BAC

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Capítulo 51

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Capítulo 51

Se despertó aturdido, con la cabeza embotada, espesa. No recordaba haberse tumbado en el camastro del calabozo donde se hallaba recluido. Se limpió la saliva que le goteaba por la comisura de los labios con la manga de la camiseta. Chasqueó la lengua, notó un regusto raro, amargo. Miró el vaso de plástico y olió su contenido. Era agua, de un trago vació el vaso y llamó al guardia.

– ¿Hola? ¿Me pueden traer agua? – dijo el preso.

Su voz retumbó dentro de su cabeza. Se sentía como si tuviese una resaca, una resaca enorme. También había perdido la noción del tiempo. No sabía muy bien qué hora era.

– ¿Alguien me puede dar un vaso de agua, por favor? – reiteró elevando la voz.

Oyó unos pasos que se aproximaban por el pasillo. Unos pasos que avanzaban de forma lenta, pesada, como arrastrando los pies. No tardó en ver una sombra y finalmente el rostro de un agente de los Mossos d’Esquadra. Lo reconoció, era el mismo que le había acompañado al calabozo.

– ¿Qué pasa? – preguntó el agente.

– ¿Me podrías dar agua? ¡Estoy seco! Tengo la lengua que parece un estropajo. – dijo el detenido.

– Ahora te la traigo. No hace ni dos horas que te has bebido dos vasos, justo antes de dormirte. ¡Vaya forma de roncar…! – exclamó el agente.

– ¿Dos horas? – dijo el detenido rascándose tras la oreja derecha, sorprendido.

Juraría que había pasado más tiempo, como seis u ocho horas, estaba descolocado. Cogió el vaso de plástico que le brindaba el agente. Derramó unas gotas al pasar el vaso entre los barrotes. Lo bebió lentamente, saboreando aquel liquido transparente como si se tratase de un bourbon de veinte años. Acabó y sacó el vaso vacío por los barrotes.

– Más, por favor. – dijo.

El agente resopló como por obligación y volvió a rellenar el vaso con la botella que llevaba en su mano izquierda. El preso lo cogió y esta vez, más despacio, logró pasarlo entre los barrotes sin derramar ni una gota. Mirando a su vigilante, apuró el contenido del vaso, trago a trago.

– No tardaran en venir a buscarte, ha llegado la hora de las entrevistas. – le dijo el agente guiñándole un ojo y volviendo por donde había aparecido.

El detenido estaba preparado para los interrogatorios. Sonrió. Repasó mentalmente todo lo ocurrido aquel día. Era prácticamente imposible que tuviesen alguna prueba en su contra. O al menos eso creía…

Calculó que habían transcurrido unos diez minutos cuando se encendió la luz del pasillo y escuchó de nuevo pasos, pero esta vez eran al menos dos personas. No tardó en averiguarlo. Serios, dos agentes se detuvieron frente a la celda y dijeron su nombre. Le pidieron que se acercase a la puerta con las manos en la nuca. Tras explicarle que lo trasladaban a una sala de interrogatorios le ordenaron que no opusiese resistencia. Abrieron la puerta, le colocaron unas esposas con las manos atrás y lo condujeron por el pasillo hasta una puerta pintada de azul. No era por donde había entrado, lo recordaba perfectamente. Escuchó voces detrás de la puerta, hablaban rápido, parecían nerviosos. Volvió a sonreír. Los agentes abrieron la puerta y le hicieron pasar a otro pasillo. Vio que varias personas lo seguían con la mirada. Se sintió poderoso, temido. Con el pecho henchido, anduvo hasta una sala que tenía la puerta abierta. Encendieron la luz y lo hicieron sentar en una silla. Comprobó que la silla estaba fijada en el suelo y que la mesa tenía una especie de eslabón soldado en uno de sus laterales. Contó cuatro agentes. Dos estaban manipulando las esposas para colocarle las manos sobre la mesa. Otro lo vigilaba a un escaso metro con una porra en la mano izquierda y una pistola de descargas eléctricas en la derecha. El cuarto, frente a él, justo en el otro lado de la mesa, lo apuntaba con una pistola.

– Están cagados. – pensó el detenido, con una sonrisa de placer en su rostro.

Eva y Diego observaban la escena en los monitores de la sala de grabaciones situada justo al lado. La capitán se acomodó en la silla mientras pensaba en el trabajo realizado en las últimas horas. Los avances en la investigación habían sido enormes, el ritmo había sido frenético. Como sospechaban, los dos detenidos tenían medicinas para la tensión. El análisis de aquellas pastillas había desvelado que en realidad se trataba de un veneno, el mismo compuesto encontrado en las pastillas de Leonor y Pedro. Después del traslado de Ramón y su pareja a un hospital para buscar anomalías en la dentadura u otras partes del cuerpo, el equipo de investigadores al completo asistió a una reunión con los mandos, que había sido convocada con carácter urgente. Eva cerró un instante los ojos, las imágenes de la reunión que había finalizado unos minutos atrás volvieron a su cerebro como el recuerdo de una película, como si ella hubiese sido una mera espectadora. Nada más lejos de la realidad…

– Señores, estamos cerca, muy cerca de detener a los culpables de todo esto. – dijo Santamaría en un tono enaltecedor, tras su típico carraspeo. – Nos informan desde Lisboa que han identificado a las sospechosas, ¿no es así, Gracia?

El secretario de estado de Interior dio paso a Gracia, que compartió el escritorio de su ordenador portátil. Abrió una imagen. En ella se veía a dos mujeres entrando al Spa de Lisboa donde habían hallado asesinada a Magdalena Regueiro. Minimizó la pantalla y abrió otra imagen hasta mostrar casi una decena de ellas, algunas con planos generales y otra con planos más cortos. Álvaro no pudo evitar soltar un sordo bufido. Le ponía nervioso ver a la gente manejarse con torpeza con herramientas que él dominaba. Ver como Gracia tenía que volver a repetir la misma operación en cada fotografía en lugar de usar un simple clic del ratón o una pulsación de uno de los cursores del teclado le dolía, como un mazazo en el estómago. Diego lo miró, le guiñó el ojo y le hizo un gesto con la mano, pidiéndole calma. El informático suspiró y apoyó sus mejillas en ambas manos mientras Gracia comentaba los datos de las sospechosas.

– Sí. Han sido identificadas como Pilar Camacho de Juan y Amparo Soriano Fonts, ambas residentes en Barcelona y por lo visto sin nada en común, más que la ciudad de residencia. Ha sido de gran ayuda su aparición en algunas de las fotos encontradas en las viviendas de los asesinos de Muños-Molina y Valero. – explicó Gracia.

– Un momento, ¿puedes volver a enseñar las fotografías del sistema de vigilancia del Spa? – pidió Eva.

– Sí, claro, ¿por? – preguntó Gracia.

El jefe de Eva cerró una a una las pantallas abiertas y abrió de nuevo el fichero que buscaba. Diego no pudo evitar observar el rictus de desesperación de Álvaro.

– ¿Son así o van disfrazadas? – contestó Eva con una nueva pregunta. – Después de lo ocurrido en Burgos tenemos que estar seguros que…

– Son así, ese es su aspecto normal. Mirad. – respondió Gracia.

Su jefe mostró dos nuevas fotos donde aparecían las sospechosas. Eva pensó que Pilar y Amparo pertenecían al tipo de mujer que pasarían desapercibidas en cualquier sitio. Rondaban los sesenta y cinco años y no poseían ningún rasgo que las diferenciase de al menos el ochenta por ciento de señoras de su misma edad y condición social. Cabello teñido con permanente, estatura media, ropa de mercadillo, gafas y un aire de entrañables señoras mayores. Nadie hubiese podido imaginar que aquellas señoras serían capaces de perpetrar un crimen de tal magnitud.

– O sea, que no hay duda. – preguntó Ander.

– Ninguna. Es más, se registraron con sus nombres reales un día antes de la llegada de Regueiro. Tres empleados de mantenimiento aseguran haberlas visto por zonas no autorizadas. Se excusaron diciendo que se habían despistado. – continuó Gracia. – Os hemos enviado toda la documentación de la que disponemos hasta ahora. Parece que el círculo se va cerrando. Tanto estas señoras, como las monjas de Burgos y los detenidos de Girona aparecen en varias fotos juntos.

– ¿Qué sabemos del supuesto líder? – inquirió Diego.

– Aquí nos ha echado una mano el equipo de Álvaro, mejor que lo explique él. – dijo Gracia.

Álvaro tomó el control de la pantalla y presentó una fotografía. Era un hombre de unos setenta años, con una mirada fría y dura. Diego miró atentamente la pantalla y anotó algo en su libreta. Allí estaba, la confirmación que necesitaba. Su intuición no había fallado. Buscó los ojos de Eva. No tuvo éxito, la investigadora seguía concentrada mirando la pantalla de su portátil. Desistió de momento, ya encontraría la ocasión de compartir con ella sus teorías.

– Se trata de Abel Figueroa Vives. Carlos Marín, el primer detenido en Barcelona, lo ha identificado como la persona que entabló conversación con él en relación a los BAC en el restaurante de carretera de Ciudad Real. Abel vive en Valmuel, un pueblo de Teruel, donde ha residido desde que era joven. Su familia vivía en la comarca desde hace varias generaciones, pero se desplazó a la capital durante la guerra civil, debido al asedio del bando nacional. Se instalaron en Alcañiz cuando finalizó la contienda. Nació un par de años más tarde, en plena postguerra. Su familia se mudó a Valmuel cuando crearon el pueblo a finales de los cincuenta, cuando rozaba la mayoría de edad. Agricultor jubilado. Setenta y seis años. Viudo desde hace diez. Su esposa falleció en el accidente de metro en Valencia, donde había viajado para acudir al entierro de un familiar. No tiene antecedentes policiales ni vinculaciones políticas conocidas. Tampoco presencia en redes sociales, ni teléfono móvil. – dijo Álvaro, haciendo un hincapié especial en aquel último detalle. – Seguimos indagando sobre su vida y entorno. Abel es el titular de la línea telefónica donde Ramón llamaba con frecuencia. También hemos encontrado llamadas a ese número en el registro de llamadas de los teléfonos fijos de los asesinos de Muñoz-Molina en Burgos. La frecuencia es diferente, lo que nos hace suponer que nuestra pareja de monjas efectuaba algunas de las llamadas desde otro teléfono o que la frecuencia acordada era distinta…

Diego, una vez más, observaba a su compañero embelesado. Era un maestro en el arte de la presentación. Sabía cómo atraer la atención de los presentes.

– ¿Los horarios coinciden? Me refiero a las llamadas de Leonor y de Ramón. – preguntó Ander.

– Sí, perdón, se me ha olvidado decirlo. Solía recibir las llamadas en la misma franja horaria, con un margen de media hora. – contestó Álvaro. – Barajamos la hipótesis que los BAC llaman a su jefe o contacto a diario, en el mismo tramo horario. Creemos que se puede tratar de una forma de comunicar que todo va bien. En el caso que la comunicación de uno de los grupos falle, deben tener una especie de protocolo para huir y evitar ser detenidos.

– Es un método bastante viejo, pero efectivo. – contestó Pérez.

– A raíz de todo esto, hemos pedido a las compañías de telefonía que operan en el país que nos faciliten todos los números desde los que se han efectuado llamadas al teléfono de Abel. Será un proceso largo, laborioso, nos llevará semanas. La centralita de la zona de Valmuel sigue siendo analógica… – continuó explicando Álvaro.

– Con suerte, dentro de unos días comenzaremos a obtener datos. Sobre el caso de Burgos, tenemos una orden judicial para registrar los locutorios de la zona donde vivían Pedro y Leonor tanto en Córdoba como Burgos. El círculo se va cerrando. – comentó Gracia, interrumpiendo al inspector.

Diego asintió con la cabeza, estaban cerca de detener a varios sospechosos, las piezas del complicado puzle comenzaban a encajar dentro de su cabeza, pero todavía no alcanzaba a entender el porqué de todo aquello, el motivo por el que aquella gente, ciudadanos de los considerados normales, habían decidido asesinar a otras personas. Consultó su libreta. Tachó algo. Meditó unos segundos y volvió a escribir otras palabras. Lo releyó con cara de circunstancias. Recordó que tenía que llamar a Sabino, así que sacó su móvil y programó una alarma para no olvidarlo.

– ¿Y qué vamos a hacer con Stalin? – preguntó Ander. – ¿No lo vais a detener?

Se hizo un silencio, todos sus compañeros lo miraron sorprendidos.

– ¿No me negareis que Abel Figueroa le da un aire a Stalin? – dijo Ander con media sonrisa. – ¿No lo vamos a detener?

– Sí, tienes razón, se parece. Es un tema sobre el que hemos estado discutiendo bastante rato. – intervino Eva para volver al tema, haciendo una pausa para mirar a Diego. – Tras analizar exhaustivamente su perfil, creemos que no corremos el riesgo de que Abel use ningún tipo de veneno. Después de perder el contacto con los comandos que asesinaron a Muñoz-Molina y Valero, no ha dado síntomas de debilidad o nerviosismo, tampoco ha dado indicios que indiquen que pretenda huir. Aun así, es evidente que tenemos tenerlo vigilado de cerca, pero vive en un pueblecito de unos doscientos habitantes, donde cualquier forastero es fácilmente reconocible.

– Bueno, ese detalle lo tenemos resuelto. Es época de vacaciones, vamos a enviar a un grupo de cinco agentes jóvenes haciéndose pasar por turistas. Hay varias casas rurales en el pueblo, una de ellas situada a escasos doscientos metros de la del sospechoso. Como no queremos levantar sospechas, hemos contactado con las personas que tenían alquilada la casa y hemos usado su reserva. El equipo está de camino, llegará mañana a primera hora. Mientras tanto, tenemos un operativo vigilando la casa, son seis agentes a turnos, con soporte de la Guardia Civil de Teruel. – dijo Gracia.

– Buena idea, supongo que pincharemos teléfono y colocaremos micros dentro de su casa, ¿no? – dijo Eva.

– Sí, correcto, ese es el plan. Contamos con la autorización del juez Buendía, es el juez que lleva la instrucción de los casos Muñoz-Molina y Valero. Está todo preparado para instalarlo en cuanto la casa esté vacía. – respondió Gracia.

– ¿Y qué sabemos del resto de personas que aparecen en las numerosas fotos que hemos encontrado? – preguntó Olga.

Diego la miró de reojo. Se acercó al monitor para no perder detalle.

– Bueno, hay un amplio operativo a nivel nacional  encargado de la identificación de las personas supuestamente relacionadas con Figueroa. De momento hay ocho personas detenidas, repartidas entre Ourense, Madrid, Lleida, Tenerife, Jaén y Huelva. Otras dieciocho personas están pendientes de identificación y tres más en búsqueda y captura. Al parecer, la mayoría de ellos se conocieron en un viaje a Santiago de Compostela organizado por el IMSERSO hace seis años. Después repitieron la experiencia por su cuenta. Al menos diez personas más se han ido agregando al grupo con el paso del tiempo. Creemos haber encontrado lo que les une. – dijo Gracia.

– ¿Matar gente? – replicó Ander con cierta ironía.

– No seas bruto, joder. – contestó Eva, sonriendo.

– Aparte de eso… Es la historia, la historia de España. Ese parece ser el interés que los une. Han visitado juntos varios enclaves históricos, como Toledo, Salamanca, Córdoba y Madrid, asi como lugares donde tuvieron batallas de la Guerra Civil. Varias fotografías y unas notas que encontramos en el piso de Ramón Tresánchez lo confirman. – contestó Álvaro.

– Así que les gusta la historia, y por lo visto, la pretenden cambiar. – dijo Diego.

Álvaro, Olga, Eva y Ander se giraron a mirarlo, con caras de sorpresa. Lo que dijo tenía sentido, al menos para él. Un carraspeo hizo que prestaran de nuevo atención a la pantalla de sus monitores.

– Señores, no nos desviemos del tema. – dijo Santamaría.

Diego se rascó la barbilla. Miró a Eva. No se había desviado del tema, en su opinión aquella era la razón de ser de los BAC, provocar un cambio, un toque de atención, dar un giro a la sociedad eliminando algunas de las manzanas podridas de un cesto que se antojaba enorme. Aquel grupo de personas de la mal llamada tercera edad había decidido hacer justicia por su cuenta para cambiar la historia. Le vino a la cabeza una estrofa de una canción que había escuchado infinidad de ocasiones.

– “Camuflando en democracia este fascismo, porque aquí, siempre mandan los mismos…” – canturreó Diego para sus adentros.

Se trataba de la canción El Congreso de los Ratones, del grupo punk La Polla Records, cuya ácida letra seguía siendo vigente treinta años después de su publicación. Decidió no callarse y abordar el tema que le rondaba por la cabeza desde hacía unas horas. Consideró que era el momento oportuno, debía decantarse.

– Bueno, quizás ese es el leitmotiv de los BAC. La historia… cambiarla. Me refiero a la historia política. Después de escuchar varias veces el interrogatorio de Pedro y Leonor pude ver que, además de la rabia personal contra el hombre que destrozó la vida de su hijo Enrique, había una componente política. Ese hombre repitió varias veces las palabras cambio, corrupción, sociedad… Estaba especialmente cabreado con algunos representantes de la clase política y el funcionamiento de algunos de los estamentos de nuestra sociedad. Los BAC, a su modo, puede que estén intentado cambiar la historia de este país, como si un equipo médico hubiese encontrado una serie de células cancerígenas y las estuviese extirpando poco a poco para intentar mitigar la grave enfermedad. Los BAC se han asignado el papel de cirujanos y las víctimas son las células cancerígenas. En definitiva, quieren curar el país. Son un grupo de justicieros, creo que en eso estaremos de acuerdo… Podemos detener a miembros de los BAC, pero si se nos escapa alguien o su ejemplo se propaga, será difícil, mucho, detener a este tipo de asesinos. Estaremos muy jodidos. – finalizó Diego, con un énfasis casi impropio en él.

Otro tenso silencio siguió a las palabras que acababa de vomitar Diego. Álvaro le sonreía con una mirada que al inspector se le antojó aprobatoria.

– ¿Y qué propones, Diego? – preguntó Gracia, directo.

– No lo sé, pero pensad en las posibles reacciones cuando se anuncie la detención de estos señores. Gente de la denominada normal, sin antecedentes delictivos, que decide de un día para otro ponerse a matar a personas que deberían estar en la cárcel, como poco. Si prestamos atención a las víctimas, alguno de ellos había hecho méritos suficientes para pasar unas cuantas décadas entre rejas. La mayoría de la sociedad, los ciudadanos de a pie, no considera a los BAC una amenaza directa. Sólo tenéis que ver el éxito de asistencia en las manifestaciones convocadas con el lema de “Yo no tengo nada que temer”. Es más, corremos el riesgo que sean identificados como héroes, mártires, lo cual puede ser aún más peligroso. Podemos polarizar la sociedad en contra de los cuerpos de seguridad del Estado y los organismos gubernamentales. – explicó Diego, de forma vehemente.

– Evidentemente, es un riesgo que tenemos que asumir… – dijo Gracia.

– Un tema muy interesante, pero si no les importa continuemos con los operativos y la investigación. Le trasladaré ese tema al ministro de Interior y su gabinete, ellos tienen más experiencia en lidiar con este tipo de problemas. – dijo Santamaría. – De hecho, el ministerio de Interior ha rechazado las convocatorias de manifestación de la autodenominada plataforma “Yo no tengo nada que temer”. Se han identificado a los cabecillas del grupo y están bajo vigilancia policial. Tenían intención de convocar una gran manifestación en Madrid junto varios partidos minoritarios, relacionados con la extrema izquierda la primera semana de septiembre.

El tono empleado por Santamaría no daba lugar a réplicas y dejaba entrever el nerviosismo existente al respecto en la cúpula del gobierno. Estaba claro que la decisión sobre cómo comunicar los avances de la investigación y la forma de afrontar los posibles problemas derivados de ésta, ni se iba a decidir en aquella reunión, ni era responsabilidad de los allí presentes. Santamaría eso sí, tomó nota de las palabras de Diego sobre las posibles reacciones de la sociedad frente a los BAC.

Diego miró a sus compañeros, observando sus reacciones. Olga y Ander miraban hacia el suelo. Álvaro estaba escribiendo algo en su Smartphone con cara de pocos amigos. Eva lo miraba a los ojos, sorprendida. Él estaba preocupado. Preocupado por el hecho que el gobierno viese con malos ojos que la gente saliese a la calle a protestar. Preocupado por la falta de tacto de aquel gobierno, que siempre castigaba a su pueblo privándole de derechos básicos. Preocupado porque ahora sabía que tanto Santamaría como el vicepresidente primero del actual gobierno eran miembros de Plus Ultra. Sabino se lo había revelado en una conversación telefónica hacía unas horas. Pero ahora no podía distraerse con aquello…

– Si os parece, continuemos con el tema de los interrogatorios de Tresánchez y Cabral. Creo que debemos conseguir básicamente dos respuestas, la lista de objetivos de los BAC y los nombres de los miembros. Tenemos que saber a qué cojones nos enfrentamos. Saber sus planes y cuántas células quedan activas nos puede ayudar a anticiparnos. – continuó Gracia, algo alterado.

– Sí, eso teníamos previsto. También ver el grado de adhesión a su grupo. Han demostrado ser leales a su causa, como pudimos comprobar recientemente con Pedro y Leonor, pero pueden ser un caso aislado, ya que se trataba, en parte, de una venganza personal. Ellos tenían motivaciones diferentes. Creo que deberíamos presionar a Tresánchez, para ver hasta qué punto sigue comprometido. Diego y yo hemos estado hablando del tema, hemos trazado varias líneas de interrogatorio, que iremos cambiando en función de sus respuestas. – dijo Eva.

– Ya sabéis que tenemos plena confianza en vosotros. Cuanto antes obtengamos una lista de objetivos, antes podremos organizar un operativo para intentar protegerlos. Lo de las células me preocupa un poco menos. En mi opinión, creo que cuando los BAC que siguen en la calle se enteren de las detenciones de sus compañeros, la mayoría de ellos se echaran atrás. No dan el perfil de asesinos, se retirarán de su supuesta lucha. – dijo Santamaría.

– Creo que se equivoca, señor. Hasta el momento, los miembros de los BAC han demostrado fidelidad absoluta a su causa, aunque no estemos seguros al cien por cien de que se trata, no sabemos el objetivo final. Los dos primeros detenidos dieron su vida por ella. Prefirieron morir a pisar la cárcel. No subestimemos a estas personas, por favor. – respondió Eva.

Ander miró a Eva. Quería intervenir desde hacía ya unos minutos, pero no quería interrumpirlos. Ella le animó a hablar haciéndole un gesto con la mano.

– Estoy de acuerdo con Eva. Creo que debemos mostrar respeto ante esta gente, han tenido las agallas, por decirlo de forma fina, de cargarse a personas que todos considerábamos intocables. No caigamos en el error de pensar que son cuatro vejetes trastornados. Esto está bien planeado, muy trabajado. En fin, no quiero seguir dándoles vueltas a lo mismo, solo quería dar mi opinión… Otra cosa, tengo una pregunta referente a las modificaciones de la dentadura para esconder las pastillas. Me comentó Álvaro que ya teníais algo. ¿Se puede compartir esa información? – dijo Ander.

– Bueno, antes de cambiar de tema será mejor saber si damos por cerrado el anterior, ¿no os parece? – preguntó Gracia. – ¿Alguna duda sobre el tema del interrogatorio a Tresánchez?

–        No. – contestó rápidamente Eva. – Al menos por mi parte.

– Yo tengo una duda.

– dijo Olga. – ¿Qué tenemos pensado hacer si no conseguimos ninguna información de los detenidos?

Los segundos que siguieron a aquella cuestión lanzada al aire por Olga hablaron por si solos. Nadie parecía haber contemplado esa posibilidad.

Olga tenía una duda, Diego albergaba muchas, demasiadas quizás. Aquella amalgama de hechos lo confundía, le impedía pensar fríamente. Incluso se había llegado a preguntar si no era su subconsciente rebelde el que le había traicionado y le había hecho pasar por alto algunos detalles. Por momentos, no estaba seguro de querer atrapar aquellos vengadores, de seguir trabajando para defender a los corruptos que estaban conduciendo el país a la ruina económica y moral. Era una lucha interna que no había comentado con nadie, ni con Pérez, ni con Olga, ni con Eva. Nadie. Sencillamente, no se atrevía a hablar del tema. Estaba seguro de que cualquier tipo de comentario sobre aquello tendría un desenlace donde no saldría bien parado, así que decidió esperar, dejar que los sucesos fuesen decidiendo por él. Por eso siguió escuchando, expectante. Suspiró profundamente, pero de forma silenciosa, con cuidado de no hacer ningún ruido. Su yo profesional estaba al mando, de momento.

– ¿A qué te refieres, Olga? – intentó clarificar Pérez.

– Me refiero a que parece que estamos dando por hecho que los detenidos van a colaborar y delatarán a sus compañeros o nos contarán sus planes. ¿Y si no es así? ¿Y si vuelven a engañarnos? – preguntó Olga mirando a Eva y Diego. – ¿Cómo podemos fiarnos de lo que nos cuenten?

A Eva, las dudas de Olga no le resultaron extrañas, pero apreció un cierto desdén en el tono empleado. Había resquemor en las palabras de Olga. Llevaba así desde aquella mañana, hecho que atribuyó al reparto de tareas en el registro del apartamento de Tresánchez y a su segundo plano durante las investigaciones. Al fin y al cabo, Olga tenía razón, los dos únicos miembros de los BAC detenidos e interrogados hasta la fecha parecían haber colaborado con los investigadores, pero resulto un engaño. Un engaño monumental. Aquel truco les había salido bien, los había despistado por completo. Pero esta vez sí que habían contemplado aquella posibilidad. Cogió aire antes de contestar.

– Esta vez jugamos con ventaja. Sabemos lo del veneno y tenemos neutralizada esa salida. Les dejaremos pensar que tienen un as escondido en la manga, que actúen como tenían planeado y veremos adonde pretenden llegar. Les seguiremos la corriente. Si desbaratamos sus planes se encontrarán en un callejón sin salida, ante una situación que, esperemos, no tendrían prevista. Se verán obligados a improvisar y confiamos que no sea fácil. Les dejaremos creer que el supuesto veneno los absolverá por completo, pero cuando vuelvan a despertarse al cabo de unas horas, les contaremos que la sustancia no era la misma para todos. Intentaremos sembrar la duda, presionarles hasta hacerles creer que, dentro de su organización, no todos son iguales. Que algunos miembros de los BAC, como ellos, son soldados de segunda. Esperamos qué si no hablan antes de llegar a ese punto, lo hagan después, cuando comprueben que el veneno no ha actuado. – respondió Eva con seguridad.

– Me parece bien, quizá la única estrategia posible. – apuntó Álvaro.

– Sí, estoy de acuerdo, pero sigo sin saber cómo podremos fiarnos de lo que nos digan. No quiero parecer la abogada del diablo, pero imaginad que nos dan una lista de objetivos y desvían nuestra atención para tener vía libre, asesinar otras personas o simplemente hacer ganar tiempo a sus compañeros para poder desaparecer del mapa. – insistió Olga.

– Olga, nunca estaremos seguros al cien por cien. La cagamos, bueno… la cagué con los asesinos de Muñoz-Molina y corremos el mismo riesgo con los asesinos de Valero. Lo único que podemos hacer es tener todos los sentidos puestos en la investigación, ayudarnos unos a otros y procurar que no vuelva a pasar. Me confié con Pedro y Leonor. Lograron engañarnos. No volverá a pasar… – intervino Diego, con una mirada fría, una mirada que Olga no había visto nunca.

– Diego, no quería… – comenzó a decir Olga.

– No pasa nada, asumo la responsabilidad del error, pero como te digo, esta vez estamos preparados. No volverá a ocurrir. Lo hemos preparado bien. – interrumpió Diego mirando a Eva.

– Confiamos en todos vosotros. No os quepa duda de ello. – añadió Gracia. – ¿Cuándo tenéis previsto comenzar el interrogatorio?

– Estamos esperando a que pase el efecto del anestésico. Según los médicos, aún tenemos media hora, como mínimo. – contestó Eva.

– Bueno, entonces, ¿damos por zanjado este tema? – preguntó Gracia.

Uno a uno, los asistentes a la reunión contestaron de forma afirmativa. El último, Diego, mantuvo su mirada fija en Olga, que mordisqueaba el tapón de su bolígrafo. El inspector observó a su compañera un tanto sorprendido, no acababa de comprender su actitud. Se planteó hablar con ella a solas.

– Tal vez tengamos que usar métodos, digamos, alternativos, para hacerles hablar. ¿Habéis contemplado esa posibilidad? – dijo Santamaría.

– Señor, permítame que haga como que no he escuchado su última intervención. Si quiere ir por ese camino, hablémoslo, ya que tendrá que buscar a otro responsable, no cuente conmigo ni con este equipo. ¿Está claro? – dijo Gracia.

Eva miró a sus compañeros. Ninguno se atrevía a decir nada. Estaban esperando la respuesta de Santamaría quien seguía con su mirada clavada en la cámara, impávido. Pasaron cinco, quizás diez segundos hasta que el carraspeo del secretario de Interior anunció su intervención.

– Perdonen, recibo mucha presión. Hay muchos nervios… Continuemos por favor. – se disculpó Santamaría.

Diego advirtió que el tono de las excusas no correspondía con sus gestos, las palabras decían una cosa, pero el lenguaje corporal otra completamente diferente. Aquel hombre trajeado se aflojó el nudo de la corbata, un signo que Diego interpretó como incomodidad. Santamaría estaba decepcionado al no recibir la respuesta que esperaba. Intentaba disimularlo, pero era evidente.

– Está bien. – suspiró Gracia. – Pasemos al tema del dentista entonces.

– Sí, por favor. – dijo Santamaría, soltando un suspiro.

– Después de consultar con varios expertos, parece que tanto la técnica usada, como la maquinaria necesaria para hacer esos trabajos no son muy frecuentes hoy en día, ya que ese tipo de prótesis se suele hacer con tecnología de impresión en 3D. Después de varias comprobaciones, creemos que el presunto autor de dichos trabajos aparece fotografiado con algunos de los sospechosos. Se ha procedido a su detención. Se trata de Jaime Aizpurúa, un dentista protésico de Pamplona, jubilado desde hace casi cuatro años. Según las fichas encontradas en su oficina, habría realizado cerca de treinta trabajos similares en las últimas semanas y tenía material para elaborar al menos treinta prótesis más. En la documentación encontrada en el despacho de su vivienda, no figuran nombres que nos ayuden a identificar a las personas a las que se les ha hecho la prótesis. Tan solo hay números. Ni fechas, ni datos de contacto, lo que va a dificultar la localización de los supuestos miembros de los BAC a los que se les había colocado el implante portador de la pastilla mortal. – explicó Gracia bajo la atenta mirada de los investigadores.

– Perdona, ¿has dicho treinta? Si asumimos que trabajan en parejas, eso quiere decir que podemos tener hasta quince asesinatos en ciernes. Eso, si también asumimos que no repiten. – apuntó Álvaro, mientras enviaba un WhatsApp a Eva.

– Sí, lo tenemos en cuenta. – respondió Gracia. – Es evidente que esta gente está bien organizada, no es algo planeado en un bar.

Aquella frase sonó a regañina a Santamaría, que permanecía en silencio desde que Eva le había replicado. No había salido de su boca ni uno de sus ya típicos carraspeos.

Eva hizo un gesto a Álvaro, justo antes de intervenir.

– ¿Gracia, nos puedes pasar los detalles de esas fichas? Que las escaneen y nos las hagan llegar de inmediato, por favor. – dijo Eva.

– Álvaro, pídeselo a Mendizábal y que os lo hagan llegar. Prosigo. El edificio del despacho del protésico está situado en el mismo edificio que una sucursal bancaria, así que hemos pedido al encargado de la seguridad de la oficina que nos facilite las grabaciones de la cámara del cajero para ver si podemos identificar alguna persona más relacionada con todo esto. – continuó Gracia.

Álvaro estaba escribiendo un mensaje al inspector Mendizábal, un compañero de comisaría que formaba parte del equipo desplazado a Pamplona. Recibió el emoticono de un pulgar hacia arriba décimas de segundo después.

– Acabo de pensar… – intervino Santamaría. – ¿No se pueden montar controles en estaciones, aeropuertos, o sitios parecidos para comprobar la dentadura de las personas sospechosas?

– Eso está descartado, de saque. No es buena idea, señor. Hacer ese tipo de controles es excesivamente lento y podemos alarmar a la población. Además, los asesinos pueden evitarlos fácilmente, sólo tienen que desplazarse en otro medio de transporte. Es inviable. – respondió tajante Gracia.

– ¿Quiere decirme que podemos tener veinte asesinos potenciales en la calle y no podemos hacer nada para detenerlos? – preguntó Santamaría.

– Claro que podemos hacer algo, en eso estamos trabajando. Señor, asesinos potenciales podríamos ser hasta usted y yo… Hay más de cuarenta millones de posibles asesinos tan solo en nuestro país. – contestó Gracia con un tono casi jocoso. – Por eso tenemos que obtener la lista de miembros de los BAC y sus objetivos. Será más fácil detenerlos si intentan acercarse a alguno de ellos que montar un operativo para buscar los asesinos entre la multitud. Eso sí que sería buscar una aguja en un pajar.

– Entiendo. Menuda sandez acabo de decir… – dijo Santamaría sintiendo como el rubor inundaba sus mejillas.

De nuevo, pensó Eva. Lo observó en el monitor. Aquel hombre parecía haber envejecido diez años desde que se lo presentaron hacía tan solo unos días. Sus ojos reflejaban cansancio y su mirada se hallaba como perdida. Eva suspiró levemente mientras pensaba que puestos de ese calibre quizás requerían personas más jóvenes y enérgicas.

– En fin, también tenemos más información sobre las sustancias que componen la píldora escondida en la prótesis dental. – continuó Gracia pasando por alto el último comentario del secretario de Interior. – Se trata de una dosis mortal de digitalina, mezclada con un potente somnífero, Propofol. Este somnífero es de uso intravenoso, pero parece ser que lo han potenciado con una sustancia que de momento desconocemos para acelerar el efecto via oral. Hay un grupo de expertos analizando de que se trata. Según los forenses consultados, el somnífero es de efecto rápido, o sea que primero se duermen y después la digitalina, más lenta, ralentiza el corazón hasta pararlo. No es fácil conseguir estos productos, pero tampoco imposible. De hecho, hemos encontrado rastros de la planta de donde se extrae la digitalina en la casa de Leonor, en la parte trasera de la casa, una zona oscura junto a varias encinas. Desconocemos donde la consiguió, pero por lo visto no es una especie autóctona, alguien se la tuvo que proporcionar. El somnífero había sido sustraído del hospital donde trabajaba.

– ¿Alguna idea de cuantas píldoras había podido fabricar? – preguntó Ander.

– Es difícil de cuantificar… Según los expertos consultados las dosis deberían ser diferentes, adaptadas a la constitución física de cada miembro. Por ejemplo, las dosis de Pedro y Leonor, serian completamente diferentes y así se ha comprobado en las autopsias. Por el total de Propofol robado, del cual han encontrado restos en casa de Leonor, es posible que se hayan podido fabricar entre treinta y cincuenta dosis. – contestó Gracia.

– O sea que, como decía antes el señor Santamaría, es más que probable que tengamos unos cuantos BAC esperando para actuar. – dijo Olga mirando al resto de investigadores.

– Así es… – respondió Gracia.

Eva suspiró profundamente. Aquello parecía una pesadilla. Cerró los ojos unos segundos, colocó su mano derecha junto a la cabeza y se acarició suavemente la sien. Sentía dolor, un dolor agudo que casi le impedía concentrarse, desde los laterales de su cabeza hasta la nuca. La presión del trabajo, la falta de descanso y tener el cerebro continuamente ocupado. Sabía que era por eso. Abrió los ojos. Dejó de recordar lo acontecido en la reunión para centrarse en el presente.

El dolor había remitido, aunque no del todo. Estaba de pie, junto a Diego, esperando a entrar en la sala donde se hallaba retenido el sospechoso al que tenían que interrogar.

Los dos agentes de uniforme que custodiaban el acceso se apartaron a un lado para dejarlos pasar. La capitán se lo agradeció amablemente y entraron en la sala donde les esperaba Ramón Tresánchez.

Eva se sentó frente al detenido y Diego, tras esperar a que su compañera se acomodase, pasó por detrás de ella y se sentó a su lado, a la izquierda. Con semblante serio, los investigadores miraron al detenido. Ambos portaban una carpeta. Diego colocó la suya sobre sus rodillas, Eva depositó la suya sobre la mesa. El detenido no pudo evitar dirigir sus ojos a la carpeta de Eva, quien, intencionadamente había dejado unas fotos a la vista. Eran fotos del supuesto líder de los BAC.

Debían interrogar a Tresánchez y a su pareja para averiguar sí, al igual que habían hecho Leonor y Pedro, ellos también intentarían quitarse la vida con el mortal comprimido que albergaban en un hueco de su modificada dentadura. Querían comprobar hasta qué punto estaban los miembros de los BAC comprometidos con su causa y el grado de lealtad hacia sus compañeros. Tenían la esperanza que alguno de los presuntos asesinos de Valero accediese a colaborar cuando viesen truncado su plan de escape, cuando fuesen conscientes que no escaparían de la justicia de ninguna de las maneras. Ese era el objetivo de Eva y Diego que, sentados frente al detenido, en silencio, dejaban pasar los segundos, segundos que pretendían minar los templados nervios del bombero.

Y allí estaba Ramón, al que habían anestesiado, cuyo cuerpo inerte había sido escudriñado con un escáner de alta resolución para averiguar si ocultaba alguna píldora, alguna sustancia que le permitiese evitar la justicia. El detenido se había quejado de dolor de cabeza al despertarse, pero le convencieron de que era algo normal después de la larga siesta que supuestamente había dormido. Durante la exhaustiva exploración, los radiólogos habían hallado el escondite del fatal comprimido en el mismo lugar que fue encontrado en las autopsias de Leonor y Pedro. En su dentadura. Las piezas cuarenta y siete y cuarenta y ocho habían sido sustituidas por un puente extraíble, con un hueco lo suficientemente grande como para albergar una pequeña pastilla de color grisáceo. Un puente hueco, como algunos agentes de la Europa del Este durante la Guerra Fría. La misma argucia, pero con una pequeña pastilla de somnífero y digitalina en lugar de arsénico. Una dosis suficiente para acabar con la vida de un adulto en minutos, sin sufrimiento. Suponían que no podía sospechar nada. En lugar del comprimido que le evitaría entrar en la cárcel, aquel hueco alojaba ahora una inofensiva dosis de somnífero. Se dormiría, sí, pero volvería a despertar y debería pagar por su crimen. No se libraría de la cárcel. Ese era el maquiavélico plan elaborado por el equipo de investigadores, que esperaba truncar los planteamientos de los BAC.

Eva miró a la cámara que tenía frente a ella e hizo una señal, casi imperceptible. Comenzaba el primer acto de la función.

– Buenas tardes. Somos la capitán Eva Morales y el inspector Diego González. Antes de comenzar, ¿sabe usted porqué está detenido, señor Tresánchez? – dijo Eva.

– Pues me han dicho que por el asesinato de un tal Valero. – respondió Tresánchez entre tranquilo y altivo. – Pero yo diría que se equivocan de hombre. Yo no he hecho nada.

– Bueno, eso es lo que intentaremos aclarar a continuación. Le recomiendo que colabore con nosotros en la medida de lo posible. Comencemos. Ah, se me olvidaba, al estar usted sujeto a la ley antiterrorista, el interrogatorio está siendo grabado. – explicó Eva, como si se tratase de algo extraordinario.

Ramón asintió con la cabeza. Su gesto mostraba sorpresa. Ley antiterrorista. Aquello sonaba a algo grande, ahora comprendía todas aquellas medidas de seguridad. Le tenían miedo, respeto. Se recostó en la silla y miró a los agentes con una ceja levantada. Era su cara de perdonavidas.

Diego tuvo que hacer un esfuerzo por no reírse e hizo como si apuntara algo en la carpeta. De reojo, comprobó que Eva si pudo mantener el tipo.

– A ver, Ramón Tresánchez Vilarubias, nacido en Borja, provincia de Zaragoza. Es usted sospechoso del asesinato de Gonzalo Valero Estella. ¿Nos puede decir donde estaba usted el pasado martes día veinte de Julio? No escatime detalles, por favor. – dijo Eva.

Diego levantó la vista para comprobar la reacción del detenido. Estaba claro que no se mostraba muy propenso a colaborar. Sus manos cerradas y el gesto de su cara iban en esa dirección. Buscó sus ojos y el sospechoso rehusó mantener la mirada.

– Señor Tresánchez, hemos registrado su apartamento y tenemos suficientes pruebas para incriminarlo y que el fiscal pueda presentar una acusación formal. Desde una factura de compra del material usado en el asesinato, a cuadernos con apuntes como “hay que acabar con esos cerdos”, “deberían matarlos a todos”. ¿Continúo? – dijo Diego.

Tresánchez lo miró por un segundo para apartar la mirada de nuevo. Más madera. Diego necesitaba algo de más calibre y lo tenía…

– Hemos detenido a su pareja y cómplice en el asesinato, Celestino Cabral López. Nuestros compañeros comenzarán a interrogarlo en breve en la sala contigua. – le comunicó Diego, señalando hacia atrás con el pulgar.

Aquello no era del todo cierto, pero serviría para presionar. Álvaro necesitó menos de media hora para identificar al acompañante de Ramón en varias de las fotos. Ni Ramón ni su pareja, Celestino, poseían perfiles en redes sociales, al menos con sus identidades reales, pero bastaron cuatro llamadas telefónicas para obtener un nombre. Celestino se hallaba detenido, en efecto, pero en un calabozo de la Comisaría de Girona. Olga y Ander hablarían con él en breve. Diego intentó aprovechar los sentimientos de Ramón hacia Celestino. Si pensaba que su pareja estaba tan solo a unos metros de donde ellos se encontraban, sería más asequible…

– Celestino se encontraba bastante afectado cuando lo detuvimos. Nos preguntó si podría volver a verle. – dijo Diego.

Ramón lo miró, ahora sí. La pose de matón barriobajero se iba difuminando, poco a poco, no del todo. El detenido tragó saliva. Diego observó a Ramón con calma, paciente. Debían conseguir que aquel fornido hombre hablara, conseguir que les desvelara los planes de la banda, obtener pistas que los condujesen a la cúpula, a los que organizaban o diseñaban aquellos asesinatos. Después de la breve pausa concedida para que el detenido asimilase la posición en la que se encontraba, Eva insistió.

– Ramón, la fiscalía suele ser benevolente cuando los detenidos colaboran. Cuéntenos que hizo el pasado martes. Ayúdenos a detener esta locura. Nadie debe tomarse la justicia por su mano. – dijo Eva, con un tono pausado. – ¿Por qué asesinaron a Valero? ¿Quiénes son los BAC y qué es lo que pretenden?

El brillo de la mirada del bombero cambió sutilmente al escuchar la palabra justicia. Tragó saliva de nuevo. Diego fijó sus ojos en el detenido, aquello podía ser una señal, un indicativo. Ramón apoyó los codos sobre la mesa y se echó hacia adelante.

– ¿Cómo está Cele? – preguntó Ramón.

– No deberíamos decirle como se encuentra dada la situación, pero vamos a ser buenos. Parecía asustado. – respondió Eva. – Diría que muy asustado, ¿cómo quiere que esté? ¡Joder, están detenidos como sospechosos de un asesinato, no por saltarse un stop con el coche! ¿De verdad pensaban que podían matar a una persona como Valero y no ser detenidos?

Eva finalizó con una leve sonrisa su parrafada. Una persona como Valero… Ninguna palabra era elegida al azar. Ramón agachó su cabeza, pero continuó en silencio. Eva y Diego se buscaron por un instante. Todo seguía el guion imaginado. Ahora mismo, si Diego no se equivocaba, Ramón estaría pensando en su pareja, con la incógnita de si volvería a verlo. Pensaría en lo que habían hecho, si habrían cometido un gran error, si realmente tenían aquellas pruebas. Una persona en su situación tendría conatos de arrepentimiento, tendría dudas, se pondría nervioso, pero seguiría sin hablar. Su cabeza estaría hecha un lío, albergando la esperanza que todo acabase rápido, que no fuese cierto, tal vez temeroso del castigo, inseguro ante lo que iba a acontecer.

Pasaron un par de minutos donde los investigadores, pacientes, ni se movieron. Ahora era turno de Ramón, quien, intranquilo, movía los dedos de sus manos de su mano derecha como si tocase el piano, como si tuviese un tic nervioso o interpretase una melodía que tan sólo él era capaz de escuchar. Él debía de marcar el siguiente paso. Su reacción sería clave, por eso Eva y Diego lo observaban casi sin pestañear, pacientes, mientras meditaban las opciones en función de la respuesta del detenido.

Diego frunció el ceño. Aquel hombre que tenía frente a él aparentaba diez años menos de los que decía su DNI. Era alto y fuerte, lucía un bronceado casi excesivo, su apariencia era de un tipo duro. Les habían pasado bastante información sobre él. Bombero durante casi toda su vida laboral, buen trabajador, serio y constante, nunca había sido problemático. Voluntario en multitud de misiones de ayuda tanto nacional como internacional, fue condecorado con la medalla de bronce al mérito de Protección Civil el año dos mil diez, tras haber participado en las labores de rescate de las víctimas del terremoto de L’Aquila, en Italia. Perdió a su compañero sentimental en un incendio en Guadalajara, en el año dos mil cinco, donde tres unidades de su cuartel acudieron en labores de apoyo desde Zaragoza. Un cambio en la dirección del viento acabó con la vida de media brigada, la que él dirigía. Seis hombres en total. Entre ellos, Javier Núñez, pareja de hecho de Ramón, quien se salvó por casualidad, ya que estaba siendo entrevistado por una emisora de radio. Fue un gran golpe, duro, que tardó tiempo en asimilar. Acumuló varias bajas por depresión durante los años siguientes, llegando a presentarse voluntario para dejar el cuerpo cuando la crisis hizo que redujesen el número de bomberos en la plantilla de su cuartel. No aceptaron su petición las dos primeras veces, pero si la tercera. Conoció a su actual pareja en uno de sus múltiples viajes por la geografía española, en San Sebastián, hacía dos años y medio. Y allí estaba ahora, esposado y detenido, sospechoso de haber asesinado a un ex alto cargo del Partido Socialista Obrero Español. Diego presintió que Ramón necesitaba un pequeño empujón…

– Vamos señor Tresánchez, díganos porque usted y el señor Núñez planearon el asesinato de Valero. ¿Ha sido por venganza? – preguntó Diego.

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