Azul

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V. Fase REM

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V. Fase REM

 

Soy niña. Mi padre me compra un cucurucho de chocolate. Al primer lametón, la bola va a parar al suelo. Lloro desconsolada.

—¡Mira que eres boniata! —me regaña mi padre.

Pero no le hago caso. Mi atención está centrada en un extraño edificio que, hubiera jurado, antes no estaba ahí. Es un edificio altísimo, azulado, completamente acristalado, y podría catalogarse de majestuoso si no fuera porque tiene forma de falo.

Al momento siguiente, estoy dentro. La niña quedó delante del puesto de helados; su inocencia, bien sujeta de la mano de mi padre; y vuelvo a ser yo, la Lucía adulta, lúbrica y desquiciada, en este caso ataviada con un deslumbrante vestido azul.

Daba comienzo así el episodio final de Lucía en el País de las Maravillas.

Me encontraba en un cubículo de ridículas dimensiones. A mi izquierda, pared. A mi derecha, pared. Detrás de mí, pared. Delante, una puerta. La única salida posible. La madriguera del conejo. El hogar de Peter Pan.

No hizo falta llamar al timbre. Apenas pensé en hacerlo, se escucharon pasos al otro lado de la puerta. Pasos que prometían caricias en la espalda, besos en el cuello, susurros al oído. Demasiado bien me acordaba de todo aquello.

Me pregunté si lo mataría antes o después de hacerle el amor.

Tan pronto como abrió la puerta, lo supe. Llevaba pantalones de pinzas y una camisa de cuello mao, y seguía arreglándoselas para lucir un peinado clásico a la vez que irresistiblemente sexy. Vestía todo de negro. Había demasiado azul en su mirada.

Lo mataría después. Mucho después. Lo mataría un poquito. Si se dejaba, claro.

—Hola, Lucía. Bienvenida a mi humilde morada. Estás arrebatadora.

Qué muchacho más templao. Sonreí, bajé la cabeza, ruborizada, y entré como una virgen.

El interior era azul. Todo: moqueta, paredes, muebles. No era una estancia demasiado principesca para alguien de tan elevado pedigrí; pero era elegante. Daba la sensación de que estábamos en un ático neoyorquino. Fuera, a través de los ventanales,  multitud de rascacielos iluminados hendían el cielo nocturno. Dentro, el estilo era simple, minimalista, tirando a zen. Sonaba Me and Mrs. Jones.

—¿De modo que así es como vive un príncipe? Me esperaba algo más ostentoso, como un castillo, o un palacio.

—Los castillos se me quedan grandes. —Me abrazó por detrás—. Estás bellísima.

Unió su mejilla a la mía y empezó a mecerme al ritmo de la música. Contemplé nuestro reflejo en la ventana. Sonreí. Me di la vuelta y lo besé. Él me rodeó con los brazos. No parecía haber nada de malo en ello.

—Lucía, te pido perdón, por muchas cosas. Antes fui grosero y cruel. Y lo siento. Llevo mucho tiempo esperando esto, y casi lo estropeo. Esta es una noche especial para los dos. Ha llegado el momento de dar un paso decisivo en nuestra breve pero intensa relación, y quiero que estés totalmente segura de lo que vas a hacer.

—¿Lo que voy a hacer? —Reí, aunque con recelo—. ¿Vas a pedirme matrimonio?

Me miró. Por poco me ahogo en sus ojos.

—¿Te casarías conmigo?

Me quedé atónita. ¿Era una simple pregunta llevada por la curiosidad o me lo estaba pidiendo de verdad?

—¿Lo dices en serio? —Dejó que siguiera hablando—. Azul, yo… No tengo ninguna pega en cuanto a las noches. Me brindas unas veladas perfectas. Eres romántico, sensible, detallista, y creo… que podría enamorarme de ti. —«Si es que no lo estoy ya»—. Pero luego llega el día y eres un pelmazo impresionante. No entiendes que tengo una vida hecha, con novio real incluido, y que necesito mi espacio, básicamente desde que me despierto hasta que me vuelvo a dormir. Mira, te propongo una cosa… Podemos ser amantes mientras duermo, siempre y cuando me dejes libertad el resto del tiempo. ¿Qué dices? Puedo ser tuya por las noches. A mí me vale. ¿Trato hecho?

—Vivir entre dos hombres… ¿Soportarías llevar esa doble vida?

—Sí. Técnicamente no engaño a nadie, ¿verdad? Solo eres parte de mis sueños…

—Te engañas a ti misma, y lo haces muy bien. —Se apartó de mí, asqueado—. Yo no puedo, Lucía. No puedo esperarte sabiendo que vienes de estar con otro. Si me disculpas, voy a servir la cena.

Sabía cómo hacerme sentir sucia, culpable. Si elegía a Dani, hería a Azul. Si elegía a Azul, hería a Dani. Si los elegía a ambos, a ambos hería. Y yo resultaba herida de todas las formas posibles.

—¡Todo listo! —anunció. El nubarrón que había ensombrecido su rostro parecía haberse disipado tan pronto como había venido—. Espero que tengas hambre.

A decir verdad, me rugían las tripas, y no entendía por qué. Mientras soñaba esta cena, seguramente mi cuerpo aún hacía la digestión de la primera.

—No veo la cena.

—Cenamos en mi terraza. Créeme: te va a encantar mi terraza.

Me guio hasta unas escaleras que, habría jurado, antes no estaban allí. Una vez arriba, mi sorpresa fue mayúscula: nos hallábamos en la cubierta de un barco. Era una embarcación para el transporte fluvial, pero imitaba el estilo de los grandes navíos de vapor del XIX. Marchamos hacia la popa, donde unos músicos quebraban el silencio nocturno con una desgarradora melodía. No muy lejos había una mesa dispuesta para una romántica cena; sobre ella unas velas, de fuego azul, por supuesto.

Seguía siendo de noche, y me costó un instante adivinar a qué ciudad pertenecían los edificios que nos flanqueaban… hasta que vi el London Eye.

Navegábamos por el Támesis.

—Pues sí que mola tu terraza, sí. Y supongo que el lavabo encierra una pirámide.

—No necesito un lavabo, como tampoco necesito comer, beber o dormir.

—Pero follar sí que follas con ansia.

—Todo lo que hago, lo hago por placer.

Un camarero sirvió dos copas de vino. Cuando le di las gracias, me sobresalté. Era Azul. Miré a mi anfitrión, y a los músicos de nuevo: todos ellos eran Azul.

—¿Puedes multiplicarte?

—¿Qué creías? Es mi casa, no meto a cualquiera en ella. Solo estamos tú y yo.

Recordé Watchmen. Había un tío azul y… Joder, qué sobredosis de este color.

—Tocan muy bien —alabé—. Ellos, o sea tú, ya me entiendes. ¿Qué es? ¿Jazz?

—Blues, por supuesto. ¿Te gusta mi banda? Somos los Blues Brothers.

—Ese nombre ya está cogido.

—Vaya, hombre. Los Hermanos Azules no suena igual de bien…

Sonreí con lascivia.

—¿Y si les decimos luego que se unan a la fiesta?

—No seas viciosilla… —Alzó su copa—. Por una noche irrepetible.

Brindamos.

—Bueno, esperemos que sea la primera de muchas, ¿no?

—No. —Parecía triste—. Para bien o para mal, esta es única.

—Venga, no seas cenizo. —El Azul camarero regresó con los primeros—. Oye, esto huele de maravilla. ¿Qué es?

—Crema de espárragos trigueros con un toque de nata.

—Bien. Bien. Olerá al mear, pero bien. —Azul torció el gesto—. Perdona, te estoy arruinando la noche con mis tonterías.

—Nada de eso. Estoy empezando a amarlas. Yo soy demasiado melancólico. Tú me complementas.

—Lo mismo me pasa a mí. Azul, podemos entendernos aunque no nos casemos…

—Lucía, no tengo interés en casarme.

—¿No? Pero creía… ¡¿Y me has hecho pasar por ese mal trago para nada?!

—Para nada no. Necesito saber qué nivel de compromiso estás dispuesta a asumir. Lo que voy a proponerte es mucho más definitivo que un simple matrimonio.

—¡Pitufos no, ¿eh?!

—Ni en broma. Eso acaba con el romanticismo.

—¡Pues dilo de una vez, joder!

—Voy a irme y quiero que vengas conmigo.

—¿Irte? ¿Adónde?

—Irme de tus sueños. Ese era el paso del que hablaba.

—Quieres salir de mi cabeza y, por si fuera poco, llevarme contigo. ¿Pero tú te das cuenta de lo que dices? ¿Adónde vamos a ir si no estamos en mi cabeza?

—No lo sé —admitió.

—¡Esta sí que es buena! La pobre Lucía tenía una vida hecha, con un sueldo fijo y una relación estable, hasta que Azulito la visitó en sueños y le propuso que fueran perroflautas oníricos.

—Se te va a enfriar la crema.

—¡A la mierda la crema!

La música cesó de golpe.

—Espero que el segundo te agrade más.

Dolido, Azul llamó con un gesto al camarero, quien se acercó y, más dolido todavía, se llevó los platos. Los músicos me miraban con reproche.

Una mirada me bastó para transmitirles que podía hacerme un collar con los azulados huevos de todos si no seguían tocando.

—Tu plato favorito —dijo Azul cuando llegaron los segundos—: pollo a la canela con guarnición de cebolla pochada, setas salteadas y almendras.

—Mi plato favorito son las patatas bravas.

—Caramba, Lucía, un poquito de imaginación no viene mal de vez en cuando…

—Cáspita, olvidé la chispa que desprendes, cariño.

—¿Noto cierto resquemor en tus palabras?

—Pues sí, esta relación va demasiado rápido para mí. En tres veces que hemos quedado, hemos tenido sexo salvaje, le he sido infiel a mi novio y me has propuesto romper con todo para escapar juntos más allá de mis neuronas. Yo hace tres días era tradicional y estaba cuerda.

—Tampoco tenías la vida que deseabas. No estudiaste para acabar en una tienda de ropa cualquiera, y tu novio no te daba lo que necesitas. Caíste en el conformismo.

—¡¿Y eso a ti qué te importa?! ¡Puede que no sea la mejor de las vidas, pero es la mía y la he elegido yo! ¿Por qué eres tan dominante? ¡Yo soy quien te ha creado a ti, y no al revés!

—Si aún piensas que soy una creación tuya, estás más ciega de lo que creía.

—¡Pues dímelo tú! ¿Qué eres, Azul? Necesito saberlo. ¿Un dios? ¿Un alienígena? ¿Un tumor cerebral? ¿El primo guapo de Freddy Krueger? ¡Dímelo!

—La cuestión no es qué soy yo, Lucía, sino qué eres tú.

—¿Más rayadas? Huy, huy, huy, ya verás, voy a acabar cazando moscas…

—¿Qué crees que eres, Lucía?

—¿Ahora mismo? Una completa desgraciá.

—Abre los ojos, Lucía. —Me fulminó con su azul—. Eres un ente soñado.

Una sacudida brutal nos mandó a todos a rodar por la cubierta. Los Azules se gritaron instrucciones unos a otros: el barco se hundía, pero a mí no me importaba. ¿Sería posible? Quizá todo se reducía a eso: yo era una creación de Azul, él era quien soñaba conmigo. Eso explicaba lo fácilmente que doblegaba mi voluntad, la forma en que moldeaba los sueños a su antojo, las llamadas telefónicas. Mi realidad no era más que otro de sus sueños. Pero entonces Dani, mi familia, mi vida… ¿Nada existía?

Fui vagamente consciente de que me gritaban en la cara.

—¡Lucía! ¡Lucía, por favor, mírame!

—¿Qué…? ¿Qué pasa?

—Hemos tenido un reventón.

—¿Cómo que un reventón?

—¡Eso da igual! Has tenido un shock, el sueño se resiente. ¡Hay que salir de aquí!

El barco se iba a pique. Los pasajeros gritaban. Había gente haciendo fotos desde un puente. Un músico dijo «Caballeros, toquemos juntos una última vez» y la emprendió con el violín. «Tengo demasiadas idioteces en mi cabeza…».

Nos abrimos paso entre el caos de la cubierta hasta llegar a un… ¿bote?

—¿Eso no es una góndola?

Azul me urgió a subir en ella. Después lo hizo él y fue bajándola hasta el nivel del agua. Contemplé aturdida como el buque se hundía delante del Parlamento. «Eso lo he hecho yo. He tenido un shock, es lógico».

—¿Estás mejor, Lucía?

—Estoy loca y punto.

—Serénate un poco y todo irá bien. Voy a llevarte a un lugar más apacible.

Cumplió su promesa. Cuando miré al frente, ya estábamos deslizándonos como una sombra por los canales de una Venecia en pleno Carnaval. La luz y el color de los fuegos artificiales teñían la noche, mientras decenas de máscaras exóticas y atavíos palaciegos recorrían las calles y los puentes. Agradecí que no fueran más copias de Azul, tanto atiborrarse del mismo tío cansaba. De que era un sueño no albergaba duda, porque no olía a mierda, pero ya no sabía si estaba en mi sueño o en el suyo. Sentí que volvía a entrar en crisis. Él, por su parte, dejó el remo y continuó cenando en la mesa que, por arte de magia, había retornado a nosotros, embutida en la góndola.

—Parece que cada uno tiene sus propias preocupaciones.

—No debes preocuparte. Ser una entidad onírica no es malo.

—Azul, estoy cansada de ver pelis y leer libros donde un buen día el prota descubre que no existe, que sus recuerdos han sido creados en un laboratorio, que no es más que un personaje literario o un puñado de códigos de alguna realidad virtual… Por favor, no me digas que formo parte de ese grupo de pringados… No me digas que soy una creación tuya… ¡¡¡No me digas que no existo!!!

—Aquí no habitan las cosas que existen, sino las cosas que son.

—Me cago cien veces en tus patéticas frasecitas de azúcar para el café…

—Lucía, cálmate y procuraré explicarlo lo mejor que pueda. No eres una creación mía, si es eso lo que más te preocupa. Yo soy igual que tú, o al menos lo era en mi origen. Los dos fuimos soñados. Todo esto, todo lo que conoces, el mundo, la gente… también. ¿Por quién? No importa. Intentar comprenderlo es como querer abrazar la niebla. Te volverás loca en el empeño.

—Me parece que llega un poco tarde el aviso. ¡¿Qué hace ahí la Torre Eiffel?!

—Mira, no hagas distinción entre el mundo que llamas real y el de los sueños. Es todo lo mismo. Imagínatelo como una gráfica de esas que te dibujaban para enseñarte matemáticas. Una línea horizontal cruzada por otra vertical. Supón que estamos en el punto 0, donde las líneas convergen. Los sueños de todos los seres están conectados, de modo que, si nos moviéramos en horizontal, acabaríamos saliendo de las fronteras de tu realidad, es decir, de tu sueño, y llegaríamos al de otro. Ese es el motivo de que a veces sueñes con personas que no conoces o con vivencias que no recuerdas. No es tu sueño.

—Necesito un Ibuprofeno.

—Con vino no. En cambio, si nos movemos en vertical… aún es más complicado. El mundo no es más que una superposición de sueños, Lucía. Estamos un plano más arriba que aquel en el que vives con Daniel y tu familia, pero hay infinidad de planos. El plano en que crees llevar una vida tan lógica y racional, está soñado por un cúmulo de mentes conectadas de un plano inferior, que a su vez son soñadas por otras, y así sucesivamente. Del mismo modo, los que pueblan este sueño, conforman otro sueño común un plano más arriba, y los de aquel otro más, y así hasta el infinito. Yo lo he visto, Lucía. He visto el Infinito. Y es horrible.

Durante un instante, lo vi derrumbarse. No conocía esa faceta suya.

—Eso es el mundo, eso es el Infinito: una sucesión sin fin de planos oníricos. Ninguno es más real que otro, solo más o menos tangible dependiendo de si vas hacia arriba o hacia abajo… Este plano es un poco más voluble y moldeable que aquel en el que vives, pero nada comparado con el caos que reina en los planos superiores. Me aterró seguir avanzando.

—¿Seguir avanzando? ¿Qué eres, algo así como un viajero onírico?

—Algo así. Llevo eternidades vagando por el Infinito. Soy muy viejo, Lucía. No recuerdo quién era, mi nombre o la edad que tengo. Nada tiene importancia. Solo sé que logré escapar y ahora me deslizo entre planos como un alma en pena.

—Pero si no querías esta vida, ¿por qué escapaste de tu sueño?

—No tuve elección. Morí mientras dormía. Es lo único que averigüé sobre mi pasado. Todos vivimos entre dos planos, uno que supone nuestra vigilia y el superior, al que accedemos en sueños… o al morir. No hay una gran diferencia entre dormir y morir. Solo es un cambio de plano, en un caso temporal y en otro permanente. Pero, por lo visto, cuando alguien muere soñando, se produce una singularidad: el cordón que une al ser entre los dos planos se rompe, y su esencia queda libre, morando en los sueños, vagando para siempre. Durante mucho tiempo estuve perdido, desorientado. Cuando adquirí conciencia de nuevo, adopté el nombre de Azul: por algún motivo sentí que ese color me definía. Me dediqué a viajar entre los planos. Requiere su práctica: de momento no he podido bajar al tuyo más que en formato telefónico. He visto la verdad, Lucía, y una vez vista, no querría volver a la ignorancia. Pero la verdad aterra, es de locos. No recuerdo de qué lugar o época vengo, sencillamente porque no existen el espacio y el tiempo. El universo entero es una ilusión. Todo está esbozado, nada está acabado. Yo he aprendido a moverme en los contornos. Eso me otorga libertad a la hora de moverme, y cierto poder sobre los sueños de los demás, pero también tiene su contrapartida. Estoy harto de vagar sin rumbo, harto del caos. A veces creo que estoy hablando con un ente autónomo, como nosotros, y resulta que solo es un remordimiento con patas, según tu nomenclatura. Necesito abandonar el mundo de los sueños.

—¿Abandonar el Infinito? ¿Y cómo sabes que hay algo más allá?

—No lo sé. Quiero creerlo. Durante mucho, viajé hacia arriba: es más fácil subir que bajar. Pero ya te he dicho que me aterroriza el surrealismo; casi perdí mi esencia en aquellos planos. Ahora voy hacia abajo. Busco, si es que existe, al Primer Soñador, el ser de cuya mente parten todos los planos y del cual no somos más que reflejos.

—Tú lo que quieres es verle la jeta a Dios.

—El tal Dios es un invento de tu plano. A mí no me mezcles con él.

—¿Y por qué no te quedas en mi plano?

—Ojalá pudiera. Pero soy demasiado etéreo. No puedo permanecer quieto mucho tiempo, me esfumo, como si dejaran de soñarme. Cuanto más prolongo mi estancia en un plano, más me debilito. Mi fuerza reside en moverme, en formar parte de los sueños de otros. Incluso mi tiempo en este plano se acaba: debo moverme ya. Ven conmigo.

—¿Contigo? ¿Quieres desenchufarme de Matrix? ¿Y acabar tan majara como tú?

—«El sueño de uno solo es la ilusión, la apariencia; el sueño de dos es ya la verdad, la realidad. ¿Qué es el mundo real sino el sueño que soñamos todos, el sueño común?».

—Como filósofo eres una mierda pinchá en un palo.

—Oye, que sepas que acabo de citarte a Don Miguel de Unamuno… De tu plano.

—Como si me citas a Gerónimo Stilton. Yo de aquí no me muevo. Que ya me cuesta bastante lo de digerir a un follamigo como tú. Y hablando del tema, ¡yo creía que íbamos a follar!

La góndola hizo un derrape y se atracó sola en un modesto muelle. Después de ayudarme a bajar, Azul abrió una puertecita que había justo delante. Me invitó a pasar.

Al cruzar el umbral me encontré con que estábamos en una cabaña de madera, de inspiración noruega. A través de las ventanas vi un bosque de altísimos abetos que se recortaban contra las estrellas. El exterior me daba miedo, pero el interior era muy acogedor. Una chimenea de piedra ardía con viveza, y en un rincón sonaba el mismo disco que habíamos estado escuchando en el ático neoyorquino. Probablemente se titulaba Las 100 mejores canciones para follar. Al fondo se hallaba la mesa con nuestra cena, el pollo ya frío. Por lo visto, a mi chico no le gustaba dejar las cosas a medias.

—Una casa preciosa. Siempre he querido escaparme a una así.

—Lo sé. Y también querías ir a Nueva York, Londres, Venecia…

—¿Aún estamos en mi sueño?

—Desde luego. Con algún ligero retoque por mi parte. He cogido todo lo que asocias a una cita perfecta, y lo he mezclado para dar forma al sueño definitivo. Pero la materia prima es tuya: yo solo he puesto un poco de orden en tu cabeza.

—Pues si tan bien estudiada me tienes, sabrás cómo acabo yo las citas perfectas.

—Igual que yo. Pero Lucía, lo que te he contado es muy importante, y quiero que te lo replantees. Acompáñame en mi viaje. Juntos para siempre. ¿Qué me dices?

—Azul, me honra que compartas conmigo este rollo macabeo, pero a la vez me asusta. Necesito creer que existe un orden en el mundo, por pequeño que sea. Una parte de mí quiere lanzarse contigo a la aventura, pero otra… No sé, eso de ser un alma en pena acojonada no acaba de seducirme. Me da miedo no llevar las riendas de mi vida.

—¿Y crees que ahora las llevas? Entonces me reafirmo: eres muy conformista.

—Me está jodiendo que me ataques, aviso. Si tan borrega soy, ¿por qué me elegiste a mí? Seguro que había muchas tías más predispuestas a fliparse.

—Te lo dije: hace mucho que me nutro del perfume que desprendes en tus sueños. Es lo que te define, tu esencia. Cuando te encontré, me enamoré locamente. No sé por qué, quizá coincidiéramos antes, en otro plano, o quizá solo fue amor. Te observé, te estudié, me aprendí tu subconsciente de memoria antes de conocerte. Necesito una compañera en este viaje, Lucía. No alguien que alimente estas ideas abstractas: solo una chica sencilla, que me ame como yo a ella. Alguien que ponga realidad en mi vida. Eres especial, no por ser mejor ni peor que nadie, solo por ser cómo eres. Eres única, Lucía, y te quiero a ti. Y ahora, he de decirte que el sexo es lo más tangible que he probado en mucho tiempo, y algo que me mantiene atado a los sueños. De modo que, si quieres que permanezca aquí un poquito más, algo tendremos que hacer… —Comenzó a desabrocharse la camisa, dejando al descubierto ese cuello terso y hermoso.

Mis hormonas hirvieron de concupiscencia. «Yo ratón, tú mi queso».

—¿No quedan más tratados de metafísica? Joooo, qué pena… —Sonreí, mostrando los colmillos—.

Ven aquí, guapetón, que te voy a quitar la primera capa de pintura.

Me abalancé sobre él como si me hubieran disparado con una catapulta. Ambos rodamos por la alfombra, besándonos y revolviéndonos el pelo. Mandé a paseo todos los botones de la camisa, y besé con frenesí aquel torso suave y tostado hasta acabar lamiéndolo. Retiré sus zapatos, y le despojé de los pantalones con tanta furia que casi le pillo un huevo con la cremallera. Sin darle tiempo a respirar, me senté sobre su cara y le obsequié con una clase magistral de zambomba, mientras sus dedos de pianista tocaban un concierto de clítoris. Le demostré que dominaba el milenario arte de la fellatio, e hicimos el 69 hasta que nos dolieron las mandíbulas. Luego nos rebozamos por el suelo, gané y lo cabalgué salvajemente. Yo amasé sus definidos pectorales, él hizo magdalenas con los míos. Cuando le dio el ataquito, me desgarró parte del vestido, dejándome la teta izquierda al descubierto. Ello pareció redoblar su excitación, y continuó el trabajo con la lengua. Lo amamanté sin dejar de brincar, abrazándolo con tanta fuerza que a punto estuve de descorcharle la cabeza.

No me percaté de que estábamos en el techo hasta que me empotró los riñones contra una viga. Bendito mundo de los sueños… La gravedad perdió su nombre, el sexo también. Me tocó el punto G, me tocó el punto Z, me tocó el abecedario entero. Pasamos por las cuatro paredes haciendo la carretilla antes de volver al techo. Miré hacia arriba y vi la mesa donde habíamos cenado; por si planeaba huir, Azul me atenazó las caderas y me embistió por detrás. Estuvimos ahí, como dos monos trapecistas, hasta que recordé las leyes físicas y aterrizamos sobre la mesa. Azul gimió: se había clavado un tenedor en el culo. Yo solté una carcajada. Al ver los restos de madera y comida que habíamos escampado por el salón, bromeé:

—Ahora ya no podremos comernos el postre.

—Toma postre —dijo él de repente, y sin pedirme permiso me eyaculó en la cara.

—¡Pero serás cerdo, tío! ¡Creía que tú no hacías eso…!

Quise reventarlo de una hostia, hasta que noté el sabor: ¡me había regado con sirope de chocolate! Azul sonrió con picardía, como un niño travieso. «Pillín, hasta esto lo habías previsto». Insaciable, me amorré a su grifo y bebí sirope hasta el empacho.

—Uff, ahora sí que me doy por cenada…

Me dejé caer en el sofá. Azul se recostó a mi lado. Jugueteó con mi pelo.

—¿Sabes que después de hacerlo aún estás más guapa?

—No hay derecho. Eres asquerosamente perfecto. Así no hay quien te mate.

—¿Y qué culpa tengo yo de que caigas rendida ante mis encantos? —rio.

—Te gusta que los flanes salgan bien, ¿eh? Anda, bésame y calla, sátiro mío.

Quedamos abrazados junto a la chimenea, comiéndonos a pedacitos, saboreando cada bocado de nuestros sabrosos cuerpos, más por gula que por hambre. Finalmente apoyé mi cabeza en su hombro, y me dejé acunar entre sus brazos. Escuchamos Killing me softly with his song, What a wonderful world, Knockin on Heaven´s Door, Imagine, Come away with me, More than words, Everybreath you take, With or without you, Everytime you go away, I´d rather go blind, Just my imagination, Unchained Melody… No entendía ni papa de lo que decían, pero me parecía que todas hablaban de nosotros.

—Quiero estar contigo siempre —dije. No pensé en las consecuencias. Solo lo dije.

—¿De verdad? —Asentí—. Entonces nada me apartará de tu lado. Te lo prometo.

Se sentó en la gruesa alfombra, cerca del fuego, y me indicó que acudiera. Al hacerlo, me besó la frente, cogió mis manos y suavemente me llevó a tierra. Acarició todo mi cuerpo con ceremonia, erizándome el vello allá por donde las yemas de sus dedos pasaban. Degusté sus delicias con curiosidad. Habíamos tenido sexo como para avergonzar a Belcebú, ¿qué podía hacerme que no me hubiera hecho ya?

La respuesta era simple: el amor. Azul se acostó sobre mí, me sonrió con dulzura y, poco a poco, entró con la delicadeza más absoluta. No había pasión esta vez, solo ternura. Jamás creí que volverían a hacerme sentir como a una virgen. Me sonrojé. Encantado con mi rubor, cubrió de besos mi cara y mi cuello. Deslicé mis manos por su espalda desnuda, lamida por las llamas, y apreté su cuerpo contra el mío. Buceé en aquella mirada como si no existiera nada más en el mundo. Nos amamos al son de un ritmo lento, tántrico, fundidos en una unión no tan carnal como espiritual, vibrando con los redobles del orgasmo mucho antes de tenerlo a las puertas. Cuando por fin llegó fue antológico, soberbio, descomunal: emití un grito a la vez que un trueno apuñalaba el cielo… y caí fulminada. 

—¡¿Qué ha pasado?! —grité, desconcertada.

Sentía una opresión espantosa en el pecho. El pánico se apoderó de mí. Fuera se desató una terrible tormenta, pero no era eso lo que me aterraba. Algo iba mal, muy mal.

—Azul, dime ahora mismo por qué siento esta angustia. ¡¿Qué me has hecho?!

Entonces pronunció las palabras que convirtieron el sueño en una pesadilla.

—Acabo de matarte.

Un relámpago iluminó la cabaña. El suelo rugió con el primer árbol derrumbado.

—¿Qué has dicho?

—Es normal que estés confusa: he quebrado el cordón de plata. Eres libre, Lucía.

Lo miré horrorizada. Ya no quedaba nada del amor que había sentido por él.

—Eres… ¿Eres la Muerte?

—Sabes lo que soy. Y ahora, Lucía, tú eres lo mismo que yo: un ser puro, libre para viajar entre los planos. Podemos estar juntos, siempre. ¿No es lo que querías?

—¡No! Olvidé leer la letra pequeña. ¡No recuerdo haber dicho nada de morir!

—Un paso necesario para estar juntos. Me he esforzado al máximo por otorgarte una muerte lo más dulce y placentera posible. Has tenido un orgasmo tan desmesurado que tu corazón, allá abajo, no ha podido resistirlo. Lo que has percibido aquí, no ha sido más que un eco lejano. Deberías estar agradecida. Hay peores formas de morir, creo yo.

—¿Agradecida? ¡Creía que hacíamos el amor, y estabas sacrificando un cordero!

—¡No! ¡Hacíamos el amor, solo que con vistas a algo mucho más grande!

—¡Con vistas a mi muerte! ¡No tenías ningún derecho! ¡Sabías que no quería abandonar mi plano, y aun así me forzaste a ello!

—Tú dijiste…

—¡Simples palabras cariñosas! Puedes engañarte lo que quieras, pero no me engañes a mí. ¡¿Qué hay de toda la gente a la que quiero, a la que ya no volveré a ver?! Mi novio, mi familia, mis amigos… —Tomé una decisión—. Quiero ver a Dani.

—Me temo que no es posible…

—Ahórrate la farsa. Hablas por teléfono con gente de mi plano. Quiero verlo.

—Lucía, no creo que sea lo más propicio para tu estado de ánimo…

—Muéstrame a Dani ahora mismo o te juro que lo lamentarás.

A regañadientes, Azul encendió la tele. Contemplé, en directo, los instantes posteriores a mi muerte. Había fallecido mientras dormía, después de varios jadeos y el grito final de placer supremo, fruto del orgasmo que me llevó a la tumba. Pero lo que de verdad desgarró mi maltrecho corazón, fue Dani: abrazado a mi cuerpo inerte, lloraba y gritaba desesperado, repetía no una y otra vez, me hablaba y me besaba al borde de la locura. Las lágrimas me brotaron a mares. Es un privilegio, para el que se va, no presenciar el dolor de sus seres queridos. Yo no tuve tanta suerte.

—Lucía… No sé qué decir. —Incluso Azul parecía sentir algo cercano a la culpabilidad—. ¿Quieres llamarlo por teléfono?

Lo habría matado allí mismo.

—¡¿Te parece un buen momento?! «Cariño, llamo desde la tumba». ¡Gilipollas!

—Lo siento. En un triángulo amoroso, siempre hay alguien que resulta herido…

—Esto no es un triángulo amoroso.

—No. Ahora no lo es. Lucía, ven aquí…

—¡¡¡No me toques!!!

Me zafé de él, repugnada, y hui al otro extremo de la cabaña con las mejillas anegadas por mis lágrimas. Qué amarga sabía la traición después de haberlo amado. Azul corría detrás de mí, pretendía apaciguarme, cuando no era más que mi verdugo. Quise dejarlo atrás, despertar en mi mundo, consolar a Dani. Ya nunca podría hacerlo. Mi vida, mi novio, mi familia, mis amigos… Todo se había acabado para mí. Todo.

La tormenta empeoró. Los relámpagos se hicieron cada vez más cegadores, los truenos más violentos, y los abetos empezaron a desplomarse como fichas de dominó.

«El sueño se resiente».

—¡Lucía, cariño, siéntate y hablemos! ¡El sueño está escapando a nuestro control!

—¡Como yo! ¡Yo también he escapado a tu control! ¡Me has tenido subyugada durante varias noches, pero se acabó! Por fin te veo como el monstruo que eres. Voy a hacer aquello para lo que vine. ¡Voy a acabar contigo!

Un viento huracanado barrió la cabaña del suelo y la elevó hacia las nubes, con nosotros dentro. Azul se dedicó a rebotar contra las paredes, pero yo no: ahora mismo, la gravedad me importaba tres pares de cojones.

—¡Lucía, resiste! ¡Tienes que superar la fase de negación! Una vez lo hayas hecho, descubrirás que quieres estar conmigo, ¡lo sé!

—¿Se nos acaban las técnicas de ligar, principito? Déjame a mí… Qué hace un chico como tú en un sitio como ¡¡¡este!!!

Las ventanas estallaron, y la cabaña se resquebrajó en mil pedazos. Me convertí en el epicentro de un tornado dantesco. Azul estaba aterrorizado.

—¡Para esto y ven conmigo! ¡Podemos ser felices! ¡Verás maravillas! ¡Experimentarás placeres inimaginables!

—Venga, puedes hacerlo mejor… Estudias o ¡¡¡trabajas!!!

Arranqué el bosque entero de sus raíces. Los árboles rotaron furiosos a nuestro alrededor, y Azul pasó a ser un minúsculo punto perdido entre el viento y el agua.

—¡Lucía, volverás a ver a los tuyos, si es lo que deseas!

—¿A la desesperada? ¡Estoy harta de tus mentiras!

—¡Detén esto, Lucía, te lo pido por favor, por lo que más quieras!

—Lo que más quiero está llorando ahí abajo, ¡destrozado por tu culpa! No, Azulito, tú me has matado, y ahora yo te voy a matar a ti. ¡¡¡Es lo justo!!!

Los objetos se arremolinaron en torno a mí, listos para atacar. Era una diosa, clamaba venganza, y tenía la regla.

—¡Vale, vale! ¡Me rindo! ¡Doblo la rodilla! ¡Tiro la toalla! ¡Bandera blanca!

—Llama también al 112, ¡que te va a hacer falta!

Por voluntad mía, un abeto se estampó contra él, bateándolo igual que a una pelota de béisbol. Cayó a tierra como si de un meteorito se tratase.

Me pregunté si no me habría extralimitado. La ira dio paso a la incertidumbre, más tarde al remordimiento, y por último al miedo de haberlo matado. El tornado se disolvió: mi momento de gloria había pasado. Caí rodeada de árboles y escombros, los cuales me sepultaron después del trompazo. En aquello que llamaba el mundo real, habría acabado hecha pulpa, pero mi condición actual era más cercana a la de un dibujo animado. Con todo, sangraba por doquier, y sentía los huesos machacados.

Busqué a Azul entre las ruinas, temerosa de lo que pudiera encontrarme. Yo era una recién llegada, me sentía omnipotente, pero él estaba débil: había permanecido demasiado tiempo en este plano, solo por estar cerca de mí, y su tiempo se acababa. 

Divisé un brazo, bajo un árbol caído. Corrí hacia allí, aparté el tronco, y supe que nuestra historia no iba a acabar bien: tenía el pecho hundido, y de él manaba sangre azul. Grité como antes lo hiciera mi novio, solo que devorada por la culpa. «¿Qué he hecho? Nadie me ha amado como él… y lo he matado». Abracé aquel cuerpo roto y precioso, dejando que nuestras sangres roja y azul se mezclaran en una sola. Lloré amargamente, y la lluvia redobló su intensidad.

Sin que tuviera sentido, en algún lugar empezó a sonar Purple Rain, versión de Randy Crawford.

—Perdóname, por favor, perdóname. No irás a dejarme por una tontería así, ¿verdad? Es un sueño, en los sueños no se muere. Vuelve conmigo, te lo suplico…

Gimió levemente. Por un momento volví a creer en los finales felices.

—¡Azul, amor mío, estoy aquí! No me iré jamás. Te quiero, te quiero, te quiero…

—Aclárate, cariño, que me llevas mareado…

Estaba tan mal que ni siquiera sentía dolor. Ya lo sentía yo por los dos.

—¿Te has pasado un pelín, no…? En lo de matarme y eso…

—No es justo… Tú me mataste primero.

—No vas a comparar…

—Lo dicen todos, tengo un pronto que asusta… Pero ya se me ha pasado. Perdóname, mi amor, ¿me perdonarás? Tienes que hacerlo, eres mi príncipe azul.

—No soy un príncipe… Solo lo dije para impresionarte…

—Eres mi príncipe. Lo digo yo, lo dice tu sangre. Me da igual lo que digas tú.

—Lucía, tenías razón… He sido un egoísta… Tú… te mereces algo mejor que yo… Debes querer mucho a ese chico… Y sé cómo puedes volver con él…

—¿Qué dices? No, no, no. ¡Mírame, ya he superado la fase de negación! ¡Quiero estar contigo, siempre! Por favor, quédate a mi lado. Me lo prometiste…

Empezó a desvanecerse, como si dejaran de soñarlo.

—Estoy muy debilitado… No me queda tiempo… Pero tú… Puedes volver… Creo que puedo mandarte un plano más abajo, al tuyo… Para la gente de allí, sería como si resucitaras… Pero si vuelves ahora, nadie se dará cuenta…

—¿Estás sordo? ¡No pienso abandonarte! ¿Qué pasará contigo? ¿Adónde irás?

—No lo sé… Es la primera vez que muero por segunda vez…

—Lo siento tanto…  Te pondrás bien. En cuanto lo hagas, ¡viajaremos al Infinito!

—Un sueño hermoso… Pero un sueño al fin y al cabo…

Prácticamente era ya translúcido.

—Azul, como te me mueras en los brazos me voy a enfadar mucho…

—Más tornados no, porfa. —Rio débilmente—. Llegó mi hora… Adiós, Lucía… Regresa a tu mundo, y sé feliz… Eres maravillosa… Te quiero… Te quiero…

—No, no hagas eso. No hables como si no fuéramos a vernos más…

—Dame un último beso… beso… so…

Cuando fui a dárselo, desapareció.

—¡Azul! ¡¡Azul!! ¡¡¡AZUL!!!

 

**************************

 

Desperté. En los brazos de Dani. Al menos él tendría su ración de felicidad.

—¡¿Lucía?! ¡Lucía, cariño, estás viva! ¡Creía que te había perdido!

Entonces me dio el abrazo más largo, sincero y reconfortante que haya dado nadie jamás. Algo así desarma, enternece, reaviva el corazón. Te devuelve a la realidad, te recuerda que aún puedes ser feliz, y que tienes toda la vida por delante...

«Pero no estoy viva, y volveré a perderme».

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