Behemoth

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Treinta y nueve

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TREINTA Y NUEVE

Antes de seguir a Dylan, Alek miró hacia abajo, al elefante de guerra que había empalado al Genio.

Sus tripulantes estaban abandonando el caminante por la escotilla del tronco, tosiendo y tambaleándose a ciegas. Por el momento no eran una amenaza real.

Pero al ver el suelo a tanta distancia bajo él, Alek se apretó más fuerte sus guantes de piloto. Aprender a «amarrar», como Dylan lo llamaba, le había enseñado a respetar dicha acción por las quemaduras de la cuerda. Tragó saliva, con los intensos sabores de la paprika y la cayena en su boca y a continuación saltó…

La cuerda pasó junto a él azotándole salvaje y furiosa como un chorro de agua hirviendo. Se detuvo violentamente con una dolorosa frenada a pocos metros y sus botas golpearon el metal caliente de la armadura del Genio. Nubes de humo se arremolinaron a su alrededor y los motores del interior del caminante crujieron y sisearon al enfriarse.

Cuando sus pies golpearon el duro suelo, Alek se sacó los guantes y se quedó mirando las manos que le ardían.

—Has tardado mucho —se quejó Deryn, girándose hacia el golem de hierro—. ¡Vamos! El cañón Tesla está a punto de disparar. ¡Tenemos que demostrarle a Klopp que estás bien!

Alek se alzó y siguió a Deryn, que ya había empezado a correr como alma que lleva el diablo. El golem de hierro aún estaba a bastante distancia dirigiéndose hacia ellos, avanzando lenta pero implacablemente por el campo de batalla.

Estaba claro que Klopp no había visto los refuerzos otomanos que llegaban tras él.

Mientras corría, Alek entrevió la estela de humo en la distancia. Parecía que ya estaba más cerca y vio ahora que la columna se curvaba hacia atrás contra el cielo iluminado por las estrellas. «Rápido», había dicho la criatura. Pero ¿qué caminante era así de rápido?

Deryn soltó un aullido justo delante de él. Había tropezado y caído de bruces al suelo. Mientras gateaba para ponerse de pie, Alek aminoró su velocidad y vio lo que había hecho tropezar a Dylan: eran las vías del tren.

—Oh, no.

—Pero ¿qué demonios? —Deryn se quedó mirando al suelo, a los raíles—. Ah, esto debe de ser donde el Orient Express

Express… —la bestia siseó en voz baja.

Se volvieron a la vez para quedarse mirando la columna de humo que se acercaba. Ahora estaba mucho más cerca, aproximándose por los acantilados diez veces más rápido que cualquier pesado caminante.

Y se dirigía directamente hacia el golem de hierro.

—No puede verlo —dijo Alek—. ¡Está justo tras él!

—¡Klopp! —gritó Deryn, echando a correr agitando los brazos en el aire—. ¡Salga de las vías!

Alek corrió unos pasos más, con los latidos del corazón resonando en sus oídos. Pero gritar era inútil. Buscó en sus bolsillos por si encontraba alguna forma de enviar una señal: una bengala, una pistola.

La famosa locomotora con cabeza de dragón ya era visible en la distancia, con su único ojo brillando con un blanco intenso y escupiendo humo por sus chimeneas. Deryn aún estaba corriendo hacia Klopp, señalando hacia atrás, hacia el gran tren.

El golem de hierro finalmente se detuvo pesadamente y bajó la cabeza para tener una mejor visión del minúsculo chico que tenía ante él.

Alek observó cómo dos brazos de carga se desplegaban del vagón de la locomotora del Express. Con una envergadura de una docena de metros de largo, se extendieron en ambas direcciones, como un par de sables esgrimidos por un jinete a la carga.

Klopp debía de haber comprendido los gritos de Deryn, o habría oído al tren detrás de él, porque el caminante empezó a darse la vuelta lentamente…

«RODILLAS CORTADAS POR EL EXPRESS»

Pero, en aquel momento, el Express pasó como una centella y su brazo de carga izquierdo cortó las piernas del golem. El metal chirrió y se dobló, y una nube de humo estalló de sus rodillas rotas.

El caminante se balanceó hacia atrás moviendo sus inmensos brazos y aterrizó sobre los vagones posteriores que arrastraba el Express. Dos vagones de carga se doblaron alrededor de la máquina caída y los vagones traseros siguieron apilándose sobre él, lanzando cristales y trozos de metal al aire.

La ola expansiva de estar siendo frenado por la mitad recorrió el tren hasta que alcanzó al motor, que salió despedido de los raíles y fue a chocar contra el suelo, cavando un gran surco. Pero los pilotos ya estaban preparados para aquello y los brazos del Express se extendieron como alas para estabilizar el vagón de la locomotora. Alimentados con carbón, los vagones de carga arrastraron hacia atrás la locomotora, enviando nubes de polvo al aire.

Alek vio que Dylan corría de nuevo hacia él, con Bovril destacando como una minúscula silueta sobre su hombro, ambos a punto de ser tragados por la rodante masa de polvo.

—¡Corre! —estaba gritando, señalando a ambos lados de las vías.

La mitad de la parte delantera había resbalado y descarrilado pero aún avanzaba a toda velocidad y se dirigía directamente a Alek.

El muchacho se dio la vuelta y corrió hacia la dirección que le estaba indicando Dylan, alejándose directamente de los raíles. Unos largos segundos después, una nube de polvo cubrió a Alek, cegándole y llenando sus pulmones.

Algo salió volando de la masa oscura, le derribó al suelo y unas fuertes manos le empujaron la cabeza contra el suelo.

Una enorme sombra pasó rozando por encima de su cabeza; Alek se dio cuenta de que era el brazo de carga del Express. Una cascada de arena y grava pasó volando por encima de él y un clamor como de mil fundiciones pasó rodando acompañado de chirridos, chasquidos y explosiones.

Cuando el ruido se apagó y el polvo se despejó un poco, Alek alzó la vista.

—Bueno, ha estado cerca —dijo.

Ni a cinco metros de su cabeza, la garra de carga que había derrapado había cavado un surco tan ancho como un camino de carros.

—De nada, su archiduquesidad.

—Gracias, Dylan.

Alek se levantó sacudiéndose el polvo de sus ropas y con aspecto ofuscado.

La parte delantera del Orient Express finalmente se había detenido deslizándose casi hasta el mismo cañón Tesla. El golem de hierro estaba en el suelo siseando y lanzando vapor con la parte trasera del tren amontonada a su alrededor. Alek se acercó un paso más, preguntándose si el profesor Klopp y Bauer se encontrarían bien.

Pero Bovril estaba gruñendo, repitiendo un ruido grave como un zumbido que flotaba suavemente por todo el campo de batalla. Un crujido estaba creciendo cada vez más en el aire.

Deryn señaló al cielo, hacia la parte sur, donde finalmente había aparecido una silueta alargada: era el Leviathan, oscuro e inmenso, que se destacaba contra las estrellas.

Alek se giró otra vez hacia el cañón Tesla. Mientras miraba, los extraños resplandores empezaron a viajar hacia su punta.

—Tenemos que detenerlo —dijo Deryn—. Ya no queda nadie más.

Alek asintió en silencio. Klopp y Bauer, Lilit y Zaven, todos ellos necesitaban su ayuda. Pero el cañón Tesla estaba a punto de disparar y el Leviathan contaba con más de cien hombres a bordo.

Apretó sus puños frustrado. Ojalá estuviese en un caminante en aquel momento con brazos enormes para derribar la torre.

Express —susurró Bovril.

—El tren —dijo Alek en voz baja—. Si nos apoderamos de la locomotora podremos usar sus brazos de carga.

Deryn se le quedó mirando un momento y luego asintió. Corrieron juntos, tropezando entre los restos del choque esparcidos por el suelo, esquivando los montones de carga que había salido despedida del tren.

La mitad delantera del Orient Express había ido a parar solo a unos quince metros del cañón Tesla. Los brazos de carga estaban inmóviles, pero los tubos de escape aún estaban humeantes. Unos pocos soldados salieron tambaleándose de los vagones de la locomotora, vistiendo uniformes alemanes, y con rifles colgados cruzados sobre los hombros.

Alek detuvo a Dylan arrastrándole hacia las sombras.

—Ellos están armados y nosotros no.

—Vale. Sígueme.

La muchacha corrió hasta el último vagón de la hilera, el que utilizaban para transportar carga y que estaba volcado de lado en el surco excavado por el paso del tren. Se subió encima y caminó hacia la locomotora. Alek le siguió agachándose todo lo que pudo para no ser visto.

Los soldados no parecía que estuviesen alerta. Estaban andando un tanto atontados, mirando el desastre de la batalla que los rodeaba y tosiendo para expulsar las especias de sus pulmones. Algunos alzaron la vista para mirar al Leviathan en el cielo.

Alek escuchó un sonido que le era familiar, el rumor de los motores de la aeronave. Alzó la vista y vio que el Leviathan estaba intentando dar media vuelta. La tripulación había visto el brillante cañón Tesla y estaba intentando hacer que la nave se apartase.

No obstante, se habían dado cuenta demasiado tarde. Tardarían bastantes minutos en salir de su alcance y el cañón Tesla estaba zumbando como una colmena, casi a punto de disparar.

Deryn había llegado al depósito de carbón que había detrás de la locomotora y Alek saltó tras él. El carbón resbaló bajo sus pies y le quedaron las manos negras cuando intentó sujetarse para mantener el equilibrio.

Deryn gateó hasta la parte delantera y escaló alargando una mano para ayudar a Alek.

—Ahora, rápido —susurró ella.

Alek se impulsó y se situó entre los dos gigantescos brazos de carga. Sintió que el aire chasqueaba y las chispas que desprendía la gigantesca torre hacían temblar las sombras. Pero la cabina del ingeniero estaba justo delante.

—Solo hay un hombre dentro —susurró Deryn, entregando a Bovril a Alek y sacando un cuchillo de su chaqueta—. Puedo ocuparme de él.

Sin esperar una respuesta, Deryn se impulsó y pasó por una ventana de un solo salto. Cuando Alek llegó a la puerta, Deryn ya tenía al único ingeniero agazapado en un rincón.

Alek entró y miró los controles: una legión de diales y manómetros extraños, palancas de frenos y alimentadores del motor. Pero los controles manuales eran unos guantes de metal sobre unas palancas, como los que controlaban los brazos del Sahmeran.

Dejó a Bovril en el suelo, pegó sus manos en los controles y formó un puño.

A una docena de metros a su derecha, la inmensa garra respondió, cerrándose de golpe. Algunos soldados alemanes alzaron la vista en dirección al ruido, pero la mayoría de ellos estaban paralizados por el refulgente cañón Tesla y la aeronave que volaba sobre sus cabezas.

—¡No juegues con eso! —susurró Deryn—. ¡Derríbala!

Alek extendió su brazo alargándolo hacia la torre. Pero la gran garra se cerró a pocos metros del puntal más cercano.

—¡Acércanos! —dijo Deryn.

Alek se quedó mirando las palancas de la locomotora y entonces se dio cuenta de que las ruedas del tren eran inútiles sin una pista. Aunque en ese momento se acordó de un mendigo sin piernas que había visto en la ciudad de Lienz, que se impulsaba sobre una tabla con ruedas con las manos.

De modo que clavó ambas garras contra el suelo, una a cada lado y las arrastró hacia atrás. La locomotora se alzó un poco, deslizándose un metro más o menos hacia delante y a continuación volvió a posarse en el suelo.

—Más cerca —dijo Bovril con aprobación.

—Bueno, ahora ya hemos captado la atención de los alemanes —murmuró Deryn, mirando por la ventana.

—Dejo el asunto en tus manos —repuso Alek, arrastrando de nuevo las inmensas garras contra el suelo.

La locomotora avanzó derrapando con un chirrido estridente del metal golpeando el lecho de roca de los acantilados.

Entonces se escucharon gritos por las ventanas y un soldado saltó al coche y empezó a golpear la puerta. Deryn dio un puñetazo al ingeniero en el estómago y el hombre se agazapó en el suelo, y luego se incorporó presto para usar su cuchillo.

Alek alargó los brazos de carga otra vez. Esta vez una gran garra alcanzó los puntales de la base del cañón Tesla. Cuando cerró con fuerza la garra, un disparo resonó en la cabina. Los guantes de metal crepitaron en las manos de Alek y una fuerza invisible pareció cerrarse alrededor de su pecho. Todos los pelos del cuerpo de Bovril estaban de punta.

—¡Arañas chaladas! —exclamó Deryn—. ¡El rayo ahora se dirige hacia nosotros!

Empezaron a bailar chispas por los controles y las paredes de la cabina y el soldado que estaba en la puerta soltó un grito, saltando del estribo de metal.

Alek apretó los dientes controlando el dolor y tirando más fuerte de los controles. La locomotora se levantó en el aire de nuevo y el puntal dejó escapar un gruñido metálico mientras se doblaba hacia ellos. En la base de la torre se estaba encendiendo en espiral una bola de fuego blanco.

—¡Está a punto de disparar! —exclamó Deryn.

Alek tiró tan fuerte como pudo y un repentino estremecimiento recorrió el coche. Los controles quedaron inertes en su mano y el rayo en las paredes de la cabina parpadeó hasta apagarse.

—Lo has partido y el cañón… —Deryn frunció el ceño— se está inclinando. ¡Toda esta maldita cosa se está inclinando!

—¿Por un solo puntal roto? —Alek se dirigió a la ventana, mirando al exterior.

La torre se estaba inclinando hacia atrás y el rayo descendía fluyendo desde sus puntales más altos hasta formar una bola de fuego blanco en su lado opuesto. Una inmensa forma como una serpiente se colgó de los puntales allí, a medio camino, envuelta en un brillante capullo de electricidad.

«UNA DIOSA Y MÁRTIR DERRIBA LA TORRE»

—¿Es eso…?

—Sí —dijo Deryn conteniendo el aliento—. Es Sahmeran.

De alguna forma, Zaven había conseguido pilotar su caminante herido hasta llegar a la torre. Y ahora estaba actuando como conductor, atrayendo la electricidad del cañón hacia sí.

El rayo dio vueltas arremolinándose alrededor del caminante en forma de diosa, brillando cada vez más intensamente hasta que Alek tuvo que cerrar los ojos.

—Está condenado ahí dentro —dijo Deryn y Alek asintió.

Unos segundos después, el cañón Tesla empezó a caer.

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