Cola

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4. Aproximadamente 2000: Ambiente festival » A bordo: 4 de la madrugada

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La azafata me mira con horror apenas disimulado. Voy hecho un asco: la ropa sucia y apestosa, la cabeza rapada (en el desierto había demasiado polvo y demasiada porquería como para dejarme rastas) y el olor que desprendo: descargas químicas rancias mezcladas con la tierra del Nuevo Mundo. Tengo la cara surcada por el sudor y la mugre. La azafata le echa una mirada a un auxiliar de vuelo con una manicura muy bien hecha, que entorna los ojos en cuanto me ve. El pobre capullo que va sentado a mi lado arquea el cuerpo para apartarse todo lo posible. No estoy en condiciones de volar. No estoy en condiciones de hacer nada.

El avión ruge al arrancar; estoy inmovilizado contra el asiento y levantamos el vuelo.

«Disponíamos de espacio, Helena», me escucho decir a mí mismo un par de veces mientras el aparato se endereza. El tío de al lado se encoge más aún en el asiento. Se me acerca otra azafata. «¿Se encuentra usted bien?»

«Sí.»

«Guarde silencio, por favor. Está molestando a la gente.»

«Lo siento.»

Trato de mantener los ojos abiertos, aunque necesito dormir desesperadamente. En cuanto los cierro me encuentro en un mundo de locura absoluta; rodeado de demonios y serpientes, acosado por los rostros de los olvidados y de los muertos; empiezo a despotricar antes de forzarme a asumir un estado de conciencia que me resulta imposible mantener.

Ignorante e ilustrado.

Los ignorantes jamás impedirán que los ilustrados tomen drogas. Estoy de acuerdo con el bueno de Kant Immanuel y los últimos caníbales; el fenómeno y el noúmeno son lo mismo pero cada cual sólo ve lo fenoménico a través de su propia perspectiva.

Por eso recuerdo el mejor consejo que jamás me diera mi viejo: Nunca te fíes de un abstemio. Eso es como decir: Soy un gilipollas ignorante y cerrado. Si trataran de compensar la carencia de drogas con una imaginación brillante, aún. Pero si la tienen, la mantienen pero que a muy buen recaudo. Qué…

QUE… Una sombra junto a mí.

«¿Qué le gustaría beber?», me pregunta el auxiliar.

¿Qué?

La elección del consumidor

versus la elección real.

La sed es el problema, la bebida la necesidad. Qué beber: café, té, Coca-Cola, Pepsi, Virgin, Sprite, sin calorías, sin cafeína, con conservantes…, para cuando has optado simbólicamente has consumido un cacho más grande de los noventa años que te corresponden de lo que podría haber hecho cualquier clase de droga. Intentan hacerte creer que efectuar esa clase de opción un día sí y otro también te hace sentir libre o vivo o realizado. Pero es una mierda, un salvavidas para impedir que todos nos volvamos locos que te cagas ante la demencia de este mundo hecho polvo que hemos dejado que construyan a nuestro alrededor.

Libertad de efectuar elecciones sin significado. «Agua… sin gas…», espeto.

Al principio pienso que vuelvo a estar donde antes, y noto la acidez del polvo en mis fosas nasales, en los labios, el rostro y las manos, el aire extraño y frío, y desde cierta distancia el latido del bajo y las voces: chillidos, alaridos y cuchicheos.

CHILLIDO BONG

Pero voy en el avión con los ositos malos

Tratando de arrasar mi mente a base de drogas. Ahora volvían a mí la náusea, los dolores, los espasmos y los temblores, rivalizando con todo lo que pudieran inventar los demonios.

Pero los ositos aquellos insistían. Uno, encaramado en el asiento de delante, se muestra particularmente tenaz.

YA ERES NUESTRO, CAPULLÍN

SIEMPRE HAS SIDO UN INÚTIL. CARL, NO DAS MÁS QUE PROBLEMAS

A NOSOTROS NO NOS ENGAÑAS, COLEGA, TE CONOCEMOS. OLEMOS TU MIEDO, LO PALADEAMOS

SABEMOS QUE ERES UN MIERDECILLA INÚTIL, CAGADO Y COBARDE

NO QUERÍAS TRABAJAR, EL ROJO DE TU PADRE NO QUERÍA TRABAJAR

Ay, Dios mío…

Y uno de los ositos me mordisquea la mano, la muerde; soy yo, con el mechero, he estado encendiéndolo de puro nerviosismo; sin cigarro que encender, sólo quemándome la mano con la llama. «¿No hay fumeque? ¿Dónde está el fumeque?»

«¿Qué le ocurre?», dice la azafata.

«¿Tiene un cigarrillo?»

«¡Está prohibido fumar! Va en contra de las leyes de la aviación civil», dice ella lacónicamente y se aparta.

Hostia puta, voy a morir. Esta vez voy a morir de verdad. No veo forma de salir de ésta. Ohhh…

No.

No vas a morir.

Nosotros no morimos. Somos inmortales.

Y una mierda; eso es lo que nos creíamos antes.

Nah, nosotros sí que vamos a morir. La cosa no sigue. Se acaba.

Gally.

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