Aurora

Aurora


14. Violaciones

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—Dawn… no te asustes de esa forma. No puedo evitar desear estar contigo. Pensaba que podía, pero eres demasiado bonita. No tiene por que significar nada dijo jadeante.

Apreté las manos formando pequeños puños y traté de golpear su cabeza, pero mi gesto era como el de un pequeño pájaro batiendo sus alas contra el hocico de un zorro. Ni siquiera se dio cuenta. En su lugar, se movió más cómodamente contra mí, atrapando con sus labios la suave carne de mi pecho y mordisqueándolo.

Repentinamente, sentí su dureza apretarse firmemente contra mí hasta que forzó en mí esa hinchada y rígida parte sexual masculina que tenía que ser satisfecha. Penetró en mi carne apretada que oponía resistencia. Se rompió y sangró.

Grité, ya sin importarme que alguien nos descubriese y que encontraran a Jimmy. La impresión de sentirlo en mi interior se llevó cualquier preocupación por algo que no fuera mi propio ser violado. Mi taladrante alarido fue lo suficiente alto para hacerlo retroceder.

—Está bien —suplicó—. No grites. Me detendré. —Se retiró hacia atrás poniéndose en pie y colocándose rápidamente la ropa interior, los pantalones y abrochándose el cinturón. Me giré sobre mi estómago y me puse a llorar, apoyada en mis brazos con estremecimientos del cuerpo.

—¿Es que no te gustó? —preguntó suavemente, arrodillándose junto a mí. Sentí la palma de su mano sobre la parte baja de mi espalda—. Por lo menos ahora tienes una idea de lo que puede ser.

—Vete. Déjame sola, Philip. ¡Por favor! —exclamé entre lágrimas.

—Es solamente la impresión —dijo él—. Todas las chicas tienen la misma reacción. —Se puso en pie—. Está bien —repitió más para convencerse a sí mismo, según me pareció, que para convencerme a mí—. Dawn —susurró—. No me odies por desearte.

—Sólo déjame en paz, Philip —exigí en tono mucho más severo. Hubo una pausa mucho más larga y entonces le oí abrir la puerta del baño y marcharse.

Me giré para cerciorarme de que se había ido. Esta vez me aseguré de que la puerta estaba cerrada. Luego bajé la vista para contemplarme. Había manchones rojos sobre mis pechos y estómago, donde me había mordido y chupado. Me estremecí. Su violación, aunque corta, me había dejado sintiéndome sucia. La única forma en que pude detener mis sollozos fue metiéndome en la ducha y dejando que el agua caliente corriese por mi cuerpo, prácticamente quemándome la carne. Soporté el calor, sintiendo que me limpiaba, llevándose el recuerdo de los dedos de Philip y de sus besos. Me froté con tanta fuerza que me provoqué nuevas manchas rojas, haciendo que mi piel gritase de dolor. Todo el tiempo que duró la ducha, las lágrimas se mezclaron con el agua, pareciendo caer con la misma libertad. Lo que una vez había sido la promesa de un éxtasis romántico y maravilloso, se había convertido en algo sórdido y depravado. Yo frotaba y frotaba.

Finalmente, agotada por el esfuerzo de hacer desaparecer lo que acababa de suceder, salí de la ducha y me sequé. Regresé al dormitorio y me acosté sintiéndome más cansada de lo que recordaba haber estado nunca. Ya no podía llorar más. Cerré los ojos y me dormí, despertándome al oír una suave llamada en mi puerta.

¡Ha regresado!, pensé, con el corazón latiéndome a toda velocidad. Decidí permanecer inmóvil y ver si él creía que yo me había ido ya. La llamada se hizo más fuerte y entonces oí decir:

—¿Dawn?

Era mi padre. ¿Había ido Philip a contarle sobre Jimmy, molesto por mi rechazo? Me levanté lentamente, con los brazos y piernas tan doloridos como si hubiese estado trabajando todo el día en el campo. Me puse la bata y abrí la puerta.

—Hola —me dijo. Su sonrisa se marchitó rápidamente—. ¿No te sientes bien?

—Yo… —Deseaba contárselo todo. Quería gritarlo como una forma de eliminarlo de mi memoria. Deseaba vociferar sobre todas mis violaciones, pues ésta, sexual, sólo había sido la más reciente. Quería recibir una compensación, exigir amor y cuidados, exigir ser tratada por lo menos como un ser humano, ya que no como un miembro de la familia. Pero tan sólo pude mirar para abajo y negar con la cabeza.

—Estoy muy cansada —dije.

—Oh, me ocuparé de que te den un día libre.

—Muchas gracias.

—Tengo algo para ti —dijo mi padre y sacó del bolsillo un sobre.

—¿Qué es eso?

—Un recibo de la prisión acreditando que Ormand Longchamp ha recibido tu carta —dijo—. Hice lo que te prometí.

Lentamente, tomé el recibo de su mano y contemplé la firma oficial. Padre había recibido mi carta y muy probablemente habría leído mis palabras. Ahora, por lo menos, tenía la esperanza de recibir su contestación.

—Pero no tienes que inquietarte si él no te contesta —aconsejó mi padre—. Estoy seguro de que está avergonzado y le será difícil enfrentarse contigo. Es muy posible que no sepa qué decir.

Asentí, contemplando el recibo oficial.

—Todavía sigue siendo muy difícil para mí el comprenderlo —dije conteniendo las lágrimas. Lo miré agudamente—. ¿Cómo pudo haberme robado bajo las mismas narices de mi niñera?

—Oh, fue muy hábil. Esperó que ella dejara tu habitación para ir a visitar a Mrs. Boston a su cuarto. No es que no se ocupase de ti. Te habías quedado dormida y aprovechó para tomarse un descanso. Ella y Mrs. Boston eran muy buenas amigas. Él tuvo que haber estado escondido en los pasillos, observando y aguardando su oportunidad. Cuando ésta se presentó, él entró, te cogió y te sacó a escondidas por la parte trasera.

Miré hacia arriba agudamente.

—¿La enfermera Dalton había ido a la habitación de Mrs. Boston? —Él asintió. ¿Pero por qué Mrs. Boston no me dijo esto cuando le pregunté cómo era posible que Padre me hubiese sacado bajo los ojos de la enfermera Dalton?, me asombré. Era un detalle muy importante. ¿Cómo pudo olvidarlo?

—No supimos que habías sido robada hasta que Mrs. Dalton regresó y descubrió que no estabas —continuó diciendo mi padre—. Al principio pensó que te habíamos llevado a nuestra habitación. Vino preocupadísima a nuestra puerta.

»¿Qué quiere usted decir?, le dije. Nosotros no la tenemos. No pensamos que la abuela Cutler podía haberte llevado a su suite, pero Mrs. Dalton y yo fuimos corriendo a preguntar y entonces me di cuenta y salí corriendo a través del hotel. Pero ya era demasiado tarde.

»Un miembro del personal había visto a Ormand Longchamp en la parte del hotel dedicada a la familia. Era evidente lo que había hecho. Cuando nos pusimos en contacto con la Policía, él y su mujer ya se habían ido de Cutler’s Cove y naturalmente no teníamos idea de la dirección que habían tomado.

»Subí a mi coche y empecé a recorrer caminos a toda velocidad esperando tener la suerte de encontrarles, pero fue inútil. —Movió la cabeza.

»Si te escribe, diga lo que diga en su carta —dijo mi padre con la cara tan amarga y furiosa como no me había podido imaginar—, no tiene forma de justificar el daño que causó. Nada puede justificarlo.

»Siento que haya muerto su esposa y que esté teniendo una vida tan dura, pero quizás están siendo castigados por el horrible crimen que cometieron.

Me volví a un lado, porque las lágrimas se escapaban de mis ojos y serpenteaban por mis mejillas.

—Sé que ha sido especialmente difícil para ti, cariño —dijo poniendo su mano suavemente sobre mi hombro—. Pero tú eres una Cutler. Vas a sobrevivir y convertirte en todo lo que tenías que haber sido.

»Bueno —continuó—, tengo que regresar al trabajo. Deberías tratar de comer algo —me dijo y me acordé de Jimmy. Tenía que llevarle comida—. Te diré lo que vamos a hacer —dijo mi padre—. Pasaré por la cocina y haré que alguien te prepare algo y te lo bajen. ¿Está bien?

Pensé que podría llevarle esa comida a Jimmy.

—Sí, gracias.

—Si no te sientes demasiado bien más tarde, dímelo y haré que el médico del hotel te vea —me dijo y se marchó.

Miré al espejo para ver el aspecto tan malo que tenía. No podía permitir que Jimmy se enterase de lo que había sucedido entre Philip y yo. Si lo descubría se pondría furioso e iría a pelearse con él, sólo para meterse en un problema terrible. Tenía que arreglarme para él, de forma que no se diese cuenta que me había sucedido algo terrible. Aún había algunas manchas rojas en mi cuello y alrededor de mi clavícula.

Me fui al armario y encontré una bonita falda azul y una blusa blanca que tenía un cuello ancho y escondería la mayor parte de las marcas. Después me cepillé el pelo y me lo até con una cinta. También me puse un poco de pintura de labios. Me hubiera gustado tener un poco de colorete, para disimular la palidez de mis mejillas.

Oí una llamada en mi puerta y la abrí para recoger una bandeja de comida que me trajo un miembro del personal de la cocina. Le di las gracias y cerré la puerta, esperando que el sonido de sus pisadas desapareciera. Entonces volví a abrir lentamente y me asomé. Cuando estuve segura de que todo estaba despejado, me apresuré por el pasillo hacia la salida, llevándole a Jimmy la bandeja de comida caliente.

—Estoy lleno —anunció Jimmy y entonces levantó la vista del plato—. La comida aquí es fantástica, ¿verdad? —Suspiró—. Aunque me siento como un pollo enjaulado aquí, Dawn. No podré quedarme mucho más tiempo.

—Lo sé —respondí con tristeza y bajé la mirada—. Jimmy…, ¿por qué no puedo ir contigo?

—¿Eh?

—Oh, Jimmy, no me importa que la comida sea buena o que el lugar sea bonito. No me importa que mi familia sea importante en esta comunidad o lo maravilloso que piense la gente que es el hotel. Prefiero ir contigo y ser pobre y vivir con gente a quien pueda querer.

»Los parientes de Padre y Madre no tienen que saber nada si nosotros no lo contamos. Les diremos que Madre ha muerto, pero nos inventaremos alguna otra razón para explicar el motivo por el cual Padre está en prisión.

—Oh, no lo sé, Dawn…

—Por favor, Jimmy. No me puedo quedar aquí.

—Oh, con seguridad las cosas van a mejorar para ti, irán mucho mejor de lo que serían en Georgia. Aparte de que, como te he dicho, si te escaparas conmigo, entonces sí que mandarían a alguien tras nosotros y nos atraparían.

Asentí y le miré a sus ojos suaves y compasivos.

—¿No te parece todo esto como una larga y terrible pesadilla a veces, Jimmy? ¿No esperas a veces despertarte y desear que todo haya sido un horrible sueño? Quizá si lo deseamos con bastante fuerza…

Cerré los ojos.

—Me gustaría poder encerrar todas las cosas malas que nos han sucedido y situarnos en un lugar mágico donde pudiésemos vivir nuestros sueños más profundos y secretos, un lugar donde nada feo o sórdido nos pudiera tocar.

—A mí también me gustaría, Dawn —murmuró. Advertí que se inclinaba hacia mí y entonces sentí su aliento en mis labios, antes de sentir los suyos. Cuando nos besamos, mi cuerpo se ablandó y pensé que lo adecuado hubiera sido que fuera Jimmy el que me sacara de la inocencia infantil y me hubiera introducido en un mundo de mujer.

Siempre me había sentido segura con él, no importaba donde fuéramos ni lo que hiciéramos, porque percibía todo lo que representaba para él y lo mucho que le importaba que yo me sintiese feliz y segura. La tragedia y las dificultades nos habían unido como hermano y hermana y ahora parecía adecuado, incluso nuestro destino, que un amor romántico nos atara aún más fuertemente.

Pero el ataque de Philip había robado el encanto que viene cuando una chica abandona la inocencia y entra en la madurez de la mano de alguien a quien ama y que la ama. Me sentía manchada, sucia, estropeada. Jimmy notó que me ponía tensa.

—Lo siento —dijo rápidamente pensando que la causa había sido su beso.

—Oh, está bien, Jimmy —le dije.

—No, no está bien. Estoy seguro de que no puedes dejar de verme a tu lado en uno de nuestros sofás-cama. Yo no puedo dejar de considerarte mi hermana. Quiero amarte. Te amo, pero va a tomarnos algún tiempo, si no, no nos sentiremos limpios y correctos sobre ello —me explicó.

Trató de mirar a otro lado, pero lentamente fue atraído hacia mí con los ojos llenos de tormento. Me hacía latir fuertemente el corazón ver lo mucho que me amaba y me deseaba y sin embargo cómo su profundo sentido moral lo mantenía encadenado. Mis impulsos, mi sexualidad desatada se agitaban como un niño malcriado exigiendo satisfacción, pero la parte más sensata de mí estaba de acuerdo con Jimmy y lo amaba por mostrar su inteligencia. Tenía razón. Si íbamos a toda velocidad sufriríamos remordimientos. Nuestras conciencias confundidas nos separarían después y nuestro amor nunca llegaría a ser puro y bueno.

—Claro que tienes razón, Jimmy —le dije— pero siempre te he querido tanto como una hermana puede amar a su hermano y ahora prometo aprender a quererte en la forma que una mujer debe de amar a un hombre por mucho que tarde y lo mucho que tenga que esperar.

—¿Lo dices de veras, Dawn?

—Sí, Jimmy.

Sonrió y me besó de nuevo suavemente, pero aun ese corto y suave besito en la mejilla, me hizo sentir una corriente eléctrica por todo el cuerpo.

—Debiera marcharme esta noche —me dijo.

—Por favor, no, Jimmy. Me quedaré contigo toda la noche —le prometí—. Y hablaremos hasta que se cierren tus párpados.

Se echó a reír.

—Está bien, pero debo marcharme temprano por la mañana —me explicó—. Los camioneros salen temprano y son la mejor, posibilidad que tengo de que alguien me lleve.

—Te prepararé el desayuno cuando vaya a comer con el resto del personal. Eso es temprano. Y podremos estar un poco más de tiempo juntos. Pero, ¿me prometes que cuando llegues a Georgia me escribirás y me dirás dónde estás? —le pregunté. El solo pensamiento de su marcha y que ahora fuese a estar lejos de mí, me hacía sentir interiormente enferma.

—Seguro. Y tan pronto como gane suficiente dinero por mi cuenta, regresaré a verte.

—¿Me lo prometes?

—Sí.

Nos echamos juntos en la cama. Yo me acurruqué en su brazo y hablamos de nuestros sueños. Jimmy nunca había tenido idea de llegar a ser algo antes de esto, pero ahora hablaba de alistarse en la fuerza aérea cuando tuviese la edad y quizá llegar a ser piloto.

—Pero, ¿y si hay una guerra, Jimmy? Me sentiría fatal y me preocuparía todo el tiempo. ¿Por qué no piensas en hacer otra cosa, como abogado o médico o…?

—Vamos, Dawn. ¿De dónde piensas que voy a sacar el dinero para ir a la Universidad?

—Quizá yo consiga el suficiente dinero para que vayas a la Universidad.

Permaneció callado y después se volvió hacia mí, con sus oscuros ojos tristes y apesadumbrados.

—No querrás que sea tu novio a menos que sea alguien grande e importante. ¿No es eso, Dawn?

—Oh, no Jimmy. Eso nunca.

—No podrás evitarlo —profetizó.

—Eso no es verdad —protesté.

—Quizá no sea verdad ahora, pero después de que hayas estado viviendo aquí durante algún tiempo, pensarás así. Es lo que suele suceder. Estas antiguas y ricas familias sureñas disponen las vidas de sus hijas, lo que serán y con quién deben casarse…

—Eso no me sucederá a mí —insistí.

—Ya lo veremos —dijo convencido de que tenía razón. Podía ser muy terco en ocasiones.

—James Gary Longchamp, no me digas lo que voy o no voy a ser. Yo soy mi propia persona y nadie, ni un tirano como mi abuela o cualquier otra persona me va a cambiar la forma de ser. Puede llamarme Eugenia, hasta que se le ponga la cara roja.

—Está bien —dijo él riendo. Me besó en la mejilla—. Como tú digas. De todos modos, nadie va a poder con tu genio. Me pregunto de dónde lo sacas ¿Tu madre tiene genio?

—Apenas. Lloriquea en vez de gritar. Y consigue lo que quiere, a pesar de todo. No tiene que enfadarse con nadie.

—¿Y tu padre?

—No creo que sea capaz de enfadarse. Nada parece molestarle. Es tan blando como la mantequilla fresca.

—Así que heredaste el temperamento de tu abuela. Quizá te parezcas más a ella de lo que crees.

—No quiero parecerme a ella. No es como me imaginaba que sería una abuela. Es…

Oímos las pisadas en la escalera de cemento antes de que la puerta se abriese. Un momento después, el escondite se iluminó y contemplamos a dos policías. Tomé la mano de Jimmy.

—Vean —dijo Clara Sue desde atrás—. Les dije que no mentía.

—Vamos, chico —le ordenó uno de los policías a Jimmy. Se puso en pie lentamente.

—No voy a volver allí —dijo desafiante. El policía avanzó. Jimmy se apartó. Cuando el policía se adelantó para sujetarlo, Jimmy lo evitó y se escabulló hacia un lado.

—¡Jimmy! —grité.

El otro policía se movió velozmente y lo cogió por la cintura, levantándolo del suelo. Jimmy se soltó, pero el segundo policía se unió al primero y lo redujeron rápidamente.

—¡Suéltenlo! —grité.

—Nos puedes acompañar tranquilamente o te pondremos esposas, chico —dijo el policía que lo sujetaba por detrás—. ¿Qué prefieres?

—Está bien, está bien —contestó Jimmy, con la cara roja de vergüenza y de ira—. Suéltenme.

El policía aflojó la forma en que lo sujetaba y Jimmy quedó a un lado con la cabeza inclinada en señal de derrota.

—Sal de aquí —ordenó el otro policía.

Me volví a Clara Sue que estaba en el umbral.

—¿Cómo has podido hacer esto? —grité—. Eres miserable, egoísta…

Se echó atrás para dejar pasar a los policías y a Jimmy. Justo al llegar a la puerta, Jimmy se volvió a mí.

—Volveré, Dawn. Lo prometo. Algún día regresaré.

—Andando —ordenó el policía empujándole. Jimmy dio un traspié hacia delante al pasar la puerta.

Corrí detrás de ellos.

¡Jimmy! —grité. Corrí escaleras arriba y me detuve cuando llegué a lo alto.

Mi padre estaba de pie al lado de mi abuela y Clara Sue justo detrás de ambos.

—Vete inmediatamente a tu cuarto, Eugenia —ordenó mi abuela—. Esto es una terrible vergüenza.

—Vete —dijo mi padre un poco más suavemente pero con la cara marcada por la desilusión—. Vete a tu cuarto.

Seguí con la mirada a Jimmy y los policías. Estaban casi enfrente del edificio.

—Por favor —dije—. No dejes que se lo lleven de regreso. Lo pasó terriblemente mal viviendo con un hombre malvado. Por favor…

—No es nuestro problema —contestó mi abuela.

—No podemos hacer nada —confirmó mi padre— y va contra la ley dar asilo a un fugitivo.

—No es un fugitivo. No —les dije negando con la cabeza—. Por favor… —Me volví en dirección a Jimmy pero él ya había dado la vuelta al edificio—.

Jimmy —le llamé. Salí detrás de él.

—¡Eugenia! —gritó mi padre—. Vuelve aquí.

Corrí, pero cuando llegué delante del hotel los policías habían metido a Jimmy en la parte de atrás del coche patrulla y habían cerrado de golpe la puerta. Permanecí allí mientras ellos entraban en el coche. Jimmy miró por la ventanilla.

—Regresaré —dijo detrás del cristal formando las palabras con los labios.

Se encendió la luz sobre el coche y éste se puso en marcha.

¡Jimmy!

Sentí sobre mi hombro la mano de mi padre, reteniéndome.

—Qué cosa más embarazosa —dijo mi abuela desde algún sitio a mis espaldas—. Que mis huéspedes tengan que ver esto.

—Más vale que entres —me aconsejó mi padre.

Mi cuerpo se agitaba con los sollozos mientras el coche patrulla se alejaba hacia la noche llevándose a Jimmy.

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