Casablanca

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9. Los hijos de Casablanca

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Capítulo 9

LOS HIJOS DE CASABLANCA

El 5 de marzo de 1942, después de la ceremonia de los Oscar, Humphrey Bogart empezó a rodar su nuevo proyecto en la Warner Brothers, Tener y no tener (1945), basada en una novela de Ernest Hemingway. Su oponente femenina era una debutante, una joven de diecinueve años llamada Lauren Bacall, con la que más tarde contrajo matrimonio. En la película participaban otros dos actores de Casablanca, Marcel Dalio y Dan Seymour. Era otra historia de guerra situada en otra exótica colonia francesa controlada por Vichy, en esta ocasión la isla caribeña de Martinica. Bogart volvía a interpretar a una americano expatriado que lucha contra los nazis y contra las sabandijas fieles a Vichy. El parecido con Casablanca no era mera coincidencia. Pero la historia no había hecho más que comenzar.

En Burbank, Jack Warner nadaba en el oro de las taquillas de Casablanca y se regocijaba con los parabienes de la crítica. Las revistas de cine y los periodistas de sociedad se entretenían hablando de la película y propagaron rumores de toda especie. La Warner no se molestaba en acallarlos. Uno de ellos afirmaba que el filme era una parodia de la relación entre el presidente Franklin Roosevelt y el primer ministro Winston Churchill. Rick era Roosevelt y vivía en una casa blanca, y Laszlo era Churchill, un europeo listo y mundano que intenta ganarse a Roosevelt para la causa… y lo consigue, puesto que al final de la película Rick se une a la Francia Libre.

En los medios de comunicación —y en el estudio— también se hablaba sobre la posibilidad de una secuela. La Warner alentaba estos rumores. En el estudio y en la prensa circulaba un título en concreto: Brazzaville. El primer anuncio llegó poco después del estreno nacional. El proyecto se proponía narrar las aventuras de Rick y Renault después de unirse a la Francia Libre en Brazzaville. El estudio dio fuelle a las habladurías insinuando que en esta segunda parte volverían a aparecer Bogart y Greenstreet, y también Geraldine Fitzgerald como enfermera de la Cruz Roja. Y si Bergman reaparecía en la piel de Ilsa, miel sobre hojuelas.

En los archivos no consta ningún guión ni resumen de Brazzaville, pero sí una sinopsis de diez páginas de una secuela sin título, escrita por el guionista Frederick Stephani, responsable de la serie de Flash Gordon para la Universal.

En esta versión, Renault y Rick vuelven al café después de llevar a los Laszlo al aeropuerto. Allí, un grupo de oficiales alemanes exigen la detención de Rick. Sabiendo que la invasión aliada es inminente, Renault intenta ganar tiempo (toda una hazaña, si tenemos en cuenta que la invasión tuvo lugar un año después de los acontecimientos narrados en Casablanca; en esta segunda parte, sin embargo, el lapso es sólo de seis horas).

Cuando los aliados asumen el mando en Casablanca, Rick se convierte en una especie de héroe local. A petición de los aliados, Rick viaja a Tánger para descubrir a una banda de saboteadores responsable del hundimiento de unos barcos norteamericanos que llevaban material de guerra a Rusia y Turquía. Rick parte justo en el momento en que Ilsa, ahora convenientemente enviudada, vuelve a Casablanca en su busca.

En Tánger, Rick se infiltra en el consulado alemán haciéndose pasar por traficante de visados ilegales. También conquista el afecto de una espía alemana llamada María. Pero cuando ya va a poner las manos sobre los saboteadores aparece Ilsa, precipitando una crisis que se resuelve cuando María sacrifica su vida para salvar a Rick. La banda de saboteadores queda desmantelada y Rick e Ilsa parten rumbo a Estados Unidos.

Huelga decir que la reacción de la Warner no fue de entusiasmo desbordante. Hal Wallis remitió la sinopsis a varios guionistas para que opinaran. La única respuesta que se conserva en la University of Southern California es la de Frederick Faust, conocido por los aficionados a la literatura del Oeste por su nombre artístico, Max Brand.

Faust observó, con razón, que al situar la acción en un momento posterior a la liberación de Casablanca y al convertir a Rick en agente aliado, éste queda privado de su condición de marginal. Faust también pensaba que el cambio de escenario, con la desaparición de Casablanca, decepcionaría a los fans de la primera parte, que seguramente acudirían a las salas de cine en busca de otra dosis de la atmósfera original.

Con buena perspectiva temporal, Faust propuso situar la acción en los prolegómenos del desembarco aliado, lo que permitiría hacer que Rick se hallara operando en la clandestinidad para facilitar la invasión. El triángulo entre Rick, Ilsa y la espía alemana podía conservarse, dejando muy claro que Rick desea estar con Ilsa, aunque el deber le obligue a mantener su relación con la otra dama. Cuando los aliados desembarcaran por fin, Rick comprendería que sigue siendo un marginal (por el inexplicado delito que le obligó a salir de Estados Unidos) y que es momento de pasar a otra cosa. «Si hace falta un final feliz», terminaba Faust, «Rick se puede llevar a Ilsa con él».

Las propuestas de Faust tenían muchas más posibilidades de éxito que el resumen inicial, pero el plan no estaba destinado a llevarse a cabo. El destino de la segunda Casablanca no fue decidido por ningún elemento de la Warner Brothers, sino por David O. Selznick.

En aquellos tiempos se consideraba que las secuelas eran productos de segunda categoría. Por ello, Selznick decidió que el estreno de otro Casablanca no tenía por qué redundar en beneficio de la carrera de Ingrid Bergman. El 17 de abril de 1943, una comentarista de sociedad de la prensa neoyorquina anunció que aquel productor independiente había informado a la Warner de que no cedería a Bergman para una segunda parte de Casablanca.

La Warner consideró por un momento la posibilidad de emparejar a Bogart con Geraldine Fitzgerald en una secuela sin Ilsa, aunque abandonó inmediatamente el proyecto. Afortunadamente, porque Casablanca sin Ingrid Bergman no hubiera sido lo mismo. Al público, sin embargo, no se le informó así. El estudio quería que se siguiera hablando de la secuela.

En el mes de mayo, la Warner anunció que un guión que tenían en preparación, The Conspirators, estaba siendo adaptado como segunda parte de Casablanca. En cierto modo lo fue, aunque sin Bogart ni Bergman. Paul Henreid y Hedy Lamarr interpretaban los papeles protagonistas, y Sydney Greenstreet y Peter Lorre encarnaron a los personajes secundarios. Max Steiner compuso la partitura. The Conspirators era la historia de un líder de la resistencia holandés (Henreid) que, establecido en Lisboa, desbarata los planes de una banda nazi que participa en una conspiración internacional contra los aliados. Se estrenó en 1944, pero las críticas no fueron muy entusiastas.

Aunque The Conspirators empezó a rodarse en 1943, el estudio siguió alentando los rumores relativos a otras posibles secuelas por motivos publicitarios. Se decía que Hal Wallis andaba buscando una historia. Cuando la película se retiró de las carteleras, la prensa perdió interés por el tema. Pero con el tiempo resurgieron los rumores…

Si Casablanca ha funcionado tan bien en las taquillas, y no hay posibilidad de rodar una secuela, ¿por qué no intentar repetir el éxito con otra película que se le asemeje? Esa parecía ser la nueva consigna de Hal Wallis, que había puesto los ojos sobre la novela “Men Without Country”, de Charles Nordhoff y James Norman Hall, otra historia basada en la oposición entre la Francia libre y la de Vichy.

La Warner y Wallis hicieron todo lo posible para que la nueva película, Pasaje para Marsella, reprodujera lo más posible la magia de Casablanca: se encargó la realización al mismo director, Michael Curtiz; en el guión intervino Casey Robinson; la música corrió a cargo de Max Steiner; en el montaje repitió Owen Marks y Humphrey Bogart encarnó al personaje protagonista, un periodista antinazi que, condenado a la Isla del Diablo, dirige un plan de huida que ha de permitirle sumarse al esfuerzo aliado. La trama no se centra en los motivos que impulsan al protagonista a pasar a la acción; al contrario, Bogart es el hombre que da ejemplo al resto de los fugitivos, que en los últimos minutos terminan uniéndose a él en contra de los alemanes.

El reparto se completó con otros actores de Casablanca: Claude Rains, Sydney Greenstreet, Peter Lorre, Helmut Dantine e incluso Corinna Mura. Además, la película contaba con tres intérpretes que habían sido candidatos a ingresar en el reparto de Casablanca: Michelle Morgan, que por fin tenía sus escenas de amor junto a Bogie, Phillip Dorn y George Tobías.

Rodada en los últimos meses del año 1943, la Warner aguantó el estreno hasta 1944 con la esperanza de que el desembarco del Ejército aliado en el Sur de Francia fuera tan beneficioso para la taquilla de Pasaje para Marsella como el de la invasión norteafricana lo había sido para Casablanca. Pero los aliados se decidieron por Normandía. Pese a este contratiempo, la película fue un éxito, aunque no de la magnitud del cosechado por su predecesora.

En 1946, los Hermanos Marx parodiaron el cine de intrigas internacionales con Una noche en Casablanca, protagonizada por una banda de espías nazis que operan desde un hotel-night club. La película contaba incluso con la actuación de Dan Seymour, el árabe guardaespaldas de Rick.

Jack Warner ordenó a sus abogados que hicieran desaparecer la palabra “Casablanca” del título del filme. Pero lo único que consiguió el magnate fue recibir una serie de injuriosas cartas firmadas por Groucho. El cómico empezaba por inquirir si acaso la ciudad pertenecía en exclusiva a la Warner Brothers, y seguía preguntándose si Jack pensaba que el espectador medio era incapaz de distinguir a Ingrid Bergman de Harpo Marx. A continuación acusaba al estudio de su propio delito de usurpación de derechos: «Supongo que tiene derecho a utilizar el nombre de Warner, pero ¿en cuanto a Brothers [Hermanos]? Profesionalmente hablando, nosotros éramos hermanos mucho antes de que lo fueran ustedes».

Cada vez que los abogados escribían a Groucho con la intención de averiguar si el argumento de la película estaba copiado de Casablanca, el cómico contestaba con sinopsis cada vez más desconcertantes, verbigracia, una en la que «Harpo se casa con una detective del hotel. Chico dirige un criadero de ostras. La chica de Humphrey, Bordello [Burdel], pasa sus últimos años en una casa Bacall».

Warner acabó por capitular, pero Groucho no había acabado de tomarle el pelo. Cuando la Warner anunció el estreno de una biografía de Cole Porter titulada “Noche y día”, Groucho le acusó de plagiar el título de dos películas de los Marx: Una noche en la ópera y Un día en las carreras.

Entre finales de los años cuarenta y principios de los cincuenta, mientras otras películas se hundían en el olvido, Casablanca seguía saliendo a relucir. Cuando en 1948 se estrenó Cayo Largo, con Humphrey Bogart y Lauren Bacall, la nueva cinta no fue comparada con otros títulos protagonizados por el matrimonio de estrellas, sino con Casablanca. Además, se convirtió en una de las “películas antiguas” mejor acogidas por el público televisivo. La Warner tomó nota y volvió a distribuir la película para su reestreno en salas, con buenos resultados de taquilla.

En 1951, Julius J. Epstein se lanzó a la búsqueda de inversores dispuestos a montar un Casablanca musical en Broadway. A la Warner no le hizo gracia la idea y negó al guionista los derechos de adaptación. El 7 de febrero de 1952, a la edad de 42 años, Philip Epstein murió de cáncer. Era el segundo miembro del equipo de Casablanca que pasaba a mejor vida. Conrad Veidt había fallecido en 1943. A partir de este momento, Julius escribió en solitario.

En 1967, el estudio fue vendido a Seven Arts Corporation y Jack Warner se embolsó 32 millones de dólares. En los años siguientes, la compañía cambió de manos en varias ocasiones.

Julius Epstein quiso aprovechar este cambio de manos para, por tercera vez, intentar montar Casablanca en los escenarios. Unió sus esfuerzos con el compositor Arthur Schwartz y el letrista Leo Robin y entre todos escribieron un musical basado en la película. En una escena, Rick y Sam cantan una canción juntos, y en otra, un grupo de refugiados que van a embarcar en un avión rumbo a Lisboa cantan un tema sobre la ruta hacia Estados Unidos, en el que se preguntan si será éste un lugar al que valga la pena ir. Seven Arts no se dejó conmover y acabó con las esperanzas de Epstein.

Sin necesidad de secuela, Casablanca se perpetuó a base de reposiciones y adaptaciones en otros medios. El 26 de abril de 1943, Humphrey Bogart, Ingrid Bergman y Paul Henreid volvieron a interpretar sus papeles en un programa de radio de la CBS, “Screenguild Players”. Ésta era una práctica habitual en aquellos tiempos. Había muchos espacios de estas características dispuestos a dar un poco de publicidad gratuita a los estudios de cine y a sus estrellas. Pero el auténtico resurgimiento de Casablanca llegó con la introducción de la televisión.

La Warner fue uno de los pocos estudios que se introdujo en el nuevo medio, bien vendiendo sus películas a cadenas locales, bien produciendo para televisión. Su primera incursión en este formato fue una antología llamada “Warner Brothers Presents” que alternaba adaptaciones de tres películas de la Warner, Cheyenne, Kings Row y Casablanca.

La serie basada en Casablanca se estrenó en la cadena ABC el 27 de septiembre de 1955 a las 7.30 de la tarde. Rick fue rebautizado como Rick Jason, y su bar pasó a llamarse el Club American. Charles McGraw, ex-empleado de la RKO que había hecho un trabajo eficaz como varonil estrella de The Narrow Margin, encarnó a Rick, mientras que el reparto de secundarios destacaba por su relación con la película original. El actor francés Marcel Dalio, crupier del “Rick’s Cafe” en el primer Casablanca, ascendió al rango de capitán de policía (Renault). El corpulento Dan Seymour, que fuera “el joven Sydney Greenstreet”, heredó el papel de Ferrari. Y Clarence Muse consiguió por fin encarnar a Sam, el papel que en su momento perdió a manos de Dooley Wilson.

La acción de la versión televisiva transcurría en un momento posterior al de la película, enfrentando a Rick y Renault con los enemigos del momento: un grupo de espías comunistas. La serie también contenía una curiosa colaboración especial a cargo de Anita Ekberg, en la piel de una mujer sin nombre que “quizá” fuera Ilsa Laszlo (aunque la antigua Miss Suecia compartía tierra natal con Ingrid Bergman, su imagen estaba lejos de la luminosa pureza que ésta irradiaba). Pero ninguno de estos elementos consiguió atrapar a la audiencia, y sólo se filmaron ocho episodios de cincuenta minutos de duración. Casablanca y Kings Row desaparecieron de la programación después de una sola temporada, y en su lugar se estrenaron dos series del Oeste al estilo del único éxito de la antología, “Cheyenne”.

Después de la adaptación serializada, los ingresos totales obtenidos por el estudio a través de Casablanca habían subido a 6.819.000 de dólares. En su primera explotación había recaudado 3.015.000 de dólares.

Pero la televisión también cumplió la función de acercar la Casablanca original a las nuevas generaciones. Vendidos sus derechos a diversas cadenas de programación compartida a principios de los años cincuenta, la película se convirtió en un título tradicional de las programaciones de las cadenas locales. Su razonable metraje permite encajarla fácilmente en una emisión de dos horas y el nombre de las estrellas y de la misma producción suele garantizar buenos resultados de audiencia. De hecho, en un sondeo efectuado por la revista “TV Guide” en 1977, más de dos décadas después de su estreno televisivo, Casablanca se reveló como la película más vista y más repuesta de la historia de la televisión.

Ante tantas muestras de apreciación, era de esperar que la televisión decidiera dar una vuelta más a la historia de Casablanca. En 1983, la cadena NBC estrenó una serie cuya acción precedía a la narrada en el filme. David Soul, ex-protagonista de la serie “Starsky y Hutch”, era Rick; Héctor Elizondo era Renault, Scatman Crothers fue Sam y, antes de convertirse en Uno de los nuestros, Ray Liotta encarnó a un Sascha mucho más serio que el interpretado por Leonid Kinskey. Los guionistas situaron la acción en el periodo de junio de 1940 a noviembre de 1941, antes de que Ilsa y Laszlo llegasen a Casablanca.

«Nadie pretendía hacer una imitación», observó Elizondo en una entrevista reciente. «Recuerdo que las televisiones tuvieron que convencer a David Soul, que es tan íntegro, de que se quitara el bigote. Su intención era distanciarse de la imagen de Bogart. Nosotros queríamos hacer nuestro propio Casablanca».

«Lo más emocionante, aparte del hecho de que Casablanca forme parte de la historia del cine, era que el set y la mayoría de los accesorios que utilizábamos procedían del rodaje original. Por eso siempre andaba gente circulando por el plató, era un auténtico desfile de personas que venían a ver la película. Algunos habían trabajado en ella. De jóvenes, mi doble y su hermano trabajaron en ella como actores. Y claro, les daba mucha nostalgia acudir a aquel set todos los días y ver Casablanca surgir de nuevo ante ellos. Estábamos en 1983, pero ellos se encontraban en el ambiente que una vez les rodeó en los años cuarenta».

Pese al despliegue de medios y a la calidad de las interpretaciones, la chispa no prendió esta vez. La serie fue retirada de la programación al cabo de tres semanas. Dos años más tarde, Murray Burnett acudió a los tribunales para reclamar sesenta millones de dólares a la Warner Bros, por incumplimiento de contrato, apropiación y degradación de los valores de sus personajes. El demandante se acogía una ley federal que concede el retorno de los derechos de autor, previamente vendidos, al cabo de un cierto número de años. Dadas las distancias entre el proyecto vendido por Burnett y Allison —quien no participó en el litigio por encontrarse enferma— y la serie de televisión llevada a cabo por la Warner, los jueces dieron la razón a la famosa productora.

Pero aún hay más. En aquella época, la televisión ya había empezado a investigar una técnica que permitía teñir de color las cintas de vídeo en blanco y negro. Para algunos, esta idea era un sacrilegio. Para otros era una inversión bien prometedora. Cuando R. E. “Ted” Turner adquirió las películas producidas por la Warner antes de 1950, el magnate de la televisión por cable se embarcó en un ambicioso programa de coloreado de los clásicos de su filmoteca, empezando por Yanqui Dandy, “intervenida” en 1986. Las películas se estrenarían en la TBS SuperStation, la emisora de Turner en Atlanta, y a continuación quedarían disponibles para su emisión en cadenas de programación compartida y para su explotación en vídeo: la intención era comercializarlas como novedad.

La comunidad de Hollywood puso el grito en el cielo. La industria del cine, con el Sindicato de Directores a la cabeza, organizó una protesta que impulsó al Congreso a investigar el asunto. Luminarias como James Stewart, Woody Allen, Martin Scorsese y Ginger Rogers se manifestaron en contra de la nueva técnica y compararon la campaña con un acto de vandalismo tan grave como sería pintarle bigotes a la Mona Lisa.

La consecuencia de las protestas fue la creación del National Film Registry, un listado de películas catalogadas como joyas nacionales, que como tales no podrían ser manipuladas sin un aviso añadido al inicio de la versión modificada. Como era de esperar, Casablanca fue uno de los primeros títulos incluidos en el Registro. En 1988, cuando Turner anunció su intención de colorear Casablanca, el Sindicato de Directores volvió a protestar, pero entonces la borrasca ya había amainado.

Al margen de la opinión que a cada uno le pueda merecer la tonalidad del nuevo Casablanca, lo cierto es que la técnica del coloreado abrió nuevos mercados a los clásicos del cine, principalmente el de las cadenas de televisión asociadas. Además, el proceso exigía la utilización de negativos en blanco y negro perfectamente impolutos, requisito que en muchos casos obligó a los técnicos a obtener negativos nuevos de películas que no habían sido restauradas desde hacía décadas. La empresa de Turner pudo así presentarse como heroína de la restauración de las cintas de su filmoteca y demostró uno de los beneficios de la técnica del coloreado.

Cuando la TBS SuperStation estrenó la versión coloreada de Casablanca el 9 de noviembre de 1988, algunos críticos de televisión, muchos de los cuales pensaban que la nueva técnica ya estaba madura, publicaron críticas favorables. Más tarde, esta emisión dio pie a uno de los mejores chistes de Gremlins 2, La nueva generación, cuando el personaje encarnado por John Glover, un magnate periodístico e inmobiliario basado en Donald Trump y Ted Turner, anuncia la presentación televisiva de Casablanca «a todo color y con final feliz».

En cuanto a la difícil tarea de enmendarle la plana a este inimitable clásico en tinta impresa corrió a cargo del escritor Michael Walsh, ex crítico musical de la revista “Time”, con una novela titulada “As Times Goes By. A Novel of Casablanca” (1999).

Según el autor, su objetivo fue responder a todas las incógnitas no aclaradas en la película. ¿Pudieron Ilsa y Victor Laszlo llegar a Lisboa y alcanzar la libertad en Estados Unidos? ¿Tendrá alguna vez Rick la oportunidad de reunirse con su amor imposible? ¿Qué fue de la hermosa amistad anunciada entre el capitán Renault y Rick sobre la pista del aeropuerto de Casablanca?

Walsh no sólo respondió a todos estos interrogantes, sino que incluso se atrevió a dotar de un pasado al protagonista de la historia. Así, nos enteramos de que Richard Blaine —Rick— se llama en realidad Yitzik Baline, que creció en Nueva York en el seno de una familia de origen centroeuropeo, y que antes de embarcar hacia el Viejo Continente formó parte de un grupo de gangsters judíos.

El problema es que la novela dejaba mucho que desear. Su calidad literaria era muy discreta y la historia no llegaba a atrapar al lector, ni siquiera al lector bien predispuesto. Resultado: pasó sin pena ni gloria y hoy nadie se acuerda, de ella.

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