Cola

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2. Los 80: La última cena (de fish and chips) » Carl Ewart

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POLVO INICIÁTICO

Aquella mañana Yvonne y yo fuimos a casa de mi madre. Nos hizo gachas de avena, té y tostadas. Yo estaba avergonzado, pues la pobre Yvonne intentaba explicar que ella nunca desayunaba, pero mi madre empezó que si es la comida más importante del día y prácticamente le hizo comer a la chica a la fuerza. Mamá nos contó que Billy acababa de marcharse, lo cual desilusionó a Yvonne. De modo que teníamos que najar de verdad, de lo contrario podría haber habido más problemas con Blackie. Es extraño, pero puedes cogerte horas e incluso días de pirola y a nadie le importa un carajo, pero si llegas dos minutos tarde por la mañana se ponen como locos.

Mientras salíamos, mi madre, exhibiendo la misma sonrisa postiza y empalagosa que ponen las chicas del colegio cuando te toman el pelo, dijo: «Ah, por cierto, anoche te llamó una chica. No dijo cómo se llamaba, dijo que sólo era una amiga» y enarcó las cejas y moduló insinuantemente la voz al decir «amiga».

«¡Oohh! ¡Carl Ewart! ¡Ahora ya nos vamos conociendo!», suelta Yvonne, y mi madre se ríe porque sabe que estoy avergonzado.

«Nah…, sólo es», balbuceo. «Eh, ¿qué dijo?»

«Ah, estuvo muy agradable», me dice mi madre. «Dijo que sólo había llamado para charlar un poco y que ya te vería cuando quedarais.»

«¡Bu-ee-noo!», suelta Yvonne.

«Eso es todo», se rió mi madre, y entonces parece acordarse de algo más. «Ah, y dijo que gracias por aquellas flores tan bonitas que le enviaste.»

«Ayy…, el señor Romántico», dice Yvonne empujándome con el codo, «¡flores y todo!»

¿Pero aquí qué coño pasa?

Miro a mi madre, después a Yvonne y después a mi madre otra vez.

Sabrina. Algún otro tipo anda detrás de ella.

Yo nunca le envié flores. «Pero… pero… yo no le envié flores…», me quejo.

Mi madre se limita a sacudir la cabeza y se ríe de mí. «Nah, tienes razón, no lo hiciste. Eso me lo he inventado.» Después sonríe. «Aunque es como para pensárselo, ¿no?»

Yo me quedo allí mudo de asombro mientras Yvonne y mi madre se desternillan. Que los amigos vayan descojonándose de ti por ahí ya es malo, pero que lo haga tu propia madre en tu propia casa, venga ya, ¡por favor! A veces creo que me han puesto en este planeta para entretener a los demás, lo cual me parece muy bien siempre y cuando yo también me divierta en abundancia. Y no es eso lo que está sucediendo, bueno, no de la forma en que yo realmente querría.

Así que nos marchamos al colegio: yo e Yvonne. Es seis meses más joven que yo, una chica de segundo curso, y es ella quien anda por la calle con uno que todavía es virgen. De todas formas, no habló tanto de Billy; habló de cómo a veces le deprimía estar en casa, con todas aquellas discusiones. Dijo que aunque Terry fuera su hermano, tenía ganas de que se casara con Lucy y se fuera de casa. Walter era legal, las trataba bien a ella y a la madre de Terry, pero Terry era sencillamente incapaz de tomarle cariño. Siempre le estaba llamando Viejo Nazi.

Comprendía el punto de vista de Yvonne. Aquella mañana todo aquello me había encantado, pero yo no podría vivir así, un día sí y otro también. Me quedaría hecho polvo. De todos modos, llegamos un poco tarde, pero afortunadamente Blackie no estaba de servicio, sólo la señora Walters, a la que le daba igual.

«¡Venga, vosotros dos!»

«Sí, señorita.»

Llegué a donde pasaban lista y la mayor parte de la mañana en el colegio la pasé semipedo. Billy estaba allí, y era extraño que Gally no estuviese. Tonteé por ahí en clase de arte, fardando delante de todas las chavalas que había. Lo curioso es que antes siempre había sido bastante tranquilo y concienzudo en esa clase, siempre con ganas de aplicarme a fondo con la pintura o la alfarería. Era como si acabase de reparar, vía la bebida, en que la clase de arte contenía a las chavalas más follables de la escuela. Esas que siempre pensabas que estaban en primera división, que follaban con tíos mayores con buenos sueldos y coches. Amy Connor, Francés McDowall, Caroline Urquhart y, la mejor de todas en mi opinión, Nicola Aird: todas ellas estaban en esa clase. Era como la pasarela de un desfile de primera y en realidad aquí sólo se viene a pintar y recolectar material para hacerse pajas. Están subidas en un pedestal por lo que se refiere a las perspectivas de follárselas, pero son chicas majas, salvo Urquhart que es una presumida y está sobrevalorada en las listas de follables. Eso sí, no me negaría a que me la chupara, y pienso en ella con ese guarro cabrón de Terry. Pobre Gally; los ojos le echaban chispas siempre que ella andaba por ahí. Hasta intentó cambiarse a la clase de arte para estar más cerca de ella, pero no quisieron meterle en la clase del nivel O, con nosotros.

La miro y le sostengo la mirada, engreído por la bebida; ella mira para otro lado, pues sabe que soy amigo de Terry y sabe que yo lo sé. Más tarde, Nicky y Amy están mirando la pintura de la portada de mi elepé, para el primer disco que saque nuestro grupo, Snap. Consigo echarle un vistazo a las tetas de Amy y me imagino metiendo el rabo entre ellas, como dice Terry que hizo su colega de Leith.

«¿Qué es eso, Carl?», pregunta Nicola.

«Es la portada para el elepé de nuestro grupo. Es decir, en caso de que alguna vez lleguemos a grabar un elepé», me río. Por supuesto, puedo reírme porque sé que lo haremos. Sucederá, sencillamente lo sé. Haré que suceda. Ojalá pudiera tener la misma confianza con otras cuestiones.

Nicola me sonríe como si yo fuese su abuelo chiflado.

«El otro día te vi con la guitarra», suelta Amy. «El hermano de Angela Taylor, Malcolm Taylor, está en tu grupo.»

«Sí, es el batería. Y es bueno, además», miento. Malky apenas sabe tocar. De todos modos, aprenderá.

Amy me mira y se arrima un poco más. Su pelo casi me roza la mejilla. Nicky también se acerca y me pone la mano en el hombro. Puedo oler el perfume de todas ellas, ese aroma enloquecedor a chica frescas siento como si el oxígeno hubiera desaparecido del aire, porque en mi cerebro desde luego ya no queda ni pizca. Pienso que sería un nombre estupendo para un tema:

Aroma enloquecedor a chica fresca. Pero suena excesivamente heavy metal.

«¿De dónde sacaste el nombre de Snap?», pregunta Amy.

Me preocupa que si empiezo a hablar ahora mis labios no hagan más que aletear como una verja desvencijada al viento. Tratando de recobrar la compostura, empiezo a contarle la historia de cuando Topsy y yo estábamos jugando a las cartas en el autobús Last Furlong, de camino a un partido de los Hearts. Después la pelea que se armó a causa de un juego de cartas, el

snap, en la que un tío le partió la nariz a otro. Habíamos estado detrás de un nombre y cuando un tío mayor empezó a gritar: «Ridículo. Pelearse por el puto

snap», nos miramos el uno al otro y ya está.

«Me gustaría oíros alguna vez», dice Amy. «¿Tienes una cinta?»

«Sí…»

Entonces se acerca la señora Harte.

Estuve a punto de decir, pásate por casa. Hostia puta, imagínate e so: Sabrina, Maggie y Amy, ¡una detrás de otra!

Esa oportunidad se desvanece con el timbrazo que indica el final de la clase. Pero más tarde sí se lo propondría, y sé que dirá «vale» o «no» o tráete la cinta aquí. Sus amigas se quedarían tranquis; no se pondrían en plan «uuu-uu-uuu» como hacen algunas tías, y yo también iría de tranqui. ¡Si pudiera mojar de una puta vez, sólo una vez, entonces me quitaría un peso de encima y me haría el puto amo del mundo!

En geografía me olvido del delta del Ganges, a fin de escribir la letra para una nueva canción. Y geografía es la mejor asignatura de todas. Todos esos sitios a los que ir y ver. Algún día los visitaré todos. Pero ahora estoy de humor para escribir canciones. Empiezo pensando en

Aroma enloquecedor a chica fresca, pero me empiezo a empalmar.

Tras un poco de composición lírica, McClymont me pilla. «Vaya, Carl Ewart, ¿le importaría compartir con nosotros lo que ha estado haciendo?»

«De acuerdo», digo, encogiéndome de hombros. «Es una canción en la que estoy trabajando para el grupo en el que estoy. Snap. Se llama

No grades. Dice así: No quiero notas altas, no quiero notas bajas, porque todos mis amigos sin notas se lo montan. La escuela no me mola…»

Se oyen algunas risas, aunque, seamos justos con él, la mayor parte se las lleva McClymont. Me suelta: «Bien, Carl, pensaba decirte que nunca llegarías a nada en geografía, pero después de escuchar tus esfuerzos como compositor, creo que deberías insistir y esforzarte un poco más.»

Nos reímos todos. McClymont es legal. Cuando iba a primer curso le odiaba, pero cuando te haces mayor se enrolla mejor contigo. Además, le he visto en Tynie alguna vez. Está bien hacer unas risas en el colegio.

Sin embargo, al llegar la tarde, mi confianza había desaparecido y me sentí como una mierda; cansado, nervioso y asustado de mi propia sombra. Doyle me lanzó una mirada en el pasillo, y no supe si interpretarla como que éramos colegas o quizá que a lo mejor había descubierto que yo era de los Hearts. En cualquier caso, no le miré a los ojos. Acojona que te cagas ese cabrón.

El viernes por la noche me quedé en casa viendo la tele, y después me puse a grabar y a practicar con la guitarra. Cuando mis padres se fueron al cine llamé por teléfono a Malky, nuestro batería. Quería contarle que los chochos estuvieron olisqueando a nuestro alrededor que te cagas y que eso era un signo seguro de que la gente estaba oyendo hablar del grupo. Eso le emocionó. «Amy Connor quería escucharnos

a nosotros», dijo jadeante, totalmente entusiasmado. Entonces le dije que tendríamos que ensayar más en su casa, y entonces se tranquilizó un poco.

Al viejo y la vieja les resultaba un poco sospechoso que me quedara en casa el sábado por la mañana. Si no estaba trabajando en la frutería ni iba a un partido fuera, solía andar por el centro husmeando por las tiendas de discos. Mi padre me preguntó si quería ir con él al partido del Kilmarnock en Brockville, pero no me apetecía. Cuando llegó el sábado por la noche y volvió a casa, yo estaba hecho un manojo de nervios mientras ellos se preparaban para salir, tomándose su tiempo con una tranquilidad que te cagas. Todavía estaban mosqueados conmigo por haberme quedado fuera todo el jueves por la noche. No les importaba que me hubiese quedado a dormir en casa de un amigo, pero había infringido dos reglas. La primera era: nunca si tienes que ir al colegio al día siguiente. La segunda era que no había telefoneado para decirles dónde pensaba quedarme. Aunque ésa es una bobada, porque nunca lo sabes hasta que llegas allí, y para entonces por lo general vas demasiado bolinga para telefonear.

Tuve que prometerle a mis padres que no iría al Clouds con los chicos ni al centro. Les dije que iba a pasar la noche en casa, que saldría al

fish and chips y volvería con un pastel de carne picada, dos cebollas en vinagre y una botella de Irn Bru. Entonces, sacaría un poco de carne picada de la tarta y rellenaría parte de la masa con patatas fritas para comérmela así mientras veía la película de terror de medianoche. Sí, podía ser que incluso me apeteciera también un huevo escabechado.

Creo que sabían que algo se cocía, pero finalmente se fueron y yo salí disparado justo después, al

fish and chips desde luego, pero también para encontrarme con Sabrina. El corazón me latía a mil por hora cuando apareció el primer número seis y ella no bajó de él. Me sentí como una mierda pero también aliviado, y después como una mierda otra vez, y a continuación superemocionado porque venía otro justamente detrás. Baja del autobús, ataviada con una chaqueta negra. Le da un aspecto tan enrollado, como mucho mayor. También lleva más maquillaje. A mí me parece muy bien, le da un aspecto de tía buena que te cagas. Nunca fue así de maquillada al Clouds, y desde luego sabe arreglarse.

Pero de todos modos me quedé alucinado, y durante un minuto me sentí como un chiquillo delante de una mujer hecha y derecha. Aunque ahora me mola totalmente y nos damos un rápido abrazo y un beso.

Entonces caigo en que estoy en la parte limítrofe de la barriada y que no tienen que verme aquí con ella, si Terry la viese con ese aspecto, me la quitaría enseguida. Pero… también quiero que la gente me vea, que vea a la tía con la que he ligado, así que la llevo hacia casa.

No…

El primer capullo con el que me topo es Birrell, que sale de la tienda de la esquina con un ejemplar del

Pink, unos bollos y leche. «¡Carl!», me suelta.

«Billy», asiento, resoplando. «Ésta es Sabrina. Eh, te presento a Billy.»

Billy le sonríe y entonces hace algo supermarciano y al mismo tiempo de lo más ordinario: le toca el brazo. «Hola, Sabrina», dice. «Me parecía que te conocía del Clouds.»

Se nota que ella está un poco sorprendida, pero él consigue que la cosa parezca de lo más natural. «Hola, Billy. ¿Qué tal estás?», dice medio riéndose y volviéndose hacia mí.

«No estoy mal. Pensé que pasaría una noche tranquila después del último fin de semana», dice medio riéndose y volviéndose hacia mí. «Los Hibs perdieron, Andy Ritchie metió dos goles para el Morton. También oí que los Hearts estuvieron asquerosos. ¿Tú fuiste?»

«Nah…, me lo tomo con calma, como dices. Aunque a lo mejor nos acercamos a la pista de patinaje durante la semana, ¿eh?»

«Sí, vale. Pásate a buscarme.»

«De acuerdo. Nos vemos, Billy.»

Y se marchó. Y yo me quedé pensando: ¿por qué cojones estaba yo tan preocupado? Compórtate Ewart, so pringao. Billy estuvo tranqui, me había dejado en pañales. Me hizo reparar en que Birrell es un gachó de lo mejorcito. Puede ser un poco susceptible, pero tiene buen corazón y siempre trata bien a la gente que no le molesta. El mejor tipo al que he conocido, a decir verdad.

Nos fuimos por nuestro camino.

«Tu amigo parece majo», dice ella.

«Sí, Billy es legal. El mejor.»

«No sabía que patinabas sobre hielo.»

«Sí, bueno, sólo a veces», dije, un poco avergonzado.

Me había aficionado yendo con Billy, porque era el mejor sitio de la ciudad para los chochos. Menudas tías pijillas había. Llevaba poco tiempo acompañándole cuando me cosqué que era uno de sus lugares de encuentro secretos. La pista era nuestro pequeño secreto, del que Terry no debía enterarse, porque te avergonzaba cogiendo el timón de todas las historias. ¡Tenía un pequeño plan en algún rincón de mi cabeza según el cual, una vez que hubiera conseguido echar un polvo con una chavala maja de las que iban allí, le enseñaría el sitio a Gally, enseñoreado despóticamente del lugar frente al doncel nervioso!

Ojalá pudiera hacerlo ahora.

Eso sí, yo patinaba fatal; pasaba la mayor parte del tiempo sobre el culo y volvía empapado. El capullo cachas de Birrell era cojonudo, por supuesto, y te dabas cuenta de que las tías quedaban de lo más alucinadas. Él se limitaba a sentarse cómodamente, totalmente tranqui, haciendo discretos arreglos para el Clouds o el Buster’s.

Me preocupa que Sabrina pueda pensar que soy un piojoso porque vivo en una barriada. Eso sí, una casa de vecinos en Dalry no es precisamente un lugar aristocrático. Le hago hablar de música todo el rato, mirándola a los ojos para que no se fije en los grafiti de la escalera. Después ya no me importa, porque en cuanto la meta en casa se dará cuenta de que no somos unos piojosos. Sin embargo, hay una cosa ante la cual nada puedo hacer, y es el pestazo a meados de la escalera. Los cabrones de arriba, los Barclay, dejan escapar al perro, que sale corriendo y hace lo suyo donde las basuras. El caso es que si la puerta de la calle está cerrada, se mea en la escalera y punto, y a veces hasta se caga. Cuando llegamos a mi piso, recuerdo que llevo la llave colgada de una cuerda que llevo alrededor del cuello, como un crío, y me resulta de lo más estúpido y vergonzoso tener que sacarla y estoy de lo más torpe para meterla en la cerradura.

Qué mal rollo.

Si no puedo meter una puta llave en la cerradura, cómo voy a… joder, no.

De todos modos, la cosa mejora al entrar por la puerta otra vez. Pongo a los Cockney Rebel. A Sabrina le fascina la colección de discos de mi viejo, nunca ha visto tanta música. Más de ocho mil discos. «La mayoría son míos», miento, lamentando haberlo hecho.

Le enseño mi guitarra y algunas de las canciones que escribí para el grupo. Creo que nunca me creyó del todo cuando le dije eso, pero está más que alucinada por la guitarra. «¿Piensas tocar algo?», pregunta.

«Eh, puede que más tarde», suelto yo. Si lo intento delante de ella lo único que conseguiré será quedar como un capullo. «El ampli está un poco hecho polvo, ¿te acuerdas que te dije que estaba ahorrando para comprarme uno nuevo?»

Ponemos unos discos más y nos sentamos cómodamente en el sofá. Después de un rato morreándonos, me acuerdo de lo que dijo Terry la otra noche, cuando me contó cómo había ligado con la tía aquella. Así que le pregunto si alguna vez ha hecho el amor, llegando hasta el final y tal. Ella no dice nada, sino que se queda totalmente en silencio. «Sólo era que si querías hacerlo y tal, sería estupendo y tal. Conmigo y tal. Ahora y tal.» No hago más que decir «y tal», e intento cortarme un poco antes de empezar a divagar y decir mierda, mierda, mierda.

Me mira con una expresión de timidez total, asiente levemente y sonríe. «Entonces vamos a quitarnos la ropa», dice ella.

Hostia puta. Un poco más y me cago ahí mismo. ¡Entonces ella se levanta del sofá y empieza a desnudarse, despreocupadamente, como si para ella fuera la cosa más natural del mundo! Supongo que lo será, y me preocupa que lo haya hecho montones de veces antes, como si ella fuera una puta sifilítica y mi polla fuera a cubrirse de pus y caerse a trozos si se la acerco lo más mínimo.

A la mierda. Más vale morir de gonorrea que virgen.

Aprieto los dientes y bajo las persianas, mientras la mano me tiembla sobre la cuerda. El corazón me late con fuerza y apenas logro desnudarme. Pensé que nunca iba a dejar de temblar.

Los dos nos quitamos la ropa, pero ella no se parece en nada a las tías de las revistas y de la tele. Tiene unas tetas guays, pero la piel tan blanca que parece más fría que un helado. Es curioso cómo uno espera que las tías estén morenas, como en las revistas porno. Eso sí, supongo que yo tampoco me parezco al Robert Redford ese. Tengo que hacer algo, así que la abrazo, y me sorprende lo calentita que está. He dejado de temblar. Lo curioso es que pensé que me resultaría difícil lograr una erección, llegado el momento y tal, pero está bien tiesa.

Se regala la vista con mi polla y parece que le fascine. ¡Pensaba que yo era el único! «¿Puedo tocarla?», pregunta.

Sólo puedo asentir. Empieza a tirar de ella suavemente, pero me estremezco y me tenso al primer contacto; nadie me había tocado la polla antes. Entonces me relajo y me siento un tanto nervioso, pero deleitado al mismo tiempo. Miro a Sabrina y supongo que debería estar pensando, peazo guarra, pero disfruto con su admiración. Estoy disfrutando demasiado, porque no quiero correrme encima de ella, quiero meterla, quiero echar un polvo.

Retrocedo un paso y avanzo dos, estrechándola contra mí, con la polla apretada contra su muslo. «Venga, échate», le susurro, inquieto.

«¿No podemos jugar un poquito?», me pregunta.

«Eh, no, hagámoslo ya, venga, échate…», le insisto. Supongo que es como la mayoría de chicas: demasiado Hollywood. Quieren que sea como en las películas y las revistas. Eso está bien si sabes lo que te haces, pero como no moje el churro ahora mismo…

Sabrina sonríe desilusionada, pero se echa sobre el sofá y abre las piernas lentamente. Yo trago aire; su coño suave y peludo resulta tan hermoso… Me saco el condón del bolsillo y me lo pongo en la polla. Es un alivio que consiga deslizarlo por toda su extensión sin ninguna gesticulación torpe. Estoy entre sus piernas y encima de ella; siento su pubis contra el mío. Intento meterla en el agujero, pero estoy frotando el capullo contra sus pelos y sus labios sin encontrarlo. Se me está poniendo blanda. Empiezo a morrearme con ella y vuelvo a empalmarme, recorriéndole las tetas con las manos, pellizcándole los pezones entre el índice y el pulgar. No demasiado fuerte, pero no demasiado blando, como dijo Terry una vez hace siglos delante de la puerta del

fish and chips. Pero yo soy un experto en tetas, me he puesto hasta las cejas de tetas; a decir verdad, ya he tenido todas las tetas que pudiera desear en esta vida; ahora lo que quiero es un polvo.

El polvo, todo el polvo y nada más que el polvo.

Intento meterla de nuevo, pero no, la estoy frotando contra los labios, esperando que se deslice sola en un agujero grande y lubricado, pero allí abajo no hay nada.

¡No hay agujero!

Estoy al borde del pánico…, será que es tío o algo, uno de esos cabrones que se cambian de sexo al que le han cortado la polla…, pero ahora me coge la mano y me la pone allí, en el felpudo. «Juega conmigo un poco», dice. ¿Qué cojones querrá decir con eso de que juegue ion ella? Estamos jugando a médicos…, ¿qué pasa, que quiere jugar a comandos o qué?

De todos modos, la toco, frotándole la raja seca con los dedos, intentando localizar el así llamado agujero. ¡Entonces sucede! Lo noto, más abajo de lo que creía, ¡casi donde el ojete, hostias! Y es minúsculo, ¡ahí no podré meterla ni de coña! Voy metiendo el dedo, intentando ampliarlo, pero ella lo agarra con fuerza, es como si su coño fuera una boca, y siento cómo se queda completamente tensa.

«Un poco más arriba», dice. «Hazlo un poco más arriba.»

¿De qué cojones va con eso de más arriba? ¿Cómo va a hacer eso que se abra el agujero? Esto es terrible. Tendría que haber ahorrado y haber ido a una puta en Leith o al sitio ese del New Town. Menos mal que todavía tengo la polla dura; la froto contra su muslo. Vuelvo a morrearme con ella, sigo trabajando el agujero, pensando en otras tías del colegio que me molan, y entonces pienso: ¡Puede que más arriba hubiera otro agujero que se me ha pasado! ¡A lo mejor es eso lo que ha querido decir! Así que le hago caso, empiezo a frotar más arriba, pero que me jodan si encuentro otro agujero. Parece más bien un botoncito carnoso, pero yo estoy venga a darle pellizquitos. Entonces ella empieza a relajarse y después a retorcerse y a gemir…

Esto es guay, ¡está tope excitada! Me muerde el hombro y me dice: «Ahora…, métemela…»

Estoy pensando: Pero qué pasote de amante soy, pero qué máquina de sexo puro, pero qué hostias, nunca te cabrá en el agujero, muñeca, lo tienes demasiado pequeño. Quizá alguien más pequeño, como el pobre Gally…, pero no, me coge de la muñeca y me pone la mano más abajo, y ¡que me jodan si el agujero no se ha transformado completamente! Ahora está totalmente húmedo y amplio y el dedo se me desliza dentro sin dificultad. Me llega una ráfaga de olor y supongo que será su leche o sus jugos vaginales o como se llame lo que les sale a las tías. ¡Ahora lo entiendo! ¡El botoncito chorras ese de arriba es el que

abre el agujero! ¡Eso es todo lo que tendrían que decirte los cabrones esos de educación sexual! Aprieta el botoncito de arriba durante un rato y el agujero se abre. ¡Después mete la polla en el agujero! ¡Así de fácil!

¡¡¡POR QUÉ COJONES NO PUDIERON EMPEZAR LOS CABRONES POR AHÍ!!!

Así que después de un rato empiezo a meter la polla, un poquito cada vez. Ahora no tengo prisa; ahora ya sé cómo va la cosa. Entonces la meto y la saco, arriba y abajo, pero que me jodan si no se me forma una neblina roja ante los ojos y voy sobrevolando Tynecastle y me da un espasmo y todo dura unos cinco segundos antes de empiece a vaciarle la tubería dentro y es cojonudo.

Bueno, vale, en realidad no fue para tanto, ¡pero qué alivio!

¡Cojonudo!

Gally, todos esos capullos, todos esos putos vírgenes del colegio. ¡Ja! ¡Ja!

Gally, no. Pobre Gally.

¡De todos modos, cojonudo! ¡A los quince! ¡Todavía menor de edad! ¿Juice Terry? Seguro que el noventa por ciento de lo que dice ese cabrón es basura. ¿A quién se creerá que engaña?

Imagínate ser virgen. Pero los tipos como Billy y yo sabemos lo que hay.

«Eso ha estado guay», digo.

Ella me abraza como si fuera un chiquillo, pero no me siento cómodo, estoy muy inquieto. Estoy pensando en escribirle a la cárcel al pobre Gally. Pero qué puedo decirle: No quisiera que te deprimas ahí dentro, chico, ¡pero los chicos y yo estamos todos mojando y es guapo que te cagas!

Ahora quiero volver a ponerme la ropa y mandar a Sabrina a casa. Empieza a parecerme gorda y la expresión de su cara me resulta muy rara. No puedo creer que me la acabo de tirar.

«¿Lo habías hecho alguna vez?», me pregunta, mientras me aparto de ella y me pongo los gayumbos y los pantalones.

«Sí, mogollón de veces», le cuento, haciendo como que está diciendo una bobada. «¿Y tú?»

«No, ha sido mi primera vez…» Se levanta. Hay un poco de sangre. Debe de ser que la polla se me ha puesto tan gorda que le he hecho daño. Sabrina mira la sangre. «Ya está, ya he dejado de ser virgen», dice contentísima.

Me miro la polla. No hay sangre en el condón, o puede que un poco, pero no está rojo, está como si lo hubiera untado en el vinagre, ese que tienen en las tiendas de

fish and chips.

Sabrina se está poniendo la ropa. «Eres muy majo, Carl. Has sido muy majo conmigo. Los chicos del colegio, ya se sabe, sólo quieren una cosa, pero tú has estado encantador.» Se acerca y me abraza. Me siento abrumado y no sé qué decir.

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