Behemoth

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Veintiocho

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VEINTIOCHO

Por fin se estaba haciendo de noche.

Deryn se había pasado todo el largo y caluroso día escondida entre las cajas de cargamento que estaban en la cubierta del barco, ocultándose de la tripulación y del implacable sol. Era el barco que había visto desde la playa en Kilye Niman, un barco de vapor alemán que transportaba gruesos rollos de cable de cobre y palas de turbina del tamaño de velas de molino de viento.

El barco había esperado a cruzar las redes antikraken hasta el amanecer y luego había tardado casi todo el día en navegar hasta Estambul. Después de pasar siete semanas en una aeronave, Deryn estaba exasperada por tener que soportar la velocidad de caracol de una embarcación de superficie. Tampoco ayudaba que, desde su apresurada cena la noche anterior, Deryn solo había comido una galleta rancia que había encontrado entre las cajas. Para beber solo había contado con unos puñados de rocío que había raspado en la lona que cubría un bote salvavidas.

Por supuesto, ella estaba mejor que sus hombres, que o bien estaban muertos o bien cautivos de los otomanos. Durante su lento viaje en el barco, revisó la escena de la playa mil veces en su mente, preguntándose si habría podido hacer alguna cosa. Pero contra un caminante escorpión y dos docenas de soldados, lo único que habría conseguido es que también la capturasen.

No obstante, el buque de carga no estaba del todo exento de comodidades. La mayor parte de la tripulación permanecía bajo cubierta y habían dejado tendidos en una cuerda una hilera de uniformes marineros para que se secasen al sol. Encontró un par de pantalones que le iban bastante bien.

Cuando el sol se pusiese, nadaría hacia la costa.

Estambul ya casi aparecía ante ella. Las luces eléctricas clánker eran más crudas que las suaves bioluminiscencias de Londres y París y lo que antes le había parecido un brillo fantasmagórico desde la pista de aterrizaje, de cerca era deslumbrante. La ciudad parecía una feria encendiéndose, todo brillo y resplandor.

Incluso el palacio del sultán estaba iluminado sobre su colina y los minaretes de las dos grandes mezquitas se erigían al cielo a su alrededor. Deryn había decidido dirigirse hacia aquella parte de la ciudad, a la península donde se acumulaban los edificios más nuevos y más antiguos.

Pero mientras hacía estiramientos antes de nadar, Deryn sintió una última punzada de dudas sobre su plan y consideró sus opciones. Había más de cien barcos amarrados en Estambul, algunos de ellos navíos civiles bajo bandera británica. Si nadaba hacia uno de ellos, podría transportarla de nuevo hacia el Mediterráneo, donde esperaba la Marina Real. O al norte, hacia los rusos que estaban en el mar Negro que al fin y al cabo también eran darwinistas.

Pero mil excusas cruzaron por su cabeza: los otomanos estarían registrando los barcos británicos exhaustivamente. ¿Y por qué un capitán iba a creer que ella era un oficial condecorado del servicio aéreo y no un polizón que estaba mal de la cabeza? ¿Y si sin su uniforme de cadete y un barco lleno de bestias a su mando, cualquiera pudiese ver directamente que era una simple chica?

E incluso, si conseguía regresar al Leviathan, ¿qué sucedería si Volger no había conseguido escapar? Él podría destrozar su carrera con una palabra en cualquier momento.

Pero Deryn sabía que no había tomado su decisión por ninguna de aquellas razones. Alek estaba en aquella ciudad y necesitaba ayuda. Tal vez era una estupidez arriesgarlo todo por un maldito príncipe, un chico que ni siquiera sabía que ella era una chica. Pero ¿acaso no era tan estúpido como cuando Alek atravesó un glaciar para ayudar a una aeronave enemiga herida?

Cuando el agua se convirtió en una negra masa y en un cielo invertido brillando con la luminiscencia de la ciudad, Deryn abandonó su escondite. Se metió el uniforme robado en su traje de buceo y se arrastró por la proa. Después de deslizarse por la borda, descendió por la cadena del áncora una mano tras otra y luego se introdujo dentro del agua sin el menor chapoteo.

Se arrastró por la playa, entre las sombras, por debajo de un largo muelle. Incluso de noche, los hombres y los caminantes trabajaban en los concurridos muelles, corriendo bajo gigantescos brazos mecánicos que desprendían humo mientras descargaban el cargamento de una media docena de barcos. Los reflectores proyectaban unas potentes sombras negras que temblaban y se balanceaban.

Deryn se movió furtivamente entre un puñado de cajas descargadas y de partes metálicas. Rápidamente descubrió un lugar oscuro donde quitarse el traje de Spottiswoode. ¡Al vestirse el uniforme prestado de un marino alemán, se sintió un poco vejada al ser degradada de oficial del Ejército del Aire a un vulgar marino! Y si los otomanos la cogían de aquel modo, sin su uniforme, seguramente la colgarían por espía.

El traje de buceo tenía que desaparecer, de modo que metió todo excepto las botas y su navaja marinera dentro de una enorme bobina de cable de cobre. Además, pensó que la mayoría de los trabajadores de los muelles difícilmente sabrían qué hacer con aquel lío hecho de caparazón de tortuga y piel de salamandra, excepto preguntarse si alguna sirena había venido hasta la playa.

Pensó también que era fácil esconderse entre un interminable montón de cajas con los suficientes recambios para reconstruir Estambul desde cero. Todas estaban etiquetadas en alemán.

Deryn avanzó ocultándose hacia las luces de la ciudad y la promesa de agua y comida. No obstante, cuando llegó al final de aquel laberinto de cajas se encontró ante una verja de tela metálica. Tenía dieciséis pies de alto y tres rollos de alambre de espino brillaban en su parte superior. La única puerta a la vista estaba firmemente cerrada por una gran cadena.

—Vaya suerte la mía —masculló Deryn.

Precisamente había ido a parar a una parte de la playa que era una sección de alto secreto.

Habría sido mucho más simple dar media vuelta, salir nadando e ir a parar a cualquier otra parte, pero Deryn se sentía débil por el hambre. Además, la idea de sumergirse de nuevo en las frías y oscuras aguas le hizo temblar. Y, de todos modos, ¿qué demonios era tan rematadamente importante de esta carga? Mientras andaba a escondidas por la verja, buscando una puerta que no estuviese cerrada, aprovechó para mirar más de cerca aquella carga.

No se trataba solamente de piezas mecánicas sino también eléctricas. Había rollos gigantes de aislante de goma y montones de baterías en jarras de vidrio colocadas en hileras, del mismo tipo que usaban los reflectores del Leviathan. ¡Pero aquellas eran del tamaño de casetas!

Deryn recordó las palas de turbina a bordo del carguero. ¿Es que los alemanes estaban construyendo una central eléctrica en alguna parte de Estambul?

Escuchó voces y se agachó entre las sombras. Se trataba de una docena de hombres más o menos, uno de ellos llevaba un tintineante manojo de llaves en la mano. Perfecto, iban a salir.

Deryn se arrastró tras ellos hacia una amplia puerta situada en la verja bajo la cual había vías que entraban y salían en la oscuridad. Mientras su líder la abría, los hombres le rodearon ocupando toda la obertura. La empujaron y el metal chirrió rozando los guijarros del suelo.

Algo enorme e inquieto esperaba al otro lado de la verja, resoplando y vertiendo vapor al frío aire de la noche. Entonces aquello empezó a moverse, era una máquina colosal rodando lentamente hasta que quedó a la vista. La parte delantera de la locomotora tenía la forma de una cabeza de dragón y los brazos de carga estaban doblados sobre su espalda como si fuesen alas negras de metal. Unas nubes de humo blanco se enroscaron subiendo por sus fauces sonrientes.

—¡Arañas chaladas! —exclamó Deryn en voz baja, cuando reparó en que había visto fotos de aquel aparato en los periódicos… ¡Era el Orient Express!

El fantástico tren avanzaba despacio, obligando a Deryn a ocultarse entre los montones de cargamento. Pero era incapaz de quitarle los ojos de encima.

El Express parecía un extraño cruce entre diseños otomano y alemán. El motor sugería la cara de un dragón con una gran lengua colgando de sus fauces. Pero los brazos mecánicos que se desplegaban de sus vagones de carga no tenían adornos y se movían tan suavemente como las alas de un halcón planeando.

Los brazos se extendieron hacia la carga amontonada, levantando piezas de metal, rollos de cable y aislantes en forma de gigantescas campanas transparentes. El tren empezó a cargarse él mismo, como si fuese un monstruo avaricioso dando cuenta de un valioso tesoro.

De pronto, el único ojo del dragón se encendió dando paso a un foco de luz cegador. Cuando su resplandor se derramó por la oscuridad, Deryn tropezó hacia atrás a ciegas cuando las sombras de su escondite se rasgaron.

Un grito resonó alzándose por encima de los resoplidos de los motores del Express:

—Wer istdas?

Deryn comprendía suficiente clánker para saber lo que significaba. Alguien la había visto.

Dio media vuelta y echó a correr, medio ciega y tropezando con un montón de tuberías de plástico. Los tubos se deslizaron bajo sus pies y Deryn fue a parar duramente al suelo. Se alzó dolorosamente y se tambaleó en la oscuridad, donde se acurrucó tras una gran bobina de cable.

Le dolía mucho la rodilla, sus manos le sangraban por los cortes que se había hecho al intentar parar su caída. Empezó a marearse, puesto que hacía veinticuatro horas que no había comido como era debido. Notaba los latidos en su pecho flojos y débiles, como si fuesen los de un pájaro en lugar de los suyos.

No había manera de correr más que aquellos hombres, por lo tanto tendría que ser más lista que ellos.

Deryn no hizo caso al dolor que sentía y regresó arrastrándose hacia el Express a gatas, manteniéndose agachada por debajo de los montones de carga, escurriéndose por los espacios más estrechos que pudo encontrar. Esperaba que no la hubiesen visto suficientemente bien y no se diesen cuenta de que estaban persiguiendo a una chiquilla delgaducha.

«ESCONDIÉNDOSE EN LAS SOMBRAS»

Sus voces la rodearon, resonando por los montones de cajas y de metal. Deryn siguió arrastrándose, procurando alejarse de las potentes luces del tren. Los hombres que gritaban pasaron a toda prisa por su lado pensando que aún estaba escapando.

Entonces una sombra se extendió sobre Deryn: era una enorme garra de metal mecánica que descendía hacia ella. Se tendió boca abajo en el suelo y los tres dedos con puntas de goma de la garra se cerraron alrededor de un rollo de cable tan grande como un hipoesco.

La máquina hizo una pausa un momento para sujetar mejor el rollo y Deryn vio la oportunidad que estaba esperando. Echó a correr y se metió dentro del cilindro de la bobina de cable.

Con una sacudida, la garra lo alzó en el aire y a ella con él.

Miró hacia abajo y vio cómo el suelo pasaba rápidamente bajo ella, y las linternas eléctricas de sus perseguidores arrojaban su luz bañando el montón de cajas. Pero ninguno de ellos pensó en alzar la vista hacia la carga que pasaba por encima de sus cabezas.

Los dedos de metal apretaron su presión durante un instante y el cable se dobló hacia adentro alrededor de Deryn. ¿Y si el operador de los brazos la había visto y había decidido aplastarla?

Afortunadamente solo era que la garra gigante ajustaba su sujeción. Pronto descendió suavemente y el rollo de cable fue depositado entre otra docena de rollos.

Esperó a que el brazo se alejase balanceándose de nuevo y después subió al interior de un vagón de carga que tenía la parte superior abierta. Las paredes laterales solamente eran un poco más altas que Deryn, de modo que pudo escalarlas y mirar al exterior.

Habían llegado más hombres para unirse a la búsqueda. También perros, un par de pastores alemanes tiraban del hombre que sujetaba la correa, olisqueando todo lo que había a la vista. Por suerte, al viajar con un brazo mecánico no dejó mucho rastro. Pero tenía que salir de aquel vagón antes de que la próxima carga la aplastase.

Deryn se dirigió hacia el extremo de la parte delantera, mirando hacia el siguiente vagón. La parte superior estaba cerrada y tenía una bonita puerta de cristal en su extremo. Se subió y se dejó caer entre los vagones, luego forzó la puerta con su cuchillo.

Se metió dentro y cerró la puerta, sosteniendo el cuchillo delante de ella.

Hallo? —dijo en voz baja, esperando que su acento clánker fuese creíble.

Nadie respondió. Cuando sus ojos se acostumbraron a la oscuridad, Deryn soltó un silbido de admiración.

Era un vagón salón, tan adornado como una jaula de pavos. Una hilera de mesillas recorría un lado. Los pasamanos de latón brillaban y el techo ligeramente arqueado estaba forrado con piel formando hoyuelos. Los sillones parecían absurdamente pesados comparados con los livianos muebles del Leviathan. Cada uno de estos sillones tenía su pequeño reposapiés que se alzaba del suelo. Un barman mecánico vistiendo un fez estaba inmóvil entre las sombras.

Deryn avanzó unos pasos, sintiéndose fuera de lugar. Incluso vacío y a oscuras, el vagón restaurante conservaba el olor del lujo, y Deryn casi esperaba que apareciese un hombre vestido con esmoquin y sonriese afectadamente burlándose de lo mal que le sentaba su uniforme.

Se sentó a una de las mesas, mirando a través de las cortinas hacia la cacería que tenía lugar en el exterior. Las linternas eléctricas de sus perseguidores oscilaban en la oscuridad pero se desvanecían en dirección al agua, aún pensando que había escapado en dirección opuesta al Express. Ladridos y gritos resonaron por los muelles, pero allí, en el interior del tren, daba la impresión de que estuviese a punto de servirse una fantástica cena…

—Cena —susurró Deryn, poniéndose de pie de un salto.

Se encaramó y se metió tras la barra en busca de algo entre las estanterías. Encontró sacacorchos, toallas y botellas de brandy y vino. Aquello solo era un salón separado del vagón restaurante: ¡allí no había nada de maldita comida!

Pero entonces descubrió un cajón lleno de galletas envueltas en gruesas servilletas de tela. Algún miembro de la tripulación debía de haberlas apartado y olvidado.

Deryn se sentó en el suelo y empezó a engullir las galletas. Rancias o no, sabían mejor que cualquier cosa que hubiese comido desde que se unió al Ejército. Las regó con agua del fondo de un cubo de hielo de plata y a continuación echó algunos tragos de una botella abierta de brandy.

«GALLETAS Y BRANDY A LA LUZ DE LAS LINTERNAS»

—No está mal del todo —dijo y luego eructó.

Ahora que su cabeza había dejado de darle vueltas de hambre, Deryn empezó a pensar en qué estaba pasando exactamente en aquel lugar. ¿Adónde estaban llevando los clánkers toda aquella carga? Según los rótulos, todo provenía de Alemania. ¿Entonces, por qué subirlo al Express, que se dirigía de regreso a Múnich? Deryn se asomó otra vez por la ventana: ya no quedaba ningún signo de la búsqueda. Sus perseguidores probablemente estaban en la playa, pues habrían sospechado que se habría colado en el recinto desde el agua.

Los brazos mecánicos estaban terminando con las últimas piezas de cargamento: inmensas baterías en recipientes de vidrio y aislantes y los motores del tren se estaban poniendo en marcha.

¿Y si se dirigía a un lugar cercano, a algún lugar desde donde podía regresar antes del amanecer? Nadie se daría cuenta de que había salido de la ciudad o si alguien lo hacía no sospecharía que el lujoso Orient Express transportaba carga industrial.

El tren dio una sacudida y se puso en marcha. Entonces Deryn recordó que no estaba allí para espiar a los clánkers. Estaba allí para ayudar a Alek, no para descubrir los secretos del Imperio otomano.

La verja de tela metálica ya pasaba a ambos lados de su vagón: así que podía saltar en cualquier momento sin que nadie se diese cuenta.

Deryn regresó al bar y eligió la mejor botella de brandy que pudo encontrar. Aquello era robar, simple y llanamente, pero necesitaba algo con que conseguir dinero y una comida como era debido. Aquel polvoriento viejo brandy fue lo mejor que pudo encontrar.

El Express se arrastró lentamente por Estambul, sin llamar demasiado la atención. Las vías del ferrocarril viajaban cerca del borde del agua, junto a depósitos y fábricas cerradas. Deryn abrió la puerta y se quedó entre los vagones, esperando el momento adecuado para saltar.

Cuando el tren disminuyó la velocidad para tomar una curva, saltó con tanta agilidad como un turista llegando en vacaciones. Derrapó por el terraplén y se agachó hasta que el humeante dragón hubo pasado y luego se dirigió hacia las calles poco iluminadas.

Incluso tan tarde, las brillantes luces de la ciudad aún destellaban en el horizonte, pero Deryn reconoció que en aquellos momentos lo que más necesitaba era descansar, más incluso que comer. De modo que eligió el callejón más oscuro y andrajoso que pudo encontrar y se acurrucó para pasar unas pocas horas de sueño intermitente.

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