BAC

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Capítulo 50

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El inspector señaló con el dedo índice de su mano derecha una de las fotografías que había apartadas en un lado de la mesa. Eva se levantó y sacó dos bolsas para pruebas y un rotulador de un pequeño maletín. Se los acercó a Olga, quien escribió en ellas la palabra cocina. Después Olga se aproximó a Álvaro y observó las fotografías con detenimiento. En ellas se veía a Ramón Tresánchez junto otro hombre, algo más joven que él, en actitud inequívocamente cariñosa. La mayoría de las fotos eran recientes, tomadas en diferentes localizaciones de la geografía catalana. Olga reconoció varios de los sitios.

– ¿Qué habéis encontrado vosotros? – preguntó Olga.

– Fotos, algunas notas, revistas de pasatiempos y ese cuaderno. – respondió Eva, señalando al montón que había junto a Álvaro. – Es una especie de diario donde Tresánchez apunta desde recordatorios de visitas médicas a pensamientos, pasando por listas de compra. Hemos estado hojeándolo y no he conseguido ver nada extraño.

– ¿Algún número de teléfono? – dijo Olga. – Si nuestro sospechoso no usa móviles ni dispositivos electrónicos para guardar los teléfonos, los debe tener apuntados en algún sitio, ¿no? O eso, o tiene una memoria prodigiosa. – Pues ahora que lo dices, no hemos encontrado ninguna agenda ni recuerdo haber visto números de teléfono. Voy a mirarlo con más calma, hay cosas tachadas. – dijo Eva.

Olga, con las bolsas en la mano, dio la vuelta y se dirigió a la cocina. Tras cuatro pasos, se detuvo.

– ¡Eso es! ¡Las pastillas! ¡Las putas pastillas! – dijo Olga, casi gritando.

Eva y Álvaro la miraron sin saber a qué se refería. Ander y Diego aparecieron en el comedor, atraídos por el comentario de Olga.

– ¿Qué pasa? – preguntó Diego.

Diego se acercó a las fotografías esparcidas por la mesa y las cogió, curioso. Tras mirar unas cuantas, se detuvo en una. La observó con detalle mientras sonreía levemente y alzaba su ceja derecha. Aquel gesto no pasó inadvertido para Eva, que lo miraba de reojo.

– ¿Qué medicamento os pidieron los asesinos del arzobispo? – preguntó Olga con una sonrisa en los labios.

– Bueno, fueron dos medicamentos, uno que paraba la tos, Cinfatos, y uno para la hipertensión, Capenon. ¿A cuál de ellos te refieres? – contestó Diego.

– Capenon... ¡Ves! ¡Me sonaba de algo! Álvaro, Ander, ¿recordáis si el detenido llevaba algún medicamento encima cuando lo detuvieron? – preguntó Olga y echó a andar hacia la cocina.

El resto de investigadores la siguieron. Olga rebuscó sobre la mesa el lugar donde había amontonado las medicinas.

– ¡Aquí está! – dijo Olga mostrando la caja.

– ¿Qué quieres decir? – preguntó Ander.

– Olga, corrígeme si me equivoco… ¿Quieres decir que nuestro bombero retirado va a intentar repetir la estrategia de las monjas? Colaborará con nosotros, se encontrará mal y nos pedirá una medicina, ¿no? – dijo Diego.

– ¡Eso mismo! – afirmó Olga.

– Según las autopsias, tanto Leonor como Pedro tenían un puente extraíble en su dentadura. Un puente hueco con espacio suficiente para almacenar una pastilla con veneno… – continuó explicando Diego.

– Ahora mismo llamo y que revisen hasta el último milímetro de Tresánchez. – dijo Eva sacando el móvil de su bolsillo trasero.

Eva se apartó unos metros y marcó un número, el de su jefe. Miró a sus compañeros. Registrar aquel apartamento había sido una buena idea. Estaba contenta, por ella y por sus compañeros. Estaban cerca, lo presentía.

– Hola. Sí, soy yo. Necesitamos que muevas un tema. Sí, es urgente. Claro. Es sobre el detenido, necesitamos que le hagan un TAC completo en busca de algún comprimido escondido… – dijo Eva. – Sí. Es probable que tenga oculta una pastilla con veneno. Como las monjas, eso mismo. ¿Te puedes encargar? Vale, dime algo. Bueno, supongo que aquí tendremos para una hora como mucho. Claro, por supuesto. Te vuelvo a llamar en cuanto sepa algo… Espero que tú también. Sí. Un saludo. Adiós.

Cuando se acercó de nuevo a sus compañeros, éstos discutían sobre el alojamiento de la píldora mortal.

– … es trabajo de un dentista. Hay que comprobar si alguno de los que aparecen en las fotos trabaja o ha trabajado como dentista. O tiene relación con alguno. – dijo Álvaro.

– O protésico dental. Hacer una funda extraíble donde poder colocar una pastilla no debe ser un trabajo fácil. Requiere conocimientos y maquinaria muy específicos, no debe haber mucha gente capaz de hacerlo. – apuntó Diego.

– ¿Y qué me decís del veneno…? Ese tipo de sustancias no son fáciles de conseguir. Pienso que Leonor podía tener acceso a medicamentos o químicos, que ella había preparado las píldoras que acabaron con su vida y la de Pedro. Si se confirma que Tresánchez tiene algo parecido escondido en su cuerpo, quizás el proveedor sea otro. – dijo Ander.

– O que Leonor preparó más píldoras, no sólo las que utilizaron ellos. – añadió Eva.

– Entonces, la teoría es que los BAC prefieren morir a ser encarcelados, que portan un veneno camuflado en alguna parte de su cuerpo que usarán si la alternativa, las pastillas contra la hipertensión, no funciona. Se me está ocurriendo algo… – dijo Diego con una malévola sonrisa en su rostro.

– Cuenta. – dijo Eva.

– Que duerman a Tresánchez con algún narcótico en la bebida. Que le den café o agua y lo dejen grogui, que no se entere de nada de lo que le van a hacer. Mientras esté dormido, que le hagan el TAC o unos rayos X de la dentadura. Si encuentran algo, se lo cambiamos por un placebo. Evidentemente no le diremos nada. Cuando lo interroguemos, actuaremos como si no supiésemos nada, a ver qué hace, veremos si colabora o no. – explicó Diego.

– Y si pide las pastillas de la hipertensión les damos unas de verdad. Me parece bien. Veamos cómo transcurre todo, comprobaremos cómo reacciona si fallan los planes. – dijo Eva. – Voy a avisar a Gracia para que lo preparen todo, espero no llegar tarde.

– No creo que sean tan rápidos, joder. – dijo Ander.

– También tenemos que enviar estas pastillas de Capenon a un laboratorio para que nos confirmen si  su composición difiere en algo de la original. – añadió Ander.

– Ya me encargo yo. – dijo Álvaro. – Pero esto no corre tanta prisa, dejemos a Eva que organice todo y después acabemos el registro, ¿no os parece?

– Sí, completamente de acuerdo. – dijo Olga.

Tanto Ander como Diego asintieron con la cabeza. Diego siguió con la mirada a Eva, quien sacó un cigarro de su bolso para fumárselo mientras hablaba de nuevo con su jefe. La capitán fue hasta la pequeña terraza y se encendió el cigarrillo. Diego se giró para verla gesticular mientras Eva le explicaba a su jefe lo que habían pensado. Miró a Olga, que enseñaba la factura a Álvaro y Ander. Su compañera introdujo el papel en una de las bolsas y a continuación introdujo el preservativo en otra, haciendo un comentario sobre la carga de semen que portaba, bastante abundante, según parecía. Las risas de Álvaro y Ander confirmaron el buen ambiente existente. Aunque parecía que las investigaciones avanzaban en buena dirección, Diego seguía pensativo, un poco distante. Observó a sus compañeros unos segundos y después se abstrajo en sus pensamientos. Los miraba, pero como si no los conociese, como si no estuviese allí. Imaginó a Leonor preparando pastillas, podía haber decenas de ellas. También imaginó a un dentista colocando puentes huecos. ¿Cuántas personas más morirían? Recordó la foto de grupo donde coincidían Leonor, Pedro y Tresánchez. Eran cerca de veinte personas. ¿Serían todos miembros de los BAC? Inspiró profundamente y volvió a mirar a Eva, que se acercaba de nuevo al grupo.

– Ya está, le ha parecido una idea estupenda. Os transmito sus felicitaciones. – comentó Eva, radiante. – Todo en marcha, nos tendrán al corriente que cada paso que efectúen. ¿Qué? ¿Acabamos?

– Sí, venga. – dijo Ander, que se dirigió de nuevo a la habitación.

Diego lo siguió, casi arrastrando los pies. Habían registrado cada rincón de aquella estancia, mirado dentro de cada cajón, pero de momento, salvo unas fotos antiguas, no habían tenido mucho éxito. Ander, que lo había dejado solo mientras registraba el cuarto de baño, le pidió ayuda para alcanzar una maleta que había sobre el armario de dos puertas. Diego la depositó sobre la cama y la abrió. Parecía vacía, pero, aun así, comprobaron que no tuviese algún doble fondo o bolsillo oculto. No hizo falta, no estaba disimulado. Tras abrir el bolsillo interior de la maleta hallaron dos pequeñas libretas de espiral, de las de bolsillo. Con cuidado, Ander y Diego las cogieron, una cada uno, y las abrieron con sumo cuidado. Dieron un vistazo y las cerraron. Ander se acercó al comedor a recoger dos bolsas más, que rotuló como maleta. Introdujo la suya dentro y alargó la otra bolsa a Diego, quien hizo lo mismo. Minutos más tarde, ambos investigadores salieron de la habitación mirando hacia atrás. No tenían duda alguna que Ramón no vivía solo, habían encontrado ropa de hombre de otra talla. Habían hecho una buena labor. Los armarios separados de la pared, los montones de ropa sobre el suelo, la cama apartada, vuelta del revés y la cómoda patas arriba lo atestiguaban. Incluso habían desmontado las cortinas y el espejo. Diego se sacó los guantes y acomodó sus genitales dentro de los calzoncillos, sacudió las manos e hizo crujir sus nudillos. Siguió a Ander hasta el comedor y depositó sus guantes en una papelera. Los cinco investigadores se reunieron en el comedor, donde Eva seguía revisando el cuaderno mientras sus compañeros charlaban de los hallazgos.

Había algo en aquellos apuntes que le resultaba extraño, como si siguiesen un patrón.  Contó las líneas que componían la lista de la compra de varias páginas. Le resultó curioso que siempre hubiese la misma cantidad de cosas a comprar. Se trataban de productos diferentes, pero siempre había el mismo número de líneas. Ocho. Siempre ocho. De repente, Eva sonrió. Tenía sentido. Probó con otra página. También… Suspiró profundamente antes de hablar.

– Chicos, a ver que os parece esto. – dijo Eva atrayendo la atención de sus compañeros con un gesto.

Eva mostró una página. En ella, lo que parecía una lista de la compra.

– Me llamó la atención. Era extraño. He encontrado anotaciones del sospechoso, incluso alguna poesía, pero de tanto en tanto aparecían listas de la compra, escritas de una forma algo curiosa. Le he estado dando vueltas un buen rato y creo que he encontrado un patrón. – explicó Eva.

Álvaro dio un paso para ver la hoja de la libreta. Frunció el ceño y se quedó pensativo, intentando descifrar lo que Eva les explicaba.

– Está claro que esto es una especie de código. Fue la segunda lista, la que me hizo volver a releer la primera, la que está tachada. Cero champús. Eso ponía. ¿Quién hace una lista de la compra y pone que hay que comprar cero de algo? – continuó Eva. – Después de eso lo vi claro, ¡son números de teléfono! Han codificado números de teléfono como si fuesen la lista de la compra. Seis huevos, cuatro yogures, tres manzanas, así hasta completar los dígitos de un número de teléfono. Tan solo hay una excepción, está casi al final, éste de aquí.

La investigadora acercó la libreta a sus expectantes compañeros.

– Comienza por treinta y tres, si no recuerdo mal, es el prefijo de Francia. – finalizó Eva.

– Espera… los números de teléfono tienen nueve dígitos, no ocho… – dijo Ander.

– Sí, eso me despistó a mí también, hasta que, hojeando desde el principio de la libreta, encontré una de las listas que contenía los nueve dígitos y el primero era un nueve. Estaba tachado así que… – explicaba Eva.

– Así que dedujiste que todos los números correspondían a teléfonos fijos, por lo que se habían ahorrado el nueve inicial. Brillante, Eva, brillante. – dijo Álvaro, primero aplaudiendo. – No usan móviles, lo cual, nos ha dificultado encontrar rastros de comunicación.

– Joder, que bueno… – dijo Ander. – Álvaro, ¿y no podemos cruzar estos números con los que tenemos de los teléfonos de las monjas?

– Me lo has quitado de la punta de la lengua, estaba pensando exactamente lo mismo. Por cierto, esa forma de codificar los números, sabía que me sonaba... ¿Recordáis cuando hubo la ola de piratería de los proveedores digitales, los del Canal Satélite o Via Digital? Pues había foros donde se publicaban las claves para poder ver los programas en un formato parecido. Simple pero efectivo, ¡pero a la capitán Morales no se le ha escapado! – dijo Álvaro, guiñándole el ojo.

– Pues si ya hemos finalizado aquí, avancemos trabajo. Mientras Diego y yo preparamos el interrogatorio, Ander y Olga que revisen el resto de libretas y fotografías, esos posibles números de teléfono pueden poner nombre y apellidos a los que aparecen en las fotos. Álvaro, ahora llamaré a la comisaría de Burgos y les pediré que revisen  los papeles que encontraron en casa de Pedro y Leonor, así como en el piso, para que busquen algo similar. Cuando tengas la información, usa tu magia para conseguir nombres. – dijo Eva.

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