Casablanca

Casablanca


8. Este es el comienzo de una hermosa amistad

Página 14 de 30

Capítulo 8

ESTE ES EL COMIENZO DE UNA HERMOSA AMISTAD

En el Hollywood de los años treinta y cuarenta era costumbre organizar pases de prueba en las salas del circuito de Los Ángeles. Los espectadores rellenaban unos cuestionarios en un veredicto popular que, conjugado con su propia impresión, daba a los directivos presentes en la proyección los elementos necesarios para decidir si era conveniente introducir algún cambio antes del estreno de la película.

La noche del martes, 22 de septiembre de 1942, tuvo lugar el primer pase de prueba de Casablanca, en la zona de Los Ángeles. La película se exhibió en salas de Huntington Park y Pasadena. Aunque en los archivos de la University of Southern California no constan los cuestionarios antes mencionados, la impresión generalizada es que la reacción del público fue satisfactoria, pero no espectacular. Julie Epstein pensó que la película había sido un fracaso y así se lo hizo saber a Wallis mediante una nota interna. El productor guardó aquella nota y en el futuro la utilizó para sus propios fines.

Es posible que en aquellos momentos los espectadores no dispusieran de suficiente información sobre la ciudad de Casablanca para entender la historia que se les contaba. Un directivo sugirió a Wallis que recuperara el título de la obra de teatro, no fuera que la gente se pensara que “Casablanca” era una cerveza mexicana.

Pero no todas las reacciones fueron descorazonadoras. Charles Einfield, director de publicidad y promoción de la Warner, dijo que Casablanca iba a ser «una de las películas más taquilleras de las dos o tres últimas temporadas». Y Joseph I. Breen, que había encarrilado a Rick, Ilsa y Renault por la senda de la virtud, estaba tan entusiasmado con el filme que Wallis pidió a Einfield que hablara con él para que le diera ideas sobre la comercialización del producto.

Las opiniones favorables también llegaron desde el terreno gubernamental. El 26 de octubre de 1942, cuatro miembros de la BMP/OWI [35] vieron Casablanca en un pase privado. Favorablemente impresionados, emitieron un comunicado público en el que decían que el filme contribuía positivamente al esfuerzo bélico. El informe afirmaba que al explicar que Rick había operado en Etiopía y España, la película ayudaba a «hacer comprender que nuestra guerra no empezó en Pearl Harbor, sino que los orígenes de la agresión se remontan a mucho más atrás». La cinta, según el informe, también resaltaba la idea de que «los deseos personales se deben subordinar al objetivo de derrotar al fascismo [y]… demostraba cuánto caos e infelicidad han traído consigo el fascismo y la guerra». El informe afirmaba asimismo que la película mostraba a Estados Unidos como «el refugio de los oprimidos y los desposeídos».

En los pases de prueba, la Warner ofrecía junto con la película un noticiario titulado “Exit the Bogey-Man”, en el que se relataba cómo había pasado Bogart de villano a galán cinematográfico. Esta producción también obtuvo resultados satisfactorios, pero no espectaculares.

No fue la única información promocional emitida en torno a Casablanca. La mayoría de las anécdotas que se contaban eran tan curiosas como inciertas. La Warner anunció, por ejemplo, que durante el rodaje de Casablanca, Bogart había recibido una carta de una familia sueca y que Ingrid Bergman se la había traducido. Los remitentes preguntaban por su hijo y Bogart pudo asegurarles que el chico estaba bien. También se dijo que el patriótico Bogart contrató a unos exploradores marinos para que salieran a buscar chatarra reutilizable como material de guerra.

A las revistas femeninas se les informó de que Ingrid Bergman se había negado a posar ligera de ropa, en plan pin up, y que no le gustaba maquillarse. Añadieron que la actriz llevaba vestidos color “azul mediterráneo” para que el bonito azul del mar Mediterráneo contrastara con el blanco de los muros de Casablanca. Sin embargo, no siendo la película en color, difícilmente podían apreciar los espectadores el tono azul de los vestidos de Ingrid. Por no hablar del hecho de que Casablanca no da al mar Mediterráneo, sino al océano Atlántico. De Paul Henreid contaron que había adoptado a los dos hijos de su difunto jardinero. Los niños estaban en Suiza y él estaba intentando traerlos a Estados Unidos. Además, se dijo que el actor intentaba paliar la escasez de alimentos criando pollos.

Hal Wallis contó con un aliado inesperado para defender su visión de la película: la Historia. En noviembre de 1942, los Aliados desembarcaron en el Norte de África y con la Batalla de Casablanca y otros combates obtuvieron sus primeras victorias en el teatro europeo. La noticia tuvo enorme repercusión en la nación estadounidense. Casablanca se puso de moda, no pasaba día sin que los informativos mencionaran la ciudad norteafricana. Los modistos empezaron a incluir motivos marroquíes y tunecinos en sus diseños.

El 6 de noviembre de 1942, Hal Wallis envió a Jack Warner un artículo del “San Francisco Chronicle” sobre la proliferación del nombre de Casablanca en las noticias de guerra. Era una ocasión que no podían dejar escapar. Dos días más tarde, en la mañana del domingo 8, día de la invasión aliada en el Norte de África, Hal y Jack se encontraron convertidos en receptores de una avalancha de publicidad gratuita que no hubieran podido pagar ni con un millón de dólares.

Al día siguiente, en la Warner no se hablaba de otra cosa: ¿había que cambiar la película para reflejar la invasión? Los directivos de las oficinas de Nueva York, que también se habían hecho la misma pregunta, tuvieron una idea brillante: añadir un epílogo a la cinta. Rick y Renault aparecerían enfundados en uniforme militar a bordo de un barco aliado, escuchando el discurso de Roosevelt a los aliados antes del desembarco en Marruecos.

La idea fue objeto de debate. Aquello suponía cambiar el final la película, y hacerlo con una escena menos impactante que la original. Además, aquel desvío argumental no era fácil de justificar: Rick y Renault habían decidido unirse a la Francia Libre, un movimiento que no había sido invitado a participar en la invasión. Por otro lado, con un poco de imaginación se podía convertir a Rick y Renault en enlaces de la Francia Libre que participaran en la invasión en calidad de observadores.

Jack Warner estaba en contra de la idea e intentó disuadir a los directivos de Nueva York, aduciendo que era necesario estrenar cuanto antes, para aprovechar la popularidad del título de la cinta, pero éstos no atendieron a razones. Aquel mismo día remitió el siguiente telegrama a las oficinas de Nueva York:

Acabo de ver Casablanca y es imposible cambiarla de forma que guarde lógica con la historia original. La historia de la invasión (aliada) y todo eso que queremos contar es para otra película, en esta no encaja, tal como está es una película fantástica, añadir ahora un pegote final seria un error. […] somos la envidia de toda la industria por tener una película titulada “casablanca” preparada para estrenar, creo que debemos aprovechar nuestra suerte, cuanto más tardemos, menos impacto tendrá el título […]

Aunque Jack Warner ya había tomado la decisión de no cambiar el final, Hal Wallis no estaba tan seguro. El martes 10, el productor empezó a hacer los preparativos pertinentes para rodar una escena en la que Rick y Renault aparecieran vestidos con el uniforme de la Francia Libre y a bordo de un carguero aliado. En el Estudio 7 había un carguero disponible como decorado, pero Claude Rains no lo estaba. El actor se encontraba en su granja de Pensilvania y la escena no se podría rodar hasta que él volviera, circunstancia que retrasaría aún más el estreno del filme.

Sólo un golpe de suerte, llamado David O. Selznick, evitó que el final de Casablanca quedara alterado para siempre. Selznick había pedido que le permitieran ver la película junto a algunos de sus ayudantes. La proyección quedó fijada para después del 13 de noviembre. Sin embargo, el productor prefirió acudir a un pase de prueba celebrado el 11 de noviembre.

Selznick se mostró extasiado con lo que había presenciado, igual que el resto de los espectadores. En un telegrama dirigido a Wallis, el creador de Lo que el viento se llevó agradecía «lo fantásticamente que había utilizado a Ingrid». Además, «he advertido muy enérgicamente a Jack [Warner] que pensaba que cometeríais un error garrafal si cambiarais ahora el final, y también que creía que debíais estrenar lo antes posible».

Warner y Wallis ya tenían su argumento. El primero avisó a los directivos de Nueva York que el pase de prueba les había decidido a dejar la cinta como estaba. Y el segundo aceleró los preparativos del estreno todo lo posible. Como deseaba un estreno a bombo y platillo, el estudio pidió a los representantes de la Francia Libre (ahora llamada Francia Combatiente) en Estados Unidos que organizaran una parada militar a las puertas del cine en la noche del estreno. La organización aceptó encantada.

Entre los muchos eslóganes ideados por el departamento de publicidad, uno de los favoritos fue: «Los aliados tomaron Casablanca… pero Hollywood llegó primero». De hecho, el estudio envió varias copias a Europa para que los soldados aliados destacados en Casablanca fueran los primeros en ver la película. En Estados Unidos, la única sala que, con la premura, pudo asignarles un hueco en su programa fue el Hollywood Theatre de Nueva York (un local con mil quinientas butacas). El estreno de Casablanca quedó fijado para el Día de Acción de Gracias, el 26 de noviembre de 1942, y el estreno nacional para enero de 1943. La elección de estas fechas contribuyó decisivamente a elevar a Casablanca a la categoría de clásico.

LOS PRIMEROS PASOS DEL MITO

Casablanca vio la luz el martes 26 de noviembre de 1942, justo dieciocho días después del desembarco, en el Hollywood Theater de Nueva York. Era un día adecuado para estrenar una película que iba a contar no sólo con la ayuda de los críticos, sino de la historia misma, y el departamento de publicidad de Warner añadió algunos toques más. France Forever y el Fighting French Relief Committee organizaron un desfile para la Legión Extranjera y los veteranos de la campaña norteafricana, izaron la bandera de la Francia Combatiente en el centro de Nueva York e instalaron puestos de reclutamiento y de venta de souvenirs en el vestíbulo del Hollywood Theatre. Además, la Oficina de Información de Guerra envió el parte de los festejos a todos los rincones del mundo. Desde su centro de operaciones en Londres, el general Charles De Gaulle, jefe de las fuerzas de la Francia libre, envió a la Warner un telegrama solicitando una copia de la película para ofrecérsela a los miembros de su personal y para enviarla a las colonias francesas liberadas. La Warner se apresuró a complacerle y participó al mundo entero del interés del general.

Tras la premiere neoyorquina, Casablanca se estrenó en una selección de salas de todo el país. Ésta era la estrategia habitual que se seguía en la época con las producciones importantes, antes de su estreno nacional. Donde no se exhibió inmediatamente fue en Casablanca ni en ninguna otra ciudad liberada del Norte de África. Como estas zonas habían sido liberadas por Estados Unidos e Inglaterra, la influencia de De Gaulle no podía nada allí. Pero la Oficina de Información de Guerra sí tenía voz, y optó por no estrenarla. Este organismo temía que la escena en que Renault arroja a la papelera la botella de agua de Vichy fuera demasiado ofensiva para aquéllos que aún se mantenían fieles a Vichy. Por esta razón, Casablanca no se estrenó en el África francesa hasta un tiempo después.

En Estados Unidos, el país entero se contagió con la fiebre de Casablanca. En Broadway, quienes querían comprar entradas esperaban durante horas, pasando frío, en largas colas que daban la vuelta a la esquina de la Octava Avenida. El estudio preparó a toda velocidad unos carteles con aspecto de boletín de noticias en tiempo de guerra y el titular «El Ejército tiene Casablanca… ¡y lo mismo le pasa a Warner Bros!». Los anuncios preguntaban: «¿Cómo? ¿No ha visto Casablanca más que una vez?» Y aquello sólo fue el principio.

El estreno nacional de Casablanca se celebró el sábado 23 de enero de 1943 en doscientos cines a la vez. Si Warner Bros, decidió estrenar en enero fue, en parte, porque esta estratagema les permitía entrar en la liza de los Oscar de 1943 y no en los de 1942. La razón: La señora Miniver. En diciembre de 1942, la película de William Wyler era la candidata mejor situada para los premios de la Academia de ese año, y los directivos de la Warner prefirieron no enfrentarse a ella. [36]

El domingo 24 estalló la gran noticia: el presidente norteamericano Roosevelt y el primer ministro británico Winston Churchill estaban reunidos en Casablanca desde el día 14. Los directivos de la Warner volvieron a plantearse la posibilidad de introducir algún añadido apropiado en su película. Sin embargo, los resultados de taquilla que ya empezaban a aterrizar sobre las mesas de Burbank les disuadieron de su intención: los ingresos sobrepasaban a las previsiones en un cincuenta por ciento. En los meses posteriores a su estreno, Casablanca cosechó un éxito de público sin precedentes. En Nueva York batió récords de taquilla. En Los Ángeles recaudó 225.827 dólares en sus diez semanas de exhibición, suma considerable por aquel entonces. Y en otras ciudades del país, muchas salas exhibieron la cinta durante dos o incluso tres semanas, o retiraron otros títulos para programar la obra maestra de Michael Curtiz. [37]

Algunas personas reconocieron haber visto la película más de una vez, y en algunas salas los espectadores se levantaban de sus butacas en la escena de la interpretación de “La Marsellesa” y cantaban o tarareaban la melodía. [38] Con la réplica en que Rick advierte a Strasser de que hay algunos barrios de Nueva York que no sería conveniente invadir, el respetable se moría de risa. Y cuando Strasser muere al final, el público prorrumpía en vítores. La Warner llegó a recibir hasta cinco mil cartas a la semana relativas a la película o a alguno de los miembros del reparto.

El estreno a nivel nacional no llegó hasta el siguiente enero. Los costes de las copias, marketing y promoción sumó otros 150.0000 dólares al presupuesto. Para cuando la película completó su primera proyección, se había llevado más de 900.000 dólares.

En España, el estreno de Casablanca se demoró hasta el 19 de diciembre de 1946, en el cine Callao de Madrid. Dos días más tarde, llegaría a Barcelona, concretamente al cine Tívoli. Los cuatro años transcurridos desde su realización dieron margen suficiente a los censores para eliminar toda referencia al pasado de Rick en la Guerra Civil de España. Un ejemplo: el guión original dice que Rick ha luchado junto a los republicanos. La censura franquista lo transformó en «luchó contra la anexión de Austria». En Italia también hicieron de las suyas: se suprimieron las escenas en que aparecían italianos al servicio de soldados alemanes.

El estreno de Casablanca marcó el comienzo de una hermosa amistad entre la película y su público, entre la película y sus críticos, entre la película y Hollywood. Desde el primer día de exhibición en Nueva York, la Warner explotó a fondo su oportuno título y los elementos de actualidad contenidos en su historia.

Las críticas crearon una atmósfera tan festiva como la de la gala de estreno, pero, desmintiendo la leyenda, no todo fueron parabienes. Las más positivas fueron las de la prensa del sector, que respondieron favorablemente a las posibilidades comerciales del producto que analizaban. Los comentarios hicieron hincapié en la oportunidad de su estreno, que había convertido a Casablanca en la historia más actual del año. La reseña de “The Hollywood Reporter” comienza así: «Este es un drama que le levanta a uno de su asiento. La suerte de la Warner, que ha contado con la ayuda de la Historia para poner el nombre de Casablanca en boca de todo el mundo, llevará sin duda al éxito a esta producción de Hal Wallis».

La crítica del “Daily Variety” arranca en términos parecidos: «Por un curioso guiño del destino, la Historia se ha aliado con esta película situada en el Marruecos francés. La oportunidad de su estreno le asegura una gran acogida pública». Un comentario publicado en una edición posterior de “Variety” comienza diciendo así: «Casablanca conquistará las taquillas de América tan rápida y certeramente como los aliados conquistaron el Norte de África».

Entre las publicaciones diarias, la reseña de Bosley Crowther en el “New York Times”, fue, quizá, la más alentadora: «Los Warner tienen entre manos una película que conmueve hasta la médula y sobresalta el corazón del espectador. Porque el estudio de Bogart ha vuelto a envolver una tierna historia de amor entre los pliegues de un tema de candente actualidad, como ha hecho con los últimos filmes de su actor».

Howard Barnes, del “New York Herald Tribune”, también notó la oportunidad de la historia que se narraba, pero dejó claro que ésta no era la única virtud de Casablanca: «Buen guión, un reparto brillante y un hábil trabajo de dirección hacen de Casablanca un entretenimiento excepcional y un documento de gran valor. Casablanca es una película oportuna. Pero también es una película excelente».

Una crítica aparecida en un número posterior de esta misma publicación, aunque favorable en general, refleja la actitud desdeñosa que tomaron algunos de los críticos más sesudos respecto al filme. El comentario, que no lleva firma, describe el argumento como «melodrama descarado» y describe la historia de amor como «emotiva, pero sensiblera en ocasiones». Examinada más de cerca, se observa en la crítica de Bosley Crowther una actitud recurrente en la prensa generalista: Casablanca era un entretenimiento trepidante, pero había sido concebida como tal. Hasta los defensores más acérrimos de la cinta en el círculo crítico de Nueva York la veían como un mero producto, una mercancía producida por una de las fábricas cinematográficas más importantes del mundo. Y, como tal, la consideraban inferior a las artísticas creaciones de directores tan independientes como Orson Welles y John Ford.

La prensa semanal y mensual fue menos complaciente. A Phillip Hartung, del “Commonweal”, le pareció una película entretenida, pero consideró que no alcanzaba el nivel de «pecaminosidad y color local» de Argel, no siendo, por lo tanto, digna de figurar en primera categoría.

David Lardner, de “The New Yorker”, no se complicó la vida: «No alcanza el nivel de Across the Pacific, la última de espías de Bogart, [pero] es bastante tolerable». Además, fue el único crítico que consideró una desventaja la oportunidad del estreno en relación con la actualidad internacional: «Sin pararse a considerar la atención que pueda robar a las fuerzas armadas, la Warner ha estrenado una película llamada Casablanca».

El comentario más virulento fue el de James Agee, en “The Nation”. Agee no mencionó la película hasta un artículo de febrero de 1943, en el que se maravillaba de la fama de «gran melodrama» que estaba adquiriendo Casablanca. Con todo lo que había disfrutado la película y la interpretación de Ingrid Bergman, Agee pensaba que el guión era un poco previsible, sobre todo los diálogos de Claude Rains. Además, consideró que el trabajo de dirección era demasiado «recargado». «Curtiz sigue pensando, acertadamente, como un director de los años veinte: considera que las cosas no deben parar de moverse, incluida la cámara; pero la cámara no debe moverse sólo por los motivos con que lo haría una bailarina oriental».

Pero lo cierto es que ni los críticos más hostiles podían negar a la película su calidad como producto de entretenimiento. Además, todos los comentaristas alabaron los trabajos de Bogart, Bergman y Dooley Wilson (aunque Agee tuvo que reconocer que no recordaba el nombre de Wilson). Casi todos ellos mencionaron la única escena que nunca dejaba de conmover a los espectadores: aquella en que las estrofas de “La Marsellesa” ahogan el “Watch am Rhein” interpretado por los alemanes.

TRES VECES DORADA

Con la crítica tan presta a despachar a Casablanca como un producto tan entretenido como intrascendente, no es de extrañar que la película apenas fuera mencionada en las votaciones de los premios de la Crítica de Nueva York. Humphrey Bogart quedó muy por detrás de James Cagney, que ganó el premio por Yanqui Dandy, mientras que Agnes Moorehead dominó la categoría de Mejor Actriz con El cuarto mandamiento (Bergman sólo se llevó un voto); igualmente, Michael Curtiz recibió un único voto en la lid de mejor director, en la que venció John Farrow con Wake Island. Por si fuera poco, Casablanca no obtuvo un solo voto en la categoría de Mejor Película, que fue a parar a una cinta de Noël Coward sobre la Marina inglesa, Sangre, sudor y lágrimas.

Pero los resultados de taquilla suponían una buena compensación. La actualidad del título y un boca a boca imparable atrajeron multitudes a las taquillas de Nueva York. La revista “Variety” calculó que los ingresos de la primera semana alcanzarían los 37.000 dólares (con la entrada a un precio máximo de 1,25 dólares), un récord para la historia del Hollywood Theatre. Al cabo de diez semanas, Casablanca había recaudado 255.000 dólares sólo en esta sala.

El 23 de enero de 1943, cuando la cinta se estrenó en Los Ángeles y otras ciudades de Estados Unidos, la prensa comenzó a informar sobre una cumbre en la que Franklin Roosevelt y Winston Churchill estaban planeando la invasión de Europa. ¿Y dónde se celebraba la reunión? En Casablanca, por supuesto. Esta circunstancia contribuyó a que en la primera temporada de explotación, la recaudación alcanzara los 3,7 millones de dólares, una cifra que, frente a un coste de 950.000 dólares aproximadamente, aseguraba un buen margen de beneficio.

El calendario de estreno elegido hizo que la Academia de las Artes y las Ciencias Cinematográficas incluyera a Casablanca en la selección de 1943, cuyos premios no se proclamaron hasta principios de 1944. Para entonces, la primera explotación de la película ya estaba casi agotada, pero Casablanca había cosechado un éxito tal que se hizo con ocho candidaturas al Oscar: Mejor Película, Actor (Bogart), Actor Secundario (Rains), Director, Guión, Fotografía, Música y Montaje. Bergman fue candidata al premio a la Mejor Actriz… por ¿Por quién doblan las campanas? A los demás actores se los pasó por alto, lo mismo que al director artístico, Carl Jules Weyl. Perc Westmore y Orry-Kelly no podían concurrir porque en aquellos años aún no había categoría de Maquillaje ni Vestuario.

Casablanca no tenía muchas papeletas para ganar. Bogart estaba convencido de que el Oscar al Mejor Actor iría a parar a manos de Paul Lukas, nominado por un papel que ya había interpretado en los escenarios, en Watch on the Rhein. De hecho, Bogie pensaba votar a su colega.

La competencia por el premio a la Mejor Película era en verdad amedrentadora, aunque hoy día ninguno de estos títulos podría disputarle su lugar entre los clásicos. Se trataba de ¿Por quién doblan las campanas?, El diablo dijo no, Sangre, sudor y lágrimas, The Human Comedy, Madame Curie, El amor llamó dos veces, The Ox-Bow Incident —que había arrebatado a Casablanca el premio a la Mejor Película de la Crítica Nacional—, La canción de Bernadette y Watch on the Rhine —ganadora del Premio de la Crítica de Nueva York a la Mejor Película de 1943—.

Entre estos títulos, las apuestas se inclinaban por La canción de Bernadette. Este drama religioso producido por la 20th Century-Fox, sobre una niña que ve a la Virgen en la Francia del siglo XIX, se había convertido en la producción de prestigio de la temporada y se había alzado con doce nominaciones, el mejor resultado del año. Además era uno de los títulos de más reciente estreno de los contendientes. En 1943, esta circunstancia ya se veía como una ventaja.

El 2 de marzo de 1944, la flor y nata de Hollywood se dio cita en el Grauman’s Chínese Theatre para celebrar los resultados de la votación. A nadie sorprendió que Dinah Shore entregara el Oscar a la Mejor Música a Alfred Newman por La canción de Bernadette, y no a Max Steiner por Casablanca. La estatuilla del mejor montaje fue a otro título de la Warner, Air Force; y Rosalind Russell anunció que el premio a la Mejor Fotografía había sido otorgado a La canción de Bernadette.

Además, esta cinta de la Fox se llevó el galardón a la mejor Decoración de Interiores.

Entonces vino la primera sorpresa de la velada, cuando el novelista James Hilton anunció el ganador del premio al Mejor Guión. Casablanca arrebató la estatuilla a La canción de Bernadette. Aunque a estas alturas nadie sabía quién había escrito qué —y pese a los cuatro guionistas no acreditados—, Julius y Philip Epstein y Howard Koch aceptaron encantados (y estupefactos) el honor.

La segunda sorpresa llegó cuando se pronunció el nombre de Michael Curtiz en la categoría de mejor director. El cineasta húngaro ni siquiera había preparado un discurso de aceptación. Al subir al escenario, Curtiz, traicionado por su sorpresa, se embarcó en una impagable exhibición de creatividad idiomática: «Tantas veces tuve preparado un discurso y nada de nada. Siempre dama de honor, nunca una madre. Ahora gano y no tengo discurso». Su mal inglés era apropiado para una película donde sólo Bogart y Dooley eran de origen americano.

Como era previsible, Claude Rains perdió el Oscar al Mejor Actor Secundario por culpa de Charles Coburn (El amor llamó dos veces), y Humphrey Bogart vio como Paul Lukas recogía la estatuilla de Mejor Actor. Hasta Ingrid Bergman perdió la reñida liza por el galardón de la Mejor Actriz, concedido a Jennifer Jones por La canción de Bernadette.

Pero el premio más esperado de la velada provocó la tercera sorpresa de la noche: Casablanca se alzó con el galardón a la mejor película. Cuando se anunció el título ganador, al aplauso correspondiente precedió un grito ahogado. Jack Warner se precipitó hacia el podio. El verdadero productor de la película, Hal Wallis, pudo consolarse con el premio especial Irving G. Thalberg, que recogió por segunda vez en su carrera en reconocimiento de su carrera como productor.

Para el “Daily Variety”, la explicación de la inesperada victoria de Casablanca era sencilla. Como la película se había estrenado más de un año antes de la votación, casi todos los votantes la habían visto, incluidos los extras, que en aquella época también tenían voto en la designación de la Mejor Película. La canción de Bernadette, en cambio, aún se exhibía en provincias a precios altos, dificultando su acceso a muchos miembros de la Academia, sobre todos a los extras. Y los miembros están obligados, bajo juramento, a otorgar su voto únicamente a los títulos que hayan visto.

Tras ganar el Oscar a la Mejor Película, Casablanca volvió a las carteleras durante una breve temporada, pero no tardó en pasar a la reserva. La cinta se estrenó en París en la segunda mitad de 1945, pero no tuvo éxito. Gran parte del pueblo francés aún sentía respeto por el mariscal Petain y su ya difunto gobierno de Vichy, y no apreció el modo en que el régimen colaboracionista aparecía representado en la película.

Francia no fue el único país que de entrada rechazó Casablanca. Los suecos y los alemanes empuñaron con ahínco las tijeras censoras; en el país teutón se estrenó al año siguiente, pero, en acatamiento de las nuevas leyes antinazi, la película perdió toda referencia al comandante Strasser y a los nazis. En 1946, el público estaba cansado de la guerra, y los estudios respondieron a la nueva corriente olvidando el conflicto en sus nuevas producciones. Otros títulos ya explotados también se vieron afectados: en nuevos reestrenos no suscitaron mucho interés. Casablanca corrió la misma suerte.

Entre la taquilla y los Oscars, lo normal es que todos cuantos participaron en Casablanca hubiera quedado contentos con los resultados. Esa hubiera sido la reacción más lógica en cualquier parte del mundo. Pero Hollywood no es cualquier parte del mundo.

El lanzamiento de Hal Wallis como productor independiente le había permitido realizarse profesionalmente y producir cintas estupendas, pero los resquemores entre él y Jack Warner aún no se habían disipado. La relación entre ambos cineastas había comenzado a deteriorarse tras la publicación de una entrevista con Wallis, el 23 de noviembre de 1943, en la que el nombre de Jack Warner no era mencionado ni una sola vez.

Enfurecido, Warner advirtió por escrito a Wallis que no iba a permitir que se adjudicara todo el mérito de las películas que hacía en su estudio. Más tarde advirtió a su director de publicidad de que era capaz de denunciar a todos sus productores, amenaza que Wallis recibió en persona. No hubo más enfrentamientos hasta la noche gloriosa del 2 de marzo de 1944 en el Grauman’s Chínese Theatre.

Ese día, durante la ceremonia de entrega de los Oscar, ocurrió un desgraciado incidente que acabó definitivamente con la precaria relación que mantenían Jack Warner y Hal Wallis. Cuando se anunció que Casablanca había ganado el premio a la Mejor Película, Warner y Wallis se alzaron simultáneamente de su asiento para subir a recoger la estatuilla. Jack llegó el primero al escenario. Hal aseguró más tarde que, cuando se alzó de su butaca, los parientes de Warner le obstaculizaron el paso hacia el pasillo. El productor se subía por las paredes. Más tarde, Wallis pidió a Warner que le diera el Oscar, pero éste no accedió, y ni siquiera le permitió que posara con la estatuilla. La prensa dio cumplida cuenta de la ruptura entre ambos cineastas.

El 4 de abril, Warner Brothers rescindió el contrato de Wallis escudándose en un tecnicismo. Pero el pulso no terminó ahí. El estudio envió a Wallis una factura de siete mil dólares por el material fotográfico instalado en su casa a lo largo de los años. Y años después, cuando Jack Warner escribió su autobiografía, sólo mencionó a Wallis en una ocasión, llamándole además “estúpido”. Casablanca recibía el mismo tratamiento en el volumen: sólo era citada una vez.

Wallis acabó entrando en la Paramount, donde permaneció y prosperó por espacio de dos décadas. Aunque Jack Warner apenas le dirigió la palabra desde entonces, Hal siguió dando lustre a su historial de productor independiente. Fue el impulsor de carreras como las de Kirk Douglas, Burt Lancaster, Lizabeth Scott, Dean Martin y Jerry Lewis, Shirley MacLaine, Charlton Heston, Elvis Presley y Genavieve Page, y Genevieve Bujold, y productor de títulos como The Strange Love of Martha Ivers (1946), Voces de muerte (1948), La rosa tatuada (1955), Duelo de titanes (1956), Verano y humo (1961), Becket (1964), Valor de ley (1969) y Ana de los mil días (1969).

Casablanca resultó providencial para las carreras de casi todos los miembros de su equipo. Con este título en su curriculum, Michael Curtiz se convirtió en el director más taquillero de Hollywood y en el quinto empleado por sueldo de la Warner. Los Epstein también fueron muy elogiados por su trabajo y la Warner les ascendió a la categoría de productores.

Más provecho aún sacó la pareja protagonista. El éxito de la película convirtió a Humphrey Bogart en uno de los galanes más famosos de la pantalla, para sorpresa del propio interesado. Fiel a esa imagen cínica y práctica que se había creado ante la prensa, el actor afirmó lo siguiente: «Yo no he hecho nada que no hubiera hecho antes. Pero cuando la cámara enfoca la cara de Ingrid Bergman, y ella dice que te quiere, cualquiera podría parecer romántico». El estreno de Casablanca elevó a Bogart al escalón más alto de la Warner Brothers.

La enorme repercusión de la cinta también cogió por sorpresa a Ingrid Bergman. Durante el rodaje, a la actriz le irritaba tanto el hecho de no disponer de un guión definitivo y su interés por ¿Por quién doblan las campanas? distraía hasta tal punto su atención, que fue incapaz de apreciar los méritos de la que a larga sería la obra más popular de su filmografía. En su primera temporada de exhibición, Bergman sólo vio Casablanca en una ocasión.

En los años setenta, la actriz sueca fue invitada a disertar sobre la película en el British Film Institute. Pero Ingrid no sabía qué decir y por lo tanto no preparó comentario alguno. Prefirió ver la cinta con los espectadores y contestar a sus preguntas a continuación. Tres décadas después, Casablanca fue una revelación para ella. Nunca se había dado cuenta de lo bien que estaba hecha aquella película. Cuando subió a la tarima de oradores y dijo «¡Qué buena era!», la sala se vino abajo.

Aunque Bergman no apreciara los méritos de la película, sí que recogió los frutos de su éxito. La actriz esperaba que ¿Por quién doblan las campanas? aumentara su cotización de taquilla, pero fue Casablanca la que obró el efecto, convirtiéndola, según una encuesta de 1943, en la tercera actriz del momento en popularidad. Su carrera cobró un nuevo ímpetu y los productores, para regocijo de David O. Selznick, la inundaron de ofertas.

Paul Henreid, en cambio, vio confirmados sus peores temores: Casablanca no tuvo un efecto positivo sobre su carrera. Aunque no es fácil determinar qué es lo que le impidió alcanzar las primeras filas del estrellato, sí podemos afirmar que el papel secundario desempeñado en el filme de Michael Curtiz contrarrestó el ímpetu que había cobrado su carrera con Joan of París y La extraña pasajera.

Casi todos los demás miembros del reparto de Casablanca sacaron provecho de su participación en aquel éxito sorpresa. Aunque para actores como Claude Rains, Sydney Greenstreet y Peter Lorre, ya demasiado asentados en el studio system, la película no tuvo un efecto determinante sobre sus carreras. Peor suerte tuvo Conrad Veidt, que no vivió para disfrutar del éxito del filme. Tras completar sólo un rodaje más, el de Above Suspicion, otra historia de guerra en la que era enemigo de la agente secreto Joan Crawford, Veidt falleció a la edad de cincuenta años, coincidiendo con el estreno nacional de Casablanca.

El actor secundario que en mayor grado se ganó las simpatías del público fue Dooley Wilson. Cuando la cinta se estrenó, el actor recibió aviso de la Warner para que acudiera a recoger las cartas de sus admiradores. Recibía cinco mil a la semana, más que Clark Gable, el rey de la taquilla en la MGM. Pero Hollywood no supo qué hacer con un actor-cantante negro que rozaba los sesenta años. Aunque la canción “As Time Goes By” había vuelto a ponerse de moda, un problema con el Sindicato de Músicos impidió a Wilson editar su versión del tema (en aquellos tiempos no se editaban las bandas sonoras de las películas). Después de Casablanca, Wilson interpretó un sustancioso papel secundario en un musical negro, Stormy Weather, pero los fans quedaron defraudados con su intervención, más breve, en Higher and Higher, el primer vehículo protagonizado por Frank Sinatra.

Tras encarnar a otros personajes igualmente estereotipados, Wilson regresó a Nueva York y al circuito de los night-clubs. Cuando se presentó en el local que le había empleado en el pasado, el gerente le preguntó que dónde quería que pusieran su piano. Wilson tuvo que explicarle que en Casablanca no tocaba él y que lo único que sabía hacer era cantar. En 1944, intervino en el estreno del musical de Harold Arlen “Bloomer Girl” en Broadway. Era un papel secundario, pero las críticas fueron buenas y los espectadores aplaudieron con entusiasmo las canciones “The Eagle and Me” y “I Got a Song”. Wilson siguió interviniendo en nuevos montajes de la misma obra hasta su muerte, en 1953.

En el otro extremo de la balanza se situó Leonid Kinskey, que acabó desengañado de Hollywood y a finales de los años cuarenta dejó el cine para dedicarse a otras actividades, aunque regresó a la industria a mediados de los cincuenta. Tampoco tuvo mucha suerte, Madeleine Le Beau, quien viendo que su carrera en Hollywood no iba a ninguna parte, se trasladó a Inglaterra en 1949 y trabajó en Cage of Gold (1950).

Ir a la siguiente página

Report Page