Despertar

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Capítulo 8

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Para cenar tuvimos espagueti con albóndigas. El plato favorito de Rae. Yo no pude comer, sólo beber unos sorbos de Coca-Cola sola, pero ella no advirtió mi falta de apetito. Era como un niño en su primer día de regreso tras una acampada, con tantas cosas que decir que cotorreaba un inacabable chorro de palabras.

Había tenido una sesión de entrenamiento, un sermón sobre demonología y una larga charla con el doctor Davidoff, en la que le habló de su madre y de las posibilidades que tenían para contactar con ella. Mientras ella hablaba, todo en lo que yo podía pensar era: «Tenemos una modificación genética. Somos monstruos de Frankenstein y no tengo ni idea de cómo darte la noticia».

—Hoy vi a Brady —espeté, al final.

Rae se calló, con el tenedor aún levantado lleno de espaguetis balanceándose.

—¿Brady? ¿En serio está aquí? Eso mola mucho —brilló su amplia sonrisa—. ¿Sabes, por cierto, cuáles son las primeras palabras que van a salir de la boca de ese chico? «Ya te lo dije». Repetía una y otra vez que a él no le pasaba nada, que algo raro estaba sucediendo…

—Está muerto, Rae. Contacté con su fantasma.

Parpadeó. Una lenta caída de párpados y después fue como si algo le hubiese paralizado todos los músculos de la cara. Luego se quedó completamente inmóvil, con los ojos vacíos e inexpresivos.

—Lo si-siento. No pretendía soltarlo como…

—¿Por qué se te ocurriría urdir tan…? —pareció como si mascase las palabras buscando las más adecuadas antes de escupirlas—: ¿Una mentira tan atroz?

—¿Mentira? ¡No! Yo nunca…

—¿Por qué lo haces, Chloe?

—Porque estamos en peligro. Fuimos manipulados genéticamente y no ha funcionado. El Grupo Edison mató a Liz, a Brady y…

—Y sólo es cuestión de tiempo antes de que nos maten a todos. ¡Juas, juas, juas! Al final va a resultar que has visto demasiadas películas, ¿verdad? Y ahora esos chavales te han comido el coco con esa mierda de teoría de la conspiración.

—¿Teoría de la conspiración?

—Todas sus habladurías sobre la Residencia Lyle y la gente malvada para la que trabajaba el padre de Simon. Esos tipos te han lavado el coco tanto que necesitas incluir al Grupo Edison en la banda de los malos.

Mi voz salió tan fría como la suya.

—¿No me crees? Bien. Invocaré a Liz y le preguntarás algo que sólo ella pueda contestar.

—No fastidies.

Me levanté.

—No, de verdad. Insisto. Sólo tardaré un segundo.

Su silla chirrió en cuanto cerré los ojos. Unos dedos se cerraron alrededor de mi antebrazo y abrí los ojos para ver un rostro a pocos centímetros de mi cara.

—No hagas jueguecitos, Chloe. Estoy segura de que puedes hacerme creer que Liz está aquí.

La miré a los ojos y vi un destello de temor. Rae no iba a permitirme invocar a Liz porque no quería saber la verdad.

—Sólo déjame… —comencé a decir.

—No.

Agarró mi brazo con más fuerza y sus dedos comenzaron a calentarse. Emití un jadeo y me zafé. Ella se levantó de inmediato y una expresión afligida cruzó su rostro. Comenzó a pronunciar una disculpa, pero después se obligó a callar y se fue al otro lado de la sala. Llamó a recepción y dijo que ya habíamos terminado de cenar.

* * *

La verdad es que me alegraba de regresar a mi celda. Necesitaba pensar en cómo podría convencer a Rae de que necesitábamos escapar… Y qué haría yo en caso de no lograrlo.

Tenía que salir de allí. Esos signos de interrogación junto al nombre de Derek significaban que aún no habían decidido qué hacer con él, y lo cierto es que eso ya lo sabía. Además, también había visto esos mismos signos junto a mi nombre.

Necesitaba dar con un plan de fuga, y rápido. Pero en el momento en que me estiré sobre la cama para comenzar a pensar descubrí que la Coca-Cola de la cena no era sólo Coca-Cola. Estaba drogada.

Caí en un sopor sin sueños y no me desperté hasta que alguien me tocó el hombro. Entonces abrí los ojos para ver a Sue, la mujer de cabello gris que nos había perseguido por el patio de la fábrica. Allí estaba, en pie, mirándome desde arriba como si fuese una enfermera amable. Sentí un retortijón en el estómago y tuve que apartar la mirada.

—Es hora de levantarse, cariño —dijo—. Hoy el doctor Davidoff ha permitido que te quedes durmiendo, pero tenemos toda una tarde llena de lecciones que, estoy segura, no querrás perderte.

—¿Esta ta-tarde? —dije, incorporándome sobre la cama—. ¿Qué hora es?

—Casi las once y media. Rachelle y Victoria están terminando sus clases de la mañana y se reunirán contigo en el comedor para almorzar.

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