Daisy

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Capítulo 22

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—Hay una gran cantidad de vacas en estas montañas —le dijo Río a Daisy mientras desmontaba y se acercaba a la hoguera del campamento—, pero muchas no están marcadas.

—No entiendo —dijo Daisy, ofreciéndole una taza del café fuerte que tanto le gustaba.

Jesús, el sobrino de Río, llegó trotando en su caballo.

—Se acerca un jinete —dijo, antes de desmontar.

Daisy se puso tensa. El señor Cochrane había dicho que el asesino se había marchado hacia Montana, pero los jinetes no identificados la ponían nerviosa. Empuñó el rifle. No sabía si podría dispararle a algo, pues Río le había enseñado a usarlo hacía solo dos días, pero nadie tenía por qué saberlo. No sintió ningún alivio cuando vio a Bob Greene acercándose.

Greene se bajó del caballo y se acercó a la fogata. Daisy sintió deseos de pedirle que se fuera, pero en lugar de eso le ofreció una taza de café. El ranchero lo aceptó y tomó un sorbo.

—Siento lo de tu padre.

—Gracias.

—¿Has pensado administrar sola el rancho?

—Sí.

—Pues necesitas un sitio mejor que ese para vivir. —Hizo un gesto señalando la tienda de campaña.

—Voy a reconstruir la casa cuando consiga algo de dinero.

Greene se metió la mano en la camisa y sacó un fajo de billetes.

—Esto debe de ser suficiente.

Daisy no se movió.

—Mis tierras no están en venta.

—Esto no es por la tierra, es por el ganado que vendí.

Daisy sintió que cada minuto entendía menos.

—No entiendo.

—Todos los años, algunas de las reses de tu padre se mezclan con mi ganado. En lugar de traerlas de nuevo hasta aquí, solía marcar y vender los novillos y luego os daba el dinero, aunque este año fueron menos que el año pasado. Manuel Córdova, tu vecino del sur, hace lo mismo. Siento haber tardado tanto en traer el dinero, pero la nieve me tenía muy ocupado.

Daisy se sentía muy confusa. De pronto recordó que siempre solían quedarse en un hotel durante el invierno. Su padre decía que el dinero provenía de unas inversiones.

—Tienes que contratar un par de hombres más y comenzar a marcar el ganado —dijo Greene—. Allí arriba tienes una fortuna en ganado. —Señaló la parte alta de las montañas—. Tienes suerte de que no lo hayan robado todo. Manuel y yo tratamos de convencer a tu padre de que nos permitiera marcar las reses en su lugar. Demonios, hasta le ofrecí cuidárselas sin cobrarle. Suponía que si los cuatreros comenzaban a robaros las reses, después seguirían con las mías. —Frunció el ceño con mal humor—. Pero ese viejo idiota no nos dejaba poner ni un pie en sus tierras. Me imagino que creía que estábamos tras su mina de oro.

Su padre nunca había ganado un centavo con ninguna mina de oro ni con sus inversiones. No había tenido más que lo que le daban los vecinos. Daisy sintió rabia. Todos aquellos años haciendo lo que él pedía, de tratarlo como a un rey, y siempre les había mentido.

—Río y su sobrino me están ayudando —dijo Daisy—. Pensamos empezar a marcar el ganado mañana.

Greene le volvió a ofrecer el dinero y esta vez Daisy lo aceptó. Tiró los posos del café, le devolvió la taza a Daisy y agarró las riendas.

—Allá arriba tienes una buena cantidad de ganado. Vas a necesitar algo más que un viejo y un muchacho. Tengo un par de hombres que te puedo prestar. También te mandaré un par de caballos.

Daisy sintió deseos de rechazar la oferta, pero el sentido común le mostró que sería un error. No podía creer que Bob Greene tuviera algo que ver con la muerte de su padre. Ya no lo creía. Mientras conseguía valerse por sí misma en el rancho, necesitaría toda la ayuda que pudiera conseguir.

—¿Por qué está haciendo esto? —preguntó.

Greene sonrió.

—Estamos condenados a entendernos. Tenemos que estar del mismo lado. Nuestros ranchos son los únicos que no son de Cochrane. Posiblemente tiene tantas vacas que puede aguantar el robo de ganado, pero yo no. Si el robo continúa, tendré que vender. Al ayudarte, me estoy ayudando a mí mismo. Estoy seguro de que Córdova piensa lo mismo. —Se volvió hacia Río Mendoza—. Debes estar muy pendiente de ella, tiene mucho que aprender.

—¿Por qué no le dijo que usted cree que Cochrane está detrás del robo de ganado? —preguntó uno de los hombres de Greene cuando ya no podían oírlos.

—Está comprometida con el hijo de Cochrane. Se supone que es un secreto, pero el muchacho ha estado contándolo por ahí. No tiene sentido que la indispongamos con su futuro suegro. Solo la meteríamos en problemas.

—Pero ahora no quiere casarse con el muchacho, de la noche a la mañana quiere administrar el rancho y ser su propio jefe.

—No importa lo que ella quiera. Cochrane hará, por las buenas o por las malas, que se case con su hijo. Siempre consigue lo que quiere.

Daisy y su caballo se dedicaban a conducir a una vaca y a su ternero hacia donde estaban los hombres de Córdova y Greene. Ayudaban a Río y a Jesús a marcar el ganado. Estaba tan dolorida, cansada y entumecida que a veces lo único que podía lograr era permanecer sobre el caballo. Iba a pasar algún tiempo antes de que se sintiera completamente cómoda sobre un caballo, pero estaba orgullosa del progreso que había hecho.

—Usted está trayendo más ganado que cualquiera de los demás —observó Río—. Aprende rápido.

—Este caballo piensa por los dos —respondió Daisy—. El señor Greene dijo que era uno de los mejores.

Pero mientras se dirigía de nuevo hacia los arbustos que parecían extenderse por kilómetros y kilómetros en todas las direcciones, pensó que no era solo el caballo. El ganado parecía encontrarla a ella, y no al revés. Todavía no había recorrido ni un kilómetro cuando vio a otra vaca con su cría trotando en dirección a ella.

Daisy sujetó las riendas para observar lo que la vaca iba a hacer. El animal se detuvo a comer. No parecía haber registrado siquiera la presencia de Daisy. De repente, la vaca mugió y comenzó a correr otra vez hacia ella.

Daisy sacó el rifle. Detrás de los arbustos había algo que había asustado a la vaca. Teniendo cuidado de apuntar hacia el frente, espoleó al caballo en dirección a los arbustos. Siguió el mismo camino que había seguido la vaca. La joven miró a derecha e izquierda, estudiando la vegetación.

En el bosquecillo de enebros vio una mancha marrón que no parecía parte del paisaje normal. Dio la vuelta con cuidado, hasta que pudo esconderse detrás de unos arbustos. Estaba decidida a no dejar que su presa se le escapara. Subió el rifle y disparó contra la maleza y los arbustos.

—¿Qué demonios crees que haces disparando a los arbustos? —gritó Tyler saliendo desde detrás de un grupo de pinos y enebros.

A la chica casi se le cayó el rifle al verlo. Sintió un estremecimiento que le recorrió el cuerpo entero, de la cabeza a los pies. Tyler no se había vuelto a las montañas. Daisy sintió que todas sus esperanzas renacían. Solo había una razón para que un hombre persiguiera así a una mujer, sobre todo a una mujer pobre. Era posible que Tyler todavía no lo supiera, pero estaba claro que la amaba. Era tan incapaz de alejarse de ella como ella de olvidarlo.

Antes de que Daisy pudiera recuperarse del impacto, Tyler la desmontó del caballo y le dio un beso rápido e intenso. Luego la volvió a subir a la montura, sin dejarle siquiera recuperar el aliento.

Durante un momento, ella no fue capaz de moverse ni de hablar. Pensó que el mundo se había vuelto loco. Tyler ciertamente estaba loco si creía que con un beso todo iba a quedar olvidado. Ciertamente, la amaba. Eso ya no lo ponía en duda, pero era obvio que no estaba muerto de ganas de decírselo. Era el mismo hombre distante e inalcanzable que siempre había sido, que entraba y salía de su vida, que la mantenía en una permanente vorágine de emociones y le suscitaba esperanzas que parecía no tener intención de cumplir.

Pero ella no era la misma mujer que aquel hombre adusto había rescatado y abandonado ya dos veces. Ella lo amaba, pero en esta ocasión no iba a dejar que las emociones la gobernaran.

Trató de dominarse con todas sus fuerzas, de hablar de la manera más tranquila posible.

—¿Qué estás haciendo aquí?

—Estás preciosa —dijo Tyler—. El trabajo duro te sienta muy bien. Me encanta cómo te queda el pelo suelto, nunca vuelvas a recogértelo.

Daisy recibió el cumplido como otra manera de hacerle perder el equilibrio emocional, e intentó hablarle como si no fuera alguien especial. Pero le era difícil, porque la miraba con aquellos arrebatadores ojos cálidos y brillantes de color castaño.

—¡Has estado empujando las vacas hacia mí! —lo acusó—. Esa es la razón por la que he encontrado tantas.— Independientemente de lo que Daisy hiciera, Tyler no podía dejar de preocuparse por ella. Pero eso ya no era suficiente. Estaba lejos de ser suficiente.

—Pensé que necesitabas algo de ayuda para comenzar a organizar el rancho. No sabía que ibas a tener a la mitad de la región ayudándote.

—O sea, que me seguiste desde Albuquerque para esconderte en unos arbustos y obligar al ganado a venir hacia mí.

Tyler se sacudió unas agujas de pino que se le habían pegado a la ropa.

—Yo soy la razón por la que estás aquí. Así que vine a asegurarme de que estuvieras bien.

Tyler era tan pretencioso como Zac. Actuaba como si el universo entero girara a su alrededor.

—No te hagas ilusiones, estoy aquí porque no podía casarme con Guy, puesto que no le amo. En cuanto a ti, puedes irte a tus minas en este mismo instante.

Tyler no parecía desconcertado en absoluto.

—Lo mejor será que traiga mi caballo.

—Pensé que solo montabas en mula.

—Crecí en Texas —le dijo Tyler por encima del hombro—. Las mulas y los burros son para buscar oro, los caballos son para conducir el ganado. Eso es algo que conozco bastante bien.

Tyler había escondido el caballo detrás de la loma cercana. Era un animal enorme, a su medida. Tenía una planta magnífica, montado en él. Daisy tragó saliva y se le olvidó el comentario cáustico que tenía en la punta de la lengua. No era justo que la simple presencia de Tyler lograra confundirla de aquella manera. Su padre siempre le había dicho que la mente era más poderosa que el cuerpo y hasta ese momento ella le había creído.

—Ya que estoy aquí, podría ayudarte a llevar esa vaca hasta el campamento.

Así que Tyler pretendía hablar solo de trabajo. Muy bien. Ella podía resultar tan fría e indiferente como él.

—¿Dónde aprendiste tanto sobre vacas?

—Ya te lo dije, crecí en Texas. Mi familia tiene un rancho allí.

—¿Uno de los ranchos que generan esos ingresos que no quieres aceptar?

—Laurel te lo contó.

—Alguien tenía que hacerlo, pues tú no pensabas decir una palabra.

Tyler arreó a la vaca y su ternero, que salieron corriendo hacia el campamento.

—No pensé que ese asunto le interesara a nadie.

Daisy sintió como si le hubieran dado una bofetada.

—No me interesa. Lo que pasa es que a la gente que te rodea le gustaría entenderte. Y ese es un detalle bastante importante, un dato fundamental para comprender tu manera de pensar.

—Me imagino que siempre he sido reservado.

Cualquiera que fuese la razón que lo había llevado hasta allí, era obvio que no era para implorarle que lo disculpara ni nada por el estilo. Tyler tenía el corazón tan endurecido como siempre.

—Así te evitas explicaciones y preocupaciones. Ahora lo entiendo.

La vaca trató de tomar otro camino, pero Tyler la metió en cintura enseguida.

—¿Qué es lo que entiendes? —preguntó Tyler.

—Que no quieres a nadie en tu vida. Que no quieres ser vulnerable, dejar que alguien se vuelva importante para ti. Aprovechaste la negativa de tus hermanos a invertir en tus hoteles para alejarte de ellos. En el fondo del corazón, crees que no eres digno de tu buena suerte. No has hecho nada para ganarte ese dinero. Así que quieres hacer tus hoteles con tu propio dinero, para que, cuando finalmente los tengas, puedas justificar tu puesto en la familia. ¿Estoy en lo cierto?

—Parece que has hablado mucho de mí con Laurel.

—Y también viví mucho tiempo con mi padre. Tú eres muy parecido a él. Hace unos días descubrí que habría podido tener un ingreso decente con el rancho, pero estaba obsesionado con el oro, y no le importó que pasáramos estrecheces.

—¿Y tú crees que yo soy así?

—No estoy segura de que tenga importancia. Tal vez sea demasiado tarde para que seas un ser humano normal. Estás tan cómodo en tu soledad que no tienes intención de salir de ella. Y en caso contrario no sabrías cómo hacerlo.

—Has estado pensando mucho.

—He tenido mucho tiempo.

Cuando llegaron al campamento, todos se sorprendieron.

—Te presento a Tyler Randolph —le dijo Daisy a Río—. Él es quien ha estado persiguiendo y empujando hacia nosotros las vacas que he traído. —Los otros hombres que estaban en el campamento estudiaron detenidamente a Tyler, mientras Daisy lo presentaba.

—¿Estás lista para traer otras reses? —preguntó Tyler, cuando se acabaron las presentaciones.

—Estoy lista para que regreses a Albuquerque.

—Me voy a quedar. Puedes cabalgar conmigo o puedes sentarte en el campamento. Es tu decisión. —Clavó con fuerza las espuelas al caballo y comenzó a subir la montaña.

—¿Usted confía en él? —preguntó Río.

—Como en una serpiente de cascabel —dijo Daisy, mientras espoleaba el caballo para seguirlo—. Pensándolo mejor, confío más en una serpiente de cascabel. —Deseaba que eso fuera cierto, pero la verdad era que confiaba, y seguiría confiando en Tyler, sin importar la cantidad de veces que la abandonara.

—¿Qué demonios ha sido todo eso? —preguntó uno de los hombres de Bob Greene—. ¿Cómo demonios se las ha arreglado para que un Randolph la ayude?

—¿Lo conoces? —preguntó Río.

—A él no, pero conozco a su familia. Todo el mundo los conoce. Son muy ricos y tan peligrosos como una serpiente. Uno de ellos está ahora en Albuquerque. Era pistolero. Este se supone que busca oro.

—Creo que lo encontró —dijo Río, mientras miraba a la pareja que desaparecía en la distancia.

Daisy y Tyler volvieron al campamento al anochecer. El gigantón desmontó y ayudó a la joven a bajarse del caballo, luego agarró a los dos animales y los condujo hacia donde estaban los demás.

—El hombre sabe cómo manejar las vacas —le comentó Río a Daisy, mientras lo veía dirigirse al corral que habían improvisado con palos y cuerdas.

—Creció en un rancho en Texas. Conoce las vacas al derecho y al revés. Las detesta.

—No lo parece.

—Muy pocas cosas parecen lo que son. —Daisy acercó las manos al fuego. Mientras había sol, hacía calor, pero al anochecer refrescaba mucho. El calor del fuego resultaba muy agradable.

—Creo que será mejor que empiece a preparar la comida. —Se detuvo antes de agarrar la primera cacerola—. Río, por favor atiende los caballos en lugar de Tyler, dile que venga, que necesito que cocine.

Río la miró con escepticismo.

—¿Está segura?

—Solo espera y verás. Eso sí que lo hace bien.

Treinta minutos después, Río solo tuvo que probar el primer bocado para convencerse de que Daisy sabía de lo que estaba hablando.

—¿Ya habías cocinado antes este tipo de carne? —le preguntó a Tyler.

—Desde Texas hasta Wyoming —respondió Tyler—. He preparado esa carne en miles de lugares.

Una enorme sonrisa se dibujó en el rostro moreno y curtido de Río.

—Entonces debes de haber estado en muchos ranchos reuniendo ganado. ¿Cómo crees que vamos?

—Yo movería el campamento todos los días en lugar de concentrar el ganado en el mismo lugar. Eso ahorraría tiempo y molestaría menos a las vacas. No les gusta que las saquen del territorio que conocen.

Río miró a Daisy.

—¿Qué piensa usted?

Estaba claro que habían realizado una gran cantidad de trabajo innecesario. Ella, sin embargo, no estaba dispuesta a aceptar tan rápido los consejos de Tyler, aunque él supiera mucho más sobre el asunto que ella. Lo pensaría. Entretanto, quería hacerle una pregunta.

—¿Viste mucho ganado en la cima de la montaña?

—Bastantes animales de dos o tres años.

—Pensé que mi padre te hacía marcar los novillos todos los años —le dijo Daisy a Río.

—Le dije que yo no podía reunirlos solo, pero no me dejó buscar ayuda.

—Y además de mucho ganado, tienes cuatreros por los alrededores —dijo Tyler.

¡Cuatreros! Greene dijo que le habían robado, y a Córdova. Ahora también le estaban robando a ella.

—¿Qué piensas que debo hacer?

—Detenerlos.

Daisy no sabía cómo hacerlo. Necesitaba la ayuda de Tyler, aunque no quisiera admitirlo. Eso significaba ponerse en sus manos una vez más. Pero en realidad no resultaba tan desagradable como había pensado.

—¿Cuánto dinero crees que estoy perdiendo?

—Es imposible decirlo sin tener una idea del tamaño de la manada, pero diría que miles de dólares.

Daisy sintió deseos de soltar una retahíla de groserías. Recordó todos los años que su madre había sufrido porque su vida era tan distinta de lo que esperaba. ¡Y pensar que todo ese sufrimiento había sido innecesario! Su padre había permitido que los cuatreros le robaran más de lo que necesitaba para darle a su madre una vida cómoda, ¡y todo porque tenía miedo de que otra persona encontrara una mina que no existía!

—¿Conoces bien estas montañas? —le preguntó Río a Tyler.

—Las he recorrido mil veces durante los últimos tres años.

—Entonces, ¿por qué no organizas el trabajo de mañana?

—Eso es decisión de la señorita Singleton.

A Daisy le habría gustado rechazar la ayuda de Tyler, pero Río no lo habría sugerido si no tuviera una buena razón. Además, estaba claro que los hombres de Greene y Córdova respetaban a Tyler. Y aunque no quisiera admitirlo, se sentía más segura teniéndolo cerca.

—Podemos probar —dijo, pues no quería rendirse por completo el primer día que Tyler aparecía. Se sentía halagada de que la hubiera seguido, pero era la tercera vez que llegaba a su vida de repente. No había ninguna razón para pensar que no desaparecería de nuevo. Lo amaba, pero no iba a permitir que el amor pasara por encima del buen juicio.

Por primera vez en su vida era su propio jefe y le gustaba esa sensación. Ahora sabía que el rancho le daría lo suficiente para poder vivir cómodamente. Si lograba marcar todo el ganado y conseguir un par de hombres que ayudaran a Río, sería independiente. Si aprendía bien su trabajo, en unos cuantos años sería libre de hacer lo que quisiera.

—¿No confías en mí? —preguntó Tyler.

—Sé que sabes cocinar, pero no sé si sabes atrapar y manejar ganado. Prefiero ver con mis propios ojos lo que eres capaz de hacer antes de tomar una decisión.

Daisy no podía negar la satisfacción que embargaba su alma. Nunca había tenido el poder de decirle a un hombre lo que tenía que hacer. Hasta el día en que le dijo a Guy que no iba a casarse con él, siempre se había sometido a la opinión de los hombres. Se sentía realmente la dueña del rancho, como la jefa encargada de tomar las decisiones.

¡Se sentía de maravilla!

Ella sabía que tenía que mantener la cabeza fría. No sabía nada de ranchos. Tyler sí. Pero la decisión seguía siendo suya. Le podía decir que se quedara o que se fuera.

Desde luego, él terminaría haciendo lo que quería —Tyler siempre lo hacía—, pero eso no disminuía su felicidad. Daisy se puso de pie.

—Quiero comenzar al amanecer —dijo.

—¿Quieres que prepare el desayuno? —preguntó Tyler.

—Claro que sí —respondió Río, adelantándose a ella.

—Entonces Jesús tendrá que ayudarle —dijo Daisy—. No puedes esperar que haga de cocinero y capataz sin ayuda.

—Por mí no hay inconveniente —contestó el muchacho.

—¿Estás de acuerdo? —le preguntó Daisy a Tyler.

—Claro.

—Espera un momento —le dijo Tyler, cuando la chica se dirigía a su tienda.

Ella dio media vuelta justo a tiempo para que él pudiera envolverla entre sus brazos. Y antes de que supiera qué estaba pasando, la besó larga y apasionadamente.

Daisy pensó que todos los huesos del cuerpo se le habían derretido. Aquella sensación tal vez era consecuencia de la fatiga o la tensión, pero se sentía incapaz de estar de pie sin ayuda. Entonces se recostó contra él y sintió el calor que le transmitía el cuerpo de Tyler. Sin ninguna vergüenza, se pegó a su pecho y le pasó los brazos alrededor del cuello.

—No me gusta irme a la cama sin darte las buenas noches —susurró Tyler.

Daisy no entendía cómo podía hablar con tanta indiferencia de lo que acababa de pasar entre ellos. Sentía que el suelo se movía bajo sus pies. Creía que sería capaz de robar todo el ganado desde allí hasta los límites con Colorado, con tal de que él le diera un beso de buenas noches como ese durante el resto de su vida. Haciendo un esfuerzo sobrehumano, logró controlar la voz.

—No pensarás que por estas cosas voy a darte un trato especial como capataz.

—Ni siquiera soñaría con eso —dijo Tyler.

Daisy se soltó y dio un paso indeciso hacia su tienda. Durante todo el día había podido mantener bajo control sus emociones, pero no sabía cuánto tiempo resistiría. Una cosa era decir que iba a actuar de una manera tan fría como Tyler, y otra muy distinta tratar de hacerlo después de un beso como aquel. Eso le trajo recuerdos de la última noche que pasaron en la cabaña.

Aferrándose una vez más a su resolución, Daisy se metió en la tienda, pero media hora después todavía no había podido dormirse. Tal vez estaba logrando controlar sus acciones, pero no podía dominar sus sentimientos, y su amor por Tyler estaba más fuerte que nunca. Por otra parte, el hecho de que él tampoco pudiera olvidarla no ayudaba en nada. Tal como había dicho Laurel, los Randolph no se rendían fácilmente al amor. Daisy no se imaginaba a nadie más inaccesible que Tyler.

Se preguntó si alguna vez sería capaz de aceptar que la amaba.

Daisy detuvo el caballo y observó todo lo que estaba ocurriendo alrededor del campamento. Tendría que encontrar la manera de pagar a Greene y Córdova por prestarle sus hombres. Sin la ayuda de ellos habría sido imposible marcar tanto ganado en tres días. Cuando vio que iban a castrar a un toro joven, volvió la cara. Tyler le había dicho que debía seleccionar el ganado, quedarse solo con los mejores toros y novillas para reproducción y cebar el resto para venderlo. Tenía sentido, pero no le gustaba la idea.

Llevaban tres días trabajando hombro con hombro. Le parecía increíble que Tyler fuera el mismo hombre que había conocido en la montaña. Este hablaba. Y mucho. Y cuando quería, podía ser tan encantador como Zac. Los hombres hacían todo lo que él decía. A juzgar por lo que decían, era el mejor vaquero de Nuevo México.

Daisy vio a Tyler incorporarse después de marcar al nuevo novillo castrado. El animal se puso de pie, furioso, y se lanzó contra él, pero el gigantón se limitó a apartarse de su camino. Después Río se llevó el novillo. Tyler caminó hacia ella. Ni siquiera tenía la respiración agitada.

—No sé si alguien te lo habrá dicho ya, pero tendrás que hacer esto mismo cuando lleguen los nuevos terneros.

—Bob Greene me dijo que no esperara, que tengo demasiado ganado sin marcar.

—Es verdad. Solo quería que lo supieras. El año entrante podrás regularizar todo el proceso. Eso te dará tiempo para reunir una cuadrilla permanente de vaqueros.

Durante los tres últimos días Tyler no había hecho más que darle grandes cantidades de información. Le iba enseñando poco a poco todo lo que debía saber. Eso la irritaba, pero el sentido común le decía que era mejor que se quedara callada. Tenía que aprender. Greene o Córdova seguramente le habrían podido enseñar lo mismo, pero ellos tenían sus propios ranchos por los cuales preocuparse.

—No tienes suficientes novillos castrados para vender este otoño, pero si vendes algunas de las vacas más viejas, podrás aguantar hasta el año entrante. Tendrás que apretarte el cinturón hasta que reúnas una buena ganadería, pues los cuatreros han hecho bastantes estragos entre los animales más jóvenes.

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