Criminal

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Capítulo veintitrés

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Lucy Bennett

15 de julio de 1975

Tenía los hombros libres, pero eso no le importaba.

Tenía los brazos libres, pero eso no le importaba.

La cintura, los muslos… libres por primera vez desde hacía más de un año.

Pero no le importaba.

No podía importarle.

Lo único que le importaba era el bebé que había engendrado su cuerpo. Aquel pequeño y hermoso niño, con diez dedos en las manos y otros tantos en los pies. Con aquel perfecto pelo rubio y aquella boca tan pequeña y perfecta.

Lucy le pasó los dedos por los labios. Ella era la primera mujer que le tocaba. La primera mujer que le abría su corazón y sentía la absoluta felicidad que emanaba esa criatura.

Le limpió la baba de la nariz y de la boca. Puso delicadamente su mano sobre su pecho y notó el latido de su corazón. Aleteaba, aleteaba, como una mariposa. Era tan hermoso, tan pequeño. ¿Cómo podía haber engendrado algo tan perfecto? ¿Cómo podía haber salido algo tan dulce de un cuerpo tan maltratado?

—Te estás muriendo.

Lucy notó que se le agudizaban los sentidos.

Patty Hearst.

La segunda chica. La otra mujer de la habitación de al lado.

Estaba de pie, en la entrada, temerosa de entrar. Iba vestida. Él se lo permitía, la dejaba caminar, le dejaba hacer lo que quisiera, menos entrar en la habitación de Lucy. Incluso en aquel momento en que las dos estaban solas, sus pies no pasaban del umbral.

—Te estás muriendo —repitió la mujer.

Ambas oyeron ruidos fuera de la ventana. Gritos. Tiros. Él vencería. Siempre vencía.

El bebé susurró, con los pies levantados.

Lucy miró al niño. A su perfecto bebé. Su redención, su salvación, lo único bueno que había hecho.

Trató de concentrarse en su hermosa cara, en la luz que fluía entre sus cuerpos.

Nada importaba en este mundo. Ni el dolor, ni el olor, ni los resuellos que salían de su boca.

Ni el aire que se colaba por el enorme cuchillo que sobresalía de su pecho.

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