Behemoth

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Veintisiete

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VEINTISIETE

Lilit y Zaven le acompañaron al extremo más alejado de la terraza, que daba encima de un enorme patio interior rodeado por los muros de varios almacenes. Las ventanas de los edificios de los alrededores estaban tapadas con tablones de madera y todo el patio estaba cubierto con redes de camuflaje para ocultarlo desde el aire.

Entre las sombras había cinco caminantes que se alzaban silenciosos.

Alek se arrodilló junto a la barandilla de la terraza, mirando hacia abajo. Durante los últimos días los había visto en las calles, la variopinta gama de caminantes de combate que vigilaban los guetos de Estambul. Aquellos cinco estaban marcados con las muescas y los arañazos de antiguas batallas y su armadura estaba decorada con multitud de signos: cuartos crecientes, cruces, una estrella de David y otros símbolos que él nunca antes había visto.

—Un comité de autómatas de acero —dijo él.

Zaven alzó un dedo.

Golems de acero es su nombre judío. Los valacos los denominan licántropos y nuestros hermanos griegos, minotauros —señaló al caminante que había visto dos noches antes—. Creo que ya conoces a Sahmeran, mi máquina personal. Es la diosa del pueblo kurdo.

—Y están aquí todos juntos —dijo Alek.

—Otra observación excelente —murmuró Lilit.

—Calla, muchacha —dijo Nene, mientras su cama se dirigía lentamente hacia ellos—. Durante demasiado tiempo nos contentamos con cuidar de nuestros propios barrios y dejamos que el sultán gobernase el Imperio. Pero los alemanes y su mekanzimat nos han hecho un favor: finalmente nos han unido.

Zaven se arrodilló junto a Alek.

—Las máquinas que ves ahí abajo son solo una fracción de las que están comprometidas con nosotros. Usamos estas cinco para entrenarnos, para que los kurdos sepan pilotar un licántropo y un árabe, un golem de acero.

—De este modo pueden luchar todos juntos como es debido —dijo Alek.

—Por supuesto. Mi propia hija los ha conducido todos.

—¿Una chica pilotando un caminante? Qué absolutamente… —Alek vio la expresión de Lilit y carraspeó—. Qué excepcional.

—¡Bah! No es tan extraño como tú crees —dijo Zaven alzando un puño—. ¡Cuando llegue la revolución, las mujeres serán igual que los hombres en todos los aspectos!

Alek soltó una carcajada. Al parecer aquellas ideas pertenecían a la locura familiar, o tal vez a la influencia de la resuelta Nene en su hijo.

—¿Cómo funciona aquel cañón Tesla? —preguntó Lilit.

—Uno de mis hombres, Klopp, dice que es un generador de rayos —Alek intentó recordar la explicación que le había dado Klopp unos pocos días después de la batalla con el Goeben—. El señor Tesla es americano, pero los alemanes descubrieron sus experimentos y han estado trabajando en ese cañón durante algún tiempo. ¿Y usted cómo lo sabe?

—Eso no importa —dijo Nene—. ¿Puede detener a nuestros caminantes?

—Lo dudo. El cañón Tesla está diseñado para ser usado contra respiradores de hidrógeno. Pero el Goeben aún tiene sus grandes cañones y los caminantes como estos son unos blancos perfectos —Alek miró hacia el sudoeste, donde penachos de humo se alzaban del palacio del sultán, cerca del agua. Mientras los buques de guerra alemanes estuviesen allí anclados, el palacio estaría a salvo de cualquier ataque de caminante—. Esta es la razón real de por qué esos acorazados alemanes estén aquí, ¿verdad? Para mantener al sultán en el poder.

—Y dejar morir de hambre a los rusos —Nene se encogió de hombros.

—Un martillo puede golpear más de un clavo. Parece que tienes un poco de formación militar.

—Más que un poco, cuando se trata de caminantes —Alek irguió los hombros—. Denme el más difícil que tengan y se lo demostraré.

Nene asintió y lentamente una sonrisa se extendió por su rostro.

—Ya has oído al chico, nieta. Llévale al Sahmeran.

Alek flexionó los dedos, observando los controles.

Los instrumentos estaban etiquetados con símbolos en lugar de palabras pero la función de muchos de ellos estaba bastante clara. Temperatura del motor, indicadores de presión, combustible, nada que no hubiese visto antes en su Caminante de Asalto.

Pero los controles de los caminantes estaban dispuestos de una forma completamente distinta. Se alzaban desde el suelo de la cabina del piloto, como enormes palancas. Los mangos parecían los guantes acorazados de un caballero medieval.

—¿Cómo se supone que voy a andar con eso? —preguntó.

—No vas a hacerlo. Las palancas controlan los brazos —Lilit señaló al suelo—. Tienes que usar los pedales para andar, bobo.

—Bobo —repitió la criatura y luego rio.

—Tu mascota te conoce muy bien, ¿verdad? —dijo Lilit, acariciando la piel de la criatura—. ¿Cómo se llama?

—¿Su nombre? Las bestias fabricadas no tienen nombre. Excepto las grandes aeronaves, claro.

—Bueno, pues este necesita un nombre —dijo Lilit—. ¿Es chico o chica?

Alek se quedó pensativo un momento y frunció el ceño.

—La tripulación del Leviathan siempre decía «eso» cuando hablaba de bestias. Tal vez no tengan sexo.

—Entonces, ¿de dónde vienen?

—De huevos.

—Pero ¿quién pone los huevos?

Alek se encogió de hombros.

—Por lo que yo sé, los científicos se los sacan de su sombrero hongo.

Lilit miró más atentamente a la bestia mientras Alek se fijaba en los controles. Nunca antes había pilotado un caminante con brazos. Aquel Sahmeran iba a ser más complicado de lo que había pensado.

Pero, si una chica era capaz de pilotar aquella monstruosidad, no podía ser demasiado difícil.

—¿Cómo sé lo que hacen los brazos? ¿No puedo siquiera verlos desde aquí dentro?

—Sabes dónde están, como si fuesen una parte de tu propio cuerpo. Pero ya que es tu primera vez… —Lilit giró una manivela y la parte superior de la cabina del piloto empezó a moverse hacia arriba, lanzando resoplidos con los neumáticos—. Puedes intentarlo en modo desfile.

—¿En modo desfile?

—Es cuando Sahmeran desfila en los festivales religiosos kurdos.

—Ah, ese tipo de desfiles —dijo Alek—. Este es un país muy extraño. Todos los caminantes parecen ser símbolos aparte de máquinas.

Sahmeran no es un símbolo. Es una diosa.

—Una diosa. Por supuesto —murmuró Alek—. Ciertamente hay un montón de mujeres en esta revolución.

Lilit puso los ojos en blanco mientras tiraba del botón de arranque del motor. La máquina se puso en funcionamiento bajo ellos y la criatura imitó el ruido del motor, luego se subió al hombro de Alek para poder ver por el borde frontal del panel de control.

—¿Tu mascota estará bien? —preguntó Lilit.

—Tiene una cabeza excelente para las alturas —dijo Alek—. Cuando escapamos del Leviathan, cruzamos por un cable que estaba suspendido de un lugar mucho más alto que esto.

—Y ¿por qué lo robaste? —preguntó ella—. ¿Para demostrar que estuviste a bordo de la aeronave?

—Yo no robé nada —dijo Alek apoyando las botas con cuidado sobre los pedales de pie—. Eso insistió en venir conmigo.

La criatura se volvió para mirarlos y pareció sonreír a Lilit.

—No sé por qué, pero casi te creo —dijo en voz baja—. Bueno, ahora demuéstranos lo listo que eres, muchacho. Caminar es la parte fácil.

—Dudo que me suponga un problema —dijo Alek, observando cómo se ponían en marcha todos los instrumentos.

Cuando los indicadores de presión se estabilizaron, pisó los pedales, de forma lenta y constante.

La máquina respondió, avanzando suavemente y las piernas giratorias que tenía a lo largo de su tronco se movían en una secuencia automática. Levantó su pie izquierdo del pedal, guiando al caminante hacia un giro lento.

—Es más fácil que mi pequeña lancha de cuatro patas —exclamó—. ¡Sabía pilotarla a los doce años!

Lilit le miró de forma extraña.

—¿Tenías tu propio caminante? ¿Cuando tenías doce años?

—Era el de la familia —Alek cogió las palancas de control—. Y los chicos tenemos un don natural para la mekánica, al fin y al cabo.

—Querrás decir un don natural para la fanfarronería.

—Ya veremos quién es el fanfarrón.

Alek deslizó su mano derecha dentro del guante de metal y cerró el puño. Un gran par de garras se cerraron también en el lado derecho de la máquina.

—Con cuidado —dijo Lilit—. Sahmeran es más fuerte que cualquier simple chico.

Alek impulsó el control, observando cómo el brazo del caminante seguía sus movimientos. El brazo era largo y sinuoso, igual que el cuerpo de una serpiente, y sus escamas se deslizaban frotando una contra otra con el sonido de una docena de espadas al ser extraídas de sus fundas.

—El truco es olvidarte de tu cuerpo —aconsejó Lilit—. Imagina que las manos del caminante son las tuyas.

Los controles eran sorprendentemente sensibles y los brazos imitaban todos los movimientos de Alek, pero más lentamente. Intentó ir más despacio para acomodarse a la escala del caminante y pronto se sintió como si midiese veinte metros y llevase un traje enorme en lugar de pilotar.

—Ahora viene la parte más difícil —Lilit señaló con el dedo—. Recoge aquella vagoneta que hay allí.

En el extremo más alejado del patio, había una vieja vagoneta volcada. Su parte de madera estaba arañada y agrietada, como el juguete maltratado de un niño.

—Parece bastante fácil —dijo Alek guiando a la máquina para que se acercase a la vagoneta entre las formas inmóviles de los otros caminantes.

Alargó su mano derecha y la máquina le obedeció. Desde el panel de control la criatura imitó los sonidos del aire sibilante y el metal que resonaron por las paredes del patio.

Alek cerró sus dedos lentamente y las garras se cerraron alrededor de la vagoneta.

—Muy bien hasta ahora —dijo Lilit—. Sigue así, con suavidad.

Alek asintió, recordando la norma de Volger sobre cómo sostener una espada, como un pájaro de jaula, lo suficientemente fuerte para que no escapase volando pero lo bastante suave para no ahogarlo.

La vagoneta se balanceó en la garra de Sahmeran amenazando con caer.

—Gira la muñeca —dijo Lilit rápidamente—. ¡Pero no aprietes!

Alek giró la garra boca arriba, intentando estabilizar la vagoneta en su palma de metal. Pero la vagoneta tenía otra idea y se inclinó hacia un lado sobre sus ruedas y empezó a rodar.

—¡Cuidado! —dijo Lilit y la criatura repitió la palabra.

Alek retorció su mano en el control de nuevo, intentando balancear la vagoneta para que recuperase el equilibrio hacia un lado. Pero esta no quería quedarse quieta, como si fuese una canica rodando de un lado a otro en un cuenco. La vagoneta llegó al borde de su palma y se balanceó allí. Alek entonces apretó un poco más…

«PRÁCTICAS EN EL PATIO DE ENTRENAMIENTO»

Y los dedos gigantes de metal se cerraron con un fuerte siseo de aire, y se escuchó el crujido de la madera astillándose. Las astillas volaron en todas direcciones y Alek se agachó, cuando algo grande pasó volando junto a su cabeza. Unas minúsculas astillas de madera golpearon su rostro.

Abrió los ojos a tiempo de ver cómo los trozos de la vagoneta quedaban reducidos a pedazos al chocar contra las piedras del patio. Se quedó mirando la garra vacía, molesto.

Lilit se apoyó en el respaldo de su asiento junto a él, con unas pequeñas astillas atrapadas en su negro pelo. La criatura se la quedó mirando desde el suelo de la cabina del piloto, haciendo un sonido parecido al crujido de la madera al astillarse.

—Tener el poder de una diosa es parecido a una responsabilidad —dijo Lilit en voz baja, sacudiéndose el pelo—. ¿No te parece, chico?

Alek asintió lentamente, girando su muñeca y observando cómo la garra gigante giraba sobre sus resortes. Aún podía sentir la conexión entre él y la máquina.

—No tendrás otra vagoneta, por casualidad —dijo él—. Me parece que ya lo he pillado.

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