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En cuanto la policía ha salido del piso, Ernesto se ha vuelto hacia su padre, previniendo la bronca.

—¡Yo no he hecho nada, te lo juro, no he hecho nada! ¡A Eva, sólo le escribo estos poemas!

Su padre suspira. Dice:

—«La doble luna de tu culo» —y suelta una risotada.

La madre se suma a las risas.

El padre pone la mano en el hombro de Ernesto para tranquilizarlo y continúa riendo para transmitirle que no pasa nada, que sus poemas no están tan mal. Aún más: se dirige a su esposa y asegura, muy convencido:

—Ya lo habéis oído. Nos han metido un virus y hay alguien que trabaja desde nuestro ordenador. Como esos que intervienen la línea telefónica y hacen que te cobren a ti sus llamadas al extranjero. ¿Qué os parece? ¿Cenamos?

—Sólo un momento, papá —dice Ernesto—. Tengo un amigo que nos puede aclarar todo esto.

La familia Codina forma una piña compacta. Entre todos lo solucionarán todo, etc. Los padres miran a su hijo con total confianza, incluso orgullosos de que tenga tanta inciativa, mientras el chico marca un número en su móvil.

—¿Chesco? —dice.

¿Quién mejor para aconsejarles que un técnico informático? Chesco y Ernesto se han hecho muy amigos porque los dos son aficionados a los juegos de ordenador. El técnico le cuenta secretos de los diferentes juegos, y le recomienda páginas web de donde puede extraerse información jugosa.

—Chesco: ha venido la poli a mi casa, tío. Decían que yo era una especie de pederasta, o algo así...

Chesco tarda en responder. Pasan tres segundos, o cuatro.

—¿Qué? —dice, como si tuviera la boca seca.

—¡Se ha presentado la poli en mi casa, tío!

—Qué dices.

—Creían que yo acosaba sexualmente a Eva Fabregat, no te lo pierdas.

—¿Eva Fabregat?

—Sí, tío. ¿Qué te parece?

—¿Y es verdad?

—¡Cómo va a ser verdad, Chesco! ¿No me conoces?

—Ya, ya...

Ernesto cuenta más o menos cómo ha sido la cosa. Que a lo mejor tiene un virus en el ordenador, un troyano, que permite que desde otro aparato se utilice el suyo, en su casa. Que se ve que el pederasta de verdad utiliza este sistema para burlar a la poli, en caso de que fueran a por él.

—¿Eso es posible? —pregunta.

—Sí, sí —dice Chesco—. Claro que es posible.

—¿Quieres decir que alguien puede meterse en mi ordenador y hacer que haga lo que él quiere? —insiste Ernesto, riendo de emoción. Está excitado, se siente protagonista de película—. ¿Pero cómo puede haberlo hecho?

—Pues... —Chesco tose para aclararse la garganta—. Algún archivo que te han enviado con un adjunto que te interesara. Algo sobre tus aficiones: el manga, videos musicales...

—No recuerdo haber abierto ninguno sospechoso.

—No tiene por qué ser sospechoso. A lo mejor decía que había fotos de coches antiguos, y puede que tú lo abrieras y hubiera realmente fotos de coches antiguos, y no notaras nada raro, pero ya tenías el virus dentro. Ya conoces la ley número uno que siempre te digo: no abras nunca ningún archivo si no conoces a quien te lo ha enviado. ¿Has abierto algún archivo que no sabías quién te enviaba?

Ernesto hace un breve examen de conciencia. Quizá sí. Uno que recibió con viñetas de manga, o puede que sea aquel de las fotos de chicas, o el otro de... Glups.

—¿Eso quiere decir que lo han enviado a mí? ¿Expresamente a mí? ¿Por qué a mí? ¿Quizá porque conoce mi dirección de hotmail?

—Quizá sí.

—¿Y qué puedo hacer? Se han llevado el ordenador y ahora lo están analizando...

—Se han llevado el ordenador —salta Chesco.

—Sí.

—Entonces... —pausa de perplejidad—. Entonces, yo no puedo hacer nada. ¿Qué quieres que haga, si no tengo a mano tu ordenata?

—Hombr me gustaríia saber quién ha estado utilizando mi ordenador. ¿No podemos hacer algo?

—No lo sé —dice el técnico—. No. Si no tengo tu ordenador, no puedo hacer nada. Pero... no sé. Déjame que piense. Mañana te digo algo.

Ernesto cuelga el auricular y se vuelve hacia sus padres:

—Dice que no hay nada que hacer.

Sus padres no se preocupan.

—Bueno, dejémoslo en manos de la policía, que es su trabajo. Venga, cenemos.

La madre abraza al hijo y le da un beso en la mejilla.

—O sea, que ahora te da por la poesía erótica...

Se ríen.

El padre añade:

—«Tienes un culo como una luna»!

Y se ríen aún más.

—Que no, corcho. Es: «Veo de lejos, perezoso y garrulo, / la doble luna de tu culo». ¡No me digas que no es bueno!

La película que su padre ha alquilado esta noche en el videoclub es un western.

Open Range. Kevin Costner y Robert Duval. Buenísima. A la familia Codina le gustan mucho los westerns. La familia que ve westerns unida seguirá unida.

En su casa, Chesco se ha quedado pensativo, alborotándose inconscientemente la cabellera blanca. En algún momento de esta noche, se acordará del pliego de papeles que le dio la Pasmada de las Gafitas. ¿Dónde demonios lo dejó? ¿Qué hizo con él?

Y, cuando lo busque en el bolsillo de la chaqueta vaquera que lleva puesta, recordará que lo tiene en la cazadora y, caramba, espera que su madre no la haya puesto a lavar.

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