Behemoth

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Cuarenta y uno

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CUARENTA Y UNO

El golem de hierro yacía sobre un montón de vagones y de cargamento esparcido, con las piernas retorcidas y quebradas. Tan solo su mitad superior permanecía intacta, con la enorme cabeza inclinándose sobre los restos de dos vagones de mercancías. Parecía un gigante dormido sobre una almohada de metal abollado.

Deryn y Alek se acercaron a la imponente mole abriéndose paso entre componentes eléctricos y cristales rotos. Las vías del tren habían sido arrancadas del suelo y ahora estaban desperdigadas entre los otros escombros, convertidas en una maraña de hierros retorcidos.

—¡Caramba! —exclamó Deryn mientras dejaban atrás un vagón restaurante volcado, con sus cortinas de terciopelo rojo asomando a través de las ventanas rotas—. Menos mal que no había pasajeros a bordo.

«DESTRUCCIÓN Y CONSECUENCIAS»

—Podemos subir a la parte superior de la cabeza del golem por ahí —dijo Alek, señalando la enorme mano que yacía abierta sobre el suelo.

Se subieron encima y treparon por el brazo del caminante. Al poco, vieron dos formas inmóviles atadas con un cinturón de seguridad a las sillas de los pilotos.

—¡Profesor Klopp! —gritó Alek—. ¡Hans!

Uno de los hombres se removió.

Deryn vio que se trataba de Bauer, que, con ojos vidriosos y manos temblorosas, intentaba desabrocharse el cinturón de seguridad. Siguió a Alek y le ayudó a liberar al hombre.

Was hat geschlagen uns getroffen? —preguntó Bauer.

Der Orient-Express —explicó Alek.

Bauer le miró confuso. Entonces vio los restos del descarrilamiento que había a su alrededor y en su rostro fue dibujándose poco a poco una mueca que indicaba que empezaba a comprender lo sucedido.

Entre los tres liberaron a Klopp y le depositaron sobre el ancho hombro del golem. El profesor de mekánica seguía sin moverse. Tenía el rostro cubierto de sangre y cuando Deryn le puso la mano en el cuello, notó que su pulso era débil.

—Tenemos que llevarlo a que lo vea un doctor.

—Sí, pero ¿cómo? —preguntó Alek.

Deryn buscó con la mirada por el campo de batalla. No quedaba ni un solo caminante en pie, pero la silueta del Leviathan se perfilaba ahora en el cielo. Estaba haciendo lo que ella esperaba que hiciese: tras acabar con el Goeben, la aeronave estaba acercándose para observar más detenidamente el cañón Tesla destruido.

Abrió la boca para explicárselo, pero de pronto la bestezuela que llevaba sobre el hombro se puso a imitar un sonido quedo y sordo.

Alek lo oyó también.

—Caminantes.

Deryn se volvió hacia la ciudad. Una docena de columnas de humo se alzaban en el horizonte.

—¿Podrían ser del comité?

Alek negó con la cabeza.

—Ni siquiera saben que estamos aquí.

—Bueno, en teoría tenía que ser así pero esa chica anarquista se lo contó a su tío, ¿no?

Bauer se puso en pie tambaleándose y cogió unos prismáticos. Una de las lentes estaba rota, así que acercó la otra a su ojo y la usó a modo de telescopio.

Elefanten —dijo tras un instante.

Alek soltó un juramento.

—Por lo menos esas cosas son lentas.

—Pero jamás conseguiremos sacar a Klopp de aquí. No sin ayuda —dijo Deryn.

—¿Y de dónde se supone que vamos a obtenerla?

Deryn señaló hacia arriba, a la silueta oscura que sobrevolaba el agua y que ahora viraba hacia ellos, con las luces de los focos dirigiéndose hacia los acantilados.

—El Leviathan va a dar otra pasada para observarlo todo más de cerca. Podemos hacerles señales y pedir que el cirujano de la nave atienda a Klopp.

—A, B, C… —dijo alegremente Bovril.

—¡Volverán a hacernos prisioneros! —dijo Alek.

—¿Sí? ¿Y qué crees que harán con nosotros los malditos otomanos tras todo esto? —Deryn hizo un gesto con la mano para señalar los restos del descarrilamiento—. ¡Por lo menos con nosotros seguirás con vida!

Ich kann mit Meister Klopp bleiben, Herr —dijo Bauer.

Deryn entornó los ojos. Tras un mes de trabajo con los clánkers, su alemán había mejorado mucho.

—¿Qué quiere decir con eso de que se quedará con Klopp?

Alek se volvió a Deryn.

—Tu aeronave puede recoger a Bauer y a Klopp mientras tú y yo huimos hacia un lugar seguro.

Deryn abrió la boca, sorprendida.

—¿Es que te has vuelto completamente loco?

—Los otomanos nunca nos encontrarán entre todo este lío —dijo Alek apretando los puños—. Piénsalo por un momento, si el comité gana esta noche, expulsarán a los alemanes y estarán en deuda con nosotros, Dylan. Podríamos quedarnos aquí, entre aliados.

—¡Yo no, príncipe estúpido! ¡He de irme a casa!

—¡Pero no puedo hacer esto solo…, no sin ti! —dijo, y su mirada se suavizó—. Por favor, ven conmigo.

Deryn le dio la espalda por unos instantes, deseando que Alek le pidiera lo mismo pero de manera diferente. No como un príncipe memo que esperaba que todo el mundo sirviera a sus propósitos, sino como un hombre.

No era culpa suya, desde luego. Nunca le había dicho a Alek que él era la auténtica razón por la que había venido a Estambul, y no por la misión. No le había contado nada en absoluto, y ahora ya era demasiado tarde. Habían estado juntos un mes entero trabajando y luchando codo con codo y aún no había logrado convencerse de que a él pudiera importarle una chica corriente.

Así que, ¿por qué iba a quedarse?

—Hay mucho que hacer aquí, Dylan —dijo Alek—. Eres el mejor soldado que tiene la revolución.

—Sí, pero mi hogar está allí arriba. No creo que pueda vivir con… vuestras máquinas.

Alek extendió las manos.

—No importa. En cualquier caso tu tripulación no nos va a encontrar.

—Tienen que poder encontrarnos —dijo Deryn, examinando el campo de batalla en busca de algo con lo que hacer señales.

Pero Alek tenía razón. Incluso aunque tuviera banderas de señales de diez pies de alto nadie podría verla entre los restos del descarrilamiento.

Entonces los vio: los brazos del golem, extendidos en ambas direcciones. El brazo derecho estaba totalmente recto, y el izquierdo describía un ángulo, casi formando la señal correspondiente a la letra «S».

—¿Ese cacharro aún puede moverse?

—¿Cuál? ¿El caminante?

—A, B, C —dijo Bovril otra vez.

—Sí. Un gigante haciendo señales sería difícil de pasar por alto.

—Las calderas están frías —dijo Alek—. Pero puede que los neumáticos tengan aún suficiente presión.

—Entonces ve a echar un vistazo.

Alek apretó los dientes, pero volvió a trepar a la cabeza y se arrodilló junto a los controles. Dio unos golpes a un par de manómetros y se volvió con una mirada desconcertada en su rostro.

—¿Funciona? ¡No me mientas! —gritó ella.

—Jamás te mentiría, Dylan. Podemos hacer con señales unas doce letras, quizás.

—¡Entonces hazlo! Haz lo que hago yo —Deryn extendió recto el brazo derecho y el izquierdo lo orientó hacia abajo.

Alek no se movió.

—Si me entrego a tu capitán, no dejará que escape una segunda vez.

—Pero si no mandas señales de ayuda al Leviathan, Klopp es hombre muerto. ¡Todos lo seremos cuando esos caminantes lleguen aquí!

Alek se la quedó mirando de nuevo un instante. Luego suspiró, se volvió hacia los controles y puso las manos en las palancas. El siseo de los neumáticos llenó el aire y los grandes brazos arañaron el suelo lentamente imitando exactamente la posición de Deryn.

—«S…» —dijo el loris perspicaz.

Deryn pasó su brazo izquierdo sobre su torso. Esta letra era más difícil para el golem de hierro, medio tumbado en el suelo como estaba, pero Alek se las arregló para hacer que doblara el codo lo suficiente.

—¡H! —anunció Bovril, y siguió haciéndolo mientras Deryn continuaba—. A… R… P…

Tras la quinta letra, el enorme foco para krakens del Leviathan ya los había encontrado, y juntos repitieron la secuencia dos veces más antes de que el último resquicio de aire saliera silbando de los neumáticos.

Alek volvió la espalda a las palancas.

—Wie lange haben wir, Hans?

Bauer se protegió los ojos del resplandor del foco.

—Zehn minuten?

—Aún tenemos tiempo de huir, Dylan.

—Diez minutos no son suficientes, y además no hay ninguna necesidad de huir —Deryn puso una mano sobre el hombro de Alek—. Tras lo que hemos hecho hoy, puedo explicarle al capitán cómo me presentaste al comité. ¡Y que si no lo hubieras hecho la aeronave habría sido derribada! —lo dijo todo atropelladamente. Romper su muda promesa de dejarle atrás era tan fácil como respirar.

—Espero que me den una medalla —dijo Alek secamente.

—Sí, nunca se sabe.

El foco empezó entonces a parpadear con destellos largos y cortos. Deryn había perdido la práctica del código Morse, pero a medida que fue observando los destellos, los conocidos patrones volvieron a su mente.

—Mensaje recibido —dijo—. ¡Y el capitán me manda saludos!

—¡Qué educado!

Deryn mantuvo la vista fija en los destellos que emitía el foco.

—Se están preparando para recogernos. ¡Llevaremos al profesor Klopp al cirujano en un santiamén!

—Entonces ya no nos necesitáis, ni a Hans ni a mí —Alek extendió la mano—. Tengo que decirte adiós.

—Por favor, no —suplicó Deryn—. No conseguirás abrirte paso entre esos caminantes. Te prometo que no dejaré que el capitán te encadene. ¡Si lo hace, yo mismo forzaré los cerrojos!

Alek bajó la mirada hacia la mano que ofrecía a Deryn y entonces sus ojos verde oscuro se encontraron con los de ella. Se miraron el uno al otro durante unos largos instantes. El ruido de los motores de la aeronave hacía vibrar la piel de Deryn.

—Ven conmigo —dijo ella, estrechándole finalmente de la mano—. Es tal y como dijiste la noche antes de que escaparas: cómo encajas en el Leviathan. Tu sitio está ahí arriba.

Alek miró al Leviathan con los ojos brillantes. Por lo que Deryn pudo ver, aún estaba enamorado de aquella aeronave.

—Quizás no debería huir sin mis hombres —dijo.

Mein Herr —dijo Bauer—. Graf Volger befahlmir

—¡Volger! Si no fuera por sus intrigas, habríamos permanecido juntos desde el principio —masculló Alek.

Deryn apretó su mano con más fuerza.

—Todo irá bien. Te lo juro.

A medida que la aeronave se acercaba, un rumor de alas llegó por encima de sus cabezas y aparecieron unas garras de acero que brillaban a la luz de los focos. Deryn soltó la mano de Alek y respiró con fuerza el fuerte aroma parecido a almendras amargas que tenía el hidrógeno al verterse. Era el bello y peligroso olor de un descenso repentino. De la compuerta de carga de la barquilla se descolgaron unas cuerdas, y segundos más tarde unos hombres empezaron a bajar por ellas.

—¿Acaso no ofrece una vista condenadamente magnífica?

—Sí, muy bonita —dijo Alek—. Si no se está encadenado dentro.

—Tonterías —dijo Deryn dándole una palmada en el hombro—. Esa tontería de las cadenas no es más que una forma de hablar. Tan solo encerraron al conde Volger en su camarote, ¡y a mí me encargaron que le llevara el desayuno cada día!

—¡Qué lujo!

Ella sonrió, aunque el recuerdo de Volger hizo que se pusiera tensa por unos instantes, puesto que el conde sabía su secreto. Aún podía traicionarla y revelárselo en cualquier momento a sus oficiales, o a Alek.

No obstante, no podía seguir ocultándose del conde para siempre. No era algo propio de un soldado. Además, siempre podía tirarle por una ventana, si las cosas se ponían feas.

Cuando la aeronave se detuvo con una fuerte vibración, Bovril se aferró aún más fuerte a su hombro.

—¿Desayuno cada día? —preguntó.

—Sí, bestezuela —dijo Deryn acariciándole el pelaje—. Vas a regresar a casa.

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