Champion

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12. June

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J

U

N

E

21:00

Habitación 3323, hotel Nivel Infinito, ciudad de Ross

Tras la reunión, nos instalamos en nuestras habitaciones. Ollie duerme a los pies de mi cama; está exhausto después de un día tan agitado. Sin embargo, yo no consigo dormirme. Al cabo de un rato me levanto en silencio, le dejo tres chucherías cerca de la puerta para que no se inquiete y salgo de la habitación. Deambulo por los pasillos con las gafas virtuales metidas en el bolsillo, aliviada de ver el mundo tal y como es sin la avalancha de números y carteles. Camino sin rumbo. Cuando quiero darme cuenta, he subido dos pisos; no estoy muy lejos de la habitación de Anden. Aquí reina un silencio absoluto: el Elector y su escolta deben de ser los únicos huéspedes de la planta.

Paso junto a una puerta abierta que conduce a una estancia amplia, una especie de sala de reuniones. Echo un vistazo por el cristal de la puerta: sin las gafas de realidad virtual, las paredes parecen blancas. Al fondo se alinean varias cabinas cilíndricas de cristal. Interesante. Hay una igual en una esquina de mi habitación, pero todavía no he intentado averiguar para qué sirve. Contemplo una vez más la sala y empujo la puerta con cuidado. Se abre sin emitir ningún ruido y se cierra a mi paso. Suena una voz en antártico que no comprendo, así que saco las gafas y me las pongo. La voz repite la frase en inglés.

—Bienvenida a la sala de simulación, June Iparis.

Veo que mi puntuación ha subido diez puntos por usar la habitación por primera vez. Con las gafas puestas, las paredes son un amasijo de colores, y los cristales de las cabinas muestran imágenes animadas.

¡Su acceso al portal cuando está fuera de casa!, dice un panel.

Úselo junto a sus gafas virtuales para sumergirse en la experiencia.

Detrás del texto aparece un vídeo con escenas de paisajes del resto del mundo. Me pregunto si ese «portal» será su forma de conectarse a internet.

De pronto me pica la curiosidad. Nunca he navegado por internet, salvo en la República; nunca he visto el mundo sin filtros ni censura. Me acerco a una de las cabinas de vidrio y paso al interior. El cristal se enciende.

—Bienvenida, June —me saluda una voz—. ¿Qué desea que busque?

¿Qué puedo buscar? Decido probar lo primero que me viene a la mente. Respondo con voz vacilante, preguntándome si me entenderá.

—Daniel Altan Wing —digo.

¿Qué sabrá el resto del mundo sobre Day?

De pronto todo se desvanece y me encuentro de pie en un círculo blanco, rodeada de cientos —miles— de pantallitas rectangulares con imágenes, vídeos y textos. Al principio no sé qué hacer y me quedo inmóvil, contemplando las imágenes con asombro. Cada pantalla muestra algo distinto, y en muchas de ellas hay noticiarios antiguos. La que tengo más cerca muestra un vídeo de Day en el balcón de la torre del Capitolio, pidiendo al pueblo que apoye a Anden. Cuando fijo la mirada en él durante suficiente tiempo (tres segundos), una voz comienza a hablar.

—En este vídeo, Daniel Altan Wing, también conocido como Day, ofrece su apoyo al nuevo Elector de la República y evita un alzamiento nacional. Fuente: archivo público de la República de los Estados Unidos. ¿Desea ver el artículo completo?

Vuelvo la vista hacia otra pantalla y la voz de la primera se apaga. Esta muestra una entrevista con una chica que no conozco, de piel morena y ojos claros de color avellana. Lleva un mechón de pelo teñido de rojo.

—Llevo cinco años viviendo en Nairobi, pero nunca había oído hablar de Day hasta que aparecieron en la red los vídeos de sus ataques contra la República de América. Ahora pertenezco a una asociación…

La imagen se congela y escucho la voz suave de antes:

—Fuente: Corporación de Radiodifusión de Kenia. ¿Desea ver el vídeo completo?

Doy un paso hacia delante. Cada vez que me muevo, las pantallitas se reorganizan y aparece un nuevo círculo de imágenes. Veo a Day cuando todavía trabajábamos para los Patriotas —una imagen borrosa en la que se gira y mira por encima del hombro, con una sonrisa en sus labios—. Me sonrojo y aparto la vista. Paso dos rondas de imágenes más y entonces decido buscar otra cosa, algo que siempre ha despertado mi curiosidad.

—Estados Unidos de América —digo.

Los vídeos y fotografías de Day se desvanecen dejándome una extraña sensación de pérdida. Un nuevo juego de pantallas me rodea; mientras se estabilizan, me da la sensación de notar una ligera brisa. Lo primero que veo es una imagen que reconozco al instante: la bandera completa de los Patriotas, en la que se basa su emblema.

—Bandera de los antiguos Estados Unidos de América —explica la voz en off—. Fuente: Wikiversidad, la Academia Libre. Historia de los Estados Unidos, grado once. ¿Desea ver el artículo completo? Para leer únicamente el texto, diga «texto».

—Ver el artículo completo.

La pantalla se aproxima a mí hasta envolverme. Pestañeo, momentáneamente aturdida por el aluvión de imágenes. Cuando vuelvo a abrir los ojos, casi me desplomo. Estoy flotando sobre un paisaje extraño y a la vez familiar. Su contorno recuerda a Norteamérica, pero no hay ningún lago entre Los Ángeles y San Francisco, y el territorio de las Colonias es mucho más grande de lo que recuerdo. Hay nubes bajo mis pies. Cuando estiro un pie vacilante y las atravieso, noto aire frío de verdad.

La voz en off comienza a hablar:

—Los Estados Unidos de América, también conocidos como EEUU o USA, fueron un importante país del continente norteamericano, compuesto por cincuenta estados unidos en una república federal constitucional. El país declaró su independencia respecto de Inglaterra el cuatro de julio de 1776, y fue reconocido como estado el tres de septiembre de 1783. Los Estados Unidos se dividieron de forma extraoficial en dos países el uno de octubre de 2054 y se convirtieron oficialmente en la República de América del Oeste y las Colonias de América del Este el catorce de marzo de 2055 —la voz se detiene un instante—. ¿Desea desarrollar un subtema? —pregunta—. Temas populares: la inundación de los Tres Años, la inundación de 2046, la República de América, las Colonias de América.

Aparecen unos marcadores de color azul brillante en la costa este y oeste de Norteamérica. Me quedo mirándolos con el corazón palpitante, extiendo la mano y toco uno que hay cerca de la costa, al sur de las Colonias. Me sorprende notar el relieve del paisaje en las yemas de los dedos.

—Las Colonias de América —murmuro.

El paisaje se lanza contra mí a una velocidad vertiginosa, y de pronto me encuentro de pie en lo que parece el mundo real. Estoy en una ciudad, rodeada de miles de personas que buscan refugio albergues improvisados. Muchos atacan a unos soldados con uniformes que no reconozco. Detrás de los soldados se ven cajas y sacos que parecen contener alimentos.

—A diferencia de la República de América —comienza la voz de la narradora—, que se constituyó oficialmente después de que el gobierno implantara la ley marcial para acabar con la oleada de refugiados que traspasaban sus fronteras, las Colonias de América se formaron el catorce de marzo de 2055 cuando las corporaciones le arrebataron el control al gobierno federal de los Estados Unidos (véase el índice superior). Para justificar esta acción, las corporaciones aludieron a la suspensión de pagos por parte del gobierno federal, incapaz de enjugar la deuda acumulada tras las inundaciones del año 2046.

Doy otro paso al frente; es como si me encontrara en mitad de la escena, a unos metros de las revueltas. A mi alrededor el paisaje es brumoso y pixelado: parece un vídeo grabado por un aficionado.

—En esta grabación, realizada por un civil, se muestra la revuelta que se produjo en la ciudad de Atlanta contra la Agencia Federal de Emergencias de los Estados Unidos. Se produjeron disturbios semejantes en todas las ciudades del este durante tres meses, después de los cuales las ciudades declararon lealtad a la corporación DesCon, que contaba con los fondos de los que carecía el gobierno.

La escena se desdibuja y me encuentro en el centro de un gigantesco complejo de edificios, todos con un símbolo que reconozco: el logo de DesCon.

—Junto a otras doce corporaciones, DesCon aportó los fondos necesarios para reconstruir el tejido ciudadano. A comienzos del año 2058, el gobierno de los Estados Unidos se vio reemplazado de manera oficial por las Colonias de América, una coalición de aquellas trece empresas, que prometieron trabajar en aras del bien común. Después de una serie de fusiones, las Colonias de América pasaron a depender de cuatro corporaciones: DesCon, Cloud, Meditech y Evergreen. ¿Desea desarrollar una corporación específica?

Me quedo callada y contemplo el vídeo hasta que se detiene en el último fotograma: una inquietante imagen de un civil desesperado que se tapa la cara ante un soldado que empuña una pistola. Me quito las gafas virtuales, me froto los ojos y salgo del cilindro de cristal, transparente de nuevo. Mis pasos resuenan en la estancia vacía. Me siento entumecida tras el aluvión de imágenes e ideas.

¿Cómo pueden reunificarse dos países con una filosofía tan radicalmente distinta? ¿Habrá alguna posibilidad real de devolver la República y las Colonias a lo que fueron en el pasado? Aunque tal vez no sean tan diferentes como siempre he creído… ¿Acaso no son las corporaciones de las Colonias y el gobierno de la República lo mismo, en el fondo? El poder absoluto es poder absoluto, se llame como se llame, al fin y al cabo.

Salgo de la sala sumida en mis pensamientos. Cuando doblo la esquina para regresar a mi habitación estoy a punto de chocarme con Anden.

—¡June! —exclama cuando me ve.

Su pelo ondulado está un poco revuelto, como si se hubiera despeinado con las manos. Lleva la camisa arrugada y remangada, y un par de botones están abiertos. Consigue serenarse y me dedica una sonrisa y una inclinación.

—¿Qué estás haciendo por aquí? —pregunta.

—Me apetecía explorar un poco —respondo devolviéndole la sonrisa; me siento demasiado cansada para hablarle de lo que he descubierto—. En realidad, no sé muy bien qué hago aquí.

Anden suelta una risa suave.

—Yo tampoco. Llevo una hora dando vueltas por los pasillos —se interrumpe y me dirige una mirada inquisitiva—. Los antárticos se niegan a prestarnos ayuda, pero han tenido el detalle de mandar una botella de su mejor vino a mi habitación. ¿Te apetece probarlo? Agradecería un poco de compañía… y algunos consejos.

¿Consejos de la candidata a Prínceps de menor rango y experiencia?

—Qué detalle por su parte —respondo.

Echo a andar a su lado, muy consciente de lo próximos que están nuestros cuerpos.

—Sí, estos antárticos son de lo más atento. Solo les falta montar un desfile en nuestro honor —murmura con sorna.

Como era de esperar, la habitación de Anden es más lujosa que la mía; lo que les falta a los antárticos en franqueza, lo suplen con diplomacia. Una de las paredes es una cristalera curva que muestra una panorámica de la ciudad de Ross, plagada de luces que parpadean. Supongo que es una noche simulada, pero la ilusión es perfecta. Vuelvo a pensar en la cúpula que atravesamos al aterrizar; tal vez también actúe como una pantalla gigante. El cielo está atravesado de rayas de colores increíbles —turquesa, magenta, dorado…— que danzan, se arremolinan, aparecen y desaparecen contra el telón de estrellas. Me quedo sin aliento: debe de ser la proyección de la aurora austral. He leído acerca de las luces del sur en mis libros de texto, pero no me las imaginaba así de impresionantes, sean o no una simulación.

—Preciosa vista —comento.

Anden sonríe con ironía y una chispa de diversión se abre paso en sus ojos agotados.

—Las inútiles ventajas de ser Elector de la República —contesta—. Me han asegurado que podemos ver a través de este cristal, pero que nadie puede vernos desde fuera. Aunque puede que me hayan tomado el pelo.

Tomamos asiento en unas cómodas butacas cerca del ventanal y Anden sirve dos copas de vino.

—Uno de los guardias acusados confirmó lo que ya sospechábamos sobre la comandante Jameson —dice mientras me tiende la copa—. Y parece que no es la única militar descontenta que se ha dejado sobornar por las Colonias. Ahora, nuestros enemigos están aprovechando el conocimiento de nuestras fuerzas armadas que posee la comandante. Incluso es posible que siga infiltrada dentro de la República.

Doy un sorbo, aturdida. Así que era cierto. Cómo desearía regresar al momento en que visité a Thomas en la celda… Tendría que haberme dado cuenta de que había algo raro en aquel cambio de guardia. Y puede que la comandante siga dentro de nuestras fronteras. ¿Dónde estará Thomas?

—Te aseguro que estamos haciendo todo lo posible por encontrarla —dice Anden al ver mi expresión.

¿Todo lo posible? Tal vez eso no sea suficiente. Nuestras tropas están dispersas, intentando luchar en varios frentes a la vez.

—¿Y ahora qué hacemos?

—Mañana regresaremos a la República. Plantaremos cara a las Colonias sin ayuda de la Antártida… hasta que estén dispuestos a prestárnosla.

Me quedo callada un instante.

—¿De verdad vas a entregarles parte de nuestro territorio?

Anden menea su copa antes de dar un sorbo.

—No se lo he entregado todavía —masculla.

Parece enfadado consigo mismo. Me pregunto qué pensaría su padre al respecto: seguramente lo habría visto como una traición inaceptable.

—Lo siento —musito, sin saber cómo consolarlo.

—Yo también lo siento. La buena noticia es que me han informado de que tanto Day como su hermano han sido evacuados a Los Ángeles —suelta un largo suspiro—. No quiero obligarlos a hacer nada en contra de su voluntad, pero nos estamos quedando sin opciones. Hasta ahora Day ha cumplido su palabra: aceptó ayudarnos en todo lo que pudiera, siempre que no supusiera renunciar a su hermano. Supongo que colabora con la intención de que me sienta culpable por pedirle que entregue a Eden —se interrumpe un momento y su mirada se pierde—. Me hubiera gustado que viniera aquí. Que viera la situación desde mi punto de vista —agacha la cabeza.

Solo pensar que Day podría haber muerto en el ataque aéreo hace que se me encoja el corazón. Siento un alivio instantáneo al saber que ha salido indemne.

—¿Y si les pedimos a los antárticos que examinen a Day? Tal vez ellos den con la clave para tratar su enfermedad, y puede que eso le haga reconsiderar la cuestión de Eden.

Anden niega con la cabeza.

—No tenemos nada que entregarles a cambio. Nos han ofrecido lo único que están dispuestos a darnos; no van a tomarse la molestia de aceptar a uno de nuestros pacientes.

En el fondo, lo sabía: no era más que una idea desesperada. Además, está claro que Day jamás entregaría a su hermano a cambio de salvar la vida.

Vuelvo a contemplar las luces nocturnas.

—No le culpo, ¿sabes? —dice Anden tras una pausa—. Debería haber suspendido el programa de armas biológicas en el preciso instante en que me nombraron Elector, pero no lo hice. En cualquier caso, ya es tarde para pensar en eso. Day tiene todo el derecho a negarse.

Siento una oleada de compasión por él. Está en un callejón sin salida: si se apodera de Eden por la fuerza, Day provocará una revuelta. Si respeta su decisión, no podrá encontrar una vacuna a tiempo, lo cual puede desembocar en que las Colonias conquisten nuestra capital… y nuestro país. Si le entrega a la Antártida un pedazo de nuestro país, la gente lo verá como a un traidor. Y si las Naciones Unidas cierran nuestras fronteras para ponernos en cuarentena, no recibiremos mercancías ni suministros y habrá escasez.

Y sin embargo, tampoco puedo culpar a Day. Trato de ponerme en su pellejo: la República intenta matarme cuando tengo diez años y experimenta conmigo antes de que consiga escapar. Vivo los siguientes años en los suburbios, en una de las zonas más duras de Los Ángeles. Veo cómo la República destruye a mi familia, mata a mi madre y a mi hermano mayor y deja ciego a mi hermano pequeño con una enfermedad creada en un laboratorio. Por culpa de los experimentos de la República, me estoy muriendo lentamente. Y ahora, después de tantas mentiras y de tanta crueldad, la República me viene a suplicar ayuda, pidiéndome que ceda a mi hermano pequeño para usarlo de conejillo de Indias sin garantizar su seguridad. ¿Qué diría yo? Seguramente me negaría, igual que él. Es cierto que mi familia también ha sufrido un destino espantoso a manos de la República… Pero Day ha estado en la brecha desde siempre, ha visto la realidad desde que era pequeño. Para empezar, ya es un milagro que decidiera apoyar a Anden.

Nos quedamos en silencio durante unos cuatro minutos, bebiendo vino y contemplando las luces de la ciudad.

—Envidio a Day, ¿sabes? —murmura Anden al fin con voz tan serena como de costumbre—. Me encantaría tener la posibilidad de tomar decisiones con el corazón. Todas sus elecciones son sinceras, y la gente le adora por ello. Puede permitirse el lujo de dejarse llevar por sus sentimientos —se le ensombrece la expresión—. Pero mi mundo es complicado. En él no hay sitio para las emociones: las relaciones internacionales se sostienen mediante frágiles redes de diplomacia, y esas mismas redes nos impiden ayudarnos los unos a los otros —se le rompe la voz.

—No hay lugar para las emociones en la política —repongo.

No estoy segura de que le sirva de ayuda, pero no puedo evitar decirlo en voz alta. Ni siquiera sé si es lo que pienso realmente. Aun así, prosigo:

—Las emociones fallan, Anden. Es la lógica lo que puede salvarte cuando ninguna otra cosa pueda hacerlo. Aunque envidies a Day, nunca serás como él, ni él como tú. Él no es el Elector de la República: es un chico que protege a su hermano. Tú eres un político y, como tal, tendrás que tomar decisiones que romperán el corazón, que te harán daño, que parecerán traicioneras y que nadie más podrá entender. Es tu deber —pero incluso mientras lo digo, noto cómo crecen las dudas en mi interior, las semillas que plantó Day.

Sin emociones, ¿para qué sirve ser humano?

Los ojos de Anden están cargados de tristeza. Se encorva y por un instante lo veo como es realmente: un gobernante joven que intenta llevar la carga de un país sobre sus hombros, solo contra una marea de oposición, con un Senado que solamente colabora con él por miedo.

—A veces echo de menos a mi padre —murmura—. No debería admitirlo, pero es cierto. Sé que el resto del mundo lo considera un monstruo.

Deja la copa en una mesita, entierra la cara entre las manos y se frota las mejillas.

Siento lástima por él: yo al menos puedo llorar a mi hermano sin temor a que los demás me odien. ¿Qué se sentirá cuando el padre al que amabas fue responsable de actos espantosos?

—No deberías sentirte culpable por echarlo de menos —susurro con suavidad—. Al fin y al cabo, era tu padre.

Sus ojos se posan en mí y, de pronto, se inclina hacia delante como si una mano invisible tirara de su cuerpo. Vacila, entre el deseo y la razón. Está muy cerca de mí; si me moviera aunque solo fuera un poco, nuestros labios se rozarían. Noto su aliento contra mi piel, el calor de su cercanía, su amor silencioso y dulce.

—June —susurra mientras sus ojos acarician mi rostro.

Me roza la barbilla con las yemas de los dedos, me acerca a él y me besa.

Cierro los ojos. Sé que debería detenerle, pero no quiero hacerlo. Hay algo electrizante en la pasión del joven Elector de la República, en su deseo al fin visible bajo sus modales y cortesía inquebrantables; en la forma en que me ha abierto su corazón, a mí y a nadie más que a mí. En el tesón con el que logra llevar la cabeza alta y la espalda bien recta, a pesar de que todo conspira en su contra. En la energía con la que sigue adelante por su país, como lo hacemos todos.

Me dejo llevar y él se aparta de mis labios para besarme la mejilla y la curva de la mandíbula, justo debajo de la oreja. Sus labios se posan en mi cuello, un toque suavísimo. Noto un escalofrío: sé que se está conteniendo, que lo que de verdad quiere es enterrar los dedos en mi pelo y atraerme hacia él.

Pero no lo hace. Sabe tan bien como yo que esto no es real.

Tengo que pararle. Y con un esfuerzo doloroso, me aparto y trato de recuperar el aliento.

—Lo siento —musito—. No puedo.

Él baja la vista, avergonzado pero no sorprendido. Sus mejillas tienen un tono rosado en la penumbra de la habitación. Se pasa una mano por el pelo.

—No debería haberlo hecho —murmura.

Nos quedamos callados durante unos segundos incómodos, hasta que él suspira y se echa hacia atrás en su asiento. Yo también me reclino un poco, tan decepcionada como aliviada.

—Yo… sé que Day te importa muchísimo —dice Anden—. Sé que no puedo competir —hace una mueca—. Ha sido una conducta muy inadecuada por mi parte. Te pido disculpas, June.

Siento un fugaz deseo de volver a besarle, de decirle que me importa y borrar todo el dolor y la vergüenza de su rostro. Pero también sé que no le quiero y que no puedo engañarle así. Nos hemos besado porque no he sido capaz de rechazarlo en un momento tan duro para él. Sé que, en el fondo, deseaba que Anden fuera… otra persona. La verdad me hace sentirme culpable.

—Debería irme —murmuro con tristeza.

Él se aparta un poco más de mí. Parece más solo que nunca. Aun así, inclina la cabeza respetuosamente, ya con su compostura habitual. El momento de debilidad ha pasado y su cortesía lo oculta como una máscara. Se pone en pie y extiende una mano.

—Te acompañaré a tu habitación. Descansa un poco; nos marcharemos mañana temprano.

Me levanto, pero no acepto su mano.

—Puedo volver sola —contesto, evitando mirarle a los ojos.

Me vuelvo hacia la puerta y me marcho sin decir más.

Ollie me saluda, contento de verme. Después de rascarle un rato detrás de las orejas, en cuanto se acurruca y vuelve a dormirse, decido probar el portal de internet de mi habitación para buscar información sobre Anden y su padre.

La cabina de mi habitación es una versión más simple que la que utilicé antes, sin texturas interactivas ni sonido envolvente. Aun así, está a kilómetros de distancia de cualquier cosa que haya visto en la República. Voy pasando resultados en silencio. Muchos son fotos y vídeos de propaganda oficial que ya conocía: un retrato de Anden de niño, el antiguo Elector de pie frente a Anden en conferencias de prensa y reuniones… Sacudo la cabeza: ni siquiera la comunidad internacional cuenta con muchos datos sobre la relación entre padre e hijo.

Y sin embargo, al cabo de un rato de búsqueda empiezo a obtener resultados que me sorprenden por su autenticidad. Un vídeo de Anden con cuatro años, cuadrándose con carita solemne mientras su padre le enseña pacientemente cómo hacerlo. Una foto del difunto Elector sosteniendo en brazos a un niño asustado que llora susurrando algo a su oído, ajeno a la multitud que los rodea. Otra imagen en la que el padre de Anden aparta a la prensa internacional de su hijo, enfadado, agarrándole la mano con tanta fuerza que sus nudillos están blancos. Encuentro la grabación de una entrevista que le hizo un periodista africano, en la que le pregunta qué es lo que más le importa de la República.

—Mi hijo —responde el Elector sin asomo de duda; aunque su expresión no se ablanda, su tono de voz cambia ligeramente—. Mi hijo siempre lo será todo para mí, porque algún día él lo será todo para la República —se interrumpe un segundo y sonríe al periodista, y en esa sonrisa parece latir el destello de un hombre distinto que existió en el pasado—. Mi hijo, sí, porque me recuerda a mí.

Habíamos planeado regresar a la capital la mañana siguiente, pero cuando acabamos de subir al caza en la ciudad de Ross, nos llega una noticia inesperada.

Denver ha caído en poder de las Colonias.

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