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Gusano » 2

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—No lo entiendo —dijo Clay—, pero no me extraña. Me las apaño con el Word, el Adobe Illustrator y el Mac-mail, pero por lo demás soy un analfabeto. Johnny tenía que ayudarme con el solitario del Mac.

Hablar de ello resultaba doloroso, y aún más recordar la mano de Johnny sobre la suya para guiarlo con el ratón.

—Pero sabes lo que es un gusano informático, ¿no?

—Algo que se mete en el ordenador y te jode todos los programas, ¿no?

Jordan lanzó un bufido.

—Más o menos —dijo—. Va penetrando y te corrompe los archivos y el disco duro por el camino. Si entra en los documentos compartidos y en las cosas que envías, incluidos los adjuntos del correo electrónico, que es lo que hacen, puede convertirse en un virus y propagarse. A veces los gusanos crían. El gusano madre es mutante, y a veces las crías también sufren mutaciones.

—Vale.

—El Pulso era un programa informático enviado por módem…, es la única posibilidad. Y siguen enviándolo por módem. Pero en el programa original había un gusano que está pudriéndolo. Se va corrompiendo cada vez más. GIGO. ¿Sabes lo que significa GIGO?

—No tengo ni la menor idea.

—Significa «

Garbage In, Garbage Out»[3]. Creemos que existen puntos de conversión donde los telefónicos transforman a normales en…

Clay recordó el sueño que había tenido.

—Os llevo ventaja en eso —atajó.

—Pero ahora están recibiendo un código corrupto, ¿entiendes? Y tiene sentido, porque parece que son los telefónicos recién convertidos los que caen primero. Se pelean, pierden el control, mueren…

—No tienes suficientes datos para decir eso —replicó Clay al instante, pensando en Johnny.

Los ojos de Jordan, hasta entonces relucientes, se ensombrecieron un tanto.

—Cierto… —Al poco irguió el mentón—. Pero tiene su lógica. Si la premisa es cierta…, si de verdad es un gusano, algo que se mete cada vez más dentro del programa original, entonces es tan lógico como el hecho de que utilicen el latín. Los telefónicos conversos se están reiniciando, pero con un código inestable, demencial. Reciben la telepatía, pero pueden hablar. Son…

—Jordan, no puedes sacar esa conclusión tan solo sobre la base de los dos tipos a los que vi…

Pero Jordan no le prestaba atención. Siguió hablando, en realidad para sí mismo.

—No forman rebaños como los demás, al menos no en la misma medida, porque la orden de formar rebaños está mal instalada en su sistema. Lo que hacen es…, es permanecer despiertos de noche y mostrarse agresivos contra los suyos. Y si de verdad la cosa va a peor… ¿No lo veis? Los conversos tienen que ser los primeros en estropearse.

—Es como en

La guerra de los mundos —terció Tom en tono soñador.

—¿Eh? —masculló Denise—. No he visto la película. Me daba demasiado miedo.

—Los invasores mueren a causa de unos microbios que nuestro cuerpo tolera con facilidad —explicó Tom—. ¿No sería poético que todos los telefónicos acabaran muriendo a causa de un virus informático?

—Yo me conformaría con que el virus incrementara su agresividad —intervino Dan—. Que se maten los unos a los otros.

Clay seguía pensando en Johnny. También en Sharon, pero sobre todo en Johnny, que había escrito POR FAVOR VEN A BUSCARME en grandes mayúsculas antes de firmar con su nombre completo, como si ello confiriera más peso a su súplica.

—No nos servirá de nada a menos que ocurra esta noche —señaló Ray Huizenga antes de levantarse y desperezarse—. Nos van a dar caña muy deprisa. Voy a hacer mis necesidades ahora que aún estoy a tiempo. No os vayáis sin mí.

—En el autobús no, seguro —replicó Tom mientras Ray enfilaba el sendero—. Llevas las llaves en el bolsillo.

—Espero que salga todo bien, Ray —musitó Denise con dulzura.

—No te hagas la listilla, tesoro —espetó Ray antes de perderse de vista.

—¿Qué nos van a hacer? —inquirió Clay—. ¿Alguna idea?

Jordan se encogió de hombros.

—Puede que sea como una conexión de televisión de circuito cerrado, solo con la participación de distintas zonas del país, o quizá incluso de todo el mundo. Las dimensiones del estadio me hacen pensar en algo así…

—Y el latín, claro está —añadió Dan—. Es una especie de lengua franca.

—¿Y para qué necesitan una lengua franca? —quiso saber Clay—. Son telépatas.

—Pero siguen pensando sobre todo en palabras —le recordó Tom—, al menos de momento. En cualquier caso, tienen intención de ejecutarnos, Clay. Tanto Jordan como Dan como yo estamos convencidos de ello.

—Y yo —se sumó Denise en tono sombrío mientras se acariciaba el abultado abdomen.

—El latín es más que una lengua franca —señaló Tom—. También es la lengua de la justicia, y ya los hemos oído emplearla antes.

Gunner y Harold, sí. Clay asintió con un gesto.

—Jordan tiene otra idea —agregó Tom—, y creo que debes oírla, Clay, por si acaso. Jordan…

Pero Jordan sacudió la cabeza.

—No puedo.

Tom y Dan Hartwick intercambiaron una mirada.

—Bueno, que me la cuente uno de vosotros —pidió Clay—. ¡Por el amor de Dios!

Al final fue Jordan quien habló.

—Puesto que son telépatas, saben quiénes son nuestros seres queridos.

Clay buscó algún significado siniestro en aquellas palabras, pero no lo halló.

—¿Y? —preguntó.

—Yo tengo un hermano en Providence —intervino Tom—. Si es uno de los suyos, él será mi verdugo…, si es que Jordan tiene razón, claro está.

—Mi hermana —añadió Dan Hartwick.

—El delegado de mi clase —intervino Jordan, muy pálido—. El del móvil Nokia con no sé cuántos megapixels que tiene función de vídeo.

—Mi marido —musitó Denise antes de romper a llorar—. A menos que haya muerto. De hecho, ruego a Dios que haya muerto.

Por un instante, Clay no comprendió nada, pero entonces pensó:

¿John? ¿Mi Johnny? Vio al Hombre Andrajoso con una mano suspendida sobre su cabeza, lo oyó emitiendo su veredicto: «

Ecce homo, insanus». Y vio a su hijo caminando hacia él con su gorra de la Liga Infantil y su camiseta favorita de los Red Sox, la que llevaba el nombre y el número de Tim Wakefield en la espalda. Johnny, menudo ante los ojos de los millones de espectadores que presenciaban la escena gracias al milagro de la telepatía de rebaño por circuito cerrado.

El pequeño Johnny-Gee, sonriente. Con las manos vacías.

Armado tan solo con sus dientes.

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