cartera. Si tenía importancia para Braden, debía tenerla para él. Si el gran negocio del joyero lo constituían los zafiros de Hamburgo, entonces tenía al menos una idea del asunto en el que se veía complicado.

El otro detalle que descubrió fué un nombre y no supo si tenía alguna significación o no. Estaba escrito en el anverso del recorte y era el siguiente: Elizabeth Burrows, calle Oak 1017, Evanston, Illinois.

El resto de los papeles no le decían nada, por lo que volvió a ponerlos en el portafolio y a guardar éste en un ropero. Después releyó la tarjeta que hallara en el departamento de Branden: C. Los zaf... pueden... cam... E.

Aún seguía sin comprenderlo y lo guardó junto con el recorte.

Joe sentíase más animado. Aquello era como haberse entrenado toda una semana y subir al fin al cuadrilátero con su oponente. Por lo menos ahora sabía qué era lo que buscaba. Hubo un negocio y no una estafa común..., y había dinero en juego.

Después de bañarse, tendióse en el sofá y pidió a Teresa que lo despertara a las doce. Al cerrar los ojos pensó en Piernas y en lo que podían hacer ambos con medio millón de dólares.

 

Ir a la siguiente página

Report Page