Cell

Cell


Malden » 2

Página 25 de 147

2

Había varias docenas de vehículos abandonados en la plataforma inferior del puente, y una hormigonera había empujado a un lado un camión de bomberos con las palabras

BOSTON ESTE estampadas en el costado color verde aguacate; ambos camiones estaban también abandonados. Sin embargo, aquel nivel del puente se había convertido en el dominio casi exclusivo de los peatones.

Aunque ahora habrá que llamarlos refugiados, se dijo Clay antes de reparar en que ya no podía hablar en tercera persona. A nosotros. Llamarnos refugiados.

La gente seguía hablando poco; casi todos se limitaban a contemplar en silencio la ciudad devorada por las llamas. Los que se movían avanzaban con lentitud, mirando a menudo por encima del hombro, y al acercarse al otro extremo del puente (Clay vio el

Old Ironsides, o al menos creía que se trataba del

Old Ironsides, anclado en el puerto, aún a salvo de las llamas) se fijó en un detalle extraño. Muchos de ellos miraban a Alice. Al principio, a Clay se le ocurrió la idea paranoica de que la gente debía de creer que él y Tom habían raptado a la chica con Dios sabe qué propósitos inmorales, pero enseguida tuvo que recordarse que todas las almas del puente sobre el río Mystic se encontraban en estado de

shock, arrancadas de su vida normal en mayor medida aún que los damnificados por el huracán Katrina (porque aquellos desgraciados al menos habían estado sobre aviso), y por tanto era poco probable que fueran capaces de albergar ideas tan sofisticadas. Casi todos ellos estaban demasiado ensimismados para pensar en cuestiones morales. Al poco, la luna se elevó un poco más, y cuando empezó a brillar con más intensidad, Clay lo comprendió: Alice era la única adolescente a la vista. Incluso Clay era joven en comparación con la mayoría de los demás refugiados. Casi todas las personas que contemplaban boquiabiertas la bola de fuego en que se había convertido Boston o avanzaban despacio hacia Malden y Danvers tenían más de cuarenta años, y muchos de ellos aparentaban edad suficiente para recibir los descuentos reservados a la tercera edad. Vio a algunas personas con niños pequeños e incluso un par de cochecitos, pero lo cierto era que el sector joven era muy reducido.

Al cabo de unos instantes reparó en otra cosa. Había numerosos teléfonos móviles tirados por el suelo. Pasaban junto a uno cada pocos metros, y ninguno de ellos estaba intacto. O bien los habían atropellado o bien pisoteado hasta reducirlos a amasijos de plástico y cables, una suerte de serpientes peligrosas destruidas antes de que pudieran seguir propagando su veneno.

Ir a la siguiente página

Report Page