Cell

Cell


Gusano » 3

Página 119 de 147

3

Fue Ray quien rompió el silencio a pesar de que ni siquiera estaba allí.

—Dios —lo oyeron mascullar a cierta distancia por el sendero—. Joder. ¡Eh, Clay!

—¿Qué pasa? —preguntó Clay.

—Tú has vivido aquí toda la vida, ¿no?

A juzgar por su tono de voz, no estaba demasiado contento. Clay se volvió hacia los demás, que lo miraron sin expresión alguna. Jordan se encogió de hombros y extendió las manos con las palmas hacia arriba, convirtiéndose por un instante enternecedor de nuevo en un niño en lugar de en un refugiado de la Guerra Telefónica.

—Bueno, algo más al sur…, pero sí —asintió Clay al tiempo que se levantaba—. ¿Qué pasa?

—Así que sabes qué aspecto tienen las ortigas y el roble venenoso, ¿no?

Denise se tapó la boca con ambas manos para contener la risa.

—Sí —asintió Clay.

No pudo contener una sonrisa, pero en efecto sabía qué aspecto tenían, porque había avisado a Johnny y sus amigos infinidad de veces.

—Bueno, pues ven a echar un vistazo —pidió Ray—. Y ven solo… Denise, no me hace falta telepatía para saber que te estás riendo. Haz el favor de parar.

Clay salió del área de descanso, pasó por delante del rótulo que aconsejaba SI VIAJAS,

¡LLÉVATE UN MAPA! y echó a andar junto al bonito arroyuelo. Todo el bosque estaba precioso, un arco iris de colores cálidos mezclados con el robusto e inmutable verde de los abetos. Clay se dijo, y no por primera vez, que si los hombres y las mujeres debían a Dios una muerte, había estaciones peores para saldar la deuda.

Había esperado encontrar a Ray con los pantalones desabrochados o incluso bajados, pero el hombre estaba de pie sobre una alfombra de pinaza con los pantalones en su sitio. A su alrededor no se veía arbusto alguno, ni de ortigas ni de ninguna otra clase. Estaba tan pálido como Alice el día en que corrió al salón de los Nickerson para vomitar, con la piel tan blanca que parecía muerto. Tan solo sus ojos parecían vivos y ardientes en el centro de su rostro.

—Ven aquí —susurró con urgencia, y Clay apenas si lo oyó a causa del borboteo del riachuelo—. Deprisa, no tenemos mucho tiempo.

—Ray, ¿qué coño…?

—Calla y escucha. Dan y tu amigo Tom son demasiado inteligentes. Jordan también. A veces, ser demasiado inteligente es un obstáculo. Denise lo lleva mejor, pero está embarazada y no se puede confiar en las mujeres embarazadas. Así que solo quedas tú, artista. No me hace ninguna gracia porque sigues aferrado a tu chico, pero tu chico está perdido. En el fondo sabes que tu chico está perdido.

—¿Todo bien, chicos? —preguntó Denise desde la zona de

picnic, y a pesar del sopor que se había adueñado de él, Clay percibió la sonrisa en su voz.

—Ray, no sé que…

—No, no lo sabes y seguirás sin saberlo. Limítate a escuchar. Lo que pretende el tipo de la sudadera roja no sucederá si no lo permites. Eso es lo único que necesitas saber.

Ray metió la mano en el bolsillo de sus pantalones y sacó un móvil y un trozo de papel. El teléfono aparecía grisáceo de suciedad, como si hubiera pasado la vida entera en un taller o una fábrica.

—Guárdatelo en el bolsillo. Cuando llegue el momento, llama al número que pone en el papel. Cuando llegue el momento lo sabrás, al menos eso espero.

Clay cogió el teléfono. O lo cogía o lo dejaba caer. El papel se le escurrió de entre los dedos.

—Recógelo —espetó Ray en un susurro feroz.

Clay se agachó y obedeció. En el papel vio garabateados diez dígitos, los tres primeros de los cuales formaban el prefijo de Maine.

—¡Leen el pensamiento, Ray! Si tengo esto…

Los labios de Ray se contrajeron en la sobrecogedora parodia de una sonrisa.

—¡Ya! —masculló—. Se meterán en tu cabeza y descubrirán que estás pensando en un puto teléfono móvil. ¿En qué coño crees que piensa todo el mundo desde el 1 de octubre? Bueno, los que todavía pueden pensar, claro…

Clay se quedó mirando el viejo y sucio teléfono móvil. En la carcasa se veían dos tiras de Dymo. La de arriba decía

SEÑOR FOGARTY, mientras que la de abajo rezaba

PROPIEDAD CANTERA DE GURLEYVILLE.

—¡Guárdatelo en el bolsillo de una puta vez!

No fue la orden en sí lo que le hizo obedecer, sino la urgencia que advirtió en aquellos ojos desesperados. Clay empezó a guardarse el teléfono y el papel en el bolsillo. Llevaba vaqueros, por lo que los bolsillos eran más estrechos que los de Ray. Bajó la vista para abrirlo un poco más, y en aquel instante Ray alargó la mano y arrancó el .45 de Clay de su improvisada funda. Cuando Clay levantó la mirada, su compañero ya se había encajado el cañón bajo la barbilla.

—Créeme, le harás un favor a tu chico, Clay. Ésta no es manera de vivir, joder.

—¡Ray, no!

Ray apretó el gatillo. La bala de punta hueca American Defender le volatilizó la parte superior de la cabeza. Numerosos cuervos alzaron el vuelo desde los árboles, llenando el aire con sus gritos.

Por unos instantes, Clay los ahogó con los suyos.

Ir a la siguiente página

Report Page