Azul

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IV. Sueño Delta

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IV. Sueño Delta

 

Desperté. O casi.

—¡Lucía! ¡Eh, Lucía! ¡Despierta!

—¡No soy infiel! ¡No soy infiel! ¡No soy infiel! ¡No soy infiel! ¡No soy infiel!

—¡Vale, vale, no eres infiel, me queda claro!

Cuando vi a Dani, me asusté todavía más.

—¡No me arrestes, Dani! —sollocé—. ¡Perdóname! ¡No quiero ir a la cárcel!

—Ya está, cariño. Has tenido una pesadilla. No pasa nada, ¿ves?

Miré a mi alrededor, poco convencida. Las fronteras entre la vigilia y el sueño eran cada vez más difusas. Me dejé abrazar por Dani, toda cándida y virginal.

—¿Qué soñabas, cariño?

Modo Me Han Pillao Comiendo Nabos Activado.

—Uff, es todo muy confuso… —Mi teléfono al rescate: Cuidadín, cuidadíiiiin.

—¡Agh, cómo odio ese tono! Ya podías apagar el móvil por la noche.

—Es del trabajo, tengo que cogerlo.

—¡¿A las tres de la mañana?! ¡Ni que fueras un bombero!

—Me voy al salón a hablar. Vuelve a dormirte, cariño, no te molesto más.

No me detuve a descolgar hasta que hube cerrado por lo menos tres puertas detrás de mí. Habíamos pasado a un nuevo nivel de confianza: ya no ponía Número desconocido, sino AZUL, como si fuera un contacto habitual en mi agenda. Por si fuera poco, al sonar el teléfono, la pantalla mostraba la cara del pecado en todo su esplendor, seguramente la foto más arrebolada que había del niño.

Descolgué como una leona.

—¡Tú, cabronazo! ¡¿Dónde estabas cuando apareció el policía?!

—Hola, Lucía.

—¡Ni hola ni hostias!

—No permitas que una nimiedad enturbie el recuerdo de una noche deliciosa.

—¿Nimiedad? ¡Hijoputa! ¡Por un momento creí que era sonámbula, que me había montado una fiesta yo sola y que me iban a caer sesenta años de cárcel!

—¿Por escándalo público? Qué barbaridad.

—¡No me cambies de tema! ¡Dijiste que era un sueño y que no habría nadie!

—Nadie que tú no traigas, Lucía.

—¿Ya estamos con los misterios de los cojones?

—Serénate un poco, amor mío. En efecto, en su origen no había motivo alguno para que nos interrumpieran de forma tan irritante. Sin embargo, tu mente no fue capaz de asimilar lo que estaba ocurriendo, de modo que originó una impureza.

—¡Azul, mira que no estoy para monsergas!

—El subconsciente se desarrolla con autonomía, al margen de tu control. Por esa razón te costó reconocer a aquel personaje como un residuo de creación propia, en este caso derivado de una punzada en tu conciencia.

—¡O sea, un remordimiento con patas!

—Exacto.

—¡Ya me lo podías haber explicado antes, y me habrías ahorrado un disgusto!

—En cuanto detecté que era una cadena de las que te atan a la vigilia, supe que mi labor en el sueño había terminado. Además, Lucía, entenderás que considere absurdo discutir con una persona que no existe.

—¡Joder, pues lo mismo me pasa a mí!

—No vas a comparar.

—¡Entérate, repeinado de mierda! ¡Estás acabado! ¡No pienso dormir en varios días, a ver si te aburres y te buscas a otra pringada que te haga de esclava sexual! ¡Y olvídate del teléfono, porque voy a apagarlo de forma permanente!

Y colgué. Tras apagar el teléfono y quitarle la batería, examiné la biblioteca, decidida a encontrar un buen libro con el que distraerme y evitar caer en las redes de Morfeo: La vida es sueño, Sueño de una noche de verano, El cazador de sueños, Sueño mortal. ¿Es que el universo entero se había confabulado contra mí? Mandé a paseo la lectura y busqué alguna película que me interesara. Pestañeando sin tregua, chutándome café de forma compulsiva, pasé la madrugada más o menos entretenida con dos: Sueño sin retorno y El sueño eterno.

Hacia las siete me duché, me puse maquillaje como para apañar a un regimiento de zombis, y desayuné con Dani, quien al parecer no había notado mi ausencia en el lecho. Procuré eludir sus suspicaces comentarios acerca de la llamada hasta haber dado con una mentira digna de crédito. Luego de despedirse con visible recelo, salió de casa mediante un portazo que tuvo un efecto distinto del esperado, principalmente porque pilló la cola del gato con la puerta. En cuanto a mí, una vez me hube cerciorado de que mi móvil quedaba bien desmontadito y carente de vida propia encima del banco de la cocina, dejé atrás mis aposentos y puse rumbo a la boutique donde trabajo.

El rutinario ajetreo de la tienda logró hacerme olvidar mis hábitos pornográficos. Disfrutaba de la impagable serenidad que suponía estar apagada o fuera de cobertura  para mi acosador personal, cuando el puñetero teléfono de la tienda me hizo dar un respingo. Gloria, mi compañera, descolgó:

—¿Diga? Sí, ahora se pone. ¿De parte de quién? ¡Lucía!

«Que sea Dani, que sea Dani».

—Te llama Azul.

«¡Mierda!».

Gloria me ofreció el teléfono con una sonrisa asquerosamente cómplice. Casi le arranco la mano de un zarpazo.

—Hola, Lucía.

—¡Cabrón! ¡La madre que te parió! ¿Cómo tienes huevos de llamarme aquí?

—Estaba preocupado. Necesitaba comprobar que todo marcha correctamente.

—Me la bufa, ¡dime cómo has averiguado este número!

—Lo he mirado en tu agenda.

—¡Imposible! ¡Le he quitado al móvil la batería!

—Es cierto. Deberías ponerla, o no podrás hablar conmigo.

—Fin de la charla, pelmazo, ¡voy a colgar!

—¡Espera! Hace horas que no sé nada de ti. ¿Estás bien?

—¡Pues claro que no, aborto de burro!

—Me alegra saber que conservas la fogosidad de nuestro último encuentro.

—Joder, es como hablar con la mofeta aquella de los dibujos animados…

—¿Qué mofeta?

—Una que hablaba en francés y… ¿Pero a ti qué coño te estoy explicando?

—Lo de la mofeta.

—¡Cállate! Mira, tío, estoy ovulando, me duelen los bajos y tengo ganas de matar a alguien. ¿Lo pillas? ¡Déjame en paz! No sé cómo decirlo. ¡No siento nada por ti!

—Eso no es cierto, Lucía, y lo sabes.

—¡Lo que sé es que en cuanto vuelva a casa voy a violar a mi novio y, como jodido personaje onírico que eres, no vas a poder hacer nada para impedirlo! Esta noche los cuernos te van a salir a ti.

—Mientras te obcecas en librar una batalla que tienes perdida de antemano, voy a narrarte un anticipo de lo que nos espera, un modesto tentempié dialéctico que me he preparado con ilusión y que te convencerá de lo que sientes hacia mí. Mi amada Lucía, te garantizo que, después de lo que voy a decirte, vas a anhelar que llegue esta noche.

A estas alturas, no albergaba duda de que la voz de Azul era portadora de una extraña magia que hacía vibrar los rincones más impúdicos de las mujeres. Cada palabra era un atentado a la castidad, cada sílaba una pulsación de mis más bajos instintos. Pero por mis ovarios que no me daba la gana tener un orgasmo allí mismo solo porque al niño se le antojara. Dejé el teléfono descolgado y me fui al baño.

Necesitaba ordenar los muebles de mi cabeza. De pronto tuve una revelación. Mi compañera Gloria era quien me había pasado la llamada: eso quería decir que Azul existía más allá de mi mente, y que no estaba loca. El alivio inicial fue cediendo paso al terror. Al fin y al cabo, estar pirada no era tan grave, nada que una celda acolchadita y un buen tazón de antipsicóticos no pudieran arreglar. Pero si Azul existía… Él no era de este mundo, y yo era la elegida para algo que aún desconocía.

Los gritos de Gloria pusieron fin a mis cavilaciones. Volví corriendo al mostrador, solo para encontrarla espatarrada en el suelo con el teléfono en la oreja.

—¡Oh…! ¡Sí…! Mmm… Ay, Dios, voy a… ¡Voy a…! ¡Uff! Ah… Ah… Ah… ¡AH! ¡Aaaaaaaaaah…! Ah. Te quiero… No, no soy Lucía… Me llamo Gloria… El placer es mío… Adiós. —Me miró, todavía temblando—. Era para ti.

—Gracias por coger el recado.

De camino a casa, mi mente urdía planes tan escabrosos como mefistofélicos: si había algo capaz de disuadir a este romántico incurable de su enfermiza persecución, eran los celos. Jamás podría concebir que yo prefiriese hacerlo con Dani antes que con él. Por supuesto, yo tampoco lo concebía, pero eso él no tenía por qué saberlo.

Ganas no tenía ningunas. Entre la epopeya de la fuente (que aun siendo un sueño me había dejado con agujetas en las agujetas), y la maratón de horas que llevaba despierta, mi sufrido cuerpo dudaba entre poner rumbo a casa o al desguace más cercano. Por otra parte, comparado con Azul, ahora Dani me parecía El Fary. Pero si quería recuperar mi cordura, los dioses exigían un sacrificio.

Nada más llegar, sustituí mi recatada ropa interior por lencería negra y tanga, me embutí en el vestido rojo más provocativo que tenía, el cual dejaba mi espalda al aire y ofrecía un escote demoledor, me pinté los labios y me recogí el pelo de forma elegante. Luego fui a mear y me bajó la regla. Grité y maldije mi suerte, pero por mi madre que íbamos a jugar a los vampiros. Cambié mi tanga negro por unas bragas blancas con una compresa, ¡a la mierda la seducción!

Preparé un sándwich, porque sé que mi novio es incapaz de funcionar con el estómago vacío, y me senté a esperarlo en la cocina. No solo tragué café como para revivir a un gato atropellado, sino que alcancé nuevos niveles de vicio, llegando a fumarme cuatro cigarros que, pese a sus vanas protestas, le había gorroneado a Gloria antes de salir de la boutique. Puede que yo fuera de la liga antitabaco, pero mis nervios acababan de montar un estanco.

—¡Ya estoy aquí, cariño!

Modo Fiera Corrupia Activado.

—Me he retrasado porque…

—No me importa. ¿Follamos?

—Eh… Bueno.

—Pues hale, tira pal cuarto.

—Lucía, estás fumando.

—Ya lo veo.

—¿Por qué vas de Jessica Rabbit?

—¡¿Follamos o qué?!

—Sí, joer, es que iba a comer y… tu actitud no cuadra con tus deseos y…

—Ahí tienes el sándwich que te he preparado. Cómetelo.

—Anda… Has pensado en todo, ¿eh?

—¿Cuánto vas a tardar?

—Poco, lo engulliré por ti. Es de atún, lechuga y…

—Mayonesa.

—¿Qué mayonesa, la del bote del fondo?

—¡Sí, joder, esa mayonesa!

—Estaba caducada. Creo que debería hacer otro sándwich…

—¡Y una mierda!

—… aunque también puedo quitar las cositas azules con el cuchillo…

—¡Estás haciendo tiempo para que no follemos!

—¿Yo? Qué va. Me zampo esto y follamos. Quiero decir, hacemos el amor.

—¿Adónde vas?

—A tirar esta servilleta a la basura. ¿Ves? Está pringada de mayonesa. Lucía.

—Qué.

—¿Acabas de tirar un envoltorio de compresa a la papelera?

—Cagüen la Virgen del Lomo Adobao…

—¿Eh?

—Sí, vale, muy bien. Acaba de bajarme la regla.

—Ya. ¿Con mucha sangre?

—Bastante.

—Ajá.

—¿Algún problema?

—No, yo no digo nada…

—Pero lo dirás.

—Lo diré, lo diré… No sé cuándo, pero antes o después, lo diré…

—Oye, tío, ¿sabes lo que te digo? ¡Paso de tener que estar mendigándote sexo!

—No es eso, cariño, es que no consigo entender…

—¡¿Te crees que me haces un favor cediendo a mis peticiones?!

—Euh… ¿Ein?

—¡¿De verdad te piensas que yo tengo ganas de hacerlo?!

—Eh… Sí. ¿No? Uhm…

—¡Pues entérate, para mí también es un sacrificio!

—Vaya por Dios…

—¡Ahora mismo, con la racha que llevo, es lo último que me apetece!

—¿Te importa si me corto las venas mientras te escucho?

—Mira, Dani, he decidido que no vamos a follar, porque estoy agotada, porque tengo la regla y porque estoy de muy mala leche. ¿Vale?

—Vale.

—En vez de eso, voy a ir ahora mismo a por un condón sabor chocolate, te lo vas a poner, te vas a sentar ahí y yo te voy a hacer una mamada impresionante, y por favor, no quiero que me pongas ninguna pega. ¿Vale?

—VALE.

Cuando traje el condón, Dani ya estaba metido en situación. A menudo pienso que esta pobre limosna sexual, por alguna morbosa razón, a los tíos les excita más que el pack completo. Esperé arrodillada a que se colocara el cacharro. Quizá con este efímero acto de amor a mi pareja, Azul se sentiría lo suficientemente ofendido como para olvidarse de mí. A mí no me bastaba con ofenderlo: quería romperle el corazón, triturarlo y hacer hamburguesas con él. Así pues, no me quedaba más remedio que usar mi lengua para crear una escultura barroca.

Apenas hube paladeado la chocolatina, sonó mi teléfono, que se negaba a asumir su desmantelamiento. Cuidadín, cuidadíiiiin. Horrorizada, comencé a succionar a un ritmo frenético, sin embargo el ceporro de mi novio decidió prestarle más atención al póster gay que estaba teniendo lugar en el banco de la cocina. Intenté agarrarme a sus bajos como una ventosa, pero finalmente me quitó el chupete.

—¡Dani, me estás haciendo un feo muy grande!

—¡Lucía, mira tu teléfono! ¡Está desmontado y suena! ¡¿Qué hacemos?!

—En cuanto acabe llamamos a Íker Jiménez, ¿te parece?

—Lucía, para un momento. ¿Quién es Azul?

—Nadie.

—¡Dímelo o no te dejo que me la chupes!

Desistí de mis intentos. No me extrañaba que Dani se hubiera desconcentrado. Contemplaba embobado la pantalla del cien veces maldito móvil, que ahora mostraba la hipnótica foto del depravado más sexy del mundo. Aunque reconocerlo hubiera supuesto un genocidio contra su virilidad, era evidente que mi novio estaba impresionado ante el innegable atractivo de su rival. Podía entenderlo: Azul era tan guapo que daba caguetas.

—Dani, mírame. ¡Olvida el teléfono!

—¡¿Quién es este tío?! ¡¿De dónde ha salido?!

—Se llama Azul, o eso dice. Es… un acosador profesional.

—¡¿De qué lo conoces?!

—No estoy segura.

—¿No estás segura?

—¡Soñé con él! ¡Eso es todo!

—¡¿Soñaste con él?!

—Y le di mi teléfono. ¡Ahora no para de llamarme!

—¡Lucía, tú me quieres volver gilipollas!

—¡Te juro que te estoy diciendo la verdad!

—¿No vas a cogerlo?

—¡No!

—Pues lo cogeré yo.

Descolgó.

—Hola, Lucía.

—¡No soy Lucía, hijoputa!

—Ya veo. ¿Y con quién tengo el placer de hablar?

—¡Con su novio!

—Mucho gusto. ¿Serías tan amable de pasarme a Lucía?

—¡Antes te reviento a hostias, hijo de perra!

—Comprendo. Lucía, sé que estás ahí. Puedo sentirte. Por favor, coge el teléfono. No tengo nada que hablar con este neandertal.

—¡¿A quién llamas neandertal?! ¡Como te pille te mato, cabrón de mierda!

—Te lo ruego, Lucía. Odio discutir. Siempre gano.

—¡Escúchame, como vuelvas a molestar a mi chica te voy a arrancar la cabeza!

—No, escúchame tú, Daniel. No molesto a nadie, no me vas a arrancar nada, y no es tu chica. Ahora, pásamela al teléfono o me veré obligado a hacerte llegar una pequeña muestra de mi desagrado.

—¿Ah, sí? ¡Ardo en deseos de ver qué es lo que puedes haceaaaaaarrrgh!

—Pues arde.

—¡Dani! ¡¿Qué te ha hecho?!

—¡El hijoputa me ha dado un calambrazo en la mano!

—Será mejor que coja yo el teléfono…

—¡Nada de eso, el teléfono se queda conmigoooooorrrgh!

—¡Dámelo, Dani!

—¡Todo tuyo!

—¡Azul, eres un cobarde y te odio!

—Ah, mi querida Lucía, empezaba a echarte de menos.

—¡Vaya una forma más rastrera de atacar a mi novio a distancia!

—Ha empezado él.

—¡Y con razón! ¡Queremos que nos dejes vivir en paz! ¡Amo a Dani, entérate! ¡Joder, si hasta iba a hacerle una mamada cuando nos has interrumpido!

—Por favor, Lucía, si vas a mantener una relación conmigo, tendrás que hacer un esfuerzo por corregir esos modales de verdulera de arrabal.

—¡Es que no voy a…! Mira, ¿sabes lo que te digo? Que voy a acabar lo que había empezado, y vas a ser testigo de todo, a ver si así se te van las ganas. Mira, mira cómo le bajo la cremallera a mi novio. ¡Sufre, mamón!

—Cariño, ahora mismo como que no me sale…

—Haz un esfuerzo, caray…

—De acuerdo, Lucía, mi corazón se resquebraja en mil pedazos. No es menester que continúes con tus sicalípticas labores, acepto mi derrota sin necesidad de más pruebas asquerosas. No obstante, si hemos de ser justos, deberíamos contarle a Dani en qué ha consistido nuestra incandescente historia antes de ponerle punto y final.

—¿De qué está hablando, Lucía?

—De nada. Se lo está inventando todo.

—Daniel, es de lo más comprensible y disculpable que, para salvaguardar vuestro amor, tu preciada Lucía opte por no hacerte partícipe de los fogosos encuentros que recientemente han tenido lugar entre nosotros…

—¡No le hagas caso, Dani, es un completo gilipollas!

—…pues abrumada sin duda por el remordimiento, teme que no puedas perdonarle el haberte otorgado tan ciclópea cornamenta. Con todo, servidor piensa que la sinceridad es lo primero en una pareja, y deseoso de contribuir a vuestra felicidad, no tengo problema alguno en desmenuzarte todos y cada uno de nuestros envidiables lances de alcoba…

—¡Solo he soñado contigo! ¡Díselo, Azul! ¡Dile que no han sido más que sueños!

—Por favor, Lucía, deja de inventarte cuentos, que Daniel no es imbécil.

—¡¿Qué?! ¡Serás cabrón!

—Daniel, mucho me temo que la incapacidad para asumir sus errores ha trastornado a la pobre Lucía hasta hacerle creer que todo lo que hemos gozado juntos, ha pasado solo en su cabeza. Ridículo. Amigo mío, puedes estar seguro de que soy perfectamente real, y buena prueba de ello es que ahora estemos hablando por teléfono.

—¡Dani, te juro que este tío es un producto de mi mente, aunque llame por teléfono, aunque dé calambres en las manos y le provoque orgasmos a Gloria!

—¿Qué has dicho de Gloria? ¡Bueno, da igual! ¡Basta de gilipolleces! ¡Mira, payaso, vale que hayas vuelto loca a mi novia, vale que hagas truquitos con el teléfono, vale que seas el puto David Copperfield, pero si mi novia dice que no se ha acostado contigo, la creo y punto, y nada de lo que digas podrá convencerme de lo contrario!

—Tu novia tiene el pelo cobrizo y los ojos verdes. Mide 1´65. Sus medidas son 100-60-95. Tiene un lunar justo debajo del pezón derecho. Los pelos del pubis son claros y encrespados. Su práctica sexual favorita es saltar sobre el macho tumbado mientras este le estruja los pechos. Le gustan los condones de chocolate.

Al escuchar esta última afirmación, di un respingo.

—¿Y tú cómo puedes saber eso? —le increpé al teléfono.

Noté cómo Dani me traspasaba con la mirada.

—Quiero decir, ¿cómo puedes saber TODO eso?

Derrota fulminante: Azul había ganado y Dani se batía en retirada. Corrí hacia él y lo detuve, pero se negó a oír una sola palabra más.

—No, Lucía. Si me has sido infiel con este capullo, al menos ten el valor de reconocerlo. ¿O es que tú también crees que soy un neandertal al que se le puede engañar con cualquier cosa? Me siento tan estúpido por haber confiado en ti…

—Si queréis, puedo tocar el violín.

—¡Cabrón! —le ladré al teléfono mientras mi novio se encerraba en el lavabo—. ¡Lo has herido de verdad! ¡No te lo voy a perdonar nunca!

—Estás muy tensa, Lucía. Te vendría bien una siesta.

—¡Ja! ¡Ya te gustaría! ¡He bebido café como para resucitar a un muerto! ¡No pienso dormir hasta que haya acabado contigo!

—¿Eso crees? Lucía, permíteme señalarte lo erróneo de tu planteamiento: cuando el efecto de la cafeína se haya disipado del todo, estarás tan agotada que quedarás completamente a mi merced. Y te aseguro, amor mío, que de nuevo verás las cosas de un modo muy diferente. Entretanto, si me disculpas, tengo que colgar.

—Déjame adivinar: llamas de una cabina imaginaria y se te acaban las monedas.

—Un chiste delicioso.

Pero no. Esta vez llamo desde mi casa.

—Espera un momento. ¿Tú tienes casa? ¿Dónde?

—¿Sabes ese recuerdo de infancia en que tu padre te compra un cucurucho, se te cae la bola al suelo, te pones a llorar y tu padre te dice «Mira que eres boniata»?

—Sí, ya caigo.

—Justo detrás. Y ahora, Lucía, tengo que arreglar algunas cosas por aquí. Esta noche te abandonarás al azul para siempre. He de asegurarme de que todo sea perfecto.

A mis dientes asomó una sonrisa lobuna: la mueca feroz de quien descubre que, bajo esa capucha, habita una bestia mucho peor que la que ronda el bosque.

—Esta noche, iré a tu casa. Quizá hagamos el amor, una, dos, tres veces, las que sean necesarias hasta que recupere la cordura. Y luego, amor mío, te mataré.

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