Cosmos

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Fragmentos de mi diario en los que se habla de «Cosmos»

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COSMOS

1962 — ¿Qué es una novela policíaca? Un intento de organizar el caos. Por eso mi

Cosmos, que me gusta llamar «una novela sobre la formación de la realidad», será una especie de novela policial.

 

1963 — Trazo dos puntos de partida, dos anomalías muy distantes una de otra: a) un gorrión colgado; b) la asociación entre la boca de Katasia y la boca de Lena.

Estos dos problemas exigen un sentido. El uno penetra en el otro tendiendo hacia la totalidad. De este modo comienza un proceso de suposiciones, de asociaciones, de investigaciones, algo que va a crearse, pero se trata de un embrión más bien monstruoso, un aborto… y este rebus oscuro, incomprensible, exigirá una solución… buscar una Idea que explique, que imponga un orden…

 

1963 — ¡Qué de aventuras, qué de incidentes con lo real durante esta inmersión en el fondo de las tinieblas!

Lógica interior y lógica exterior.

Astucias de la lógica.

Riesgos intelectuales: las analogías, las oposiciones, las simetrías…

Ritmos furiosos, acelerados bruscamente, de una realidad que se desencadena. Y que estalla. Catástrofe. Vergüenza.

La realidad que de pronto se desborda debido a un hecho excesivo.

Creación de tentáculos laterales… de cavidades oscuras… de fracturas cada vez más dolorosas… Frenos… curvas…

Etc., etc.,

etc.

La idea gira en torno a mí como un animal salvaje…

Etc.,

etc.

Mi colaboración. Yo en el lado opuesto, en el lado del rebus. Intentando completar ese rebus. Arrastrado por la violencia de los acontecimientos que buscan una Forma.

Es en vano que me lance a ese remolino, a expensas de mi felicidad…

Microcosmos-macrocosmos.

Mitologización. Distancia. Eco.

Irrupción brutal de un absurdo lógico. Escandaloso.

Puntos de referencia.

León que oficia.

Etc., etc.,

etc.

(Pero no hay nada que temer, después de todo será una historia normal, una novela policíaca normal, aunque un poco rugosa).

De la infinidad de fenómenos que pasan en torno a mí, aíslo uno. Elijo, por ejemplo, un cenicero sobre mi mesa (el resto desaparece en la sombra).

Si esta percepción se justifica (por ejemplo, he señalado el cenicero porque debo tirar la ceniza de mi cigarrillo) todo es perfecto.

Si he elegido el cenicero por azar y no vuelvo después a advertirlo, también todo va bien.

Pero si, después de haber destacado ese fenómeno sin objeto preciso, vuelve usted a él, ahí está lo grave. ¿Por qué ha vuelto usted, si aquel carece de importancia? ¡Ah, ah!, ¿así que significa algo para usted, ya que vuelve a él? He aquí cómo, por el simple hecho de concentrarse sin razón alguna un segundo de más en ese fenómeno, la cosa comienza a ser diferente del resto, a cargarse de sentido…

—¡No, no! (se defiende usted), es solo un cenicero ordinario.

—¿Ordinario? ¿Entonces por qué defenderse, si es en verdad un cenicero ordinario?

He aquí cómo un fenómeno se convierte en una obsesión…

¿Será que la realidad es, en esencia, obsesiva? Dado que nosotros construimos nuestros mundos por asociación de fenómenos, no me sorprendería que en el principio de los tiempos haya habido una asociación gratuita y repetida que fijara una dirección dentro del caos, instaurando un orden.

Hay algo en la conciencia que se convierte en trampa de ella misma.

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