Criminal

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Capítulo veinticuatro

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En la actualidad. Miércoles

Sara se despertó con el olor del aliento caliente de

Betty. La perrita estaba enroscada sobre el sofá, con el cuerpo torcido y el hocico a escasos centímetros de su cara. Sara le dio la vuelta como hace un panadero con la masa del pan. Su collar tintineó, y ella bostezó.

Vio la ropa de Will en el suelo, pero él no estaba en la habitación. Sara se llevó la mano a la cara. Tocó sus labios donde él los había acariciado. Se tocó el cuello. Tenía la boca dolorida de tanto besarse. Y notó un hormigueo en la piel al pensar en él.

No había duda de que estaba enamorada. Quizá se enamoró de él cuando lo vio lavar los platos en la cocina de su madre. O aquel día en el que se sentía inconsolable en el trabajo hasta que él le acarició dulcemente la mano. O la noche pasada, cuando él la miró con tanto ardor que ella sintió como si todo lo que hubiese en su interior se estuviese abriendo para entregárselo a él.

No importaba cuándo había sucedido, el hecho era más importante que el momento. Sara estaba profundamente enamorada de Will Trent. No había forma de dar marcha atrás ni de negarlo. Su corazón había tomado las decisiones mientras su cerebro inventaba excusas. Lo supo nada más verle la noche anterior. Haría cualquier cosa con tal de tenerle a su lado. Aceptar sus secretos, soportar sus silencios, aguantar a su horrible esposa.

Con un poco de ayuda, a su padre lo condenarían a muerte.

Pete Hanson estaría muerto cuando se celebrase el juicio. La llamarían a ella para testificar. Sería un caso de pena capital. Había secuestrado y asesinado a la chica: cumplía con los requisitos legales de Georgia para pedir la pena de muerte.

El padre de Will había limpiado con cuidado a Ashleigh Snyder, pero había estado encarcelado durante las tres últimas décadas. La televisión y la sabiduría que se adquiere en la prisión probablemente le habrían puesto al día de los progresos forenses que se habían alcanzado fuera de su celda, pero resultaba poco probable que hubiese oído hablar de las extensiones del pelo, cosa que resultaba irónica considerando su predilección por la aguja y el hilo de coser.

Hacer extensiones llevaba horas. Una hilera o «trama» se trenzaba en un semicírculo alrededor de la nuca. Luego se utilizaba una aguja e hilo para coser los retazos de pelo nuevo, más largo y espeso. Se añadían más tramas, una a una, dependiendo del tiempo y del dinero que la mujer estaba dispuesta a gastar. No era algo barato. El pelo natural crecía. La extensión tenía que sujetarse cada dos semanas, dándole más puntos cada vez. Con un lavado normal, no se conseguían limpiar todos los recovecos entre el pelo nuevo y el viejo.

En esos recovecos es donde había encontrado restos de semen; pequeñas gotas secas que habían quedado atrapadas entre las delgadas tiras del hilo. Tendría que explicarle al jurado cómo había hecho su descubrimiento, explicarle la técnica que se emplea en las extensiones y por qué las proteínas de los fluidos seminales brillan bajo la luz ultravioleta.

Lo más probable es que el jurado lo condenase a la pena de muerte mediante una inyección letal.

Sara soltó un prolongado suspiro. Miró el reloj. Eran las seis y media de la mañana. Se suponía que debía estar en el trabajo a las siete. Encontró una camisa de Will y se la puso. Se la abrochó mientras entraba en la cocina.

Él estaba delante de la hornilla, haciendo

creps. Le sonrió:

—¿Tienes hambre?

—Mucha.

Le besó en la nuca. Tenía la piel tibia. Tuvo que contenerse para no abrazarle y declararle su amor. La vida de Will era demasiado complicada en ese momento sin que ella le presionase. Decirle a alguien que le querías equivalía a pedirle que te dijera lo mismo.

—Lo siento, pero no tengo café —dijo él.

Sara se sentó a la mesa. Will no tomaba café. Bebía chocolate caliente por las mañanas; como eso no le proporcionaba suficiente azúcar, le añadía galletas.

—Lo tomaré después.

—Puedo prepararte unos huevos, si quieres.

—No, gracias.

Sara se frotó la cara. Su cerebro aún no se había despertado, pero se dio cuenta de que algo sucedía. Will ya estaba vestido para irse al trabajo, con un traje azul marino y una corbata. Su chaqueta colgaba en el respaldo de la silla de la cocina. Estaba bien peinado, recién afeitado. Parecía feliz, lo cual no era de extrañar, pero esa mañana estaba demasiado contento, demasiado animado. No podía estarse quieto. Zapateaba mientras preparaba los

creps; cuando los puso en una bandeja, sus dedos empezaron a tamborilear en la encimera.

Sara reconocía esa actitud. Era la típica de alguien que había tomado una decisión. La presión había desaparecido, la decisión estaba tomada. Todo estaba premeditado. Solo faltaba llevarla a cabo.

Madame —dijo poniendo el plato delante de Sara.

Fue entonces cuando lo olió: aceite y cordita. En sus manos, en la mesa.

—Gracias.

Sara se levantó de la silla. Se lavó las manos en el fregadero. El olor era más intenso ahora que se había despertado y podía pensar. Will lo había limpiado todo, pero no lo bastante bien. Se secó las manos con una toalla de papel. Cuando abrió el armario donde estaba el cubo de basura, vio los parches de limpieza que había ensuciado.

Sara cerró el armario. Había crecido rodeada de armas. Conocía de sobra el olor del aceite que se empleaba para limpiarlas. Sabía que guardaba un arma de repuesto en la caja fuerte, y conocía la mirada de un hombre que había tomado una decisión.

Se dio la vuelta.

Will estaba sentado a la mesa, con el tenedor en la mano. Su plato estaba cubierto de sirope. Habló con la boca llena de

creps.

—He sacado tu bolsa de gimnasia del coche. —Utilizó el tenedor para señalar la bolsa que había en el suelo—. Siento haberte roto el vestido.

Sara se apoyó en el fregadero.

—¿Hoy tienes que trabajar en el aeropuerto?

Asintió.

—¿Te importa si me llevo tu coche? El mío está estropeado.

—Por supuesto.

La policía buscaría el coche de Will en los alrededores del hotel, pero el BMW de Sara pasaría desapercibido en esa parte de la ciudad.

—Gracias —dijo metiéndose otro bocado de crep en la boca.

—Vamos a tomarnos el día libre —dijo Sara.

Will dejó de masticar. Sus miradas se cruzaron.

—Quiero que nos vayamos juntos. Mi primo tiene una casa en el Golfo donde podemos quedarnos. Vámonos, salgamos de la ciudad.

Tragó.

—Eso no suena mal.

—Podemos llevarnos a los perros. Por las mañanas, podríamos correr por la playa. —Le rodeó con sus brazos por la cintura—. Y luego podemos meternos en la cama. Y comer juntos. Y después volver a la cama.

Esbozó una sonrisa forzada.

—Eso suena realmente bien.

—Entonces vámonos. Ahora mismo.

—De acuerdo. Te dejo en casa y luego voy a hacer unos encargos.

Sara dejó de disimular.

—No voy a dejar que lo hagas.

Will se echó sobre el respaldo. Su energía nerviosa desapareció al instante. Ella observó cómo le salía lentamente de su cuerpo; entonces, solo quedaban el pesar y la tristeza que le habían destrozado el corazón el día anterior.

—Will…

Él se aclaró la garganta y empezó a toser. Tragó mientras trataba de contener las lágrimas.

—Solo era una estudiante.

Sara se mordió el labio.

—Iba a sus clases y una noche él la vio, la apresó y acabó con ella. —Soltó el tenedor—. Ya has visto lo que le ha hecho. Vistes a la chica ayer. Les hizo lo mismo a las dos.

Sonó el móvil de Will. Lo sacó de su bolsillo.

—¿Lo habéis arrestado? —La devastación bastó para adivinar la respuesta que le dieron—. ¿Dónde? —Escuchó durante unos segundos y luego colgó—. Faith está esperando en la entrada.

—¿Qué ha pasado?

Aunque pronunció aquellas palabras, supo que eran inútiles. Habían encontrado otro cuerpo, habían acabado con otra vida. El padre de Will había vuelto a asesinar.

Will se levantó y cogió la chaqueta de la silla. No quiso mirar a Sara, porque sabía que podía leerle el pensamiento: debería haber acabado con eso. Debería haber cogido la pistola y haberse presentado en el hotel nada más enterarse de que su padre estaba en libertad.

—Amanda quiere que vengas.

Sara no quería ser una carga. Amanda ya la había metido en eso en una ocasión.

—¿Y tú? ¿Quieres que vaya?

—Amanda quiere.

—A mí no me importa Amanda. Yo solo quiero ayudarte a ti.

Will se quedó en la entrada. Parecía estar a punto de decir algo profundo, pero se limitó a coger su bolsa de gimnasia.

—Date prisa. Te espero fuera.

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