Aurora

Aurora


11. Traicionada

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TRAICIONADA

Al principio no quería usar la ropa heredada de Clara Sue, pero quería sentirme bonita nuevamente y como una chica y no como una camarera cansada y descompuesta. Esperaba que Philip viniera a buscarme para llevarme de paseo por el hotel tan pronto como terminara su trabajo en el comedor, de manera que después de cenar, volví a mi habitación y me probé diferentes combinaciones de faldas y blusas, decidiendo finalmente ponerme una blusa de algodón con manga corta y botones de perlitas y una falda plisada azul oscura. Había un par de bonitos zapatos blancos sin tacones en la bolsa. Tenían pequeños roces en los lados, pero aparte de eso, parecían casi nuevos.

Entonces me solté el pelo y lo cepillé. Tenía que lavármelo y arreglármelo. Muchas puntas estaban partidas. Pensé que Clara Sue iba a ir al peluquero y también que tenía toda la ropa nueva que quería cuando la quería y siempre era tratada como si fuera alguien especial. ¿Llegaría la abuela Cutler a aceptarme finalmente y a tratarme de la misma forma? No podía evitar el imaginarme a mí misma yendo al peluquero y estrenando un vestido. Yo también preferiría trabajar en la recepción que limpiando habitaciones.

Decidí atarme una cinta bajo el pelo para levantarlo por detrás. Madre me solía decir que no me tapara las orejas. Aún la podía oír. «Tienes unas orejas preciosas, pequeña. Deja que el mundo las vea». El recuerdo trajo una sonrisa a mi cara. Los ojos se me iluminaron. Me alegré de que la llegada de Philip me hiciera desear ser bonita otra vez. Era bueno tener una ilusión y no vivir en un estado sombrío y oscuro todo el tiempo.

Incluso después de haberme puesto ropa bonita y de haberme cepillado el pelo, pensé que aún tenía el aspecto pálido y enfermizo. Mis párpados caían y el brillo que una vez había irradiado mi pelo claro y había hecho mi sonrisa cálida, había sido amortiguado por el dolor, la pena y el tormento. «Toda la ropa cara, ni siquiera un esteticista profesional, podían dar alegría al exterior, si el interior estaba lleno de melancolía», pensé. Me pellizqué las mejillas como Madre acostumbraba a pellizcarse las suyas para hacerlas parecer sonrosadas.

Cuando me miré en el espejo, me pregunté sin embargo, por qué hacía esto. Philip ya no era mi novio. ¿Por qué importaba el aspecto que tenía? ¿Por qué era aún tan importante gustarle? Por lo que fuera, estaba jugando con fuego prohibido. En ese momento oí los pasos en el pasillo. Fui a la puerta y me asomé, quedándome sorprendida al ver aparecer a alguien con el uniforme del servicio.

—Tu padre me ha pedido que te haga subir a sus habitaciones para que toques el piano para tu madre. —Con sólo esas palabras, el pequeño empleado de recepción se marchó. «Bien —pensé—, el que se me ordene aparecer ante ellos y que toque no es la clase de tierna atención que esperaba, pero es un comienzo. Quizás, para cuando termine el verano seamos una familia unida», deseé mientras atravesaba el hotel hacia la parte donde vivía el resto de la familia.

Encontré a Philip y a Clara Sue junto a la cama de nuestra madre, sentados en sillas que habían acercado. Mi madre estaba recostada en dos enormes y mullidas almohadas. Se había soltado el pelo y éste caía suavemente por sus pequeños hombros. Vestía un camisón dorado bajo su bata y aún llevaba sus pendientes de brillantes y su collar, lo mismo que todo su maquillaje. Vi que Philip le sostenía una mano. Clara Sue estaba apoyada en su respaldo, con los brazos cruzados y una mueca en la cara.

—Oh, ¡qué guapa estás, Dawn! —exclamó mi madre—. La ropa de Clara Sue te queda perfecta.

—Esa falda está tan pasada de moda que no tiene gracia —intervino Clara Sue.

—Nada que quede bien y tenga buen aspecto está pasado de moda —salió papá en mi defensa. Clara Sue movió los pies y se agitó en el asiento. Me daba cuenta de que no le gustaba la forma en que papá me estaba contemplando—. ¿No encontráis que soy un hombre afortunado de tener dos hijas tan bonitas? —inquirió—. Clara Sue y Dawn.

Cuando miré a Philip, vi que me estaba observando atentamente con una ligera sonrisa en el rostro. Clara Sue también le miró y después desvió rápidamente la mirada hacia mí con ojos brillantes de envidia.

—Pensé que no debíamos de llamarla Dawn —recordó Clara Sue—. Creí que teníamos que llamarla Eugenia. Eso es lo que dijo la abuela.

—Cuando estemos solos, no importa—replicó mamá—, ¿verdad, Randolph?

—Naturalmente —contestó él, apretándome la mano suavemente y lanzándome una mirada que decía: «Por favor, dale gusto ahora».

—A la abuela no le va a gustar —insistió Clara Sue. Me miró furiosa—. Te pusieron ese nombre en recuerdo de su difunta hermana. Fue un regalo de altísima categoría. Deberías de estar agradecida de tener un nombre semejante, en lugar de uno estúpido.

—¿Llamarte Dawn? —respondió Clara Sue. Su risa se burlaba de mí.

—¡Cállate! —cortó Philip.

—¡Oh, por favor, Clara Sue! —gimió mamá—. No tengamos polémica esta noche. ¡Estoy tan agotada! —Se volvió a explicarme—. Siempre es sumamente cansado cuando llegan los primeros veraneantes y tenemos que recordar los nombres de cada uno y hacerlos sentir en su casa. Ninguno de nosotros puede permitirse estar cansado o triste o enfermo cuando la abuela Cutler necesita que estemos presentes —añadió con una nota de amargura en su voz. Miró a papá heladamente, pero éste se frotó las manos y sonrió como si no la hubiese oído.

—Bueno, bueno —dijo—. Por fin estamos todos reunidos. Tenemos mucho que agradecer. ¿No es algo maravilloso? ¿Y qué mejor manera de convertir a Dawn en parte de la familia que hacerla tocar para nosotros? —preguntó papá.

—Algo suave, por favor, Dawn —suplicó mamá—. No podría soportar más rock en este momento —se lamentó girando los ojos hacia Clara Sue, que pareció incómoda y muy poco contenta de encontrarse allí.

—No sé nada de rock —le dije—. Hay una pieza que me enseñó Mr. Moore, mi maestro de música. Era una de sus piezas favoritas. Trataré de recordarla.

Me sentí contenta de que todos fueran a permanecer en el dormitorio con mamá, mientras yo iba al piano del cuarto de estar. «Por lo menos no tendría que tocar con Clara Sue mirándome furiosa», pensé, pero cuando me senté, Philip entró y se puso a mi lado mirándome intensamente. Sentí que empezaba a temblar.

Toqué varias notas, en la forma que me había enseñado Mr. Moore, para comprobar la afinación y vi que el piano estaba afinado.

—Ésa es toda una canción —bromeó burlona Clara Sue esperando reírse de mí, pero nadie le hizo caso.

—Relájate —me dijo Philip—. Ahora estás con tu familia —añadió dándome unos golpecitos en el hombro. Miró hacia atrás, a la puerta y rápidamente plantó un beso sobre mi nuca—. Para desearte buena suerte —me dijo cuando me volví sorprendida.

Entonces cerré los ojos y traté de alejarme del mundo tal como solía hacer en el Emerson Peabody. Con la primera nota me deslicé suavemente a mi reino musical, un país donde no había mentiras ni enfermedades, ni cielos tristes ni días odiosos, un mundo lleno de sonrisas y amor. Si había aire era suave, justamente lo bastante fuerte para acariciar las hojas. Si había nubes éstas eran de un blanco tierno y suave como almohadas de pluma y seda.

Mis dedos tocaron el marfil y comenzaron a moverse sobre el teclado como si tuviesen vida propia. Sentía que las notas fluían del piano a mi brazo mientras la música me envolvía de modo protector creando un capullo de seguridad. Nada podía tocarme, ni había ojos celosos ni risa que me ridiculizase. El resentimiento, la amargura, las palabras despreciativas de todo tipo estaban olvidadas por el momento. Hasta me había olvidado de Philip, de pie, allí cerca.

Cuando terminé hubo un decaimiento. La música subsistió como una sombra pidiéndome que continuase. Mis dedos vibraban y acariciaban las teclas, mis ojos permanecían cerrados.

Los abrí al oír una ovación. Papá había venido a la puerta para aplaudir y Philip lo hacía a mi lado. Oí también el suave aplauso de mi madre y las palmadas rápidas de Clara Sue.

—Maravilloso —dijo mi padre—. Le hablaré a mamá. Quizá podrías tocar para los huéspedes.

—Oh, no podría.

—Claro que podrías hacerlo. ¿Qué te parece, Laura Sue? —preguntó.

—Fue algo muy bello. ¡Dawn! —me llamó. Me levanté. Philip estaba radiante, sus ojos bailaban de felicidad. Regresé al dormitorio de mi madre y ésta me sorprendió extendiéndome los brazos. Me acerqué y dejé que me diese un abrazo. Me besó suavemente en la mejilla y cuando me retiré vi que había lágrimas en sus ojos pero había algo en su modo de mirarme que me hizo temblar y dudar. Sentí que ella veía otra cosa en mí, algo que yo no sabía que existía. Estaba mirándome pero no era exactamente a mí a quien veía.

La interrogué con mis ojos examinando su cara para comprender. Ahora que estaba tan cerca de ella vi lo pequeñas que eran sus pestañas, lo diminutas que eran sus facciones, facciones que yo había heredado. Pensé que sus ojos eran deslumbrantes, sin poder apartar mi vista del suave azul que brillaba con la belleza de una joya a la vez que de un misterio. Descubrí algunas pálidas pecas justo donde yo tenía las mías. Su cutis era tan transparente que podía ver las pequeñas venas azules a los lados de sus ojos dibujadas a lo largo de sus sienes.

Sonreía de un modo deliciosamente dulce. Su pelo tenía la fragancia del jazmín y qué sedosa y suave era su mejilla junto a la mía. «No era raro que mi padre la quisiese tanto», pensé. A pesar de su enfermedad nerviosa conservaba una apariencia sana y vibrante y era una mujer tan encantadora y preciosa como es posible ser.

—Ha sido tan bello —repitió—. Tienes que subir a menudo y tocar para mí. ¿Lo harás?

Asentí con la cabeza y entonces miré a Clara Sue. Tenía la cara roja e hinchada de envidia, sus ojos ardían, su boca estaba dura y los labios tan tensos que a los lados se le formaban pequeñas manchas blancas. Había apretado los dedos hasta hacerlos dos pequeñas bolas gorditas sobre su falda y continuaba mirándome furiosa.

—Tengo que ir a ver a la abuela —dijo poniéndose de pie rápidamente.

—¿Oh, tan pronto? —exclamó mamá, con tristeza—. Acabas de volver del colegio y no hemos tenido tiempo de charlar como hacemos siempre. Me gusta mucho que me cuentes de tus amigas en el colegio y de sus familias.

—Yo no cuento chismes —respondió Clara Sue repentinamente, volviendo sus ojos a mí y de nuevo a su madre.

—Bueno, sólo quería decir…

—La abuela dice que ahora tenemos mucho trabajo y que no hay tiempo para hacer el zángano.

—Cómo me molesta ese modo de hablar —dijo mamá haciendo un gesto de desagrado—. ¿Randolph? —interrogó apelando.

—Estoy seguro de que tu abuela no quiso decir que te dieses tanta prisa. Sabe que estás aquí arriba visitándonos.

—Lo he prometido —insistió Clara Sue. Papá suspiró y después se encogió ligeramente de hombros mirando a mamá. Ésta respiró profundamente y se dejó caer sobre la almohada como si hubiese oído su sentencia de muerte. ¿Por qué se tomaba todo tan trágicamente? ¿Había empezado a ponerse así cuando me secuestraron? Me dio pena y me sentí terriblemente triste porque hacía parecer la acción de Padre y Madre mucho más terrible.

—De todos modos me siento cansada —dijo mamá de repente—. Creo que voy a retirarme ya para la noche.

—Muy bien, cariño —le contestó papá.

Philip se acercó.

—Ahora puedo enseñarte todo un poco —me dijo.

Clara Sue se volvió hacia nosotros violentamente con los ojos relampagueando.

—Está aquí desde hace días. No tienes que enseñarle nada —se quejó.

—Ha estado trabajando constantemente y no ha tenido tiempo para ver el hotel. ¿No es así, papá?

—Oh, sí, sí. Hemos estado todos muy ocupados. De todos modos estoy haciendo planes para nuestra salida familiar: cena en el «Seafood House» en la Playa de Virginia la semana que viene. Si tu madre se siente capaz, naturalmente —añadió rápido.

—Tengo que trabajar el martes por la noche —intervino Clara Sue.

—Bueno, hablaré con el jefe a ver si puedo arreglar tu programa de trabajo —dijo papá sonriendo, pero Clara Sue no le devolvió la sonrisa.

—A la abuela le molesta mucho que hagamos eso. Quiere que el hotel funcione como un reloj —insistió Clara Sue con las manos sobre las caderas. Cada vez que regañaba o se lamentaba encogía la nariz dilatando las ventanas hasta que parecía un cerdito.

—Veremos —comentó papá sin mostrar ninguna preocupación. No podía imaginarme por qué no. Si había alguien necesitando de disciplina ése era Clara Sue.

—Tengo que irme —repitió Clara Sue, saliendo con malos modos.

—Oh, cómo odio la temporada de verano —dijo mamá—. Pone a todo el mundo tan tenso que quisiera poder dormirme y no despertarme hasta setiembre. —Realmente había dos pequeñas lágrimas brillando en sus ojos.

—Vamos, vamos, querida —le dijo papá acudiendo a su lado—. No dejes que nada te inquiete este verano, ¿te acuerdas? Recuerda lo que dijo el doctor Madeo: tienes que desarrollar una piel más dura, ignorar las cosas que te inquieten y pensar sólo en cosas agradables. Ahora que Dawn ha regresado y que tiene tanto talento y es tan bonita tenemos cosas aún más agradables en que pensar.

—Sí —contestó mamá sonriéndole a través de sus lágrimas—. Disfruté oyéndola tocar el piano.

—Hemos tenido aquí algunos artistas de talento tocando a lo largo de los años, Dawn —dijo Papá—. Será maravilloso agregarte a la lista algún día, muy pronto.

Mi mirada fue de su cara sonriente a la de mi madre y vi que la de ella se ponía más seria, incluso más triste al contemplarme atentamente. Una vez más vi algo confuso en sus ojos pero no me di a mí misma ocasión de pensar en ello.

Al día siguiente, en todo el hotel había un aire de excitación. Por todas partes veía al personal ocupado trabajando, teniendo especial cuidado de dejar el hotel reluciente y limpísimo. En la cocina el cocinero, Nussbaum, estaba preparando un festín y afuera los jardineros estaban arreglando los jardines con meticuloso cuidado.

—¿Qué está sucediendo? —le pregunté a Sissy al verla pasar a toda velocidad cargada con magníficos manteles de encaje.

Sissy se detuvo en seco y se quedó mirándome con ojos asombrados.

—¿No lo sabes? —preguntó—. ¿No sabes qué día es hoy?

—No, no lo sé —reconocí sinceramente—. ¿Es un día especial?

—¡Y tanto que lo es! —proclamó Sissy—. Hoy es el cumpleaños de Mrs. Cutler. Esta noche va a haber una gran fiesta con adornos, un pastel de cumpleaños y toneladas de huéspedes y regalos.

Después de dar la noticia, Sissy siguió su camino dejándome en lucha con un dilema. Hoy era el cumpleaños de la abuela Cutler y yo ni siquiera lo había sabido. Pero aun así ¿cuál hubiese sido la diferencia? Yo sabía cómo ella se sentía respecto a mí, sus sentimientos eran obvios. ¿Por qué tenía que importarme que hoy fuese su cumpleaños? Sin embargo me acordé que Madre siempre me decía que tratase a los demás como quisiera que ellos me tratasen a mí. Aunque deseaba ser tan miserable y desconsiderada con la abuela Cutler como ella lo había sido conmigo continuaba acordándome de las palabras de Madre. Suspiré pensando que podía poner la otra mejilla esta sola vez por lo menos. Quizás ésta era la ocasión que había estado esperando para arreglar las cosas entre la abuela Cutler y yo. Apenas tenía dinero ahorrado para poder comprarle un buen regalo. ¿Qué iba a hacer?

Pensé que podría pedirle a mi padre algo de dinero para poder comprar el regalo, pero eso no sería como darle a la abuela Cutler algo por mi cuenta. Además, conociéndola, tendría sospechas si le compraba algo que no estuviese a mi alcance. Entonces me vino la solución. ¡Una solución brillante! Podía darle a abuela Cutler un regalo salido de mi corazón y al cual nunca podría ponerle precio.

Le cantaría una canción. Éste sería un paso para suavizar las cosas entre nosotras. Sí, ¡mi canción lo arreglaría todo!

Ansiosamente corrí a mi habitación, sin poder esperar a la fiesta de la abuela Cutler esa noche.

Esa noche me vestí con especial cuidado. Primero me di una deliciosa y larga ducha, lavándome el pelo y arreglándomelo. Una vez que lo tuve seco quedó suave y esponjoso, cayéndome por la espalda en una cascada de ondas sedosas.

Repasando mi guardarropa escogí una falda blanca, plisada con una blusa rosa y un chaleco de punto rosa y blanco. Mirándome al espejo pensé que estaba muy bien y me apresuré a bajar al vestíbulo del hotel. Allí es donde estaría la abuela Cutler saludando a sus huéspedes y aceptando sus regalos.

El vestíbulo ya estaba adornado con cintas de colores y globos. Un letrero que decía «Feliz Cumpleaños» se extendía de un lado al otro del vestíbulo. Una fila de huéspedes ya estaba esperando para saludar a mi abuela. Al final estaban Clara Sue y Philip llevando cada uno en las manos un paquete con una alegre envoltura. El de Philip era muy pequeño mientras que el de Clara Sue era enorme. Me sentí avergonzada de tener las manos vacías, pero después, me recordé a mí misma que yo también tenía un regalo para la abuela Cutler.

—¿Qué estás haciendo aquí? —husmeó Clara Sue desdeñosamente, inspeccionándome de pies a cabeza—. ¿Por qué encuentro conocido ese conjunto? ¡Oh, sí! —rió alegremente—. Fue mío antes de que decidiese echarlo a la basura. ¿Qué te parece si de ahora en adelante te llamamos «Dawn de segunda mano»? Parece que siempre te estés arreglando con cosas de segundas, la ropa, la familia —se echó a reír cruelmente.

Philip echó a Clara Sue una mirada sombría.

—Parece que estás celosa, Clara Sue. ¿No será que ese conjunto le sienta mucho mejor a Dawn que a ti? —dijo saliendo en mi defensa.

—Gracias —le dije a Philip—. Y gracias a ti también, Clara Sue. —Estaba decidida a no permitir que la bajeza de espíritu de Clara Sue me alterase—. Nunca había tenido nada tan bonito.

—Debe de ser difícil acostumbrarse a la seda cuando no has usado más que tela de saco durante años —comentó Clara Sue con dulzura.

Me mordí la lengua y me volví hacia Philip.

—¿Qué le has comprado a la abuela?

—Perfume —contestó orgullosamente—. Es su favorito. Vale cien dólares el frasco.

—Yo le he comprado un jarrón hecho a mano —intervino Clara Sue inmediatamente, introduciéndose entre Philip y yo—. Está hecho en China. Y tú, ¿qué le has comprado?

—No he tenido suficiente tiempo ni dinero para comprarle un regalo —reconocí—, de modo que voy a cantarle una canción.

—¿Una canción? —Clara Sue me miró con extrañeza—. ¿Una canción? ¡Debes de estar de broma!

—Sí, una canción. ¿Qué tiene eso de malo? —Sentí que me ponía roja. Quizá debía de haberle traído a la abuela Cutler alguna cosa. Aún estaba a tiempo. Podía comprar un ramo de flores en la tienda de regalos del hotel.

—¡No puedes estar hablando en serio! —exclamó Clara Sue—. ¿Qué te pasa? ¿Es que eres demasiado avara?

—¡No soy avara! —repuse—. Ya te he dicho por qué no he traído un regalo. Además lo que cuenta es el sentimiento.

—¡Vaya un sentimiento! —bufó Clara Sue—Una canción desafinada. ¡Yupiii!

—Es suficiente, Clara Sue —ordenó severamente Philip—. Dawn tiene razón. Es el sentimiento lo que cuenta.

Le sonreí a Philip agradecidamente mientras avanzábamos.

—Gracias por el voto de confianza.

Me hizo un guiño.

—No te preocupes. La vas a impresionar.

Después de media hora, llegamos hasta donde estaba la abuela Cutler. Mis padres estaban con ella, con un aspecto excepcionalmente bueno. Mi padre me sonrió mientras que mi madre me contempló nerviosamente.

Philip fue el primero en aproximarse a la abuela. Ella abrió lentamente su regalo, cuidando de no romper el papel. Después de encontrar la botella de perfume, se puso un poco en sus muñecas y cuello, inhalando el aroma mientras le sonreía a Philip.

—Gracias, Philip. Tú sabes cuánto me gusta este perfume.

Siguió Clara Sue y nuevamente la abuela abrió muy despacio el regalo, desenvolviendo un jarrón muy bonito con dibujo oriental.

—Es exquisito, Clara Sue —le dijo entusiasmada—. ¡Exquisito! Se verá precioso en mi habitación.

Clara Sue me dio un ligero codazo en el costado.

—Vamos a ver cómo superas eso con tu preciosa cancioncita —susurró antes de acercarse a besar a la abuela Cutler en la mejilla.

Ahora era mi turno. Sentí un cosquilleo en el estómago pero los ignoré mientras me adelantaba hacia la abuela con una sonrisa tentativa en mi rostro.

—Esto es una sorpresa —dijo mirándome desde la ornamentada silla tallada en la que estaba sentada. Extendió las manos, esperando que le depositase en ellas un regalo—. ¿Bien? —preguntó fríamente.

Nerviosamente me aclaré la garganta.

—Mi regalo no está envuelto, abuela.

Me miró con extrañeza.

—¿No?

—No —respiré profundamente—. Te voy a cantar una canción. Ése es mi regalo para ti.

Tomando aire, me lancé a cantar la canción que había elegido. Era mi favorita. Sobre el Arco Iris, la canción que creía que cantaba con mayor seguridad. Repentinamente, ya no estuve en Cutler’s Cove, sino sobre el arco iris. En el país de mis sueños. Estaba nuevamente con Madre y Padre y Jimmy y Fern. Estábamos todos juntos, seguros y felices. Nada podía separarnos jamás.

Cuando terminé la canción, había una lágrima en mi ojo. La muchedumbre rompió a aplaudir y yo sonreí a todos. Mis padres y Philip también aplaudían, aunque Clara Sue no lo hacía. Me volví hacia la abuela Cutler. También aplaudía, pero no era porque estuviese orgullosa de mí.

¡Oh, no! Lo hacía sólo por las apariencias, porque había otros alrededor. Sus ojos me contemplaban heladamente y aunque había una sonrisa en sus labios, su cara estaba exenta de emoción. Helada y lisa como un pedazo de granito.

Los huéspedes empezaron a dirigirse hacia el comedor, charlando entre ellos. Muchos de ellos me felicitaron al pasar. Pronto, quedó solamente la familia.

—¿Qué te pareció mi canción? —le pregunté a la abuela Cutler humildemente.

—¿Eso es todo? —me respondió en su tono más helado mientras se levantaba del asiento—. Si es así, por favor, apártate. Tengo que atender a los huéspedes.

—Eso es todo —susurré. Me quedé sin habla. ¿Cómo podía haber ido tan mal? Miré a mis padres, a Philip y a Clara Sue pero nadie salió en mi defensa. Nadie. Una vez más estaba sola.

La abuela Cutler se volvió hacia el resto de la familia.

—¿Pasamos al comedor? —Se adelantó sin siquiera dirigirme una mirada.

Incapaz de decir nada, temiendo estallar en lágrimas, me volví y escapé. Mientras viviera, nunca, nunca, nunca olvidaría esta horrible noche.

Al día siguiente. Philip me encontró sola en el vestíbulo, aún sintiendo pena de mí misma.

—Sacúdete ese ceño y olvida lo de anoche —me dijo—. Te ganarás a la abuela. Espera y verás. Mientras tanto, necesitas que te animen. —Me cogió la mano, tirando de mí tras de él mientras se dirigía hacia afuera.

Las nubes se habían ido y los rayos del sol eran cálidos haciendo que todo pareciese brillante y nuevo. La hierba olía a fresco y era de un verde intenso, lo mismo que las hojas de los árboles y arbustos.

Lo miré todo como si fuera la primera vez que lo veía. Hasta ahora había pasado la mayor parte de mi tiempo en el hotel trabajando o sentada en mi habitación. La excitación de Philip me abrió los ojos y me hizo darme cuenta de lo bellos y grandes que eran los terrenos del «Hotel Cutler Cove».

Hacia la izquierda había una enorme y resplandeciente piscina azul con un brillante vestidor blanco al fondo y una pequeña piscina infantil mucho más cerca. Un grupo de huéspedes ya habían salido a saludar al sol que volvía y se estaban bañando y bronceándose en las tumbonas colocadas a lo largo de los lados de la piscina. Los auxiliares de la piscina le daban toallas a los huéspedes o cualquier cosa que necesitaran. El socorrista estaba sentado en su silla elevada en el extremo más apartado vigilando a los bañistas.

A la derecha se abrían unos bellos senderos, rodeando los jardines y las fuentes. En el centro había una gran pérgola pintada de verde brillante. Algunos huéspedes estaban sentados en mesas jugando a cartas y otros simplemente descansaban sobre los bancos, hablando suavemente y disfrutando de la tarde.

Caminamos por una de las veredas de piedra. Me detuve a aspirar el aroma de los tulipanes y Philip cortó una gardenia blanca y me la puso en el pelo.

—Perfecto —dijo contemplando el efecto.

—Oh, Philip, no deberías hacer eso —respondí mirando rápidamente a nuestro alrededor para ver si alguien se había dado cuenta. Nadie estaba mirando particularmente en nuestra dirección pero el corazón se me agitó dentro del pecho.

—No pasa nada. El sitio es nuestro, ¿recuerdas?

Cogió nuevamente mi mano y continuamos caminando por la vereda.

—Tenemos ahí un campo de béisbol —explicó Philip señalando hacia la derecha. Pude ver la valla de detención—. Hay un equipo compuesto por el personal. A veces jugamos con los huéspedes, otras jugamos con el personal de otros hoteles.

—No me había dado cuenta de lo bonito y espacioso que era esta parte —dije—. Cuando llegué al hotel ya era de noche y no he explorado demasiado por mi cuenta.

—Todo el mundo envidia toda la tierra que nos pertenece y lo que hemos hecho con ella a través de los años —explicó orgullosamente—. Ofrecemos a los huéspedes mucho más de lo que un hotel normal de playa puede ofrecer —añadió, sintiéndose verdaderamente hijo de una familia de hoteleros. Vio la sonrisa en mi rostro—. Sueno como un anuncio ¿eh?

—Eso es bueno. Es bueno ilusionarse con el negocio familiar.

—También es el negocio de tu familia —me recordó. Miré a mi alrededor nuevamente. ¿Cuánto tardaría en tener ese sentimiento? Me tenía que repetir continuamente que si no hubiera sido secuestrada después de nacer, habría crecido aquí y me habría acostumbrado a todo esto.

Nos detuvimos en una de las fuentes. Me miró por un instante, sus ojos azules se oscurecieron y se hicieron más pensativos, y repentinamente se ilumina con la idea excitante que había tenido detrás de ellos.

—Vamos —dijo cogiéndome la mano nuevamente—. Quiero enseñarte un secreto —me dio un estirón tan fuerte, que casi me caí.

—¡Philip!

—Oh, lo siento. ¿Estás bien?

—Sí —contesté riendo.

—Vamos —repitió y corrimos alrededor de la parte antigua hasta llegar a una pequeña escalera de cemento que conducía a una puerta de un blanco desvanecido y desconchada con un pomo de hierro negro. Los goznes de la puerta estaban oxidados y estaba tan descentrada que cuando él bajó a toda prisa los escalones y empezó a abrirla, raspó el cemento y tuvo que moverla y levantarla para poder abrirla.

—No he estado aquí desde que empezó el colegio —explicó.

—¿Qué es?

—Mi escondite —dijo con ojos furtivos—. Solía venir aquí cuando estaba triste o simplemente cuando quería estar solo.

Miré a través de la entrada hacia una habitación completamente oscura. Un soplo de aire frío y húmedo nos recibió.

—No te preocupes. Hay luz. Verás —dijo entrando lentamente. Buscó mi mano. Esta vez un hormigueo atravesó mis dedos cuando se enlazaron con los suyos. Le seguí.

La mayor parte de los edificios en Cutler’s Cove no tienen sótanos excepto el nuestro que sí lo tiene porque se edifico aquí —explicó—. Muchos años atrás, cuando «Cutler Cove» era apenas una pensión, era aquí donde vivía el encargado.

Se detuvo y alcanzó a través de la oscuridad un interruptor de pera que colgaba del único cable eléctrico. Cuando lo pulsó, una bombilla desnuda proyectó un resplandor blanco pálido sobre la habitación, revelando paredes de cemento al igual que el suelo, algunos estantes, una pequeña mesa de madera y cuatro sillas, dos cómodas viejas y una cama con armazón de metal. Sólo había un viejo y desvencijado colchón sobre la cama.

—Aquí hay una ventana —indicó Philip señalando—, pero se mantiene cerrada con tablas clavadas para mantener fuera a los animales del campo. Mira —dijo indicando los estantes y me enseñó pequeños camioncitos y coches y una pistola de balines bastante oxidada—. Incluso hay un baño —señaló hacia la parte trasera de la habitación subterránea.

Vi una estrecha puerta y fui hacia ella. Había un pequeño lavabo, un inodoro y una bañera. Ambos, el lavabo y la bañera tenían unas feas manchas marrones y había telarañas por todas partes.

—Necesita una buena limpieza, pero todo funciona —declaró Philip, acercándose a mí. Se arrodilló y abrió el agua de la bañera. Un líquido marrón oxidado salió a chorros—. Por supuesto, no ha sido usado desde hace tiempo —explicó. Dejó salir el agua hasta que empezó a aclararse.

—Bien —dijo incorporándose—, ¿te gusta mi escondite?

Sonreí y miré a mi alrededor. «No era mucho peor que algunos de los sitios donde habíamos vivido Madre, Padre, Jimmy y yo antes de nacer Fern», pensé, pero me dio vergüenza explicárselo a Philip.

—Úsalo cuando quieras, cada vez que quieras alejarte del tumulto —dijo mientras caminaba hacia la cama y se dejaba caer sobre el colchón. Rebotó sobre él, para probar los muelles—. Voy a bajar sábanas y algunos platos limpios y toallas. —Se recostó sobre el colchón con las manos apoyadas en la cabeza y sus ojos se desviaron hacia los rayos de sol del techo. Entonces, volvió a mirarme, con una mirada intensa, sus labios sensuales abiertos.

—No he podido evitar pensar en ti todo el tiempo, Dawn, incluso después de que supiera la verdad sobre los dos y saber que estaba mal que pensara así. —Se incorporó rápidamente. No podía separar los ojos de los suyos. Eran tan magnéticos, tan exigentes—. Me gusta pensar que eres dos personas diferentes: la chica con quien encontré una magia y… mi nueva hermana. Pero simplemente, no puedo olvidar la magia —añadió rápido.

Asentí y bajé la mirada.

—Lo siento —dijo y se levantó—. ¿Te estoy azorando?

Le miré a los ojos, azules y suaves nuevamente, incapaz de olvidar ese primer día de colegio cuando se sentó junto a mí en la cafetería, cuando le creí el chico más guapo que había conocido.

—¿Cómo me voy a hacer a la idea de que eres mi hermana? —se quejó.

—Tendrás que acostumbrarte. —Estar tan cerca de él me hacía estremecerme. Ésos eran los labios que habían presionado tan cálidamente los míos. Si cerraba los ojos, podía sentir sus dedos acariciando suavemente mis pechos. El recuerdo los hizo sentir un hormigueo. Tenía razón sobre una cosa, nuestra nueva relación era tan sorprendente y tan nueva que aún resultaba difícil de aceptar.

—Dawn —susurró—. Puedo abrazarte un instante, sólo por un momento, sólo para…

—Oh, Philip, no deberíamos. Deberíamos tratar de…

Me ignoró y puso sus manos en mis hombros para acercarme hacia él. Entonces me tomó en sus brazos y me mantuvo apretada contra sí. Su aliento era cálido sobre mi mejilla. Se aferraba a mí como si fuera la única persona que le podía salvar. Sus labios rozaron mi pelo y mi frente. El corazón me latía mientras él me apretaba más y más, mis pechos firmemente apoyados en el suyo.

—Dawn —susurró otra vez. Sentí sus manos alrededor de mis hombros. Hormigueos llenos de electricidad se apoderaron de mis brazos arriba y abajo y todos esos puntos nerviosos que se suponía que una chica de mi edad no poseía, ardían con una llama. «Debo detenerlo», pensé. Esto está mal. Grité en mi interior, pero repentinamente, él se apoderó de mis muñecas y las mantuvo contra mis costados. Entonces, me besó en el cuello y comenzó a descender hacia mis pechos.

Soltó mis muñecas y rápidamente, colocó sus manos en mis pechos. Tan pronto como lo hizo, me eche hacia atrás.

—Philip, detente. No debes. Es mejor que nos vayamos—empecé a caminar hacia la puerta.

—No te vayas. Lo siento. Me dije que no podía soñar en hacer eso cuando estuviera solo contigo, pero no lo pude evitar. Lo siento.

Cuando me volví para mirarlo, tenía el aspecto de alguien que estuviera en gran tormento.

—No volveré a hacerlo. Lo prometo —dijo. Sonrió y se acercó a mí—. Sólo quería abrazarte en la forma que un hermano abraza a su hermana, para consolarla o saludarla, pero no… tocarte de esa manera.

Bajó la cabeza con remordimientos.

—Supongo que no debía haberte traído aquí tan pronto. Esperó, con los ojos llenos de la ilusión de que yo estuviera en desacuerdo y quisiera olvidar la verdad.

—Marchémonos, Philip —dije. Cuando sus brazos me rodearon y me sostuvieron apretadamente, me convertí en un instrumento de deseo de la realización romántica. Ahora yo también me había asustado de lo que había en mi interior.

Alcanzó la luz y la apagó rápidamente dejando caer una sábana de oscuridad sobre nosotros. Entonces tomó mi brazo.

—En la oscuridad podemos hacer ver que no somos hermanos. No me puedes ver. Yo no te puedo ver. —Su abrazo se hizo más intenso.

—¡Philip!

—Sólo era una broma —dijo y rió. Me dejó ir y retrocedí hacia la puerta.

Me apresuré a salir y me volví esperando que cerrara la puerta y me siguiera. Tan pronto como lo hizo, subimos por las escaleras de cemento. Pero cuando lo hicimos, una sombra se movió sobre nosotros y ambos contemplamos los ojos desaprobadores de la abuela Cutler.

Hinchada por la ira, nos contempló y pareció mucho más grande y alta.

—Clara Sue pensó que estaríais aquí —escupió—. Vuelvo a mi despacho. Eugenia, quiero verte allí en cinco minutos. Philip, Collins te necesita en el comedor inmediatamente.

Giró sobre sus talones y se marchó enérgicamente.

Sentí el corazón como si me fuera a partir el pecho y tenía la cara tan caliente y enrojecida que pensé que me arderían las mejillas. Philip se volvió hacia mí, con la cara llena de temor y vergüenza. ¿Qué había pasado con el aspecto fuerte y confiado que tenía tan a menudo en el colegio? Parecía tan débil y delicado. Miró a la abuela y luego me volvió a mirar a mí.

—Lo… Lo siento. Debo irme —tartamudeó.

—¡Philip! —grité, pero se abalanzó sobre los restantes escalones y desapareció rápidamente.

Respiré profundamente y continué subiendo las escaleras. Una nube gris de aspecto pesado se deslizó sobre el cálido sol de la tarde, helándome el corazón.

Clara Sue me sonrió con aire de suficiencia desde la recepción al atravesar yo el vestíbulo en dirección al despacho de la abuela Cutler. «Evidentemente, aún estaba celosa y disgustada por la forma en que habían reaccionado papá y mamá cuando toqué el piano para ellos el otro día», pensé, al igual que por el aplauso que había recibido por mi canción el día de la fiesta de cumpleaños de la abuela Cutler. Llamé a la puerta del despacho de la abuela. La encontré sentada tras su mesa, con la espalda erguida, los hombros rígidos y los brazos apoyados en los de su silla. Parecía un juez del Tribunal Supremo. Permanecí delante de ella, con un alambre tirante dentro, tan tirante que pensé que me rompería en lágrimas.

—Siéntate —ordenó fríamente y señaló con la cabeza la silla que había ante su mesa.

Me deslicé en ella, apretando los brazos fuertemente con las palmas de las manos y la miré nerviosamente.

—Eugenia —dijo, moviendo sólo la cabeza un poco hacia delante—. Sólo te lo voy a preguntar una vez. ¿Qué hay entre tu hermano y tú?

—¿Entre nosotros?

—No me obligues a definir cada una de mis palabras y hablar sobre cosas prohibidas —gruñó y entonces se relajó rápidamente—. Sé que cuando estabas en el Emerson Peabody, antes de que Philip supiera la verdad sobre tu identidad, fuiste una de sus novias, y tú, comprensiblemente, te sentiste atraída hacia él. ¿Ocurrió algo por lo que la familia deba sentir vergüenza? —preguntó levantando las cejas inquisitivamente.

Fue como si el corazón me hubiera cesado de latir y esperase que mi mente detuviera su atolondramiento. Un golpe de calor subió por mi estómago y sobre mis pechos, colocando en mi garganta un anillo de fuego que me ahogaba. Me sentí febril. Al principio, mi lengua rehusaba formar las palabras, pero al alargarse el silencio y hacerse incómodamente espeso, vencí los nudos en mi garganta y recuperé el aliento.

—Absolutamente nada —dije con una voz tan profunda que ni yo misma pude reconocerla—. ¡Qué cosa tan horrible de preguntar!

—Sería mucho más horrible si tuvieras algo que confesar —replicó.

Su intensa y penetrante mirada permanecía sobre mí en profunda concentración.

—Philip es un joven sano —empezó— y como todos los hombres jóvenes, no es muy diferente de un caballo salvaje que empieza a tener sentido de sus patas. Creo que tienes el bastante mundo para comprender este punto. —Esperó que lo admitiese, pero simplemente la miré, con el corazón golpeándome y los dientes mordiendo mi labio inferior—. Y a ti no te faltan características femeninas atractivas, del tipo que la mayor parte de los hombres encuentran irresistibles —añadió desdeñosamente—. Así pues, la mayor parte de la responsabilidad para llevar una conducta correcta recaerá sobre ti.

—No hemos hecho nada malo —insistí, ya incapaz de retener las lágrimas que pugnaban tras mis párpados por emerger.

—Y es así como quiero que continúe —replicó asintiendo—. Te prohíbo desde este momento en adelante que pases ningún tiempo sola con él, ¿me oyes? No entraréis en ninguna habitación del hotel solos, ni le invitarás a tu cuarto sin terceras personas presentes.

—Eso no es justo. Estamos siendo castigados sin haber hecho nada malo.

—Es simplemente para prevenir —dijo y después añadió en un tono más razonable— hasta que ambos seáis capaces de comportaros como hermanos normales. Debes recordar lo poco corrientes que han sido y son las circunstancias. Yo sé lo que es lo mejor para vosotros.

—¿Lo sabes? ¿Por qué sabes siempre lo que es lo mejor para todos? No puedes decirle a todos cómo vivir, cómo actuar, incluso cuándo deben hablarse —dije iracunda. Mi furia crecía ahora como un gigante al que hubieran despertado—. No pienso hacerte caso.

—Sólo harás que las cosas sean más difíciles para ti y para Philip —amenazó.

Contemplé la habitación frenéticamente y me pregunté dónde estaban mi madre y mi padre. ¿Por qué al menos no estaba aquí mi padre participando en esta discusión? ¿Simplemente eran marionetas? ¿También gobernaba la abuela sus vidas tirando de sus hilos?

—Así pues —dijo cambiando la posición en la silla y modificando el tono de su voz como si el tema estuviera solucionado—, aunque te he dado el tiempo suficiente para adaptarte a tu nuevo ambiente y a tus nuevas responsabilidades, persistes en mantener algunas de tus antiguas costumbres.

—¿Qué antiguas costumbres?

Se inclinó hacia delante y destapó algo sobre su mesa.

—Ese nombre estúpido, por ejemplo —dijo—. Has tenido éxito en confundir al personal. Esta tontería tiene que terminarse. La mayor parte de las chicas que han vivido la precaria existencia que te has visto forzada a vivir, estarían agradecidas por todo lo que tienes ahora. Quiero ver algunas pruebas de gratitud. Una de las formas de hacerlo es llevar esto sobre tu uniforme, es algo que hace la mayor parte de mi personal.

—¿Qué es? —me incliné hacia delante y ella giró la placa con mi nombre hacia mí. Era una placa diminuta de latón con el nombre «Eugenia» escrito con fuerza en letras negras. Instantáneamente, mi corazón se transformó en un tambor de plomo en mi pecho. Mis mejillas enrojecieron de tal forma, que parecía que tenía fuego en la piel. En lo único en que podía pensar era que estaba tratando de marcarme como una res, de hacer de mí una conquista, de tenerme como una posesión, para probarle a todos en el hotel que ella hacía su voluntad siempre que quería.

—Jamás usaré eso —dije desafiante—. Prefiero irme a vivir con una familia adoptiva.

Ella movió la cabeza y estiró las comisuras de sus labios en el gesto de considerarme una criatura desgraciada.

—Lo usarás. No irás a vivir con ninguna familia adoptiva, aunque el cielo sabe que te mandaría gustosa si supiera que con eso se terminaría la confusión y el desorden.

»Esperaba que para este momento ya habrías comprendido que ésta es tu vida y que debes vivir según las reglas que se te han dado. Esperaba que con el tiempo, de alguna forma encajarías aquí y formarías parte de esta distinguida familia. Pero a causa de la falta de solidez de tu educación y antiguo ambiente, veo ahora que no te integras tan rápido como yo hubiera deseado, particularmente porque a pesar de las cualidades y talentos que tienes, te aferras a tus costumbres salvajes y poco refinadas.

—Jamás cambiaré mi nombre —dije resueltamente. Ella me contempló y movió la cabeza.

—Muy bien. Regresarás a tu habitación y permanecerás allí hasta que cambies de idea y aceptes llevar esta placa sobre tu uniforme. Hasta entonces, no irás a trabajar ni comerás en la cocina. Ni nadie te llevará nada para comer tampoco.

—Mi padre y mi madre no te permitirán que hagas esto —dije. Eso la hizo sonreír—. ¡No te lo permitirán! —grité a través de mis lágrimas—. A ellos sí les gusto, quieren que seamos una familia —lloré. Las cálidas gotas corrieron por mi cara.

—Por supuesto que seremos una familia. Somos una familia, una familia distinguida, pero para que llegues a formar parte de ella debes desechar tu pasado desgraciado.

»Bien, después de que te hayas colocado la placa y de que hayas aceptado tu nombre…

—No lo haré. —Me sequé las lágrimas con los puños y negué con la cabeza—. No lo haré —susurré.

Ella me ignoró.

—Después de que te hayas colocado tu placa —repitió siseando a través de los dientes cerrados—, volverás a tus deberes. —Dejó de hablar y me miró escrutándome—. Veremos —dijo con tal confianza helada, que hizo que me temblaran las rodillas—. Todos en el hotel sabrán que te has insubordinado —añadió—. Nadie te hablará o será amistoso contigo hasta que lo aceptes. Puedes ahorrarte a ti y a todos gran cantidad de pena, Eugenia. —Alargó la placa. Negué con la cabeza.

—Mi padre no te permitirá hacer esto —dije casi como una oración.

—Tu padre —dijo con tal vehemencia que me hizo ensanchar los ojos—. Eso es otro problema al que te aferras con terquedad. Tienes conocimiento de las cosas terribles que hizo Ormand Longchamp y a pesar de ello, quieres permanecer en contacto con él. —La miré con agudeza. Ella se reclinó hacia atrás y abrió el cajón de su mesa para sacar la carta que le había escrito a Padre y que le había dado a papá para que la enviara. Mi corazón dio un salto y después volvió a caer. ¿Cómo podía habérsela dado mi padre? Sobre todo después de que le había dicho que era muy importante para mí. ¡Oh! ¿No habría nadie en quien poder confiar en este odioso lugar?

—Te prohíbo que te comuniques con ese hombre, ese secuestrador. —Tiró la carta a través de la mesa—. Llévate esto y vete a tu habitación. No salgas ni para comer. Cuando estés lista para formar parte de esta familia, de este hotel y de esta gran herencia, vuelve y pídeme la placa. No quiero volver a verte hasta que no lo hagas. Ya te puedes ir —dijo y empezó a examinar los papeles que tenía sobre la mesa.

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