Aurora

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13. Un trozo del pasado

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UN TROZO DEL PASADO

—¡Jimmy! ¿Qué estás haciendo aquí? —pregunté, mitad sobresaltada, mitad encantada. Jamás había estado tan contenta de ver a alguien como lo estuve de verle a él. Me contempló, sus ojos oscuros brillando traviesamente. Pude también ver lo contento que estaba de verme y eso animó mi corazón.

—Hola, Dawn —dijo finalmente.

Ambos nos enfrentamos el uno al otro con un poco de embarazo y entonces lo abracé. Philip nos observaba con una media sonrisa en el rostro.

—Estás calado hasta los huesos —dije echándome atrás y sacudiendo mis manos.

—Me cogió la lluvia justo en las afueras de la Playa de Virginia.

—¿Cómo llegaste hasta aquí?

—Hice autostop todo el camino. Ya lo hago muy bien —dijo volviéndose a Philip.

—Pero, ¿cómo…? ¿Por qué? —grité, incapaz de esconder mi alegría.

—Me escapé. No lo podía soportar más. Estoy en camino hacia Georgia para encontrar a nuestros…, para encontrar a mis parientes y vivir con ellos. Pero quise detenerme aquí y verte una vez más.

—Uno de los chicos del hotel entró buscándome —explicó Philip—. Me dijo que alguien del Emerson Peabody quería verme fuera. No podía imaginarme… de cualquier manera, aquí está.

—Pensé que debía ver a Philip para que me ayudase a buscarte. No quería correr ningún riesgo. No voy a volver —declaró con firmeza, echando los hombros hacia atrás.

—Le dije que podía permanecer aquí en el escondite unos cuantos días —dijo Philip—. Le traeremos algo de comida, ropa seca y algún dinero.

—Pero, Jimmy, ¿no vendrán a buscarte?

—No me importa si lo hacen, pero probablemente no lo harán —dijo, con los ojos medio cerrados y llenos de determinación e ira—. No sabía cuándo tú y yo nos volveríamos a ver otra vez, Dawn. Tenía que venir —explicó.

Nuestras miradas se enlazaron afectuosamente la una en la otra y en esa mirada vi todos nuestros tiempos felices juntos, vi su sonrisa y algo en mi interior se calentó. De repente, me sentí más segura en Cutler’s Cove.

—Voy a regresar al hotel y entrar a escondidas en la cocina para conseguirle algo de comer —dijo Philip—. También voy a conseguirle ropa seca y una toalla. Tenemos que tener cuidado de que nadie le descubra —dijo Philip con énfasis. Se volvió a Jimmy—. Mi abuela tendría un ataque de furia. No salgas sin vigilar por si hay alguien cerca, ¿vale?

Jimmy asintió.

—Dame como quince minutos para conseguir la comida y la ropa —dijo y salió apresurado.

—Más vale que empieces a quitarte esa ropa mojada, Jimmy —le aconsejé. Fue como si nunca hubiésemos estado separados y yo aún estuviese ocupándome de él.

Asintió y se quitó la camisa. Su piel mojada brillaba bajo la luz. Aun en el corto tiempo que habíamos estado cada uno por su lado, su aspecto había cambiado. Tenía más edad, había crecido y tenía los hombros más anchos y los brazos más fuertes. Le cogí la camisa y la colgué sobre una silla mientras él se sentaba para quitarse los zapatos de goma y los calcetines.

—Cuéntame qué te sucedió después que nos llevaron a la Comisaría, Jimmy. ¿Sabes algo de Fern? —pregunté rápidamente.

—No, no volví a verla después que nos condujeron a la Comisaría. A mí me llevaron a lo que llaman una casa de mantenimiento donde había otros chicos esperando para ser asignados a casas de adopción. Algunos eran mayores, pero la mayoría eran más jóvenes que yo. Dormíamos en literas no mucho mayores ni mejores que ésta —explicó— y estábamos amontonados cuatro en una habitación. Un niño pequeño se pasaba la noche llorando. Los otros le gritaban continuamente para que se callase, pero estaba demasiado asustado. Me enzarcé en una pelea con ellos porque no dejaban de aterrorizar al crío.

—¿Por qué será que eso no me sorprende? —pregunté sonriendo.

—Bueno, el tiranizarlo les hacía sentirse grandes —comentó furioso—. De todos modos, de una cosa pasamos a otra y me mandaron dormir en el sótano. El suelo estaba sucio y había muchos bichos y hasta ratas.

»Un día después me dijeron que ya me habían encontrado una casa. Creo que estaban decididos a deshacerse de mí antes que de ninguno. Los demás estaban celosos, pero eso era sólo porque no sabían a dónde iba.

»Fui a casa de un campesino que criaba pollos, Leo Coons. Era un hombre grueso y malhumorado con una cara como un perro dogo y una cicatriz sobre la frente. Parecía como si alguien le hubiese pegado con un hacha. Su mujer tenía la mitad de su tamaño y la trataba como si fuese otra niña. Tenían dos hijas. Fue su mujer la que me animó a escaparme. Se llamaba Beryle y yo no podía creer que rondaba los treinta años. Tenía el pelo gris y estaba tan gastada como un lápiz viejo. Nada de lo que hacía dejaba contento a Coons. La casa nunca estaba bastante limpia, la comida nunca sabía bien. Quejarse, quejarse y quejarse era todo lo que él hacía.

»Yo tenía una habitación agradable pero él había ido a buscar un chico adoptivo de mi edad para convertirlo en un esclavo. Lo primero que hizo fue enseñarme a pasar los huevos delante de una vela y me hacía levantar antes del amanecer, trabajando junto con sus dos hijas, ambas mayores que yo, pero tan delgadas como espantapájaros y ambas con grandes ojos oscuros y tristes que me recordaban a cachorros de perro asustados.

»Coons me fue llevando de una tarea a otra, amontonando estiércol de pollo, cargando el alimento de las aves. Trabajábamos desde antes de salir el sol hasta una hora después que se ponía.

»Al principio no me importaba lo que me sucediese de lo deprimido que estaba, pero después de algún tiempo me cansé tanto del trabajo y de oír a Coons gritando por una cosa y por otra…

»Supongo que el remate fue que una noche me pegó. Estaba quejándose de la cena y dije que a mí me parecía bastante buena, demasiado buena para él. Me pegó con el revés de la mano pero tan fuerte que me caí de la silla.

»Yo iba simplemente a darle puñetazos y patadas, pero, Dawn, ese tío es tan grande y tan duro como los ladrillos. Más tarde, esa noche, Beryle vino a verme y me dijo que lo mejor que podía hacer era huir como los otros. Parece que esto lo había hecho antes, ir a buscar un niño adoptivo para hacerle trabajar hasta agotarle. En la casa de mantenimiento no les importa porque tienen tantos chicos que están encantados cuando alguien se lleva uno.

—Oh, Jimmy…, mira que si entregan a Fern a gente mala…

—No lo creo. Con los bebés es distinto. Hay mucha gente buena que los quiere porque no los pueden tener propios por un motivo o por otro. No te pongas tan triste —dijo sonriendo—. Estoy seguro de que estará bien.

—No es eso, Jimmy. Lo que has dicho me ha recordado algo terrible. Me dicen que es por eso que Padre y Madre me robaron. Poco antes ella había tenido un bebé que nació muerto.

Sus ojos se agrandaron y bajó la cabeza como si lo hubiese sabido siempre.

—De modo que Padre la convenció para llevarte a ti —concluyó—. Es muy propio de él. No lo dudo en absoluto. Ahora fíjate en el lío en que nos ha metido a todos. Quiero decir en que estoy yo. Creo que tu lío no es tan grande.

—Oh, Jimmy —le dije sentándome rápidamente a su lado—. Es lo mismo. Odio este lugar.

—¿Qué dices? ¿Este gran hotel tan elegante y todo? ¿Por qué? Comencé por hacerle una descripción de mi verdadera madre y de su continuo estado nervioso. Jimmy escuchaba atentamente, con los ojos llenos de asombro según yo iba relatando la historia de mi secuestro y cómo la había afectado convirtiéndola en una especie de inválida empapada en lujo.

—¿Pero no se alegraron de verte cuando te trajeron aquí? —me preguntó. Yo negué con la cabeza.

—Tan pronto como llegué me convirtieron en una camarera y me pusieron en una pequeña habitación alejada de la familia. No te será difícil imaginar lo miserable que ha estado Clara Sue —le dije. Entonces le conté cómo me habían acusado de robar y le expliqué el horrible registro que me habían hecho.

—¿Te hizo quitar la ropa?

—Absolutamente toda. Después me encerró en mi cuarto.

Se quedó mirándome con incredulidad.

—¿Y que pasó con tu verdadero padre? —preguntó. ¿No le contaste lo que ella te había hecho?

—Él es tan raro, Jimmy —le dije y le expliqué cómo había venido a mi puerta y se había negado a hacer nada hasta que yo hube aceptado el trato respecto a mi nombre—. Entonces se fue diciendo que tenía que buscar la llave pero Philip dijo que la llave estaba en la puerta cuando vino a buscarme para traerme contigo.

Movió la cabeza.

—Y he ahí que yo pensaba que estabas viviendo por todo lo alto.

—No creo que mi abuela ceda nunca en lo que a mí se refiere. Por algún motivo me odia, odia mi sola presencia —dije—. No puedo asimilar que Padre hiciera esto. No puedo. —Movía la cabeza y contemplé mis manos en mi regazo.

—Bien, yo sí puedo —exclamó Jimmy severamente, llevando mis ojos a los de él. Estaban llenos de ardiente ira—. No querrás creerlo, nunca te gustó creer cosas malas sobre él, pero debes saberlo.

Le expliqué a Jimmy sobre mi carta a Padre.

—Espero que me conteste y me explique su versión.

—No lo hará —insistió Jimmy—. E incluso si lo hace, todo serán mentiras.

—Jimmy, no puedes seguir odiándole así. Sigue siendo tu verdadero padre, aunque no sea el mío.

—No quiero volver a pensar en él como padre. Murió con mi madre —declaró. Sus ojos ardían con tal furia que me dolió el corazón. No pude mantener las lágrimas atrapadas bajo mis párpados. Me quemaban demasiado.

—No tiene sentido llorar sobre ello, Dawn. No hay nada que podamos hacer para cambiar las cosas. Me voy a Georgia y quizá viva con la familia de Madre. No me importa el trabajo duro, siempre y cuando sea para mi propia familia.

—Desearía ir contigo, Jimmy. Aún siento que esa gente son más mi familia que aquellos con los que convivo, aunque nunca los haya conocido.

—No puedes. Si vinieras conmigo, nos cazarían con seguridad.

—Lo sé. —Seguía con ganas de llorar. Ahora que Jimmy estaba aquí, no me podía contener.

—Siento que no seas más feliz, Dawn —dijo, y lentamente levantó su brazo y lo pasó por encima de mis hombros—. Cada vez que estoy despierto y pienso en lo terrible que ha sido todo, me animo un poco pensando que estás seguro y cómodo en una nueva y más rica vida. Pensaba que te la merecías y que quizá sea bueno que todo esto haya ocurrido. No me importa lo que me ha sucedido a mí, si eso significa que tú tienes mejores cosas y estás con gente mejor.

—Oh, Jimmy. Jamás podría ser feliz si tú no lo fueras y sólo el pensar en la pobre pequeña Fern en un lugar extraño…

—Es lo bastante pequeña para olvidar y empezar de nuevo —dijo. En sus ojos oscuros brilló una sabiduría mayor de la que cabría esperar en sus pocos años, una sabiduría que había adquirido en los malos tiempos. Estaba más maduro de cuerpo y de mente. Los tiempos duros y crueles le habían sacado de la niñez.

Estaba sentado a pocos centímetros, su brazo aún rodeaba mis hombros, su cara estaba tan cercana que podía sentir su aliento en mis mejillas. Me sentía mareada, confundida. Estaba atrapada en un carrusel de emociones. Jimmy, quien pensaba que era mi hermano, era ahora un chico que se preocupaba por mí y Philip, un chico al que había gustado, era ahora mi hermano. Sus besos, sus sonrisas y la manera en que me tocaban y abrazaban tenían que tener un significado diferente.

Hacía poco, me hubiera sentido extraña y culpable por los sentimientos que me atravesaban cuando Jimmy me tocaba. Ahora, cuando el hormigueo que sentía recorría mi columna de arriba abajo y me hacía estremecer de placer, no sabía qué hacer, qué decir. Tomó mi cara entre sus manos y tiernamente secó mis lágrimas con sus besos. Sentí una calidez por todo el cuerpo. Antes hubiera forzado esa calidez a detener su viaje hacia mi corazón. Pero ahora se apresuraba por los caminos de mi piel y se enroscaba cómodamente dentro de mi pecho.

Su cara permanecía cerca de la mía, sus ojos tan hondos, preocupados, serios e intensos. Se me hizo un nudo en la garganta al preguntarme dónde estaba el chico al que conocía. ¿Dónde estaba aquel hermano y quién era este joven que me miraba tan largamente a los ojos? Mucho mayor que cualquier dolor o pena o daño que hubiera sufrido antes, o después, fue el dolor que me causó el sufrimiento que vi en sus ojos torturados.

Oímos los pasos de Philip en la escalera de cemento y Jimmy levantó su brazo de encima de mis hombros y procedió a sacarse sus calcetines y zapatos.

Hola —dijo Philip al entrar—. Siento que la comida no esté caliente, pero quería salir rápidamente de la cocina antes de que alguien me encontrara y se preguntara qué estaba haciendo.

—Es comida. No me importa que esté fría o caliente en este momento —aclaró Jimmy, tomando el plato tapado de manos de Philip—. Gracias.

—Te traje algunas de mis ropas…, creo que te servirán, y esta toalla y esta manta.

—Sácate la ropa mojada y sécate antes de comer, Jimmy —aconsejé. Fue al cuarto de baño y se quitó los pantalones y su ropa interior, se secó y volvió vestido con la ropa de Philip. La camisa le quedaba un poco grande y los pantalones demasiado largos, pero se dobló las vueltas. Philip y yo contemplamos cómo engullía la comida, introduciéndose en la boca otro bocado antes de haberse tragado el anterior.

—Lo siento, pero me muero de hambre —dijo—. No tenía dinero para detenerme a comer.

—Está bien. Mira, voy a tener que volver al hotel. La abuela me vio entrar antes y probablemente me va a vigilar para asegurarse de que estoy con los otros. Por la mañana apartaré algo de comida cuando esté sirviendo los desayunos y más tarde, tan pronto como esté libre, te la traeré, Jimmy.

—Gracias.

—Bien —dijo Philip, de pie y mirándonos—. Te veré después. Que pases una buena noche.

Contemplamos cómo se marchaba.

—No comprendo —dijo Jimmy tan pronto como Philip desapareció por la escalera de cemento—. ¿Por qué estaba preocupado porque su abuela lo viese en el hotel?

Le dije lo que Clara Sue le había contado a la abuela Cutler y lo que ésta había prohibido. Jimmy se recostó en la cama, escuchando con las manos detrás de la cabeza. Frunció los ojos y la apretada sonrisa de sus labios se convirtió en una mirada seria e intensa.

—Claro que yo también estaba preocupado por todo eso —comentó—. Me estaba preguntando cómo iban a ser las cosas para ti. Tú estabas empezando a enamorarte de él en el colegio.

Iba a contarle cómo era más difícil para Philip adaptarse, cómo él aún deseaba que yo fuese su novia, pero pensé que esto podría alterar a Jimmy y traer más problemas.

—No ha sido fácil —me limité a decir.

Jimmy asintió.

—Ahora tienes que esforzarte en pensar en él como tu hermano. Y yo era tu hermano, y tienes que esforzarte en olvidar que lo era —me dijo.

—No quiero olvidarlo, Jimmy.

Pareció triste y desilusionado.

—¿Quieres que yo me olvide? ¿Quieres olvidarte de mí?

Quizás él quería que lo hiciese, quizás era la única forma que él podría empezar de nuevo, pensé tristemente.

—No quiero que te sientas sucia sobre ello o que permitas que alguien te haga sentir alguna vez así —dijo con firmeza.

Asentí y me senté junto a él en la cama. Ninguno de los dos dijo nada en los primeros momentos. Esta parte vieja del hotel crujía y gemía a medida que la brisa del mar la empujaba y la agitaba, deslizándose por todas las rendijas y los huecos, y podíamos oír la música del tocadiscos en el salón de recreo, derramándose en medio de la noche y siendo arrastrada por esa misma brisa del mar.

—Le diré a los parientes que Madre y Padre han muerto. No tienen necesidad de saber todos los detalles feos y voy a tratar de empezar una vida nueva —dijo Jimmy con una mirada lejana en los ojos.

—Odio pensar que estés viviendo una vida nueva sin mí, Jimmy.

Sonrió con aquella sonrisa suave y amable que yo recordaba con tanto cariño.

—Vamos a acostarnos juntos una vez más como solíamos hacer —me dijo—. Y háblame hasta que me duerma, como hacías siempre contándome todas las cosas buenas que vamos a tener algún día. —El se movió hacia un lado para dejarme sitio.

Me dejé caer junto a él, descansando mi cabeza contra su brazo y cerrando los ojos. Por un momento, retrocedí en el tiempo y estábamos acostados juntos en uno de nuestros pobres sofás-cama de uno de nuestros estropeados apartamentos. La lluvia golpeaba el edificio en ruinas y el viento rascaba las ventanas amenazando con abrirlas.

Pero Jimmy y yo nos arrebujábamos juntos, tomando consuelo, en el calor y la cercanía de nuestros cuerpos. Cerrábamos los ojos y yo comenzaba a tejer el arco iris. Lo hice ahora.

—Van a sucedemos cosas buenas, Jimmy. Hemos pasado una tormenta de problemas, pero después de cada tormenta las nubes se separan y el sol vuelve con su calor y sus promesas.

»Te irás y encontrarás a los parientes de Madre como has planeado y te darán la bienvenida con los brazos abiertos. Conocerás tíos y tías y primos.

»Y quizá no estén en tan mala situación como siempre hemos pensado. Puede que tengan una buena finca y tú eres un trabajador fuerte y voluntarioso, Jimmy. De modo que serías una gran ayuda para ellos. Antes de que te des cuenta, la finca se habrá convertido en algo especial y la gente de los alrededores preguntará: ¿quién es el joven recién llegado que ha venido a ayudar y ha hecho mejorar tanto la finca?

»Pero tendrás que prometer escribirme y…

Me volví a él. Tenía los ojos cerrados y respiraba suavemente. Qué cansado debería estar. Debía de haber caminado kilómetros y kilómetros y estado bajo la lluvia durante muchísimo tiempo, sufriendo sólo para llegar aquí, para verme una vez más.

Me incliné y apreté los labios contra su cálida mejilla.

—Buenas noches, Jimmy —murmuré como había hecho tantas noches antes. Odiaba dejarle tan solo en un sitio extraño, pero por lo que me había contado había estado en lugares mucho más horribles.

Me detuve en el umbral y miré hacia atrás. Más bien parecía un sueño el ver a Jimmy acostado allí. Era casi un deseo hecho realidad. Me deslicé del escondite y subí las escaleras, vigilando cuidadosamente que nadie me viese. Parecía que estaba todo despejado, así es que di la vuelta al edificio. Justo cuando entré y comencé a caminar por el pasillo, vi abrirse la puerta de mi cuarto y salir a Clara Sue.

—¿Qué estás haciendo ahí? —pregunté, acercándome rápidamente.

Durante un momento pareció desconcertada y después sonrió

—La abuela me envió a abrir tu puerta —me dijo—. ¿Quién lo hizo?

—No lo sé —repuse rápidamente. Hizo una mueca.

—Si lo averiguo y se lo digo a la abuela, le despedirá.

—No sé quién lo hizo —repetí—. No debieron encerrarme ahí de todos modos.

Se encogió de hombros.

—Si no fueras una malcriada, la abuela no tendría que hacer estas cosas —dijo y se marchó. Pensé que tenía prisa en dejarme. Después de que la contemplé alejarse, entré en mi cuarto.

Me desnudé, me puse mi bata y fui al cuarto de baño. En realidad estaba muy cansada y esperaba con ilusión meterme bajo las sábanas. Pero cuando regresé y retiré la manta, descubrí lo que Clara Sue había estado haciendo en mi habitación. Fue como si me hubieran hecho tragar un vaso de agua helada. Me produjo un escalofrío doloroso en el corazón.

Allí sobre mis sábanas estaba el collar de oro con rubíes y brillantes. Clara Sue lo había sacado de la habitación de Mrs. Clairmont y lo había colocado allí, para que me culpasen. ¿Qué iba a hacer yo ahora? Si lo devolvía, era seguro que todo el mundo iba a pensar que lo había robado desde el principio y que mi abuela me había asustado para que lo devolviese. Nadie creería que Clara Sue lo había hecho.

El sonido de pasos me causó pánico. ¿Qué pasaría si había ido a decirle a Mr. Hornbeck que me había visto con el collar y volvía con mi abuela? Miré desesperadamente a mi alrededor, buscando un lugar para esconderlo y me di cuenta que esto era justamente lo que Clara Sue querría que hiciese. Harían un nuevo registro y lo encontrarían escondido y estarían convencidos de que lo había robado.

Me quedé helada, incapaz de decidir nada. Afortunadamente, el sonido de los pasos se alejó. Respiré y recogí el collar. Lo noté caliente y prohibido en mis manos. Tuve el impulso de abrir la ventana y lanzarlo fuera a la noche, pero entonces, ¿qué sucedería si alguien lo encontraba a la mañana siguiente cerca de mi ventana?

¿Debía llevárselo a mi padre? ¿A mi madre? Quizá debiera buscar a Philip y dárselo. Él ciertamente me creería cuando le dijese lo que había hecho Clara Sue, pensé. Pero el mero hecho de caminar a través del hotel llevándolo en mi poder, me asustó. Podían detenerme si Clara Sue se lo había ido a contar a alguien.

Pensé que de algún modo debía ser devuelto a Mrs. Clairmont. Quizás era para ella una joya muy querida y de gran significado, un collar con recuerdos especiales. ¿Por qué debía ella padecer los celos y la maldad de Clara Sue?

Decidí vestirme y arriesgarme a llevarlo a través del hotel. Lo deslicé en el bolsillo de mi uniforme y me apresuré a salir. No era tan tarde. Los huéspedes estaban disfrutando de los jardines, jugando a cartas, haciéndose visitas en el vestíbulo. Algunos estaban oyendo un cuarteto de cuerda en la sala de música. Había una buena posibilidad de que Mrs. Clairmont no estuviese en su habitación, pensé. Fui directamente a la lencería y saqué la llave maestra de la sección en que trabajábamos Sissy y yo. Después me apresuré por el pasillo.

Mi corazón me golpeaba tan fuerte, que estaba segura que me desmayaría después de entrar en la habitación de Mrs. Clairmont. Me los imaginé encontrándome tendida en el suelo con el collar en las manos. Me limpié el sudor de la frente y caminé rápidamente hacia su puerta.

Afortunadamente, no había nadie por allí. Si ella estaba dentro, pensé que haría ver que había llamado en una puerta equivocada. Nadie contestó, de manera que deslicé la llave maestra en la cerradura y la giré. El sonido de la llave al abrir nunca me pareció tan fuerte. En mi mente, pensé que se había oído por todo el hotel y estaba segura de que traería corriendo a mucha gente.

Esperé, escuchando. Estaba silencioso y oscuro dentro. No quería correr más riesgos de los necesarios, de manera que simplemente me incliné y tiré el collar sobre la cómoda. Lo oí caer y cerré la puerta con llave. Los dedos me temblaban tan espantosamente, que lo tuve que intentar dos veces.

Justo cuando me giré y empecé a andar por el corredor, escuché voces. Aterrorizada de haber sido descubierta en ese piso, me di la vuelta y me dirigí en dirección opuesta, sin mirar atrás para ver quién era. Me apresuré, pero este camino me llevó al vestíbulo del hotel.

Mi padre me tuvo que decir «Eugenia» tres veces, antes de que me diera cuenta de que me llamaba. Me detuve a medio camino en el vestíbulo y al volverme le vi haciéndome señas para que fuese. ¿Clara Sue habría explicado que me había visto con el collar? Me aproximé a él lentamente.

—Me dirigía a verte —dijo—. Quería estar seguro de que Clara Sue había ido directamente a tu habitación con la llave y te había abierto la puerta.

—Había una llave en la cerradura —dije con intención.

—¿La había? No la vi. Bien —comentó sonriendo rápidamente—. Al menos ha pasado lo desagradable. Estarás contenta de saber que a tu abuela le gusta nuestro pequeño arreglo —añadió sonriendo. Y entonces metió la mano en el bolsillo y sacó mi odiosa placa. La miré.

No me había parecido tan grande cuando me la había mostrado mi abuela por primera vez. No me hubiera sorprendido que la hubiera mandado hacer de nuevo para que fuese de mayor tamaño. Sería su forma de demostrarme que siempre hacía lo que quería y que si le plantaba cara, sólo sufriría más por ello.

La tomé lentamente de la palma de su mano. La sentía como si fuese un cubito de hielo en la mía.

—¿Quieres que te la prenda? —me preguntó cuando vio que dudaba.

—No, gracias. Puedo hacerlo sola. —Lo hice de prisa.

—Y eso es todo —comentó satisfecho—. Bien, tengo que volver al trabajo. Te veré mañana. Que duermas bien —me dijo y me dejó como si me hubiesen marcado como a una res.

Pero no me molestó tanto como lo hubiese hecho corrientemente. Sólo saber que Jimmy estaba cerca me confortaba. Por la mañana, inmediatamente después de que hubiese hecho el trabajo, iría a verle y charlaríamos y pasaríamos juntos la mayor parte del día. Naturalmente, tendría que mostrarme por el hotel de vez en cuando para que nadie viniese a buscarme.

Fue la primera noche desde que llegué a Cutler’s Cove que dormí tranquilamente y esperando ansiosa la familiar salida del sol.

A la mañana siguiente, la abuela Cutler hizo una aparición en la cocina, mientras el personal estaba desayunando. Saludó a todo el mundo, mientras cruzaba la habitación para venir a la mesa donde yo estaba. Cuando llegó, se detuvo para asegurarse de que yo llevaba su preciosa placa. Cuando la vio prendida en mi uniforme, se irguió y sus ojos brillaron de satisfacción.

No me atreví a parecer insolente o disgustada. Si me encerraba de nuevo en mi habitación, no podría ver a Jimmy, y si me escapaba en contra de sus deseos podía ser la causa de que le descubriesen. Me fui con Sissy e hicimos nuestras obligaciones. Trabajé tanto y tan de prisa, que hasta Sissy lo comentó. Al salir de mi última habitación, me encontré a la abuela Cutler esperando. Oh, no, pensé. Me va a dar otro encargo y no podré ir a donde está Jimmy. Aguanté la respiración.

—Aparentemente, el collar de Mrs. Clairmont ha aparecido milagrosamente —dijo con sus ojos metálicos clavados en mí.

—Nunca lo cogí —contesté firmemente.

—Espero que nunca vuelva a desaparecer nada de aquí —replicó y continuó por el pasillo, taconeando.

No regresé a mi habitación para cambiarme de uniforme. Teniendo mucho cuidado, salí por la parte trasera del hotel y me deslicé al escondite de Philip.

Era un cálido día de verano tan brillante, que deseé poder sacar a Jimmy de la oscura habitación del sótano y caminar con él por los jardines, con sus flores de los colores del arco iris y las relucientes fuentes. La noche anterior me había parecido tan pálido y cansado. Necesitaba estar bajo la caliente luz del sol. El sol sobre la cara siempre me había alegrado, por muy duro y triste que fuese el día.

Justo cuando llegaba a la escalera de cemento, vi a algunos huéspedes charlando allí cerca, de manera que esperé a que se alejasen antes de descender. Cuando abrí la puerta y entré, encontré a Jimmy bien descansado y esperándome ansiosamente. Estaba sentado en la cama e irradiaba una amplia y feliz sonrisa.

—Philip ya estuvo aquí con el desayuno y me dio veinte dólares para mi viaje a Georgia —me dijo. Se echó hacia atrás riéndose.

—¿Qué?

—Estás graciosa con ese uniforme y el pañuelo. Tu placa parece una medalla que te haya dado tu abuela.

—Me alegro de que te guste —le dije—. Yo lo odio —añadí y me solté el pelo sacudiéndomelo tan pronto como me quité el pañuelo—. ¿Has dormido bien?

—Ni siquiera me acuerdo de cuándo te fuiste, y cuando me desperté esta mañana, me olvidé de dónde estaba por un momento. Entonces me volví a dormir. ¿Por qué te escapaste?

—Te dormiste bastante rápido, de manera que decidí dejarte descansar.

—No me desperté otra vez esta mañana hasta que Philip vino. Ya ves lo cansado que estaba. Había estado viajando durante veinticuatro horas seguidas durante dos días. Dormía en la cuneta del camino un par de horas cada noche —reconoció.

—Oh, Jimmy. Podías haberte hecho daño.

—No me importaba —dijo—. Estaba decidido a llegar aquí. Así que, ¿qué hace una camarera? Háblame sobre este hotel. No vi mucho anoche. ¿Es un sitio agradable?

Le describí mi trabajo y cómo era el hotel. Pasé a contarle sobre el personal, especialmente sobre Mrs. Boston y Sissy, pero él estaba interesado principalmente en mi madre y mi padre.

—¿Exactamente qué es lo que le pasa?

—No lo sé seguro, Jimmy. No tiene aspecto de estar enferma. La mayor parte del tiempo parece tan bella, aun cuando está en la cama con sus dolores de cabeza. Mi padre la trata como si fuese una frágil muñequita.

—¿Así que es tu abuela la que verdaderamente dirige el hotel?

—Sí. Todo el mundo le tiene miedo y hasta temen hablar mal de ella entre ellos. Mrs. Boston dice que es dura pero justa. Pienso que conmigo no ha sido muy justa —comenté tristemente.

Le conté sobre la lápida. Me escuchó con los ojos asombrados cuando le expliqué lo que sabía sobre mi simbólico funeral.

—¿Pero cómo sabes que la lápida sigue ahí? —preguntó.

—Lo estaba cuando llegué. Nadie me ha dicho otra cosa.

—No lo harían. Simplemente la quitarían, estoy seguro. Se sentó en la cama, apoyando los hombros contra la pared y pareció pensativo.

—Hizo falta mucha sangre fría para que Padre robase un bebé bajo los ojos de su niñera —comentó.

—Eso es lo que yo pensé —le dije contenta de que a él también le fuese difícil creerlo.

—Naturalmente que él podía haber estado bebiendo…

—Entonces no hubiese tenido tanto cuidado y seguro que lo hubiesen oído.

Jimmy asintió.

—¿Tú tampoco crees que fuera capaz de hacer una cosa así, Jimmy? No en lo profundo de tu corazón.

—Lo confesó. Lo cogieron convicto y confeso. Y tampoco trató de negárnoslo. —Bajó los ojos tristemente—. Supongo que me debo poner en camino.

Mi corazón se detuvo, mis pensamientos se lanzaron en un vuelo desesperado queriendo ir con Jimmy y escapar de esta prisión. Me sentía atrapada y necesitaba buscar el viento, para que abanicase mi pelo y me acariciase la piel y me hiciese sentir viva y libre nuevamente.

—Pero Jimmy, ibas a quedarte unos cuantos días y descansar.

—Me cogerán aquí y crearé problemas para ti y para Philip.

—¡No! ¡No crearás problemas! —exclamé—. No quiero que te vayas todavía, Jimmy. Por favor, quédate. —Levantó sus ojos para mirar los míos. En ambos estaba creciendo un caos de emociones turbulentas.

—Algunas veces —dijo Jimmy con la voz más cálida y suave que le había oído nunca—, solía desear que no fueses mi hermana.

—¿Por qué? —pregunté conteniendo la respiración.

—Yo… Pensaba que eras tan bonita que deseaba que pudieses ser mi novia —confesó—. Tú siempre me ibas detrás para que eligiese ésta o aquella amiga tuya, para que fuese mi novia, pero yo no quería a nadie más que a ti. —Miró hacia otro lado—. Por eso estaba tan celoso y molesto cuando empezaste a interesarte por Philip.

Por un momento no supe qué decir. Mi primer impulso fue rodearlo con mis brazos y depositar en su rostro un millón de besos. Deseaba apoyar su cabeza contra mi pecho y acariciarla ahí.

—Oh, Jimmy —le dije con los ojos llenándose de lágrimas abundantemente otra vez—. No es justo. Todo este enredo. No está bien.

—Lo sé —me dijo—. Pero cuando supe que no eras realmente mi hermana, no pude evitar sentirme feliz a la vez que triste. Por supuesto que me disgustaba que nos separasen, pero esperaba… Ah, no debería tener esperanzas —añadió rápidamente y miró hacia otro lado otra vez.

—No, Jimmy. Puedes tener esperanzas. ¿Qué es lo que esperabas? Dímelo, por favor. —Miró hacia abajo, con la cara sonrojada—. No me reiré.

—Sé que no te reirás, Dawn. Nunca te reirías de mí. No puedo evitar sentirme avergonzado al pensarlo, mucho más al decirlo.

—Dilo, Jimmy. Quiero que lo digas —repliqué en un tono mucho más exigente. Se volvió y me miró, y su mirada recorrió mi cara como si quisiese retenerme en su mente para siempre.

—Esperaba que si me escapaba y permanecía lejos el tiempo suficiente, dejarías de pensar en mí como un hermano y algún día regresaría y me considerarías como un… un novio.

Por un momento fue como si el mundo se hubiese detenido sobre su eje, como si todo el sonido del universo se hubiese apagado, como si los pájaros hubiesen quedado inmóviles en el aire y los coches y la gente también. No había aire, el océano parecía de cristal, las olas subían y bajaban, la marea se había detenido justo en la playa. Todo aguardaba por nosotros.

Jimmy había dicho las palabras que habían permanecido silentes en nuestros corazones durante años y años, porque nuestros corazones supieron la verdad mucho antes que nosotros y seguían alimentando sentimientos que creíamos eran sucios y prohibidos.

¿Podría hacer lo que él había soñado que haría, mirarle a la cara y no verle como a mi hermano, no considerar a contacto, cada beso como un pecado?

—Ahora puedes ver por qué tengo que irme —me dijo severamente y se levantó.

—No, Jimmy. —Extendí la mano cogiéndole por la muñeca—. No sé si alguna vez podré hacer lo que tú esperas, pero no lo vamos a averiguar si estamos separados. Siempre vamos a estar preguntándonos y preguntándonos, hasta que el preguntarnos sea demasiado y dejemos de querernos.

Él negó con la cabeza.

—Nunca dejaré de quererte, Dawn —dijo con tanta firmeza que se llevó cualquier resto de duda—. Por muy lejos que esté o por mucho tiempo que pase. Nunca.

—No huyas, Jimmy —le supliqué—. Me aferré a su muñeca y su cuerpo finalmente se relajó. De nuevo se dejó caer sobre la cama y nos sentamos allí el uno junto al otro sin hablar, yo asiendo su muñeca, él mirando hacia delante, con el pecho moviéndosele rítmicamente por su propia excitación.

—El corazón me está latiendo tan fuerte —murmuré y apoyé mi frente sobre su hombro. Ahora cada vez que nos tocábamos, sentía una estela de calor pasar por mi cuerpo. Me sentía febril.

—El mío también —contestó. Puse mi mano sobre su pecho e hice presión sobre su corazón para sentir los latidos y entonces levanté su mano y la traje a mi pecho para que él pudiese sentir el mío.

En el momento en que sus dedos apretaron mi pecho, cerró los ojos fuertemente, como alguien que tiene un dolor.

—Jimmy —dije suavemente—, no sé si alguna vez podría ser tu novia, pero no quiero estar siempre preguntándomelo.

Lentamente, él giró su cara hacia la mía. Nuestros labios estaban separados por unos centímetros. Fui yo la que primero se movió hacia él pero entonces se adelantó hacia mí y nos besamos en los labios por primera vez como podrían besarse cualquier chico y chica. Todos nuestros años como hermano y hermana cayeron como una lluvia alrededor nuestro, amenazando ahogarnos en una culpabilidad oscura y sombría pero seguimos abrazados el uno al otro.

Cuando nos separamos, él se quedó mirándome con una cara esculpida en seriedad, sin una arruga, sus ojos oscuros buscando en los míos alguna señal. Yo sonreí y su cuerpo se relajó.

—No nos han presentado como es debido —dije.

—¿Eh?

—Soy Dawn Cutler. ¿Cómo te llamas? —Él movió la cabeza—. ¿Jimmy qué?

—Muy chistoso.

—No es chistoso, Jimmy —repliqué—. Nos estamos conociendo por primera vez en cierto modo. ¿No es así? Quizá si hiciéramos ver…

—Tú siempre quieres hacer ver. —Movió la cabeza nuevamente.

—Pruébalo, Jimmy. Pruébalo una vez. Por mí. Por favor.

Él suspiró.

—De acuerdo. Soy James Longchamp de los conocidos Longchamp sureños, pero puedes llamarme Jimmy.

Solté una risita.

—¿Lo ves? No fue tan difícil de hacer. —Me acosté en mi lado y le miré. Su sonrisa se amplió extendiéndose por su rostro e iluminando sus ojos.

—Estás loca, pero eres tan especial —dijo, pasando sus dedos por mi brazo. Me tocó el cuello y cerré los ojos. Le sentí inclinarse y después sentí sus labios sobre mi mejilla y un momento más tarde sobre los míos.

Sus manos se movieron sobre mis pechos. Gemí y levanté los brazos para traerlo sobre mí. Todo el tiempo mientras nos besábamos y acariciábamos, seguí ahogando la voz que trataba de gritarme que éste era Jimmy, mi hermano, Jimmy. Si él tenía pensamientos parecidos respecto a mí, también fueron aplastados, mantenidos bajo el agua por la creciente pasión y la excitación al tocarse nuestros cuerpos, mientras nuestras manos y brazos nos sujetaban apretadamente el uno contra el otro.

Estaba nuevamente en ese carrusel de emociones, sólo que estaba girando más de prisa que nunca y me estaba mareando tanto que creí que iba a desmayarme. Ni siquiera me di cuenta de que él había desabrochado mi uniforme y sus dedos habían viajado bajo mi sujetador hasta que sentí las puntas de sus dedos deslizándose sobre mis endurecidos pezones. Quería que se detuviese y quería que continuase.

Abrí los ojos y le miré a la cara. Tenía los ojos cerrados, parecía perdido en un sueño. Un quejido ahogado se escapó de sus labios, era más bien un gemido. Mientras la falda de mi uniforme subía por mis muslos, él se deslizó entre mis piernas y sentí su parte masculina endurecerse contra mí. El pánico subió a mi pecho.

—¡Jimmy!

Se detuvo y abrió los ojos. De repente se llenaron de sobresalto al darse cuenta de lo que había hecho y de lo que estaba haciendo. Se retiró rápidamente y se volvió a otro lado. Mi corazón estaba martilleando contra mi pecho, haciéndome difícil respirar. Tan pronto como lo conseguí, puse mi mano en su espalda.

Pero él se alejó, como si mi mano estuviese ardiendo, manteniéndose de espaldas a mí.

—Está bien, Jimmy —dije suavemente. Movió la cabeza.

—Lo siento.

—Está bien. Es que me asusté. No es por lo que éramos el uno para el otro. Me hubiera asustado fueras quien fueras.

Se volvió y me miró escéptico.

—De verdad —le dije.

—Pero no puedes dejar de pensar en mí como tu hermano, ¿verdad? —preguntó. Sus ojos se oscurecieron al anticipar la desilusión, creando arrugas en su frente.

—No lo sé, Jimmy —le dije honradamente. Parecía como si fuese a llorar—. No es algo que pueda hacerse de prisa, pero… Me gustaría probarlo —añadí. Eso le agradó y le devolvió la sonrisa—. ¿Te quedarás un poco más de tiempo?

—Bueno —contestó—. Tengo algunas citas importantes con mis socios en Atlanta, pero supongo que puedo arreglármelas para unos cuantos días más…

—Ves —dije rápidamente—, el hacer ver tampoco es difícil para ti.

Se rió y se acostó nuevamente a mi lado.

—Es el efecto que me produces, Dawn. Siempre has alejado de mis ojos la oscuridad y la tristeza. —Trazó mis labios con su índice y volvió a ponerse serio—. Si solamente pudiese salir algo bueno de todo esto…

—Saldrá algo bueno, Jimmy. Ya lo verás —le prometí. Él asintió.

—No me importa quiénes son tus verdaderos padres, ni lo que diga tu abuela. Dawn tiene que ser tu nombre. Traes el sol a los lugares más oscuros.

Ambos cerramos los ojos y comenzamos a acercar nuestros labios de nuevo, cuando repentinamente la puerta del escondite se abrió de golpe y nos giramos para contemplar a Clara Sue en la puerta, con las manos en las caderas, y una alegre sonrisa de satisfacción sobre sus labios torcidos.

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