Arthur

Arthur


CAPÍTULO 36

Página 35 de 40

CAPÍTULO 36

 

 

Las dos semanas antes del evento de Acción de Gracias son raras y pasan volando. A veces creo que todo es posible, y otras, en cambio, que mi vida no tiene sentido sin ella y no podré seguir adelante. Supongo que sentirme así es normal, no lo sé, ya he dicho que no tengo demasiada experiencia en temas de amor y desamor y que esta es mi primera vez.

Sí, era virgen en cuanto a relaciones afectivas con mujeres, más allá de un revolcón y poco más. Ahora que tengo claro lo que se siente, preferiría no haber perdido esa virginidad nunca.

«Mentiroso…, estarías dispuesto a entregarla por propia voluntad, una y otra vez, siempre que se tratara de Alison James».

Cierto, repetiría lo sucedido entre nosotros sin dudarlo.

Aunque duela.

Aunque me destruya.

No, no soy masoquista.

Soy un hombre enamorado.

Me da la risa, frente al espejo, al darme cuenta de cuánto ha cambiado mi forma de pensar.

«Quién te lo iba a decir, ¿eh?»

Suspiro, resignado, y me hago bien el nudo de la corbata. Miro el reloj.

Dentro de una hora tengo una entrevista de trabajo en el centro de Londres.

El gerente de una famosa sala de fiestas se puso en contacto conmigo poco después de recibir mi currículo. Llevamos hablando por teléfono unos días. Hoy lo conoceré personalmente y veré si me interesa lo que me ofrece.

Aunque, sinceramente, tampoco es que esté en disposición de hacer muchos ascos a su propuesta. Necesito el trabajo y el dinero, con urgencia. También tengo que ir a Green Clover a finiquitar mi contrato con la empresa de los James. Se me encoge el estómago sólo de pensarlo.

Jamás hubiera vaticinado que esto acabaría así, pero es lo que hay.

Me peino y me echo perfume.

«Estás hecho un pincel…»

Hay que causar buena impresión, ¿no?

Voy a mi habitación, me pongo la chaqueta del traje y cojo el teléfono de encima de la mesilla de noche. Por costumbre, lo miro antes de guardarlo. El corazón me late desenfrenado al ver que tengo un nuevo mensaje de ella, algo que empieza a convertirse en una rutina desde que renuncié en la empresa. Cada mañana me da los buenos días y, cada noche, me hace un recuento de lo acontecido en las oficinas, como si eso me importara algo.

También me habla de nuestro bebé, de lo mucho que se mueve y de lo que le hacen sentir sus pataditas. Me ha enviado una fotografía de la última ecografía que se hizo la semana pasada, donde ya se distinguen, a la perfección, las pequeñas partes de su cuerpo. Cada vez que miro esa fotografía, me emociono y se me atenaza la garganta, pensando que esa cosita es mía y la hemos creado juntos, ella y yo. Sólo respondo cuando sus mensajes se refieren a nuestro hijo y, aun así, sigue escribiendo cada día, puntual como un reloj.

Ayer cometí la equivocación de preguntarle si tenía algo más que decirme. Su respuesta: «Te echo de menos», no es la que esperaba leer. No obstante, que a uno le echen de menos es bueno, ¿verdad?

«Al menos consuela un poco…»

Sí, pero no es lo mismo. Si a ese «te echo de menos» añadiera un «te quiero», volaría a su lado en un santiamén.

«Idiota…Iluso… Patético…»

Salgo de casa cabreado conmigo mismo y me dirijo a la parada del metro. Cuarenta minutos después, tras hacer un par de transbordos, me apeo en Leicester Square, en el Soho, donde no tardo en encontrar la famosa sala de fiestas. Respiro hondo antes de llamar a la puerta.

«Vamos allá…»

La entrevista con Jason, el gerente de la sala de fiestas resulta amena y relajada. Me ofrece hacerme cargo del salón principal y tema espectáculos; un horario nocturno, evidentemente, y un buen sueldo que, aunque es algo menos de lo que cobraba como mano derecha de Theodore, no puedo rechazar. «La experiencia es un grado», dice estrechándome la mano, convencido de que haré un buen trabajo y que, haber trabajado para la familia James, será beneficioso para el negocio. Un apretón de manos y una gran sonrisa, es el preámbulo de nuestra próxima relación laboral. Salgo de allí satisfecho y con ganas de empezar cuanto antes, así tendré menos tiempo para pensar.

Al llegar a casa, encuentro en el buzón la invitación de Acción de Gracias y la tiro directamente a la basura. No pienso ir y pasarme la velada babeando por Alison James como un gilipollas, pendiente de ella en todo momento, joder.

«Eres un maldito cobarde…»

Puede ser.

«Tienes que ir y demostrarle que ya has pasado página».

Sí, como si eso fuera fácil.

«Puede que sea tu última oportunidad…»

¿Esa no fue al renunciar y creer que ella correría detrás de mí para impedir que me marchara?

«Vamos, hombre, no te conformes con la nada y ve a por el todo…»

¡Puta voz de mi cabeza, joder!

Cojo las llaves del coche y vuelvo a salir de casa. Ya decidiré después qué voy a hacer con la puñetera invitación, ahora debo ir a firmar un finiquito.

Llego a Green Clover poco antes del almuerzo y estaciono el coche en el lugar de siempre. De repente me he puesto nervioso y tengo el pulso demasiado acelerado.

Respiro hondo varias veces, pero no sirve de nada. Volver a estar aquí, hace que me sienta débil e insignificante. Clavo la vista en el sendero que lleva a las oficinas, debatiéndome si cruzarlo y acercarme a saludar a las chicas, o si por el contrario voy directamente al despacho de Amber y termino con esto cuanto antes.

Cierro los ojos.

«Estás deseando verla…»

Rechino los dientes.

¿Y qué importa?

«¿A qué estás esperando…?»

¡Cierra el pico, joder!

Salgo del coche, cierro la puerta con rabia y me encamino al despacho de Amber, no pienso ceder a mi debilidad por la pequeña de los James y se acabó.

Subo las escaleras principales y voy directo al tercer piso, llamo a la puerta del despacho de Amber y espero. Nadie contesta y eso me extraña, porque ella suele estar siempre aquí. «Puede que ya haya salido a comer…». Sí, puede.

Camino un poco más allá, donde su secretaria parece entretenida con algo, y carraspeo para llamar su atención.

—Disculpa, ¿dónde puedo encontrar a Amber?

La chica me mira avergonzada, supongo que por haberla pillado enredando con el móvil.

—Creo que está en el salón principal ultimando los detalles para el evento de pasado mañana.

—¿Crees?

—Sí, al menos es allí donde se encontraba hace una hora.

—Tenía una cita con ella…

—Lo sé, señor Preston, puede que se le haya olvidado. Iré a buscarla.

—No te molestes, ya lo hago yo. Gracias.

«Amber no es de las personas que se olvidan de sus citas…»

¿Y tú qué sabes?

Me encojo de hombros, desciendo los tres pisos y voy al salón principal.

La puerta está entornada y echo una ojeada.

La veo al primer refilón. A Alison, no a Amber. De hecho, ni siquiera sigo buscando más allá de ella, todo desaparece a su alrededor. Su sola presencia sirve para que se me corte el aliento y el pulso se me acelere. Abro la puerta por completo y me quedo allí, observándola de pies a cabeza. Está cerca de una de las ventanas. Lleva un vestido holgado, rojo y de florecillas, que me encanta. Sus manos descansan sobre el vientre, al igual que sus ojos. Sonríe a la vez que susurra algo en voz muy baja. Esa sonrisa me contagia e ilumina todo mi ser. Está preciosa, joder, y me muero por acercarme y estrecharla entre mis brazos, posar mis labios sobre los suyos y beberme su cálido aliento.

«Si solamente…»

Alza los ojos y nuestras miradas se enredan.

Un hormigueo recorre mi columna vertebral.

—Arthur… —murmura, sorprendida de verme allí.

Me aclaro la voz y me acerco un poco a ella, no mucho, no vaya a ser que no pueda controlarme y acabe haciendo eso que tanto deseo.

—La secretaria de Amber me dijo que podría encontrarla aquí.

—Ah, la buscas a ella…

Parece decepcionada.

—Sí, teníamos una cita, ya sabes, para firmar el finiquito y esas cosas.

—No leíste el mensaje que te envié esta mañana, ¿verdad?

—No.

Tuerce el gesto.

—A mi hermana le surgió un imprevisto y tuvo que cancelar todas sus citas, incluida la tuya. Si lo hubieras leído…

—Ya veo.

Ahora que la tengo más cerca, me doy cuenta del surco negro bajo sus ojos, de su palidez…

—¿Cómo estás? —indago, preocupado.

—Mal.

El corazón se me paraliza.

—¿Mal?

—Sí.

—Ahora mismo nos vamos al médico.

Suspira, abatida.

—No estoy mal por el embarazo, Arthur, estoy mal por ti.

Ladeo la cabeza y achico los ojos.

—¿Por mí? —me señalo a mí mismo, extrañado.

Asiente.

—Alison…, ¿tienes algo que decirme?

—Sí.

Me acerco un poco más a ella, esperanzado y conteniendo el aliento.

—¿Y bien? —inquiero.

—¿No ibas a decírmelo?

Doy un paso atrás.

—Ya te he dicho todo lo que tenía que decir, Alison, creo que fui bien claro contigo.

Se lleva las manos a las caderas. Una caderas redondeadas y preciosas.

—Pues al parecer no, no me lo has dicho todo, te has olvidado de un dato bastante importante, a mi parecer, claro. Por lo visto a ti te da igual y he tenido que enterarme por Adrien de tus planes, y yo no…, no…

Su forma de hablar es atropellada y un pelín histérica.

Meneo la cabeza y la miro intrigado.

«¿Qué has hecho ahora, Adrien?»

—¿De qué estás hablando, Alison?

—Como si no lo supieras…

—Lo siento, pero para tratarse de mis planes, no, no tengo ni la menor idea, la verdad.

—Oh, vamos—se sulfura—, no disimules más, lo sé todo.

Yo también me irrito

—¿Qué es lo que sabes?

—Que vas a entrevistarte con Oliver Hamilton porque te ha ofrecido un trabajo en el Lust y piensas irte a Nueva York. ¿Sabes? Cuando mi hermano me lo contó no daba crédito y llamé a Theodore, él me lo confirmó, dijo que era cuestión de días que te fueras y tú… ¡tú no ibas a decírmelo!

—solloza.

Sonrío para mis adentros.

—Así que eso te han dicho, ¿eh?

Qué cabrones son, siempre metiéndose en todo.

«No te quejes, tío, te están haciendo un favor, fíjate en su reacción. Escucha su llanto…»

—Ibas a marcharte sin más, sin una palabra, sin despedirte…, sin importarte que tu hijo…, que yo…, yo…

—¿Que tú qué? Vamos, Alison, maldita sea, dilo. Dilo de una santa vez y acabemos con esto.

Enredo mis dedos en los suyos y la pego a mí.

Nuestras miradas son intensas, ávidas.

—Dilo—susurro sobre sus labios.

Cierro los ojos cuando la calidez de su mano roza la piel de mi cara y me acaricia, con parsimonia, la mandíbula, la mejilla, la nariz, la frente, los labios… Me muevo inconscientemente, buscando cada roce, ese contacto que es tan nimio y, aun así, esclarecedor. ¿Por qué tocarme así, si no sintiera lo mismo que yo? ¿Por qué angustiarse de esa manera, si no quisiera nada conmigo? ¿Me estoy haciendo ilusiones en vano, otra vez? ¿Es ahora cuando va a alejarse y decirme que no soy correspondido?

—Me he acostumbrado a tenerte cerca y no quiero perderte, Arthur, eres muy importante para mí.

—Dilo—suplico.

—Estas dos últimas semanas, se han convertido en una pesadilla. Te he echado mucho de menos… No quiero que te vayas.

—Dime por qué.

—Porque eres el padre de mi hijo y te necesita cerca.

—Esas no son las respuestas que harán que me quede, Alison, no son las que quiero escuchar y lo sabes.

Suspira hondo.

—Arthur, yo no… no…

—Déjalo—mascullo distanciándome—, ya sé lo que vas a decir, que no puedes sentir nada por mí, porque sigues enamorada de él y que te debes a tu promesa. No entiendo, por qué si es así, necesitas hacerme esto, porque me destrozas cada vez que me das esperanzas—resoplo, cabreado—. Me largo, dile a Amber que se ponga en contacto conmigo cuando pueda. Le doy la espalda y camino hacia la puerta.

—¡Arthur, espera!

No lo hago, salgo de allí como alma que lleva el diablo.

Poco después, recibo un mensaje suyo.

Si me hubiera parado a leerlo, el corazón me habría salido por la boca y hubiera dado la vuelta, en su busca, sin dudarlo.

No lo hice.

Lo borré.

CAPÍTULO 37

 

 

 

La mañana del jueves, me despierto ansioso y con muchas dudas de si acudir a la celebración de Acción de Gracias en Green Clover. La otra noche, una vez en casa, me arrepentí de no haberla dejado hablar y también de haber borrado su mensaje. Puede que balbuceara porque estaba nerviosa y no supiera cómo expresar sus sentimientos, no lo sé.

Nunca fui un hombre impulsivo, al contrario, pero es lo que pasa cuando tienes miedo de oír lo que tanto anhelas y notas el temblor en la voz de la persona que esperas que diga las palabras mágicas. Por eso la interrumpí, por el puto miedo a que dijera que no podía corresponderme, a pesar de que toda la situación indicaba lo contrario.

Pensé en mi reacción muchas veces durante estos dos últimos días y más de una vez me dieron ganas de abofetearme a mí mismo por gilipollas.

Lo hecho, hecho estaba y ya no podía hacer nada para cambiarlo. Sí, pude llamarla, insistir en verla, hablar…, yo qué sé, el caso es que no lo hice porque, cada vez que cogía el teléfono y la buscaba en la lista de contactos, ese miedo atroz me dejaba paralizado.

Y qué cojones, estaba cansado de ser siempre yo el que diera el brazo a torcer.

En cambio, hoy…

Hoy llevo despierto desde antes del amanecer, devanándome los puñeteros sesos y reviviendo ese último encuentro.

Sus sollozos, su enfado, sus tartamudeos… Esa forma tan especial de acariciar cada parte de mi cara, como si a través de su tacto la estuviera memorizando… Joder, no quiero ser presuntuoso ni nada por el estilo, pero tiene que estar enamorada de mí, o al menos sentir algo especial.

¿Por qué si no iba a reaccionar así ante mi supuesta partida? Además, dijo claramente que no quería perderme, ¿no? Ay, Dios, estoy volviéndome tarumba, lo juro.

Ya no sé si realmente pasan las cosas como las cuento o soy yo que, estoy tan desesperado porque me quiera, que ya sólo veo lo que me interesa y lo invento todo.

«Pues sí, macho, estás para que te encierren…»

Mi padre llama a la puerta y entra en la habitación hecho un pincel y con una sonrisa de oreja a oreja.

—¿Cómo me veo, hijo?

—Elegante. Muy elegante, papá.

Su sonrisa satisfecha me contagia.

—¿Verdad que sí?

—¿Por qué vas vestido así? ¿Me he perdido algo?

—Tu amigo Theodore nos invitó a Amanda y a mí a la cena de esta noche. Compruebo si el traje sigue sentándome bien y, al parecer, así es.

—La percha es la percha—digo guiñándole un ojo—. No tenía ni idea de que estuvieras invitado y, mucho menos, de que fueras a ir.

Mi padre me mira contrariado.

—¿Te molesta?

—En absoluto.

Y lo digo en serio, no me molesta para nada que hayan contado con mi padre para dicha celebración.

—¿Qué vas a ponerte tú, hijo?

—Nada.

—No me digas que piensas ir desnudo—se guasea.

Suspiro.

—No, acabo de decidir que no voy a ir.

—Arthur…

—Es mi decisión, papá.

Se acerca a la cama y se sienta a los pies de ésta, contemplándome serio.

—Hijo…, los James son tu segunda familia y siempre estarás unido a ellos por esa criatura que pronto nacerá, no puedes hacerles este feo tan grande. Además, ¿qué pensarán el resto de los invitados cuando no te vean allí, si siempre habéis estado juntos? Creerán que te has ido de la empresa por la puerta de atrás y eso no es cierto.

—Lo que piensen los demás no me importa.

—Ese maldito orgullo tuyo…, nunca pensé de ti que fueras de los que se rindiera, Arthur, siempre fuiste un luchador que consiguió todo lo que se propuso. ¿Qué ha cambiado ahora?

—Ser rechazado una y otra vez duele como el demonio, papá, me he cansado de luchar.

—Aparte de orgulloso, derrotista. No te reconozco, hijo, y me da mucha lástima ver esa actitud tuya tan pesimista y negativa. No eres la persona que luchó con uñas y dientes por mí.

—No compares, papá, no es lo mismo.

—Claro que sí, seguiste al pie del cañón conmigo porque me querías, igual que a ella. No se abandona la guerra por perder un par de batallas, hijo, se lucha hasta el último aliento. Sobre todo, cuando se trata de amor.

Sus palabras, como siempre, me impactan.

«Sabe más el zorro por viejo que por zorro…»

—Papá…

—Sí, sé que vas a decirme que yo no luché por tu madre, pero ella era un caso perdido, hijo, no me dejó opción.

Luché por volver a vivir, por ti y por mí. Nos lo debía a los dos.

—Te equivocas, iba a decir que, como siempre, tienes razón. Me pensaré lo de esta noche, ¿vale?

—No, eso no me vale.

Pongo los ojos en blanco y sonrío.

—Está bien, tú ganas, os acompañaré a ti y a Amanda esta noche a la celebración, ¿contento?

—Ahora sí—me palmea la pierna y ríe—. Ve buscando un modelito, no quiero eclipsar a mi hijo en una fiesta tan elegante.

No tengo ni idea de qué iba a ser de mi vida sin este hombre a mi lado, la verdad. Siempre consigue hacerme ver las cosas desde otra perspectiva, la de la sabiduría que te da la vida. No, no ha sido un padre modélico, pero nunca me ha abandonado y me ha querido con locura, igual que yo a él.

«Mi súper héroe…»

Algunas horas más tarde, y tras mirar en mi armario, elijo vestirme con un traje de tres piezas de color azul, camisa blanca y corbata gris plata. Me coloco un alfiler en ésta, los gemelos y el reloj. Peino el pelo hacia atrás con gomina y me echo perfume. Para cuando salgo al salón, donde me esperan mi padre y Amanda, los nervios ya se han apoderado de mí y tengo hasta náuseas.

—Creo que esta noche voy a ser la mujer más envidiada de la fiesta por ir acompañada de vosotros dos.

Mi padre y yo sonreímos.

—Gracias por la parte que me toca—digo—, tú también estás muy guapa.

—Todos lo estamos—exclama mi padre orgulloso.

El portero automático suena en ese instante, advirtiéndonos que el coche que Theodore envió para nosotros ya está aquí.

El trayecto hasta Green Clover es agónicamente lento y, cuando el conductor estaciona junto a la puerta, para que nos apeemos, tengo el corazón a punto de salírseme por la boca.

Como si nunca hubiese asistido a un evento de los James, joder. «En los dos últimos cambiaste tu vida…» Cierto.

Primero fue en la boda de Theodore, cuando mi pequeña acosadora hizo hasta lo indecible para que terminara entre sus piernas. Luego, el picnic anual, en el que me enteré de que estar metido entre sus piernas, tuvo consecuencias. Unas consecuencias que me han cambiado para siempre y hacen que ahora sea yo el que quiera acosarla, pero no para fundirme en ella, que también, sino para que me ame el resto de su vida.

Cojo aire por la boca y lo expulso por la nariz.

—¿Nervioso?

Miro a mi padre y asiento.

—Demasiado.

—Ánimo, hijo, tú puedes con esto y con más. Recuerda, aún no hay un claro vencedor en esta guerra y, quién sabe, puede que acabes llevando al enemigo a tu territorio—me guiña un ojo y suelta una carcajada.

—Déjalo ya, papá, no tiene ni puñetera gracia, ¿vale?

—¡Anda que no!

Resoplo.

—Entremos, anda…

Me quedo de piedra al cruzar el umbral de la puerta del salón. Las mesas para la cena están dispuestas exactamente igual que en mi proyecto, con los jarrones de cristal llenos de hojas otoñales, en el centro de éstas; las velas, colocadas a uno de los lados, titilan encendidas.

Las paredes han sido revestidas en los colores ocre que yo elegí, al igual que los manteles y las servilletas; la música que suena de fondo es la que nos gustó a los dos para esta ocasión. ¿Cómo demonios no me fijé en la decoración cuando estuve aquí hace dos días?

«Porque sólo tenías ojos para ella. Cuando la ves, nada más existe…»

Es verdad, todo lo que hay a su alrededor, pierde interés para mí.

Sonrío, después de todo, decidió seguir adelante con mi proyecto y eso, me encanta.

Theodore, Rebeca, Adrien y Caitlin, son los encargados de darnos la bienvenida. A Alison no la veo por ninguna parte y eso hace que me pregunte si estará bien y dónde.

—Ha salido a tomar el aire, estaba un poco nerviosa.

Miro a Adrien.

—¿Qué?

—Hablo de mi hermana, ¿no es a ella a quien buscas con esa mirada de preocupación?

«Joder, ¿tan evidente soy?»

—Sí, Preston, eres como un puto libro abierto.

—¿Ahora lees la mente y toda esa mierda?

Ríe.

—No es necesario, ya te digo que eres cristalino, macho.

—Ya, claro.

Me da una palmada en la espalda y se acerca a hablar con mi padre, mientras que Rebeca y Caitlin, no me quitan la vista de encima.

—¿Qué pasa? —indago.

—Nada—contestan al unísono.

—¿Seguro?

—Ajá—responden sincronizadas.

—Dais un poco de miedo, ¿lo sabíais?

Sus bocas se ensanchan en sendas sonrisas.

—En serio, dejad de mirarme así, me están dando escalofríos, joder.

—Esa boca, hijo, por Dios.

—Perdón, papá, pero me siento un pelín intimidado por estas dos… —pego un brinco al sentir que una mano me agarra la nalga derecha, sin ningún disimulo. 

«Mierda, esto ya lo has vivido antes…»

Me giro y sí, es ella, mi pequeña acosadora.

Sus ojos se clavan en los míos, como si me estuviera retando a algo.

La media luna que forma su boca, esa que me desarma, me cautiva al instante.

«Dios…, estás jodidamente loco por ella y no hay nada que puedas hacer para remediarlo». 

—Parece que tienes el culo sensible, ¿te he asustado?

Me ruborizo por las carcajadas de los que están a mis espaldas, entre los que se incluye mi padre.

—¿Qué haces, Alison?

—¿Saludarte?

—Más bien creo que tratas de avergonzarme.

—¿Eso crees?

—Sí.

—Pues te equivocas—se acerca lentamente a mí, pegándose a mi pecho, y deposita un beso tierno en la comisura de mis labios—. Bienvenido, Preston.

¿Notará los latidos de mi corazón desenfrenado?

¿Habrá escuchado ese pequeño jadeo que escapó de mis labios al tenerla tan cerca?

Nuestras miradas se enredan.

La mía, especulativa.

La suya, lo dicho antes, retadora y decidida.

Pero ¿a qué?

—Gracias—musito—, empiezo a pensar que he hecho bien en venir.

—No lo dudes…

Me guiña un ojo y se gira para dirigirse a los demás.

En cuanto un camarero pasa por mi lado, no dudo en coger una copa y vaciarla de un solo trago. Cojo otra, tengo la boca seca, joder…, pero al ver la mirada de mi padre, decido no hacer lo mismo que con la anterior. Al contrario, la voy bebiendo sorbo a sorbo, disfrutándola.

«No te vengas arriba por lo que acaba de suceder y relájate, ya sabes que ella es muy dada a darte una de cal y otra de arena…»

Ir a la siguiente página

Report Page