Carnaval

Carnaval


CAPITULO XXI

Página 22 de 50

CAPITULO XXI

EPÍLOGO

Jenny se acostó en casa de Irene, en Camden Town y durmió de un tirón hasta las cuatro de la tarde... Se levantó, se vistió y se preparó a afrontar las tormentas en el número 17 de Hagworth Street.

Al entrar en la cocina, la familia estaba reunida en cónclave alrededor de la mesa. La adición de su hermano a la habitual partida de tres le hizo exclamar, sorprendida, desde la puerta:

—¡Oh...! Aquí está Alfie.

—Con que, ¿por fin has vuelto? —dijo la señora Raeburn.

—Sí. Fui al baile de Covent Garden.

—Me extraña que te atrevas a enseñamos la cara.

—¿Por qué no? —preguntó Jenny avanzando hasta la mesa.

—¡Oh! ¡Déjala, mamá! —dijo May—. Está cansada.

—¡Atrévete a decirme lo que tengo que hacer! —dijo amenazadora la señora Raeburn, volviéndose hacia su hija menor.

Jenny empezó a desabrocharse los guantes, altivamente inconsciente de las miradas de su madre, que otra vez estaban fijas en ella.

—¿ Cómo te encuentras, Alfie? —preguntó displicente.

—Mejor que tú, creo —fue la respuesta malhumorada, ahogada en la taza de té..

—Tal vez te gustaría que te ayudásemos a quitarte las cosas —preguntó la señora Raeburn sarcásticamente.

—¿Qué? —replicó Jenny, acentuando la fría insolencia de sus modales con un arqueamiento despectivo de las cejas.

—No trates de desafiarme —recomendó la señora Raeburn—. Ya sabes que no lo tolero.

—¿ Y qué? No he hecho nada malo.

Alfie soltó una risotada irónica.

—Me extraña que te atrevas a hacer tanto ruido teniendo las orejas tan largas —dijo Jenny—, yo no me atrevería.

Alfie murmuró entré dientes algo acerca del descaro, pero no se atrevió a replicar en forma que pudiera ser oída.

—Bien, ¿ qué ocurre? —preguntó Jenny—. Desembuchar y acabemos.

—¿ Dónde estuviste anoche?

—Ya os lo he dicho. En el baile de Covent Garden.

—¿ Y después?

—Me fui a casa de Irene.

—Eso es una...mentira —vociferó Alfie—. Porque yo te he visto con un sujeto.

¿ Y qué?, señor Metomentodo. Haz el favor de no emplear ese lenguaje de marinero conmigo, porque no me gusta.

—En eso tiene toda la razón —asintió May— Vergüenza debía darte.

—Tu cállate la boca, tonta —ordenó Alfie.

Al llegar a esto Charlie intervino en la disputa.

—No hay necesidad de decir palabrotas, Alfie. Yo puedo discutir sin renegar, y tú también.

—Tú fuiste quien le enseñó a renegar —observó la señora Raeburn—, te ha oído demasiadas veces. Pero eso no es motivo para que Alfie lo haga.

Jenny, más despreciativamente insolente que nunca, interrumpió esa desviación del asunto.

—Cuando hayáis acabado de discutir quiénes son los más señores, tal vez me dejaréis acabar lo que iba a decir.

—Yo que tú me callaría —le recomendó su hermano—. Eres tan mala como Edith, pero con más descaro.

—¡No me hables tú! —dijo Jenny pateando de rabia—. ¡ Si pareces una botella de brillantina con piernas!

Y después, con la cabeza echada hacia atrás y un mohín retador en el labio inferior, prosiguió:

—Es cierto que salí con un caballero.

—¡Caballero! —dijo Alfie desdeñosamente.

—Que es más de lo que tú podrás ser, de todos modos.

—O quisiera ser —rugió Alfie—. Gracias, estoy satisfecho tal como soy.

—Entonces no tendrás muchos espejos en tu taller. Mirad a don Satisfecho. ¿Cuanto te pagan a la semana por pasarte el tiempo espiando a tu hermana?

—Bueno, sea como sea, te he pillado, hermanita.

—No, nada de eso. He dicho que salí con un caballero, pero éramos unos cuantos. Hemos ido a desayunar a Greenwich.

—Ese es un sitio donde he tenido muchas veces ganas de ir —dijo Charlie—. ¿Qué tal es?

—Tú, calla, viejo bobo —ordenó su mujer—. ¡Como si ella se hubiese acercado a Greenwich!

—¡Vaya un cuento!

—No es cuento —declaró Jenny—. Es la pura verdad. Preguntárselo a Madge Wilson, a Maudie Chapman y a Irene. Todas estuvieron allí.

—i Oh! No tengo la menor duda de que todas tienen la lengua tan larga como tú —dijo la señora Raeburn—. Con buena partida te juntas en el teatro. *

—Haz el favor de dejar el teatro tranquilo —contestó su hija—. Es mucho mejor que esta perrera, donde nadie puede dejarla a una sola un minuto, porque son tan ignorantes que no entienden de nada. He dicho que he estado en Greenwich.

—Yo no sé por qué la chica no pudo haber ido a Greenwich —intervino Charlie—. Ya os he estado diciendo que yo mismo he pensado muy a menudo en ir allá.

—Jenny nunca dice más que la verdad —afirmó May.

—Sí; pero de poco me sirve —dijo Jenny indignada—. Haría mucho mejor en soltar un saco de mentiras, como hacen las otras.

—Lo que necesita —dijo Alfie sentenciosamente— es una buena paliza, ¡ Mírala! Vaya una her— manita que tiene uno..., toda pintura, polvos y tinte, como si fuera una pelandusca.

Jenny no contestó a esto, pero se mordió los labios. Sus mejillas estaban pálidas; los ojos, tinos meros puntos de luz. May fue la primera en hablar en defensa de su hermana.

—¡Hermanos! —dijo May con sorna—. Muchas chicas estarían muchísimo mejor sin hermanos. ¡Qué cosa más odiosa son!

Los sentimientos de Jenny estaban tan exasperados por la fatiga del baile, seguida de esta escena doméstica, que la generosa intervención de May hubiera debido trocar el desprecio en lágrimas. Pero la indignación que le había producido Alfie era tan grande que no la dejaba llorar, y aunque algunas lágrimas temblaban en sus ojos, parecían duras como diamantes.

—No debieras hablar así, hijo mío —protestó Charlie—. Estás hablando como un pastor para quien una vez hice un trabajillo. Me dijo: “No estoy contento con esta caja, señor Raeburn” —bueno, dijo algo más que eso— y yo le contesté: “Yo no estoy contento con su tono de voz”, y...

—Por favor, Charlie, cállate la boca —le pidió su mujer—. Mira, Jenny —prosiguió—. No quiero que vengas a estas horas, y eso es todo. Fuera donde fuera donde estuvistes anoche, no estabas en casa, que es donde debías estar, y donde estarás mientras vivas conmigo. Ahora bien, eso es todo y no me contestes, porque yo sé lo que está bien y soy tu madre.

—Me parece que eres algo dura con la chica, Florrie —dijo el padre—, Ha salido a su padre; yo fui siempre partidario de conocer el mundo. Yo siempre digo: “Dejad que los jóvenes se diviertan/’

—Lo que tú dices no viene al caso —replicó la señora Raeburn—. Nunca tuvistes sentido común; no lo tienes ahora, ni lo tendrás jamás.

—Cuando hayan acabado de insultarse los unos a los otros 7-dijo Jenny con calma—, me marcharé.

—¿Te vas? —repitió la señora Raeburn.

—Me voy a vivir con Irene Dale, j Esto! —dijo mirando a su alrededor—. ¡ Vaya un asco!

—¿No pretenderás marcharte de casa? —preguntó la señora Raeburn.

—¿Que no? ¿Quién lo dice? Me voy ahora mismo. ¡Tú! —dijo interpelando duramente a su hermano—. Ya has hecho bastante, señor idiota entrometido. Es hora de que busques alguna chica que se case contigo para que puedas meter las narices en sus asuntos. Adiós a todos. Vendré pronto a tomar d té con ustedes, si no se avergüenzan de tomarlo acompañado de una... pelandusca.

Cuando daba la vuelta bruscamente para marcharse. Alfie preguntó a su madre por qué no la encerraba con llave en su dormitorio.

—No serviría de nada •-dijo esta última.

—No; de nada —afirmó Jenny—..Me mataría antes ’de dormir aquí una noche más.

—Eres una gran preocupación para mí —dijo la señora Raeburn con lentitud y solemnidad.

—Mandadme mis cosas al número 46 de Stacpole Terrace, Camden Town —replicó la hija—. No creáis que conseguiréis nada quedándoos con ellas, porque no adelantaríais nada.

—¿Vendrás a vernos? —preguntó la señora Raeburn, que parecía aceptar ahora con resignación su derrota.

—Sí, mientras no crea que me voy a encontrar con ese perrito faldero metomentodo, ¡ Hermano! Pero, si me creyesen les diría que lleva ese bote de mermelada alrededor del cuello para que no se vea de dónde le sale la cabeza.

Y en seguida la puerta de la casa se cerró de un portazo.

Ir a la siguiente página

Report Page