Behemoth

Behemoth


Cuarenta y dos

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CUARENTA Y DOS

—¡S-H-A-R-P! —exclamó Newkirk desde la boca del compartimento de carga—. ¡Demonios, Dylan, es usted!

—¿Quién si no? —replicó Deryn sonriendo de oreja a oreja a la vez que estrechaba la mano que le ofrecía el chico.

La muchacha subió con un solo impulso.

—¿Ha encontrado a la bestia perdida?

—Sí —Deryn hizo un gesto con el pulgar por encima del hombro para señalar el campo de batalla con los restos esparcidos del descarrilamiento—. Uno de mis muchos logros.

Newkirk miró hacia abajo.

—Ha estado ocupado, señor Sharp. Pero deje de fanfarronear. Tenemos caminantes alemanes aproximándose y el contramaestre requiere su presencia en la sala de navegación.

—¿Ahora? —Deryn miró hacia atrás, a la operación de rescate.

A Klopp le estaban izando en el aire atado a una camilla, mientras Alek y Bauer esperaban sobre el hombro de hierro del golem.

—El contramaestre dice que vaya ahora mismo.

—De acuerdo, señor Newkirk, pero asegúrese de poner a salvo a estos clánkers.

—Sí, no se preocupe. ¡No dejaremos que esos idiotas se nos vuelvan a escapar!

Deryn no se detuvo a discutir con el muchacho. No importaba lo que Newkirk pensase siempre que los oficiales supieran que Alek había regresado por iniciativa propia.

Su sitio estaba allí, sin importar si era clánker o no.

De camino a la sala de navegación, Deryn pudo sentir los zumbidos y las vibraciones de la aeronave bajo sus pies y encontró los pasillos llenos de hombres y bestias que iban de un lado a otro. Bovril lo observaba todo con ojos como platos, asombrado y sumido en un extraño silencio. Al parecer, la bestia también pertenecía a aquel lugar.

La científica estaba en la sala de navegación contemplando las luces de Estambul, que brillaban al otro lado del mar. Deryn frunció el ceño: esperaba encontrar al capitán. Por supuesto, con caminantes alemanes aproximándose, los oficiales estarían en el puente. Pero ¿por qué le habrían ordenado que fuera a aquella sala y no a ocupar un puesto de combate?

Detrás de la doctora Barlow, Tazza se incorporó de un salto y fue corriendo a olisquear las botas de Deryn. La muchacha se arrodilló y acarició su hocico con la palma de la mano.

—Me alegro de verte, Tazza.

—Tazza —repitió Bovril, y soltó una risita.

—Es un placer volver a verle, señor Sharp —dijo la científica, apartándose de la vista que le ofrecía la ciudad—. Nos ha tenido a todos muy preocupados.

—Es magnífico estar de nuevo en casa, señora.

—Desde luego es de lo más lógico que haya conseguido volver de una pieza, siendo como es usted un muchacho lleno de recursos. Aunque por lo que veo ha causado usted no pocos problemas por el camino —dijo la científica haciendo tamborilear sus dedos en el alféizar de la ventana.

—Sí, señora —Deryn se permitió esbozar una sonrisa—. Fue algo difícil eliminar ese cañón Tesla. Pero lo conseguimos.

—Sí, ya sé —dijo la científica haciendo un gesto con la mano, como si cada día viera torres desplomándose envueltas en rayos—. Pero me refería a la criatura que lleva sobre el hombro, y no a esa tediosa batalla.

—Oh —exclamó Deryn mirando a Bovril—. ¿Quiere decir que se alegra de tenerlo de nuevo aquí entonces?

—No, señor Sharp, no es eso a lo que me refiero —dijo la doctora Barlow dejando escapar un leve suspiro—. ¿Ya lo ha olvidado? Hice grandes esfuerzos para asegurarme de que ese loris saliera de su cascarón mientras Alek estuviera en la sala de máquinas. Y lo hice para que la fijación que estas criaturas tienen con la primera persona que ven al nacer recayese enteramente sobre él.

—Sí, lo recuerdo —dijo Deryn—. Es como un polluelo, que se apega a quien ve por primera vez.

—Exacto, y ese alguien fue Alek. Y sin embargo aquí está ahora, sobre su hombro, señor Sharp.

Deryn frunció el ceño, tratando de recordar exactamente cuándo había empezado Bovril a subirse a su hombro tan a menudo como al de Alek.

—Bueno, al parecer la bestia siente el mismo apego por mí que por él. Y no veo por qué no habría de ser así. Quiero decir, Alek es un condenado clánker, después de todo.

La doctora Barlow se sentó a la mesa de mapas, y dijo que no con la cabeza.

—¡No estaba diseñado para que estableciera lazos afectivos con dos personas! No, a menos que ambos sean… —la miró con los ojos entornados—. Supongo que usted y Alek tienen una amistad bastante estrecha, ¿no es cierto, señor Sharp?

Señor Sharp —repitió Bovril, y soltó una risita.

Deryn miró severamente a la bestia y extendió las manos.

—Sinceramente no sé qué responderle, señora. Es solo que Alek estaba muy ocupado esta noche pilotando ese caminante, por lo que Bovril subió a mi hombro, y supongo que…

—Disculpe —la interrumpió la doctora Barlow—. ¿Bovril, ha dicho?

—Eh, sí. Ese es su nombre, o algo así.

La científica enarcó una ceja.

—¿Como el extracto de carne de vaca?

—No fui yo quien le puso ese nombre —dijo Deryn—. En la instrucción para cadetes ya nos explicaron que no hay que sentir apego por ninguna de las criaturas. Pero esa chica anarquista insistió en llamarlo Bovril y, al final, el nombre… se nos pegó a todos.

—Bovril —repitió la bestia.

La doctora Barlow se inclinó hacia delante para observar más de cerca al loris y sacudió nuevamente la cabeza.

—Me pregunto si este exceso de apego no será culpa del señor Newkirk. Nunca mantuvo los huevos a una temperatura constante.

—¿Quiere decir con eso que Bovril podría ser defectuoso?

—Con las nuevas especies nunca se sabe. ¿Dice que fue una «anarquista» quien empezó con la tontería de llamarlo Bovril?

Deryn comenzó a dar explicaciones, pero enseguida se encontró que los pies no la sostenían y se desplomó sobre una silla. No era de muy buena educación sentarse en presencia de una dama, pero de pronto Deryn sintió sobre ella el peso de todo lo que había sucedido aquella noche: la batalla, la muerte de Zaven y lo cerca que había estado el Leviathan de un final horrible.

Más que nada era un auténtico alivio estar nuevamente en casa; sentir la aeronave bajo sus pies, como algo sólido y real, en lugar de verla ardiendo de forma horrible en el cielo. Y saber que Alek estaba ya a bordo también…

—Verá, señora, cuando le encontré, Alek ya se había unido a ese Comité para la Unión y el Progreso, que estaban obsesionados con derrocar al sultán. Por supuesto fue algo que no aprobé, pero entonces averiguamos que ahí fuera estaban construyendo un cañón Tesla. Como era consciente de que podría acabar con el Leviathan, tuve que asegurarme de que fuera destruido. Incluso aunque ello significara tener que unir fuerzas con los anarquistas, o revolucionarios, como quiera llamarlos.

—Un muchacho de recursos, como dije —dijo la científica a la vez que se sentaba frente a ella y rascaba la cabeza a Tazza—. El conde Volger no se equivocaba demasiado, ¿verdad?

—¿El conde Volger? —Deryn sintió un poco de pánico al oír pronunciar aquel nombre—. Si no le importa que se lo pregunte, señora, ¿sobre qué no se equivocaba?

—Dijo que Alek había empezado a asociarse con personas indeseables y también que usted sería capaz de encontrar a nuestro príncipe perdido.

Deryn asintió despacio. Por supuesto, ella estaba presente y había oído la pista que le daba Alek a Volger sobre el hotel donde se encontraba.

—Ese hombre es muy listo.

—Ciertamente —la científica se puso nuevamente de pie para echar un vistazo afuera—. Aunque quizás se equivoque con el comité. Por desagradables que sean sus ideales políticos, hoy le han prestado un valioso servicio a Gran Bretaña.

—Sí, señora. ¡Nos han ayudado a salvar la aeronave!

—Parece que también han derrocado al sultán.

Deryn se incorporó de un salto y se situó junto a la doctora Barlow frente a la ventana. La nave estaba en marcha de nuevo y sobrevolaba el agua de regreso al mar. A lo lejos, las calles de Estambul estaban aún iluminadas por el resplandor de los tiroteos y de las explosiones. A la luz de los focos de los elefantes de guerra, Deryn pudo distinguir nubes de especias arremolinándose.

—No estoy seguro de que lo hayan derrocado todavía, señora. Parece que los combates continúan.

—La batalla no tiene ningún sentido, se lo aseguro —dijo la científica—. Pocos minutos después de que el Goeben fuera destruido detectamos al dirigible imperial Stamboul despegando desde palacio, enarbolando la bandera de tregua.

—¿De tregua? Pero si la batalla apenas había empezado. ¿Por qué iba a rendirse el sultán?

—No se rindió. Según las banderas de señales del Stamboul, el Kizlar Agha estaba al mando —la doctora Barlow esbozó una fría sonrisa—. Estaba llevando al sultán hacia un lugar seguro, lejos de los disturbios de Estambul.

—¡Oh! —Deryn frunció el ceño—. ¿Quiere decir que estaba… raptando a su propio soberano?

—Como ya le dije hace algún tiempo, no es la primera vez que un sultán es reemplazado.

Deryn dejó escapar un suave silbido, preguntándose cuánto duraría aquella batalla sin sentido. Al otro lado de la ventana podía distinguirse que el agua oscura de la bahía aún estaba revuelta en la zona donde se había hundido el Goeben. Se preguntó si el Behemoth aún estaría allí abajo, sacando su cena de entre el revoltijo de acero y combustible.

El foco que hacía surgir a la bestia volvió a encenderse y su luz penetró en el agua para atraer a la bestia de vuelta. El Breslau iba a ser el segundo plato.

—Si el comité gana realmente, ¡entonces Alemania será la única potencia clánker que quede! —dijo Deryn.

—Mi querido muchacho, aún quedará el Imperio austrohúngaro.

—Sí, por supuesto —Deryn se aclaró la garganta, maldiciéndose a sí misma en silencio—. No sé cómo he podido olvidarme de ellos.

La doctora Barlow levantó una ceja.

—¿Se ha olvidado del pueblo de Alek? Qué extraño, señor Sharp.

—Señor Sharp —dijo una voz por encima de ellos.

Deryn miró hacia arriba y se quedó boquiabierta.

Dos pequeños ojos le devolvían la mirada desde el techo. Eran los de otro loris perspicaz, que se hallaba colgado con sus diminutas zarpas de uno de los tubos de los lagartos mensajeros. Era casi igual que Bovril, salvo porque no tenía manchas en las patas.

—Pero ¿qué demonios…?

Entonces recordó que habían sobrevivido tres huevos: el de Bovril, el que había aplastado el autómata del sultán y un tercero del que se había olvidado por completo. Habría eclosionado durante el último mes, claro estaba.

La doctora Barlow alzó la mano y la otra bestia se balanceó usando una de sus garras, como un mono, para acto seguido dejarse caer. Rodeó el brazo de la científica y se deslizó hasta su hombro.

—Señor Sharp —repitió la bestia.

Señor Sharp —la corrigió Bovril, y ambas soltaron una risita.

—¿Por qué no deja de reírse? —dijo la científica.

—No tengo ni idea —respondió Deryn—. En ocasiones pienso que está mal de la azotea.

—Revolución —anunció Bovril.

Deryn se la quedó mirando. Nunca había oído a la criatura decir nada por ella misma. La nueva bestia repitió la palabra y la deletreó poco a poco felizmente, entonces dijo:

—Equilibrio de poder.

Bovril se rio ante aquella frase y la repitió sin falta.

Mientras Deryn las contemplaba con creciente asombro, las criaturas siguieron parloteando entre sí y repitiendo la una lo que decía la otra. Las palabras solas pasaron a convertirse en un torrente de frases en inglés, clánker, armenio, turco y media docena de idiomas más.

Al cabo de poco, Bovril ya estaba recitando conversaciones completas que Deryn había mantenido con Alek, Lilit o Zaven, mientras que la otra bestia repetía frases que sonaban igual que la forma de hablar de la doctora Barlow. ¡Algunas incluso parecían ser del conde Volger!

—Disculpe, señora, pero ¿qué caramba están haciendo estos dos? —susurró Deryn.

La científica sonrió.

—Mi querido muchacho, hacen lo que les es propio por naturaleza.

—Pero ¡si son bestias fabricadas! ¿Qué es lo que les es natural?

—Pues, hacerse más perspicaces, por supuesto.

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