Daisy

Daisy


Capítulo 21

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Daisy se sentó muy tiesa en la silla menos cómoda del salón de los Cochrane. Tenía miedo de aquella entrevista. Había repasado varias veces lo que quería decir, pero nunca encontró las palabras precisas. De todas maneras, no había vuelta atrás. Había pasado la mañana paseando de un lado a otro de su habitación. Le había dado vueltas al asunto para encontrar otras soluciones, pero sabía que no había ninguna. Aunque era una estupidez, amaba a Tyler Randolph y nunca amaría a nadie más. Las riquezas y todas esas otras cosas refinadas que su madre le había enseñado a desear no significaban nada sin él.

La joven estaba asustada. Nunca había tratado de hacer algo así. Pero lo que más la asustaba era que en el futuro solo iba a depender de ella misma. Durante años se había dicho que eso era lo que más quería, pero ahora no estaba tan segura.

Al entrar, Guy la distrajo de esos pensamientos y por un instante se sintió perdida, pero enseguida trató de volver a concentrarse.

—Dolores me ha dicho que querías verme.

Daisy le había pedido a la criada que buscara a Guy, pues no quería que el resto de la familia se enterara.

—Necesito hablar contigo.

Guy se detuvo frente al lugar en que Daisy estaba sentada, tenía una sonrisa en el rostro y le ofreció las manos.

—Puedes hablar conmigo siempre que quieras. Dolores lo hizo sonar como si quisieras hablar de algo serio.

Al ver que Daisy no le agarraba las manos, Guy las bajó y frunció el entrecejo.

—¿Qué sucede? No estarás enamorada de otra persona, ¿o sí? —dijo en broma.

Daisy pensó que era irónico que a Guy le pareciera tan poco probable una situación que era, en realidad, el meollo del asunto.

—No exactamente.

—¿Qué quieres decir con «no exactamente»? —preguntó Guy, y la sonrisa se desvaneció de su rostro.

—Siéntate, por favor, Guy. No puedo pensar contigo ahí de pie, como un pasmarote.

—Yo siempre parezco un pasmarote —dijo Guy, tratando de hacer otra broma. Entonces arrastró una silla y se sentó en el borde.

—No me puedo casar contigo —dijo Daisy, antes de que perdiera el valor de confesarlo—. Lo siento. Después de todo lo que tú y tu familia habéis hecho por mí, debo de pareceros una desagradecida. Pero he pensado en esto durante los dos últimos días y debo romper nuestro compromiso.

Guy parecía haber perdido el habla.

—¿Por qué? —preguntó finalmente.

Daisy sabía que él le iba a hacer esa pregunta. Pensó en lo bueno que sería decirle simplemente que así eran las cosas y no darle ninguna explicación, pero no podía hacerlo. Le debía una explicación.

—Cuando tú me pediste que me casara contigo, me gustabas mucho. Pensé que podría aprender a amarte. Pensé que las cosas debían ser de esa manera.

—Y así son.

—Pero luego estuve nueve días con Tyler Randolph y ya no me siento segura de nada.

—¿Quieres decir que estás enamorada de él?

—No se trata de si lo amo o no —dijo Daisy, con la esperanza de poder evitar la pregunta—. Pero darme cuenta de que él me gustaba me hizo cuestionarme lo que siento por ti. Ahora pienso que, aunque el amor podría surgir después de que nos casáramos, también es posible que nunca llegue.

—Si eso es todo, podemos esperar hasta que…

—No, no es todo. No sé cómo decir esto sin sonar todavía más desagradecida, pero quiero la oportunidad de estar sola. Tú y tu familia habéis sido muy buenos, pero queréis hacerlo todo por mí, sin que yo tenga que mover un dedo.

—Solo tratamos de ayudar.

—Lo sé, pero siento que estoy a punto de ahogarme.

—Dime qué es lo que no te gusta y lo cambiaré.

Daisy se puso de pie y dio unos pasos antes de volverse para mirarlo a la cara.

—No es tan sencillo. Yo no sé qué es lo que quiero. —Se agarró las dos manos con fuerza y dio unos cuantos pasos más—. Cuando tenía diez años, mi padre me dio un libro sobre la reina Isabel I de Inglaterra. Ese libro me gustó tanto que lo leí una y otra vez. Hasta puedo citar algunos fragmentos: «La joven princesa siempre estaba rodeada de gente, nunca podía ser ella misma, su vida era una lucha constante por complacer a quienes eran más fuertes que ella. Sin embargo, sin importar lo que hiciera, sus guardianes nunca estaban contentos».

Se interrumpió unos segundos.

—Mi padre me hacía sentirme así —continuó al fin—. Independientemente de lo que yo hiciera, nunca era suficiente. Pero Isabel I se convirtió en la reina más grande que ha tenido Inglaterra. Aunque amenazaron su reino y su trono, ella nunca se casó. Gobernó por su cuenta un país completo, durante cuarenta y cinco años. Yo la admiraba y quería ser como ella, pero toda mi vida me dijeron que no podría sobrevivir sin un marido. Tyler fue la primera persona que creyó en mí, que creyó que yo podía hacer lo que quisiera. Ha llegado el momento de averiguar si tiene razón. Y nunca lo sabré si permito que tú y tu padre lo hagáis todo en mi lugar.

Guy parecía perplejo.

—¿Qué piensas hacer?

—Voy a volver al rancho.

—Pero no puedes, no tienes casa.

—Voy a comprar una tienda de campaña…

—Estarás sola.

—Y voy a contratar a Río Mendoza para que me ayude.

—Él es muy viejo.

—Solo tiene cuarenta años y es un buen trabajador. Me sentiré a salvo con él.

Guy saltó del asiento.

—No puedes hacer eso, ¿qué va a decir la gente?

—Me imagino que van a decir que te salvaste de un mal matrimonio.

—No me refiero a eso. Hablo de tu reputación. ¿Acaso no te preocupa?

—No tengo ninguna reputación, por lo menos no tengo una buena reputación. Pensé que la señora Esterhouse lo había dejado bastante claro.

—No me importa la señora Esterhouse, solo me importas tú. —Guy trató de abrazarla, pero Daisy se echó para atrás.

—No sé por qué estás tan decidido a casarte conmigo. Tú no me amas. Puede que te guste, pero no estás enamorado de mí. No soy bonita. No tengo dinero. Soy más alta que la mayoría de los hombres de Albuquerque.

Guy estaba sorprendido, pero reaccionó rápidamente.

—Pero claro que eres bonita, todo el mundo dice…

—Dicen que soy un gigante, más grande que todos los hombres que me rodean. Tal vez ya no se acuerdan de mis pecas por la cicatriz y el pelo quemado, pero nunca se les va a olvidar el tema de mi pobreza y de mi padre.

—Eso no es cierto. Eres una mujer llamativa, todo el mundo lo dice.

Daisy se rio. No sabía por qué, pues no le hacía gracia el comentario, pero la risa había salido sola.

—Llamativa, asombrosa, impactante, impresionante, un fenómeno.

Guy la agarró de los hombros.

—No me voy a dar por vencido. Iré a visitarte todos los días para ver cómo vas. —Parecía desesperado, hasta un poco asustado.

—No. Quiero que empieces a buscar a otra persona. Te mereces una esposa que te ame con todo el corazón. Mereces enamorarte. Prométeme que no te vas a casar con alguien a quien no amas.

—Cualquiera diría que estás enamorada —dijo Guy.

Daisy se puso de pie.

—Por favor, no digas nada más. Comenzaré a prepararme para el viaje. Hablaré con Adora, pero te pido el favor de que se lo cuentes tú a tus padres. Después de toda su bondad, no me siento capaz de decírselo a la cara.

Adora casi gemía, consternada.

—No quiero que te vayas. Quiero que seas mi hermana. ¿Por qué quieres irte?

Después de dejar a Guy perplejo y confundido, Daisy se fue a buscar a Adora. Quería contarle lo que había decidido, antes de que perdiera el coraje. La encontró en su habitación.

—Yo no quiero irme, pero tengo que hacerlo.

—Eso es absurdo. Nadie quiere que te vayas. Todo lo contrario.

—Pero yo me siento en la obligación de irme —dijo Daisy—. No amo a Guy. Sería injusto casarme con él.

—Amas a uno de los Randolph, ¿verdad? El que dijiste que era joven y apuesto.

—No, no estoy enamorada de Zac.

—Entonces del otro. Lo sé. No eres la misma desde que regresaste.

—Está bien, sí, lo amo, pero no me voy a casar con él.

—Pero si lo amas…

—Pero él no me ama.

Adora se quedó un momento en silencio.

—¿Cómo lo sabes?

—Regresó a Albuquerque. Guy y yo nos encontramos con él en el vestíbulo del hotel.

—Guy me contó que vino a decirle a papá que pensaba que el asesino te había seguido al pueblo.

—Sí, pero no vino por mí.

—Quizá lo que pasa es que es tímido.

—Tyler nunca ha tenido problemas para decir lo que quiere decir.

—¿Y tú lo amas?

—Es estúpido, ¿verdad?, pero no puedo evitarlo.

—¿Por qué?

—Por una cantidad de razones que seguro que te parecerán tontas. Es el primer hombre que me ha hecho sentirme una mujer frágil, de tamaño normal.

—Entiendo. Guy dijo que era muy alto.

—En realidad no es por eso. Sencillamente no parece darse cuenta de que no soy común y corriente. Cree que soy bonita, no le importan mis pecas, prefiere que tenga el pelo corto y estaba como loco por hacerme el amor.

—Pero tú no aceptarías…

—No, pero me arrepiento de no haberlo hecho. ¿No te parece emocionante? A mí sí. Nadie me ha besado nunca de esa manera.

—¿Cómo fue? —preguntó Adora, devorada por la curiosidad.

—Había soñado con que me besara el hombre que yo amaba, pero lo que pasó no fue nada parecido a mis sueños. Ese hombre estaba fuera de control. Todo sucedió muy rápido. Cuando me tomó entre sus brazos, no tuve fuerzas para detenerlo. Ni ganas. Me apretó contra él hasta que todo mi cuerpo amenazó con explotar debido al calor de su abrazo. Entonces me besó. Yo no podía creer que el contacto con los labios de un hombre pudiera provocar sensaciones tan poderosas. Su boca era dura y exigente. Sentí que me robaba toda la energía. Me sentí como si fuera suya, como si le perteneciera. Y siguió pidiendo más y más, hasta que no tuve más remedio que rendirme.

—¿Rendirte? —balbuceó Adora sin aliento.

—Su lengua se abrió paso hasta mi boca y me hizo estremecerme de pies a cabeza. Me sentí maravillosamente invadida, como si estuviera conquistándome totalmente. Era como si saliera del capullo, me sentí transformada de inmediato, liberada, preparada para unirme a él. Luego se separó un poco y temí desmayarme. Si no me hubiera agarrado, me habría ido al suelo.

Adora miraba a Daisy con perplejidad.

—Un beso como ese no puede venir de un hombre que solo te admira o que te pretende sin especial pasión —prosiguió Daisy—. El único que puede hacer que te sientas así es un hombre que está decidido a poseerte a pesar de todas las reglas de la sociedad, a pesar de su propio sentido del honor y a pesar de tus objeciones.

—No te reconozco, nunca habías hablado de esa manera.

—¿No te parece que parezco una niña tonta? Mi padre me habría encerrado en la habitación hasta que hubiera superado este enamoramiento atolondrado. Pero creo que en realidad soy así. Por eso no me puedo casar con Guy. Él quiere una esposa hacendosa, obediente y callada. Nunca podría entender mis sentimientos.

—¿Qué vas a hacer respecto a Tyler?

—Nada.

—Si lo amas, debes hacer algo. Ese amor podría arruinarte la vida.

—No tengo ninguna vida que arruinar, pero me voy a forjar una. Voy a administrar mi rancho. Tyler me dijo que podría lograr cualquier cosa que me propusiera.

—¿Y tú le crees?

—Tengo que hacerlo. Si creo en él, creo en mí misma.

—Pero estarás sola.

—Lo sé.

—Yo nunca podría hacer nada parecido. Estaría muy asustada.

—Yo estoy aterrorizada —admitió Daisy.

—Realmente lo amas, ¿verdad?

Daisy asintió con la cabeza.

—Entonces vendrá a por ti. Si lo amas tanto como dices, sentirá tu llamada, no podrá resistirlo.

Pero Daisy no iba a cultivar falsas esperanzas. No sería capaz de aguantar una nueva decepción.

—¿Le dijiste que habías vuelto para aprender a administrar un hotel? —Laurel miró a Tyler como si fuera un absoluto imbécil.

—¿Qué debería haberle dicho?

—Cualquier cosa menos eso. Me sorprende que no te haya abofeteado ahí mismo.

—Le advertí que había venido el asesino.

—¿Tú la amas?

La pregunta lo dejó en silencio. Laurel siguió hablando.

—No me vayas a decir que no has pensado en eso. Ella sí lo ha hecho. Y está enamorada de ti, tú lo sabes.

—¿Cómo lo…? —Tyler no pudo terminar la frase.

—Lo supe con solo mirarla, lo sé por la forma en que habla de ti. La noche en que la trajiste aquí ya estaba enamorada de ti.

Tyler no sabía qué decir. Simplemente se quedó allí de pie, como una estatua.

—No entiendo por qué los hombres tienen que ser tan estúpidos en estos asuntos —dijo Laurel con tono impaciente—. Eso hace que las cosas sean más difíciles para las mujeres. —Lanzó a Hen una mirada severa—. Y los hombres de la familia Randolph parecen ser especialmente testarudos y obtusos.

—Pero finalmente aprendemos —dijo Hen.

Laurel pareció derretirse de ternura.

—Tú sí, pero no sé si tu hermano lo hará. —Luego se volvió otra vez hacia Tyler—. ¿La amas? Tienes que decidirte. No puedes dejarla con la duda. Ella merece saberlo, aunque sea para olvidarte y poder buscar a otra persona.

Para Tyler toda la conversación había ido demasiado rápido. Creía saber la razón por la que había vuelto, pero después del encuentro en el vestíbulo ya no estaba tan seguro. Aunque ahora que Guy le había anunciado el compromiso, no parecía tener sentido tratar de aclarar sus sentimientos.

—En todo caso, no importa. Guy Cochrane dijo que iban a anunciar su compromiso dentro de unos días.

—Ella sigue enamorada de ti.

—Entonces, ¿por qué se va a casar con Guy Cochrane?

—No puedo responder a eso, pero me imagino que ella sí, si se lo preguntas.

Porque Cochrane era rico. Porque eso era lo más fácil que podía hacer. Porque tenía miedo de estar sola. Porque casarse con otro era la manera más fácil de olvidarlo.

—Ella ya ha tomado una decisión. Nada de lo que yo haga puede importar ahora.

—Sí importa, si la amas.

—No podría amar a una mujer que está pensando en casarse con otro hombre.

—Entonces no la amas —dijo Laurel con irritación—. Si la amaras, irías tras ella, le rogarías que cambiara de parecer, que te diera una última oportunidad. No te importaría nada de lo que ella hiciera, dijera o pensara hacer, lo único que te importaría sería saber si ella te ama.

La idea de rebajarse a una condición tan humillante lo hizo sentirse abrumado. Ninguna mujer, nada en la vida, ni siquiera sus hoteles, justificaban semejante humillación. Si esa era la idea que Laurel tenía de estar enamorado, se alegraba de que no le hubiera pasado a él. No podía entender cómo Hen lo había aguantado.

—No tiene sentido discutir sobre el asunto —dijo Tyler, de manera inflexible—. Mañana me voy. Me alegra ver que el bebé y tú estáis bien. ¿Hasta cuándo vais a seguir aquí?

—Un par de semanas más —dijo Hen—. Quiero asegurarme de que Laurel esté lo suficientemente fuerte antes de que comencemos el viaje de regreso a casa.

—A menos que me permitas levantarme durante algo más que unos minutos, nunca estaré lo suficientemente fuerte —le dijo Laurel a su esposo—. Tardaré semanas en volver a aprender a caminar.

—Te llevaré en brazos a donde quieras ir.

Tyler se excusó con rapidez. Se sentía incómodo frente a aquellas exhibiciones de amor, ante la devoción que Hen sentía por su esposa. Creía que Hen había perdido el control. Eso era algo a lo que Tyler le tenía mucho miedo. No podía controlar el mundo a su alrededor, pero sí podía controlarse él mismo. Desde el día en que su padre lo encontró llorando en el granero, esa había sido la única constante en su vida. Era algo que había cuidado celosamente. Había construido a su alrededor un muro para que nada pudiera amenazar su control. El autocontrol era lo que lo había sostenido durante esos últimos años en Virginia, y también cuando se mudaron a Texas, cuando murió su madre, frente al rechazo de su padre, y en aquellos terribles años antes de que George regresara a casa.

Ahora Laurel le estaba diciendo que debía derribar ese muro, volverse vulnerable frente a las emociones que casi lo habían destruido en determinado momento. Pero Tyler no podía hacerlo.

Se convertiría en un don nadie sin voluntad si se enamoraba de Daisy de la manera en que Laurel pensaba que debía hacerlo. No sería capaz de trabajar. Todo el mundo sentiría lástima de él y la gente se aprovecharía de su situación. No podría mantener a nadie, pues sería incapaz de controlar su propia vida.

Y en ese mismo instante, como en el fondo sabía, estaba al borde de que eso le sucediera. Había abandonado la mina cuando estaba a punto de hacer un gran descubrimiento. Y aunque sabía que Daisy se iba a casar con otro hombre, todavía no había abandonado el pueblo. Aún peor, estaba considerando la idea de quedarse durante más tiempo. No podía rogarle a Daisy que no se casara con Cochrane, pero no se sentía capaz de irse mientras estuviera soltera. Mientras no fuera la esposa de Guy, todavía tenía una oportunidad.

Así que sí estaba enamorado, tan tonta y profundamente enamorado como Laurel quería. Pero no se sentía satisfecho con el asunto.

Se preguntó si Daisy se sentiría mejor.

Tyler se maldijo por enésima vez por ser tan tonto. También se dijo que debía dar media vuelta y volver al hotel lo más rápido posible. Que debía haberse marchado a las montañas tan pronto como Guy le anunció el compromiso. Se dijo que era el imbécil más grande que había en Nuevo México. Sin embargo, siguió avanzando sin disminuir el paso. Tampoco titubeó al llegar a la puerta de los Cochrane.

Había oído que Regis Cochrane era el hombre más respetado del pueblo. Y el más temido. También había oído que Guy hacía lo que su padre quería. No estaría tranquilo mientras gente así controlara a Daisy. Tyler tenía que saber por qué ella no había ido al hotel durante los dos últimos días.

Adora era la única que estaba en casa. Tyler se sintió sorprendido al ver a la jovencita bajita y de cabello oscuro que entró en la sala con actitud vacilante. No parecía el tipo de chica que pudiera ser amiga de Daisy. Eran muy distintas.

—Dolores dice que usted está buscando a Daisy —dijo Adora, y lo miró con expresión hostil.

—No ha visitado a mi cuñada en los últimos dos días. Estoy preocupado por ella.

—¿Su cuñada le pidió que viniera a averiguar si le pasa algo?

Tyler sintió que cualquiera que fuese la respuesta, se iba a sentir culpable.

—Naturalmente, está preocupada. Todos lo estamos.

—Entonces me dará mucho gusto enviarle una nota explicándole la ausencia de Daisy.

—¿No sería más fácil que me lo diga a mí, ya que estoy aquí?

—No estoy segura de que Daisy quiera que usted lo sepa.

Tyler estaba perplejo. Estaba preparado para no encontrar mucha simpatía, pero no esperaba una actitud tan abiertamente hostil.

—No comprendo.

—Me imaginé que no comprendería. Parece que usted no entiende casi nada.

Tyler estaba empezando a irritarse. Estaba cansado de que lo culparan por cosas que no dependían de su voluntad.

—Tal vez pueda entenderlo, si usted tiene la gentileza de explicarme a qué se refiere.

—No creo que usted merezca una explicación.

—Daisy es la única que puede decidir eso. Y como no está aquí, y aparentemente no le ha pedido a usted que se reserve esa información, creo que debería decírmelo.

Adora dio un par de pasos hacia el extremo de la habitación, dirigió a Tyler una mirada particularmente severa y reanudó su paseo. Luego dio media vuelta.

—¿Se da cuenta de que usted arruinó la vida de Daisy y la de mi hermano? Ella rompió el compromiso y se fue a vivir al rancho.

—Pero no tiene casa en la que vivir.

—Yo le insistí en eso, pero no le importó. Parece que usted le dijo que podía hacer cualquier cosa que quisiera, y se fue a probarlo.

—¿Por qué querría Daisy hacer eso?

—¡Porque está enamorada de usted, estúpido! ¿Acaso no se da cuenta? Aunque no puedo entender por qué lo prefiere a usted y no a mi hermano. ¿Por qué no se quedó en las montañas? Si lo hubiera hecho, ella se habría casado con Guy y habría tratado de ser feliz. Pero usted tenía que regresar a Albuquerque. Ella tenía la esperanza de que usted hubiese vuelto porque la amaba. Pero se quedó desolada cuando supo que tenía el corazón tan duro e insensible como siempre.

Tyler sintió como si lo hubiera noqueado la coz de una mula. El sentido común le decía que Adora no podía tener razón —aunque comenzaba a preguntarse por qué todo Albuquerque conocía los sentimientos de Daisy menos él—, pero ese mismo sentido común le había dicho que se quedara en las montañas. Así que, si antes pudo ignorarlo, se propuso ignorarlo también ahora.

—Ella dice que soy un soñador, un idiota que persigue la quimera del oro. Dice que trato de dominarla, que prefiere ser una solterona a casarse con un hombre como yo.

—Ya. De todas maneras está enamorada de usted.

—Eso no tiene sentido.

—Daisy me dijo que el amor no lo tenía, que era peligroso, pero que eso era parte de la emoción que produce.

—¿Y usted sabe qué quiso decir con eso?

—Claro, cualquier mujer lo entendería.

—¿Puede explicármelo?

—No. Ahora quiero que se vaya a sus minas de oro lo más pronto posible. Independientemente de lo que haga, le ruego que no moleste más a Daisy. Espero que pronto se olvide de usted y finalmente se case con Guy. Mi familia la extraña.

—¿Sabe usted si ella tiene a alguien que la ayude?

—Sí, un hombre viejo que solía trabajar para su padre. No se preocupe, ella estará bien. Guy estará pendiente de que así sea. Ahora márchese, por favor. Ya ha hecho suficiente daño.

—¿Daisy no me entendió cuando le dije que el asesino la estaba siguiendo?

—El comisario descubrió quién era, pero ese hombre se marchó a Montana. Daisy ya no tiene que preocuparse por eso.

Pero mientras regresaba al hotel, sintiéndose como una rata de alcantarilla, Tyler pensaba que no estaba convencido de que el hombre se hubiera marchado. Sin embargo, no importaba lo que hubiese hecho el asesino. Estaba decidido a ir a ver a Daisy. No podía estar tranquilo sabiendo que ella vivía sola en el rancho. Tenía que asegurarse de que estaba bien. Además, a esas alturas ya debía de saber que no podía estar lejos de ella.

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