BAC

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Capítulo 21

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– ¿Qué se debe? – preguntó Diego, de pie y rebuscando entre las monedas.

– Nada, te invito yo. Vaya con Dios. – le respondió Antonio. – Espero que los negocios le vayan bien, ¡buenas tardes!

Diego agradeció el gesto y le dio la mano al anciano, deseándole una buena tarde. Hizo lo mismo con el camarero y después depositó unas monedas en el tarro vacío de aceitunas que hacía las veces de bote.

Echó a andar otra vez, sin rumbo predeterminado, deambulando por las calles sin buscar nada en concreto. Había escuchado casi el disco completo de los Guns N’Roses cuando su Smartphone emitió sonido que Diego interpretó como un quejido. Su móvil se estaba quedando sin batería. Debía volver al hotel, tenía que llamar a Olga, a su amigo Iván y trabajar en el caso antes de cenar. Pensó en Eva y en la sonrisa que había aparecido en su cara al anunciar sus planes para la cena de aquella noche. Sentía curiosidad, ¿o eran celos? No, no podía tener celos, pero por un momento cerró los ojos y vio de nuevo la imagen de Eva, tumbada, desnuda frente a él y no pudo reprimir la envidia que sentía por quien pudiese acabar en sus brazos esa noche.

Ya no hacia tanto calor, así que, mientras volvía al hotel, se colocó de nuevo los auriculares. Añadió la segunda parte del Use your illusion a la lista de temas, sabedor que la batería no aguantaría todo el trayecto. Necesitaba no pensar en Eva, por lo que fue realizando un repaso mental de lo ocurrido durante el día, hasta que Civil War, una de sus canciones favoritas fue abruptamente cortada cuando la batería del móvil se agotó. Se encontraba a unas calles del hotel, así que aligeró el paso.

Sabino estaba fuera, apoyado en un coche mirando su móvil y fumando un cigarrillo. Vio que Diego se acercaba y levantó la mano para llamar su atención.

– ¿De dónde vienes? – le preguntó Sabino, echando el humo hacia arriba.

– De dar una vuelta, necesitaba despejarme un rato. ¿Ya has terminado en comisaría? - respondió Diego.

– Sí, ha sido rápido. He venido a darme una ducha, estaba todo sudado. He aprovechado para preparar la maleta. Salgo mañana por la mañana hacia Zamora y después voy a Valladolid. He estado hablando con las comisarías de la Policía Nacional en esas ciudades para que me consiguieran una entrevista con dos de los colaboradores de Zafra. – dijo Sabino, sin mucha alegría en su voz.

– ¡Joder, te vas a recorrer toda España! ¿Y cuál es el motivo de las visitas? – preguntó Diego. – ¿Alguna pista nueva?

– No, lo que habíamos comentado, hablar con los ultras que subvencionaba Zafra. No creo que hablar con ellos nos aporte gran cosa, pero tenemos que hacerlo. Como tienen fama de violentos, mandan al cachas del grupo. – respondió Sabino, cerrando el brazo y marcando bíceps. – ¿Y tú, que te cuentas?

– Pues no he hecho nada, ahora iba a la habitación. ¿Qué planes tienes para cenar? – preguntó Diego mirando su reloj.

Eran las seis y trece minutos. Quería trabajar al menos un par de horas más antes de ir a cenar, Diego pensó que el paseo había sido demasiado extenso.

– Pues pensaba cenar aquí mismo, en el restaurante del hotel, algo ligero y rápido. Me vienen a buscar a las cuatro de la madrugada, así que me iré a dormir temprano. Tengo que estar en Zamora mañana antes de las diez. Allí me espera el señor Ricardo Poveda, alias Ricky. Tiene un historial digno de Al Capone, el tal Ricky.  – respondió Sabino, tirando el cigarrillo al suelo y apagando la colilla con el pie derecho. – Después tengo que desplazarme hasta Valladolid, donde tengo que hablar a las cuatro de la tarde con el otro amigo de Zafra, un tal Jaime Casas, alias Jimmy. Me gustaría saber el motivo por el que esta gentuza se pone diminutivos en inglés. A mí, esos nombres me dan más risa que miedo. Jimmy y Ricky, ¡uhhh!

Diego no pudo evitar sonreír al escuchar lo de los nombres en inglés y ver a Sabino agitar las manos cerca de su cara.

– Bueno compañero, me voy a la habitación. Quiero ver el video del interrogatorio de Pinyol y leer la información que nos ha pasado. Deberías leértelo también, porque seguramente salen tus amigos Jimmy y Ricky. – dijo Diego, mientras se alejaba en dirección a la puerta principal del hotel donde se alojaban.

– Vale. Aunque no sé si me dará tiempo a hacerlo hoy. Mándame un mensaje si consideras que hay algo que valga la pena mirar. Me pasaré a verte antes de irme a dormir, para charlar un rato. – dijo Sabino, mientras marcaba el teléfono de su casa.

Aún no había informado a su esposa de los viajes que tenía que hacer y quería aprovechar para preguntar por la peque y hablar con ella un rato, antes de que se acostara. Se encendió otro cigarro mientras sonaba el tono de llamada.

Ya en su habitación, Diego se quitó los zapatos, puso a cargar su móvil e introdujo la contraseña en el portátil. Tenía tres mensajes de correo, dos de Olga con enlaces para descargar la información y un tercero, de Álvaro.

El fichero de video era de un tamaño monstruoso, así que decidió verlo en streaming. Tardaría en comenzar a visualizarse, pero sería más rápido que descargarlo localmente. Mientras tanto, abrió el documento que contenía el dossier de Zafra, un PDF de casi medio megabyte. A continuación, se dispuso a leer el email de Álvaro.

El mensaje hablaba del coche que supuestamente había sido utilizado por los asesinos de Roberto Zafra. Un pastor que transitaba una zona montañosa situada a unos cuarenta kilómetros del coto de caza había encontrado un coche despeñado en un barranco y dado aviso a la Guardia Civil. No había rastro de personas dentro del coche. Era domingo, pero Álvaro había efectuado las gestiones necesarias para que al día siguiente se movilizara una grúa desde la capital para poder recuperarlo. El vehículo se encontraba a unos treinta metros de la carretera y en un estado deplorable, según pudo apreciar en las imágenes adjuntas en el email. Un grupo de la científica de la Guardia Civil se había desplazado a la zona para buscar huellas o pistas. El coche había sido sustraído en Montemayor, un pueblo de Córdoba, hacía casi tres semanas, según constaba en la denuncia interpuesta por su dueño, un jubilado.

En su móvil tenía unas cuantas notificaciones sobre mensajes de WhatsApp, Gmail y algún Telegram, decidió posponer la lectura. Usando el portátil, hizo un pedido online en Amazon, un powerbank para el móvil. Estaba harto de quedarse sin batería. En cuarenta y ocho horas lo entregarían en la comisaría de los Mossos, en Barcelona. No había pasado un minuto cuando pensó que podía haber pasado por una tienda de los chinos para comprar algo parecido. No era la primera vez que realizaba compras compulsivas por internet, cuando era más lógico comprarlo en una tienda de las de toda la vida. Suspiró antes de coger el teléfono.

– ¡Hola Olga! Bien, aquí en el hotel. Escucha, antes que me olvide, he pedido un powerbank, si una batería externa para el móvil. Sí, ya lo sé, no hace falta que me eches la bronca, por eso la he comprado. ¿Qué…? No, he puesto la dirección del trabajo. Lo entregaran en la comisaría el próximo martes, supongo. – dijo Diego.

– Pero tener una batería externa no te garantiza que el móvil no se muera, también tendrás que cargarla y después acordarte de llevarla encima, capullín. Te la podías haber comprado en un chino. – le riñó Olga entre risas. – Sí, ya comentaré por aquí que si viene algo a tu nombre lo recojan. Por cierto, ¿habéis aclarado las cosas? Me refiero a Álvaro y Eva.

– Sí, eso parece. Veremos cuánto dura. Este Álvaro está resultando ser un poco especial... Oye, ¿sabes que han encontrado el coche abandonado en un barranco? Sí. Era robado. – explicó Diego.

Se despojó de la ropa mientras hablaba con Olga. Hacía mucho calor y estaba deseando darse una ducha.

– Esperemos que encuentren alguna pista en el coche. Oye, ¿qué haces? Se escucha entrecortado. ¿Desnudándote? ¡Guau! Espero que estés solo. Sé bueno, mándame una fotito, ya ni recuerdo como la tienes... – comentó Olga, con voz sugerente. – No, yo hace rato que he llegado a casa. Estoy en mi sitio favorito. Sí, desde luego, tumbada al lado de la piscina. Ahora mismo te mando una foto, para darte envidia.

Se hizo un selfie tumbada boca arriba. Sus voluminosos pechos y el pubis rasurado eran los protagonistas de la captura. Diego no tardó en recibir la foto por Telegram. Era el voluptuoso cuerpo moreno de Olga, brillante por las gotas de sudor. Un sentimiento de culpa le invadió, a la misma vez que la sangre hinchaba su miembro. Tenía muchas cosas por hacer, pero envió una foto de su pene a Olga, junto con el texto “es así”.

Olga le propuso conectar por Skype y hacer cochinadas, él no supo negarse… Ella sabía cómo excitarlo, que tenía que decir y hacer para hacerlo caer en sus juegos. Olga se levantó y se dirigió al comedor, donde tenía su portátil. Lo abrió y entró en una sesión de Skype. Se levantó y volvió con un bote de aceite corporal. Se lo untó por todo el cuerpo, pero se detuvo en una zona concreta, suave, lentamente, mientras con la otra mano presionaba sus pechos. Jugueteó y se masturbó delante de la webcam para disfrute de su pareja, que tampoco supo tener las manos quietas.

Media hora más tarde, sudoroso y tras haberse despedido de su amante virtual, Diego se dio una ducha. No podía decir que aquellos juegos no le gustaran, pero no acababan de convencerle. Olga era una mujer inteligente, preciosa, divertida, sin tabúes, desinhibida, sí, sobre todo eso, pensó…Pero no acababa de sentir por ella verdadero amor, eran pareja, amigos, pero cuando estaban a solas, ella básicamente pensaba en follar. A veces se sentía como un consolador humano, como le había dicho a Olga más de una ocasión. Su relación de pareja no iba mucho más allá de lo sexual, eran amigos, buenos amigos que follaban, follamigos. Diego necesitaba algo más, amor, cariño, una relación sincera, pasear por un parque de la mano, una complicidad que no hallaba en la relación con Olga. Había imaginado aquella escena decenas de veces, cara a cara con Olga y explicándole que su relación debía finalizar, pero no encontraba el momento. Lo peor es que el tiempo pasaba y sabía, con certeza, que sería más doloroso para ambos si no tomaba una decisión pronto. Un sentimiento de culpabilidad le invadió, tanto por no ser capaz de hablar con ella, como por haber subido a la habitación con la intención de trabajar y haber acabado masturbándose frente a un portátil. Cabizbajo, se dirigió a la ducha.

Minutos después, salió del cuarto de baño y tras ponerse unos calzoncillos, decidió ocupar su mente con temas profesionales. Se sentó frente al ordenador y visionó el video de la entrevista con Josep Pinyol con los auriculares puestos. El lenguaje corporal del periodista era curioso, ambiguo, equívoco. A lo largo de la reproducción Diego detuvo el visionado varias veces para volver a ver algunos fragmentos. Finalmente observó con mucho más detalle dos momentos concretos. El primero era el momento en el que el periodista mostraba la grabación de la llamada de Zafra. Había unos pequeños chasquidos en aquella amenazante conversación telefónica que llamaron la atención de Diego. Hizo unas anotaciones en su libreta y continuó. La segunda vez fue cuando Pinyol hablaba de Asúa. Algo en su mirada. Los gestos de sus manos tampoco le parecieron normales. Volvió a tomar nota y prosiguió hasta el final.

Cuando terminó, llamó a Álvaro para comentarle sus anotaciones. Le comentó que tenía el presentimiento que la grabación de la conversación telefónica estaba manipulada. Diego pensaba que los casi inaudibles clics que había detectado en la conversación telefónica podían ser debidos a una edición del audio. Informó a Eva también, no quería malos rollos.

Después llamó a Sabino, para que visionara un fragmento en concreto, el de Asúa. Sabino era bueno analizando el lenguaje corporal. Confiaba que Sabino confirmase sus sospechas.

– Lo miro y os digo algo por WhatsApp, venga, hasta luego. – dijo Sabino.

Álvaro le pasó la petición a su equipo de Madrid, como algo urgente, así que Pentium, el hacker rehabilitado, se puso de inmediato a analizar el sonido de la grabación.

Mascando chicle y con tres monitores frente a él, Pentium descargó el fichero de video y lo comenzó a visualizar en uno de ellos. Avanzó hasta la posición que le había indicado Álvaro y extrajo la pista de audio con un terminal abierto en el segundo monitor. Dos líneas de comando bastaron para hacerlo. Cinco minutos después, Álvaro recibía un email en su correo, donde Pentium le confirmaba la manipulación de la grabación. En el mensaje aparecían también varias capturas de pantalla donde se podía observar que el ruido de fondo de algunos fragmentos de la conversación no se correspondía con el ruido de fondo del resto de la grabación.

Álvaro dio las gracias a Pentium mediante un WhatsApp y se dirigió a la habitación de Diego.

– ¡Abre! Soy yo, Álvaro. – dijo tras golpear en la puerta.

– Pasa. Perdona el desorden. – le invitó Diego, abriendo la puerta en ropa interior.

– Tenías razón, ¡buen oído! Me acaban de confirmar desde Madrid que la grabación está manipulada. Si no te importa, se lo comento a Eva. Tendrán que volver a hablar con Pinyol y lo más eficiente sería que lo hicieran en Barcelona, ¿no crees? – explicó Álvaro, pasando y sentándose a los pies de la cama.

– Sí, sí, ningún problema, díselo a Eva, lo agradecerá. Yo le he dicho antes que había escuchado algo extraño y te lo había pasado a ti. Para que esté al tanto de todo. Yo aún tengo que repasar el dossier de Zafra. ¿Se sabe algo más del coche? – respondió Diego, sentándose en la silla del improvisado despacho.

– Que tenía las llaves puestas cuando lo sustrajeron. No tuvieron que molestarse ni en hacerle el puente. La gente en los pueblos tiene la costumbre de no cerrar el coche, ya ves. – dijo Álvaro, mirando de un lado a otro la habitación. – Esta habitación es más grande que la mía, y bastante más fresquita. No sabes el calor que hace, si no fuese por el aire acondicionado… Bueno chavalote, me voy. Tengo que terminar un par de cosas. Si quieres que quedemos para cenar dame un toque por WhatsApp.

– Sí, claro. – le respondió Diego. – Te digo algo después.

Álvaro se levantó y se dirigió hacia la puerta, Diego lo acompañó y cerró con suavidad.

Minutos después, Álvaro envió un mensaje con un resumen de todos los avances en el caso. Eva no tardó en contestar dando las gracias.

– Bueno, parece que la comunicación mejora. – se dijo Diego a sí mismo, abriendo el fichero que contenía el dossier de Zafra.

Casi dos horas después, con hoja y media de anotaciones en su libreta y el cuello algo dolorido por la postura al leer, Diego cerró el portátil e hizo unos ejercicios para relajar la musculatura. Pensativo, se miró en el espejo. Tanto el dossier de Castro como el de Zafra tenían un nivel de detalle poco habitual. Por experiencia, sabía que redactar un informe podía llevar horas. Un informe de un par de páginas, a lo sumo... Los de Castro y Zafra tenían decenas de páginas y detalles personales que le hicieron pensar que el centro de inteligencia era muy eficiente, o que ya tenían información recopilada de las víctimas con anterioridad. Miró su reloj, pasaban unos minutos de las nueve de la noche.

Envió un WhatsApp a Álvaro y Sabino, para bajar a cenar. Dos pulgares levantados fueron las respuestas inmediatas de sus compañeros. Diego se vistió y bajó a la recepción del hotel. Esperó a sus compañeros, sentado en unos de los cómodos sillones de la amplia entrada. Álvaro y Sabino aparecieron juntos, charlando, así que Diego se levantó y se dirigió hacia ellos.

– ¿Algún plan para cenar, señores? – preguntó Diego frotándose las manos.

– Yo había pensado en algo rápido y ligero, aquí mismo, ¿qué decís? – respondió Sabino.

– Por mi bien. – respondió Álvaro esperando la respuesta de Diego.

Diego se encogió de hombros y asintió con la cabeza.

– Pues si no os importa, vamos fuera un momento y echo un cigarrillo, llevo horas sin fumar. – dijo Sabino, sin dar opción a una respuesta negativa, ya que se encaminaba hacia la calle.

En el exterior, Álvaro se interesó sobre la salud de la hija de Sabino. Sabino contestó que todo parecía estar en orden, que casi no le subía la fiebre, que ya se encontraba mejor. Diego observó con satisfacción que Álvaro estaba intentando ser más cercano, usando un tono más afable en las conversaciones. Aquello contribuiría a mejorar el ambiente de trabajo, sin lugar a dudas.

Ya en el comedor, tras hacer los pedidos de los platos para la cena y un buen vino tinto para regar la comida, los tres investigadores charlaban sobre los casos.

– Creo que sí, que hay algo extraño en Pinyol cuando habla sobre Asúa. – explicó Sabino. – Sus cejas y sus ojos hacen una especie de tic nervioso cuando Olga lo nombra y después incluso su voz se torna más grave cuando está narrando lo ocurrido. Espero que puedan volver a hablar con él y obtener más información. Teniendo en cuenta lo de la grabación de las amenazas, es probable que nos oculte algo más.

– Sí, pero no deben darle pistas a Pinyol, es un tío muy listo. Deberían poner cualquier excusa para hacerlo ir a la comisaría y una vez allí, exponerle los hechos. Así no tendrá opción de buscar una salida. – dijo Álvaro.

– Tenéis razón, hablaré con Pérez sobre esto. Yo incluso propondría que lo detuviesen para evitar problemas. Total, ha manipulado una posible prueba para incriminar a Zafra, ¿no? Parece que poco a poco vamos vislumbrando alguna cosilla. – dijo Diego, esperanzado. – Por cierto, Sabino, ¿por qué te pegas el madrugón mañana? Nos dijo Gracia que teníamos a nuestro servicio los medios necesarios, que no escatimáramos en nada. ¿Cómo es que no has pedido que te lleven en helicóptero o en un jet?

– Porque, sinceramente, prefiero ir en coche, no me gusta demasiado volar. El coche me relaja, me ayuda a pensar en ese estado medio adormilado. En cambio, los aviones me ponen tenso, por no hablar de los helicópteros. Además, tampoco hay mucha diferencia en tiempo, hablamos de un par de horas de diferencia entre aquí y Zamora, tampoco es tanto. Así me pego una cabezada y recupero algo de sueño.  – respondió Sabino.

– Yo me vuelvo mañana a Madrid, también en coche. – explicó Álvaro. – Pero hablando de trabajo…he estado toda la tarde dándole vueltas a una idea. Se trata de un algoritmo para filtrar las posibles víctimas de las BAC…

– ¡Coño, cuenta!, parece interesante. – exclamó Sabino.

– Pues eso, que, revisando algunos datos, he llegado a la conclusión que podría haber una explicación de la elección de Castro. – comenzó a explicar Álvaro. – Imaginad que los BAC lo hubiesen escogido por su exposición en los medios. En los dos últimos meses, Castro había ocupado titulares televisivos y portadas en los periódicos por noticias relacionadas con sus problemillas con la justicia. Zafra en mucha menor medida, pero también había tenido, digamos, sus momentos de gloria.

– ¿O sea que piensas que ser noticia podría ser el motivo de las muertes? - preguntó Diego.

– Bueno, no exactamente. Ser noticia por motivos delictivos, diría yo. – concreto Álvaro.

– ¿Y qué propones? ¿Qué se te ha ocurrido? – preguntó Sabino.

– Propongo generar un listado de personas en función de varios parámetros. La idea la tomé de la página web, esa con las votaciones. Todos tenemos una lista de nombres en nuestras cabezas debido al bombardeo informativo que sufrimos, pero algunos aparecen dos días y no se vuelve a hablar de ellos. Asumamos que los BAC utilizan un patrón parecido. – explicó Álvaro, acompañando su relato con sus manos. – Creo que con varias fuentes de datos y aplicando algunos filtros podemos extraer un listado de posibles víctimas. Big data, está ahí, solo tenemos que usarla…

– Con lo cual podríamos tener a posibles objetivos bajo vigilancia, y si los BAC se acercan, tendremos la posibilidad de no solo evitar una muerte, sino poder capturarlos. Me parece una idea brillante, cojonuda. – respondió Sabino, dando unas sonoras palmadas.

– ¿Lo has hablado con Eva? Ella apoyará la idea, creo que puede ser muy útil. – dijo Diego, esperando que su compañero no volviese a caer en el mismo error otra vez.

– Sí, lo hemos comentado antes por teléfono. Es ella quien me ha propuesto que marche con mi equipo para agilizar el desarrollo. No quiero tener más malos rollos. – explico Álvaro, mirando a los ojos a sus compañeros.

Esta vez a Diego si le pareció sincero, tanto por la limpieza en la mirada, como el tono de voz. Se alegró.

– Bueno, pues brindemos por eso. ¡Porque no haya malos rollos y porque pillemos a los malos! – dijo Sabino, levantando su copa e invitando a Diego y Álvaro a hacerlo.

Tras el brindis, charlaron sobre los parámetros que debía tener en cuenta la aplicación. Álvaro entró en una serie de detalles que ni Diego ni Sabino entendían. Terminaron la cena en media hora, y continuaron charlando de temas más triviales hasta que el camarero se acercó a retirar los platos y preguntar si querían cafés. Los tres pidieron un descafeinado con hielo, con el que salieron a la terraza a acompañar a Sabino en su acostumbrado cigarrillo. Estuvieron allí unos quince minutos más y a continuación se dirigieron a sus respectivas habitaciones para descansar. Diego deseó buen viaje a sus compañeros, que se despidieron de él con un amistoso abrazo.

Ya en su habitación, Diego sacó su móvil del bolsillo del pantalón y leyó los mensajes que había recibido. Aprovechó para desearle buenas noches a Olga, quien parecía más calmada tras la sesión de sexo remoto. Repasó de nuevo su conversación con Eva. La tentación le pudo y comprobó la última hora de conexión a WhatsApp de la investigadora. Hacía casi una hora que no usaba la aplicación y apreció que había cambiado su foto de perfil. Un primer plano de Eva en blanco y negro, de perfil, sin mirar a la cámara, no era el típico selfie, la foto la había hecho otra persona. Estaba guapa, parecía una estrella de cine de los años setenta. Una enigmática frase en su estado, hizo que a Diego, ya en la cama, le costara conciliar el sueño.

– When the cat’s away the mice will play. Mientras el gato no está, los ratones juegan. - tradujo Diego, sin acertar a saber el verdadero significado detrás de aquella misteriosa frase.

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