Behemoth

Behemoth


Cuarenta

Página 42 de 47

CUARENTA

La torre se desplomó sobre el Sahmeran entre una vorágine de fuego blanco. Una maraña de rayos surgió de súbito, dispersándose en todas direcciones y danzó sobre el Genio, el elefante y los otros caminantes caídos, así como por toda la estructura del descarrilado Orient Express. Las paredes metálicas soltaban chispas y crujían a causa de las llamas.

Los rayos se desvanecieron paulatinamente y en el aire retumbó el ruido de la torre al derrumbarse. Una de las riostras se precipitó sobre la locomotora, el techo se abolló hacia dentro y todas las ventanas se rompieron a la vez. A su alrededor podían oír el ruido del metal al doblarse. El humo y el polvo se arremolinaban por todo el vagón. Tras unos prolongados instantes, cayó un pesado silencio sobre el campo de batalla.

—¿Estás bien, Dylan? —las palabras de Alek sonaron ahogadas en sus propios oídos.

—Sí. ¿Qué tal tú, bestezuela?

—Zaven —dijo Bovril en voz baja.

Deryn tomó a la criatura en sus brazos.

—Escucha. El Leviathan aún está ahí arriba.

Era cierto. El suave rumor de los motores de la aeronave podía oírse ahora sobre el silencioso campo de batalla. Al menos, toda aquella locura no había sido en vano.

Leviathan —repitió Bovril despacio, casi como si saboreara la palabra.

Alek se acercó más a la ventana. La estructura del cañón Tesla se proyectaba hacia lo lejos, destrozada. Parecía la espina dorsal desenterrada de una enorme criatura extinta. El Genio yacía tendido junto al elefante de guerra; ambos caminantes habían quedado muy maltrechos tras la lluvia de escombros.

Alek se estremeció: la mayoría de los soldados alemanes había desaparecido bajo la torre derrumbada.

—Tenemos que averiguar si Lilit se encuentra bien, y también Klopp y Bauer —dijo.

—Sí —Deryn se colocó a Bovril sobre el hombro—. Pero ¿a quién buscamos primero?

Alek dudó unos instantes, cayendo en la cuenta de que sus hombres bien podrían estar muertos, como seguramente lo estaba Zaven.

—Primero a Lilit. Su padre…

—Por supuesto.

Abrieron la puerta y se adentraron en aquel panorama infernal. El olor a humo, a especias y a aceite de motor resultaba asfixiante, pero el hedor de la carne y el pelo chamuscados era mucho peor. Alek apartó la vista cuando vio lo que la última descarga de electricidad del cañón había hecho a los hombres que habían quedado afuera.

—Vamos —dijo Deryn, con la voz quebrada, tirando de él.

Cuando bordeaban los restos del descarrilamiento, Bovril alzó la cabeza y dijo:

—Lilit.

Alek siguió la mirada de la criatura, intentando distinguir algo en la oscuridad.

En el borde de los acantilados vio a una figura solitaria que estaba mirando fijamente más allá del agua.

—¡Lilit! —llamó Deryn, y la figura se volvió para mirarlos.

Corrieron hacia ella. La fría brisa del mar se llevó consigo los olores de la batalla y de la destrucción. El traje de piloto de Lilit estaba rasgado y su rostro se veía pálido en la oscuridad. Tenía una gran bolsa de lona en el suelo junto a sus pies.

Cuando se acercaron, se echó a los brazos de Deryn.

—Tu padre… —dijo la muchacha—. Lo siento muchísimo.

Lilit se soltó de sus brazos.

—Vi lo que estaba haciendo, así que le despejé el camino. Le ayudé a hacerlo —sacudió la cabeza; las lágrimas le formaban surcos en el polvo que tenía pegado al rostro. Se volvió para contemplar la torre caída—. ¿Es que nos hemos vuelto todos locos, para querer algo así?

—Ha salvado al Leviathan —dijo Alek.

Lilit se limitó a mirarle, aturdida y desconcertada, como si de pronto hubiera olvidado cada una de las lenguas que conocía. Su mirada le hizo sentir como un idiota por haber abierto la boca.

—Todos locos —dijo Bovril.

Lilit acarició el pelaje de la criatura, con sus ojos aún brillantes por las lágrimas.

—¿Estás bien? —preguntó Deryn.

—Tan solo algo mareada… Y sorprendida. Mirad eso.

Señaló con el dedo más allá del agua, en dirección a la ciudad de Estambul. Sus calles oscuras brillaban con destellos provenientes de armas de fuego, y una media docena de girotópteros sobrevolaban el palacio. Mientras observaba la escena, Alek vio cómo una llamarada cruzaba silenciosamente el cielo y luego desaparecía con un estruendo entre los antiguos edificios.

—¿Lo veis? Está ocurriendo de verdad —dijo Lilit—. Tal y como lo planeamos.

—Sí, eso es lo más condenadamente extraño de una batalla: que es real —Deryn echó un vistazo buscando en el mar—. El Behemoth ya no tardará mucho.

Alek dio un paso más hacia el borde del acantilado y miró abajo. El Goeben expulsaba vapor y sus brazos de combate antikraken estaban extendidos como las pinzas de un cangrejo. De la torre instalada a babor salían chispas.

—Otro cañón Tesla —susurró Lilit—. Lo había olvidado.

—No hay por qué preocuparse. No es tan grande como el otro ni tiene el mismo alcance. La científica lo tiene todo calculado a la perfección —dijo Deryn.

Mientras hablaba, en la barquilla de la aeronave se encendió un foco, tan potente que el haz de luz penetró bajo el agua. La luz se deslizó en dirección al Goeben, una columna de luz que penetraba a través de la oscuridad.

Los girotópteros que sobrevolaban el palacio se encaminaron hacia la aeronave, y en el Leviathan se encendieron otros focos más pequeños dirigidos a los girotópteros que resaltaron contra el oscuro firmamento. Desde aquella distancia, Alek no pudo ver ni a los halcones ni a los murciélagos, pero sí cómo todos los girotópteros caían, uno tras otro.

—Han tenido todo un mes para hacer reparaciones y reajustes —observó Deryn—. Y para fabricar más bestias.

Alek asintió, cayendo en la cuenta de que nunca había visto al Leviathan en todo su poderío, tan solo lo había conocido dañado y hambriento. Esta noche vería una aeronave muy diferente.

—Bestias —dijo Bovril—. Sus ojos brillaban como los de un gato.

El foco principal alcanzó de lleno al Goeben y, por un momento, las armas y el blindaje de acero del buque de guerra brillaron con una luz blanca, cegadora. Entonces la luz del foco empezó a cambiar de color: púrpura, después verde y finalmente rojo sangre.

Un par de tentáculos surgieron del agua y arrojaron enormes cortinas de agua sobre la cubierta del Goeben.

Era el Behemoth.

Los brazos de combate antikraken se agitaban hacia todos los lados y sus garras hacían cortes en la carne del monstruo marino. Pero los tentáculos parecían no sentir aquellos cortes y seguían enroscándose cual serpientes pitón alrededor del cuerpo central del acorazado. Una enorme cabeza surgió del agua, con dos ojos que brillaban bajo la luz roja del foco…

Alek retrocedió un paso. A diferencia de los de un kraken, los tentáculos del Behemoth eran tan solo una pequeña parte de la bestia. Su enorme cuerpo estaba formado por placas óseas y segmentos y una cresta de espinas le recorría la espalda. Le pareció de lo más repugnante, como algo sacado de lo más profundo de los océanos, antiguo y desconocido.

Un sonido desolador llegó desde el mar. El casco del acorazado gimió al doblarse bajo la fuerza del abrazo del Behemoth. Sus armas ligeras disparaban en todas direcciones y los brazos de combate antikraken daban bandazos contra los enormes tentáculos. El acorazado daba violentas sacudidas hacia atrás y hacia adelante, haciendo que hombres y casquillos de munición se deslizaran sobre las cubiertas.

—¡Arañas chaladas! —exclamó Deryn—. La doctora Barlow dijo que la bestia era enorme, pero nunca imaginé que…

Algo emitió un fuerte destello en el interior del fracturado casco del Goeben: una de sus calderas se había incendiado. Nubes de vapor escapaban con un fuerte silbido a través de las grietas que se habían abierto en las placas de blindaje del barco.

La tripulación intentó disparar el cañón Tesla, pero el rayo no estaba cargado del todo, por lo que apenas si ascendió unos escasos metros hacia el cielo. Luego cayó de nuevo para enroscarse en los tentáculos del Behemoth y de ahí pasó a las cubiertas metálicas. A lo largo de toda la estructura del buque de guerra se produjeron explosiones cuando los depósitos de combustible y de munición se incendiaron con un fuego blanco.

La luz del foco cambió a azul y, con un único movimiento enorme, el Behemoth impulsó su cuerpo por encima de la superestructura del barco, hundiéndolo bajo su peso. El Goeben resistió unos instantes pero, finalmente, la cubierta de proa se sumergió bajo las olas. La popa se levantó en el aire y el cañón Tesla se alzó hacia el oscuro cielo, aún emitiendo destellos. Con un crujido metálico, el buque de guerra se partió en dos y ambas mitades empezaron a hundirse en el agua.

Un único brazo de combate antikraken surgió a través del revuelto oleaje y su garra pinzó el aire varias veces antes de desaparecer nuevamente. Bajo la superficie, se vio un destello de luz roja y se produjo una enorme explosión que mandó a la superficie columnas de vapor.

Poco a poco, el agua dejó de agitarse, hasta que se calmó por completo.

—Pobres desgraciados —dijo Deryn.

Alek permanecía en silencio. En el último mes había olvidado de algún modo lo que la revolución podría significar para la tripulación del Goeben.

—Debo reunirme con mis camaradas —dijo Lilit, arrodillándose junto a su gran bolsa de lona.

De ella extrajo un montón de palos de metal y seda ondulada, y se puso a trabajar. El artilugio se hizo más grande, tensándose con los muelles que tenía en su interior. En un santiamén alcanzó los cinco metros de envergadura. Las alas eran translúcidas, como las de un mosquito.

—¿Qué demonios es eso? —preguntó Deryn.

—Una cometa corporal —dijo Alek—. Pero nunca llegarás a Estambul con eso.

—No me es preciso. El barco de pesca de mi tío me espera bajo los acantilados —Lilit se volvió a Deryn—. Lo lamento, pero no te preocupes, es una persona de fiar. Tenía que contarle nuestro plan a alguien más, por si nos era preciso encontrar un modo de regresar a la ciudad.

—¿Vas a regresar ahora? —preguntó Deryn—. ¡Pero si tenemos que comprobar cómo se encuentran Klopp y Bauer!

—Por supuesto que tenéis que hacerlo, son vuestros amigos. Pero la revolución necesita a sus líderes esta noche —Lilit fijó la vista en el agua. Le temblaba la voz—. Y Nene también me necesita.

Al verla allí, con lágrimas en los ojos que le formaba surcos en el polvo que tenía pegado al rostro, Alek no pudo evitar pensar en la noche en que murieron sus padres. Era extraño, pero todo lo que podía recordar ahora era el momento en que le contó aquella historia a Eddie Malone a cambio de su silencio. Era como si el hecho de habérselo contado a alguien hubiera borrado el recuerdo en sí.

—Siento mucho lo de tu padre —dijo titubeando torpemente al pronunciar cada palabra.

Lilit le miró con curiosidad.

—Si el sultán gana esta noche, simplemente huirás a otra parte, ¿no?

Alek frunció el ceño.

—Probablemente sí.

—Buena suerte entonces —dijo ella—. Tu oro resultó ser muy útil.

—De nada, si es que esa es tu forma de decir gracias.

—Lo es —se volvió hacia Deryn—. No importa lo que ocurra, jamás olvidaré lo que has hecho por nosotros. Creo que eres el muchacho más increíble que he conocido en mi vida.

—Sí, bueno, en realidad…

Lilit no le dejó terminar la frase, le rodeó con sus brazos y le besó con fuerza en los labios. Tras unos largos instantes, soltó su abrazo y sonrió.

—Lo siento. Tan solo tenía curiosidad.

—¿Curiosidad? ¡Arañas chaladas! —gritó Deryn, poniéndose una mano en la boca—. ¡Pero si apenas me conoces!

Lilit rio y levantó la cometa corporal. Cuando las alas se hincharon con la fría brisa marina, avanzó un paso hacia el borde del acantilado, asiendo con fuerza la barra de dirección.

—Le conozco mejor de lo que cree, señor Sharp —dijo sonriendo, y se volvió hacia Alek—. No sabes qué buen amigo tienes en Dylan.

Después de decir esto, saltó hacia la oscuridad… y desapareció de su vista.

Alek corrió hacia el borde del acantilado y miró horrorizado hacia abajo. La cometa cayó en picado por unos instantes y luego se estabilizó para después volar en ángulo sobre el mar. El viento la alzó hasta casi el mismo nivel que la cima de los acantilados, y por un momento pudieron oír nuevamente la risa de Lilit.

La cometa giró bruscamente en dirección a las luces de la ciudad y, momentos después, había desaparecido en la oscuridad.

Señor Sharp —dijo Bovril, y soltó una risita.

Alek hizo un gesto de admiración con la cabeza, asombrado por la actitud de Lilit. Su padre había muerto y su ciudad estaba en llamas, y allí estaba ella, planeando en el aire e incluso riéndose.

—Esa chica está chiflada.

—Sí —Deryn se tocó la boca de nuevo—. Y menudos besos que da.

Alek miró al muchacho y de nuevo hizo un gesto con la cabeza.

—Venga. Vayamos a ver cómo se encuentra el profesor Klopp.

Ir a la siguiente página

Report Page