Daisy

Daisy


Capítulo 20

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Adora miraba intensamente a Daisy.

—Mamá dice que ya va siendo hora de que permitas a Guy anunciar el compromiso.

Adora estaba en la habitación de Daisy, pues había ido a charlar tranquilamente un rato antes de irse a dormir. Se acurrucó en el asiento que había junto a la cama de Daisy para no enfriarse.

—Le dije a Guy que no me sentía capaz de enfrentarme ahora a todas esas personas —dijo Daisy.

—Es solo un anuncio, tonta. Te puedes esconder en esta habitación durante todo un año si quieres. Nosotros te vamos a proteger.

Daisy no quería protección. Lo que quería era aislarse, eso sí. Quería que la dejaran sola hasta que pudiera aclarar lo que estaba dándole vueltas y más vueltas en la cabeza. Y en su corazón rebelde y estúpido.

—No es eso. Las cosas han pasado demasiado rápido.

—Guy desea casarse contigo desde hace mucho tiempo. Eso no ha cambiado.

—¿Por qué quiere casarse conmigo? —preguntó súbitamente Daisy a su amiga—. Debe de haber una docena de chicas más bonitas que yo y con muy buenas dotes.

—Siempre le has gustado —dijo Adora, claramente sorprendida por la pregunta de Daisy—. Le pareces muy bonita, y no le importa que no seas rica.

—¿Pero acaso me ama? —preguntó Daisy—. No parece estar loco por mí.

—Quiere casarse lo más pronto posible.

—Pero estoy hablando de lo que siente por mí. Nunca trata de encontrar unos minutos para estar a solas conmigo. Cuando estamos solos, no parece ansioso por tocarme ni por abrazarme. Nunca trata de hacer cosas que él sabe que no le consentiré que haga antes de casarnos.

—¿Acaso quieres que haga todo eso?

—Sí. —La confesión de Daisy se escapó como un suspiro, como si fuera un secreto guardado hacía mucho tiempo, que finalmente se había atrevido a confesar. Solo que era más un descubrimiento que una confesión. Antes de conocer a Tyler, se habría conformado con cualquier palabra de amor. Pero ahora sabía que había más. Y también quería eso.

Adora se rio con picardía.

—A mí también me gustaría —confesó—. He soñado con que un hombre me rapte y me lleve a su cabaña en las montañas.

—Ya he estado allí —dijo Daisy—. Y no te gustaría.

—Es solo una fantasía. No quiero que me deshonre, pero sería tan excitante que estuviera tan loco por mí que no pudiera controlarse. Me parece que tú quieres lo mismo —dijo Adora.

—Sí. Me imagino que simplemente me avergüenza admitirlo.

—Sé que Guy no es ningún romántico —dijo Adora—. Se parece mucho a papá, pero te admira. Será un buen marido.

—¿Por qué me admira? —quiso saber Daisy.

—Creo que por tu inteligencia. Guy no lee mucho y le sorprende que tú puedas leer todos esos libros y entender lo que dicen.

Daisy habría querido oír algo respecto a sus ojos, sus labios o hasta sus senos. No quería que le hablaran de libros.

—¿Te casarías con alguien que te admirara por tu cerebro?

—No seas tonta. Yo no tengo cerebro —dijo Adora.

—Claro que tienes cerebro, lo que pasa es que no lo usas.

—A los hombres no les gustan las mujeres que piensan por sí mismas.

A Tyler sí. Le había dicho que ella podía hacer cualquier cosa que quisiera.

—Los hombres quieren cuidarnos. Es lo que se supone que deben hacer. No me gustaría tener que sustentarme yo misma. No sabría por dónde empezar.

Daisy tampoco, pero tenía muchos deseos de intentarlo. No quería que su esposo la mantuviera alejada de lo que sabía que era una parte importante de su vida.

—Y en cuanto a que un hombre sea tan apasionado que no pueda controlarse, creo que realmente no me gustaría. Un hombre debe respetar a su esposa, como Guy te respeta a ti. A él nunca se le ocurriría deshonrarte. ¿Cómo podría mirarte al día siguiente?

Con deseo. Tyler lo haría. Y querría volverlo a hacer.

—Creo que estás confundida porque un hombre apuesto te llevó a las montañas.

—¿Cómo sabes que es apuesto? No lo conoces.

—No habrías hablado tanto de él si no lo fuera —dijo Adora, y abrazó a su amiga—. Además, si es hermano de Hen Randolph, debe de ser bien parecido. ¿Por qué vas tanto a visitarlos?

—Para acompañar a Laurel mientras se recupera del parto. No conoce a nadie en Albuquerque.

—A veces pienso que ella te gusta más que yo.

—Eso nunca podría pasar —dijo Daisy, al tiempo que abrazaba a Adora con fuerza—. Tú has sido maravillosa conmigo. —Daisy continuó pegada a su amiga—. Yo no sé por qué me quieres. Me quejo tanto y soy tan desagradecida…

—No, eso no es cierto. Simplemente has tenido momentos difíciles. Pero de ahora en adelante todo va a ser perfecto. Ya lo verás. Todo lo que tienes que hacer es casarte con Guy.

¡Todo lo que tenía que hacer era casarse con Guy y todo sería perfecto!

Entonces, ¿por qué se resistía? Antes de que su padre muriera, eso era exactamente lo que quería. No tenía sentido que ahora empezara a dudarlo. No podía seguir engañándose. Su cambio de actitud era a causa de Tyler. ¿Por qué no podía aceptar que él no iba a volver?

Daisy suspiró profundamente. El tiempo que pasaron juntos en la cabaña ya había terminado. Había tenido más experiencias que la mayoría de las mujeres. Ciertamente más que Adora, que se casaría con un hombre joven y muy correcto, sin haber tenido antes ni un flirteo inocente.

Ya era hora de que Daisy madurara. Tyler le había dicho que podía hacer lo que quisiera, si se lo proponía. Sabía que casarse con Guy no era lo que él tenía en mente, pero eso era lo que ella tenía que hacer. Guy le agradaba mucho. Sabía que no lo amaba, pero podría aprender a hacerlo. Su madre se había casado por amor y eso la había llevado a la tumba. Daisy había jurado que eso nunca le iba a pasar a ella. Estaba ante la oportunidad de tener la vida que siempre había querido.

—Pronto hablaré con Guy —dijo Daisy—. Quisiera esperar unos pocos días más, a ver si la familia de mi padre contesta al anuncio que puse en el periódico. No quiero que se enteren de su muerte y mi matrimonio en la misma semana.

—¿Estás segura?

—Sí, Laurel me dijo que era mejor salir rápido de los asuntos difíciles, que al final eso facilita mucho las cosas. Solo se trata de esperar unos días.

—Me muero de ganas de contárselo a mamá.

Daisy pensó que se iba a sentir mucho mejor una vez que las cosas estuvieran en orden y pudiera enfocar su vida en algo, tener alguna orientación. Casarse con Guy le proporcionaría esa orientación.

Había permitido que Tyler la confundiera. Suponía que eso les pasaba a muchas mujeres jóvenes, especialmente a aquellas que no tenían una familia que las guiara. En cambio ella tenía la suerte de tener a los Cochrane. Sin ellos, tal vez habría hecho algo terriblemente tonto.

Daisy se protegió los ojos del sol mientras se acercaba con Guy al hotel. Entonces se preguntó por qué no había árboles en la plaza. Serían muy útiles en el verano, mucho más que la cerca que la rodeaba.

Le hacía mucha ilusión visitar a Laurel, pero ni siquiera eso había podido borrar la inquietud que la embargaba. Ella sabía que era hora de encarar el futuro, no podía seguir negándose a hacerlo. Pero le daba pánico enfrentarse a la sociedad de Albuquerque. En cuanto Guy anunciara el compromiso, la asediarían para felicitarla y desearle lo mejor.

Daisy se preguntó si todas las futuras novias se pondrían así de nerviosas.

—La señora Esterhouse y su hija, Julia Madigan, vienen hacia nosotros —susurró Guy—. Su marido es uno de los socios de papá en el banco. El marido de Julia tiene un negocio de venta al por mayor. Los verás con frecuencia cuando nos casemos.

A Daisy no le llevó mucho tiempo darse cuenta de que la señora Esterhouse y su hija, que era bastante bajita, no parecían profesarle mucha admiración.

—Supimos lo de tu padre —dijo la señora Esterhouse, cuando Guy terminó de hacer las presentaciones de rigor—. Qué golpe tan duro. Debes de estar destrozada. Después de todo lo que esos hombres terribles te hicieron, me parece admirable que te atrevas a salir a la calle.

Daisy tuvo que hacer un esfuerzo para no levantar la mano derecha y taparse la cabeza. Se había recogido el cabello en un moño apretado en la parte de atrás y lo había escondido debajo de un sombrero. La señora Esterhouse no podía ver el moño ni la cicatriz. No tenía necesidad de mencionarlos, aunque fuera con indirectas, pero era evidente que quería importunarla.

—Debe de ser terrible quedarse sola en un hotel —dijo Julia.

—No está en un hotel, está con mi hermana —aclaró Guy.

Daisy tuvo que contener el impulso de decirle a Guy que no fuera ingenuo. Julia solo quería averiguar dónde vivía.

—Los Cochrane han sido maravillosos conmigo —dijo Daisy. Se había soltado del brazo de Guy y entrelazó los dedos con fuerza por debajo del chal—. Estoy esperando noticias de la familia de mi padre para poder decidir lo que voy a hacer.

Daisy no sabía por qué había dicho aquello. Había seguido el consejo de Laurel y puso esquelas en todos los periódicos de Nueva York y Filadelfia, pero realmente no esperaba tener noticias de la familia de sus padres. Solo lo dijo porque aquellas mujeres la estaban menospreciando.

—No sabía que tuvieras familia —dijo la señora Esterhouse.

—Naturalmente que la tengo, aunque no los veo desde hace mucho tiempo.

—La familia de Daisy es muy importante en Nueva York y Filadelfia —dijo Guy—. Mamá dice que seguramente van a querer que regrese con ellos. Pero vamos a hacer todo lo posible para convencerla de que se quede aquí con nosotros, ¿verdad?

—Claro —dijo Julia Madigan con una sonrisa postiza—. Tal vez puedas convencer a algunos de tus primos de que se muden a Albuquerque. Me encantan los hombres muy altos. —Se acercó a Guy y lo miró hacia arriba, como para enfatizar su corta estatura.

Daisy tuvo deseos de pegarle a Julia Madigan un puñetazo en la cara. Luego se sorprendió de la intensidad de la rabia que sentía. Nunca había tenido una reacción tan violenta hacia nadie, exceptuando a Tyler y Zac.

—Me temo que a todos mis primos les gustan las mujeres altas —espetó Daisy, mirando a la impertinente de arriba abajo. Luego agarró a Guy del brazo—. Estoy encantada de haberlas visto, pero voy retrasada en mi visita a la señora Randolph.

—¿Conoces a los Randolph? —preguntó la señora Esterhouse.

Ya todo el pueblo estaba al tanto de que un hombre rico, austero y atractivo había alquilado el último piso del hotel, que había copado casi todas las caballerizas y había llevado seis sirvientes para cuidar a su esposa, y que había tratado de contratar al mejor médico del pueblo para su atención exclusiva.

—Daisy la visita a diario —dijo Guy.

Tanto madre como hija hicieron un rápido cálculo mental.

—Tal vez puedas traerla de visita cuando se recupere.

—Están ansiosos por volver a su rancho —dijo Daisy—. No creo que les guste mucho el pueblo. Ahora, por favor, discúlpenos, pero se hace tarde.

Madre e hija se despidieron y continuaron su camino. Daisy retiró la mano del brazo de Guy.

—Entremos antes de que ocurra alguna otra cosa terrible.

—No fue tan terrible. La mamá es un poco pesada, es verdad, pero la hija es encantadora. La querrás cuando la conozcas mejor.

—Seguro que sí —respondió secamente Daisy, aunque se arrepintió rápidamente de su mal humor—, pero todavía no siento ganas de tener compañía. —Después de subir las escaleras del hotel, Daisy se apresuró a entrar al vestíbulo, sin esperar a que Guy le abriera la puerta. Casi le dio un infarto cuando vio a Tyler frente a la recepción.

¡Había vuelto!

¿Aquel regreso quería decir que la amaba? Todas las esperanzas, sueños y ociosas fantasías que había tratado de suprimir con tanto esfuerzo, de sacar de su mente y fingir que nunca habían existido, volvieron con una velocidad asombrosa. Ya no podía seguir negando que amaba a Tyler Randolph y que nunca podría amar a Guy.

Daisy observó la cara de Tyler, que tanto recordaba, y le pareció difícil de creer que durante casi todo el tiempo que estuvieron juntos él la hubiese tenido oculta por la barba. Aquel era el rostro que ella había buscado desde el comienzo, el hombre que ella sabía que encontraría detrás de la barba.

Entonces recordó todo lo que había sentido aquella noche entre sus brazos, cuando tuvo que hacer gala de toda su fuerza de voluntad para decirle que estaba prometida. Sintió que el cuerpo le temblaba y dio gracias a Dios por haber entrado primero, pues así tuvo tiempo para serenarse antes de tener que presentar a los dos hombres.

Daisy se forzó a esperar a que Guy llegara a su lado, y entonces, mientras hacía un esfuerzo sobrehumano para controlar los latidos del corazón, comenzó a caminar hacia delante.

Se sobresaltó cuando Guy la agarró del brazo. Ella trató de zafarse con discreción, pero Guy no se lo permitió. Daisy clavó los ojos en Tyler. Enseguida pudo ver cómo su mirada parecía nublarse, mientras se encerraba en sí mismo y se ponía a la defensiva. Ella trató una vez más de escapar del brazo de Guy, pero no pudo.

—Hola —dijo Daisy, tratando de que no se le notara el terremoto que sufría por dentro—. No esperaba verte en el pueblo tan pronto.

Tyler se puso de pie y Daisy sintió algo muy parecido al vértigo. Se le había olvidado lo alto que era, lo pequeña que la hacía sentirse. También se le había olvidado cómo su sola presencia podía hacerla enloquecer. Se le había olvidado que simplemente con mirarlo tenía problemas para respirar, que toda su vida no había sido más que el preámbulo de los nueve días que estuvo con él, y todo lo que había pasado desde entonces era como un epílogo.

Pero no se le había olvidado que lo amaba.

Tyler miró primero a Guy y luego a Daisy.

—Guy, este es Tyler Randolph, el hombre que me encontró. Tyler, este es Guy Cochrane.

Los dos hombres intercambiaron saludos, se dieron la mano y se evaluaron mutuamente. Los ojos de Tyler no dejaron ver mucho, y su actitud tampoco. Simplemente pareció encerrarse dentro de su coraza de indiferencia. La joven quería explicarse, quería rogarle que no malinterpretara la situación, pero sabía que eso no era posible. Al verlos en esa actitud, lo único que Tyler podía pensar era que Daisy le pertenecía completamente a Guy.

En cambio la reacción de Guy no fue nada difícil de interpretar. Estaba intimidado e impresionado por el tamaño de Tyler. Daisy sintió que se ponía rígido y adoptaba una expresión puramente formal. No le llevó más de un segundo darse cuenta de que su futuro marido se había puesto a la defensiva.

—Quiero darle las gracias por cuidar a Daisy por mí —dijo Guy, de la manera más formal posible—. Jamás podré pagarle lo que hizo, pero me gustaría compensarle por los gastos en que tuvo que incurrir y el tiempo que perdió…

—No fue ningún problema —respondió Tyler, imperturbable ante el intento de Guy de poner distancia entre él y Daisy.

—Mi madre mencionó algo sobre unas prendas de vestir.

—Sobre ese asunto tendrá que hablar con mi hermano —dijo Tyler.

—¿Has tenido éxito en la mina? —preguntó Daisy, mientras trataba de abandonar el embarazoso asunto del dinero. Le molestaba profundamente que Guy estuviera actuando como si ella fuera de su propiedad. Si alguien tenía que pagarle a Tyler, debía ser ella.

—Todavía no he podido avanzar mucho.

Tyler no la iba a ayudar. Daisy se dio cuenta de que se había escondido detrás de sus murallas, donde nadie podía alcanzarlo. Sintió ganas de suplicarle que saliera, que le diera la oportunidad de explicarse. Pero no lo hizo.

—¿Por qué?

—Decidí que antes de construir un hotel propio, sería mejor que aprendiera cómo se maneja un hotel. Así que seguí tu consejo y conseguí trabajo aquí.

Daisy sintió como si le hubieran dado un puñetazo en el pecho, un golpe tan poderoso que fue capaz de acabar al mismo tiempo con su respiración y con todas sus esperanzas.

—¿Entonces esa es la única razón de que hayas regresado? —Daisy pudo hacer la pregunta a duras penas.

Sentía como si todo lo que tenía dentro se hubiera disuelto y ahora solo quedara un cascarón vacío, gélido.

—También quería ver a Laurel y a Hen antes de que volvieran al rancho. Pueden pasar años antes de que los vuelva a ver. Y quería hablar con el señor Cochrane respecto a los asesinos. Willie encontró huellas de dos caballos que se dirigían al sur, pero el hombre del caballo grande tomó el camino del norte. Creo que el asesino te siguió hasta el pueblo.

Daisy no encontró ningún consuelo en la preocupación de Tyler por su seguridad. No había ido al pueblo a verla. ¿Es que no se daba cuenta de que ella lo amaba? No, y si lo hacía, no iba a admitirlo. Daisy no creía que Tyler supiera cómo era el amor. Había sido insensible a él durante toda su vida.

Así que tenía que dejar de esperar que ocurriera un milagro. Era una estupidez seguir torturándose con la esperanza de que Tyler se volviera razonable algún día, de alguna manera. No podía confundir el hecho de que él se preocupara por su seguridad con un sentimiento distinto. Se había preocupado por ella en la cabaña y, después de nueve días, eso era lo único que seguía sintiendo. No había ninguna razón para que ahora cambiara.

—Con mucho gusto le trasmitiré el mensaje a mi padre —dijo Guy, mientras le daba unas palmaditas a Daisy en la mano, en actitud posesiva—. Le aseguro que nada me preocupa más que la seguridad de mi futura esposa.

Daisy abrió la boca para negarlo, pero se dio cuenta de que no iba a servir de nada. Estaba claro que Tyler pensaba que ella había decidido casarse para obtener dinero y seguridad. Y al elegir la seguridad sobre la independencia, había decidido alejarse de él.

Daisy sintió rabia. Tyler no tenía derecho a juzgarla. Nunca había hecho o dicho nada que diera a entender que la amaba o que le gustaba que ella lo amara. Él ya había salido de su vida y no podía esperar que ella se quedara aguardando a que él se decidiera.

—Pensé que ibas a tratar de administrar el rancho —dijo Tyler.

—Yo me encargaré de todos los asuntos de mi esposa —afirmó Guy.

Daisy estaba cada vez más molesta. Si Tyler ya no sentía nada hacia ella, no iba a permitir que se diera cuenta de que él sí le importaba a ella. El orgullo no la iba a dejar mostrarle que solo bastaría una palabra para rendirla. Aunque era un consuelo bastante pobre, el orgullo era lo único que le quedaba.

—Todavía no he decidido qué voy a hacer con el rancho —dijo—. Probablemente esperaré a tener noticias de la familia de mi padre. —No sabía por qué seguía insistiendo en la familia de su padre, la usaba como un escudo entre ella y todo lo que no podía controlar—. O tal vez deje que mi marido se haga cargo de él.

Guy le dio unas palmaditas en la mano con tanta complacencia que Daisy sintió deseos de pegarle. Pero no podía dirigir su rabia contra él. Al que quería quemar vivo era a Tyler.

—Señores, los dejo solos para que hablen de los asesinos —dijo Daisy—. Es tarde. Laurel va a creer que no la voy a visitar.

Daisy se las arregló para cruzar el vestíbulo, pero apenas llegó a las escaleras sintió que las piernas le temblaban. Sabía que Tyler no la amaba, pero nunca le había parecido tan doloroso como en ese momento. Se sentía físicamente enferma. Se detuvo en las escaleras y se recostó contra la pared. Por un momento pensó que no iba a tener fuerzas para seguir, pero no tenía opción. No podía dar la vuelta y toparse otra vez con Tyler.

También estaba furiosa con Guy. Había recalcado que estaban prometidos solo para tratar de aventajar en algo a un hombre que le resultaba imponente. Aunque podía entender esa actitud, nunca se lo iba a perdonar.

Tyler Randolph acababa de cometer el peor error de su vida. Nadie podría quererlo más de lo que ella lo quería. Pero desgraciadamente no iba a tener la satisfacción de ver que algún día Tyler se daba cuenta. Probablemente nunca lo sabría.

Cuando llegó a la habitación de Laurel, tenía los ojos inundados de lágrimas. Hen abrió la puerta.

—Estábamos preguntándonos si algo te… ¿Pasa algo? Entra, ¿puedo hacer algo para ayudarte?

—Nadie puede ayudarme —dijo Daisy, mientras permitía que Hen la llevara hasta un asiento.

Al final Zac tenía razón. Daisy era una cazafortunas. Tyler se había dado cuenta al instante de que ella no quería a Guy. Se iba a casar con él solo porque podía darle todas las cosas de las que su madre le había hablado. Si hubiera tenido alguna idea de lo ricos que ellos eran, probablemente se habría fijado en él o en Zac.

Pero si no había nada especial entre él y Daisy, ¿por qué se había tomado la molestia de regresar? ¿Para hablarle del asesino? Hubiera bastado con mandar un recado a su hermano o al prometido de la chica. ¿Había vuelto al pueblo porque no estaba de acuerdo con que ella se casara con Guy?

Tyler no tenía derecho a molestarse por la frialdad de Daisy. Nunca le había dado ninguna razón para que ella pensara que significaba algo especial para él.

Pero la verdad era que ella sí significaba mucho para él y ahora el taciturno gigante lo sabía. Lo supo desde el momento en que vio que Guy la llevaba del brazo. Lo supo con más fuerza a medida que fueron pasando los minutos y observó que aquel hombre hablaba de Daisy como si ella le perteneciera, como si fuera algo que pretendía incorporar a su propio ser, anulándola hasta que no quedara ningún rastro individual de la muchacha. Tyler sintió deseos de arrancar a Daisy del brazo de Guy y golpear a su rival hasta dejarlo tumbado en el suelo.

Era posible que ella no lo estuviera traicionando a él —tenía que ser honesto y admitir que él nunca le había dado ninguna razón para suponer que había algo que traicionar—, pero sí se estaba traicionando a sí misma. Tyler se había dado cuenta de que Guy era el tipo de hombre que esperaba obediencia sin preguntas por parte de su esposa. También era de aquellos que creían que tenían derecho a ser infieles. Al pensar esto, de nuevo tuvo ganas de pegarle.

Había sido una estupidez volver al pueblo. Debería haberse quedado en las montañas y haber enviado a Willie en su lugar. Pero Tyler sabía que no habría podido hacerlo. Sin importar lo que pasara, no podía abandonar a Daisy ahora. Tal vez ella no lo amaba, podía ser que no lo amara nunca, podía ser que no quisiera casarse con él aunque lo amara, pero no iba a irse de Albuquerque hasta asegurarse de que ella estaba fuera de peligro.

Y libre de Guy Cochrane.

Regis Cochrane habló con Daisy a la hora de la cena.

—Encontramos al hombre que mató a tu padre. Por desgracia, ya se ha ido de aquí. De acuerdo con el informe del comisario, se marchó hacia Montana.

—¿Puedes mandar a alguien tras él? —preguntó Daisy.

—No, pero podemos notificárselo a las autoridades de ese lugar. Lo tendrán vigilado. Es lo único que podemos hacer.

—Entonces seguirá libre.

—Me temo que sí. Tengo al comisario investigando sobre Bob Greene. Siempre ha sido un desgraciado, un tipo turbio. —El señor Cochrane la miró de manera paternal y le dio un golpecito en la mano—. Déjame todo esto a mí y tú concéntrate en tu matrimonio.

Daisy estaba desilusionada con el señor Cochrane. Había puesto toda su fe en él. Tenía la certeza de que su futuro suegro encontraría al asesino y le haría pagar por lo que hizo. Aunque Bob Greene fuera la persona que estaba detrás del asesino, el hombre que había tratado de matarla debía pagarlo, y estaba libre.

Si Tyler hubiera accedido a ayudarla, no se habría dado por vencido tan fácilmente. Habría seguido a aquel hombre durante el tiempo que fuera necesario. Ningún hombre que pasara tres años seguidos buscando oro, tendría ningún problema en pasar unos cuantos meses en Montana.

Pero Tyler no había querido ayudarla.

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