Aurora

Aurora


11. Traicionada

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Durante un largo momento las piernas no respondieron a la orden de levantarme. Me sentí paralizada en la silla. Su fortaleza parecía formidable. ¿Cómo podía tener esperanzas de vencer a una persona semejante? Gobernaba sobre el hotel y sobre la familia como una reina y yo, aún el miembro más humilde de la familia, había sido devuelta a su reino, en muchos sentidos mucho más prisionera que Padre, que estaba en la cárcel.

Me levanté lentamente, con las piernas temblándome, Quería salir corriendo de su despacho y salir del hotel pero ¿adonde ir? ¿Adonde podía ir? ¿Quién me acogerá? Jamás conocí a ningún familiar de Madre o de Padre en Georgia y ellos, por lo que sabía, jamás habían tenido noticias de mi existencia o de la de Jimmy o Fern.

«Si me escapaba, la abuela me haría perseguir por la Policía», pensé. O quizá no lo haría, quizá se alegraría. No obstante, no tendría más remedio que avisar a la Policía. Y una chica como yo, en un lugar extraño, pronto sería encontrada y devuelta.

Todos iban a considerarme como una ingrata, la cosa sucia y salvaje que debía de ser educada, entrenada, y forzada a ser una señorita. Abuela tomaría el aspecto de la matriarca de la familia que seguía queriéndonos a pesar de los abusos. Nadie querría tener nada que ver conmigo hasta que la hubiese obedecido y me convirtiese en lo que ella quería que fuese.

Me dirigí a la puerta de su despacho con la cabeza baja. ¿A quién podía acudir?

Nunca había añorado a Jimmy tanto como en este momento. Echaba en falta el modo en que fruncía los ojos cuando estaba pensando profundamente en algo. Añoraba su sonrisa llena de confianza cuando estaba seguro de tener la razón y el calor de sus ojos oscuros cuando me miraba cariñosamente. Recordaba la forma en que me había prometido estar siempre ahí, cada vez que le necesitase y cómo juró que siempre me protegería. Cómo añoraba la seguridad que me daba el sentirle cerca cuidando de mí.

Abrí la puerta del despacho y salí sin mirar atrás. El vestíbulo del hotel estaba cada vez más lleno. La gente regresaba de sus actividades de la tarde. Muchos se reunían hablando agitadamente. Vi algunos niños y jovencitos junto a sus padres.

Como todos los huéspedes, era gente bien vestida, de aspecto feliz y adinerado. Todo el mundo estaba alegre y contento. Estaban disfrutando de pasar las vacaciones reunidos. Permanecí allí un momento, mirando con añoranza y envidia a estas familias felices. ¿Por qué tenían tanta suerte? ¿Qué habían hecho para nacer en esa clase de mundo y qué había hecho yo para ser lanzada y agitada en una confusa tormenta: con madres y padres que no eran los verdaderos, hermanos y hermanas que tampoco eran realmente hermanos y hermanas.

Y una abuela que era una tirana.

Con la cabeza baja, atravesé el vestíbulo e hice lo único que podía hacer: regresar a mi habitación, que ahora se había convertido en mi prisión. Pero estaba decidida. Prefería morirme antes que cambiar mi nombre, aunque éste fuese una mentira.

Pensé que a veces necesitábamos las mentiras más de lo que necesitábamos la verdad.

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