Beth

Beth


CAPÍTULO 29

Página 31 de 34

CAPÍTULO 29

El carruaje llegó a Callander a las once de la mañana. Un espléndido sol le dio la bienvenida a Beth, que sonrió al ver las majestuosas montañas que habitaban en el horizonte.

Pronto divisó Taigh Abhainn, y una sensación de felicidad inmensa la invadió. A pesar de haberse ausentado solo unas semanas, sintió que llevaba lejos de allí demasiado tiempo.

Ahora se daba cuenta de que ese anhelo y melancolía que sentía eran debidos a sus ganas de regresar aquí, a su hogar.

Bajó del carruaje apresuradamente, y el servicio de la casa la recibió con alegría. Según le informaron, los señores de la casa no estaban, pero que no tardarían en volver, así que Beth aprovechó el momento para subir a su cuarto, cambiarse y deshacer su equipaje.

Una hora más tarde, el doctor y la señora Wallace regresaban a Taigh Abhainn. Beth, al verlos llegar, bajó las escaleras a toda prisa, para reunirse con ellos en el vestíbulo.

—¡Beth! ¡Has vuelto por fin! —exclamó la señora Wallace, emocionada, mientras se acercaba a ella. Agarró sus manos entre las suyas, y de repente, se puso seria—. Te damos nuestro más sentido pésame, querida. Espero que te encuentres bien.

Beth asintió.

—Gracias, señora Wallace. Estoy bien, no se preocupe.

El doctor y ella se miraron, y Beth sintió una cálida sensación en su vientre. Aunque él no la amara, qué feliz se sentía estando cerca de él.

El doctor dibujó una sonrisa, y consiguió reprimir el impulso de abalanzarse sobre ella y estrecharla entre sus brazos. Entonces, se acercó a Beth, y simplemente dijo:

—Bienvenida a casa.

A continuación, los tres se dirigieron al salón. Allí se sentaron, y mientras tomaban un té, Beth empezó a contar todos los detalles de su estancia en Ascot Park y en Kensington Hall.

El doctor se mantenía en silencio, escuchando lo que Beth estaba contando. Mientras, la señora Wallace hacía mucho hincapié en todo lo relacionado con lord Branwell, y miraba de reojo a su sobrino, con la esperanza de ver algún tipo de reacción.              

Beth se abstuvo de mencionar la proposición matrimonial, al considerar que era un asunto demasiado íntimo. Sin embargo, la señora Wallace dedujo que estaba omitiendo información, pero prefirió no indagar más por el momento.

Ya por la tarde, Beth decidió ir a ver a Anne, que según le dijo el doctor MacGregor, estaba bastante enfadada con ella. A Beth no le sorprendió. Era consciente de que no había obrado bien, y debía darle unas cuantas explicaciones.

Llegó a casa de su querida amiga, y Angus le abrió la puerta. Se saludaron con un afectuoso abrazo, y después, Beth entró en la casa.

Anne, al escuchar su voz, se acercó a la entrada, y a pesar de su enfado, le dio un sentido abrazo que Beth devolvió con la misma resolución.

—¡Oh, Beth, me alegra tanto que hayas vuelto! Ya temía que esos buitres te encerraran o algo peor.

Beth puso los ojos en blanco.

—Anne, eso no hubiera sido posible. Yo no lo habría consentido.

Los tres se sentaron delante de la chimenea, y Anne, en vez de echarle una reprimenda a Beth, escuchó atentamente su relato de todo lo sucedido en aquellas semanas.

Asentía mientras Beth le contaba todo, y curiosamente, no se sorprendió al conocer la relación de parentesco entre Rose y Beth.

—Anne ¿tú sabías eso de Rose? —inquirió Beth.

—Algo intuía. Sabíamos que tu padre tenía una amante, pero no conocíamos su nombre ni los detalles que tenían que ver con el asunto. Ahora me encaja todo.

—Entiendo.

—Lo que me sorprende es que hayas sido capaz de perdonarle. ¡Menudo canalla! Espero que Dios sea justo y le imponga el castigo que se merece por haceros sufrir a las dos.

—Bueno, no podía hacer otra cosa, Anne. Estaba solo y angustiado. No está en mi naturaleza ser cruel.

Anne suspiró con resignación.

—Lo sé, tesoro. Lo que ocurre es que, a pesar del tiempo y de lo que me digas, yo no seré capaz de perdonarle nunca.

Beth comprendió perfectamente la postura de Anne, y no dijo nada más al respecto.

—¿Y cómo está lord Branwell Dickinson? —preguntó Anne repentinamente.

En ese momento, Beth se puso tensa.

—Bien. Bueno, dentro de lo que cabe, claro está.

Anne la miró con suspicacia.

—¿Tienes algo más que contarnos?

Beth tragó saliva, nerviosa. Era consciente de que a Anne no podía esconderle nada.

—Bueno… Se declaró—contestó, un poco apurada.

Anne y Angus se miraron, asombrados.

—¿Cómo dices? —inquirió Angus.

Beth se encogió de hombros.

—Me dijo que todavía me sigue queriendo, y me pidió que me casara con él.

Anne puso gesto de sorpresa e indignación.

—Pero ¿cómo se atreve después de lo que te hizo?

—Anne, no te preocupes, dije que no en el acto—aclaró.

Anne al oír eso, se quedó más tranquila.

—Bueno, entonces todo bien.

Beth sonrió.

—No le amo, Anne. No puedo casarme con alguien a quien no quiero. Sin embargo, seguiremos siendo amigos. Eso no cambiará—advirtió.

Anne torció el gesto, pero no dijo nada. Angus se sintió orgulloso de Beth por haber sido capaz de escuchar a su corazón y actuar sin rencor. Miró a Anne, y comprobó que, a pesar de no estar de acuerdo con ciertas decisiones de Beth, el orgullo brillaba en sus ojos.

A veces le costaba admitir que se equivocaba, y solía preocuparse demasiado. Sin embargo, con Beth no tenía motivo. Ella no era lady Emily Arundel.

Sabía que el día que se casara, lo haría convencida y enamorada. Y Anne esperaba que fuera con el doctor MacGregor.

Casi cada día, le veía pasar por delante de casa, cabizbajo y triste. Habló del asunto con la señora Wallace y esta le dijo que estaba así desde que Beth se había ido. ¿Sería él conocedor de la propuesta de matrimonio? Anne intuyó que no. Beth era muy discreta en esas cuestiones. Debía hablar con la señora Wallace cuanto antes, y contarle todo.

Con el paso de los días, la rutina volvió a Taigh Abhainn. El doctor se mostraba animado y contento gracias al regreso de Beth. Se sentía dichoso por volver a tenerla cerca y poder verla cada día.

Aunque había algo que le inquietaba. Beth había compartido el relato de todo lo acontecido sin ningún tipo de reparo. Sin embargo, se mostraba esquiva y tensa al hablar de un asunto concreto: lord Branwell Dickinson.

Él era el viudo de su hermana, fue su prometido y su primer amor, y el doctor comprendía que quizás le resultara difícil hablar de Branwell. No obstante, la actitud de Beth era verdaderamente extraña, y esto le generó una enorme duda: ¿Y si había ocurrido algo entre ellos durante su estancia en Ascot Park?

Ahora que había pasado la tormenta, todo había vuelto a la normalidad, así que el doctor prefirió no romper la armonía que había regresado a Taigh Abhainn con preguntas indiscretas.

Por el momento, no compartiría con ella sus sentimientos, hasta no tener todo más claro. No quería precipitarse y acabar con el corazón roto.

Días después de la visita de Beth a casa de los Burns, Anne fue a ver a la señora Wallace. Las dos se reunieron a media mañana en el salón de Taigh Abhainn para hablar a solas. Allí Anne le contó lo ocurrido entre Beth y lord Branwell Dickinson con todo detalle.

—Pues no, no tenía ni idea. Beth no me ha contado nada, aunque yo tenía la sospecha de que algo había ocurrido. Es lógico que lord Branwell le haya pedido su mano ahora que ha enviudado. Después de todo, Beth es su antigua prometida. Aunque me alegra mucho que rechazara la proposición, claro está—dijo la señora Wallace.

—¿El doctor lo sabe? —preguntó Anne.

—No, ni debe. Tengo una idea, Anne—respondió la señora Wallace, pensativa.

—Usted dirá.

—Voy a contarle a Cameron lo que me has dicho, pero vamos a cambiar un poco la historia.

Anne alzó una ceja.

—¿Cómo?

—Le contaré una mentirijilla que hará que se declare de una vez por todas—contestó la señora Wallace.

Las dos intercambiaron miradas de complicidad y sonrieron. Si el plan salía bien, habría un desenlace feliz.

Al mediodía, el doctor MacGregor regresó a Taigh Abhainn contento porque tendría la tarde libre. Aprovecharía para leer un poco y a lo mejor salir a dar un paseo. O tal vez podría compartir una animada charla con Beth a solas. Sonrió al pensarlo. Eso sería maravilloso.

Entró en el comedor, donde le esperaba su tía. Al verla frunció el ceño. La señora Wallace estaba sentada frente a la mesa, cabizbaja. Parecía estar verdaderamente apenada. El doctor se alarmó y llegó rápidamente hasta donde ella estaba.

—Tía, ¿qué te ocurre? —inquirió, preocupado.

—¡Ay, Cameron! ¡Una tragedia! —contestó ella con dramatismo.

—Vamos, dime qué ocurre, seguro que no es para tanto—dijo, intentando tranquilizarla.

La señora Wallace puso gesto de angustia y agarró las manos de su sobrino con desesperación.

—Cameron, Beth acaba de decirme que lord Branwell Dickinson le ha pedido que se case con él, y ella ha decidido aceptar. —Hizo una pausa y respiró hondo, simulando que estaba intentando contener el llanto—. Me ha contado que le hizo la proposición en Ascot Park, y que ella respondió que debía pensarlo. Y lo ha hecho, Cameron. Ha decidido dejarnos para convertirse en lady Dickinson.

A continuación, empezó a hacer pucheros, cogió un pañuelo de tela de la mesa, se tapó parte del rostro con él, y gimoteó. Su actuación era digna de la mejor actriz del Drury Lane.

El doctor se quedó perplejo, con la mirada perdida, intentando asimilar lo que su tía acababa de decirle.

—No puede ser cierto—dijo casi para sí mismo.

La señora Wallace asintió.

—Sí, querido, así es. Yo tampoco me lo podía creer. Aunque bueno, entiendo a la muchacha. Al fin y al cabo, es un buen partido, y no hay otro que le haya pedido matrimonio—respondió mirando de reojo a su sobrino.

En ese instante, el doctor sintió un enorme dolor en el pecho, casi le costaba respirar. Tragó saliva y la miró, desesperado.

—¿Y cuándo se irá?

—Me ha dicho que en un mes nos deja, así tendré tiempo de encontrar una sustituta. ¡Oh, Cameron, qué pena! ¡Y no podemos hacer nada para evitarlo! Al fin y al cabo, es su decisión. —Entonces suspiró amargamente—. Será mejor que comamos, o se enfriará—comentó como si nada.

La señora Wallace estaba dando saltos de alegría por dentro, al ver que la noticia había afectado a su sobrino como ella deseaba. Solo esperaba que esto le hiciera reaccionar, y actuara de una vez por todas.

El doctor MacGregor apenas probó bocado. No tenía apetito. El miedo y la angustia le impedían comer.

Lo que le resultaba extraño era que Beth no hubiera dicho nada el primer día, o que no le hubiera dicho nada a él directamente. Se suponía que había confianza entre ellos.

Su determinación crecía por minutos. Debía hablar con ella lo antes posible y aclarar el asunto. Necesitaba que le explicara por qué de repente se quería marchar de Taigh Abhainn, cuando hacía tan solo una semana que había regresado.

Beth bajaba por las escaleras en dirección al vestíbulo. Hoy tenía la tarde libre y había decidido salir a dar un paseo. No se llevaría su cuaderno de dibujo. Le apetecía caminar.

Al llegar, se encontró con el doctor MacGregor, que parecía estar esperándola. A Beth le inquietó un poco su gesto serio. Parecía molesto por algo, no obstante, no sabía por qué. Antes de poder preguntar, él habló:

—¿Le importa que la acompañe durante su paseo, señorita Arundel?

Beth negó con la cabeza.

—No, doctor—contestó, algo desconcertada.

Él asintió sin cambiar el gesto.

—Estupendo. Necesito hablar con usted, y creo que es un buen momento—aseveró, mientras le cedía el paso.

Ambos salieron de la casa, y comenzaron a andar. Beth se sentía inquieta. ¿Habría hecho algo que lo molestara? Si era así, no lo recordaba.               Caminaron juntos en silencio durante unos minutos, mientras se alejaban de la casa. El doctor llevaba las manos cruzadas detrás de la espalda, y se mostraba pensativo.

Ambos miraban el paisaje que tenían delante. Las altas montañas se mostraban ante ellos majestuosas, mientras la brisa movía suavemente las copas de los árboles. Rompían el silencio el cantar de los pájaros y el sonido del agua que corría por el río.

Finalmente, se detuvieron delante de un enorme roble. El doctor MacGregor se puso frente a ella y la miró.

—¿Ha echado de menos Callander?

—Sí, doctor. Mucho. De hecho, estaba deseando volver—aseveró.

Él frunció el ceño.

—Entonces, si tanto aprecia Callander, ¿por qué tiene tanta prisa por volver a marcharse?

Beth se quedó perpleja. ¿Había oído bien?

—No entiendo lo que quiere decir…

Él apartó la mirada y resopló.

—Pensé que entre nosotros había confianza, que éramos amigos, Beth. Y por ese motivo, pensaba que tendrías la deferencia de contarme que vas a contraer matrimonio—dijo, olvidándose de la formalidad por completo.

Beth abrió los ojos, totalmente sorprendida.

—¿Cómo dice?

—Mi tía me ha contado que lord Branwell Dickinson te ha pedido que te cases con él, y que tú has aceptado—contestó, molesto.

Beth, a pesar de la sorpresa, se apresuró a aclarar el asunto.

—Me temo que ha habido un error…

Él se alejó de ella y se apoyó en el tronco del árbol, sintiéndose derrotado y triste. Sabía que ya era tarde para confesar lo que sentía, pero no le importaba. La miró fijamente a los ojos, y Beth sintió cómo su corazón latía desbocado.

—Sé que es injusto decir esto ahora, sin embargo, necesito decirlo. Beth, a pesar de mi enfado, deseo por encima de todo que seas feliz.              

>>Te digo esto con el corazón. Te quiero. Y me hubiera gustado ser yo el primero en pedirte que fueras mi esposa. —Beth lo miró, asombrada. De repente, sintió una inmensa sensación de felicidad que no podía describir con palabras. Notó un nudo en la garganta y cómo la emoción invadía sus ojos—. Siento haber sido un necio que no ha sido capaz de ver lo que tenía delante, y valorarlo cómo es debido.

>>Ahora que te he abierto mi corazón solo te diré que, a pesar de todo, estaré a tu lado siempre que me necesites. Y apoyaré tu decisión de casarte con Branwell. —Entonces cerró los ojos, y respiró hondo. Al abrirlos de nuevo, la miró con determinación—. Pero te advierto algo. Si me entero de que Branwell te hace llorar o te hace sufrir de cualquier modo, iré a Londres, llegaré hasta su casa, derribaré la puerta, y te raptaré.

>>Soy un salvaje escocés, puedo hacerlo y lo haré si es necesario. Después te traeré aquí, y curaré tu dolor con mi afecto, como un amigo fiel y leal. Y si algún día decides entregarme tu corazón, seré el hombre más feliz de la Tierra, y te amaré y cuidaré de ti hasta mi último aliento, aunque tengamos que vivir en pecado.

Beth sonrió con los ojos humedecidos, y de repente, empezó a reírse ante la mirada atónita del doctor.

—¡Maravilloso! Te abro mi corazón y tú te ríes—dijo, cruzando los brazos sobre su pecho, enfadado.

Ella dejó de reír, y se acercó a él.

—Todo es un enorme malentendido. Es cierto que hubo una proposición, pero yo la rechacé en el acto.

El doctor MacGregor se quedó asombrado ante la revelación.

—¿De verdad?

Beth asintió.

—No puedo casarme con alguien a quien no quiero. Además, mi corazón ya tiene dueño—aseveró con timidez.

El doctor torció el gesto.

—¿Y quién es? Si puede saberse—refunfuñó.

Beth sonrió y le acarició el rostro, sintiendo la calidez de su piel a través de sus dedos.

—Cameron MacGregor.

Él abrió los ojos de par en par, y al momento, sonrió. Entonces, la rodeó con sus brazos.

—¿Hablas en serio?

Beth asintió, feliz.

—Sí.

—¿Desde cuándo? —inquirió él, emocionado, mirándola con ternura.

Beth pensó un momento.

—Desde esa noche en Edimburgo.

Cameron se maldijo a sí mismo al pensar en el tiempo perdido.

—¡Oh, mo gràdh! Siento no haberme dado cuenta antes. Pero te prometo que te lo compensaré el resto de mi vida.

Cameron se rindió a los deseos de su corazón y descendió sobre sus labios. Al instante, se fundieron en un dulce y apasionado beso.

Beth se abrazó más a él, dejándose llevar por sus más profundos anhelos. Había estado esperando ese momento durante mucho tiempo. Era un sueño hecho realidad.

Sintió cómo su piel se erizaba y cómo una cálida sensación recorría su cuerpo a medida que Cameron profundizaba el beso, acariciando con su lengua la suya. Se separaron un poco, sin dejar de abrazarse, y Cameron apoyó su frente en la de ella.

—Beth Arundel, ¿me harás el honor de casarte conmigo?

Beth sonrió.

—Sí, Cameron MacGregor.

Sellaron su amor con otro beso más apasionado. El resto del tiempo, las caricias y los besos se sucedieron. Estaban felices y enamorados.               De repente, Cameron ató cabos. Su tía había orquestado todo aquello para provocar que él confesara sus sentimientos de una vez por todas. Y menos mal que lo había hecho, pensó.

Finalmente, decidieron volver a Taigh Abhainn para darle la noticia a la culpable de todo. Mientras regresaban, caminando juntos y agarrados de la mano, Beth le habló de aquella noche en la que, totalmente borracho, se le declaró.

—Ya sabía yo que algo había hecho. ¿Y qué te dije? —preguntó él, risueño.

—Que eras mío y que hiciera contigo lo que quisiera—contestó Beth con una mirada pícara.

Él le devolvió el gesto con mayor intensidad.

—Pues ya sabes lo que tienes que hacer a partir de ahora—dijo él, volviendo a besarla.

La señora Wallace saltó de alegría al conocer la noticia. Su plan había sido un éxito, y aquellos dos no volverían a separase.

La boda se celebró dos meses después, tras los esponsales de Ben y Gracie. Todo Callander acudió al enlace, y Melinda asistió, dichosa, con sus hijos. Branwell se limitó a enviar sus felicitaciones desde Londres.

Por fin, Beth había encontrado a su otra mitad, y a partir de entonces, empezarían una nueva vida juntos.

Ir a la siguiente página

Report Page