Aurora

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15. Secretos desvelados

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SECRETOS DESVELADOS

Sentí los dedos de mi padre asir mis hombros suavemente, mientras las luces del coche patrulla desaparecían por la calle. Mi abuela se adelantó para enfrentarse conmigo. Sus labios estaban apretados en una línea fina y sus ojos ensanchados y enloquecidos de rabia. Bajo las farolas y las brillantes luces del porche, su piel parecía de un blanco fantasmal. Con los hombros levantados y su cuello hundido entre ellos, parecía un águila a punto de cazar un ratón. En este momento me sentía como una especie de criatura atrapada.

—¿Cómo pudiste hacer una cosa semejante? —siseó. Se volvió severamente hacia mi padre—. Te dije que no era mejor que un animal salvaje de las calles. Es seguro que los traerá a todos aquí, si no ponemos remedio inmediato. Debe ser enviada a algún colegio privado que se especialice en este tipo de personas.

—¡No soy un animal salvaje! ¡Eres tú el animal salvaje! —grité.

—¡Eugenia! —exclamó cortante mi padre. Me escapé de sus manos.

—¡No soy Eugenia! ¡No lo soy! ¡Soy Dawn, Dawn! —insistí, golpeándome los costados con mis propios puños.

Miré hacia arriba y vi a los huéspedes que se habían congregado en la entrada principal y en el porche, observándome. Algunas de las mujeres de más edad, movían la cabeza y los hombres asentían expresando su aprobación. Repentinamente, Philip se abrió paso y nos miró confuso.

—¿Qué pasa? —exclamó. Se volvió a Clara Sue, que estaba hacia un lado con aspecto de estar muy satisfecha consigo misma. Le dirigió una sonrisa de satisfacción.

—Es mejor que entres —aconsejó mi padre en un fuerte y alto murmullo—. Hablaremos sobre esto cuando todo el mundo esté más tranquilo.

—No —respondí—. No debiste permitir que se lo llevaran —añadí y empecé a sollozar—. No lo deberías haber permitido.

—Eugenia —dijo mi padre suavemente, caminando hacia mí.

—Haced que entre —ordenó mi abuela entre dientes—. ¡Ahora! —Se volvió y le sonrió a sus huéspedes—. Todo está bien. Es sólo un malentendido. No hay por qué alarmarse.

—Por favor, Eugenia —dijo mi padre, acercándose para cogerme la mano—. Vamos dentro —suplicó.

—¡No! —Me eché más atrás—. No voy a entrar. ¡Lo odio, lo odio! —grité y me volví y empecé a correr por el camino.

—Francamente, papá, siempre estás tratando a Eugenia con guantes blancos —oí decir a Clara Sue—. Ya es mayor. ¡Se lo ha buscado! Ahora, que se atenga a las consecuencias.

Sus palabras dieron más fuerza a mis zancadas. Clara Sue era una gran mentirosa. Mientras corría, las lágrimas me fluían por mis mejillas. Sentí el pecho como si me fuera a explotar. Alcancé la calle y giré a la derecha, corriendo por la acera, la mitad del tiempo con los ojos cerrados, sollozando.

Corrí y corrí hasta que el dolor en mi costado se convirtió en un cuchillo que se hundía cada vez más profundamente, forzándome a reducir la velocidad a un trote y después a un paso más lento, con la mano en las costillas, la cabeza baja, luchando por respirar. No tenía idea de a dónde me dirigía o de dónde estaba. La calle iba ahora hacia la izquierda, acercándome al mar, y los golpes de las olas parecían resonar a mi lado. Finalmente me detuve junto a unas grandes rocas y me apoyé contra ellas para descansar y recuperar el aliento.

Contemplé el mar iluminado por la luna. El cielo estaba oscuro, profundo, incluso frío, y la luna tenía un color amarillo enfermizo. Me llegaban ocasionalmente gotas de espuma de las olas, salpicándome la cara.

Pobre Jimmy, pensé, obligado a desaparecer en la noche, como un vulgar criminal. ¿Le forzarían a volver con ese malvado campesino? ¿Qué había hecho para merecer esto? Me mordí el labio inferior para impedirme seguir sollozando me dolían muchísimo la garganta y el pecho.

De repente, oí que alguien me llamaba. Era Sissy, que recorría las calles buscándome.

—Tu papá me mandó buscarte —dijo.

—No es mi papá —escupí con odio—. Es mi padre y no voy a volver, no la haré.

—Bien, ¿y qué vas a hacer? —preguntó mirando a su alrededor—. No te puedes quedar aquí toda la noche. Tienes que volver.

—Se llevaron a Jimmy como a un animal atrapado. Lo tenías que haber visto.

—Lo vi. Lo vi todo desde el otro lado del porche. ¿Quién era?

—Era mi… El chico que creí que era mi hermano. Se había escapado de casa de un cruel padre adoptivo.

—¡Oh!

—Y no pude hacer nada para ayudarle —me quejé sin remedio, echándome hacia atrás y limpiándome las mejillas.

Suspiré profundamente y bajé la cabeza. ¡Qué frustrada y vencida me sentía! Sissy tenía razón: tenía que volver al hotel. ¿A dónde más podría ir?

—Odio a Clara Sue —dije entre dientes—. Le dijo a mi abuela que Jimmy se estaba escondiendo aquí y la hizo llamar a la Policía. Es malvada y rencorosa… Ella robó el collar de Mrs. Clairmont para que se me echara la culpa a mi. Después la vi entrar en mi habitación y dejarlo en mi cama.

—Pero yo creí que Mrs. Clairmont lo había encontrado.

—Lo llevé a escondidas a su cuarto y se lo devolví, pero lo había robado Clara Sue —repetí—. Sé que nadie me creerá, pero fue ella quien lo hizo.

—Te creo. Es una malcriada —estuvo de acuerdo Sissy—. Pero algún día tendrá su merecido. Esa clase de chica siempre lo recibe, porque también se odian a sí mismas. Vamos, cariño —dijo Sissy, poniéndome el brazo sobre los hombros—. Caminemos hasta casa. Estás temblando muchísimo.

—No es de frío, sólo estoy disgustada.

—Aun así, estás temblando —dijo Sissy, frotándome el brazo. Empezamos a caminar en dirección del hotel—. Jimmy es un chico guapo.

—Sí que lo es. Y además es muy simpático. La gente no se da cuenta al principio, porque es muy reservado, pero eso es porque es muy tímido.

—Ser tímido no es malo. Es la otra clase de chicos la que no me gusta.

—¿Como Clara Sue?

—Como Clara Sue —respondió y ambas reímos. Era bueno reír, como dejando escapar un suspiro que se ha retenido durante mucho tiempo. Entonces tuve una idea.

—¿Conoces a la mujer que fue mi niñera cuando nací, Mrs. Dalton?

—¡Ajá!

—Vive con su hermana, ¿verdad? —Sissy asintió—. ¿Vive cerca?

—Bueno, como a tres o cuatro calles —dijo señalando hacia atrás—. En una casita tipo Cape Cod de la calle Crescent. De vez en cuando, mi abuelita me manda para que le lleve un pote de conserva. Ya sabes que está enferma.

—Mrs. Boston me lo dijo, Sissy. Quiero ir a verla.

—¿Para qué?

—Quiero hacerle preguntas sobre mi secuestro. ¿Puedes llevarme allí?

—¿Ahora?

—No es tan tarde.

—Es demasiado tarde para ella. Está muy enferma y a esta hora debe de estar durmiendo.

—¿Me llevarías por la mañana después de que terminemos el trabajo? ¿Lo harás? —le pregunté—. Por favor —supliqué.

—De acuerdo —contestó viendo lo importante que era para mí.

—Muchas gracias, Sissy —le dije.

Cuando regresamos al hotel mi abuela no estaba visible, pero mi padre nos saludó en el vestíbulo.

—¿Te encuentras bien? —me preguntó y bajó la vista a la alfombra—. Creo que ahora deberías irte a tu habitación. Tendremos ocasión de hablar de todo esto mañana cuando todo el mundo esté más sereno y pueda pensar con claridad.

Mientras cruzaba el vestíbulo decidí lo que iba a hacer. Había llegado el momento de vérmelas con Clara Sue. No iba a salir bien librada de lo que había hecho.

Sin molestarme en llamar a la puerta, entré como una exhalación en su habitación, cerrando la puerta de golpe.

—¿Cómo has podido? —pregunté furiosa—. ¿Cómo pudiste decirles lo de Jimmy?

Clara Sue estaba echada sobre la cama, hojeando una revista. A su lado había una caja de bombones. A pesar de mis palabras airadas, no levantó la vista. En lugar de eso, continuó leyendo, cogiendo un bombón de vez en cuando, dándole un mordisco y tirándolo a un lado después.

—¿No vas a decir nada? —pregunté. Siguió sin contestar y me puso furiosa el modo tan descarado en que me estaba ignorando. Me tiré sobre ella y lancé a un lado la caja de bombones. Voló por los aires antes de aplastarse sobre el suelo con los chocolates esparciéndose por todas partes.

Esperé que Clara Sue me mirase. No podía aguardar a echarle en cara la traición que había cometido. Pero no levantó la vista. Simplemente continuó leyendo, ignorándome como si no estuviese allí. Por alguna razón esto me enfureció aún más. Le arranqué la revista de las manos, haciéndola tiras que se esparcieron por el aire.

—No me iré, Clara Sue Cutler. Pienso quedarme hasta que me mires.

Finalmente levantó los ojos azules, con una mirada de advertencia.

—¿No te ha enseñado nadie a llamar antes de entrar?

Es lo que hace la gente educada.

Decidí ignorar la mirada en los ojos de Clara Sue.

—¿Y a ti nadie te ha enseñado lo que es confiar en otro? ¿Que guardar un secreto es una cosa sagrada? Jimmy y yo confiamos en ti. ¿Por qué lo hiciste? ¿Por qué?

—¿Por qué no? —ronroneó suavemente. Después con más ira y un despliegue de energía saltó de la cama—. ¿Por qué no? Hacerte desgraciada es algo que me da placer, Dawn. Me hace feliz.

Me quedé mirándola indignada. Sin siquiera pensarlo, levanté la mano y le di una bofetada.

—¡No eres más que una chiquilla malcriada! Nunca te perdonaré esto.

¡Nunca!

Clara Sue se rió de mí, frotándose la mejilla.

—¿Quién quiere tu perdón? —se burló—. ¿Crees que estás haciéndome un favor?

—Somos hermanas. Las hermanas se supone que son las mejores amigas. Tú no me querías como amiga, Clara Sue, y ahora tampoco me quieres como hermana. ¿Por qué? ¿Por qué tienes tanto empeño en hacerme daño? ¿Qué te he hecho? ¿Por qué continúas haciendo estas cosas tan malvadas?

¡Porque te odio! —gritó Clara Sue con todas sus fuerzas—. ¡Te odio, Dawn! ¡Te he odiado toda mi vida!

Me quedé asombrada por su ira. Me cogió desprevenida y no supe cómo responder. Había fiereza en sus palabras, su cara se había puesto roja y los ojos se le salían como los de una loca. Ya había visto antes esa mirada, en la cara de la abuela Cutler. Pero no podía comprenderlo. ¿Por qué ambas me odiaban tanto? ¿Qué le había hecho a esta familia para producirles unas emociones tan desagradables?

—¿Cómo puede ser posible? —murmuré. Una parte de mí deseaba comprender los sentimientos de Clara Sue—. ¿Cómo puede ser posible?

—¿Cómo puede ser posible? —remedó Clara Sue cruelmente—.

¿Cómo puede ser posible? Te lo explicaré.

¡Te lo explicaré! ¡Has sido parte de mi vida sin estar en ella! ¡Desde el día que nací he vivido a tu sombra y he odiado todos los minutos!

—Pero eso no ha sido culpa mía. —Una parte de mí estaba empezando a comprender. La secuela de mi secuestro se había convertido en un aspecto permanente de la vida de Cutler’s Cove y Clara Sue había nacido en él.

—¡Oh! ¿Que no era culpa tuya? Yo no era la primogénita como Philip o la primera niña como tú. Ni siquiera se me consideraba el bebé de la familia. ¡Oh, no!

¡Yo no era más que el bebé que había nacido para sustituirte! —Clara Sue acortó la distancia entre nosotras—. Sal de mi habitación. ¡Lárgate! Me enfermo de sólo verte. Pero antes de que te vayas, Dawn, te hago una promesa. Una promesa muy especial que pienso cumplir.

Jamás te aceptaré como parte de esta familia.

Jamás te recibiré con los brazos abiertos o te facilitaré la vida.

¡Nunca! En su lugar, haré todo lo humanamente posible para convertir tu vida en un infierno. Y cuando eso no sea suficiente, aún haré más. Me esforzaré por crearte penas y dolor en el corazón. Tu desgracia traerá una sonrisa de felicidad a mi rostro y me parecerá que el sol aún brilla más. Destruiré tus sueños hasta que no sean más que unas retorcidas ruinas de tus esperanzas y te traigan sólo pesadillas. ¡Ninguna otra cosa será suficiente!

Me quedé muda.

—¡No puedes estar hablando en serio! —exclamé. Ahora estaban clarísimos los motivos de Clara Sue para entregar a Jimmy y aunque yo aún seguía furiosa con ella una parte de mi ser la compadecía. Con todo lo que tenía, Clara Sue era una desgraciada. Deseaba ayudarla a vencer su desdicha. Quizás entonces no me odiaría tanto.

Los ojos de Clara Sue tenían el brillo de la locura mientras me contemplaba con absoluto asombro.

—¡No te creo! ¡Sinceramente no te creo! Tú no cedes nunca, ¿verdad? Esto no es una película cursi en la cual nos abrimos el corazón la una a la otra, lloramos a placer y luego nos damos un beso haciendo las paces. Saca de las nubes tu bonita cabecita, Dawn. ¿No has oído una sola palabra de cuanto he dicho? Jamás seremos amigas y ciertamente no seremos hermanas. ¡Nunca!

Clara Sue se acercó más y yo fui retrocediendo hasta la puerta de la habitación.

—Nunca bajes la guardia conmigo, Dawn —me advirtió—. Ten cuidado conmigo. Siempre.

Con estas últimas palabras me volvió la espalda. Busqué torpemente el pomo de la puerta, ansiosa de huir de mi hermana porque en el fondo de mi corazón sabía que lo que me había prometido era verdad.

Ni mi padre ni mi abuela tenían tiempo para verme a la mañana siguiente, puesto que era día de entrada y salida de muchos huéspedes. De todos modos, yo estaba ocupada con Sissy porque teníamos cinco habitaciones de más para limpiar y arreglar. Sin embargo, había anticipado la aparición de mi abuela en la cocina cuando el personal estaba desayunando. Yo no había dormido bien la noche anterior y no estaba de humor para que me regañasen o avergonzasen delante de los otros empleados. Me decidí a plantarle cara aunque esto significase que iba a verme de nuevo encerrada en mi habitación y sin comida.

Como Clara Sue tenía el primer turno de la noche en recepción siempre dormía hasta tarde, así es que no iba a encontrármela, pero Philip estaba levantado y con los otros camareros. Estuvo evitándome hasta el momento de ir a trabajar. Entonces me siguió fuera y me llamó.

—Por favor —me suplicó cuando pareció que yo no iba a detenerme. Me volví abruptamente.

—Tengo trabajo, Philip —le dije—. Tengo que ganarme el sustento —añadí amargamente—. Y no creo lo que dice la abuela. No estoy aprendiendo el negocio de abajo arriba. Siempre estaré abajo por lo que a ella se refiere.

Me quedé contemplándolo. Ahora me parecía tan distinto, tan miserable y patético desde que me había atacado. ¡Pensar que había estado a punto de enamorarme de él!

—Dawn, tienes que creerme. No tuve nada que ver con que mi abuela se enterase de lo de Jimmy. No sabe que fui yo el que lo llevó allí abajo para esconderlo cuando llegó —me dijo mostrando el miedo en sus ojos—. De modo que así están las cosas, pensé.

—¿Tienes miedo de que se lo cuente? —No contestó pero su rostro lo hizo por él—. No tengas miedo, Philip. No soy como nuestra queridísima hermana pequeña. No voy a meterte en un lío deliberadamente sólo por vengarme, aunque debiera —dije secamente y di media vuelta para alcanzar a Sissy.

Durante el resto de la mañana, cada vez que oía pasos en el corredor pensaba que iban a ser mi padre o mi abuela. Después que terminamos nuestro trabajo y que ninguno de ellos había venido me llevé a Sissy a un lado.

—Llévame a casa de la hija de Mrs. Dalton, Sissy. Por favor, antes de que mi abuela nos dé más trabajo.

—No sé por qué quieres ver a esa mujer. No recuerda tanto las cosas —dijo Sissy mirando hacia otro lado rápidamente.

—¿Por qué dices eso, Sissy? —Noté un cambio en su actitud.

—Es lo que dice mi abuela —me dijo levantando la vista a toda prisa y volviendo a bajarla.

—¿Le dijiste que ibas a llevarme y no le gustó? —Sissy movió la cabeza—. No tienes que ir conmigo, Sissy. Tan sólo indícame cuál es la casa y no le diré a nadie que tú me la mostraste. Te lo prometo.

Ella dudó.

—Mi abuelita dice que la gente que desentierra el pasado generalmente encuentran más huesos de los que esperaba y es mejor dejar en paz el pasado.

—Para mí no, Sissy. No puedo. Por favor. Si no me ayudas buscaré de todos modos hasta que encuentre la casa —le dije poniendo en mi cara para impresionarla un aspecto de decisión.

—Está bien —me dijo y suspiró—. Te mostraré el camino.

Salimos del hotel por una puerta lateral y rápidamente bajamos a la calle. Era raro lo distinto que me parecía todo a la luz del día, especialmente el cementerio. Había desaparecido su atmósfera opresiva y llena de presagios. Hoy tan sólo era un lugar de descanso, agradable y bien cuidado, fácil de pasar.

Hacía un día brillante casi sin nubes y con una suave y cálida brisa del océano. El mar parecía sereno, pacífico, atractivo, la marea peinaba la playa suavemente y se retiraba en pequeñas olas. Todo parecía más limpio y amistoso.

Había una constante línea de tráfico en la calle pero se movía perezosamente. Nadie parecía tener prisa. Todo el mundo parecía hipnotizado por el brillo del sol sobre el agua azul y el vuelo de las golondrinas de mar y las gaviotas que flotaban sin esfuerzo en el aire veraniego.

Pensé que éste bien podía haber sido un lugar maravilloso en el cual crecer. No pude menos de preguntarme cómo hubiese sido yo si me hubiesen criado en el hotel y en Cutler’s Cove. ¿Me hubiese vuelto tan egoísta como Clara Sue? ¿Hubiese querido a mi abuela y hubiese sido mi madre una persona completamente diferente? El destino y los sucesos más allá de mi control habían dejado para siempre sin respuesta estas preguntas.

—Ahí está, justo enfrente de nosotros —dijo Sissy señalando una acogedora casita blanca estilo Cape Cod con un pequeño trozo de césped, una pequeña acera y un pequeño porche. Tenía delante una cerca de madera. Sissy me miró—. ¿Quieres que te espere aquí?

—No, Sissy. Puedes regresar. Si alguien te pregunta dónde estoy diles que no sabes.

—Espero que estés haciendo lo correcto —me dijo y se volvió para regresar caminando rápido con la cabeza baja como si tuviese miedo de ver un fantasma en pleno día.

Yo misma no podía dejar de temblar al acercarme a la puerta y llamar al timbre. Al principio pensé que no había nadie en casa. Volví a tocar el timbre y oí a alguien gritar.

—Espera un poco. Ya voy, ya voy.

Finalmente una mujer negra con el pelo completamente gris abrió la puerta. Estaba en una silla de ruedas y me miraba con ojos enormes, ampliados por los gruesos cristales de sus gafas. Tenía una cara suave y redonda. Llevaba una bata de casa azul claro y los pies descalzos. Su pierna derecha estaba vendada desde el tobillo hasta que el vendaje desaparecía bajo el vestido.

La curiosidad brillaba en sus ojos y grababa profundas arrugas en su frente. Apretó los labios y se inclinó hacia delante para mirarme con detenimiento. Después levantó las gafas y limpió su ojo derecho con su pequeño puño. Vi que llevaba un anillo de matrimonio en el dedo, pero aparte de eso ninguna otra joya.

—¿Sí? —dijo finalmente.

—Estoy buscando a Mrs. Dalton, la Mrs. Dalton que era enfermera.

—La está viendo. ¿Qué es lo que quiere? —preguntó reclinándose en su silla de ruedas—. Ya no trabajo, aunque no es por falta de ganas.

—Quisiera hablar con usted. Mi nombre es Dawn, Dawn Lon… Dawn Cutler —dije.

—¿Cutler? —me estudió—. ¿De la familia hotelera?

—Sí, señora.

Continuó mirándome.

—¿No eres Clara Sue?

—Oh, no, señora.

—No me lo pareciste. Eres más guapa de lo que la recuerdo —me dijo—. De acuerdo, pasa —añadió.

Finalmente movió su silla de ruedas.

—Siento no poder ofrecerte nada. Tengo ya bastantes problemas en ocuparme de mí misma —me explicó—. Vivo con mi hija y su marido, pero tienen sus propias vidas y sus propios problemas —murmuró, con la mirada baja y moviendo la cabeza.

Hice una pausa y miré hacia la entrada. Era pequeña, con el suelo de madera dura y una alfombra azul y blanca. Había una percha a la derecha, un espejo ovalado y un globo de luz.

—Bien, si vas a entrar, hazlo —dijo Mrs. Dalton cuando miró hacia arriba y me vio aun en la entrada.

—Gracias.

—Pasa al salón, allí —señaló cuando entré. Me dirigí hacia la izquierda. Era una pequeña habitación con una alfombra de color marrón oscuro bastante gastada. Los muebles también estaban muy usados, pensé. La funda estampada en flores que cubría el sofá estaba muy rozada por los brazos. Frente a éste había un balancín, un sillón y un sofá haciendo conjunto, todos con el mismo aspecto viejo. Había una mesa cuadrada de arce oscuro en el centro. De la pared del fondo colgaban cuadros, marinas y pinturas de casas de playa. A la izquierda había una librería con puertas de cristal lleno de chucherías y algunas novelas. Sobre la chimenea de piedra, colgaba una cruz de cerámica, aunque pensé que la cosa más bonita de toda la habitación era un viejo reloj de pared de pino oscuro en el rincón de la izquierda.

La habitación tenía un agradable olor a lilas. Las ventanas del frente daban al mar y con las cortinas abiertas proporcionaban una vista muy bonita y hacía que la habitación fuera luminosa y alegre.

—Siéntate, siéntate —me ordenó Mrs. Dalton y entró detrás de mí. Escogí el sofá. Los cojines gastados se hundieron profundamente con mi peso, de manera que me senté hacia delante tanto como pude. Ella giró su silla de ruedas para ver mi cara y puso las manos sobre su regazo—. Y bien, querida, ¿qué puedo hacer por ti? Ya no hay mucho que pueda hacer por mí misma —añadió secamente.

—Espero que pueda contarme algo sobre lo que me sucedió —dije.

—¿Qué te sucedió? —Sus ojos se entrecerraron—. ¿Quién dijiste que eras?

—Dije que era Dawn Cutler, pero mi abuela quiere que use el nombre que se me dio cuando nací, Eugenia —añadí. Le hizo el mismo efecto que si hubiera atravesado la habitación y le hubiera dado una bofetada. Dio un respingo en su silla y se llevó las manos a su pecho caído. Entonces se santiguó rápidamente y cerró los ojos. Le temblaban los labios y su cabeza empezó a temblar.

—¿Mrs. Dalton? ¿Está usted bien? —¿Qué le ocurría? ¿Por qué mis palabras le habían causado esa reacción? Después de un momento asintió. Entonces, abrió los ojos y me contempló con asombro, con los labios temblándole todavía.

Movió la cabeza suavemente.

—Eres el bebé Cutler que desapareció.

—Usted fue mi enfermera, ¿verdad?

—Sólo durante unos pocos días. Debí saber que algún día volvería a verte… Debí saberlo —murmuró—. Necesito beber un poco de agua —decidió rápidamente—. Tengo los labios como un pergamino. Por favor, en la cocina. —Hizo un gesto hacia la puerta.

—En seguida —contesté, levantándome velozmente. Salí al vestíbulo y lo seguí hasta encontrar una pequeña cocina. Cuando volví con el agua, estaba desplomada hacia el lado de la silla de ruedas, parecía que estuviera inconsciente.

—¿Mrs. Dalton? —grité presa del pánico—. ¡Mrs. Dalton!

Se incorporó lentamente.

—Estoy bien —dijo en un fuerte susurro—. Estoy bien. Mi corazón todavía está fuerte aunque la razón por la que aún quiera seguir latiendo en este cuerpo roto y retorcido está más allá de mi comprensión.

Le alcancé el agua. Bebió un poco y movió la cabeza. Entonces me miró con grandes y escrutadores ojos.

—Te has convertido en una chica muy guapa.

—Gracias.

Pero has tenido que pasar por una serie de trances, ¿verdad niña?

—Sí, señora.

—¿Ormand Longchamp y Sally Jean fueron buenos padres para ti?

—Oh, sí, señora —dije contenta al oír esos nombres en sus labios—. ¿Les recuerda bien? —Me volví a sentar nuevamente sobre el sofá con rapidez.

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