Aurora

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14. Violaciones

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VIOLACIONES

—¡Qué sorpresa tan agradable! —ronroneó Clara Sue, entrando en la habitación como quien da un paseo—. Vine esperando encontrarte con Philip, pero en lugar de eso me encuentro con tu… —Se quedó observándonos un momento y después sonrió—. ¿Cómo debemos de llamarle? ¿Hermano? ¿Novio? —Se echó a reír—. ¿Quizá las dos cosas?

—¡Cállate! —respondió Jimmy instantáneamente mientras se le agolpaba la sangre en la cara.

—Clara Sue, por favor —supliqué—. Jimmy ha tenido que huir de un terrible padre adoptivo. Ha pasado una temporada horrorosa y ahora está camino de Georgia para irse a vivir con sus parientes.

Lanzó su mirada sobre mí y dejó florecer el odio en sus ojos. Después apoyó las manos en las caderas.

—La abuela me envió a buscarte —dijo—. Algunos críos se pelearon tirándose la comida en la cafetería y hacen falta todas las camareras para ayudar a limpiar. —Miró otra vez a Jimmy mientras una sonrisa maliciosa torcía de nuevo sus labios—. ¿Cuánto tiempo piensas seguir teniéndolo aquí escondido? La abuela se pondría furiosa si lo supiese —dijo en un tono en el que había una clara nota de amenaza.

—Ya me voy —contestó Jimmy—. No tienes que preocuparte.

—No soy yo la que tiene que preocuparse —se burló.

—Jimmy, no te vayas todavía —dije suplicándole con los ojos que no se fuese.

—Está bien —dijo de repente Clara Sue en un tono de voz mucho más suave y amable—. Puede quedarse. No se lo diré a nadie. Podría ser divertido.

—No tiene nada de divertido —contestó Jimmy—. No quiero que los demás tengan problemas por mi culpa.

—¿Sabe Philip todo esto? —preguntó Clara Sue.

—Él fue el que lo trajo aquí —contesté logrando que la burla de su rostro se cambiase por una mirada de indignación. Sus manos volaron a sus caderas.

—Nadie me cuenta nada —se lamentó—. Llegas tú y todo el mundo se olvida de que formo parte de la familia. Más vale que entres antes de que la abuela mande otra persona a buscarte a ti también —me advirtió, volviendo a poner los ojos duros y fríos.

—Jimmy, ¿verdad que no te irás? —pregunté. El miró a Clara Sue y negó con la cabeza.

—Esperaré —dijo—. Siempre que ella prometa no decirlo y meterte en un lío.

Miré implorante a Clara Sue. Deseaba destrozarla por tratar de crearme problemas con el asunto del collar, pero tenía que mantener la lengua pegada al paladar. Para proteger a Jimmy yo tenía que permanecer bajo su bota.

—He dicho que no lo diría, ¿no es así?

—Gracias, Clara Sue. —Me volví de nuevo a Jimmy—. Volveré tan pronto como pueda —prometí y me dirigí a la salida. Clara Sue se demoró detrás de mí mirando a Jimmy. Él la ignoró y regresó a su cama.

—Caramba, cuánto le gustaría a Louise Williams saber que está aquí. Vendría inmediatamente. —Se echó a reír pero Jimmy ni siquiera la miró ni dijo nada, así que ella dio media vuelta y me siguió.

—Por favor, ayúdanos, Clara Sue —supliqué mientras subíamos la escalera de cemento—. Jimmy ha pasado una temporada terrible viviendo con un hombre cruel. Tuvo que hacer autostop y paso días sin comer. Necesita descansar.

No dijo nada por el momento y después sonrió.

—Qué suerte que Mrs. Clairmont encontrara su collar —me dijo.

—Sí, qué suerte. —La falta de afecto entre nosotras quedaba demostrada en el odio con que nos mirábamos.

—Está bien, te ayudaré —me dijo frunciendo los ojos—. Siempre que tu me ayudes a mí.

—¿En qué puedo ayudarte? —pregunté sorprendida. Papá y mamá le compraban todo lo que quería. Vivía arriba en una suite cálida y confortable y tenía un empleo agradable en el hotel y podía ir bien vestida y estar bonita y limpia todo el día.

—Lo veré. Más vale que te des prisa en llegar a la cafetería antes de que la abuela me culpe por no encontrarte y quiera saber por qué me he demorado.

Obedientemente me dirigí hacia el frente del edificio sintiéndome como una marioneta cuyos hilos estaban en los odiosos dedos de Clara Sue.

—¡Espera! —exclamó—. Sé algo que puedes hacer por mí inmediatamente.

Me giré con miedo.

—¿Qué?

—La abuela está disgustada por la forma en que tengo la habitación. Cree que le doy demasiado trabajo a Mrs. Boston y piensa que soy desorganizada y desordenada. No sé por qué se preocupa tanto por Mrs. Boston. Es parte del servicio —dijo sacudiendo la cabeza—. De cualquier forma, cuando termines en la cafetería, ve a mi habitación y arréglala. Yo iré más tarde para ver cómo lo has hecho.

»¡Y no te lleves nada! —añadió sonriendo—. Ningún collar.

Giró sobre sus talones, como si fuera mi sargento instructor y se fue en dirección opuesta. Sentí que el calor me subía por el cuello. ¿Cómo podía pensar que iba a convertirme en su doncella personal? Tuve ganas de correr tras ella y tirarle del pelo, pero miré hacia el escondite y pensé en el pobre Jimmy. Todo lo que iba a conseguir era crear una conmoción y hacer que Jimmy tuviera que irse. Frustrada y furiosa, me fui a ayudar a los otros a limpiar la cafetería.

Clara Sue no había exagerado. Estaba hecha una porquería con ketchup y patatas fritas, leche y mostaza, helado y batido salpicados por las paredes y las mesas. Yo había visto una pelea con comida en la cafetería de uno de los colegios a los que Jimmy y yo habíamos ido, pero no pareció quedar tan sucio como esto. Por supuesto, no tuve que limpiar toda la suciedad de la del colegio, pero ahora sentí pena por el personal que trabajaba allí.

—Son algunos de esos niños ricos malcriados que vienen aquí —murmuró Sissy tan pronto como llegué y empecé a limpiar una de las mesas. Había trozos de comida por todas partes. Tenía que pasar por encima de charcos de leche y de ketchup en el suelo—. Creyeron que había sido muy gracioso, incluso cuando todo terminó y quedó ésta porquería. Atravesaron el hotel riéndose. Mrs. Cutler estaba tan enfadada que era para atarla. Dice que los nuevos miembros de las familias no son lo que eran los antiguos miembros. Los antiguos tenían más clase y no permitían que sus hijos se comportaran así. Eso es lo que nos dijo.

La abuela apareció en la puerta poco después y nos observó trabajar. Cuando terminamos, ella y Mr. Stanley, inspeccionaron el lugar, para asegurarse de que había sido arreglado como era debido. Pensé en ir a hacer la habitación de Clara Sue inmediatamente, pero Mr. Stanley nos dijo a Sissy y a mí que fuéramos a la lavandería para ayudar a lavar y secar las mantelerías. Eso nos llevó más de dos horas. Trabajé todo lo que pude y tan rápido como pude, dándome cuenta de que Jimmy estaba solo, encerrado en el escondite, esperando mi retorno. Tenía miedo de que se marchara antes de que yo llegara.

Tan pronto como terminamos en la lavandería, intenté salir para verle, pero Clara Sue me pescó yendo hacia el pasillo en dirección a la salida. Me estaba buscando.

—Tienes que ir a arreglar mi cuarto —me pidió urgentemente—. La abuela va a subir más tarde para ver cómo lo he arreglado.

—Bien, ¿por qué no lo arreglas tú?

—Tengo que jugar con los niños de unos huéspedes importantes. Además, tú limpias mejor. Hazlo. A no ser que quieras que no os ayude a Jimmy y a ti —indicó sonriendo.

—¡Jimmy necesita almorzar algo! —exclamé—. No voy a dejarlo todo el día sin comer.

—No te preocupes. Me encargaré de llevarle algo —dijo.

—Debes de tener cuidado de que no te vea nadie llevándole comida —la avisé.

—Creo que tengo más cuidado del que tú tienes, Eugenia —comentó y se marchó riéndose.

La abuela Cutler tenía razón en una cosa: Clara Sue era una desordenada. Su ropa estaba tirada por todos lados, las braguitas y los sujetadores encima de las sillas, los zapatos debajo de la cama y delante del armario en lugar de estar dentro de éste, faldas y blusas por el suelo, blusas colgadas en la cabecera de la cama y en la parte de atrás del tocador. ¡Y el tocador! El maquillaje y las cremas estaban sin tapar. Había manchas de cremas y de polvos sobre la mesa. Incluso el espejo estaba manchado.

No había hecho su cama y la tenía cubierta por revistas de modas y de artistas de cine. Encontré un pendiente bajo la colcha y busqué en vano por todos sitios para encontrar su pareja. Todas sus joyas estaban desparramadas, algunas sobre la mesa, otras en el tocador y aun otras sobre la cómoda.

Todos los cajones de la cómoda estaban abiertos y de algunos sobresalían braguitas y medias. Cuando empecé a introducir cosas en los cajones, vi que estaba todo mezclado, las medias con braguitas, las camisetas con las medias. Moví la cabeza. Había mucho que hacer. No era extraño que la abuela Cutler estuviera furiosa.

¡Y cuando abrí la puerta del armario! La ropa no había sido colgada apropiadamente, de forma que las faldas y los pantalones, las blusas y las chaquetas estaban colgadas a medias en las perchas. Alguna ropa se había caído al suelo y se apilaba en montones. Clara Sue no tenía el menor aprecio por sus cosas, pensé. Todo lo había obtenido muy fácilmente.

Me pasé más de dos horas ordenando su habitación pero cuando terminé estaba limpia, ordenada, sin una mancha. Estaba agotada, pero salí rápidamente y di la vuelta a la parte de atrás del hotel para ver a Jimmy.

Sin embargo, cuando entré en el escondite, no estaba allí. La puerta del cuarto de baño estaba abierta, de manera que pude ver que no se encontraba allí. Se había aburrido de esperarme, pensé dolorosamente, y se había escapado de nuevo. Me derrumbé sobre la cama. Jimmy se había ido, quizá no le vería nunca más, ni sabría nada más de él. No pude evitar que me brotaran las lágrimas. Todas mis frustraciones, cansancio e infelicidad conspiraron contra mí. Lloré histéricamente, mis hombros se levantaban, me dolía el pecho. La habitación húmeda y oscura se cerró sobre mí mientras gemía. Toda nuestra vida habíamos estado atrapados en sitios pequeños y desvencijados. No culpaba a Jimmy de haberse escapado de éste. Tomé la resolución de no volver por aquí.

Finalmente, exhausta de llorar, me levanté y me limpié las mejillas manchadas por las lágrimas con el dorso de las manos, que estaban sucias y polvorientas de toda la limpieza que había llevado a cabo. Con la cabeza inclinada me dirigí a la puerta, pero justo antes de llegar a ella, Jimmy entró.

—¡Jimmy! ¿Dónde estabas? ¡Pensé que te habías ido a Georgia sin despedirte!

—Dawn, deberías saber que no te haría eso.

—Bien, ¿dónde estabas? Te podían haber visto y… —Había una mirada extraña en sus ojos—. ¿Qué te pasó?

—Estaba huyendo en realidad —dijo bajando la cabeza con aspecto avergonzado—. Estaba huyendo de Clara Sue.

—¿Qué? —Le seguí a la cama—. ¿Qué hizo? ¿Qué ocurrió?

—Bajó con un poco de almuerzo para mí y se quedó mientras comía, hablando de tonterías sobre Louise y las otras chicas y haciendo un montón de preguntas desagradables sobre ti y sobre mí y sobre cómo vivíamos juntos. Me iba enfadando cada vez más y más, pero me controlé porque no quería que te causara más problemas.

—Entonces… —Desvió los ojos y se sentó.

—Entonces, ¿qué? —pregunté sentándome a su lado.

—Se puso insinuante.

—¿Qué quieres decir, Jimmy? —El corazón se me aceleró.

—Quería que… la besara y todo eso. Finalmente le dije que tenía que salir un poco y me escapé. Me escondí junto al campo de béisbol hasta que estuve seguro de que se había ido y entonces volví furtivamente. No te preocupes. Nadie me vio ni me prestó ninguna atención.

—Oh, Jimmy.

—No pasó nada —dijo—, pero creo que debo irme antes de que ella haga que las cosas empeoren.

Miré hacia abajo, pues las lágrimas se me volvían a formar.

—Eh —me dijo, alcanzándome la barbilla y levantándomela—. No recuerdo haberte visto nunca tan triste.

—No lo puedo evitar, Jimmy. Después de que te vayas, me voy a sentir fatal. Cuando llegué aquí, al principio creí que te habías ido…

—Ya veo. —Se echó a reír, se levantó y fue al cuarto de baño. Dejó correr el agua sobre una pequeña toalla y volvió para lavarme las mejillas. Le sonreí y él se inclinó hacia delante para plantar un suave beso en mis labios—. Está bien —dijo—. Me quedaré una noche más y me iré en algún momento mañana.

—Me alegro, Jimmy. Me escaparé y cenaré contigo —exclamé excitadamente— y después bajaré y… pasaré la noche contigo. Nadie lo sabrá —añadí rápidamente cuando adquirió un aspecto preocupado.

Él asintió.

—Ten cuidado. Siento como si te estuviera causando grandes problemas y ya has tenido más de tu ración gracias a la familia Longchamp.

—No vuelvas a decir eso, Jimmy. Ya sé que se supone que debo estar más feliz aquí, porque soy una Cutler y a mi familia le va bien, pero no voy a dejar de quereros, ni ahora ni nunca, a ti y a Fern. Nunca. No me importa. Nunca dejaré de hacerlo —insistí.

—De acuerdo —contestó—. Nunca dejes de hacerlo.

—Voy a lavarme y a cambiarme y a que me vean por el hotel, para que nadie sospeche nada —dije—. Comeré con el personal, pero no en exceso. Guardaré el apetito para comer contigo. —Me puse de pie y le miré—. ¿Estarás bien?

—¿Yo? Seguro. Aquí se carga la atmósfera, pero dejaré la puerta abierta parcialmente. Y después, cuando esté bien oscuro, puede que me llegue hasta esa gran piscina y que nade un poco.

—Nadaré contigo —le dije. Me dirigí hacia la puerta y apenas había llegado regresé—. Me alegro mucho que hayas venido, Jimmy, mucho.

Él irradió hacia mí su más amplia y radiante sonrisa, que hizo desaparecer toda la frustración y la fatiga que estaba sufriendo por tenerlo allí. Entonces me apresuré a salir y me marché animada con la promesa de pasar una vez más una noche con Jimmy. Oí a mi abuela y a Mrs. Boston hablando en el pasillo. Acababan de venir de arriba donde habían estado inspeccionando la habitación de Clara Sue. Permanecí al otro lado de la puerta hasta que vi pasar a mi abuela, con su cara tan firme que parecía una talla. Qué derecha se mantenía, pensé, su postura tan perfecta cuando caminaba. Comunicaba tanta autoridad y seguridad en sí misma que yo estaba segura que ni una mosca se atrevería a cruzarse en su camino.

Tan pronto como hubo pasado volví a entrar y comencé a caminar por el corredor pero al pasar por el cuarto de estar, Mrs. Boston asomó la cabeza y me llamó.

—Ahora vas a decirme la verdad —me dijo al acercarme. Levantó la mirada hacia las suites de la familia que estaban arriba—. ¿Verdad que fuiste tú la que limpió y arregló la habitación de Miss Clara Sue?

Dudé. ¿Iba a meterme ahora en más líos?

—Jamás hizo nada tan bien esa niña. —Mrs. Boston cruzó los brazos bajo su pecho y me miró con sospecha—. Vamos a ver. ¿Qué te dio o que te prometió para conseguir que hicieras eso?

—Nada. Lo hice como un favor —dije pero retiré la mirada demasiado pronto. Nunca había sabido mentir bien y odiaba intentarlo.

—Cualquier cosa que sea lo que te prometió no debiste de haberlo hecho. Siempre está tratando de conseguir que alguien haga las cosas por ella. Mrs. Cutler está tratando de que sea más responsable. Por eso le ordenó que arreglase su habitación antes de la comida.

Me dijo que la abuela Cutler estaba furiosa porque estaba dejando demasiadas cosas para que las hiciese usted.

—Bueno, Dios sabe que eso también es verdad. Esa chica ensucia bastante como para necesitar dos personas como yo. Siempre lo ha hecho desde el día en que nació —me dijo. Esto me hizo pensar.

—Mrs. Boston, usted estaba aquí cuando me robaron, ¿no es verdad? —le pregunté rápidamente.

Frunció los ojos y vi un ligero temblor en los labios.

—Sí.

—¿Conoció usted a la mujer que me cuidó durante ese corto tiempo… la enfermera Dalton?

—La conocí antes y después. Todavía vive pero ahora es ella la que necesita una enfermera.

—¿Por qué?

—Es una inválida que sufre de diabetes. Vive con su hija justo en las afueras de Cutler’s Cove. —Hizo una pausa y me miró con desconfianza—. ¿Por qué me haces estas preguntas? No hay motivo para recordar los malos tiempos.

—Pero, ¿cómo pudo mi padre… quiero decir Ormand Longchamp, robarme bajo las narices de mi niñera? ¿Recuerda usted los detalles? —insistí.

—No recuerdo ningún detalle y además no me gusta sacar a relucir los malos tiempos. Sucedió y ahora está pasado y terminado. Ahora tengo que ponerme en marcha y terminar mi trabajo. —Se dirigió hacia fuera.

Intrigada por su reacción a mis preguntas permanecí contemplándola mientras se alejaba.

¿Cómo podía haber olvidado los detalles de mi secuestro? Si había conocido a la enfermera Dalton y aún la trataba, ella tenía que saber con seguridad cómo había ocurrido todo. ¿Por qué se ponía tan nerviosa cuando yo hacía preguntas?, me asombré.

Me hacía perseguir las respuestas con mayor decisión.

Me apresuré a quitarme el uniforme sucio y lavarme. Quería tomar una larga ducha caliente y lavarme el pelo para que estuviera fresco y limpio para Jimmy. Escogí uno de los conjuntos más bonitos heredados de Clara Sue y me cepillé el pelo hasta que brillara como antes de que todo esto hubiera ocurrido. Ésta podía ser la última noche que Jimmy, y yo pasásemos juntos en años, pensé. Lo que quería era devolverle recuerdos más felices, ayudarle a recordar los tiempos en que éramos menos tristes y estábamos llenos de esperanza. Necesitaba revivir los recuerdos, tanto por él como por mí misma.

Tan pronto como llegué a mi habitación, me quité el uniforme y lo tiré en un rincón. Me saqué la ropa interior, los zapatos y las medias. Entonces me envolví el cuerpo con una toalla y fui al pequeño baño. El agua caliente siempre tardaba unos cuantos minutos en salir, de manera que la abrí y esperé, cuando de repente la puerta del cuarto de baño se abrió de golpe detrás mío.

Me sobresalté y rápidamente tomé la toalla para envolverme otra vez. Philip, sonriendo coquetonamente, con los ojos grandes y brillantes, entró y cerró la puerta.

—Philip, ¿qué estás haciendo? ¡Me estoy duchando! —grité.

—¿Y qué? Adelante. No me importa. —Cruzó los brazos sobre el pecho y se apoyó contra la puerta provocativamente.

—Sal de aquí, Philip, antes de que alguien pase por aquí y te oiga aquí dentro.

—Nadie va a venir —dijo con calma—. La abuela está ocupada con los huéspedes. Papá está en su despacho, Clara Sue está con sus amigas y mamá… Mamá está debatiendo consigo misma si está lo bastante bien o no para ir al comedor esta noche. Estamos tranquilos —dijo sonriendo de nuevo.

—No estamos tranquilos. No te quiero aquí. Por favor… Vete —supliqué.

Continuó mirándome y, sus ojos me recorrieron de pies a cabeza con placer. Apreté la toalla alrededor de mi cuerpo, pero era demasiado pequeña para cubrirme adecuadamente. Cuando la subía para cubrirme los pechos, me descubría demasiado los muslos y cuando la bajaba, la mayor parte de mis pechos quedaban al descubierto.

Philip se pasó la lengua por los labios, como si terminase de comer algo delicioso. Después sonrió con malicia y dio un paso hacia mí. Retrocedí hasta que tropecé con la pared.

—¿Qué estás haciendo, lavándote y vistiéndote para Jimmy?

—Yo… estoy preparándome para cenar. He trabajado mucho hoy y no estoy demasiado limpia. Vete. Por favor.

—Para mí estás suficientemente limpia —dijo.

Me encogí mientras se aproximaba. En un momento me tuvo apresada en sus brazos, con las palmas de las manos apoyadas contra la pared para prevenir que me escapase. Sus labios rozaron mi mejilla.

—Philip, ¿estás olvidando lo que somos ahora y lo que ha ocurrido?

—No estoy olvidando nada, especialmente —explicó besando mi frente y moviendo después sus labios hacia los míos—, nuestra noche bajo las estrellas, cuándo fuimos rudamente interrumpidos por los idiotas de mis amigos. Estaba a punto de enseñarte cosas, cosas que debes de saber a tu edad. Soy un gran maestro, ¿sabes? Estarás agradecida y no querrás aprenderlas de cualquiera, ¿verdad? —Dejó caer la mano derecha hacia mi hombro—. Ya lo has probado —dijo suavemente, con los ojos fijos en mí ¿Cómo es posible que no quieras más?

—Philip, no puedes. No podemos. Por favor…

—Podemos, siempre y cuando sepamos cuándo detenernos, y te prometo que yo sé cuándo hacerlo. Yo también sé mantener mis promesas. Estoy manteniendo la promesa de ayudarte con Jimmy, ¿no es cierto? —comentó levantando las cejas para recalcar su punto de vista.

Oh, no, pensé. Philip también, no. Ambos, él y Clara Sue, estaban aprovechándose de los problemas de Jimmy para obligarme a hacer estas cosas.

—Philip, por favor —supliqué—. Esto ya no parece estar bien. No lo puedo evitar. Lamento tanto como tú que esto haya resultado así, créeme, pero no hay nada más que podamos hacer que aceptarlo.

—Yo lo acepto. Lo acepto como otro reto —dijo bajando más la mano y deslizando los dedos a lo largo del borde de mi toalla.

Me aferré a ésta desesperadamente.

—Pero no es justo. —Su cara de pronto se transformó en un rostro oscuro y furioso—. Tú sabías cuánto deseaba tocarte y abrazarte y tú permitiste que yo creyera que ocurriría.

—Pero no ha sido culpa mía.

—No ha sido culpa de nadie… O quizá fue la culpa de tu otro padre, pero ¿a quién le importa ahora? Como dije —continuó introduciendo su dedo índice por debajo del borde de mi toalla—, no tenemos que ir tan lejos como los hombres y mujeres que no tienen ningún parentesco.

No tendrá ninguna trascendencia, pero yo te había prometido que te enseñaría…

—No necesito aprender nada.

—Pero quiero enseñarte —insistió bajando la toalla ya que la tenía mal cogida. Traté de escaparme, pero mi gesto sólo le ayudó para asirla mejor y la toalla resbaló de mis pechos. Sus ojos se ensancharon apreciativamente.

—¡Philip, detente! —grité. Me cogió por la parte de atrás de los codos, sujetándome hacia atrás.

—Si alguien te oye, entonces sí que tendremos problemas —me avisó—, tú, yo y especialmente Jimmy. —Llevó los labios a mis pezones, moviéndose rápidamente del uno al otro y al primero otra vez.

Cerré los ojos tratando de negarme que esto estaba ocurriendo. Una vez había soñado que me abrazaba y me amaba, pero esto era retorcido y cruel. Mi pobre cuerpo confundido respondía a sus caricias, se estremecía en lugares donde no había sentido antes, pero mi mente gritaba: ¡No! Me sentía como alguien que se hundía en un pantano cálido y relajante. Durante unos momentos la sensación fue buena, pero sólo presagiaba problemas.

Continué retorciéndome y revolviéndome bajo la presión de sus dedos, similares a unas tenazas. La punta de su lengua trazó una línea entre un pecho y el otro y entonces empezó a inclinar el cuerpo, abriendo un camino de besos que llegó a mi estómago, hasta que alcanzó el borde de la toalla que apenas se mantenía alrededor de mi cintura. Yo la sujetaba con la punta de los dedos. Mordió la toalla y tiró de ella como un perro rabioso.

—Philip, para, por favor —supliqué.

Con un fuerte tirón, me quitó la toalla y la dejó caer a mis pies. Entonces me miró, con los ojos enloquecidos por el deseo. El brillo en ellos fue suficiente para lanzar a mi corazón en una carrera y hacerlo latir aún más fuerte de lo que ya lo hacía.

Imposibilitada de evitarle porque me tenía atrapada contra la pared, me llevé las manos a la cara tan pronto como él soltó mis brazos para abrazar mis muslos y atraerlos a su rostro. Sentí que las piernas se me derrumbaban y me deslicé por la pared hasta el suelo, manteniendo las manos sobre la cara.

—Dawn —dijo respirando pesada y fuertemente—. Es tan agradable abrazarte. No tenemos que pensar en nada más.

Lo único que podía hacer era llorar, mientras sus malos se movían por mi cuerpo explorando y acariciándolo.

—¿No te hace sentir bien? ¿No estás contenta? —susurro. Me destapé la cara cuando me soltó para desabrocharse los pantalones. Lanzó una descarga eléctrica por mi columna. Con todas mis fuerzas, traté de empujarle hacia atrás para poder saltar hacia la puerta y salir rápidamente. Pero me cogió por las muñecas y las retorció hasta que caí sobre la espalda en el suelo de madera.

—¡Philip! —exclamé—. ¡Para antes de que sea demasiado tarde!

Con un movimiento veloz se deslizo entre mis piernas.

—Dawn… no te asustes de esa forma. No puedo evitar desear estar contigo. Pensaba que podía, pero eres demasiado bonita. No tiene por que significar nada dijo jadeante.

Apreté las manos formando pequeños puños y traté de golpear su cabeza, pero mi gesto era como el de un pequeño pájaro batiendo sus alas contra el hocico de un zorro. Ni siquiera se dio cuenta. En su lugar, se movió más cómodamente contra mí, atrapando con sus labios la suave carne de mi pecho y mordisqueándolo.

Repentinamente, sentí su dureza apretarse firmemente contra mí hasta que forzó en mí esa hinchada y rígida parte sexual masculina que tenía que ser satisfecha. Penetró en mi carne apretada que oponía resistencia. Se rompió y sangró.

Grité, ya sin importarme que alguien nos descubriese y que encontraran a Jimmy. La impresión de sentirlo en mi interior se llevó cualquier preocupación por algo que no fuera mi propio ser violado. Mi taladrante alarido fue lo suficiente alto para hacerlo retroceder.

—Está bien —suplicó—. No grites. Me detendré. —Se retiró hacia atrás poniéndose en pie y colocándose rápidamente la ropa interior, los pantalones y abrochándose el cinturón. Me giré sobre mi estómago y me puse a llorar, apoyada en mis brazos con estremecimientos del cuerpo.

—¿Es que no te gustó? —preguntó suavemente, arrodillándose junto a mí. Sentí la palma de su mano sobre la parte baja de mi espalda—. Por lo menos ahora tienes una idea de lo que puede ser.

—Vete. Déjame sola, Philip. ¡Por favor! —exclamé entre lágrimas.

—Es solamente la impresión —dijo él—. Todas las chicas tienen la misma reacción. —Se puso en pie—. Está bien —repitió más para convencerse a sí mismo, según me pareció, que para convencerme a mí—. Dawn —susurró—. No me odies por desearte.

—Sólo déjame en paz, Philip —exigí en tono mucho más severo. Hubo una pausa mucho más larga y entonces le oí abrir la puerta del baño y marcharse.

Me giré para cerciorarme de que se había ido. Esta vez me aseguré de que la puerta estaba cerrada. Luego bajé la vista para contemplarme. Había manchones rojos sobre mis pechos y estómago, donde me había mordido y chupado. Me estremecí. Su violación, aunque corta, me había dejado sintiéndome sucia. La única forma en que pude detener mis sollozos fue metiéndome en la ducha y dejando que el agua caliente corriese por mi cuerpo, prácticamente quemándome la carne. Soporté el calor, sintiendo que me limpiaba, llevándose el recuerdo de los dedos de Philip y de sus besos. Me froté con tanta fuerza que me provoqué nuevas manchas rojas, haciendo que mi piel gritase de dolor. Todo el tiempo que duró la ducha, las lágrimas se mezclaron con el agua, pareciendo caer con la misma libertad. Lo que una vez había sido la promesa de un éxtasis romántico y maravilloso, se había convertido en algo sórdido y depravado. Yo frotaba y frotaba.

Finalmente, agotada por el esfuerzo de hacer desaparecer lo que acababa de suceder, salí de la ducha y me sequé. Regresé al dormitorio y me acosté sintiéndome más cansada de lo que recordaba haber estado nunca. Ya no podía llorar más. Cerré los ojos y me dormí, despertándome al oír una suave llamada en mi puerta.

¡Ha regresado!, pensé, con el corazón latiéndome a toda velocidad. Decidí permanecer inmóvil y ver si él creía que yo me había ido ya. La llamada se hizo más fuerte y entonces oí decir:

—¿Dawn?

Era mi padre. ¿Había ido Philip a contarle sobre Jimmy, molesto por mi rechazo? Me levanté lentamente, con los brazos y piernas tan doloridos como si hubiese estado trabajando todo el día en el campo. Me puse la bata y abrí la puerta.

—Hola —me dijo. Su sonrisa se marchitó rápidamente—. ¿No te sientes bien?

—Yo… —Deseaba contárselo todo. Quería gritarlo como una forma de eliminarlo de mi memoria. Deseaba vociferar sobre todas mis violaciones, pues ésta, sexual, sólo había sido la más reciente. Quería recibir una compensación, exigir amor y cuidados, exigir ser tratada por lo menos como un ser humano, ya que no como un miembro de la familia. Pero tan sólo pude mirar para abajo y negar con la cabeza.

—Estoy muy cansada —dije.

—Oh, me ocuparé de que te den un día libre.

—Muchas gracias.

—Tengo algo para ti —dijo mi padre y sacó del bolsillo un sobre.

—¿Qué es eso?

—Un recibo de la prisión acreditando que Ormand Longchamp ha recibido tu carta —dijo—. Hice lo que te prometí.

Lentamente, tomé el recibo de su mano y contemplé la firma oficial. Padre había recibido mi carta y muy probablemente habría leído mis palabras. Ahora, por lo menos, tenía la esperanza de recibir su contestación.

—Pero no tienes que inquietarte si él no te contesta —aconsejó mi padre—. Estoy seguro de que está avergonzado y le será difícil enfrentarse contigo. Es muy posible que no sepa qué decir.

Asentí, contemplando el recibo oficial.

—Todavía sigue siendo muy difícil para mí el comprenderlo —dije conteniendo las lágrimas. Lo miré agudamente—. ¿Cómo pudo haberme robado bajo las mismas narices de mi niñera?

—Oh, fue muy hábil. Esperó que ella dejara tu habitación para ir a visitar a Mrs. Boston a su cuarto. No es que no se ocupase de ti. Te habías quedado dormida y aprovechó para tomarse un descanso. Ella y Mrs. Boston eran muy buenas amigas. Él tuvo que haber estado escondido en los pasillos, observando y aguardando su oportunidad. Cuando ésta se presentó, él entró, te cogió y te sacó a escondidas por la parte trasera.

Miré hacia arriba agudamente.

—¿La enfermera Dalton había ido a la habitación de Mrs. Boston? —Él asintió. ¿Pero por qué Mrs. Boston no me dijo esto cuando le pregunté cómo era posible que Padre me hubiese sacado bajo los ojos de la enfermera Dalton?, me asombré. Era un detalle muy importante. ¿Cómo pudo olvidarlo?

—No supimos que habías sido robada hasta que Mrs. Dalton regresó y descubrió que no estabas —continuó diciendo mi padre—. Al principio pensó que te habíamos llevado a nuestra habitación. Vino preocupadísima a nuestra puerta.

»¿Qué quiere usted decir?, le dije. Nosotros no la tenemos. No pensamos que la abuela Cutler podía haberte llevado a su suite, pero Mrs. Dalton y yo fuimos corriendo a preguntar y entonces me di cuenta y salí corriendo a través del hotel. Pero ya era demasiado tarde.

»Un miembro del personal había visto a Ormand Longchamp en la parte del hotel dedicada a la familia. Era evidente lo que había hecho. Cuando nos pusimos en contacto con la Policía, él y su mujer ya se habían ido de Cutler’s Cove y naturalmente no teníamos idea de la dirección que habían tomado.

»Subí a mi coche y empecé a recorrer caminos a toda velocidad esperando tener la suerte de encontrarles, pero fue inútil. —Movió la cabeza.

»Si te escribe, diga lo que diga en su carta —dijo mi padre con la cara tan amarga y furiosa como no me había podido imaginar—, no tiene forma de justificar el daño que causó. Nada puede justificarlo.

»Siento que haya muerto su esposa y que esté teniendo una vida tan dura, pero quizás están siendo castigados por el horrible crimen que cometieron.

Me volví a un lado, porque las lágrimas se escapaban de mis ojos y serpenteaban por mis mejillas.

—Sé que ha sido especialmente difícil para ti, cariño —dijo poniendo su mano suavemente sobre mi hombro—. Pero tú eres una Cutler. Vas a sobrevivir y convertirte en todo lo que tenías que haber sido.

»Bueno —continuó—, tengo que regresar al trabajo. Deberías tratar de comer algo —me dijo y me acordé de Jimmy. Tenía que llevarle comida—. Te diré lo que vamos a hacer —dijo mi padre—. Pasaré por la cocina y haré que alguien te prepare algo y te lo bajen. ¿Está bien?

Pensé que podría llevarle esa comida a Jimmy.

—Sí, gracias.

—Si no te sientes demasiado bien más tarde, dímelo y haré que el médico del hotel te vea —me dijo y se marchó.

Miré al espejo para ver el aspecto tan malo que tenía. No podía permitir que Jimmy se enterase de lo que había sucedido entre Philip y yo. Si lo descubría se pondría furioso e iría a pelearse con él, sólo para meterse en un problema terrible. Tenía que arreglarme para él, de forma que no se diese cuenta que me había sucedido algo terrible. Aún había algunas manchas rojas en mi cuello y alrededor de mi clavícula.

Me fui al armario y encontré una bonita falda azul y una blusa blanca que tenía un cuello ancho y escondería la mayor parte de las marcas. Después me cepillé el pelo y me lo até con una cinta. También me puse un poco de pintura de labios. Me hubiera gustado tener un poco de colorete, para disimular la palidez de mis mejillas.

Oí una llamada en mi puerta y la abrí para recoger una bandeja de comida que me trajo un miembro del personal de la cocina. Le di las gracias y cerré la puerta, esperando que el sonido de sus pisadas desapareciera. Entonces volví a abrir lentamente y me asomé. Cuando estuve segura de que todo estaba despejado, me apresuré por el pasillo hacia la salida, llevándole a Jimmy la bandeja de comida caliente.

—Estoy lleno —anunció Jimmy y entonces levantó la vista del plato—. La comida aquí es fantástica, ¿verdad? —Suspiró—. Aunque me siento como un pollo enjaulado aquí, Dawn. No podré quedarme mucho más tiempo.

—Lo sé —respondí con tristeza y bajé la mirada—. Jimmy…, ¿por qué no puedo ir contigo?

—¿Eh?

—Oh, Jimmy, no me importa que la comida sea buena o que el lugar sea bonito. No me importa que mi familia sea importante en esta comunidad o lo maravilloso que piense la gente que es el hotel. Prefiero ir contigo y ser pobre y vivir con gente a quien pueda querer.

»Los parientes de Padre y Madre no tienen que saber nada si nosotros no lo contamos. Les diremos que Madre ha muerto, pero nos inventaremos alguna otra razón para explicar el motivo por el cual Padre está en prisión.

—Oh, no lo sé, Dawn…

—Por favor, Jimmy. No me puedo quedar aquí.

—Oh, con seguridad las cosas van a mejorar para ti, irán mucho mejor de lo que serían en Georgia. Aparte de que, como te he dicho, si te escaparas conmigo, entonces sí que mandarían a alguien tras nosotros y nos atraparían.

Asentí y le miré a sus ojos suaves y compasivos.

—¿No te parece todo esto como una larga y terrible pesadilla a veces, Jimmy? ¿No esperas a veces despertarte y desear que todo haya sido un horrible sueño? Quizá si lo deseamos con bastante fuerza…

Cerré los ojos.

—Me gustaría poder encerrar todas las cosas malas que nos han sucedido y situarnos en un lugar mágico donde pudiésemos vivir nuestros sueños más profundos y secretos, un lugar donde nada feo o sórdido nos pudiera tocar.

—A mí también me gustaría, Dawn —murmuró. Advertí que se inclinaba hacia mí y entonces sentí su aliento en mis labios, antes de sentir los suyos. Cuando nos besamos, mi cuerpo se ablandó y pensé que lo adecuado hubiera sido que fuera Jimmy el que me sacara de la inocencia infantil y me hubiera introducido en un mundo de mujer.

Siempre me había sentido segura con él, no importaba donde fuéramos ni lo que hiciéramos, porque percibía todo lo que representaba para él y lo mucho que le importaba que yo me sintiese feliz y segura. La tragedia y las dificultades nos habían unido como hermano y hermana y ahora parecía adecuado, incluso nuestro destino, que un amor romántico nos atara aún más fuertemente.

Pero el ataque de Philip había robado el encanto que viene cuando una chica abandona la inocencia y entra en la madurez de la mano de alguien a quien ama y que la ama. Me sentía manchada, sucia, estropeada. Jimmy notó que me ponía tensa.

—Lo siento —dijo rápidamente pensando que la causa había sido su beso.

—Oh, está bien, Jimmy —le dije.

—No, no está bien. Estoy seguro de que no puedes dejar de verme a tu lado en uno de nuestros sofás-cama. Yo no puedo dejar de considerarte mi hermana. Quiero amarte. Te amo, pero va a tomarnos algún tiempo, si no, no nos sentiremos limpios y correctos sobre ello —me explicó.

Trató de mirar a otro lado, pero lentamente fue atraído hacia mí con los ojos llenos de tormento. Me hacía latir fuertemente el corazón ver lo mucho que me amaba y me deseaba y sin embargo cómo su profundo sentido moral lo mantenía encadenado. Mis impulsos, mi sexualidad desatada se agitaban como un niño malcriado exigiendo satisfacción, pero la parte más sensata de mí estaba de acuerdo con Jimmy y lo amaba por mostrar su inteligencia. Tenía razón. Si íbamos a toda velocidad sufriríamos remordimientos. Nuestras conciencias confundidas nos separarían después y nuestro amor nunca llegaría a ser puro y bueno.

—Claro que tienes razón, Jimmy —le dije— pero siempre te he querido tanto como una hermana puede amar a su hermano y ahora prometo aprender a quererte en la forma que una mujer debe de amar a un hombre por mucho que tarde y lo mucho que tenga que esperar.

—¿Lo dices de veras, Dawn?

—Sí, Jimmy.

Sonrió y me besó de nuevo suavemente, pero aun ese corto y suave besito en la mejilla, me hizo sentir una corriente eléctrica por todo el cuerpo.

—Debiera marcharme esta noche —me dijo.

—Por favor, no, Jimmy. Me quedaré contigo toda la noche —le prometí—. Y hablaremos hasta que se cierren tus párpados.

Se echó a reír.

—Está bien, pero debo marcharme temprano por la mañana —me explicó—. Los camioneros salen temprano y son la mejor, posibilidad que tengo de que alguien me lleve.

—Te prepararé el desayuno cuando vaya a comer con el resto del personal. Eso es temprano. Y podremos estar un poco más de tiempo juntos. Pero, ¿me prometes que cuando llegues a Georgia me escribirás y me dirás dónde estás? —le pregunté. El solo pensamiento de su marcha y que ahora fuese a estar lejos de mí, me hacía sentir interiormente enferma.

—Seguro. Y tan pronto como gane suficiente dinero por mi cuenta, regresaré a verte.

—¿Me lo prometes?

—Sí.

Nos echamos juntos en la cama. Yo me acurruqué en su brazo y hablamos de nuestros sueños. Jimmy nunca había tenido idea de llegar a ser algo antes de esto, pero ahora hablaba de alistarse en la fuerza aérea cuando tuviese la edad y quizá llegar a ser piloto.

—Pero, ¿y si hay una guerra, Jimmy? Me sentiría fatal y me preocuparía todo el tiempo. ¿Por qué no piensas en hacer otra cosa, como abogado o médico o…?

—Vamos, Dawn. ¿De dónde piensas que voy a sacar el dinero para ir a la Universidad?

—Quizá yo consiga el suficiente dinero para que vayas a la Universidad.

Permaneció callado y después se volvió hacia mí, con sus oscuros ojos tristes y apesadumbrados.

—No querrás que sea tu novio a menos que sea alguien grande e importante. ¿No es eso, Dawn?

—Oh, no Jimmy. Eso nunca.

—No podrás evitarlo —profetizó.

—Eso no es verdad —protesté.

—Quizá no sea verdad ahora, pero después de que hayas estado viviendo aquí durante algún tiempo, pensarás así. Es lo que suele suceder. Estas antiguas y ricas familias sureñas disponen las vidas de sus hijas, lo que serán y con quién deben casarse…

—Eso no me sucederá a mí —insistí.

—Ya lo veremos —dijo convencido de que tenía razón. Podía ser muy terco en ocasiones.

—James Gary Longchamp, no me digas lo que voy o no voy a ser. Yo soy mi propia persona y nadie, ni un tirano como mi abuela o cualquier otra persona me va a cambiar la forma de ser. Puede llamarme Eugenia, hasta que se le ponga la cara roja.

—Está bien —dijo él riendo. Me besó en la mejilla—. Como tú digas. De todos modos, nadie va a poder con tu genio. Me pregunto de dónde lo sacas ¿Tu madre tiene genio?

—Apenas. Lloriquea en vez de gritar. Y consigue lo que quiere, a pesar de todo. No tiene que enfadarse con nadie.

—¿Y tu padre?

—No creo que sea capaz de enfadarse. Nada parece molestarle. Es tan blando como la mantequilla fresca.

—Así que heredaste el temperamento de tu abuela. Quizá te parezcas más a ella de lo que crees.

—No quiero parecerme a ella. No es como me imaginaba que sería una abuela. Es…

Oímos las pisadas en la escalera de cemento antes de que la puerta se abriese. Un momento después, el escondite se iluminó y contemplamos a dos policías. Tomé la mano de Jimmy.

—Vean —dijo Clara Sue desde atrás—. Les dije que no mentía.

—Vamos, chico —le ordenó uno de los policías a Jimmy. Se puso en pie lentamente.

—No voy a volver allí —dijo desafiante. El policía avanzó. Jimmy se apartó. Cuando el policía se adelantó para sujetarlo, Jimmy lo evitó y se escabulló hacia un lado.

—¡Jimmy! —grité.

El otro policía se movió velozmente y lo cogió por la cintura, levantándolo del suelo. Jimmy se soltó, pero el segundo policía se unió al primero y lo redujeron rápidamente.

—¡Suéltenlo! —grité.

—Nos puedes acompañar tranquilamente o te pondremos esposas, chico —dijo el policía que lo sujetaba por detrás—. ¿Qué prefieres?

—Está bien, está bien —contestó Jimmy, con la cara roja de vergüenza y de ira—. Suéltenme.

El policía aflojó la forma en que lo sujetaba y Jimmy quedó a un lado con la cabeza inclinada en señal de derrota.

—Sal de aquí —ordenó el otro policía.

Me volví a Clara Sue que estaba en el umbral.

—¿Cómo has podido hacer esto? —grité—. Eres miserable, egoísta…

Se echó atrás para dejar pasar a los policías y a Jimmy. Justo al llegar a la puerta, Jimmy se volvió a mí.

—Volveré, Dawn. Lo prometo. Algún día regresaré.

—Andando —ordenó el policía empujándole. Jimmy dio un traspié hacia delante al pasar la puerta.

Corrí detrás de ellos.

¡Jimmy! —grité. Corrí escaleras arriba y me detuve cuando llegué a lo alto.

Mi padre estaba de pie al lado de mi abuela y Clara Sue justo detrás de ambos.

—Vete inmediatamente a tu cuarto, Eugenia —ordenó mi abuela—. Esto es una terrible vergüenza.

—Vete —dijo mi padre un poco más suavemente pero con la cara marcada por la desilusión—. Vete a tu cuarto.

Seguí con la mirada a Jimmy y los policías. Estaban casi enfrente del edificio.

—Por favor —dije—. No dejes que se lo lleven de regreso. Lo pasó terriblemente mal viviendo con un hombre malvado. Por favor…

—No es nuestro problema —contestó mi abuela.

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