Dinero fácil

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CAPÍTULO 5

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CAPÍTULO 5

El bar de Chuckie Rellano era un local moderno, no muy espacioso, que se hallaba situado en la Avenida Albany del barrio oeste. En las primeras horas de la madrugada solían reunirse allí muchos delincuentes de todos los sectores y clases de la gran urbe. Recién entonces, cuando habían partido los maleantes de menor cuantía, presentábase en el establecimiento el famoso Rellano.

Tan apuesto como un astro de cine, de cutis sonrosado, ojos azules y pelo castaño muy bien peinado, Rellano era un individuo atlético, de un metro ochenta de estatura y dueño de una reputación extraordinaria, ganada en su habilidad para el crimen. A pesar de todo esto, no era muy conocido por la policía, motivo por el cual lo reservaba el Sindicato para sus faenas más importantes y peligrosas.

Al entrar Joe en el bar, fue a sentarse junto al mostrador, cerca de la mesa de dados atendida por una joven rubia muy bonita y poseedora de un cuerpo escultural.

— ¿Mucho trabajo? —le preguntó Joe.

—Para eso estoy —repuso ella, con una sonrisa.

—Naturalmente. —Acercóse más a la mesa y tomó el cubilete—. Voy a echar los dados.

— ¿Qué número?

Joe puso sobre la mesa una moneda de veinticinco centavos.

—Veré si saco ases.

La joven anotó un uno en su libreta, mientras que Joe agitaba el cubilete, arrojaba los dados y sacaba cinco ases. Volvió a repetir la suerte nuevamente, pues tenía una habilidad especial para ello.

Continuó el juego, viendo que la empleada parecía interesarse más por él, ocasión que aprovechó para preguntar:

— ¿No ha venido Nickie Santori esta noche?

— ¿Quién quiere saberlo? —dijo ella, sin mirarlo.

—Ralph Rinaldo.

Alzó los ojos la joven para observarlo con atención.

— ¿Es nuevo aquí?

—Quizá. ¿Qué me dice de Nickie?

Comprendió Joe que sería inútil tratar de sacar informes a aquella mujer. Dejó el cubilete sobre la mesa. ¡Que se fuera al diablo! Se quedaría esperando.

—Le quedan varios tiros más —le dijo ella—. Podría ganar.

—No tengo interés.

—Está enfadado —expresó la joven con cierto sarcasmo —. El hombrecillo se ha enfadado.

Joe se irguió lo que más pudo. Al fin y al cabo, medía un metro setenta y cinco.

— ¿A qué hora viene Chuckie Rellano?

—No viene —fué la respuesta—. De todos modos, usted no querrá verlo. ¿Por qué no se va a su casa?

—Está bien, querida, está bien. Sólo deseo que me conteste una pregunta.

—Depende de lo que quiera saber. Y no me llame querida.

— ¿Vendrá Santori esta noche?

Ella frunció el ceño sin decir nada.

—Habla usted demasiado —gruñó Joe, alejándose hacia el mostrador.

Alrededor de las dos menos diez apareció Rellano seguido por dos amigos. Joe los observó por el espejo que había detrás del bar. Chuckie encaminóse directamente hacia la mesa de dados, donde la rubia le recibió con grandes muestras de cordialidad. El individuo inclinóse para darle un beso y luego se quedaron conversando, tomados de la mano. Un momento más tarde paseó Chuckie por el local, saludó a sus amigos, y fue a detenerse al fin al lado de Joe.

—La chica de la mesa me dice que anda buscando a Santori —expresó.

Joe se volvió, tendiéndole la mano.

—Sí. Soy Ralph Rinaldo. Usted es Rellano, ¿eh?

—Ajá. —El importante individuo le estrechó la diestra sin gran entusiasmo—. ¿Qué quiere con Nick?

—Shoeshine me dijo que quizá lo encontraría aquí — expresó Joe, con la idea de que era conveniente mencionar a algún conocido.

— ¿Quién lo manda?

—Nadie. Soy un viejo amigo de él.

Rellano le estaba estudiando con cierto recelo.

—Yo conozco a Nick desde hace mucho; pero a usted no lo he visto nunca y él nunca mencionó a ningún Ralph Rinaldo.

—Es lógico que no me mencione.

—La chica dice que es usted un fresco y anda buscando pendencia.

—No busco pendencia; sólo quiero hablar con Nickie.

—Pues vaya a buscarlo a otra parte — ordenó Rellano —. No me gusta usted. ¡A volar!

Joe perdió la cabeza.

— ¡Váyase al diablo! Trate de sacarme usted.

Chuckie entró en acción con extraordinaria rapidez, uile de la muñeca y le torció el brazo, poniéndoselo la espalda.

—No me gusta manosear a la gente — dijo —. Me ensucio las manos. Váyase ahora, compañero.

Así diciendo, dió un empellón al joven, quien fué a parar al suelo, mientras que el otro se inclinaba hacia pistola en mano.

—Váyase antes de que le haga daño... Y no vuelva a asomar las narices por aquí.

Sus dos amigos habíanse acercado y observaban la escena.

Joe vió entonces a Nickie, quien parecía haber llegado recién. Santori estaba detrás de Chuckie, con su sempiterno cigarro en la boca. Tocó el hombro del pistolero, le dijo algo al oído y el otro guardó la pistola.

—¿Quería verme? —preguntó Santori a Joe.

—Sí.

—Pues aquí me tiene.

Joe se puso de pie, sacudiéndose las ropas y se abrió paso por entre los admiradores de Chuckie, quienes parecían decepcionados porque éste no había hecho uso de su pistola.

Nickie instalóse en un apartado oscuro situado en un rincón del local.

— ¿Qué quiere? —preguntó al joven.

—Te quiero a ti —repuso Joe, notando que Rellano habíase parado junto al mostrador y los miraba de soslayo.

Nickie tendió una de sus manos para asirle por la chaqueta, pero le soltó en seguida al ver el revólver que había puesto Joe sobre la mesa y con el cual le apuntaba al pecho.

— ¿Pero qué quiere? Acabo de salvarlo. Rellano le habría agujereado el cuerpo.

—Mírame bien, Nickie.

Santori no podía verle muy bien en la penumbra reinante. El tipo le parecía conocido, pero el pelo rubio le confundía.

—No lo entiendo.

—Veamos si entiendes esto: Tenía el pelo negro y era un pugilista de poca importancia hasta que me conseguiste ese trabajito fácil con tu amigo el señor Charles.

Nickie frunció el ceño, esforzándose por verle mejor.

— ¡Chicago! ¿Pero y los diarios...?

—Si crees todo lo que dicen los diarios terminarás en el manicomio.

— ¡Chicago! Lo siento de veras. Jamás creí que ocurrieran estas cosas. Te juro que lo lamenté mucho. Te conozco desde que eras un chiquillo... Créeme... no sabía qué hacer. Precisamente esta noche…

Joe vió las gotas de sudor que perlaban la frente de su interlocutor.

—Sí, estabas tan afligido que quizá ni acompañaste la carroza hasta el cementerio de Mount Carmel. ¿Me mandaste una flor? Ya me figuro la dedicatoria: Para mí querido tonto, de su viejo paisano.

—Te juro que no, Chicago. Yo conocí a tu madre...

Le puso una mano sobre el hombro.

—Te lo juro chico; me alegra muchísimo verte vivo.

—No me gusta ser el candidato, Nickie, y no me agrada que me roben diez mil dólares..., aunque seamos paisanos.

Joe movió el índice que se curvaba alrededor del gatillo.

—Pero es que yo ignoraba que iban a salir así las cosas, Chicago. A mí también me estafaron. El tipo se burló de mí.

— ¿Qué tipo? Eso es lo que quiero saber. ¿Quién tiene mis diez mil? ¿Charles? ¿Dónde puedo encontrarlo?

Nickie acercóse más, como para hablarle en secreto.

—Quisiera poder decírtelo, chico. Pero me matarán si suelto la lengua. Me andan siguiendo. Me vigilan en todo momento.

— ¿Quién? ¿Chuckie?

—Chuckie no es nadie.

—Está bien, Chuckie es un pistolero como muchos. ¿Pero de quién se trata?

—No vuelvas a acercárteme, Chicago. Yo te restituiré la plata.

—Hice mi parte en el trabajo; quiero mis ganancias.

—Ya hemos hablado demasiado. Déjame arreglarlo. Si vuelves a acercárteme, harás que nos maten a los dos.

— ¿Cómo sé que no me traicionarás?

—Tienes que confiar en mí. Vete ahora, antes que Chuckie sospeche algo. Ese tipo hace fuego antes de pensar.

Joe guardóse el revólver en el bolsillo.

—Está bien, Nickie, mañana iré al salón de billares a primera hora. Y quiero algo de plata. De otro modo, haré las cosas a mi manera y empezaré contigo.

 

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