Casablanca

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10. El culto de Casablanca

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Capítulo 10

EL CULTO DE CASABLANCA

En los años cincuenta, Humphrey Bogart seguía siendo una de las figuras predilectas de las revistas de cine, que de cuando en cuando hacían alusión a su papel en Casablanca. A principios de aquella década nadie mencionaba la película en relación con Ingrid Bergman: la actriz se había autoinmolado en el mercado norteamericano mediante su escandalosa unión con el director Roberto Rossellini, del que se había quedado embarazada cuando aún estaba casada con Peter Lindstrom. Bergman fue readmitida en la industria de Hollywood en 1955, el año en que protagonizó Anastasia.

Bogart no vivió para ver el nacimiento del culto Casablanca. En el libro “Round up the Usual Suspects”, Aljean Harmetz pone fecha al alumbramiento: 21 de abril de 1957, el día en que la película fue proyectada por primera vez en el Brattle Theater de Cambridge (Massachusets), uno de los muchos cineclubs universitarios creados en torno a aquellos años en los campus estadounidenses al amparo de la nueva moda del cine de reestreno. El Brattle estaba situado en las proximidades de la Universidad de Harvard. Cuando los gestores del Brattle empezaron a proyectar Casablanca, se llevaron una sorpresa muy agradable. Los estudiantes de Harvard atiborraron la sala y el Brattle prorrogó su exhibición durante una segunda semana.

El Brattle convirtió las temporadas de Casablanca en una tradición y al cabo del tiempo empezó a organizar “festivales Bogart”. La muerte de Bogart había obrado su efecto, sin duda. El actor se estaba convirtiendo en leyenda.

A partir de la década de los sesenta, la sala exhibió la película durante tres semanas al año, que generalmente se convertían en los días más concurridos de la temporada.

Los espectadores no se limitaban a ver la película. Muchos de ellos vivían su historia hasta tal punto que acudían a la proyección con vestuario de ambiente (gabardinas, sombreros de ala caída) y recitaban los diálogos de Rick cuando éste lo hacía. La cinta era tan popular que el bar que, cuando enfrente del cine apareció un café llamado el “Blue Parrot” (el Loro Azul), los gerentes del Brattle se apresuraron a abrir el “Club Casablanca” en el sótano de la sala.

En otras ciudades del país estaba sucediendo lo mismo. En Nueva York, muchas salas minoritarias batían récords de taquilla cada vez que pasaban el clásico de Michael Curtiz. En varios puntos de la nación estadounidense se celebraban festivales Bogart a los que los fieles acudían vestidos a la moda de Casablanca. Antes y después de la proyección se celebraban fiestas al uso.

Con el tiempo, la película alcanzó parejo nivel de popularidad entre el público francés. Como ya hemos mencionado, en el momento de su estreno en el país galo, después de la guerra, la cinta había fracasado, principalmente a causa de la imagen que ofrecía de la vida bajo la ocupación alemana. Los franceses preferían que les contaran sus historias de supervivencia en términos más metafóricos. Lo que el viento se llevó, por ejemplo, arrasó en las taquillas de París después de la contienda porque el público vio reflejado su propio drama en los esfuerzos de Escarlata O’Hara por construir un futuro mejor durante la Guerra de Secesión.

Con el tiempo, los franceses han aprendido a amar a Casablanca y a su estrella. Los personajes de Bogie, con su particular código moral, tuvieron gran calado en la tierra del existencialismo. En 1959, Bogart ya era una leyenda internacional. En Al final de la escapada, la película de Jean-Luc Godard que definió la Nouvelle Vague, Jean-Paul Belmondo se detiene frente a un póster de una película de Humphrey e intenta imitar a su ídolo.

El diccionario de la Real Academia define “clásico” como una obra «que se tiene por modelo digno de imitación». A finales de los años cincuenta, Casablanca se había hecho digna de esta definición. Cualquier persona con estudios sabía que “Casablanca” designaba una ciudad y una película. En todo el país norteamericano surgían locales llamados “Rick’s Cafe Americain”, “Rick’s Place”, “Rick’s Cafe” y “The Casablanca Cafe”. Algunos restauradores decoraban sus establecimientos inspirándose en el famoso bar ficticio de la Warner.

En los años sesenta siguió creciendo el culto, con el Brattle Theatre como meca de peregrinos. En 1964 acudieron al festival, que ya se había hecho anual, unas quince mil personas. Mientras, Casablanca se colaba en la escena norteamericana por los caminos más insospechados. En Ft. Lauderdale, Florida, un conocido capo mafioso se construyó una mansión llamada “Casablanca South”, y ya todo el mundo sabía lo que quería decir “Tócala otra vez, Sam”.

Desde entonces, siempre que alguien intenta hacer inventario de las películas más populares de todos los tiempos, Casablanca aparece invariablemente entre los primeros puestos. En 1972, un sondeo de la University of Southern California situó a la cinta de Michael Curtiz en el lugar número 18 de las películas más importantes de todos los tiempos, de las que se contabilizaron 53. En 1973, Casablanca volvió a la radio con el programa “Lux Radio Hour”, que contó con numerosos diálogos escritos especialmente para el espacio y cosechó excelentes críticas.

En 1975, una encuesta realizada a mil quinientos ejecutivos de cine y televisión colocó a la película en segundo lugar de treinta posiciones. En 1976, el American Film Institute celebró su décimo aniversario pidiendo a sus miembros que eligieran los mejores filmes norteamericanos de la historia. Aunque en los resultados predominaban los títulos de reciente estreno, como Alguien voló sobre el nido del cuco y La guerra de las galaxias, los tres primeros fueron para Lo que el viento se llevó, Ciudadano Kane y Casablanca.

En 1977, Casablanca fue vendida a las cadenas de programación compartida y no tardó en convertirse en la película más vista de la televisión. Ese mismo año llegó a Broadway en formato musical, con “The Bogart Years in Song”. Julius Epstein no participó en el proyecto.

En 1983, el caché de esta obra maestra aumentó aún más gracias al British Film Institute, que en el sondeo efectuado con ocasión de su decimoquinto aniversario proclamó a Casablanca mejor película de la historia. Cinco años más tarde, se organizó otro sondeo entre los veintidós críticos más importantes del mundo. Casablanca se situó en novena posición entre las cien películas más populares de todos los tiempos.

Mientras, en el Aeropuerto de Oakland (California), la empresa “Casablanca Aviation Company” inició sus actividades ofreciendo vuelos en aeronaves clásicas de la Segunda Guerra Mundial. Uno de los acontecimientos principales era un vuelo con cena al estilo Casablanca en un avión de transporte de la época. Y se seguía hablando de la secuela. Ese mismo año, Howard Koch, uno de los guionistas de la película, propuso una segunda parte del clásico en la que el hijo ilegítimo que Ilsa tuvo de Rick, volvería a Casablanca para averiguar lo que había sido de su padre. La idea nació muerta.

A falta de secuela autorizada, los hay que insisten en comparar otras películas con Casablanca. Tal fue el caso de Conexión Tequila (1988), una producción de la Warner en la que a un ex narcotraficante se le ofrece un negocio importante y tiene que competir con su amigo por el cariño de la protagonista de la película. Las estrellas eran Mel Gibson y Michelle Pfeiffer.

Otro título que ha sido comparado con Casablanca es Habana (1990), la historia de un jugador norteamericano que en los últimos días de Batista (el predecesor de Fidel Castro en Cuba) se ve implicado en la vida política de la isla. La cinta estaba protagonizada por Robert Redford y Lena Olin.

En 1990 se efectuó otra gran transacción cinematográfica relacionada de algún modo con Casablanca: la compra de Warner Brothers por Sony Corporation, propietarios de la Columbia. Para celebrar su adquisición, los nuevos dueños volvieron a pintar las palabras “Warner Bros.” en el depósito de agua de los estudios de Burbank y celebraron una gran fiesta en el Estudio 8, donde se rodaron las escenas del Rick’s Cafe. El set del bar de Rick fue reconstruido para la ocasión. En el acto participaron las orquestas de Henry Mancini y Quincy Jones, y ambas interpretaron sus propias versiones de “As Time Goes By”. Los invitados, muchos de ellos superestrellas de Hollywood, fueron atendidos por camareros tocados de fez. La fiesta costó 4.500.000 dólares, 1.500.000$ más de lo que costó hacer Casablanca en 1942.

Un año más tarde, Murray Burnett, coautor de la obra “Everybody Comes to Rick’s”, que ya tenía ochenta años, vio uno de sus sueños hecho realidad. Su obra se montó por fin en los escenarios de Londres.

En 1992, Casablanca celebró el quincuagésimo aniversario de su producción. Para celebrar el acontecimiento, la propietaria de la película en aquellos momentos, la Turner Entertainment Corp., ofreció una fastuosa fiesta en el Museum of Modern Art de Nueva York. Entre los invitados estuvieron el rey de Marruecos y el hijo de Bogart, el novelista Stephen Bogart.

Es evidente que, pese al tiempo transcurrido, el poder de atracción de la película sobre los espectadores seguía intacto, un poder que no sólo se ha manifestado en los resultados de taquilla, de audiencia televisiva y de vídeo, sino también en la acogida de la serie de objetos de coleccionismo basados en la película.

A principios de los años sesenta, Humphrey Bogart dio a la industria del póster el mayor espaldarazo de su historia. Los jóvenes espectadores que abarrotaban las salas que emitían sus películas también decoraban sus habitaciones con reproducciones de su actor favorito. Y los carteles más solicitados eran aquellos en que aparecía caracterizado como Rick Blaine.

En las dos últimas décadas, la comercialización de productos relacionados con películas se ha convertido en un negocio de primera magnitud. En 1984, la Motion Picture Arts Gallery puso a la venta un póster del estreno belga de Casablanca por ochocientos dólares.

Un año más tarde, un cartel a tamaño de valla publicitaria fue sacado a subasta y adjudicado por cinco mil dólares, un precio sólo cuatrocientos dólares más bajo que el récord obtenido en 1980 por un póster de Disney de 1925, del filme Alice in the Jungle. La casa Collectors Showcase, que efectuó la venta después de adquirir el cartel en una colección que no había cambiado de manos en cuarenta años, también ingresó tres mil quinientos dólares por un cartel más pequeño y un juego de tarjetones con cuestionarios para el público.

En 1986, el coche que llevó a Rick, a Renault y a los Laszlo al aeropuerto de Casablanca fue sacado a subasta con un precio de salida de 35.000 dólares. Lyle Ritz, un músico de la Warner, había adquirido el descapotable Buick Limited en el año 1970, por 3.457 dólares, y le había quitado todos los elementos reconocibles, aunque las quemaduras de cigarrillo que quizás le hiciera Humphrey Bogart en los años cuarenta seguían impresas sobre la tapicería.

En 1987, otro vehículo utilizado en el filme, el Lockheed Electra 12A que al final de la película aparece despegando hacia el cielo de Casablanca, reapareció convertido en humilde avión fumigador. El parque Disney World, de Orlando, Florida, lo compró para utilizarlo en una atracción llamada Great Movie Ride.

Pero el objeto más apreciado de Casablanca es el piano en el que Dooley Wilson fingía tocar “As Time Goes By”. En 1988, el instrumento salió a subasta y fue adjudicado a la empresa japonesa C. Itoh & Co. por 154.000 dólares, la segunda suma en importancia jamás abonada por un accesorio de atrezzo o prenda de vestir utilizados en una cinta (el récord quedó establecido ese mismo año, cuando un coleccionista canadiense no identificado ofreció 165.000 dólares por los chapines de rubíes de El mago de Oz).

En la década de los noventa, la cotización de los objetos de colección relacionados con Casablanca seguía subiendo. En 1992, una postal con un movimiento de ajedrez que Bogart había enviado a un amigo en los años cuarenta se vendió por 1.750 dólares. Los pósters originales de la película se cotizaban entre tres mil y doce mil dólares. Las copias costaban unos diez dólares.

En Marruecos las cosas han ido aún más lejos: Casablanca ya es parte de la cultura autóctona. Nunca han faltado aquellos que dicen que parte de la película se rodó allí y muchos guías turísticos de Casablanca tienen la costumbre de elegir un bar antiguo al azar y asegurar a los desavisados turistas que se trata del único y verdadero “Rick’s Cafe”. También les dicen que los protagonistas de la película durmieron en tal o cual hotel durante el rodaje.

Hoy, en Casablanca, los “buitres” siguen operando. El mito y la magia de la película pervive en el tiempo.

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